Se cumplen 92 años de la primera dictadura militar. Un breve análisis de sus causas y consecuencias.
Martes 6 de septiembre de 2022
Al amanecer del 6 de septiembre de 1930, la sirena de la base aérea de El Palomar sonó dando inicio a la asonada. Un avión partió para arrojar panfletos con la “proclama revolucionaria” sobre Buenos Aires.
Desde el Colegio Militar, Uriburu pidió la renuncia al vicepresidente Enrique Santamaría (el presidente Hipólito Yrigoyen ya había renunciado) e inició su marcha sobre la Capital Federal con algunos escuadrones de caballería, cadetes y civiles que no sumaron más de 1500 hombres. Aunque se estima que unos diez mil hombres del Ejército permanecieron leales al gobierno constitucional –sin ir más lejos, la propia guarnición de Campo de Mayo no se unió a la sublevación–, nunca se impartieron órdenes de reprimir, aparentemente por instrucciones de Yrigoyen, para evitar “un derramamiento de sangre”. Un tiroteo en las inmediaciones de la Confitería El Molino frente al Congreso Nacional fue el enfrentamiento más importante de la jornada.
Así se dio cita el golpe militar de 1930, dando lugar a la primera dictadura argentina –que abrirá un periodo conocido como la “Década Infame” que puso fin a los gobiernos radicales iniciados en 1916. Este quiebre de la legalidad democrática- burguesa en el país fue un gran intento de restauración conservadora y oligárquica.
Debemos recordar que la “Década Infame” se produjo en el mundo de entreguerras, marcado por las disputas frente a la hegemonía mundial imperialista, la gran depresión del 29 y un importante ascenso revolucionario de la clase obrera. La quiebra de la bolsa de Nueva York en 1929, repercutió directamente en nuestras tierras con la caída de los precios de materias primas en el mercado internacional.
Los 30 abrirán así una crisis política en Argentina, entre los sectores de clase dominantes, por cómo responder a las nuevas necesidades económicas para mantener las ganancias y por las relaciones que debían sostenerse con las distintas fracciones del capital extranjero: Estados Unidos y Gran Bretaña.
El fin del radicalismo, la llegada de los militares
La UCR era, por aquellos años, el partido burgués más popular, con una base social y electoral muy heterogénea (trabajadores, pequeños productores urbanos y rurales, comerciantes, profesionales y estudiantes) pero era un claro representante de los sectores de la clase dominante, la oligarquía terrateniente y la incipiente burguesía industrial. La UCR se pudo mantener por cerca de 15 años en el gobierno, protegiendo la gran propiedad agraria y arbitrando en los conflictos obreros pero también recurriendo a feroces represiones como en la Semana Trágica en 1919 y en la Patagonia Rebelde de 1920-1922. Los ´30 acabaron con este equilibrio: Yrigoyen no supo cómo responder a las demandas de los diversos sectores al llegar la Gran Depresión.
Desde la Semana Trágica de 1919, se habían comenzado a conformar grupos fascistas cívico-militares como la Liga Patriótica, descontentos con la táctica de los radicales (ganar apoyo de las masas a través de algunas concesiones).
El grupo de opositores que derribaron a Yrigoyen se hallaban divididos en su interior, aunque compartían el objetivo de terminar con la inestabilidad del gobierno yrigoyenista y colocar un representante directo de la clase dominante y para terminar con el movimiento obrero organizado. Los opositores se dividían entre “nacionalistas oligárquicos” a los que adhería José Félix Uriburu, influenciados por el ascenso del fascismo en Europa. Sus ideas eran una transformación radical del sistema político a través de la abolición de la Ley Saenz Peña, la suspensión de la Constitución y suprimir elecciones y partidos políticos. Por otro lado, se encontraban los “liberales” cuya intención era no salirse demasiado de los carriles institucionales. A esta tendencia pertenecía el General Agustín P. Justo.
El proyecto de Uriburu fue el primero en aplicarse y fracasó. Desde 1932 comenzó a regir el proyecto liberal con Agustín P. Justo. Luego comenzaron a desfilar, amparados en el fraude electoral cada vez más escandaloso, Roberto M. Ortiz (1938-1941) y Ramón S. Castillo (1941-1943), todos ellos representantes directos de la oligarquía terrateniente y encargados de profundizar la subordinación de Argentina como semicolonia británica, cuyo emblema es la firma del pacto Roca-Runciman. Una de las medidas más importantes de este pacto fue que Gran Bretaña siguiera comprando carne enfriada (chilled) y Argentina, a cambio, le otorgó la concesión/monopolio del transporte de Buenos Aires.
La ofensiva económica militar y el movimiento obrero
Inmediatamente después del golpe del 6 de septiembre, el gobierno militar se puso a disposición de los patrones: deportó obreros, encarceló activistas y sumó, a su triste haber, los primeros desaparecidos de la historia argentina moderna. El movimiento obrero venia de una fragmentación en sus filas, que se expresaba en la existencia de tres centrales sindicales de diferentes orientaciones ideológicas: la Confederación Obrera Argentina (COA), socialista; la Unión Sindical Argentina (USA), sindicalista; y la Federación Obrera Regional Argentina (FORA), anarquista. El movimiento obrero entró en retroceso. El 27 de septiembre de 1930 se unificaron la COA y la USA en la Confederación General del Trabajo, sin embargo esta unidad no produjo una orientación para enfrentar el golpe, más bien desaconsejaron huelgas y llamaron a confiar en el nuevo gobierno, se consolidó la tendencia a establecer acuerdos con los gobiernos burgueses. También se redujeron salarios de empleados públicos, aumentó drásticamente la desocupación y la explotación de los obreros ocupados mediante largas y penosas jornadas de trabajo.
Todas las corrientes y agrupaciones políticas mantuvieron la pasividad frente al golpe militar. Los sindicalistas llamaron a mantener la “prescindencia política”, ya que no era de la incumbencia de los trabajadores. Los anarquistas también tuvieron una posición ambigua y pasiva, aunque el periódico La Protesta animó a resistir el golpe. El Partido Comunista (PC), que tuvo influencia desde mediados de los 20 en las incipientes industrias y su poderoso proletariado, con su política sectaria, se negó a todo frente único con las demás organizaciones obreras para enfrentar el golpe.
Podemos decir que el movimiento obrero llegó al golpe militar desorganizado y sin una dirección revolucionaria. Estó generó, a su vez, el declive del anarquismo como organización dentro de la clase trabajadora.
Sin embargo a pesar de los intentos gubernamentales de terminar con la organización de los trabajadores, la década del ’30 expresó una convulsiva etapa que mostró la potencialidad de la clase. En 1932 se reanimó la conflictividad obrera llegando ese año a producirse 105 huelgas. Las más importantes fueron las huelgas de calzado, textiles y tranviarios en Chaco y Formosa pero las más importantes fueron dos grandes huelgas: la del gremio de la madera (que en 1934 se agruparon bajo una misma federación) y la de la construcción, dirigida por el PC.
La “década infame” que atravesó los 30 comenzó a erosionarse en los primeros años de la década del 40 llegando a producirse un nuevo golpe de Estado el 4 de junio de 1943. Años después el peronismo comenzará a asomarse conteniendo y cooptando a gran parte del movimiento obrero.
El presente artículo fue públicado originalmente el Jueves 6 de septiembre de 2018