En el 2018 nos encontramos en las calles. Convertimos al pañuelo verde en un símbolo de militancia. Apareció en escena una nueva generación de pibas y pibes movidos por esa marea, decididxs a cuestionar las reglas de juego. No somos parte de un fenómeno espontáneo. Es la irrupción en la política de una nueva generación, que algunxs llamaron “la revolución de las hijas”. La fuerza que ha cobrado movimiento de mujeres en Argentina los últimos años, que es también una respuesta a las aberraciones de este sistema social, hace más necesarios los debates, disputas y caminos por los que elija construir salidas a los padecimientos y opresiones. Somos parte de un mundo donde crece la polarización social, entre los Trump y Bolsonaro, y los “chalecos amarillos” que en Francia se atreven a plantear que no quieren las migajas sino toda la baguette.
La crisis que atraviesa nuestro país con la vuelta al FMI de la mano de Mauricio Macri, abre mayores desafíos al movimiento de mujeres: el entrecruzamiento entre patriarcado y capitalismo está a la orden del día [1]. Qué perspectiva adopten importantes franjas de un movimiento de mujeres heterogéneo, puede ser decisivo para definir el destino del país: o se consuma un nuevo saqueo, o damos una salida de fondo a favor de las grandes mayorías trabajadorxs, de las cuales las mujeres somos casi el 60 % [2].
El neoliberalismo nos desafía a superar las mismas condiciones que generó con la fragmentación y la división de lxs explotadxs y oprimidxs, dividiendo sus luchas. Décadas sin revolución han impactado en una subjetividad con bajas aspiraciones, pero también surgen múltiples movimientos de lucha. Poner en debate los feminismos tiene que ver con esto. Acá nos proponemos hacer un contrapunto con la propuesta de “feminismo popular” de Ofelia Fernández [3], desde una perspectiva de emancipación de todxs lxs explotadxs y oprimidxs. No se trata de una polémica personal, sino de debatir sobre proyectos que, por supuesto, tienen referentxs.
(De)construyendo un feminismo popular
El feminismo es acompañado de diversos adjetivos que prefiguran las distintas tendencias y proyectos políticos (y objetivos) que están en disputa. Liberal, Radical, Popular, Socialista son algunos de los más resonantes. Acá nos vamos a concentrar en el debate entre uno de los feminismos populares y el socialista.
El feminismo popular se autoconcibe como “una de las formas de resistencia al avance del neoliberalismo” [4]. No es un espacio homogéneo: hay diversas personas, trayectorias, grupos, ideas, que encarnan distintos proyectos y perspectivas. Conviven bajo esta misma definición –incluso al interior de Unidad Ciudadana– quienes se reivindican anticapitalistas y quienes no; las que dicen que el pañuelo verde es innegociable, y las que están dispuestas a conciliar con los celestes. El peronismo en sus distintas variantes, por definición, defiende este régimen social de explotación. Nuestro debate apunta a quienes desde las banderas o la retórica anticapitalista optan por construir en ese espacio político.
Una de las referentes del movimiento de mujeres, la joven de 18 años Ofelia Fernández, viene proponiendo en artículos y discursos la articulación del feminismo popular con el espacio “Frente Patria Grande” que impulsa la candidatura de la ex presidenta Cristina Fernández para el 2019. Lo pone en palabras desde el inicio “El 2019 presenta un escenario incierto y caótico (...). Hay algunos atrevidos que llaman a la foto pero no a la rosca” [5].
Esta ubicación abre un primer debate. Desde esta óptica, lo que ordena el momento de pasar de la lucha con los movimientos a la gran política, en el sentido de “vocación de poder”, son las elecciones presidenciales. Hace un llamado a ser parte de la rosca para disputar con Macri (que tiene tan revuelto al peronismo), que es presentado por Ofelia como si fuera un gran acto de valentía meterse a negociar puestos en listas con los señores feudales que gobiernan en las provincias, las iglesias (y Bergoglio en particular), empresarios nacionales, y hasta con representantes de las finanzas internacionales, como ya está “rosqueando” Axel Kicillof.
