La última dictadura eclesiástica-cívica-militar en nuestro país tuvo en un rol central a la iglesia católica, digitando la moral que debía imponerse y condenando todo lo que la cuestionara. El peso que continúa teniendo en democracia la iglesia católica como brazo moral del Estado hizo que se encubrieran muchos aspectos de la represión genocida, reforzando la moral conservadora.
Jueves 26 de marzo de 2015
El FLH enfrentando la antesala del golpe eclesiástico-cìvico-militar
En el primer número de la revista Somos, del Frente de Liberación Homosexual (en la que publicaban sobre la opresión patriarcal y de clase que sufrían lxs gays, lesbianas y trans, las mujeres y los trabajadorxs en nuestro país) en el año 1973, se alerta sobre la Campaña de Moralidad lanzada por el gobierno de Perón a través de la Policía Federal. La nota se titula ‘La tía Margarita impone la moda Cary Grant’, en referencia al jefe de policía Margaride, y denuncia irónicamente: “las fuerzas del orden se han puesto a competir con Channel, Cristian Dior y otros centros de moda, muñidos de hachas y tijeras. Policías recorren las calles de Capital y Gran Bs. As. dispuestos a imponer el prototipo de los galanes yanquis de los 40 para los jóvenes argentinos”. Reprimiendo cualquier manifestación sexual que no coincidiera con el modelo heteronormativo y monogámico de la ideología conservadora, los agentes cortaban los cabellos largos, recortaban las botamangas de los pantalones y quitaban todo vello facial a los infractores.
El FLH levantaba consignas contra los edictos contravencionales y toda legislación discriminatoria, pedía la liberación de homosexuales detenidos y de lxs presxs políticxs, el cese de la campaña de moralidad y las razzias, y de toda la ofensiva derechista que se desplegaba contra los movimientos sociales y políticos revolucionarios, a los que pertenecían varios de sus militantes.
En el año 1975, ya bajo el gobierno de Isabel de Perón, y bajo la tutela de López Rega, la revista “El Caudillo”, dependiente del Ministerio de Bienestar, llama a sus lectores a “acabar con los homosexuales”, a los que ve como armas de exportación del “marxismo internacional”, propone la creación de campos de concentración y trabajo forzado, y brigadas callejeras “que salgan a recorrer los barrios de las ciudades, que den caza a esos sujetos vestidos como mujeres, hablando como mujeres. Cortarles el pelo en la calle o raparlos y dejarlos atados a los árboles con leyendas explicatorias y didácticas”. Luego de esto van siendo cada vez más frecuentes las golpizas, detenciones y asesinatos, denunciadas en las páginas de Somos, y el FLH pasa a la clandestinidad.
La disidencia sexual como “subversión”
Luego de que uno de sus miembros fuera asesinado en el ‘74 y varixs de sus militantes detenidos en enero del ’76, y con el establecimiento del poder del Estado en manos de la junta militar dos meses después, el FLH se disuelve dejando una tradición militante de izquierda por la liberación sexual, audaz y de vanguardia… Esta tradición quizás fue considerada por los militares en el momento de incluir la homosexualidad en el catálogo de las subversiones: ‘Subvertir no es sólo poner una bomba’. Rapisardi y modarelli, en su libro Fiestas, baños y exilios, Los gays porteños en la última dictadura cuentan que ”el jefe de la División Moralidad de la Policía Federal, en 1977, aprovechó su intervención como orador en las Jornadas de Psicopatología Social de la Universidad de Buenos Aires para definir la dirección del accionar policial a su cargo: su cruzada tenía por objeto ‘espantar a los homosexuales de las calles para que no perturben a la gente decente’”.
La dictadura significó una sistematización y fortalecimiento de todo este aparato represivo para frenar todo cuestionamiento al orden político, económico y moral de la burguesía, y esto implicó también reprimir y torturar con saña a las personas que no vivían su sexualidad y su género de acuerdo a la ideología y moral burguesas. A la escasa visibilidad que tenía el colectivo LGTB por la ideología homolesbotransfóbica de la época, se le opuso el aparato policial y militar que persiguió a los activistas que hacían de su identidad sexual una posición política militante, y que a su vez fortaleció e hizo aún más brutal la persecución en forma de razzias y arrestos por "moralidad", a los que las trans en situación de prostitución fueron más vulnerables aún.
Las mujeres que abortaban, abortistas y feministas, sindicalistas, integrantes de fuerzas revolucionarias como las personas con identidades sexuales disidentes militantes y lxs que fueran visibles (en lugares de levante como las teteras, casi único reducto disponible al haber cerrado todos los bares, saunas y cines que frecuentaban, o en las fiestas privadas) eran “sujetos de punición”. Se dio uno de los mayores retrocesos en materia de género, desarticulando y clandestinizando las organizaciones feministas y de liberación sexual que se venían desarrollando en los sesenta y setenta, conjuntamente con un movimiento obrero que empezaba a cuestionar el poderío del sistema económico capitalista.
