[Desde Nueva York] Estas elecciones intermedias encuentran al régimen bipartidista en un corrimiento a la derecha respecto a las elecciones intermedias del 2018. El Partido Republicano por su parte, que viene creciendo electoralmente y que promete un gran desempeño electoral, conquistó triunfos políticos fundamentales para llegar fortalecido a esta elección.
Avanzó superestructuralmente en varios Estados con leyes ultra reaccionarias que van desde duros ataques a la comunidad trans, avasallamiento del derecho a votar, hasta prohibiciones legales para que los maestros de educación pública no enseñen la historia del racismo en Norteamérica o lo que la ultraderecha estadounidense denomina “ideología de raza”.
El GOP [1] logró cerrar filas –por lo menos hasta la próxima elección– entre su ala trumpista con extensa base social organizada tras la figura de Donald Trump, las organizaciones de ultraderecha tipo “milicias” y el ala encabezada por Ron DeSantis como representante de una derecha más bonapartista, más proestatal que se ampara en la retórica trumpiana “pro clase obrera” y la fusiona en una simbiosis bizarra de nueva ideología de “guerra cultural”, siempre ligada a la ideología del Partido Republicano pero que ha cobrado un nuevo empuje después de la cooptación del Black Lives Matter. Es incierto si esta frágil unidad republicana prosperará más allá de las intermedias, ya que choca con la agenda más de largo plazo del establishment republicano, que tiene que contener a Trump sin atacarlo directamente por el costo político electoral que tendría, inclusive hacia las presidenciales del 2024.
Y quizá el triunfo más importante del GOP en los meses previos fue la derogación de Roe vs. Wade a manos de la Corte Suprema que liquidó en un día la protección federal del derecho al aborto en Estados Unidos.
Si bien la retórica ultraconservadora y antiderechos juega un rol importante en la recomposición del Partido Republicano, en el corazón del trumpismo y en las aspiraciones de la base social republicana, sobrevive con fuerza el creciente odio de un sector amplísimo de la clase obrera estadounidense con el Partido Demócrata y esto, lejos de haberse modificado respecto a las elecciones presidenciales del 2016 y las elecciones intermedias del 2018, se ha profundizado y complejizado. Como dice Thomas B. Edsall del New York Times:
Aunque las presiones económicas que llevaron a millones de votantes blancos de clase trabajadora a la derecha se están moderando, la hostilidad que este segmento clave del electorado siente hacia el Partido Demócrata se ha profundizado y es cada vez menos susceptible de cambio.
Según un reporte del American Enterprise Institute con el título “Elections and Demography: Democrats Lose Ground, Need Strong Turnout”:
La brecha entre los blancos universitarios y no universitarios continúa creciendo. Por primera vez en este ciclo, la diferencia de margen entre los dos ha superado la asombrosa cifra de 40 puntos, muy por encima de la brecha de 33 puntos de la contienda presidencial de 2020. Los republicanos están a la zaga en los votantes universitarios blancos por 13,6 puntos, pero lideran con los blancos no universitarios por más de 27 puntos. Los demócratas parecen estancados en los 30 y algo en los blancos no universitarios –ninguna encuesta de este mes los muestra por encima del 34 por ciento–, por lo que parece poco probable que se repita la marca del 37 por ciento de Biden.
El mismo reporte concluye que una porción muy amplia de la clase obrera sigue identificando al Partido Demócrata como el partido de la globalización y de la asociación comercial con China, y que estos millones de trabajadores ven a la globalización como una constante amenaza contra sus condiciones de vida. Este sentimiento, inscrito en la política estadounidense desde que Donald Trump sorprendiera al mundo ganando la elección presidencial del 2016, lejos de disiparse, se ha fortalecido y complejizado al calor de una crisis económica que si bien aún no ha devenido en crack económico, se está expresando en una creciente inflación que se suma a toda la serie de problemas estructurales que sufre la economía estadounidense desde la Gran recesión del 2008, acrecentados por la pandemia.