Aunque aclare que su militancia y construcción política “no empieza ni termina en las elecciones del año que viene” [6], nos presenta la “vocación de poder” asociada a la disputa electoral. ¿Es que la masividad en las calles por el aborto legal, contra la reforma previsional, o por la educación pública no deben ser pensadas para disputar el poder desde la movilización callejera? Pareciera que está muy bien marchar, militar en lugares de trabajo y estudio, los barrios, pero siempre por separado, cada movimiento en “su tema”, sin alterar los marcos de representación que establece el régimen democrático. Que la vocación de poder se mueva de las calles al palacio. Muy distinta a la intervención que buscamos desarrollar desde el PTS en el Frente de Izquierda, donde las elecciones y obtención de bancas significan un medio para fortalecer la organización y lucha anticapitalista. Por el contrario, acá se plantea una unidad electoral alrededor de la categoría “pueblo”, mientras en la acción son los más divisionistas de trabajadorxs ocupadxs y desocupadxs, mujeres, jóvenes, jubiladxs e inmigrantes.
Fernández, en su artículo “Tibias jamás”, propone construir “feminismo popular”. Lo define como un feminismo no corporativo, entrelazando las demandas del movimiento de mujeres “sin perder de vista que la miseria, la pobreza, la marginación, o cualquiera sea la injusticia, queman más si además somos mujeres, si somos tortas o si somos trans” [7]. De lo que se trata para esta perspectiva es de “frenar la avanzada neoliberal”. ¿Cómo? Poniendo lo construido por la militancia “entre el glitter y el barro” a jugar en espacios políticos “contradictorios o con elementos en disputa” [8]. En concreto: ponerlo a jugar con Unidad Ciudadana como anunció el “Frente Patria Grande” que tiene como figuras a la misma Ofelia Fernández, a Juan Grabois, el vocero del Papa, entre otrxs. Plantearon que “Cristina debe liderar un gran frente patriótico para derrotar a Macri” [9]. Días después, CFK proponía la “teoría de los dos pañuelos” como forma de unir esos espacios contrapuestos, generando las más diversas reacciones.
Los fundamentos para “dejar el purismo de lado” como ella dice, se basan en dar ese salto a la política, porque no alcanza estar de acuerdo con el derecho al aborto si se está destruyendo la salud, la educación y se multiplica la pobreza. No podemos estar más de acuerdo en que no alcanza luchar por el derecho al aborto mientras el país atraviesa un saqueo histórico con un endeudamiento fenomenal. Pero ¿es con esta alianza política a la que invita Ofelia que podremos enfrentar el neoliberalismo?
Las contradicciones de este espacio (que reconoce), son demasiado importantes como para disimularlas en una sola frase. Proponer “enfrentar el neoliberalismo” con quienes hoy anuncian que no romperán con el FMI sino que buscarán renegociar para seguir pagando la deuda (Kicillof), suena como una ilusión. Decir que “hay elementos de disputa” en un espacio que reivindica garantizarle las ganancias a los grandes dueños del país como Rocca (Techint) y Pagani (Arcor) como dijo CFK en el Senado, es embellecer a los verdugos del pueblo trabajador. Peor aún, es crear una fantasía irrisoria de que Ofelia podrá disputar “desde adentro” con esos empresarios de tradición golpista (que los gobiernos kirchneristas no juzgaron como cómplices y partícipes del golpe militar) compartiendo un mismo proyecto popular. Dejar un país con 25% de hogares en la pobreza, habiendo tenido un crecimiento a “tasas chinas” como ocurrió con el kirchnerismo, ¿en qué estrambótica teoría equivale a “enfrentar el neoliberalismo”?
