El artículo “La cooperación como potencia de la clase trabajadora y la lucha por el socialismo” de Emilio Albamonte y Matías Maiello, desarrolla aspectos cruciales que hacen a la batalla ideológica en la actualidad. Con este comentario pretendo aportar al debate teórico que se abre, planteando que la reivindicación de la potencia productiva y de cooperación de la clase trabajadora debe sostenerse en base a una crítica radical a la forma en que el capitalismo ordena esa cooperación.
El artículo de Emilio Albamonte y Matías Maiello aborda diversos temas relevantes. En primer lugar, se desarrolla la idea de la clase trabajadora como “clase productora”. El objetivo es enfrentar el sentido común que pretenden instalar las clases dominantes de que son los empresarios y el capital quienes “crean trabajo” y "crean la riqueza". Éstas quieren elevar la figura del burgués como el modelo a seguir. Así, todos deberíamos apostar a ser empresarios.
Este primer enfoque me parece fundamental, porque uno de los centros del marxismo es desentrañar la verdadera relación entre “capital” y “trabajo”. El mito de los capitalistas es que el capital es un ahorro conquistado por mérito de cada familia empresaria. Este ahorro se pondría en movimiento gracias al ingenio y el espíritu emprendedor. Los empresarios invertirían no sólo para generar más dinero, sino para asignar eficientemente los recursos en la sociedad y proveer de bienes y servicios útiles al conjunto de la población. El marxismo sostiene, en cambio, que el capital es una relación social cuya única fuente de valorización es la explotación del trabajo asalariado. Es cierto que la forma general del capital se presenta como dinero generando dinero –o como diría Marx en El capital, “autovalorización del valor”. Sin embargo, esa valorización no se puede explicar por el simple movimiento del dinero en la circulación: la ganancia capitalista sólo puede ser producida gracias a la compra de la fuerza del trabajo, proceso que en su propia esencia supone el no pago de la plusvalía que genera la clase trabajadora.
En segundo lugar, se combate la ideología individualista y el mito de que uno se basta a sí mismo por su propio mérito. El fenómeno de la cooperación social permite refutar esta ideología. Contra el discurso del individuo autosuficiente, el artículo desmitifica el concepto de individuo, mostrando cómo el funcionamiento de la sociedad se basa en la cooperación de millones de trabajadores en todo el mundo. Sin embargo, esta cooperación está ordenada por y para la burguesía. En el capitalismo, la cooperación social se sostiene en el despotismo de la producción y el “poder de mando” de la burguesía. El socialismo plantea como perspectiva reapropiarse de esa cooperación social, controlando “colectiva y democráticamente las posibilidades técnicas y sociales”, al mismo tiempo que busca refuncionalizarlas para apuntar a una sociedad en donde las y los productores se asocien libremente “uniendo sus fuerzas individuales como una gran fuerza de trabajo social”.
En tercer lugar, se realiza un contrapunto con los desarrollos sobre el “poder constituyente” de Antonio Negri y su relación con la cooperación. En la relación entre capital y trabajo hay una disputa de soberanías y poderes sociales en pugna. El mérito de esta aproximación es que permite pensar el poder político de la clase obrera no desde su rol de ciudadanía formal o unidad contingente de significantes, sino emergiendo desde el mismo corazón del funcionamiento de la moderna sociedad capitalista. Sin embargo, Albamonte y Maiello notan que, “a diferencia de lo que sostiene Negri, la fuerza productiva de la cooperación no es ni libre ni inmediatamente constituyente, en tanto, como señalaba Marx, se encuentra dominada por el capital. La potencia de la cooperación sólo puede desplegarse como ruptura, como potencia revolucionaria”. A partir de estas coordenadas, sostienen los compañeros, es posible volver a leer y reactualizar los debates sobre la planificación soviética durante los años veinte y los dilemas de la transición socialista.
Como se ve, la apertura del debate sobre la cooperación permite afinar la lucha ideológica desde el marxismo contra libertarios, derechistas y estafadores de redes sociales. El liberalismo contemporáneo es una versión afiebrada y degradada del liberalismo clásico, por lo que recuperar y reactualizar la crítica a la economía política de Marx es una necesidad imperiosa. Hasta la actualidad no se ha inventado una crítica más aguda y profunda de la filosofía liberal que la realizada por el marxismo.
