Bajo los crueles ataques de un gobierno ultraliberal, misógino y reaccionario, la oposición se debate en una profunda crisis política y no amaga más que a añorar un pasado que no tiene retorno en un país sometido a la despótica deuda externa. ¿Sueñan las feministas con nuevas definiciones del amor que no estén atadas al sacrificado trabajo gratuito de las mujeres?
En Ideas de Izquierda del 2 de junio pasado, nos preguntábamos: "Un gobierno debilitado, una oposición que no se opone demasiado. No hay pan y el circo incluye escenas de crueldad explícita para los sectores socialmente más vulnerables. ¿Cuál es el margen para un feminismo cuyo horizonte es una redistribución menos injusta sin transformar de raíz las razones sistémicas de la desigualdad?" [1]. Allí planteamos que, más que a un modelo, las políticas sociales de los tres primeros gobiernos kirchneristas fueron una respuesta pragmática que obedeció a un ciclo económico internacional virtuoso y a una reconfiguración de la relación de fuerzas parida por la hecatombe de diciembre de 2001. Tan es así que cuando esas condiciones se agotaron, la experiencia no solo no pudo repetirse sino que sucumbió ante la derecha de Mauricio Macri, al que luego siguió el catastrófico gobierno de Alberto Fernández bajo el cual creció la ultraderecha de Javier Milei, que hoy ocupa la Casa Rosada.
Contradictoriamente, en medio de una crisis económica y social profunda, en la presidencia de Alberto Fernández, fue cuando se legalizó la interrupción voluntaria del embarazo. Un reclamo de larga data del movimiento feminista que fue ganando adhesiones, paulatinamente, durante los últimos veinte años y cuya eclosión en las calles, en 2018, tomó por sorpresa a los partidos tradicionales y, especialmente, al kirchnerismo donde –salvo pocas excepciones– predominaban posiciones más conservadoras. Esta "marea verde" expresaba tanto la necesidad de una respuesta a la problemática de salud pública que representan las enfermedades y muertes por las consecuencias de los abortos inseguros, especialmente en los segmentos de población de mujeres jóvenes y pobres ("aborto legal, en el hospital"), como también la de tomar como símbolo de la libertad individual la lucha por una de las desigualdades antidemocráticas más profunda que existe entre las personas con capacidad reproductiva y las que no ("por el derecho a decidir") [2].
Hoy, el gobierno de Javier Milei ataca enérgicamente las políticas públicas de género, elimina el ministerio creado a tal fin y despide centenares de trabajadoras y trabajadores precarizados que durante años fueron contratados, sucesivamente cada tres o seis meses, sin derechos laborales. El furibundo desmantelamiento llevado a cabo por el gobierno libertariano provoca, por contraposición, que se identifique al feminismo con los gobiernos peronistas. Sin embargo, las conducciones políticas kirchneristas impulsaron abiertamente el desarrollo del reciente movimiento feminista, más bien tardíamente y apenas por un breve período (entre 2018 y 2020). Porque la realidad es que solo cuando el movimiento consiguió una amplia simpatía popular y una importante capacidad de movilización a comienzos de 2018, reclamando la legalización del aborto, tanto Mauricio Macri –en ese entonces, presidente– como Cristina Kirchner –como jefa del bloque opositor en el Senado–, hicieron un giro demagógico para impulsar el debate en el Congreso Nacional, el primero, y para asumirse liderando esta pelea legislativa, la segunda.
Con el gobierno de Alberto Fernández, no solo la experiencia excepcional de la primera década del siglo no pudo repetirse en general –como ya señalábamos– sino que, además, el movimiento que se había mantenido en las calles en esos años recientes fue prácticamente desactivado después de la conquista del derecho al aborto. La creación del Ministerio de Mujeres, Géneros y Diversidad, varios ministerios y secretarías provinciales, como también diversos programas en las más variadas instituciones del régimen político permitió la asimilación de numerosas referentes del movimiento feminista al Estado, logrando la relativa desactivación del movimiento. Además, la lealtad a un gobierno que se presentaba como aliado llevó a estos sectores hegemónicos a repudiar las críticas y cuestionamientos de otros sectores y referentes del movimiento feminista que mantuvieron una posición política independiente.
Quizás el ejemplo más escandaloso de la impostura fue la pasividad con la que la mayoría de las agrupaciones y referentes feministas afines al peronismo respondieron a la brutal represión policial ordenada por el gobernador Axel Kicillof, en octubre de 2020, contra mujeres y niñes en terrenos baldíos de la localidad de Guernica, donde habían establecido viviendas precarias (en muchos casos, para escapar de convivencias familiares signadas por la violencia de género). Pero no fue lo único [3]. Mientras las condiciones de vida de las masas se iban deteriorando estrepitosamente, con peores consecuencias para las mujeres trabajadoras y de los sectores populares, agobiadas por el endeudamiento para la supervivencia, la inflación, los tarifazos y la precarización, el movimiento feminista no solo fue pasivizado. También apuntaron contra él desde algunos sectores del propio peronismo y referentes feministas, fortaleciendo un discurso que opone los derechos democráticos a los derechos sociales y económicos. Como si la pobreza que se profundizaba fuera responsabilidad de los reclamos de los feminismos y del movimiento de la diversidad sexual, de la promoción del lenguaje inclusivo o de la exigencia de contar con Educación Sexual Integral en todos los niveles de la enseñanza.
Separando la lucha por el pan de la lucha por las rosas, sacaron de las calles esa "marea verde" de las nuevas generaciones que se asomaban al feminismo, mientras dejaban al 60 % de las niñas y los niños en situación de pobreza. En esas condiciones, se creó el caldo de cultivo adecuado para la proliferación de la nefasta propaganda libertariana contra el feminismo y las feministas, identificadas in toto con la gestión (fracasada) del Estado por el kirchnerismo. Cuando, en las elecciones, el feminismo kirchnerista se lanzó, mayoritariamente, a un apoyo incondicional a su candidato neoliberal en defensa de "los derechos", ya era demasiado tarde.