El aumento de precios a niveles históricos, acompañado del aumento de las gasolinas y el incremento de la tasas de interés, están de hecho ampliando la base republicana (entre los trabajadores latinos por ejemplo, pero no solo) y están distanciando aún más a importantes sectores de la clase obrera del Partido Demócrata.
Ya en la elección del 2016, el gran protagonista fue la clase obrera olvidada por el neoliberalismo y ninguneada por el Partido Demócrata, en el corazón de la retórica trumpista, por derecha, y de la agenda de Bernie Sanders, por izquierda. Pero esta elección tiene a la clase obrera en el centro de la agenda y programa de los dos grandes partidos del capital, incluido el establishment demócrata, los medios de comunicación y hasta la FED, preocupada porque los salarios obreros no aumenten y por controlar la inflación con una combinación de tasas de interés altas, topes salariales y un potencial desempleo crónico de un 5% de la fuerza laboral.
A diferencia de las campañas electorales previas al 2016 y producto de las condiciones creadas por la pandemia, los políticos burgueses ya no pueden esconder a la clase obrera tras la quimera de “la clase media estadounidense”. Esto no solo es así producto del trumpismo, o producto del sanderismo; ambos fenómenos políticos expresan los cambios profundos en la conciencia de las masas. Nada sacudió más el estado de ánimo de las masas obreras en Estados Unidos que el Black Lives Matter por un lado y la Pandemia por otro. El fenómeno político sindical que expresa este cambio de conciencia está encarnado en la Generación U.
La “trumpización” del Partido Demócrata
El giro a derecha en estas elecciones de medio término se expresa también en un corrimiento a derecha del Partido Demócrata. Si bien la defensa del derecho al aborto había teñido la campaña electoral demócrata en los meses previos, logrando –según las encuestas– incentivar a una porción del electorado a ir a las urnas a votar azul, esto evidentemente no le alcanza a los demócratas para tener un performance electoral decente.
John Fetterman, el favorito contendiendo por un lugar en el Senado por el estado de Pennsylvania es quizá el ejemplo más rutilante de esta derechización. Fetterman, quien nominalmente es parte del ala progresista demócrata y defendió en su momento el Green New Deal, viene enfocando su campaña en la defensa del fracking, en un intento de ganar a la clase obrera blanca del estado que desconfía profundamente de los demócratas y el “Green New Deal” porque lo ve como una amenaza directa a sus trabajos y formas de vida. Al mismo tiempo, Fetterman tiene un discurso rabiosamente anti China que empalma también con la base social obrera que está tratando de disputar.
Los demócratas esperaban poder aprovechar la ola de ira y miedo que desencadenó la derogación de Roe vs. Wade para obtener un resultado de mitad de mandato que no les resulte tan desfavorable. Esto pareció funcionar momentáneamente, a pesar de la inflación y el decaimiento de las condiciones de vida de las masas, pero todas las encuestas (que ya pronostican una oleada roja en estas elecciones de medio término) están indicando que la clase obrera, no solo los sectores blancos golpeados por el neoliberalismo, van a votar pensando en sus bolsillos y no en los derechos democráticos, en riesgo por el avance de la derecha y la bonapartizacion de la derecha del GOP.
El Partido Demócrata está tratando de hablarle a la clase trabajadora en "términos trumpianos", en los estados con fuerte base trumpista, dirigiéndose a los perdedores de la globalización, que fueron desplazados de sus trabajos y que contaban con sindicatos, para volverse parte del inmenso precariado estadounidense con salarios bajísimos, y que han enfrentado las consecuencias de una economía China fuerte.
Cuando el aire que levantaba el ánimo de los progresistas en el Partido Demócrata luego de que Biden aprobara la ley contra la inflación, comenzó a disiparse en medio de la constatación de que el imperialismo estadounidense no podía permitirse ningún tipo de aventura “izquierdista”, el centro del partido ganó fuerza.