En este comentario voy a profundizar sobre el concepto de cooperación en Karl Marx. En el artículo de Albamonte y Maiello se menciona cómo la potencia de la cooperación está dominada por el capital. Sin embargo, vale la pena desarrollar un poco más la brutal crítica que realiza Marx a la forma de cooperación propia del capitalismo, un aspecto que está menos explicado en dicho artículo. De hecho, considero que la reivindicación de la potencia productiva y de cooperación de la clase trabajadora sólo puede sostenerse en base a una crítica radical a la forma en que el capitalismo constituye esa cooperación.
¿Qué significa que la cooperación en el capitalismo aparezca como un “efecto del capital”?
En la sección cuarta de El capital (Tomo I), Marx desarrolla el movimiento lógico e histórico que va desde la cooperación simple, la división del trabajo y la manufactura, hasta la gran industria. La cooperación simple coincide con la producción a gran escala. Ésta “sigue siendo la forma básica del modo de producción capitalista, aunque su propia figura simple se presente como forma particular junto a otras más desarrolladas” (Marx, 2015, 408), como son precisamente la manufactura y la gran industria.
En estos capítulos llama la atención que la cooperación sea tratada de una forma eminentemente crítica. Aunque el despliegue de la cooperación no configura una descripción histórica propiamente dicha, existe un esfuerzo por situar históricamente la categoría de cooperación. Creo que esto se debe en gran parte a que los economistas burgueses clásicos como Adam Smith no sólo ensalzaron al individuo sino que –como contracara necesaria–, hicieron homenaje a la cooperación en tanto división del trabajo, proyectando y naturalizando tanto al individuo como la socialización capitalista mediada por el intercambio mercantil a toda la historia humana. Esta proyección hacia el pasado constituía para Marx una verdadera operación ideológica, puesto que los economistas burgueses no ponían al individuo ni la división del trabajo como un resultado histórico, sino como punto de partida de la historia (Marx, 2005, 4).
Desde este punto de vista, se podría decir que Marx realiza una apropiación crítica de la noción de cooperación presente en los economistas clásicos, desmitificándola e historizándola. Por eso es que me parece que reivindicar la potencia de la cooperación social de la clase trabajadora supone una crítica muy radical a la cooperación propia del capitalismo.
En ese sentido, Marx tiene frases brutales sobre la cooperación, pues esta misma “aparece como forma específica del proceso capitalista de producción”. En efecto, “los asalariados no pueden cooperar sin que el mismo capital, el mismo capitalista, los emplee simultáneamente” (Marx, 2015, 401). La cooperación misma sería “nada más que un efecto del capital”. De esta forma, en el capitalismo la cooperación es una forma de dominación: lo que empuja a los trabajadores a “cooperar” en el proceso de producción social es su necesidad de vender su fuerza de trabajo para sobrevivir.
Efectivamente, el “poder de mando” del burgués es la expresión más concreta de esta dominación. Marx nota cómo la universalización de la igualdad y libertad de todos en tanto ciudadanos y consumidores no es simplemente una falsedad o una ilusión. Esa libertad y equiparación de todos es una característica propia del capitalismo, sin lo cual el trabajador asalariado no podría vender “libremente” su fuerza de trabajo: la libertad contractual es indispensable para que exista explotación. Pero justamente es por este motivo que la universalización de la libertad va de la mano con el aumento del despotismo en el trabajo: la dictadura patronal en donde “las órdenes del capitalista se asemejan a las órdenes del general en el campo de batalla”.
Ahora bien, en el marco de este debate es importante notar que la dominación que se genera por una cooperación puesta en función del capital, no se produce sólo dentro del lugar de trabajo, sino también fuera de éste. Como decíamos, las y los trabajadores están forzados a cooperar, a vender su fuerza de trabajo para poder sobrevivir en el capitalismo [1]. Así, la cooperación no puede entenderse por fuera del rol que juega en un modo de producción históricamente determinado. La tarea no se reduce a cambiar el sujeto que usufructúa de la cooperación social, sino atacar las bases mismas de la dominación burguesa.
A diferencia de épocas anteriores, el capitalismo lleva a que la cooperación mediada por el valor sea universal. Hoy esa realidad es más palpable que nunca: millones de proletarios en todo el mundo colaboran todos los días sin siquiera proponérselo, para echar andar la producción y reproducción de toda la humanidad. Existe una conexión “universal” que se sustenta en el trabajo, pero es una conexión social que no controlamos y que nos domina. Efectivamente, como se plantea en el artículo de Albamonte y Maiello, de lo que se trata es que los trabajadores puedan dominar ese poder y no ser dominados por él, lo que supone una ruptura revolucionaria con el orden existente dirigida por la clase trabajadora en contra de los capitalistas.
