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Red Internacional
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UBA. FADU: la Ciudad en debate

Un día de cursada más en FADU, con los compañeros de grupo comenzamos intercambiar en el taller sobre las ópticas proyectuales que se dan en los distintos niveles de las cátedras de diseño, materia troncal de la carrera, y cuál es la propuesta que generalmente baja la academia para los niveles más avanzados de la carrera.

Miércoles 28 de junio de 2017 12:50

Uno de ellos contó que en su taller estaban diseñando una torre de 60 pisos en la ciudad, cerquita del río y estaba entusiasmado con la propuesta de la cátedra, a lo que varios nos preguntamos.. ¿De dónde sacan que la ciudad necesita otra torre de semejante escala?, ¿por qué en esta etapa de la carrera nos enseñan a proyectar estas tipologías?

En una facultad que se caracteriza por libertad de elección de cátedra, mientas hay 45 opciones para “elegir” en esta materia en cuestión, las propuestas no distan mucho de otras, salvo pocas excepciones. Ante nuestras preguntas, se armó un debate en el cual nos quedamos pensando hasta porque incluso no nos cuestionamos las bajadas de línea de la cátedra y porque incluso no podemos proponer nosotros que queremos diseñar, o bien que opinamos que es necesario para la ciudad. Y si bien es un ejercicio saber resolver la complejidad de este tipo de tipologías, la propuesta no es nada inocente y tiene un fuerte contenido ideológico.

En la ciudad que vivimos...

En una ciudad, que ante cada sudestada, está el temor a que colapse su sistema de desagües y se inunde, producto de la cantidad de superficie construida en los últimos años con el boom de la construcción. Que una gran parte de esta superficie se mantiene ociosa, mientras el déficit habitacional asciende a 500 mil personas y 250 mil habitantes en villas y asentamientos. Que ante cada desarrollo inmobiliario de esta escala (un edificio de 60 pisos) no se planifica una infraestructura tal que lo sustente para que no colapsen los servicios de todo el resto del barrio o comuna, como ya ha pasado con las torres de Caballito Norte, allá por el 2011.

Por eso esta propuesta de hacer torres no es inocente, ni tampoco nueva, viene ya de larga data y responde a la lógica del mercado a la que siempre estuvo abocada esta profesión. Ahora, con la discusión abierta sobre el Nuevo Código urbanístico que quiere implementar el gobierno, no es casual que se profundice aún más esta orientación y contenidos la carrera hacia el mercado inmobiliario. Esto se verá también reflejado en un futuro no muy lejano en el cambio de los planes de estudio de Arquitectura, como así lo demuestran los nuevos planes que ya se aprobaron e implementaron en las demás disciplinas de diseño en FADU, como es el caso de Indumentaria, con pasantías gratuitas para las empresas.

El nuevo código urbanístico

En los talleres se viene instalando la discusión del nuevo Código Urbanístico, que va a entrar en vigencia próximamente. Según parece, el cálculo que hacen los CEO’s del gobierno, la ciudad está construida a ⅔ de su capacidad, el nuevo código pretende construir vía densificación el tercio restante, a través del completamiento urbano. ¿Esto qué significa? Que este nuevo código facilita aún más este tipo de emprendimientos ociosos que a partir de ahora tendrán vía libre para construir tanto y como les plazca.

Algunos de estos cambios serán un festín para las ganancias de los especuladores; como disminuir la superficie mínima permitida de una vivienda (ya no les basta con 36m2 necesitan que vivamos hacinados en 20m2). Ahora van a ser posibles las torres en zonas de la Ciudad donde antes no estaban permitidas, aplicando el criterio de “enrasamiento”, que permite elevar la altura permitida alcanzando el máximo construido previa y posteriormente en la manzana, unificando el tejido urbano para que morfológicamente sea uniforme, eliminando así las medianeras.

Seguir este criterio de no medianeras, implicaría además de que la ciudad pierda su riqueza formal que está en su diversidad tejidos que fue construyendo con el tiempo, llevar todo a su mayor altura construible posible.

¿Para eso nos formamos?

La mayoría de los estudiantes de Arquitectura, sobre todo el turno noche, trabajamos y a veces hasta más de 9h por día, en condiciones de precarización laboral o directamente en negro para poder bancarnos la carrera. Viajamos enormes distancias hasta el borde de la ciudad, muchos hasta más de 2h, tomando hasta tres transportes para llegar. Y si bien la universidad es pública todos sabemos que no es gratuita e implica un gran esfuerzo económico. Aproximadamente calculamos que se gastan alrededor de 2 mil pesos mensuales, (entre ploteos, apuntes, materiales, boleto y vianda) y cuando se acerca la época de entregas finales este valor puede duplicarse. Además de los estudios, pagamos el alquiler, ya que el acceso a una vivienda propia de 36m2, de lo que más abunda en el mercado, hoy en día está por fuera de todo horizonte posible para quienes trabajan en condiciones de precarización con sueldos que apenas alcanzan a llegar a fin de mes, cuando además aumentan el transporte, los servicios, etc.

