El resultado de las elecciones del último domingo confirmó un curso a la derecha en el régimen político que no comienza ahora.
Jueves 6 de octubre de 2022 01:00
Además de la notable votación que tuvo Bolsonaro, que incluso habiendo quedado por debajo de Lula se amplió en 1,7 millones de votos con respecto a 2018, el resultado en los otros poderes también compone el cuadro de una mayor institucionalización de la extrema derecha.
En el Senado, se eligieron quince senadores alineados con el bolsonarismo contra ocho respaldados por Lula. Aunque no lograron la cantidad necesaria para imponer resoluciones con fuerza propia, lo que exigiría dos tercios de la cámara, es una configuración con mayor peso del bolsonarismo.
En la cámara baja, de los 20 diputados federales más votados del país, solo cinco son del campo lulista. Lo que se vislumbra es el Congreso más conservador de la (mal llamada) Nueva República, que combina ese "toma y daca" de favores políticos conocida como fisiologismo con reaccionarismo social y neoliberalismo económico. Ese sector quiere alcanzar mayor vuelo. Está en curso la articulación de la fusión entre el Partido Progresistas (PP), que hoy tiene la presidencia de la Cámara de Diputados, con Unión Brasil, una coalición fundada hace un año que reunió a los partidos del centro parlamentario que componen la vieja casta política del régimen brasileño. Esta fusión puede generar una fuerza legislativa muy poderosa y fortalecer aun más esa ala del centro político.
En función de eso, independientemente de los resultados presidenciales, el mercado financiero reaccionó positivamente a las elecciones, porque sabe que esa base siempre votó según sus intereses. Sin duda es un sector ganador de estas elecciones, con resultados que animan al presidente de la Cámara de Diputados Arthur Lira (PP) a poner en marcha la reforma administrativa que será un ataque a los trabajadores estatales. Con esa composición legislativa no es difícil prever que nuevos ataques van a entrar en la agenda, incluso en un eventual nuevo gobierno de Lula.
Entre gobernadores, el cuadro también refleja la tendencia general. Consideradas las regiones centro-oeste, sudeste y sur, a los candidatos apoyados por Bolsonaro les fue mejor. En el cómputo general, de los quince estados donde la disputa ya está zanjada, ocho están alineados con el actual presidente y cinco con Lula. El neoliberal PSDB del expresidente Fernando Henrique Cardoso, por ahora no eligió a ninguno y quedó afuera de San Pablo después de 30 años. Una palada de cal en la cueva ya abierta, y un símbolo de la descomposición de los partidos de la ahora llamada “centro-derecha”.
Todos los candidatos que estaban en el gobierno tuvieron resultados notables, como el exministro de Medio Ambiente Ricardo Salles, la exministra de la Mujer, Familia y Derechos Humanos Damares Alves, el actual vicepresidente Hamilton Mourão. Ex bolsonaristas no tuvieron la misma suerte. Abraham Weintraub, el exministro de Educación que perdió el afecto del presidente, tuvo un resultado pifio. Moro tuvo que reorientarse y volver a los brazos de Bolsonaro, lo que le garantizó una vacante en el Senado.
Mientras en 2018 el fenómeno de extrema derecha surgía como novedad y con mayor intensidad, en estas elecciones la fusión entre el bolsonarismo y el centro parlamentario garantizaron una continuidad del curso iniciado cuatro años antes -y que daba señales de permanencia en 2020 en las elecciones municipales. Vale resaltar que, en caso de que Lula sea elegido, la relación de esa ala del centro parlamentario con Bolsonaro obviamente se reconfigurará.
Además de los poderes “con voto”, las elecciones afirmaron la consolidación del bonapartismo judicial, incluyendo sus acuerdos con los militares. Una expresión del fortalecimiento de dos fuerzas bonapartistas reaccionarias. El poder judicial mantuvo su protagonismo, logrando imponer una mayor contención a la retórica golpista de Bolsonaro, arbitrando al mismo tiempo en los distintos aspectos del proceso electoral.