Cooperación, individualismo y comunismo
Me parece importante destacar que en Marx hay una relación dialéctica entre la cooperación dada por una producción socializada y la “indiferencia” propia de los intereses privados. Como se desarrolla en el Manifiesto comunista, el capitalismo ataca directamente las formas comunitarias y de dependencia personal precapitalistas. En el apartado “El dinero como relación social” de los Grundrisse, Marx plantea que “la conexión y la dependencia de todos en la producción y en el consumo se desarrollan a la par de la independencia y la indiferencia recíproca” (Marx, 2005, 88).
Esta dialéctica es propia de la sociedad capitalista. Marx distingue la cooperación premoderna de la propiamente capitalista. Por un lado, “reivindica” que en las formas “primitivas” las condiciones de producción son de propiedad común, pero al mismo tiempo nota que en este estadio el individuo está “sometido” a la entidad comunitaria. Por otra parte, la cooperación en el mundo antiguo, la Edad Media y colonias se funda en relaciones directas de dominación, a diferencia del capitalismo que se basa en el asalariado libre. El comunismo, en cambio, sería la “libre individualidad, fundada en el desarrollo universal de los individuos y en la subordinación de su productividad colectiva, social, como patrimonio social” (Marx, 2005, 85) [2].
Creo que es interesante ese ángulo de la teoría marxista. El capitalismo tiene esa contradicción de raíz: su producción es social, pero al mismo tiempo se trata de productores privados que no producen de acuerdo a un plan general. Como planteaba Marx, “la necesidad misma de transformar el producto o la actividad de los individuos ante todo en la forma de valor de cambio, en dinero, y de que sólo en esta forma de cosa ellas adquieran y manifiesten su poder social, demuestra dos cosas distintas: 1) que los individuos siguen produciendo sólo para la sociedad y en la sociedad; 2) que su producción no es inmediatamente social, no es ‘el fruto de una asociación’ que reparte en su propio interior el trabajo” (Marx, 2005, 86).
En el capitalismo el trabajador aparece desgarrado por ambas tendencias. Por un lado, hace que éstos “se disocien, se aíslen, se yuxtapongan”. Como la producción no es inmediatamente social, sino mediada por los fines privados capitalistas –es una producción anárquica que no es fruto de una asociación común–, materialmente lo que empuja la cooperación es conseguir el sustento para la vida. Esta es la base material para la ideología individualista y ahí reside su poder.
Pero por otro lado, por el mismo motivo, en el capitalismo la fuerza de trabajo del obrero es “impotente en su soledad” (Marx, 2015). Como decía Marx, el proletariado “está incapacitado por su propia constitución para hacer nada con independencia”. La clase trabajadora comparte estos intereses materiales e históricos, lo que como plantea Albamonte y Maiello en su artículo se “manifiesta espontáneamente en la resistencia sorda de todos los días”, “tendencias profunda a rechazar el mando del capital y reafirmar la cooperación”. Esta es la base material para la cooperación, la unidad y la solidaridad obrera.
Creo que es importante notar que esta dependencia conceptual entre individualismo y cooperación tiene su expresión concreta en la lucha de clases, que es material e ideológica (incluso valórica). Sin esta lucha ideológica y sin esa lucha de clases dirigida a atacar la propiedad de los medios de producción, nada asegura que la potencia de la cooperación se exprese como tal. Incluso la potencia de la cooperación puede expresarse en luchas colectivas sindicales, pero si éstas se reducen pelear por intereses netamente individuales sin conectar dichos combates parciales con una estrategia de emancipación para el conjunto de la sociedad, entonces la potencia de la cooperación puede ser neutralizada bajo el dominio del capital.
En ese sentido, cabe precisar la idea planteada en el artículo que “el individualismo que se manifiesta en la apropiación individual de la riqueza se ha vuelto anacrónico”. El individualismo capitalista tiene bases materiales propias en la forma de dominación capitalista. Aunque si entendemos ese anacronismo como la contradicción entre socialización de la producción, propiedad y apropiación privada, esto resulta totalmente cierto. De hecho, esa contradicción entre cooperación e individualismo abre espacios para las crisis, para la acción revolucionaria del proletariado y de acabar con la forma mezquina y miserable en que el capitalismo ordena la sociedad.
