[Desde Venezuela] Publicamos aquí una de las notas del nuevo suplemento Ideas de Izquierda de LID Venezuela. En este caso, un análisis de la crisis iniciada con el derrumbe de los precios del petróleo pero que se fue precipitando hacia un abismo por las propias políticas del gobierno de Maduro.
En Venezuela vivimos una catástrofe sin precedentes en la historia del siglo XX y en lo que va del XXI. Los niveles de la crisis imperante son en todos los órdenes. Una crisis iniciada con el derrumbe de los precios del petróleo pero que se fue precipitando hacia un abismo por las propias políticas del gobierno de Maduro. Aunque la misma en el último año se ha visto acrecentada por las sanciones económicas del imperialismo estadounidense.
Si durante todo un buen período Venezuela estuvo en el centro de la atención política latinoamericana e internacional por las particularidades políticas del proceso que se vivía, ahora lo sigue siendo, pero ya por razones inversas. La catástrofe económica y social, y la agresión imperialista más directa con tentativas golpistas como las que se vieron durante el primer semestre del 2019, pone al país sobre el tapete internacional e incluso lo han lanzado a ser centro de discusión entre potencias y los países del continente.
Pero la situación que impera en Venezuela no cayó del cielo, es el resultado de las propias contradicciones del proyecto nacionalista burgués iniciado por Hugo Chávez en un país con características semicoloniales, rentista por excelencia, dependiente de una única fuente de ingreso en la captación de dólares de la renta mundial, el petróleo, y de la alta dependencia de los vaivenes de la economía mundial, tal como lo definimos en su momento.
En el presente artículo intentamos desarrollar esa forma estatal que se fue configurando con el chavismo para entender la particularidad que tuvo de penetración en el movimiento de masas, esencialmente bajo el período de Chávez, aprovechando su ascendencia, en esa relación “consenso y coerción” vía un amplio proceso de estatización/cooptación de sus organizaciones tanto en el movimiento obrero y de los gruesos sectores populares. La discusión es amplia y tiene diversos ángulos de abordaje, así como muchas aristas.
La cuestión nos interesa aquí en función del debate entre la izquierda venezolana, tanto la que aún se llama chavista como la que ya no se reivindica así pero que fue parte del proceso bolivariano, y que vieron en el mismo potencialidades de transformaciones estructurales, pero que hoy, reordenándose de diversas formas frente al gobierno de Maduro –al cual confrontan–, buscan hacer tabula rasa de su reciente pasado, y no “encuentran explicación” del por qué el movimiento de masas no presenta batalla a la altura de la situación frente a los brutales ataques a que es sometido.
El chavismo y el “Estado integral” (o ampliado) a “su” manera
Sin lugar a dudas, lo que se conoció como “revolución bolivariana” impactó en todo el continente, incidiendo marcadamente en las corrientes de izquierda y generando al mismo tiempo una oposición férrea de la derecha venezolana y latinoamericana, así como de la de Estados Unidos. Se trataba del fenómeno más a izquierda de los llamados gobiernos posneoliberales surgidos en América Latina al calor de la crisis del neoliberalismo y los levantamientos populares en los primeros años del siglo XXI, donde las tensiones políticas se expresaron en toda su magnitud.
Pero hay que remarcar de entrada que el chavismo emergía, no para potenciar sino para contener las crisis políticas y la agudización de la lucha de clases, reconducirlas a la pasivización necesaria que permitiera recomponer el Estado que, en plena crisis, había sido dejado por el régimen político anterior, obviamente al contrario de lo que muchos consideraron como la apertura de una revolución. “Tenemos que darle cauce a un movimiento que hoy corre por toda Venezuela, el mismo pueblo que hoy clama en las afueras del Capitolio... Nosotros le daremos cauce pacífico y democrático. Si los dirigentes hoy no podemos dárselo, esa fuerza desatada nos pasará por encima”. Así se expresaba Chávez el 2 de febrero de 1999, cuando asumió el gobierno del país.
Esto fue así porque fue en Venezuela donde la descomposición político-estatal fue más aguda o el movimiento de masas golpeó con más fuerzas, con acontecimientos como el Caracazo, y donde el péndulo político osciló más a izquierda, con más confrontación con las clases dominantes.
Pero cómo es que opera esa forma expansiva que tuvo el chavismo. El mismo se da por las condiciones particulares que sentaron las bases para un régimen que en todo un período contó con amplio apoyo de masas. Si bien Chávez tiene su asentamiento en el agotamiento del régimen de dominio político anterior y el hartazgo del movimiento de masas, su régimen político y la orientación que le dio hubiese sido impensable sin el ciclo de auge de las materias primas, sobre todo del principal producto del país, el petróleo, así como también sin el cambio en las prioridades de la política exterior estadounidense, que se concentrara en Medio Oriente y dejaba en segundo plano América Latina.