Cómo le fue a “la izquierda” del régimen político
El PSOL, a pesar de una buena votación concentrada en algunas de sus figuras, no expresó un cambio cualitativo de sus resultados. Hace cuatro años obtuvieron diez diputados federales, y ahora doce, además de dos del partido Rede de Marina Silva, que componen su federación. El PT amplió su bancada de 56 a 68 candidatos, una bancada significativa, pero que por la nueva composición de las alianzas dentro de la Cámara tendrá una fuerza disminuida. El PSB y el PDT, considerados partidos de “centroizquierda”, vieron menguar sus bancadas. En el primer caso se redujo a menos de la mitad de los parlamentarios elegidos en 2018, y en el segundo retrocediendo once bancas. Finalmente el PCdoB, si no fuese por su federación (frente electoral) con el PT, ya se habría extinguido. Este resultado revela la fantasía del discurso de elegir un “congreso progresista” conformado por las figuras de ese espectro.
El cuadro solo no es totalmente favorable para la extrema derecha por la figura de Lula en la carrera por el Ejecutivo. Ese resultado evidentemente tendrá su correspondencia en la situación política del próximo período. Si no fuese su peso en sectores de masas, sería difícil imaginar otra personalidad con ese desempeño en este contexto general. Con 48,4 % de los votos en primera vuelta, se mantiene favorito para la segunda vuelta, aunque hay un largo mes por delante hasta los comicios definitivos.
Sin embargo, la “tucanización” de la lista de Lula (es decir, su colonización por el neoliberal PSDB), es una expresión del sentido a la derecha que se mueve el régimen político. Geraldo Alckmin, compañero de fórmula de Lula, figura neoliberal de primer orden, representa el intento de unificación entre los antiguos polos del régimen surgido tras el fin de la dictadura, en 1988. Ahora, en la segunda vuelta, veremos esa tendencia ir hacia el extremo, con el apoyo de partidos como Cidadanía, alas del PSDB, además de figuras como Simone Tebet, candidata por el MDB que quedó en tercer lugar. Entre estos movimientos están incluidos el apoyo de Lula a los candidatos tucanos en las provincias, como en Rio Grande do Sul.
La fuerza centrífuga que alcanza al PSDB también tiene sus defecciones hacia la extrema derecha. El gobernador de San Pablo, Rodrigo García, tucano que obtuvo el tercer puesto en la carrera por la reelección, corrió a apoyar a Bolsonaro y a Tarcísio, candidato del partido ligado a la Iglesia Universal Republicanos, que antagonizó y tomó la delantera frente al petista Fernando Haddad. Quiere mantenerse alineado a la antigua base tucana que ahora es bolsonarista. Sin embargo, en varios otros lugares la vieja “centroderecha” buscará en Lula su salvavidas, que generosamente siempre se mostró abierto a acogerla.
El enraizamiento de la extrema derecha y nuevas configuraciones en el centro político
La ola final de votos que conquistó Bolsonaro se debe probablemente al electorado anti petista. Compuestos particularmente por estratos medios, no son abanderados del actual presidente pero no dudan en votarlo frente a la amenaza de retorno del PT. Además, otros factores pueden haber tenido influencia. El llamado voto silencioso, "avergonzado" o la negativa a responder encuestas, aunque no se lo pueda medir con precisión.
Las provincias con más discrepancia entre las encuestas y los resultados fueron las del sudeste, en especial San Pablo y Río de Janeiro. En las regiones con mayor electorado del país, esa variación impactó en los resultados finales. Eso indica una reserva importante del antipetismo, en las regiones donde más hubo manifestaciones a favor del Lava Jato y del impeachment a Dilma Rousseff.
Además, otros factores pueden haber actuado en la preservación de los votos de Bolsonaro. La pandemia tuvo un efecto contradictorio. Si por un lado llevó a un alejamiento inicial de un sector frente a su negacionismo, por otro acercó a una franja de trabajadores precarizados, por haberse opuesto a las cuarentenas. Ese sector, marcado por la informalidad, quedó expuesto a los efectos económicos de la restricción de la circulación de personas y mercaderías. Además, el hecho de que su gestión haya estado atravesada por la pandemia y después por la guerra de Ucrania puede haber llevado parte de su electorado a atribuir los problemas del gobierno a esa adversidad.
