Ciertas remembranzas de la “Guerra Fría” afloraron en la reciente cumbre de la Organización del Tratado de Atlántico Norte (OTAN), aunque ahora la competencia es por la hegemonía capitalista en el siglo XXI entre dos potencias que dependen una de otra. De allí emanó un comunicado donde señalan a Rusia como una amenaza y a China como un desafío para la seguridad mundial. Biden busca contrarrestar el ascenso chino y uno de sus blancos es frenar la Iniciativa de la Franja y la Ruta de la Seda. ¿Qué papel le asigna a México el imperialismo estadounidense en esta disputa?
Lunes 21 de junio de 2021 18:10
Una dura tormenta en Texas dejó sin electricidad en febrero pasado a buena parte del norte de México. Los vasos comunicantes de esta relación asimétrica donde Estados Unidos pone las reglas y México acata se evidenciaron una vez más. Gasolinas y gas natural son los principales productos que importa México desde Estados Unidos, y suministra al vecino del norte vehículos ligeros y computadoras, productos que encabezan el ranking de exportaciones. Minerales de cobre y de plomo y sus concentrados son los principales productos que vende México al gigante asiático, y compra a ese país circuitos modulares para computadoras, el número uno de los productos importados desde China.
En el primer verano de Joe Biden en la Casa Blanca, en el Capitolio se escuchó una voz “Quien gane la carrera hacia las tecnologías del futuro será el líder económico mundial”. Era el senador Chuck Schummer, líder de la mayoría demócrata. El 8 de junio pasado se aprobó un financiamiento de 170 mmd para innovación y desarrollo en nuevas tecnologías, para fomentar la producción de semiconductores en EE. UU., un insumo que se produce principalmente en Asia y cuya escasez durante 2020 afectó la cadena de valor de la industria automotriz en América del Norte. Se autorizó 120 mmd para la Fundación Nacional de la Ciencia, una agencia gubernamental, que se aplicarán a la investigación en inteligencia artificial y la ciencia cuántica. A su vez, el desarrollo del 5G, uno de los ejes del conflicto sinoestadounidense, se llevará 1,500 mdd.
A casi un año de la entrada en vigencia del T-MEC (1/7/2020), en el adverso contexto de la pandemia que profundizó la crisis económica internacional que se arrastraba desde el 2008 con la caída de Lehman Brothers, México es socio comercial de ambas potencias. Es uno de los peones en el fuego cruzado de un conflicto geopolítico hoy centrado en el aspecto comercial y diplomático, pero que amenaza escalar. La balanza comercial de México con China en 2020 acusó un déficit de US$ 65,639,527, mientras que para el mismo año con Estados Unidos tuvo un superávit de US$ 171,367,202. [1] Pero apariencia no es esencia.
Ya desde antes de la entrada en vigor del TLCAN, se empezó a configurar una cadena de valor en América del Norte en la cual México es una gigantesca ensambladora de insumos producidos en otros países y exportados a Estados Unidos en primer lugar, y al resto del mundo, que se caracteriza también por la dependencia de las importaciones de bienes de capital. La industria automotriz, la aeroespacial, la de electrónicos, todo se articula en función de los nichos de mercado que más ganancias reporten a las trasnacionales. Y como complemento, se desarrolla la explotación de recursos, entre los que destaca la minería, mientras la producción petrolera ha declinado en las últimas décadas —aunque ahora el gobierno de AMLO busca reactivar esa actividad. [2] Así es que con todo y superávit en el comercio con Estados Unidos, son las trasnacionales, en primer lugar, las estadounidenses, las que deciden qué, cómo y cuánto se produce en México.
Causas y consecuencias de las tensiones sinoestadounidenses
Como desarrolla Paula Bach, la profundización de las tensiones entre ambos países ‒que vienen desde la presidencia del republicano Donald Trump y continúan durante la del demócrata Joe Biden‒ “representan un subproducto de la debilidad de la economía global pos 2008/9 que en términos económicos estructurales se manifiesta fundamentalmente a través de cuatro variables. La primera, la debilidad del crecimiento de la economía mundial, la segunda, la debilidad de la inversión, la tercera, el débil crecimiento del comercio mundial y la cuarta, la debilidad del crecimiento de la productividad del trabajo”. En esencia, el conflicto sinoestadounidense abarca la economía, la tecnología, la geopolítica y el desarrollo militar.