Todo esto no implicó cambio alguno en la posición subordinada de Venezuela en la división internacional del trabajo y de las configuraciones concretas de las relaciones entre nuestro país y el imperialismo, pero Chávez se aprovechaba de esa situación particular que brindaba la coyuntura económica mundial, y sobre todo las prioridades de imperialismo estadounidense, avanzando en ciertos niveles de soberanía nacional y en “ampliar” las bases del Estado.
En cierta manera, se operó, utilizando una categoría de Gramsci, una forma de “Estado integral” o ampliado, pero con la particularidad propia de un país semicolonial, más “coyuntural”. Esto dado por la dependencia de las coyunturas económicas, que cuando son favorables permiten desarrollar políticas sociales y económicas para ampliar su base de apoyo, y cuando le son adversas opera la restricción debilitándose esas ramificaciones estatales en la sociedad.
Si bien los análisis y la definición de Gramsci de “Estado integral” se refieren a los países centrales, en el sentido de su controvertida fórmula “El Estado (en su significación integral: dictadura + hegemonía)” [1], ella constituye una categoría que ayuda a comprender la “expansión” del chavismo en cuanto su forma estatal en un país semicolonial, aunque determinada por una temporalidad y no estructuralmente como lo era en los países analizados por el marxista italiano, dada la alta dependencia de Venezuela de los humores de la economía mundial, y en particular de los precios del petróleo.
Para decirlo más claramente, el Estado amplía sus tentáculos dentro de la sociedad mediante todo un proceso de estatización de las organizaciones del movimiento de masas, pero de una manera peculiar y contradictoria: su temporalidad. En función de esto fue que el chavismo, en su forma estatal, llegó a tener ese carácter “expansivo” de la política estatal y penetrar hasta donde no lo había hecho ningún régimen político anterior, vía la estatización y/o cooptación, no sólo de las organizaciones sindicales sino también de aquellas de las que se habían dotado los grandes sectores populares. En el plano sindical, las que no fueron cooptadas, quedaron reducidas a cascarones vacíos, sobre todo aquellas dirigidas por una burocracia sindical vinculada a los sectores políticos de la burguesía que se le oponían.
En lo que dice respecto al movimiento obrero, en aquellos lugares que en sus inicios Chávez tuvo dificultades para avanzar en el control sindical, llevó adelante el llamado “paralelismo sindical” (la construcción de organizaciones sindicales paralelas en un mismo centro productivo o lugar de trabajo). Aunque no se trataba de un fenómeno nuevo constituyó una de sus principales herramientas para establecer una hegemonía y el control, al estar en manos del Estado y particularmente del Ejecutivo la decisión de los procesos de legalización, decidiendo discrecionalmente.
De esta manera se pasó de 4.198 organizaciones sindicales que se fueron constituyendo entre 1986-1999 a 6.633 entre el período 2000-2016 [2], un incremento del 50,9%. Pero esto no significa necesariamente aumento en la tasa de sindicalización de los trabajadores, aunque probablemente se haya incrementado, sino más bien que, producto del paralelismo sindical creció la cantidad de organizaciones sindicales donde el gobierno pasaba a reconocer nuevos sindicatos con los cuales negociaba, desplazando a los anteriores.
Para apreciar de una manera más gráfica veamos cómo empieza a operar este proceso. En sus inicios Chávez tuvo dificultades para controlar las organizaciones sindicales existentes, sobre todo por la presencia de una burocracia sindical opositora y vinculada a los partidos de la oposición de ese entonces. Si bien había que luchar contra esa burocracia sindical, ese papel le correspondía a los propios trabajadores en su lucha por avanzar en la constitución de sindicatos como herramientas de lucha, tarea que bajo ninguna circunstancia le cabía al gobierno. Esto no iba a significar más que el desplazamiento de una burocracia sindical por otra. Por eso Chávez inició un proceso virulento contra la autonomía del movimiento obrero convocando un “referéndum sindical” en el año 2000 (3 de diciembre) de carácter nacional, proceso en el que participaban todos los electores del país inscritos en el Registro Electoral Permanente (REP), independientemente de si eran trabajadores o no, y de si estuviesen o no afiliados a sindicatos: en el mismo se “consultaba” a la población sobre la conveniencia o no de renovar a la Central de Trabajadores de Venezuela (CTV). Indiscutiblemente con el peso nacional de Chávez, aprovechando su prestigio en las masas, era contado que lo ganaría, pero esa supuesta “democracia” era toda una trampa e intromisión completa en los organismos que se daban los trabajadores, haciendo votar a sectores absolutamente ajenos a ellos, haciendo pesar un sector social (el grueso de los sectores populares, por ejemplo) sobre otro (los trabajadores sindicalizados).
