La “cuestión china” viene siendo motivo de amplio debate entre marxistas. A continuación reproducimos un intercambio entre Michael Pröbsting, Secretario Internacional de la Corriente Comunista Revolucionaria Internacional [1] y Esteban Mercatante, suscitado a partir de distintos artículos e intervenciones en el foro marxmail, que contó también con otras opiniones y puede leerse acá. Recomendamos también el Dossier sobre China, publicado en esta misma edición de Ideas de Izquierda.
Carta de Michael Pröbsting
Esteban,
En tu última contribución a la lista, escribiste: “La segunda cuestión es si China es, o está a punto de ser, la principal potencia imperialista. Creo que esto no puede lograrse sin una gran confrontación y derrota de EE. UU.”. Estoy totalmente de acuerdo y así lo dijimos en nuestros trabajos sobre esta cuestión.
Pero la cuestión es que ¿cuál es el carácter de clase de China hoy, es decir, antes de una confrontación tan decisiva? Quiero decir que si estamos de acuerdo en que China se ha convertido en capitalista hace tiempo (en contraste con, digamos, la URSS antes de 1991), ¿cómo podría desafiar la dominación estadounidense sin ser ya una potencia imperialista?
¿No sería un análisis absurdo creer que existen potencias imperialistas establecidas (como Alemania, Francia, Reino Unido, Japón) que no son lo suficientemente fuertes como para desafiar a EE. UU. pero que aquellas potencias que realmente desafían la hegemonía de EE. UU. (y que son claramente capitalistas), que estas potencias no son imperialistas? Eso me parece una posición ilógica desde el punto de vista de Marx.
Por lo tanto, creo que debemos afirmar claramente que China ya se ha convertido en una potencia imperialista, pero que no es la potencia dominante. De hecho, el período histórico actual se caracteriza por la situación de que no hay una sola potencia que domine el orden mundial. Estados Unidos sigue siendo el más fuerte pero ya no es el hegemón absoluto y está en declive.
En cuanto a las consecuencias para la táctica revolucionaria. Me parece que hay una cierta contradicción interna en tu argumento. En primer lugar, escribes: “Sobre la cuestión de un enfrentamiento entre China y el imperialismo de EE. UU. o de la UE, no creo que mi conceptualización deba llevar a ponerse del lado de China”. Pero luego dices: “Yo no diría de antemano que la posición correcta a tomar es el derrotismo de ambas partes. Mi opinión es que dependerá de la naturaleza de la conflagración”. Así que me parece que, efectivamente, su análisis abre el camino para ponerse del lado de China.
Pero discutamos esto más concretamente. ¿En qué condiciones podría uno ponerse del lado de China? Quiero decir que el conflicto entre Estados Unidos y China no es un territorio desconocido. Podría haber un conflicto en torno a Taiwán cuando Pekín intente conquistarlo y Washington se ponga en su “defensa”. Podría haber un conflicto a partir de un enfrentamiento en el Mar de China Meridional cuando Pekín se enfrente a uno de sus vecinos (es decir, Vietnam, Filipinas) y, de nuevo, Estados Unidos se ponga del lado de este último. Podría haber un conflicto con Japón. Podría haber un enfrentamiento con India. Y podría haber un enfrentamiento directo a partir de un “incidente” entre las fuerzas navales de ambas partes en el Mar de China Meridional o en el Pacífico. Tal vez haya olvidado otro escenario, pero estos son, en mi opinión, los posibles escenarios realistas de confrontación.
Entonces, la pregunta es ¿en cuál de estos posibles escenarios deberían, en su opinión, los socialistas ponerse del lado de China? En mi opinión, en ninguno.
Podrías decir ¿por qué es una cuestión tan importante? Bueno, porque como organización revolucionaria estamos obligados a dar una orientación a la vanguardia, a prepararla para los enfrentamientos y guerras que se avecinan. Una vez que comienza una guerra, es mucho más difícil preparar a la vanguardia. Habrá pánico: “esto puede desembocar en la Tercera Guerra Mundial”; habrá niebla de guerra: ambos bandos presentarán su versión de los hechos que condujeron a la guerra. ¿Quién tiene razón? Esto no se puede averiguar en esta situación de bombardeos, disparos y frenesí mediático.
