[Nueva York] El resurgimiento del movimiento estudiantil suscita ecos del pasado que ayudan a articular aspectos clave de la dirección del movimiento contra el genocidio en Palestina. En el presente artículo, Daniel Alfonso de Left Voice de EE. UU. (parte de la Red Internacional de la Izquierda Diario) analiza algunos vínculos entre el movimiento actual y el movimiento contra la guerra de Vietnam.
En las últimas semanas, el movimiento estudiantil en Estados Unidos ha alcanzado una magnitud nunca vista en décadas, con decenas de campamentos en campus universitarios de todo el país y miles de estudiantes participando. Las reivindicaciones de los campamentos varían, pero la mayoría comparten un núcleo común: la revelación de las relaciones financieras de las universidades con el Estado de Israel y las empresas implicadas en la guerra, la desinversión de los fondos universitarios en Israel y la amnistía para los implicados en las protestas. Desde octubre se han celebrado en Estados Unidos importantes concentraciones y manifestaciones contra la guerra en Gaza, pero los campamentos han situado al movimiento en el centro de la política nacional durante las últimas semanas.
En la última semana de abril, decenas de campus de todo el país fueron reprimidos por la policía y las administraciones universitarias; más de dos mil personas fueron detenidas. Aunque esta represión -combinada con el final del semestre académico- ha hecho mella en el movimiento, éste no ha dejado pasar estos ataques. Cuatro mil personas marcharon el Primero de Mayo en la ciudad de Nueva York y el profesorado de CUNY emprendió un paro por enfermedad el mismo día. El sindicato UAW Local 4811, que representa a 48.000 estudiantes universitarios e investigadores de la Universidad de California, está votando si hace huelga o no en defensa de los que protestan contra la guerra, después de que estudiantes y profesores de la UCLA fueron brutalmente atacados por sionistas y la policía en su campamento. Incluso al final del semestre, los campamentos siguen apareciendo, y la policía los ha reprimido siempre que ha podido. El apoyo generalizado a Palestina, junto con la históricamente baja aprobación de Israel, están arraigados en amplios sectores de la sociedad.
El alcance del actual movimiento contra la guerra protagonizado por los estudiantes ha suscitado comparaciones con el histórico movimiento contra la guerra de Vietnam. En este breve artículo examinaremos algunas similitudes y diferencias entre el contexto que los informa.
Las comparaciones con el movimiento contra la guerra de Vietnam de los años 60 y principios de los 70 aparecen a lo largo de diferentes ejes. Desde los tibios artículos de opinión del New York Times que defienden el derecho de los estudiantes a protestar, manteniendo su política a distancia, hasta los artículos de opinión más acusadores tras la oleada de represión policial en múltiples campus, pasando por un Wall Street Journal cada vez más verborrágicos que da pábulo a la criminalización de la protesta, hasta diversos artículos de autores y publicaciones de izquierdas.
El columnista de opinión del New York Times Charles Blow enumera algunas similitudes sorprendentes entre 1968 y 2024, como que ambos fueron años de elecciones presidenciales con un demócrata impopular en el cargo, un movimiento estudiantil en auge que cobró vida en las últimas semanas del semestre de primavera y una convención demócrata en Chicago.
Aunque los ejemplos que menciona Blow son importantes paralelismos, el terreno es bastante diferente. La política mundial era muy distinta en los años 60 y principios de los 70. El mundo se había dividido tras la Segunda Guerra Mundial entre Estados Unidos y el bloque soviético en los acuerdos de Potsdam/Yalta. Habían surgido revoluciones en todo el mundo colonial y semicolonial, y el gobierno estadounidense había dedicado grandes esfuerzos a sofocar el descontento interno mediante el macartismo. Pocos años antes de que Estados Unidos entrara en guerra en lo que entonces se conocía como Indochina, los obreros y campesinos cubanos derrocaron el régimen dictatorial de Fulgencio Bastista en la Revolución Cubana, que no sólo constituiría una de las amenazas más graves para el imperialismo estadounidense en la región, sino que serviría de inspiración para millones de obreros y estudiantes de todo el país.