En un segundo momento en su intento de controlar la CTV (elecciones sindicales 2001), en el que fracasará, luego del golpe de abril 2002 y del paro-sabotaje de 2002-2003, donde la burocracia de la CTV cumple su nefasto papel golpista, Chávez volverá por sus fueros convenciendo a importantes sectores del movimiento sindical que lo apoya de fundar un nueva central, la Unión Nacional de Trabajadores (UNT), que aunque agrupando en ella a los sectores más combativos del movimiento obrero para el momento, nace como línea desde el Estado, respaldada materialmente y políticamente por el gobierno, y se fortalece con base al extendido paralelismo sindical. Allí donde había sindicatos de la CTV, los dirigentes sindicales del chavismo llamaban a referéndum contra la dirección o formaban un sindicato paralelo, el denominador común es que contaban con el apoyo del gobierno para eso, porque había una alianza gobierno-sindicalistas para que el Ministerio del Trabajo les legalizara los nuevos sindicatos que crearan.
El Estado financió algunas de esas corrientes, les puso locales, automóviles, recursos, etc. Y fue formándose así tanto la burocracia sindical amplia, como un movimiento sindical al que el Estado le daba forma en cierta manera y que dependía del acuerdo con el gobierno para extenderse. Se “liquidaban” los sindicatos como organismos “autónomos” y eran sustituidos por la burocracia sindical vinculada al chavismo como órganos de dirección del Estado burgués sobre los obreros, siempre bajo un discurso “izquierdizante”.
Con la nueva Ley Orgánica del Trabajo, los Trabajadores y las Trabajadoras (LOTTT), el Estado profundizó su poder de regimentar la vida de los sindicatos. Igualmente, el haberles sustraído a los sindicatos el manejo de sus elecciones internas, el registro de los afiliados, al someterlas a la supervisión de un ente estatal –Consejo Nacional Electoral– ha dado lugar a nuevas formas de intervención, ya que es este ente gubernamental quien autoriza o no las elecciones sindicales, quien las declara válidas o no, y si los sindicatos no cuentan con la certificación que este organismo emite, son declarados en mora sindical y se les niega su capacidad para ejercer sus facultades de representación. En el movimiento obrero se llegó al extremo de la instauración de los “cuerpos combatientes”: es decir, convertir a los trabajares, casi literalmente, en “policías” del Estado, pues es conformarlos como destacamentos auxiliares de las FFAA dentro de los lugares de trabajo, para “garantizar la operatividad de la empresa ante cualquier circunstancia”, esos trabajadores reciben entrenamiento de las FFAA y responden a las mismas. Con estos últimos (“cuerpos combatientes”) vemos ya esa combinación de “consenso” a la par de la “coerción” del “Estado integral” o ampliado bajo Chávez.
En el movimiento popular Chávez operó de la misma manera. Vía los “Consejos Comunales” (CC) convierte a las y los dirigentes y líderes barriales en gestores de proyectos ante el Estado y “funcionarios” del mismo ante las masas. Por ejemplo, antes de Chávez, en años previos a 1989 (Caracazo) así como en los subsiguientes, en el país surgirán importantes organizaciones barriales de diversa índole, y que daban pelea en las zonas populares con demandas propias así como enfrentaban también las políticas antipopulares del régimen, que se sumarán a las ya extendidas Juntas de Vecinos y las OCV (Organizaciones Comunitarias de Vivienda), como asociaciones civiles para organizar la comunidad para buscar solución ante el Estado a los problemas de urbanismo, servicios públicos, etc., así como la falta de vivienda. Estos últimos no eran exactamente organismos de lucha, a diferencia de los primeros, pero no se descartaba que eventualmente usaran métodos de lucha como trancas de calle, etc., y, en todo caso, no estaban supeditadas al Estado.