A partir de esto es que se abre el debate sobre programa, estrategia y táctica, el cual constituye un campo teórico por sí mismo. Contra todos los socialistas utópicos, proudhonianos y románticos varios, Marx consideraba preferible que el capitalismo estableciera una conexión universal basada en relaciones sociales, frente a los nexos locales basados en los círculos naturales de consanguinidad, o en las relaciones de señorío y servidumbre. Como decía, “los individuos no pueden dominar sus propias relaciones sociales sin antes haberlas creado” (Marx, 2015, 89). Pero el hecho que esta conexión aparezca como ajena y autónoma es una muestra aún de su estrechez en el capitalismo: de lo que se trata es que la producción social pueda ser controlada como un patrimonio común.
El capitalismo establece un mecanismo rudimentario de relación social: la equiparación de lo heterogéneo. Una “imposición miserable” que eleva “el tiempo de trabajo como única medida de la riqueza”, como lo formula Albamonte y Maiello. La pregunta que surge es cómo mantener un nexo social general sin que éste sea abstracto como el capital. ¿Es posible prescindir de la abstracción y mantener la conexión universal? A partir de esta pregunta se abre el debate estratégico. Se trata de un aspecto que no puede derivarse únicamente desde la lógica inmanente: requiere decisiones programáticas y acción política, es decir, un debate de táctica y estrategia. Por eso resulta absurdo despacharse más de cien años de rico debate teórico en torno al socialismo y el comunismo –o, peor, despacharse las grandes luchas de la clase obrera por su liberación–, afirmando simplemente, por ejemplo, que la derrota y fracaso de la revolución rusa se debió a que mantuvo la ley del valor.
Es el mismo Marx quien estableció algunos parámetros del debate en La crítica al programa de Gotha, concibiendo el socialismo (centralización de los medios de producción en el Estado en base a la democracia proletaria) como una transición al comunismo, a una sociedad no basada en la medida del “tiempo de trabajo”. Es decir, nuestro objetivo político no es simplemente cambiar el sujeto que se apropia de la plusvalía, puesto que el foco no puede ponerse en la “distribución”, sino en buscar destruir la subordinación esclavizadora de los individuos a la división del trabajo.
Creo que tanto el artículo sobre la cooperación de Albamonte y Maiello, como también los “Apuntes sobre la lucha de ideologías más allá de la Restauración burguesa” tienen el mérito de buscar reactualizar estos debates para el presente. El primero, por hacer una relectura de los debates sobre planificación socialista en las sociedades de transición; el segundo, por abordar de frente el problema de cómo pensar el problema de la conexión universal reapropiada desde la óptica de las nuevas tecnologías y su potencialidad para pensar la planificación.
Consecuencias para la lucha ideológica de sentidos comunes
Considero que la relectura de la crítica de la economía política de Marx no sólo es útil para la comprensión de las tendencias más profundas del capitalismo, sino también para la disputa ideológica de sentidos comunes. A continuación esbozo algunos apuntes sobre la posible traducción política de los debates teóricos antes planteados. El énfasis en la potencia de la cooperación obrera y el énfasis en la crítica a la forma de cooperación social propia del capitalismo deben constituir un doble movimiento:
a) Por un lado, está la lucha ideológica contra el liberalismo y neoliberalismo que transforma al individuo aislado en el prototipo, como si lo que hiciera fuera fruto del trabajo individual y no social. Desmitificar toda esa ideología y mostrar el carácter social y cooperativo de la producción es un aspecto fundamental. Esto supone mostrar la potencia creadora y productiva de la clase trabajadora, una pelea de valores que tiene como objetivo pelear por la unidad y organización de la clase trabajadora como sujeto, y no como “polvo social” aislado. Desde ahí también entiendo todas las elaboraciones que buscan recuperar la tradición de lucha de la clase trabajadora como sujeto independiente frente al liberalismo y el peronismo (algo que en Chile también estamos buscando hacer en polémica con la tradición reformista encarnada sobre todo en el Partido Comunista, con diversas elaboraciones como el artículo de Pablo Torres “Los socialistas y el Estado en Chile” o “La crisis de hegemonía en Chile: entre la defensa activa de la herencia de la dictadura y los intentos de ‘ampliación el Estado’” escrito por mí como documento para el VII Congreso del PTR).
b) Ahora bien, junto con esto creo que debemos realizar una crítica brutal y radical a la forma de trabajo y de cooperación capitalista como función del capital. La ideología libertaria de ser “tu propio jefe” y de emprendedurismo dialoga con una fibra real. Responde a la realidad de un trabajo cada vez más precario. Ser trabajador “apatronado” implica explotación y tener que obedecer las órdenes del capitalista con su poder de mando. Y nadie quiere eso. Esto se ha acrecentado no sólo con la ofensiva noeliberal, sino sobre todo en las condiciones de crisis de la hegemonía neoliberal. Los trabajadores no controlan sus condiciones de producción ni de vida. En una sociedad basada en un trabajo precario e inestable (sumado a la guerra, catástrofes, etc), se impone la pregunta ¿cómo controlar nuestra propia vida?