La guerra de Vietnam estaba en el centro de las tensiones nacientes en este nuevo orden mundial, con el imperialismo francés obligado a solicitar el apoyo estadounidense para mantener su colonia en Indochina. Esto nos lleva a la diferencia más significativa entre entonces y ahora: la guerra de Vietnam se libró con cientos de miles de soldados estadounidenses. En el transcurso del movimiento contra la guerra de Vietnam, según un relato liberal del movimiento contra la guerra, “quizás hasta seis millones de estadounidenses salieron a la calle, firmaron peticiones, escribieron cartas, asistieron a reuniones y mítines, participaron en vigilias y se involucraron en otras actividades contra la guerra” [1].
Como movimiento que se extendió a lo largo de varios años, sufrió altibajos en función de las operaciones en Vietnam, la situación política interna y la política de las organizaciones que lo lideraban, que se entrelazaron con la disposición general del movimiento. El movimiento fue ganando terreno a medida que la política de Lyndon B. Johnson, el llamado candidato «pacifista» -en comparación con el republicano Barry Goldwater-, se hacía cada vez más dura, las bajas se contaban por miles y los avances tecnológicos en la información revelaban con una rapidez sin precedentes imágenes de los horrores infligidos por el ejército estadounidense a la población civil vietnamita, entre ellos las quemaduras por napalm. También sacudió al Partido Demócrata, obligando a Johnson a no presentarse a la reelección ante las intensas críticas a las acciones de la administración en Vietnam. La Convención Demócrata de 1968 en Chicago hizo historia con protestas masivas fuera de la convención, a favor de los derechos civiles y contra la guerra en Vietnam. Pocos meses antes de la Convención, Martin Luther King Jr. -que había expresado su oposición a la guerra en 1965- había sido asesinado en Memphis mientras apoyaba una huelga de trabajadores sanitarios, lo que provocó intensas protestas en más de 100 ciudades.
No hay tropas estadounidenses sobre el terreno en la guerra de Gaza, pero Estados Unidos está profundamente vinculado a la guerra debido a sus lazos con el Estado de Israel que van más allá de la financiación, las armas y el apoyo geopolítico. Las demandas de desinversión llaman la atención y cuestionan las profundas conexiones de las universidades con el Estado de Israel. El caso de la Universidad de Columbia, en el epicentro del movimiento, es ilustrativo. Según un artículo de la CNN:
Menos del 1% de la dotación de 13.600 millones de dólares de la escuela se hace pública. A partir de esa información limitada, los manifestantes identificaron pequeñas participaciones en 19 empresas que creen que están relacionadas con el conflicto entre Israel y Hamás, incluidos los contratistas de defensa Lockheed Martin y General Dynamics que fabrican armas utilizadas por Israel, y Caterpillar, cuyas excavadoras han sido utilizadas por Israel para demoler infraestructuras palestinas en Cisjordania y han sido utilizadas por las FDI durante la invasión terrestre de Gaza.
No todas las universidades tienen un presupuesto como Columbia, una de las más caras del país, pero el caso es el mismo en toda la enseñanza superior, incluidas las universidades públicas. No sólo las universidades tienen vínculos con el Estado de Israel o invierten en empresas implicadas en el genocidio. Como se escribe en este artículo:
El movimiento propalestino está desafiando un aspecto muy sensible de la política bipartidista: la alianza incondicionalcon el Estado de Israel. Los demócratas han sabido cooptar los grandes movimientos sociales del pasado, desde el colosal movimiento por los derechos civiles hasta el movimiento Black Lives Matter más recientemente. Pero como el régimen bipartidista es sionista hasta la médula, el movimiento actual representa un enorme desafío para el Partido Demócrata.