Pero la competencia está cruzada por la interdependencia entre Estados Unidos y China. Importantes trasnacionales estadounidenses como Apple, The Walt Disney Company y Walmart operan en China. El 25 % de la deuda pública de Estados Unidos ‒cuyo total asciende a US$ 28.1 millones‒ están en manos de otros países. Después de Japón, es China la mayor tenedora de bonos estadounidenses, con 1.1 trillones de dólares. Esto a pesar de las tensiones y a la vez como causa de las mismas, ya que el imperialismo busca mejorar las condiciones para sus trasnacionales, al tiempo que ganar la delantera en avances tecnológicos es una vía para mantener la hegemonía mundial.
Los intereses del imperialismo estadounidense no necesariamente coinciden al 100 % con los de sus grandes capitales. Esto puede explicarse, según Michel Husson, porque “las grandes empresas tienen como horizonte el mercado mundial y que una de las fuentes de su rentabilidad reside en la posibilidad de organizar la producción a escala mundial minimizando costes y localizando sus beneficios en los paraísos fiscales. No tienen ninguna obligación que les fuerce a recurrir al empleo doméstico, y sus salidas están en gran parte desconectadas de la coyuntura nacional de su puerto de enganche. Esto quiere decir que el débil crecimiento del mercado interior de un país es soportable para las empresas de ese país, siempre que disponen de salidas alternativas en el mercado mundial. La tarea de los Estados, y esto es particularmente cierto en Europa, ya no es defender a sus campeones nacionales, sino hacer todo lo posible para atraer las inversiones extranjeras a su territorio”.
Así puede verse en las tensiones entre Amazon, Apple, Facebook y Google y los gobiernos estadounidenses, desde Obama, pasando por Trump y ahora con Biden. Desde las llamadas a rendir cuentas en el capitolio que afrontaron Mark Zuckerberg y Jeff Bezos, entre otros, al reciente nombramiento de Lina Khan al frente de la Comisión Federal de Comercio, las acusaciones de abusar de su posición dominante en los mercados para establecer las reglas y los precios para el comercio electrónico, las búsquedas, las redes sociales y la publicidad en línea persisten. Mal que le pese a la Casa Blanca, como explica The New York Times, Apple tiene el grueso de su producción en China, vende allí 55,000 millones de dólares, y tiene una red de suministros tan extendida que considera imposible dejar el territorio chino. Apenas, en mayo, inauguró un edificio en la provincia de Guinzhou, donde almacena datos de sus clientes chinos. Pero las instalaciones y la gestión son propiedad de una empresa estatal china. Todo eso implica que Apple se somete a las leyes de ese país, más allá de los intereses geopolíticos del imperialismo estadounidense. La contradicción para la Casa Blanca está en que regular o desmembrar a las high tech como una medida antimonopolio puede coartar el desarrollo tecnológico tan caro a los ojos de Estados Unidos en su carrera con China.
Estrictamente en cuanto a la competencia sinoestadounidense en el plano tecnológico —dos de cuyos hitos son el conflicto de EE. UU. con Huawei y el desarrollo del 5G— está vinculada con la imperiosa necesidad de abrir nuevos espacios para la acumulación de capital y la urgencia de abrir nuevos mercados. Las grandes empresas tecnológicas se han fortalecido durante la pandemia, ya que a través de la acumulación de datos y la apertura de espacios publicitarios se han transformado en una vía para la circulación y venta de productos y servicios de las empresas tradicionales.