Así, Chávez, en su comienzo, con los Consejos Locales de Planificación Pública (CLPP) –tomando el ejemplo del “presupuesto participativo” de Porto Alegre– y más logrado con los “Consejos Comunales”, avanza en dar un cambio brusco en la configuración del “movimiento popular”: por ley, en los CC deben confluir todas las organizaciones de la comunidad (mesas técnicas de agua, cooperativas, deportivas, culturales, comités de tierra urbana, de personas con discapacidad, etc.) y solo a través de ellos se gestionarán las peticiones ante el Estado. Los CC dependen legalmente en última instancia de la Vicepresidencia de la República, quien los registra, los autoriza o no; los CC deben elevar ante la alcaldía, la gobernación o el Ejecutivo Nacional las peticiones de financiamientos armando proyectos “viables”; en contraparte, los CC son “co-responsables” junto al Estado de mantener la limpieza de la comunidad, la seguridad de la misma, etc.; los CC deben buscar financiamiento propio (vía créditos bancarios) para sostener “emprendimientos productivos” que den respuestas a las necesidades del barrio.
La creación de un ministerio “para las Comunas” es uno de los pilares de este proceso de estatización de las organizaciones populares, puesto que las formas “más avanzadas” de organización popular que delinea el chavismo (confluencia de varios consejos comunales y cooperativas de producción o de servicios de un mismo territorio), pasan a estar también institucionalizadas por el Estado, con un ministerio rector, quien les otorga o no el registro y regimenta su accionar.
En la juventud, sobre todo la del sector estudiantil en la enseñanza media, donde los estudiantes secundarios tenían cierta tradición de lucha, así como en las asociaciones de padres de familia (incluyendo a las de enseñanza básica), Chávez también procederá hacia la estatización. Antes de Chávez existían las asociaciones de padres y representantes y los centros de estudiantes, como espacios autónomos donde cada uno de estos sujetos sociales se organizaban para entenderse con el Estado o directamente luchar por reivindicaciones. Pero por ley el gobierno creó la figura de los “consejos educativos” donde disuelve las instancias de lucha del movimiento estudiantil y las asociaciones de padres, cambiándoles totalmente su función y naturaleza, al asignarles el deber de coadyuvar a la dirección del instituto (al Estado) con el buen funcionamiento del mismo, alcanzar, en última instancia, “los fines del Estado”.
Para no hacer más extenso este texto, podemos decir que procesos semejantes serán desarrollados entre el campesinado, en las comunidades indígenas, las mujeres, en fin, no habrá área o sector de la sociedad donde el chavismo no penetrará, estatizando y/o burocratizando las organizaciones que se daban. Algunas de estas formas de estatización/cooptación, en momentos en que llegó la profunda crisis, devendrán, aunque ya debilitadas y sin el empuje inicial, en los distribuidores de los planes oficiales del Estado, como son los CLAP actualmente, para repartir las subsidiadas cajas de comida.
Intelectuales vinculados al chavismo en su primera etapa, como Edgardo Lander, en 2014 afirmaba que: “Ha sido en estos años amplia la dinámica organizativa y participativa en el mundo popular: Mesas Técnicas y Consejos Comunitarios de Agua, Comités de Salud, Comités de Tierras Urbanas, Consejos Comunales, Comunas... La mayor parte de esta dinámica organizativa fue el resultado de políticas públicas expresamente orientadas a promover estos procesos” [3]. Es decir, justamente “esta dinámica organizativa” más que para promover “la amplia dinámica del mundo popular” era más bien para ejercer un control sobre sobre ese mundo popular y regimentarlo.
La realidad es que grupos o sectores enteros de los movimientos populares fueron cooptados y absorbidos, imponiendo la desmovilización y control social o, en su defecto, de una movilización controlada a depender de la situación. El chavismo cooptó a dirigentes que ejercían, para usar una expresión de Gramsci, el papel de “funcionarios”, no en cuanto empleado a sueldo del Estado y sometido al control “jerárquico” de la burocracia estatal, sino en cuanto que “actuando espontáneamente” su actividad se identifica con los fines del Estado [4].
De esta manera, Chávez, gracias a su peso, disciplinaba a los trabajadores y a grandes sectores urbanos populares, y lo hacía para hacerlos funcionales al servicio de los “intereses comunes” del Estado. Todo para empujar hacia a la pasividad de las masas, lo que se observaba claramente en los grandes momentos de tensión, como en las jornadas de abril del 2002 luego de la derrota del golpe de Estado. Esto vino a ser acompañado, claro está, con una fuerte retórica a izquierda, con usos y abusos de un lenguaje “socialista” y donde el término “revolución” se usó hasta el cansancio, pero vacío de su verdadero contenido.
El “árbitro” en la débil “ampliación” del Estado y la hegemonía sobre las clases subalternas
Evidentemente sin la “autoridad” del “hombre fuerte” de la nación, este proceso de “ampliación” del Estado aún en su forma débil (la dependencia de las coyunturas económicas internacionales) no sería posible. Ellas van de la mano, pues el objetivo apunta a contener u obstaculizar cualquier proceso de autodeterminación que pueda venir a desarrollarse, de allí las energías puestas para el control y la pasivización del movimiento de masas. Chávez emergió como esa “autoridad” dentro del Estado, aprovechando su prestigio, otorgando ciertas concesiones, con el discurso girado a izquierda, consiguiendo ejercer un eficaz control social o, para decirlo de otra manera, consiguiendo establecer su hegemonía sobre las clases subalternas.