Pero incluso más allá del resultado de la elección intermedia que plantea un escenario peligroso hacia los dos años restantes del gobierno Biden, lo que está en crisis es la agenda demócrata de –una vez pasivizado el BLM y aprobado un paquete de leyes que implicó concesiones para las masas en la post pandemia– “organizar la pasividad” imponiendo una relación de fuerzas favorable para los capitalistas en tiempos de crisis.
En un sentido y siguiendo la lógica de Gramsci cuando pensó el problema de la hegemonía burguesa en América, lo que está en crisis es la hegemonía del régimen sobre la clase obrera, porque la capacidad de consumo de las masas proletarias está disminuyendo dramáticamente, especialmente la de sectores altos del proletariado, que comienzan a padecer las vicisitudes del precariado por el aumento de precios y el achicamiento del crédito.
La hegemonía burguesa está en crisis también porque el Partido Demócrata, principal dirección política del movimiento de masas a través de la burocracia sindical y de los movimientos sociales, tiene que navegar permanentemente entre ser el “partido de la contención” presto a expropiar las banderas de los movimientos sociales para quitarles su radicalidad y evitar que que dicha radicalidad contagie al movimiento obrero, y ser el “partido de la ley y el orden” cuando es menester reprimir brutalmente a la vanguardia.
El partido de Joe Biden ha estado en el centro de la brutal represión contra los activistas del BLM desde 2020 y la legitimación renovada de la policía. Es bajo administraciones demócratas como la de Eric Adams, alcalde de Nueva York, que los departamentos de policía locales y estatales han recibido sumas históricas de los presupuestos locales.
Otro ejemplo de la “trumpización” del partido de los burros es Tim Ryan, el favorito al senado por el Partido Demócrata en Ohio, una veleta política que en su momento comparó el sistema de justicia penal estadounidense con Jim Crow. Hoy su campaña tiene como slogan central “Refund the police” en clara alusión al BLM y está siendo apoyado electoralmente por por el sindicato de policía del estado afiliado a la AFL-CIO.
La disputa por la clase obrera
En este intento desesperado por ganar las ilusiones de la clase obrera estadounidense, el establishment y el centro del Partido Demócrata dieron un giro hace algunas semanas en el manejo de la elección. Esto tuvo como consecuencia poner en marcha una política que tiene el objetivo de separar las cuestiones “políticas” de las “económicas”, para arrebatar de las manos del GOP a los sectores de la clase obrera desencantados con el Partido Demócrata.
Es Barack Obama, el líder moral del Partido Demócrata, quien expresa esta idea de manera mucho más sofisticada. De una manera muy hábil, como lo hizo antes de su administración, Obama planteó hace un par de semanas en Pod Save America que la política estadounidense se tiene que reconfigurar y dejar de estar cifrada en términos de raza, para ir más allá. Chocando directamente con la ideología demócrata y al mismo tiempo, reivindicando en general al BLM, plantea que los cambios culturales en el lenguaje (lenguaje inclusivo, antirracista, etc) no significan nada para el “ciudadano de a pie” y la “gente buena que está preocupada por el bienestar de sus familias”.
Esta conclusión proviene de la conciencia que tiene un sector del Partido Demócrata de que la “corrección política” repele a la clase obrera y pone al partido en una situación defensiva, sobre todo en Estados como, por ejemplo, los del llamado “Rust belt” [2]. Para justificar esto se apoya, por un lado, en la caricatura que hace la ultraderecha del progresismo y su obsesión con los “pronombres” como policía del lenguaje, y en el hecho de que este fue el lenguaje político del progresismo neoliberal (hoy en bancarrota), que basó su hegemonía sobre los movimientos sociales en arrogarse su representación política, expresada en la política identitaria y borrando las divisiones de clase, para dejar intactas las condiciones estructurales de la explotación y la opresión capitalista, jugando con la pantomima de la “representación”.