Las ambiciones de China
La Nueva Ruta de la Seda, el proyecto de red comercial de China entre Asia, África y Europa, que está extendiéndose a América Latina y el Caribe, se complementa con el plan “Made in China 2025”, cuyo objetivo es llevar a cabo cambios estructurales, para realizar la transición de una economía basada en la producción de bienes de bajo valor agregado, a desplegar una industria centrada la producción e innovación de alta tecnología, para competir en el mercado internacional.
Mientras en Latinoamérica y el Caribe el desembarco de inversiones chinas se hace notar, en México están aún muy limitadas. Sólo durante el gobierno de AMLO, para evitar una confrontación con Estados Unidos, las empresas chinas quedaron fuera de los grandes megaproyectos, como el Tren Maya y la Refinería Dos Bocas. Sin embargo, desde el TLCAN en adelante, China encontró una entrada al mercado estadounidense a través de los insumos importados desde ese país que se utilizan en el ensamblaje de vehículos ligeros en tierras mexicanas. Ni las restricciones respecto a las reglas de origen [3] incluidas en el T-MEC han frenado esto, ya que los semiconductores —indispensables en la producción de automóviles, telefonía y computadoras— se producen en China y aún los países de América del Norte no pueden autoabastecerse, como se evidenció durante la pandemia.
Con la reactivación de la economía, es posible que China busque invertir en México, para fortalecer su llegada vía indirecta al mercado estadounidense. Un sector de empresarios agrupados en la Asociación Mexicana de Capital Privado —de la cual son parte Hisense Monterrey, una empresa de electrodomésticos, y O’Donnel México, empresa desarrolladora de parques industriales, entre otras— los esperan con los brazos abiertos. Tienen expectativas en que China traslade la operación de empresas a este país mediante el nearshoring, un mecanismo por el cual una compañía transfiere sus procesos de negocio o de tecnología a terceros localizados en países distintas, para lograr reducir costos. Es posible que intente trasladar la producción que contengan menos valor agregado, mientras se desarrollen las tecnologías de punta en el gigante asiático.
No obstante, México es el patio trasero de Estados Unidos. Es su parque de ensamblaje, como señalamos arriba. En el marco de la competencia con China, existe la posibilidad de que el imperialismo estadounidense reconvierta parte de su producción y tenga el objetivo también de desplazar parte de su producción al sur del río Bravo, aquella que incluya menos valor agregado, como productos destinados al consumo. De hecho, la reciente visita a México de la vicepresidenta de Estados Unidos, Kamala Harris, más que obtener resultados inmediatos ante el endurecimiento de las políticas antimigratorias con su oprobioso mensaje “No vengan”, marcó territorio ante la sombra de la ambición china.
Así puede leerse el aporte de 130 mdd de EE. UU. a la aplicación de la reforma laboral “para fortalecer las normas laborales, proteger a los trabajadores y promover condiciones de trabajo aceptables” según citó La Jornada (9/6/2021). Esta medida es un nuevo salto de la injerencia estadounidense, que busca regular las normas laborales en México a través de uno de los capítulos del T-MEC de manera tal que se mantengan las condiciones de precarización que hacen tan rentables las inversiones al sur del río Bravo, pero no tanto que implique una nueva nivelación de salarios y condiciones de trabajo a la baja en suelo estadounidense, para no generar descontento en la clase trabajadora que en gran parte es base del gobierno de Biden.
Es un delicado equilibrio el que debe mantener AMLO, quien por encargo del imperialismo impulsó la nueva reforma laboral, a pedido de Canadá y Estados Unidos durante la firma del Tratado de Libre Comercio (T-MEC) para ”que México consolide una verdadera justicia laboral”, como señala la página de López Obrador. Esto se presenta como una vía de “democratización de los sindicatos”, con el voto libre y secreto de los trabajadores para elegir sus representantes sindicales en elecciones que organizan las direcciones burocráticas actuales. Una hipótesis es que se trate de una medida inscripta en regular los avances de la precarización laboral en México, un aspecto que la AFL-CIO, central sindical estadounidense, exige a su gobierno para limitar la relocalización de las compañías yanquis que resulte en nuevos despidos y descontento en la clase trabajadores estadounidense.