En Venezuela, el gobierno fue categórico, no aceptó bajo ninguna circunstancia el emerger de trabajadores fuera de su control, aun cuando los trabajadores se reivindicaran como chavistas. Tres hechos, a manera de ejemplo, van a demostrar a cabalidad esta situación: el caso del control obrero en Sanitarios Maracay, el conflicto por la renacionalización de Sidor así como la lucha de los trabajadores de la Mitsubishi. Estos tres procesos fueron reprimidos, derrotado el primero y el tercero con el saldo de dos muertos a manos del Estado, y la estatización completa del Sindicato en Sidor acompañado de la militarización de la empresa.
Hemos hablado de las condiciones particulares bajo Chávez, así como hemos hecho en otros trabajos definiciones de su régimen político, sosteniendo que el gobierno de Chávez se emparentaba con el de aquellos que habían surgido en la década de los años ’40 del siglo pasado que tuvieron una orientación nacionalista, tal como había sido el del cardenismo en México o el peronismo en Argentina. Los mismos surgieron en el marco de la sustitución de importaciones impuesta por la segunda guerra mundial y aprovechando la puja entre el imperialismo inglés en decadencia y el imperialismo estadounidense (si bien el cardenismo surgirá antes de la segunda guerra y haciendo uso simbólico de la revolución mexicana), adquiriendo el carácter de una forma particular de bonapartismo, “sui generis”, por tratarse de semicolonias o países dependientes, girados a izquierda, pues se apoyaban en las masas para enfrentar al imperialismo. Aquí aludiendo la clásica definición de Trotsky, que también consideraba aquellos bonapartismos sui generis orientados a derecha si se recostaban sobre el imperialismo para enfrentar a las masas.
La “autoridad” de Chávez vendrá a adquirir trazos de ese tipo de bonapartismo sui generis girado a izquierda, de corte nacionalista, debiendo apoyarse en las masas y con roces con el imperialismo, ejerciendo ese rol de arbitraje entre las clases sociales, y entre los capitales imperialistas y la nación, basándose en las FF.AA. y el encuadramiento “populista” del movimiento de masas. Y para ello le será necesaria la “ampliación” del Estado en el sentido antes descrito. La ampliación del Estado fue funcional a ese rol del Ejecutivo como árbitro. Un “árbitro” que busca elevarse entre las clases estableciendo una forma particular de gobernar, no sin tensiones políticas justamente por sus propias características. No en vano no se cansaba de afirmar que gracias a su “presencia” el país no había entrado en una guerra civil, sino que se mantenía una situación donde las distintas clases se podían beneficiar.
La forma timorata del chavismo, con relación a otros movimientos y regímenes nacionalistas burgueses del siglo XX, fue dada centralmente por ser más su base social los gruesos sectores urbanos pobres y en menor medida el movimiento obrero. El término “timorato” no hace alusión a una cuestión despectiva. La debilidad histórica, tanto en representación sindical, como en su peso y tradición de luchas históricas de los sindicatos en Venezuela, le dará estas características, de poca o débil organicidad estructural. Este aspecto también hará “débil” dicha “ampliación” estatal por la particularidad de los pobres urbanos al no tener la relación orgánica que tienen los sindicatos.
La posibilidad de ampliar los tentáculos del Estado vía la estatización/cooptación, obviamente estará dada por un mayor control de la renta petrolera, permitiéndole hacer concesiones con amplios subsidios y políticas sociales mediante las cuales buscaba el consenso en base al acceso al consumo y a servicios básicos de capas más amplias de la población.
Por eso cuando llegaron a su fin las condiciones económicas excepcionales, la situación cambió abruptamente, expresándose los límites de sus “posibilidades”. De la “ampliación” estatal se pasó a la “restricción”, saliendo a la preponderancia la cara represiva del Estado más que la del “consenso” como mecanismo de control, cuestión que se va a expresar en toda su magnitud ya con el gobierno de Maduro, aunque Chávez ya mostraba ese rostro durante el bienio recesivo del 2009-2010, pues era incapaz de regenerar las condiciones políticas, económicas y sociales que le permitían impactar entre las masas.
