El 6 de Septiembre de 1930, fusil en mano, la restauración oligárquica irrumpía en la Casa Rosada, dando inicio al período de reacción conservadora de la ‘Década Infame’.
Martes 6 de septiembre de 2016
Tras optar por la salida reformista con la Ley de Roque Sáenz Peña, a la oligarquía le había sido arrebatado el poder político de sus manos por el radicalismo en las elecciones presidenciales de 1916. Hipólito Yrigoyen se hacía con la presidencia con un 47% de los votos.
Amplios sectores de la población constituían el apoyo electoral de Yrigoyen. Su relación con las clases medias urbanas y rurales era reforzada a través de un sistema clientelar basado principalmente en el gasto público y la distribución de los cargos estatales. Mientras, la relación establecida con el movimiento obrero tuvo un carácter que oscilaba entre el mecanismo de negociación frente a los diversos conflictos huelguísticos, y la utilización de los clásicos mecanismos represivos cuya máxima expresión tuvo lugar en la Semana Trágica y la Patagonia rebelde, donde miles de huelguistas fueron asesinados por el aparato represivo.
Tras su primera presidencia, Yrigoyen fue sucedido por quien supo ser su discípulo político, Marcelo T. de Alvear (1922-1928). Alvear representaba al ala conservadora del radicalismo que ahora tenía su turno en el poder.
Las elecciones presidenciales de 1928 mostraban al principal dirigente de la UCR como el candidato predilecto. Yrigoyen, ya con 76 años de edad, impuso una profunda derrota a los conservadores de la oligarquía y del radicalismo con alrededor del 60% de los votos.
Sin embargo, la coyuntura internacional no auguraba buenos vientos para el dirigente radical. La Gran Depresión de 1929 estaba destinada a sellar el agotamiento del modelo económico agroexportador que había imperado en el país desde 1880.
Enemigo y representante de la oligarquía
Que la relación entre el dirigente radical y la oligarquía había sido tensa desde el primer día no sorprendería a nadie. Sin embargo, ni Yrigoyen ni el radicalismo representaban, como muchas veces se ha afirmado, un partido político de la clase media. Indudablemente gran parte de su adhesión electoral provenía de los sectores medios urbanos y rurales, sobretodo de las regiones más prósperas del país, como Buenos Aires, Mendoza, Córdoba y Santa Fe.
El radicalismo más bien tenía su génesis en importantes personajes de la oligarquía terrateniente. Sin ir más lejos, el gabinete de la primera presidencia de Yrigoyen estaba compuesto en un importante grado por figuras provenientes de la Sociedad Rural Argentina. Asimismo, el radicalismo carecía de cualquier intento de transformación de la estructura económica del país; su eje estaba puesto en la transformación del sistema político y sus diferencias con la oligarquía radicaban principalmente en la concepción de las relaciones entre el Estado y las clases media y obrera.
La reacción conservadora
Apenas llegado Yrigoyen a su segunda presidencia, los rumores de un golpe militar eran muy altas en la esfera de la opinión pública, al punto que los oficiales de las Fuerzas Armadas habían tenido que salir a desmentir el golpe en ciernes.
Al interior de las Fuerzas Armadas fueron delineándose dos tendencias. Por un lado, la encabezada por el golpista José Félix Uriburu, representante de la línea nacionalista con la perspectiva de retomar el poder para llevar adelante la reforma de la Constitución en materia de sistema electoral. Por el otro, la tendencia liberal conservadora liderada por quien fuera ministro de Guerra de Alvear, Agustín P. Justo.
Finalmente, el 6 de septiembre se inició el alzamiento que tanto había apuntalado la prensa. El golpe se inicia en el Colegio Militar de la Nación, desde donde el General Uriburu le exige la renuncia al vicepresidente Enrique Santamaría y marcha hacia la Capital Federal.
Tuvo una adhesión casi nula. Los batallones de soldados no respondieron al alzamiento, tampoco así fue el caso del grueso de los oficiales militares. Uriburu partió con un pequeño grupo de más de mil hombres hacia la capital. La irrupción en la ciudad, excepto en las inmediaciones del Congreso de la Nación donde se produjeron algunos disparos cruzados entre radicales y militares, no encontró resistencia alguna.
La crisis económica impactaba en el país. Los precios de las materias primas, principal ingreso de la Argentina, se desplomaron. La oligarquía dominante, beneficiaria directa de las tres presidencias radicalistas, no era ya capaz de tolerar intermediarios entre las clases subalternas y las clases dominantes, ya que el estrepitoso agotamiento del modelo agroexportador no le daba margen de maniobra ni lugar a vacilaciones.
Así, 18 años después de su jugada política reformista, barría con la democracia burguesa y retomaba en sus propias manos el poder político del país a través del primer golpe de Estado.
Tras el agotamiento del modelo agroexportador, en la Década Infame que se abría con el golpe de Uriburu y perduraría hasta el golpe de 1943, tuvo lugar un aumento del intervencionismo estatal, no por la existencia de una ideología desarrollista centrada en la industrialización, sino por la necesidad de encontrar una salida temprana para hacer frente a la profunda crisis económica.
La crítica coyuntura económica estaba destinada a rediseñar la división internacional del trabajo y, en la Argentina, a reconfigurar el escenario político. Yrigoyen, preso de sus propias contradicciones como líder de un movimiento político que pretendía ser el árbitro entre clases sociales contrapuestas, se vería imposibilitado de satisfacer la radicalización de las demandas de los diferentes sectores sociales. Incapaz de encontrar una salida, el presidente depuesto ni siquiera abogaría por resistir el golpe encabezado por apenas un puñado de hombres.
Así, la rancia oligarquía reingresaba en la Casa Rosada decidida a contraatacar al movimiento obrero y la izquierda, mientras el radicalismo era proscripto e Yrigoyen encarcelado en la Isla Martín García. El movimiento obrero, profundamente dividido en diversas tendencias a su interior, careció de una dirección revolucionaria capaz de enfrentar la reacción conservadora.
El proyecto político del Gral. Uriburu estaba condenado al fracaso. No logró consolidar un grupo afecto a sus ideas extremistas de trastocar completamente el escenario político nacional. Fue entonces que, dos años después de su asunción como el primer presidente de facto, se encontró derrotado. Su derrota fue aprovechada por Justo, quien paulatinamente fue aglutinando tras su figura a las diferentes fuerzas de la derecha y centroderecha alrededor de la coalición política de la Concordancia.
A través de mecanismos fraudulentos, y en medio de la proscripción del radicalismo, las elecciones presidenciales de 1932 arrojarían a Justo a la victoria. La reacción conservadora se descargaría ferozmente sobre el país, con niveles de corrupción escandalosos y un régimen represivo que perseguía al movimiento obrero y la izquierda.