Además de factores coyunturales, hay componentes estructurales que deben ser estudiados. La extrema derecha demostró una capacidad de enraizamiento social. Es notoria la victoria de Bolsonaro en el llamado “agrobelt” (cinturón agrario) brasileño, sector económico con cada vez mayor peso relativo en el PBI. La influencia ascendiente de los neopentecostales, que actuaron en primera fila de campaña, sin duda trajeron y mantuvieron una parte de sus votos. En regiones como Río de Janeiro, la territorialización de las milicias es presentada como uno de los factores que explican también la influencia de la extrema derecha en los cargos legislativos.
Expectativas e ilusiones en las elecciones del régimen del golpe institucional
Las altas intenciones del voto a Lula en las encuestas y el retrato subestimado de las intenciones de voto a Bolsonaro generaron una ilusión óptica en sectores de la vanguardia y del progresismo. Parecía que el país caminaba por la vía electoral y sin obstáculos hacia la izquierda. Esa expectativa se frustró, generando perplejidad y desmoralización luego de la divulgación de los resultados del último domingo.
En realidad, aunque con diferentes modulaciones, la correlación de fuerzas en el país estuvo atravesada por una situación reaccionaria y las elecciones confirman ese cuadro general. Esto no significa que no existieron momentos críticos en los últimos años, cuando podría haber un punto de inflexión entre las fuerzas en disputa. Los millones de votos a Lula expresan, de forma distorsionada, esos momentos.
En ese sentido, no es menor destacar entre los componentes de la correlación de fuerzas que se expresaron en las elecciones, la política de pasivización del movimiento de masas que el PT desempeñó en los últimos años. Durante la pandemia, a través de los sindicatos y movimientos sociales que dirige, se negó a organizar manifestaciones. Las primeras manifestaciones callejeras empezaron en función de movimientos de revuelta contra la política negacionista de Bolsonaro. Luego de un primer momento de vacilación, el PT empezó a participar de los actos, pero solo con el objetivo de controlarlos. Se hacían los fines de semana, controlados por las direcciones, y por fuera de cualquier organización en las bases. Así, el odio social se fue disipando gradualmente y fue canalizado hacia instituciones del propio régimen político, como el reaccionario Senado, cuando se prometía hacer justicia a través de una Comisión Parlamentaria de Investigación que hoy es poco recordada.
Vaciar las calles y evitar cualquier ascenso de procesos de movilización fueron parte de la política del PT para construir su frente amplio. Para contar con Geraldo Alckmin, después con Henrique Meirelles, conquistar la simpatía de las grandes cámaras empresariales como la Fiesp (Federación de Industrias de San Pablo) y Febraban (Federación Brasileña de Bancos) hasta llegar al gobierno de Joe Biden - que emitió sus señales de oposición a Bolsonaro - Lula tuvo que presentar sus credenciales de mejor contenedor de descontentos sociales.
Es comprensible que muchos sectores depositen en el voto a Lula la expectativa de derrotar a Bolsonaro. Sin embargo, por lo que las urnas ya confirmaron, la extrema derecha seguirá existiendo no solo como fuerza social, sino con peso en las instituciones del régimen. Incluso en un eventual gobierno de Lula, las condiciones económicas y políticas van a ser completamente hostiles a cualquier concesión económico-social. Al contrario, lo que se presenta es un escenario de nuevos ataques, además del mantenimiento de todo el legado de contrarreformas y privatizaciones de los últimos años.
La conclusión estratégica es que la contención de procesos de lucha y la alianza con la derecha, en primera instancia, sirve para desarmar la lucha de clases y abrir espacio a la extrema derecha. Los mismos sectores económicos y sociales fortalecidos en los años de los gobiernos del PT, ahora son fuerzas motrices de la extrema derecha, con el agronegocio y las iglesias evangélicas. No hay otro camino que organizar un combate consecuente contra la extrema derecha y su proyecto social, articulado con la preparación de la vanguardia para luchar contra las reformas, privatizaciones y nuevos ataques que están por venir.
Danilo Paris
Profesor de Sociología e integrante de Esquerda Diário Brasil.