El fallecimiento de Chávez aceleró un proceso de agotamiento político que ya se venía desarrollando producto del inicio de la frustración de las masas, la acumulación de problemas económicos que amenazaban estallar con el derrumbe de los precios del petróleo, el surgimiento de una burocracia estatal con intereses económicos propios (y por tanto cada vez más antiobrera) –incluyendo a las Fuerzas Armadas, que alcanzaron niveles altos de politización y adoptaron intereses materiales–, la corrupción, el surgimiento de nuevos sectores económicos de la mano del rentismo petrolero, entre otras.
Un día el país se despertó con que el petróleo se desbarrancaba reduciéndose los ingresos a los que las arcas públicas estaban acostumbradas. Lo que vino a coincidir con que el gobierno tenía que pagar ingentes sumas en concepto de deuda externa, y con la consumación de un enorme saqueo vía la fuga de capitales. Las medidas más antipopulares emergieron con todo, la represión y el autoritarismo se desarrollaron con fuerza, se desarrollaron incluso cuerpos letales más represivos y hasta el uso de fuerzas paraestatales para mantener el control social. La situación llegó a niveles de no existir dinero suficiente para invertir en la infraestructura central de la economía, el sector petrolero, llegando a niveles de producción de los años 40 del siglo pasado, el PBI contrayéndose fuertemente y un proceso hiperinflacionario que arrasó con todo en las vidas obreras y populares.
En esta situación este “Estado integral” o ampliado del chavismo, donde toda una etapa contribuirá para ejercer el “consenso” desde el Estado (aunque combinado con la coerción como por ejemplo el papel de los “cuerpos combatientes” en las fábricas), en función de la bonanza, se desplazará a utilizar más abiertamente a las organizaciones sobre las que aún ejerce su hegemonía para hacerlas cumplir el papel directo de la “coerción”. Una forma más típica de esto ha sido la fuerza que han tomado las organizaciones paraestatales armadas del chavismo, que en su inicio en cuanto forma de “organización colectiva” en los barrios y utilizados de tanto en tanto para enfrentar a la oposición, pasaron a ser fuerzas con armas, sin ser parte oficial de los organismos de represión del Estado, pero que cumplían y cumplen la función de coerción, amedrentamiento, tal como lo hemos visto en las protestas en las zonas populares y en los centros de las ciudades actuando contra marcha de los trabajadores. De igual manera, los llamados Consejos Comunales pasaron a ser los administradores directos de los planes del Estado, prácticamente en un papel de “empleados” estatales, pero sin ser parte de la estructura del mismo.
Todo esto se desarrolla en medio de una gran crisis orgánica, utilizando una vez más una formulación de Gramsci, tal como lo hemos desarrollado en otros trabajos. Esto tomando en cuenta que la misma no se desarrolla igual en todos los países. Para el marxista italiano se trata de una “crisis de hegemonía de la clase dirigente” sea porque esta “fracasó en alguna gran empresa política para la cual demandó o impuso por la fuerza el consenso de grandes masas” o bien porque “vastas masas (…) pasaron de golpe de la pasividad política a una cierta actividad y plantearon reivindicaciones que en su caótico conjunto constituyen una revolución”. Esto en momentos en que “los viejos dirigentes intelectuales y morales de la sociedad sienten que les falta el terreno bajo los pies, advierten que sus ‘prédicas’ se han convertido precisamente en eso, ‘prédicas’”.
Más el elemento distintivo de nuestra “crisis orgánica” consiste en que después del fracaso de esta “gran empresa” que fue la llamada “Revolución Bolivariana” no presenciamos la entrada de “vastas masas” interviniendo políticamente como factor independiente. En líneas gruesas puede explicarse como el colapso de un proyecto que contando con un amplio apoyo de masas –y la oposición de sectores tradicionales de la clase dominante– como lo fue el chavismo, sostuvo lo fundamental de la estructura rentista y semicolonial del capitalismo nacional. Un sacudimiento que termina inquietando al conjunto de los partidos que han administrado y pretenden administrar dicho esquema en un futuro próximo, pero que dilapida el apoyo de masas al no dar respuesta de fondo a sus necesidades y encorsetar su energía en los estrechos límites de un reordenamiento de la misma estructura económica bajo la tutela del Estado. Brindando las condiciones para que el pasado se presente como “alternativa” para el presente.
Un debate necesario en la izquierda
Hoy importantes sectores del llamado chavismo “crítico” o de “izquierda” que salen a confrontar a Maduro, y que se organizan en diversas plataformas y movimientos, lamentan que desde los sectores de trabajadores y del movimiento popular no se sale a enfrentar a Maduro a un nivel superior en movilizaciones de calle y de organización, siendo que se padece una de las mayores catástrofes de la historia reciente que recaen sobre el movimiento de masas. “No le encuentran” explicación.
