La guerra de la Triple Alianza o del Paraguay fue uno de los conflictos más largos y sangrientos de América Latina. Sobre este conflicto la historiografía comienza a dar cuenta del importante rol de la mujer en esta contienda bélica.
Martes 11 de julio de 2017
Acuarela que representa la fuerza de la mujer paraguaya peleando contra un tigre
Durante mucho tiempo la guerra del Paraguay, que finalizó en marzo de 1870, fue tomada como una epopeya nacional tanto de hombres como de mujeres, por su patriotismo y valor. Lo que es poco sabido de esta guerra es el rol que tuvieron las mujeres en este conflicto. La historia sostiene que fueron ellas las que tomaron las armas al final de la guerra para defender a su país.
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A pesar del rol preponderante que tuvieron durante el conflicto armado, fueron víctimas del entonces presidente Francisco Solano López. La memoria histórica recuerda las “residentas” que estuvieron con el ejército hasta el final y que pelearon contra los aliados cuando ya no quedaban soldados para protegerlas. Por otro lado la oposición liberal tanto la contemporánea como la posterior destacó los sufrimientos de las mujeres prisioneras reunidas en campos de concentración en las zonas fronterizas. Eran mujeres condenadas por algún delito político o por pertenecer a una familia sospechosa de ser opositora al gobierno. Muchas de ellas eran miembros de la élite y fueron detenidas solamente porque alguno de sus parientes masculinos estaba implicado en la conspiración real o supuesta contra el presidente o había pasado al lado aliado.
“El hecho que el Paraguay haya sido capaz de resistir la presión militar de sus países vecinos por más de cinco años y que no hubiese grandes problemas para alimentar a la población hasta la última fase de la guerra llamó la atención de los analistas, teniendo en cuenta el aislamiento geográfico del país después de la batalla naval de Riachuelo, que imposibilitaba la importación de bienes, y el enrolamiento de casi toda la población masculina en el ejército, que trastornó por completo la actividad económica. Ello fue posible porque desde siglos habían sido las mujeres las que se encargaban de gran parte de la economía de subsistencia y del pequeño comercio. La mayoría de los hombres trabajaba en el sector exportador, sobre todo en el de la yerba mate, la madera y la ganadería, mientras que la producción de los artículos de subsistencia, desde la mandioca hasta el tabaco y la caña, estaba en gran parte en manos de mujeres. También el abastecimiento de las tropas dependía tanto de las estancias de la patria, que procuraban la carne, como de las frutas que vendían las mujeres”. (Barbara Potthast, catedrática y directora del Instituto de Historia Ibérica y Latinoamericana y del Centro de Estudios Latinoamericanos de la Universidad de Colonia).
Este rol de las mujeres que desempeñaban en la economía civil, aumentó con el avance de la guerra. Al principio, ésta fue un buen negocio para ellas, ya que ahora podían vender más al Estado. Pero cuando la suerte de la guerra cambió y las acciones militares llegaron hasta sus pueblos, la situación se volvió bastante difícil.
Prácticamente toda la producción agrícola estaba en manos de las mujeres, que además empezaron a asumir tareas pesadas, como por ejemplo el trabajo en las salinas. A pesar de lo que dijo la propaganda durante la guerra, no pudieron, sin embargo, reemplazar totalmente a los hombres. La carga era excesiva, de manera que a partir de 1867 se empezó a notar la falta de sal.
“Por otro lado se necesitaban cada vez más mujeres en los campamentos. Trabajaban como enfermeras, lavanderas, cocineras y más tarde también ayudaron en el transporte de material pesado. Cuando los productos importados como medicina o tela para uniformes empezaron a escasear, los conocimientos sobre las plantas y hierbas locales, que las mujeres del campo poseían, adquirieron una gran importancia. Los grupos de mujeres eran dirigidos por las llamadas sargentas, quienes cuidaban del orden, organizaban y coordinaban el trabajo, y ayudaban en el cumplimiento de las órdenes del gobierno o de los generales. Además, las mujeres eran imprescindibles en los bailes y las fiestas que se organizaban en cualquier ocasión, primero, para celebrar las victorias, y después también para conmemorar las derrotas en las que los soldados paraguayos se habían destacado por su valor y heroísmo, es decir después de prácticamente todas las acciones bélicas, incluso de las derrotas más terribles”. (Masterman G. F., Siete años de aventuras en el Paraguay, Buenos Aires, Imprenta Americana, 1870)
enfermera en el frente de guerra
A partir de 1868, las mujeres tenían que trabajar día y noche, por lo menos las noches de luna, y las autoridades locales o centrales decidían qué iban a sembrar. Y, como si esto no fuera poco, en la última fase de la guerra, cuando ya se había evacuado toda la parte meridional del país, las mujeres desplazadas, es decir las “residentas” y las “destinadas”, que seguían labrando la tierra en sus nuevas paradas en circunstancias muy difíciles y sin herramientas adecuadas, fueron forzadas de abandonar los campos por razones militares antes de que pudieran cosechar.
Aunque el gobierno sostenía lo contrario, los paraguayos, tanto civiles como militares, pasaban cada vez más hambre, y echaban de menos la yerba mate y el tabaco. Bajo estas condiciones, las enfermedades se propagaban rápidamente. Al final de la guerra, no fueron tanto los enfrentamientos militares los que diezmaron a la población paraguaya, sino la malnutrición y las enfermedades.
A pesar de cierta polémica sobre la figura de Francisco Solano López, la mayoría de los paraguayos sostiene la idea de que su país no sólo luchó literalmente “hasta el último hombre”; también las mujeres se destacaron por sus acciones guerreras.