Para Obama, el camino para el Partido Demócrata para recomponer su relación con la clase obrera y navegar las aguas de la crisis económica, es distanciándose de las cuestiones que “dividen”, restando importancia a la política de la identidad y pro derechos. Es una reacción a que el Partido Demócrata no pudo hacer girar la balanza electoral amparado en la defensa de Roe vs. Wade, no solo porque los trabajadores estén presionados por la crisis económica, sino porque los demócratas se negaron a movilizar contra la Corte Suprema y dejaron correr 50 años sin codificar Roe vs. Wade. Al servicio de remontar esa crisis está el giro discursivo de centrarse demagógicamente en las demandas de “pan y mantequilla”, como se acostumbra llamar acá a las demandas por mejores condiciones de vida, cuando en realidad todos acuerdan con el plan de la FED de que la crisis la paguen los trabajadores. Al evitar hablar de la consigna central del BLM (“Defund the Police”), traicionada en decenas de Estados por administraciones demócratas, Obama también parece estar alertando que los aspectos más disruptivos del BLM no deberían contagiar a la clase obrera.
¿Qué tienen en común Barack Obama y la revista Jacobin?
Este discurso que Obama utiliza para intentar salvar al establishment demócrata, sin embargo, es imposible de combatir con la ideología que ha ido desarrollando la revista Jacobin, que comparte elementos comunes expresados en el hecho de que, por distintas vías, ambos han utilizado a Fetterman como un ejemplo positivo de las adecuaciones en las campañas electorales que tiene que hacer el Partido Demócrata, específicamente en los estados con fuerte base trumpista.
Hay que recordar que fue Bernie Sanders quien, junto con Trump pero por izquierda, trajo a la clase obrera de vuelta a las contiendas electorales. Desde su campaña en las primarias demócratas en el 2014, el senador de Vermont ha hecho de la clase obrera y sus demandas más sentidas un discurso central.
Fight for 15th! Medicare for All! Tax the Rich! Fueron demandas que se hicieron rápidamente populares en principio entre la juventud pero luego en sectores de masas. Esto es así también porque la clase obrera ya daba síntomas de recomponerse subjetivamente desde el 2016, con ejemplos bien significativos como el de la huelga de Verizon de ese mismo año, que fue súper popular entre la población, por lo menos de las grandes ciudades. Bernie Sanders aparecía como el único político que no solo hablaba en favor de la clase obrera si no que apoyaba las luchas.
Ya desde entonces, Sanders dejó claro que para él la clave de la política norteamericana yacía en hablarle a la clase obrera y en hacer que la democracia estadounidense volviera a tenderle una mano a los trabajadores. Que para ello había que confrontar a los súper ricos en primer lugar y evitar hablar de las cuestiones que dividen a la clase obrera que no son prioritarias para elevar el nivel de vida de todos los trabajadores, no importando su identidad. Partía de una verdad general correcta de que no puede haber igualdad racial o de género si no cambian las condiciones de vida de toda la clase obrera.
La revista Jacobin, que junto con la dirección del DSA ha construido su proyecto político en diálogo con el Sanderismo, esperando que del ala progresista del Partido Demócrata pudiera surgir un partido independiente o que la presión y fortalecimiento del ala progresista pudiera cambiar la orientación del partido, rápidamente se hizo eco de esta política y ha dedicado buena parte de su arsenal teórico a justificarla.
En el contexto actual de las elecciones intermedias, la radicalización de esta política ha llevado a escritores de la revista Jacobin a darle apoyo tácito a candidatos como John Fetterman en Pensilvania, como es el caso de Branko Marcetic en este artículo.