La búsqueda de nichos para transferir los eslabones productivos de menor valor es una perspectiva tanto Estados Unidos como para China. México es un territorio en disputa: los bajos salarios y la precarización laboral impuesta desde la aplicación de los planes neoliberales en la década de 1990 constituye un enorme atractivo para el gran capital. Y, más allá de su discurso de “soberanía energética”, lo cierto que AMLO no ha revertido las facilidades para que las trasnacionales se abastezcan de recursos naturales a costa de la expoliación de los pueblos originarios y las comunidades, con desplazamientos forzados y devastación ambiental incluidos.
En los próximos años podemos asistir a una reconfiguración de la producción y al fortalecimiento numérico de la clase trabajadora, pero uno de los factores de los que a va a depender es la dinámica de la economía internacional. En lo inmediato, en el primer trimestre de 2021, China creció 18.3 %, Estados Unidos 6.5 % y México se mantiene en un letárgico 0.8 %. Está por verse hasta dónde puede llegar el efecto rebote luego de la apertura económica, sin haber cerrado la pandemia y sin que se hallan resuelto las contradicciones estructurales del capitalismo: la escasez de espacios rentables para la acumulación ampliada y la necesidad de conseguir nuevas fuentes de trabajo cada vez más barato; es decir, con menores salarios, menos prestaciones y con la extensión de la edad jubilatoria.
Es la clase trabajadora la que tendrá la última palabra: trabajadores sindicalizados, no sindicalizados, subcontratados, formales, informales, unidos. De su respuesta ante la ofensiva del capital y la creciente subordinación de México a Estados Unidos, de su capacidad de sacarse de encima a la burocracia sindical y, a la vez extender, lazos de solidaridad con los trabajadores estadounidenses dependerá avanzar en cuestionar las ganancias capitalistas como objetivo que subyuga la vida humana, y poner el desarrollo de la ciencia y la tecnología al servicio de las mayorías.
Fuentes consultadas
Anguiano, Eugenio, “Las vinculaciones de México con China y Estados Unidos”, EconomíaUNAM, vol. 16, núm. 46, enero-abril 2019, pp. 146-154.
Dussels Peters, Enrique, “La nueva relación triangular entre Estados Unidos, China y América Latina – el caso de México”, Fundación Heinrich Böll, 10 de enero de 2020.
Ortiz Velázquez, Samuel, “La relación comercial de México con Estados Unidos y China en el siglo xxi: efectos en la integración local del aparato productivo mexicano”, Economía Informa, vol. 407, noviembre-diciembre 2017, pp. 18-39.
Pacheco, Mirta, “Entrevista a Paula Bach: nuevas tecnologías, TikTok, competencia, ‘gratuidad’ y trabajo humano”, semanario Ideas de Izquierda, 13 de septiembre de 2020.
[1] Datos de la subsecretaría de Comercio Exterior de México.
[2] El proyecto de la Refinería Dos Bocas, la compra de la refinería Deer Park en EE. UU., el impulso de la reforma petrolera que, en nombre de la soberanía energética —alusión a Lázaro Cárdenas, el presidente que llevo a cabo la expropiación petrolera de 1938, una medida de corte progresista como señaló Trotsky—, busca acotar las prerrogativas de las trasnacionales energéticas son algunas de las acciones que desplegó el gobierno de AMLO como una vía para volver al autoabastecimiento de petróleo en México. Sin embargo, son medidas insuficientes que no buscan revertir el avance del capital en sector energético. Como señalamos acá, la vía para recuperar la soberanía energética pasa por la lucha de las y los trabajadores del sector, con la movilización independiente del gobierno, los empresarios y sus partidos, que se plantee la nacionalización de todos los sectores privatizados bajo control obrero.
[3] En el T-MEC se ampliaron las reglas de origen, según las cuales se debe aumentar el contenido regional —proveniente de los países socios— respecto al acero y el aluminio, así como la proporción de insumos producidos en la región que son necesarios para la fabricación de bienes como automóviles.