Y los que tenemos la “suerte” de trabajar en estudios de arquitectura o constructoras de profesionales (muchas veces formados en esta misma casa de estudios) sabemos que son los desarrolladores de los emprendimientos privados los que abundan cada vez más en el mercado.

Párrafo aparte merecen los que realmente materializan las obras que proyectamos y en qué condiciones lo hacen. Si además vamos a obra sabemos que la mayoría de los trabajadores de la construcción, son quienes conforman el grueso de la composición social de las villas de emergencia de la Ciudad de Buenos Aires y el conurbano. Que mientras la población en la CABA se mantiene estable desde la década del 60, el único crecimiento demográfico se da en las villas mientras que las viviendas vacías están en manos de los especuladores inmobiliarios, quienes se apropian con creces de las riquezas que generan esos mismos trabajadores.

Volviendo a FADU, es preocupante como llegando al final del cuatrimestre, somos muchos menos y las aulas están cada vez más vacías, muchos de nuestros compañeros tienen que abandonar por distintos motivos. No es novedad que de los 30.000 estudiantes de la carrera solo un pequeño sector logra llegar hasta el final. En toda la UBA se calcula que menos de 1 de cada 4 logra recibirse, los niveles deserción son altísimos y se acrecientan más en coyunturas como ésta, donde hay ajuste e inflación y se hace cada vez más pesado sostener la cursada. Sumado a los ritmos de exigencia extra que implica estudiar en la FADU, donde le dedicamos muchas horas de sueño a las entregas y es natural pasar varias noches sin dormir para poder cumplir con las descabelladas condiciones de entrega que a veces nos bajan. Cuando se vuelve más exigente se vuelve también más expulsiva para muchos que hacen dobles y triples esfuerzos para poder acceder a ella.

La educación como está no es la que queremos..
¡Nuestra vida vale más que sus ganancias!

A pesar de todo esto, cuántas veces escuchamos decir que le tenemos que devolverle a la sociedad algo lo que nos da, por el privilegio de acceder a la educación pública, ¿Qué es lo que supuestamente le tenemos que devolver?
Cuando nos enseñan a diseñar sin tomar en cuenta las grandes problemáticas urbanas. ¿No es casual que la Facultad de Arq. Diseño y Urbanismo, tengamos solo 3 materias que tomen la escala urbana? Y siendo que el nuevo plan de estudios (que se discute solo en la esfera del 4to piso) pretende borrarlas del programa actual para crear la (bienvenida) carrera de Urbanismo aparte para el 2018. Esta división de disciplinas entre el que piensa los proyectos y el que problematiza su impacto en el territorio, degrada los contenidos para que los futuros arquitectos pasen a ser meros “diseñadores”. No quieren que los estudiantes seamos conscientes de los verdaderos problemas del territorio para dedicarnos solo a diseñar torres de 60 pisos sin medir el impacto que generan. En un territorio que está repleto de este tipo de desarrollos inmobiliarios que permanecen ociosos para que un puñado de inversores vean crecer sus ganancias, a costa de intensificar más el déficit habitacional. ¿No son ellos los que tienen que devolver a la sociedad la riqueza que los trabajadores generan?

Si vivimos para trabajar y estudiar ¿Cuánto tiempo nos queda para vivir?

Para que todos puedan acceder a la educación y a la vivienda y que no sean privilegio de unos pocos, tenemos que tomar la propuesta de los candidatos del Frente de Izquierda, Nicolás del Caño y Myriam Bregman de trabajar 5 días por 6 horas con salario igual a la canasta familiar, para que todos los que quieran, puedan sostener sus estudios sin que el trabajo sea un impedimento. Además del boleto educativo gratuito que venimos reclamando, también necesitamos becas integrales anuales para todos aquellos que quieran acceder a la educación y que cubra el valor de media canasta familiar, para que todos puedan cubrir los gastos y nadie que quiera se quede sin estudiar. Es necesario que haya un sistema de banco de tierras y viviendas ociosas a disposición de los que la necesiten a través de créditos y facilidades para los que no pueden costear las condiciones que imponen las inmobiliarias y especuladores.

Siendo conscientes de la Ciudad en la que estudiamos, trabajamos y vivimos, podemos también cuestionarla y organizarnos en la facultad para cambiarle el sentido a la orientación que nos propone la Universidad. Para nosotros defender la educación pública y de calidad es sólo la base para transformarla profundamente, para que esté realmente al servicio de brindarle a quienes trabajan, estudian o viven en ella, mejores condiciones de vida y hábitat.