Nos parece que lo que no terminan de comprender, o no quieren hacerlo, fue que gracias a todo ese proceso de estatización y/o cooptación del movimiento obrero y popular, del cual fueron grandes entusiastas impulsores de la mano de Chávez, eliminando cualquier atisbo de independencia del movimiento de masas, que fue siendo disciplinando y maniatando a toda la política estatal a las organizaciones que se había dado y se daban los trabajadores y sectores populares, en ese “chavismo original”, se iban sentando bases para la desmoralización y desmovilización actuales. Incluso, allí, donde en algunos lugares establecían alguna rebeldía, exigiendo demandas propias e independientes, caía la saña del Estado tal como se pudo apreciar en la ocupación y gestión por sus propios trabajadores de la fábrica Sanitarios Maracay que mencionamos anteriormente.
La manera catastrófica del colapso del chavismo, la brutal crisis económica, ya vino a hacer su parte complementaria, para un movimiento de masas, que tras de toda una etapa atado al Estado por las más diversas ramificaciones como hemos explicado, lo llevó a estar completamente desarmado en todos los niveles para hacerle frente a las embestidas del gobierno de Maduro, diferenciando sus banderas de la oposición de derecha. En otras palabras, este proceso de pasivización y ampliación de los tentáculos del Estado en las diversas organizaciones, fue de a poco anulando al movimiento obrero y popular como sujeto capaz de presentar batalla. Esto se ha complementado o combinado con un proceso de desmoralización a nivel de masas que, desgraciadamente, alienta a que muchos sectores orienten su mirada justamente hacia sus nuevos verdugos.
No se puede hacer borrón y cuenta nueva, pues no se trata solo de enfrentar hoy a Maduro, como si el proceso anterior, sobre el cual tuvo responsabilidad toda la izquierda que se sumó al chavismo no hubiera existido. Como si Maduro hubiese salido de la nada o hubiese cometido el mayor acto de traición a Chávez. De tal situación no se puede hacer tabula rasa.
No se puede pasar por alto tampoco la responsabilidad que le toca a las corrientes que se referenciaban en el trotskismo y fueron también ardientes seguidores de las políticas impulsadas desde el gobierno de Chávez. El balance se hace necesario y no se puede eludir. Con muchos de estos compañeros coincidimos actualmente en espacios de lucha y coordinación, y está abierta una discusión sobre la necesidad de reorganizar la izquierda clasista y revolucionaria en el país. Los que hoy conformamos la LTS sostuvimos que el punto clave de la independencia política de la clase trabajadora, desde el comienzo mismo de este movimiento del chavismo, era absolutamente necesaria.
Sustentamos que la experiencia de los trabajadores y las masas debía acompañarse, pero sin dejar de preservar –aun cuando existiesen medidas gubernamentales de enfrentamiento con el imperialismo– la independencia política, programática y de organización, y por impulsar la construcción de una organización revolucionaria que se preparase para el momento del desengaño que se daría inevitablemente con el chavismo.
Algunas corrientes se orientaron desde el apoyo orgánico hasta el apoyo crítico con los más variantes tipos de “entrismo”. Corrientes como las dirigidas por Alan Woods, organizada como Corriente Marxista Revolucionaria (CMR) que luego se dividirá existiendo hoy como Lucha de Clases, se lanzaron a vela desplegada al apoyo orgánico, llegando al extremo de considerar que a Chávez era posible “empujarlo” hacia la revolución y que tomase medidas anticapitalistas. Entraron al partido del gobierno alentando esta perspectiva y llamando a reagrupar a los trabajadores, centrando su participación en el PSUV en el “combate a la burocracia” que supuestamente “impedía” a Chávez “avanzar hacia la revolución”. Esta corriente acompañó incluso toda una parte del gobierno de Maduro, incluyendo el proceso fraudulento y de salto en la bonapartización del régimen, como fue la “Constituyente”; será recién luego de las últimas presidenciales que se distanciaran de Maduro, reivindicando todo lo de Chávez hasta el 2013 (es decir, hasta su fallecimiento).