Las economías de los países centrales habían ido viento en popa durante más de 20 años, a partir de la «reconstrucción» de Europa mediante el plan Marshall, periodo que más tarde se conoció como los «30 años gloriosos». Las tensiones surgidas al final de este periodo fueron el núcleo de la lucha de clases en todo el mundo, incluido Estados Unidos. Por el contrario, la economía actual es estructuralmente más frágil y aún está haciendo frente a las consecuencias del crack de 2008, que asestó un duro golpe a los pilares del neoliberalismo, así como a los efectos de la pandemia.
A nivel nacional, el régimen bipartidista de finales de los 60 estaba en mejor forma. Los retos a los que se enfrentó durante el Movimiento por los Derechos Civiles -que se conectó y solapó de diversas formas con el movimiento contra la guerra- impulsaron una reordenación de los partidos Republicano y Demócrata. Eran tiempos en los que la polarización social no iba acompañada de una polarización política dentro de los principales partidos, al menos no en la medida que vemos hoy. La lucha por los derechos civiles, una lucha estrechamente ligada al movimiento obrero, se encontró con un régimen bipartidista más «flexible»: Los demócratas descontentos con la política de su partido hacia el movimiento por los derechos civiles encontraron un nuevo hogar en el GOP, mientras que los republicanos descontentos con la apertura del partido hacia la extrema derecha se pasaron al Partido Demócrata [2]. No fue un proceso que ocurriera de la noche a la mañana, sino que tardó varias décadas en completarse. El régimen bipartidista, profundamente antidemocrático, es hoy más disfuncional y menos apto para afrontar crisis constantes, ya que sus mecanismos contramayoritarios dificultan el gobierno y la aprobación de leyes incluso cuando un partido tiene el control de ambas cámaras. Este bloqueo se produce en el contexto de fenómenos más amplios de crisis orgánica en todo el mundo, y en Estados Unidos en concreto.
A finales de los años 60, el orden mundial posterior a Yalta mostraba signos de debilidad y era cuestionado por la lucha de clases en todo el mundo, en los países imperialistas, las colonias y semicolonias, así como en los países gobernados por la burocracia estalinista. La crisis económica no estalló hasta 1972. El neoliberalismo dio respuesta a la crisis del boom posterior a la Segunda Guerra Mundial. En cambio, la crisis económica de 2008 marcó un antes y un después a pesar del éxito del rescate masivo, orquestado por bancos, corporaciones y gobiernos, para impedir un crack generalizado. Sus efectos han sido profundos y se hacen sentir en la actualidad ya que la burguesía imperialista no tiene un plan alternativo a la agonía del neoliberalismo. Desde entonces se han producido importantes procesos de lucha de clases, aunque los más agudos han sido revueltas y no han llegado a convertirse en revoluciones.
Si el movimiento contra la guerra de los años 60 y principios de los 70 tuvo lugar antes del neoliberalismo, el actual auge del movimiento estudiantil se produce en un momento en el que la ideología neoliberalista ha sufrido un duro golpe tras la crisis de 2008
El potencial subversivo del movimiento estudiantil
Un componente integral de la crisis orgánica en Estados Unidos ha sido el aumento de la actividad sindical en los últimos años. Las huelgas han ido en aumento desde 2018 y el número de paros laborales fue el más alto registrado desde el año 2000. La huelga de la UAW del año pasado es el ejemplo más reciente de un movimiento obrero cuyas bases están deseosas de participar en las decisiones de los asuntos sindicales y que han sacado importantes conclusiones de las décadas de concesiones durante el neoliberalismo - y en el caso de la UAW, las importantes concesiones durante la crisis de 2008. Se ha hablado mucho de los cambios en la juventud, y es difícil sobrestimar la importancia de una juventud -forjada en el mundo posterior a 2008 y sus elecciones de 2016, la pandemia y BLM- que siente en sus huesos las conexiones entre la lucha contra la opresión y la explotación. Una juventud que, o bien formó parte del cambio generacional que prefirió el socialismo al capitalismo, o se crió en un país donde el apoyo al socialismo ha ido en aumento durante varios años .