El rol de la Iglesia Católica
Como dice Osvaldo Bazán en Historia de la homosexualidad en Argentina: “no era solamente una dictadura, sino un proceso de reorganización nacional con bendición y exigencias eclesiásticas”. En este sentido, fue la Iglesia Católica la que quedó en escena como autoridad moral, quien siguió legitimando roles y modos de comportamiento tradicionales tanto para los hombres como para las mujeres. Y sus voceros como Monseñor Adolfo Servando Tortolo, Arzobispo de Paraná y vicario castrense, y Vicente Saspe, de Santa Fé (irónicamente recordado como parte del ala “progresista” de la Iglesia) aplaudían públicamente el poder de la Junta y las sanciones a lo que llamaban “la corrupción moral” que el cine, la cultura y los movimientos de liberación de la mujer y el “frente de alegre liberación de homosexuales” (como lo llama Saspe) habían originado en la sociedad.
Testimonios del horror. La CONADEP y la Iglesia como garantes del silencio
Valeria Ramírez, una activista trans que estuvo detenida varias veces, testimonió en 2011 la persecución, secuestros y repetidas violaciones que padecieron ella y muchas de sus compañeras. Hace 39 años, estando detenidas en el Pozo de Banfield, eran violadas si querían comida y eran violadas nuevamente si querían ir al baño.
También Briggite Gambini, una artista de varieté trans norteña, relata en una nota publicada por el diario Clarín el 6 de octubre de 1989: “En marzo de 1976, exactamente el día en que la señora de Perón fue derrocada, yo actuaba en un cabaret de la provincia de Santiago del Estero.
A la salida, junto a Jeanette, fuimos detenidas por la policía y cruelmente golpeadas. Luego el comisario decidió expulsarnos a Córdoba; en esa provincia, en Carlos Paz, se reiteraron las amenazas. Todo ello a causa del travestismo. Nosotras podíamos probar el ser artistas, no ejercer la prostitución ni provocar escándalos públicos y lo más importante, jamás habíamos tenido ideas ni vinculaciones políticas”. Ella, que había sido expulsada de su colegio y luego rechazada por su familia, se exilió primero en Uruguay y luego en Francia, y cuenta que poco después su amiga Jeanette “fue detenida al salir de trabajar del cabaret Luzbel. Nunca volvió a vérsela” y su desaparición no fue un hecho aislado, ya que desde Montevideo cuenta que se enteró “por los diarios de la muerte y desaparición de 17 travestis en pocos meses”.
Carlos Jáuregui, en La homosexualidad en la Argentina, relata que el rabino Marshall Meyer (integrante de la CONADEP) le afirmó la existencia de más de 400 homosexuales, lesbianas y trans integrando la lista del horror. Y dice que “el trato que recibieron fue similar al de los compañeros judíos desaparecidos, especialmente sádico y violento”. Esto no se contó en el Nunca Más, y tampoco se habría cotejado el hallazgo de listas de detenidos donde al margen de algunos nombres se marcaba específicamente si se trataba de un "puto" o de un "judío".
Meyer le había admitido que esta escandalosa omisión se habría debido a las presiones del ala católica de la Asamblea Permanente por los Derechos Humanos. Al radicalismo y su CONADEP no le bastó con la ley de Obediencia de Vida y Punto Final, ni con la construcción ideológica de la reaccionaria teoría de los dos demonios, sino que también, junto a la Iglesia Católica, crearon un manto de silencio en aquellos cuerpos deseantes que iban en contra de la moral burguesa y religiosa.
Fue justamente el peso que continúa teniendo en democracia la Iglesia Católica como brazo moral del estado burgués el que hizo que se silenciara ese aspecto de la represión genocida, legitimándola y reforzando la moral conservadora. Y hoy, con Bergoglio como Papa, con su doble discurso, con su probada participación en la cúpula eclesiástica durante la dictadura, y con su silencio encubriendo la desaparición de bebés y la persecución a los curas tercermundistas, esta institución cómplice del fascismo sigue legitimándose y reproduciendo su sucia moral manchada de sangre. Por eso pedimos la separación de la Iglesia del Estado.
La única manera de enfrentar este silenciamiento es con la lucha en las calles, enfrentando al Estado y sus partidos patronales de los que sólo se puede esperar represión y reconciliación. Para que se abran todos los archivos secretos de las fuerzas armadas, la iglesia y los servicios de inteligencia (todas instituciones en las que aún pululan genocidas impunes como Milani), que los gobiernos democráticos mantienen ocultos. Para que vayan a la cárcel los responsables civiles, militares, empresariales y eclesiásticos; para conocer realmente cuántas víctimas hubo y quiénes eran; para que recuperen su identidad tantxs hijxs expropiadxs.