La lista podría seguir hasta la alianza con el Vaticano, que tiene medalla al militante milenario contra los derechos de las mujeres, en especial del derecho al aborto. Están en todo su derecho de creer que su llegada a Unidad Ciudadana podrá disputar la relación de fuerzas con la Iglesia, aunque sea algo que no lograron ni personalidades como Horacio Verbitsky, ni las Abuelas, ni la propia hija de la ex presidenta. Pero no en nombre de la marea verde, ni queriendo subordinar nuestra lucha a esta institución reaccionaria. Tampoco callando la exigencia de “separación de la Iglesia del Estado”. Quienes sigan levantando en alto el pañuelo naranja con el verde –como nosotras-, si no quieren ser convidadxs de piedra, tendrán que buscar en otro lado. Si la interpelación de Ofelia es ¿qué hacemos para frenar la avanzada neoliberal?, todo indica que no es por el camino que propone.
De la Resistencia a la Revolución
Despejando lo que se hace (al menos en relación al objetivo enunciado) de lo que dice, también tenemos un debate.
Cuando se presenta un proyecto afirmando que la política es “para cambiar vidas” porque “vale más avanzar un paso concreto en la realidad que mil programas intachables o teorías infalibles” [10], se está trazando un horizonte inmediato. Los sueños son un “compromiso eterno” como afirma Ofelia, que quedarán para un futuro lejano. El problema no está en los sueños y anhelos de igualdad, libertad y cambio social, sobre los que probablemente tengamos más coincidencias, sino en cuál es la mejor estrategia para hacerlos realidad.
El neoliberalismo ha ganado también una batalla cultural: instaló que se puede resistir a sus ataques, pero no enfrentar, para vencer, al capitalismo. Hasta las series de Netflix nos ofrecen futuros distópicos donde la imaginación llega a la destrucción del mundo y la humanidad por catástrofes, pero es impensable el fin del capitalismo.
No es una operación ingenua hablar de resistencia popular. En esos discursos incendiarios anti-neoliberales hay una estrecha relación entre militar por la realpolitik y diluir a la clase trabajadora en un movimiento más. La combinación de un discurso para cambiar vidas aquí y ahora, y difuminar a la única clase que tiene el poder social estratégico para derrotar al capitalismo, no puede dar otro resultado más que liquidar cualquier perspectiva revolucionaria.
La fragmentación de la clase trabajadora es convertida en un dato de la realidad, como si fuera un triunfo irreversible del neoliberalismo, omitiendo que es posible gracias a las burocracias sindicales, estudiantiles y de los propios movimientos sociales y feministas, que la garantizan, naturalizan o reproducen.
Como hemos polemizado en otros artículos en esta revista debatiendo con la posición de resistencia de los feminismos populares:
A las masas se las condena a defender su ración de subsistencia, ante cada nuevo saqueo propinado por los que acumulan extraordinarias riquezas y concentran el poder político con el ejercicio del monopolio de las armas. Pero jamás se permite la posibilidad de una lucha por arrebatar ese poder y democratizar profundamente los resortes de la economía y la administración colectiva de lo público [11].
Al fin y al cabo, el de Ofelia es un feminismo popular que se presenta con el objetivo ambicioso de “pudrir todo”, pero que acaba rebajando sus expectativas a un posibilismo extremo. En ese recorrido, se crea un abismo que termina haciendo girar la rueda del escepticismo, o transforma la difícil tarea de tirar abajo el patriarcado en una idea facilista de que “se va a caer” con disputas culturales o peleando una agenda desde las instituciones del Estado.
Las feministas socialistas no nos resignamos a elegir entre la depredación abierta y descarnada del capital financiero y quienes proponen hacer un poco más llevadera una pobreza estructural con subsidios (que hasta el Banco Mundial recomienda). Esta nueva generación que surgió tiene la posibilidad y la necesidad de abrir un camino revolucionario donde el hambre y la explotación no sean un hecho dado que haya que paliar, sino que sea lo que se propone desterrar de la humanidad. A eso invitamos a militar. Para lo cual es necesario restablecer la unidad entre objetivos y sujeto revolucionario.