Marcetic esta timidamente diciendo que Fetterman, que es un candidato que abiertamente está defendiendo el fracking y desarrollando una política absolutamente chovinista respecto a China mientras omite hablar del aborto en cada momento, es un candidato que hace sentido apoyar:
Hay muchas cosas que uno puede criticar sobre Fetterman. Además del panquequismo con el fracking, se ha mostrado superficial con respecto al sistema de salud de pagador único, y ha adoptado una posición centrista cobarde sobre Israel y Palestina. Si los votantes deciden, después de comparar esto con las políticas plutocráticas y el historial de deshonestidad de su oponente, que aún no pueden votar por Fetterman, tienen todo el derecho de tomar esa decisión. Pero la obsesión de los medios con la discapacidad de un hombre no debería decidir esta elección, especialmente cuando la prensa ha dejado en claro que no les importa el deterioro cognitivo en ningún otro caso.
En este caso, la división entre las demandas anti opresión o “políticas” y las demandas de “pan y mantequilla”, ha llevado a la revista Jacobin a apoyar electoralmente a candidatos demócratas de un Estado imperialista, haciendo la vista gorda de la “política exterior” del Sanderismo en temas sensibles como Palestina, Ucrania o China. Esta operación política, potencialmente coloca a este sector de la dirección del DSA del lado de la menos sofisticada forma de chovinismo frente a su propio gobierno imperialista.
Pero este no es el único problema de esta forma de pensar. Esta lógica política, puesta en juego desde distintos ángulos e intereses por Obama, Sanders y Jacobin, va en contra de los cambios de pensar más profundos que se están dando en la clase obrera estadounidense encarnados por la Generación U. Porque la generación U es hija del BLM y de la Pandemia.
Sí, necesitamos un partido de la clase obrera con una programa socialista
Un aglomerado de jóvenes de múltiples razas, hijos de las clases medias empobrecidas e hijos de familias obreras blancas, negras e inmigrantes. Estudiantes y trabajadores. Ambos en muchos casos. Algunos politizados por el BLM. Algunos politizados por la pandemia, cuando desde las bodegas de Amazon comenzaron a aparecer los primeros síntomas de descontento, cuando las cifras de muertos se dispararon y la clase obrera estaba en la línea de frente. Algunos se politizaron porque sufren discriminación como personas trans, o queer o no binarias. Algunos se organizan con el DSA, y desde ahí se mudan a kilómetros porque quieren ir a Amazon a organizar un sindicato. Otros se organizan en sus centros de trabajo, en las cafeterías de Starbucks, y organizan huelgas por los derechos de sus camaradas –muchos se llaman camaradas– trans o musulmanes. Muchos tienen simpatía por Sanders pero una desconfianza profunda en el Partido Demócrata. Pero quizá lo más disruptivo es que ellos no quieren dividir las demandas contra la opresión de las demandas por mejoras en sus condiciones de trabajo, ¡quieren el pan pero también quieren las rosas! Por eso en los piquetes cantan “Abortion Rights are Labor Rights!” Por eso en las manifestaciones contra la derogación de Roe vs. Wade, allí nos encontramos con los trabajadores de Amazon, de Chipotle, de Starbucks, etc.
El DSA y el conjunto de las organizaciones de izquierda en Estados Unidos, sobre todo aquellas que están pensando con pasión en la cuestión de cómo construir una organización independiente de la clase obrera, tenemos que hacernos la siguiente pregunta: ¿vamos a pedir menos que la Generación U? ¿Vamos a adaptarnos a la agenda reformista del ala progresista del Partido Demócrata? ¿O vamos a aprovechar que hay sed de reformas entre la clase obrera para incentivar la lucha de clases y construir instituciones independientes de los trabajadores y la juventud, no solo sindicatos sino hasta nuestro propio partido?
Un camino para la izquierda, un camino para la Generación U
Si la lucha de clases se desarrolla y hay actividad de la clase obrera y los oprimidos en el próximo periodo, como promete el desarrollo de la crisis económica y política, los socialistas revolucionarios tenemos una gran oportunidad para plantear una alternativa a la Generación U, que pueda amplificarse hacia la clase obrera de conjunto.