No, camarada, si nosotros –como trotskistas– no educamos a la vanguardia ya desde ahora sobre el carácter de la confrontación entre las Grandes Potencias, tendremos una situación de absoluta confusión en las mentes de la vanguardia una vez que comiencen los disparos.
Además, es crucial dar a la vanguardia una orientación ya hoy, cuando hay todos los conflictos políticos, diplomáticos, comerciales, etc., en marcha entre las Grandes Potencias.
En definitiva, hay que dar claridad en el análisis y en el programa y no un planteamiento de “ya veremos”.
Lo dejo con esto, y me gustaría escuchar su respuesta sobre mis pensamientos.
Respuesta de Esteban Mercatante
Michael,
las cuestiones que vos planteas son importantes. Creo que podemos estar de acuerdo en las complejidades que conlleva dar cuenta del fenómeno de China, que dificultan las definiciones blanco o negro. Creo que las amplias divergencias entre autores y corrientes dentro del amplio espectro de autores marxistas es en buena medida resultado de esta complejidad. Nosotros en la FT venimos hace un buen tiempo estudiando e intercambiando sobre la cuestión, como podrás ver en los artículos que hemos publicado en nuestra red, no solo de mi autoría.
Para empezar, quiero volver a subrayar la importancia de teorizar las formas transitorias. Vos señalaste la cuestión del salto de cantidad en calidad, pero parte de ese proceso es el desarrollo de toda una serie transiciones hasta que se concreta ese cambio cualitativo. La noción de imperialismo en construcción aplicada a China busca dar cuenta de una transición, señalando una dirección (hacia consolidarse como imperialismo) pero sin considerar inevitable que se avance hacia la misma.
Vos señalás, “¿No sería un análisis absurdo creer que existen potencias imperialistas establecidas (como Alemania, Francia, Reino Unido, Japón) que no son lo suficientemente fuertes como para desafiar a EE. UU. pero que aquellas potencias que realmente desafían la hegemonía de EE. UU. (y que son claramente capitalistas), que estas potencias no son imperialistas?”. En mis artículos yo también subrayo el hecho de que, excluyendo a EE. UU. China ya muestra un nivel superior al del resto de las potencias, tomando en conjunto una serie de dimensiones (si las tomásemos por separado China estaría por delante en algunas, y por detrás en otras). Sin embargo, y esto no me parece menor, la superioridad de China va acompañada de una situación en la cual, el balance entre el conjunto de dimensiones, configura una formación social menos “coherente”. ¿A qué me refiero con esto? Centralmente, a que al día de hoy seguimos teniendo muchas Chinas dentro de China; un sudeste donde está lo más avanzado de la industria y tecnología mundial, donde se conforman las empresas que compiten cabeza a cabeza con las firmas de EE. UU., Alemania o Japón por dominar algunas de las tecnologías de punta; mientras que en el resto del país la situación es mucho más desigual. Esto tiene efectos muy serios: para hacer un paralelismo histórico, mientras que a Gran Bretaña como principal potencia imperialista la enfrentaron por el dominio mundial otras potencias que la estaban superando holgadamente en productividad, como EE. UU. y Alemania, hoy a EE. UU. lo desafía un país cuya productividad agregada es de un tercio la de EE. UU. El lastre de manejar estas distintas realidades dentro de China y disputar el dominio mundial acarrea inmensas dificultades. Si bien hoy ni Alemania, ni Japón, ni ningún otro país tiene las capacidades de China para desafiar a EE. UU., tampoco exponen una vulverabilidad de este tenor. Agreguemos el hecho, que en un punto es “simbólico” pero que también tiene una importancia no menor, de que estamos hablando de un Estado que se propone disputar el dominio mundial al mismo tiempo que mantiene reclamos de soberanía sobre Taiwán contra el apoyo del imperialismo yanqui que recibe el gobierno independentista de Taipei. Vos planteas, con algo de razón, que cualquier avanzada de China sobre Taiwán puede ser parte de un conflicto entre potencias. Pero el hecho de que para China esto sea condición sine qua non para alcanzar la integridad nacional no deja de ser otra muestra de lo contradictorio de su estatus.