Los libertarios ofrecen la panacea del “control individual”. Buscan combatir duramente cualquier ideología que lleve a un imaginario de “control colectivo” del proceso productivo. Dialogan con esa idea de “no tener jefes”. Es un intento espurio de apropiarse de la búsqueda de sacudirnos del yugo del mando jerárquico en el trabajo. Pero lo hacen con una salida ilusoria, que no es más que una estafa. Como decía Marx sobre la subordinación a las relaciones de dominación capitalistas, “el individuo aislado puede accidentalmente acabar con ellas, pero esto no ocurre con la masa de quienes son dominados por ellas” (Marx, 2005, 92).
Pero frente a esta mentira, nosotros debemos reivindicar el programa de fondo de los comunistas. No queremos un trabajo “apatronado digno”. Nosotros no sólo queremos que la clase trabajadora controle el proceso productivo: queremos acabar con el trabajo asalariado mismo, que para nosotros es esclavitud asalariada. No defendemos el trabajo como ideología, no somos productivistas ni obreristas, lo que defendemos es la potencia revolucionaria de la clase trabajadora, que parte de su poder objetivo en la producción. No queremos “emancipar el trabajo”, sino abolir el trabajo en su forma capitalista.
Por otro lado, habría que notar que la cooperación moderna se impone violentamente, forzadamente. Acá se abre toda la problemática de la subsunción del trabajo. Esto es importante para pensar el programa y la disputa de los sentidos comunes. Desde esta óptica hay algunos aspectos que adquieren una nueva luz:
a) La cooperación capitalista supone la “equiparación”, la “desprofesionalización”, la realización de tareas parciales y repetitivas [3]. Incluso mientras más avanza el conocimiento científico y éste se aplica en la tecnología de la producción, más incontrolable e indescifrable se vuelve esa tecnología. Esto lo realiza imponiendo la “desprofesionalización” (con tareas, agreguemos nosotros, que se parecen cada vez más a un mero gasto fisiológico) y por otro lado, buscando que las tareas altamente especializadas –indispensables para el capital– estén lo suficientemente fragmentadas como para evitar que tengan un poder sobre el propio proceso productivo.
Debemos mostrar cómo opera este mecanismo del capital. Para hacer ideología comunista es necesario mostrar cómo la división del trabajo en el capitalismo se basa en hacernos más tontos, en hacer tareas repetitivas, rutinarias, en tratarnos como números desechables. Y que por lo mismo, la promesa del capitalismo de “respeto irrestricto del proyecto de vida del prójimo” como repite Milei, es una gran mentira, porque el trabajo en el capitalismo impide el desarrollo pleno de las propias habilidades y la individualidad. ¿Qué proyecto de vida pleno es posible en el capitalismo, si la vida misma está sujeta a la más pura arbitrariedad del mercado, a su inestabilidad y precariedad? Mientras que los capitalistas claman día y noche contra la “incertidumbre” económica y tienen una susceptibilidad enfermiza con cualquier cosa que los haga sentirse inseguros en sus inversiones, condenan a las y los trabajadores a la incertidumbre continua respecto a su continuidad laboral y condiciones de trabajo. Encima quieren convencernos que esa “incertidumbre” es beneficiosa, puesto que la flexibilidad del trabajo nos daría más control sobre nuestro propio tiempo, cuando sabemos que es exactamente lo contrario.
b) Mostrar cómo la equiparación propia del capitalismo (la igualdad formal), significa que los capitalistas buscan aprovechar e incentivar todas las divisiones y choques entre proletarios. Un ejemplo muy actual es la ideología contra los migrantes. El objetivo de esto es mantener el control de la producción y la disciplina. Pero los capitalistas no se pueden “pasar de mambo” completamente, porque necesitan que entre trabajadores nacionales y extranjeros haya colaboración en la producción (el trabajo migrante es absolutamente indispensable). Quizá mostrar esa hipocresía, anclada en las necesidades propias de valorización capitalista, puede ayudar a delinear un enemigo común y discernir los intereses compartidos entre trabajadores nacionales y migrantes.
Ediciones citadas
Marx, Karl (2005): Elementos fundamentales para la crítica de la economía política (Grundrisse) 1857-1858, Ciudad de México: Siglo XXI Editores.
Marx, Karl (2015), El capital, Buenos Aires: Siglo XXI Editores.
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