El peso político y social de Israel en toda la sociedad estadounidense refleja la importancia integral para los intereses de los imperialistas estadounidenses en la región después de la Segunda Guerra Mundial, puede considerarse un cambio que afecta al núcleo del régimen bipartidista y a la relación del Partido Demócrata con su base histórica. Como escribe Joe Allen:
La creciente brecha entre los dirigentes liberales y proisraelíes del Partido Demócrata y una gran minoría de la población y la mayoría de los votantes del Partido Demócrata está alcanzando proporciones propias de la era de la guerra de Vietnam. A finales de febrero, hace casi dos meses, el sitio de sondeos Data for Progress informaba: Alrededor de dos tercios de los votantes (67%) -incluidas mayorías de demócratas (77%), independientes (69%) y republicanos (56%)- apoyan que Estados Unidos pida un alto el fuego permanente y una disminución de la violencia en Gaza.
Esto es una prolongación de las crecientes dificultades que ha tenido Estados Unidos para imponer su voluntad en la región.
La desconexión de los demócratas con los votantes más jóvenes habla de un fenómeno más amplio: la creciente toma de conciencia de que los horrores del genocidio en Gaza son sistémicos y están conectados con la lucha contra el calentamiento global, el racismo y la violencia policial. Esta juventud encarna el escepticismo generalizado de que algo parecido a los «valores estadounidenses» liberales pueda desempeñar un papel a la hora de afrontar estos retos. Queda por ver a qué retos se enfrentará la Convención Demócrata que se celebrará en Chicago el próximo mes de agosto. Cualesquiera que acaben siendo, la relación de amplios sectores de la juventud con ese partido se ha tensado gravemente --- debido, entre otras razones, a la complicidad del Partido Demócrata con el capital financiero y su impulso hacia la destrucción del planeta, la relación orgánica del partido con Wall Street, y también debido al apoyo al genocidio de Israel en Gaza.
El debate sobre la relación de la clase obrera con el Partido Demócrata debe considerarse también a la luz de los retos del movimiento contra la guerra. El DSA y Jacobin insisten en permanecer dentro del Partido Demócrata, y por el momento el debate sobre si los socialistas deben abandonar el Partido Demócrata (la postura de la «ruptura limpia») o trabajar dentro del Partido Demócrata y abandonar el partido en supuestas mejores circunstancias (la «ruptura sucia») ha virado hacia esta última postura y la consecuencia lógica de dejar de lado el debate sobre abandonar el partido por completo. Sin embargo, el descontento con el Partido Demócrata no es sólo un fenómeno dentro de la juventud, es un proceso profundo que lleva varios años produciéndose y que la política mal menorista y la amenaza de Trump han mitigado. La lucha contra el genocidio y por una Palestina libre requiere una política independiente de clase, es decir, una política que no esté atada al Partido Demócrata y a su defensa de los intereses imperialistas estadounidenses. Políticas que se apoyen en la fuerza y los intereses de la clase obrera, la juventud y los oprimidos.
Es difícil exagerar la importancia del resurgimiento del movimiento estudiantil. Organizado por una generación que nació en plena crisis, en un contexto de apoyo generalizado a los sindicatos y de comprensión orgánica de la relación entre opresión y explotación, el movimiento estudiantil puede desempeñar un papel aún más importante en la lucha contra la guerra en Gaza. La afinidad con la clase obrera entre los estudiantes y sectores más amplios de la juventud es incipiente pero profunda. Aliándose con el movimiento obrero, los estudiantes de todo el país pueden desempeñar un papel decisivo para detener el envío de armas a Israel. Como en los movimientos estudiantiles a lo largo de la historia, su elección estratégica está entre ponerse del lado de los intereses de la burguesía o de los intereses de la clase obrera. Este nuevo movimiento estudiantil lo entiende y se pone del lado de esta última. Esta alianza puede asestar un golpe en el corazón del imperialismo estadounidense.
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