En el inicio de la guerra, F.S. López había convencido a muchos paraguayos de que la contienda era una cuestión de autodefensa y de honor nacional, y las mujeres acudieron en gran número a despedir a las tropas con fiestas y regalos. La gente donaba víveres y pertrechos para el ejército, los más acomodados ofrecían sus esclavos y las señoras de clase alta, sus alhajas. ("La mujer en la epopeya nacional", Anuario del Instituto Feminio de Investigaciones Históricas, Asunción)
Hombres, mujeres y hasta niños en edad escolar demostraban su aprobación a la política del presidente. Incluso muchas mujeres de la élite paraguaya, que en su mayoría había sido escéptica, cuando no hostil, respecto al presidente y a su compañera la irlandesa Alicia Elisa Lynch, se sumaron a esta corriente.
Elisa Lynch
“Durante el transcurso de la guerra, el gobierno empezaba a publicar nuevos diarios, dirigidos a las clases populares, redactados en forma bilingüe o sólo en guaraní. Éstas publicaban los informes de guerra y las noticias sobre las reuniones patrióticas o las acciones heroicas de hombres y mujeres en un lenguaje más sencillo y polémico, y difundían insultos y amenazas contra los “negros” brasileños, que querían esclavizar al pueblo paraguayo y deshonrar a sus mujeres”. (Potthast B., El nacionalismo paraguayo y el rol de las mujeres en la guerra de la Triple Alianza)
En estos textos dirigidos a las clases populares, aparece por primera vez la imagen de la mujer paraguaya como combatiente, tan importante en la memoria posterior. Además, se divulgaban varias ofertas de mujeres de tomar las armas, que al final fueron rechazadas en un gesto patético por el presidente.
Lynch se aprovechó de estos gestos para usos propagandísticos. El caso más famoso en este contexto, el supuesto Batallón de Mujeres de Areguá, que resultó ser una invención de la primera dama del país.
No existen números concretos pero aproximadamente unas 3.000 mujeres fueron mandadas a las inaccesibles selvas de la zona de Yhú, y después a Espadín, donde ni siquiera era posible mantenerse de frutas silvestres. Después de haber comido los últimos caballos y mulas, las mujeres tuvieron que sobrevivir comiendo hierbas y reptiles, y muchas murieron de agotamiento y hambre. A finales de diciembre de 1869, un grupo de soldados brasileños liberó a unas 800 sobrevivientes. Pero la suerte de las “residentas”, es decir, las mujeres que habían abandonado más o menos voluntariamente a sus pueblos para vivir en las zonas que todavía eran controladas por los paraguayos o que seguían directamente a las tropas para sostener a algún miembro masculino de su familia, no era nada mejor. Con la retirada hacia el norte y el continuo abandono de las tierras sembradas, la suerte de ambos grupos de mujeres se asemejaba cada vez más. Fatiga, hambre, enfermedades y un clima inhóspito mataron la mayoría de ellas.
Las que sobrevivieron intentaban regresar a la capital, ya que el campo estaba abandonado. No había ni herramientas ni semillas para sembrar, y animales peligrosos habían vuelto a amenazar las poblaciones. La situación en la capital también era malísima. Muchas de las mujeres de la élite, si habían sobrevivido, encontraban sus casas ocupadas por forasteros, y las desplazadas por muchos meses tenían que dormir en los pasillos o la calle, pedir limosnas o prostituirse con las tropas aliadas. El gobierno provisional, que consistía en gran parte de paraguayos exiliados, no podía hacer mucho, además no todas sus medidas eran adecuadas a las circunstancias del país.
No todos los hombres paraguayos habían muerto en la contienda, pero la relación demográfica entre los sexos era muy desequilibrada. Había de promedio cuatro mujeres por hombre; en algunos lugares, no obstante, la relación era de una a diez o veinte.
En los años de la postguerra, las mujeres dominaron completamente la economía de subsistencia y el pequeño comercio, mientras los hombres, paraguayos como extranjeros, volvían a dominar el sector exportador y la vida política. Es cierto que las mujeres en Asunción protestaban de vez en cuando contra medidas que consideraban inaceptables, pero nadie consideraba volver a llamarlas “con-ciudadanas” como durante la guerra o darles derechos políticos. Al contrario, el hecho de que López hubiese abusado de la idea de los derechos políticos de las mujeres servía ahora para desacreditar esta idea completamente.
Después de la guerra, los paraguayos tampoco recordaron a las mujeres víctimas del despotismo de López y las que trataron de resistir a su gobierno. Inmediatamente después de la guerra, los periódicos asunceños reproducían testimonios de varias “destinadas” sobrevivientes.
Durante casi todo el siglo XX la memoria colectiva de los paraguayos resaltaba “la residenta” y “el bello sexo nacional”, en vez de las “destinadas” y las reconstructoras, pero también en lugar de los veteranos y generales de la guerra. Esto se debe al hecho de que la imagen de “la residenta” era la menos conflictiva y la más coherente tanto con el nacionalismo como con los roles tradicionales de género. El clima intelectual y político que formaba esta imagen se desarrolló a partir de la época de Bernardino Caballero.
Después de la derrota que llevaba consigo la destrucción de la economía y del modelo social tradicional paraguayo, los paraguayos tenían que reconstruir su identidad. Desde la perspectiva extranjera, el desequilibrio numérico entre los sexos era la característica más llamativa de este extraño país –y la más fascinante para los analistas predominantemente masculinos. Hasta en los años veinte en casi todos los relatos de viaje o análisis sobre el país en Europa, se lo titulaba “país de las mujeres”. Se describía su superioridad numérica y su presencia pintoresca en los espacios públicos. Como en su mayoría estas descripciones eran positivas respecto a las mujeres, siempre descritas como hermosas, limpias, y laboriosas aunque algo relajadas en su moral sexual los paraguayos mismos aceptaron.
* Todas las ilustraciones pertenecen al portalguarani.com