Por otra parte, y esto no es una cuestión menor, después de la II Guerra Mundial muchas las potencias imperialistas de ambos bandos beligerantes, reconstruyeron su estatus como potencias como parte de un sistema de alianzas que las lleva a reconocer una posición subordinada respecto de EE. UU. Dicho reconocimiento fue una parte crucial para el despliegue de las políticas de reconstrucción que les permitieron a Japón y Alemania una rápida recuperación. Hoy China, que desde el viaje de Nixon mantuvo durante décadas una relación privilegiada con EE. UU., se encuentra fuera de dicho sistema de alianzas, y enfrentada a él, más allá del lugar que ocupa China en insituciones de la gobernanza global como el FMI o el Banco Mundial, en las que coopera con los intereses del capital global.
Yo hago hincapié en la categoría de imperialismo en construcción para señalar que, al igual que observan otros estudiosos de China, esta se encuentra en una etapa temprana de su despliegue imperialista. Convengamos que China hasta el momento no se mostró como una fuerza de ocupación fuera de su territorio (aunque dentro de su territorio responde duramente a cualquier reclamo de las nacionalidades oprimidas), y que la consolidación de su ascendiente sobre otras naciones, especialmente más allá de sus fronteras, se apoya en medios económicos como las inversiones a través del BRI, los créditos bilaterales, etc. No tiene ninguna red de bases militares en el exterior, y la mayor parte de su fuerza militar está abocada a los conflictos fronterizos. De vuelta, es cierto que para muchas potencias imperialistas tampoco se dan algunas de estas cosas; pero a través de la OTAN incluso las más débiles potencias militares de la UE intervienen activamente en los países dependientes y semicoloniales mucho más de lo que lo hace China. Yo creo que todavía estamos observando la transformación del Estado chino que lo termine de convertir en imperialista –cruzada por numerosas contradicciones internas que podrían abortar esta transformación, como señalo en los artículos– y que no sería correcto tomarlo como un proceso consumado. En los debates de comienzos del siglo XX, la caracterización de las potencias como imperialistas no dejaba ningún lugar a dudas sobre el carácter guerrerista y rapaz que estos estados estaban desplegando abiertamente y cuyas capacidades para desplegar no estaban “en construcción” sino plenamente desplegadas.
Dicho esto, yo considero que se trata de una situación sumamente fluida y en rápida transformación. Hace quince o veinte años primaban los rasgos dependientes en una China en la que además la restauración capitalista estaba apenas consolidándose. Hace diez años, o menos aún, yo me inclinaba por considerarla una formación dependiente con algunos rasgos imperialistas, y hoy estamos discutiendo cuánto se consolidó como imperialismo o imperialismo en construcción.
Sobre los escenarios bélicos, si bien los posibles conflictos pueden ser los que vos señalás, creo que el tipo de guerra de que se trate requiere considerar más elementos como por ejemplo el tipo de alianzas que se se conformen. Yo estoy de acuerdo en alertar contra las tendencias chovinistas y los preparativos de las clases dominantes, tanto en China como en EE. UU., para presentar cualquier choque como una “defensa de la nación contra la agresión externa”, en el primer caso, o una “defensa de la democracia” en el segundo, como mostraron semanas atrás con la payasesca conferencia por la democracia en la que Taipei fue uno de los grandes invitados por EE. UU. Pero, junto con esta advertencia, y conscientes de que es probable que se produzca una conflagración en la que la postura correcta esté en pronunciarse por la derrota de ambos bandos, creo que esto en definitiva no puede determinarse a priori, sino mediante un “análisis concreto de la situación concreta”.
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