Tanto el Partido Republicano como el Partido Demócrata tienen su propia política hacia la clase obrera. La política del Partido Republicano es aprovechar la rabia y la frustración de millones de trabajadores para conducirla a una agenda chovinista y reaccionaria. La política del Partido Demócrata es evitar su radicalización mediante concesiones parciales, la cooptación a través de la burocracia sindical y de los movimientos sociales y la represión. Las concesiones parciales que pueda hacer el Partido Demócrata además se muestran cada vez más limitadas ante el avance de la derecha para millones, como lo demuestra el hecho de que Roe vs. Wade nunca fue codificada ley bajo las administraciones demócratas y Biden no ha aprobado ni la Pro Act, una ley –limitada– que favorece los intentos de sindicalización.
La derecha se radicaliza y lejos de separar lo “político” de lo “económico”, lo unifica planteando que hay que luchar contra la inflación, culpa de la crisis económica a la migración que viene con la globalización, propone una política rabiosamente anti China para que los trabajadores vean con desconfianza a la clase obrera de aquel país, se oponen a favorecer a las “minorías raciales” como hacen los demócratas, y quieren dejar de reproducir la “ideología de raza”. Los socialistas tenemos el desafío de apoyarnos en el sector más avanzado de la clase obrera, encarnado en la Generación U, para golpear sobre la derecha y su base con una perspectiva independiente.
Tenemos la oportunidad de dialogar con decenas de miles con un programa y un discurso que unifique la lucha por las condiciones de vida de la clase obrera y contra la opresión, y que unifique las filas de la multiétnica y heterogénea clase obrera estadounidense, que desde la costa Este hasta la costa Oeste está padeciendo la inflación, el racismo, la falta de derechos democráticos, la falta de derechos laborales, las prácticas antisindicales y la opresión de género, en especial en los centros de trabajo.
La clase obrera unificada es quien puede luchar contra la “amazonificación” de las condiciones laborales, que requiere del racismo y la opresión de género para mantener disciplinada a la clase obrera de conjunto.
Estas elecciones lucirían bien distintas si hoy tuviéramos candidatos socialistas que pudieran hablarle con autoridad a la clase obrera, independientes del Partido Demócrata, trabajadores y líderes de los movimientos sociales, orgánicos de las comunidades y los centros de trabajo que agitaran una salida distinta a la crisis de la globalización neoliberal. Candidatos socialistas, trabajadores y oprimidos como los activistas de Amazon y Starbucks, que no pongan los intereses de la clase obrera estadounidense por encima de los intereses de la clase obrera internacional, como nos enseñaron Marx y Engels.
Como plantean Kim Moody, Joe Burns y otros intelectuales, como plantean muchos camaradas del DSA, como vienen planteando las organizaciones organizadas en la revista Tempest y organizaciones trotskistas como Socialist Alternative, hay que construir un partido de la clase obrera. Para nosotros ese partido de la clase obrera tiene luchar sin tregua por arrancar de las garras del Republicano y el Partido Demócrata la conciencia de la poderosa clase obrera. Tenemos que construir una organización que agite una plataforma que lejos de fragmentar nuestras luchas las unifique política y organizativamente, y que abrace una perspectiva no para perfeccionar esta democracia para multimillonarias basada en la Corte Suprema, el Senado y el Colegio Electoral, sino para enfrentar a los dos partidos del capital, a la ultra derecha organizada, y a los patrones.
Para nosotros se trata de construir un partido que desencadena la creatividad y organización del movimiento obrero con independencia del Estado capitalista y que convierta la energía y la combatividad de los movimientos sociales que luchan por derechos reproductivos y por las vidas negras en un gran tsunami contra el régimen de los dos partidos del capital imperialista. Pero ese partido no puede existir de la mano de nuestros explotadores y nuestros opresores.
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