Por nosotras y toda la humanidad
Cuando nos definimos feministas socialistas estamos diciendo que queremos cambiarlo todo. El capitalismo ha hecho uso del patriarcado para sofisticarlo a su favor, no solo por las desigualdades de género (que las trabajadoras tengan salarios menores a los varones por igual tarea, o porque si somos inmigrantes, trans, lesbianas, las opresiones son mayores). En momentos de crisis, las mujeres y niñas somos las primeras en tener que dejar los estudios para buscar los medios de subsistencia para nuestras familias, recurriendo a empleos precarios e informales, aceptando trabajos que rompen los cuerpos. Sobre nuestros cuerpos golpean las peores enfermedades sociales: la violencia, los abusos, la prostitución. Las pobres pagan con sus vidas las consecuencias de los abortos clandestinos, que aumentarán con la carestía de vida. Por todo ello, nuestro grito de guerra es por nosotras y por toda la humanidad, como dice la canción “Pan y Rosas”.
Las mujeres siempre hemos estado en primera fila para resistir ante las grandes calamidades de la historia. Pero la resistencia nos ubica en conservar lo conquistado, y ¿quién quiere conservar la explotación pero con algunos “beneficios”? Se trata de ponerle fin y torcer el rumbo de la historia. Si este es nuestro objetivo, nos obliga a pensar quién es el sujeto revolucionario. Es la clase trabajadora la que maneja y hace funcionar los bancos, transportes, escuelas, hospitales, dependencias estatales, industria, comercios. El feminismo socialista es de la clase obrera, no por un mandato o un capricho, sino porque esa es la clase que tiene la capacidad de atacar en el corazón del capitalismo.
Una respuesta integral a demandas democráticas que son estructurales, como todas las opresiones que nos atraviesan, no vendrá de una salida corporativa como movimientos luchando por separado. Necesitan entrelazarse con una respuesta igualmente estructural, que es anticapitalista. Esa unidad es la que puede dar la clase trabajadora para edificar una nueva sociedad socialista.
Lo que nos proponemos no es una tarea sencilla, pero es crucial en momentos donde el sistema recrudece sus ataques. Partimos de la fragmentación de la clase trabajadora, sí. Pero a la vez, el surgimiento de múltiples movimientos sociales, feministas, raciales, estudiantiles donde lxs asalariadxs son parte transversalmente, también puede acercar y hacer más potente una alianza social si se traza estos objetivos.
Cuando Marx dijo “cada paso en el movimiento real vale más que una docena de programas”, nos interpela a hacer realidad nuestros objetivos y no sólo declamarlos. Pero eso no se logra en un acto espontáneo, hace falta una organización política, un partido revolucionario, que pelee por darle vida aquí y ahora.
Nuestra militancia está en darle fuerza a la valentía de las trabajadoras domésticas de Nordelta que se animaron a denunciar la discriminación y los maltratos patronales. En las trabajadoras que pusieron en pie comisiones de mujeres dentro de las fábricas recuperadas de MadyGraf y Zanon. En pelear con los y las trabajadoras de Kraft para hacer un paro total de la planta contra el acoso de un supervisor, sublevadas a una multinacional y la burocracia sindical. En acompañar a las trabajadoras de PepsiCo y de Siam junto a sus compañeros, para enfrentar los desalojos y las represiones. Cuando un cordón de mujeres trabajadoras y estudiantes se pone al frente en la represión de la gendarmería contra los trabajadores de Lear en la Panamericana.
Somos las herederas de Rosa Luxemburgo, que con el cuchillo entre los dientes peleó una perspectiva revolucionaria enfrentándose con sus ideas y su acción a los dirigentes más importantes de la socialdemocracia alemana. Tomamos sus palabras:
Las relaciones de producción de la sociedad capitalista se acercan cada vez más a las relaciones de producción de la sociedad socialista. Pero, por otra parte, sus relaciones jurídicas y políticas levantaron entre las sociedades capitalista y socialista un muro cada vez más alto. El muro no es derribado, sino más bien es fortalecido y consolidado por el desarrollo de las reformas sociales y el proceso democrático. Sólo el martillazo de la revolución, es decir, la conquista del poder político por el proletariado, puede derribar este muro [12].
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