La otra forma particular de entrismo con un “apoyo crítico”, lo vendrán a desarrollar los factores provenientes de lo que en los 80’s y 90’s sería el PST –La Chispa –que se terminará diluyendo justamente frente al advenimiento del chavismo. Nos referimos a un sector que hoy es parte del Partido Socialismo y Libertad (PSL) y a Marea Socialista. Con un discurso de “apoyar lo bueno y cuestionar lo que haya que cuestionar”, durante una gran etapa los primeros hicieron parte del proceso del chavismo hasta el 2007, negándose a levantar una candidatura propia para las presidenciales de 2006 y llegando en cambio a afirmaciones del tipo “reventar las urnas por los 10 millones de votos por Chávez”; quedándose más tiempo los segundos, hasta finales del gobierno de Chávez, llegando a entrar al PSUV –aunque ya no son parte del mismo. Se trata de una discusión que amerita mayor detenimiento y profundidad que escapa, por los espacios, a los objetivos del presente artículo.
Pero la cuestión central es sacar lecciones estratégicas de todo el proceso vivido con el chavismo, todas sus implicancias. Y no repetir los errores del pasado ni buscar atajos en corrientes que hoy se reciclan, ya sea de algunos sectores provenientes del chavismo que hablan de “madurismo” buscando hacer resurgir una especie de “chavismo de los orígenes” con Chávez como referente, o de aquellos que le capitulan a las corrientes político-sindicales –ligadas a los partidos de la oposición de derecha, al estilo de Coalición Sindical para solo poner un ejemplo–, bajo una supuesta argumentación de la “unidad” de todos los que estamos contra el gobierno, es decir todo un eje antigubernamental pero no anticapitalista, una línea que no deja de ser la vieja política del campismo.
Es necesario discutir entre la vanguardia en lucha de los trabajadores y la juventud la necesidad de sacar las lecciones estratégicas de la experiencia que ha sido el chavismo como proyecto político que, tal como todos los nacionalismos burgueses o reformismos del siglo XX en América Latina, condujeron a la clase obrera, campesinos pobres y sectores populares de las ciudades a la frustración, desmoralización, si no derrotas, facilitándole el camino al resurgir de la clásica derecha en los últimos años y con más fuerza con sus ofensivas golpistas tal como se vio en los primeros meses del 2019.
La tarea central en la actual situación es forjar una alternativa revolucionaria de la clase trabajadora. Hoy las masas obreras y populares sufren las grandes calamidades de la catástrofe económica, y lo adverso es que lo hace más desarmada, tanto en formas de organización, si lo comparamos con los niveles antes de que se iniciara el proceso del chavismo, como políticamente incluso, pues como los términos “socialismo” y “revolución” fueron bastardeados por el chavismo, hoy a nivel de grandes masas, desgraciadamente, éstas tienden a identificar “socialismo” con lo que ha sido el chavismo y no con las transformaciones radicales para acabar con esta sociedad de explotación capitalista, mediante su autoorganización, decidiendo ellas mismas sus propios destinos y luchando por un gobierno propio, de los trabajadores y del pueblo pobre.
Por su parte la derecha se monta sobre esa confusión y ha avanzado en instalar como sentido común en gran parte de la población que los fuertes problemas económicos tienen su origen en “el estatismo”, en la intervención estatal que “ahoga a los empresarios y la iniciativa privada” y, en fin, en “el socialismo”, por tanto, avanzando en conquistar un clima ideológico de defensa de “la iniciativa privada” que habilita hasta cierto punto un “giro neoliberal”. Tal como explicamos en otro artículo en esta edición del suplemento .
Frente a la situación imperante en el país, más allá de la situación a contracorriente, la tarea es continuar bregando por poner en pie la gran fuerza potencial de la clase obrera, en alianza con el pueblo pobre, sin ninguna subordinación a los dictámenes del gobierno ni a la estrategia de la oposición patronal, venciendo los obstáculos que el mismo gobierno impone: persecución, amedrentamiento policial y militar, hasta represión y encarcelamiento a los trabajadores que luchan más allá de lo tolerado por el gobierno o los empresarios aliados del mismo.
Poner en juego el peso decisivo de las masas en la discusión del futuro venezolano reclama una orientación estratégica de clase, obrera y socialista, para reagrupar a la vanguardia, entre la que hay sectores que vienen haciendo una importante experiencia de lucha y política, para romper la subordinación política del movimiento obrero y popular al chavismo y con la derecha que hoy se propone embaucarlas.
La vía para sortear estas encerronas estratégicas a que conducen estos gobiernos, es la lucha por la independencia política de los trabajadores ante todo proyecto que se proponga mantener el orden capitalista, y por la construcción de partidos obreros revolucionarios e internacionalistas, para luchar por un gobierno propio de los trabajadores, que pueda encabezar una verdadera liquidación del poder de los capitales imperialistas sobre nuestros pueblos, la emancipación de la explotación por parte de una minoría de banqueros y capitalistas nacionales, cualquier casta cívico militar, y por la verdadera unidad de los pueblos latinoamericanos y caribeño.
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