¿Mejor malo conocido?
Actualmente, el gobierno de Milei intenta construir un régimen más autoritario centrado exclusivamente en su figura, reprimiendo toda forma de protesta y judicializando o estigmatizando públicamente a sus críticos y detractores. En ese marco, asoman los influencers y propagandistas de ideologías profundamente reaccionarias y fascistoides, con discursos de odio que se sustentan en falacias, mentiras y fake news. Los feminismos, las mujeres y las personas del colectivo de la diversidad sexual somos uno de los blancos preferidos del gobierno y estos ultraderechistas.
Sin embargo, con apenas seis meses de gobierno, Milei no encuentra un rumbo para resolver la crisis de la economía, ni satisfacer las exigencias del FMI, "los mercados" y las corporaciones; estallan crisis políticas permanentemente por corrupción de sus propios funcionarios y, a pesar de la enorme colaboración de la oposición política y las opacas negociaciones de la burocracia sindical, la movilización y un amplio arco de pronunciamientos nacionales e internacionales le puso un límite a su intento de establecer un régimen policial con las detenciones arbitrarias a los manifestantes del pasado 12 de junio.
Una de las primeras reflexiones que tiene que abordar el movimiento feminista es que no se puede enfrentar al gobierno de Milei para derrotar su política de la crueldad separando, nuevamente, la lucha por el pan, de la lucha por las rosas. Cuando las feministas kirchneristas imaginan volver a ser gobierno y, desde este mismo Estado, propiciar políticas públicas que atiendan las problemáticas urgentes de la mayoría de las mujeres, separan sus buenas intenciones de las bases neoliberales y de la dependencia estructural del país, que se verán enormemente acrecentadas si Milei puede llevar adelante su plan. Algo que ninguno de los partidos tradicionales del régimen estuvo ni está dispuesto a cuestionar. Argumentarán, llegado el momento, que no hay alternativa en este punto, pero que entonces es preferible optar por quien administre el ajuste fiscal con más moderación que con quien enarbola, con cinismo, una motosierra. Pero las propuestas "realistas" de optar por el mal menor van llevando indefectiblemente a una derechización cada vez mayor de la agenda, de los discursos, de los gobiernos y de la opinión pública. El círculo vicioso del malmenorismo es verdaderamente perverso y es el que nos ha traído a este presente. Como señala la feminista británica Lorna Finlayson:
¿Por qué estamos debatiendo votar o no votar por A, que (supongamos) es marginalmente menos odioso que B, en vez de pensar en primer lugar sobre cómo hemos llegado a encontrarnos ante una alternativa tan deplorable? Resulta tentador responder que ello se debe a que entretener a la ciudadanía con esta cuestión relativamente irrelevante resulta realmente práctico para quienes detentan el poder: mientras estamos ocupados con el debate de A versus B, nos sentimos como si estuviéramos implicados en la toma de decisiones políticas, pero nos sustraemos a la situación de peligro que conlleva cambiarlo realmente todo. Y si A versus B es tan aburrido que mucha gente pierde por completo el interés por la “política”, mucho mejor [4].
La opción de una alternancia entre ultraneoliberales y neoliberales progresistas o moderados estatalistas que nos trajo hasta aquí tiene su correlato, para los feminismos, en ser estigmatizados como el enemigo público o terminar en la institucionalización, siendo obsecuentes y metiendo bajo la alfombra las críticas al gobierno "progresista" aliado. Asumir esa encerrona implica alentar las condiciones para la irrupción del movimiento de masas, en forma independiente, que como señalan Matías Maiello y Emilio Albamonte, con "su fuerza arrolladora y su creatividad abren un nuevo campo para lo político, tambalea el poder instituido y los cambios en la conciencia se aceleran de tal modo que en pocos días superan a los de años de evolución pacífica" [5]. Por algo las jornadas del 19 y 20 de diciembre de 2001 siguen siendo un espectro atemorizante para las clases dominantes y se aluden tácitamente en las advertencias que hacen al gobierno los propios organismos financieros internacionales. Pero para que esa energía no sea liquidada por los golpes de la reacción ni tampoco integrada en el restablecimiento del orden capitalista es necesario combatir, constantemente, por desarrollar una política independiente del Estado y los partidos del régimen, que no separe el pan de las rosas, ni combata en las luchas de hoy dejando para los actos conmemorativos los discursos sobre la transformación radical de un mañana improbable.
En esta situación, el feminismo afín al peronismo, que encuentra aún en el Estado capitalista una "zona de promesas", nos propone una espera resignada a que la crisis política de la oposición se resuelva en futuras candidaturas que renueven sus esperanzas. Volverán a decirnos, como lo hicieron en 2015 con Daniel Scioli (que hoy es uno de los funcionarios de gobierno que más halaga la gestión de Milei), en 2019 con el amigo de Clarín, Alberto Fernández, y en 2023 con Sergio Massa (actualmente asesor de un fondo buitre), que es necesario unificar (en las urnas) a todas las fuerzas políticas y sociales que se oponen a Milei. Nosotras planteamos, por el contrario, que es necesario apostar a la coordinación de todas las fuerzas políticas y sociales que estén dispuestas a romper con este equilibrio que sostiene a Milei que, como es evidente por su debilidad, es un equilibrio que no estaría dependiendo solo de las fuerzas del cielo.
Tradición, familia y propiedad neoliberal
Para los feminismos, no hay posibilidad de repetir ni mucho menos ampliar las políticas de género que reivindican del pasado reciente sino es liderando una gran lucha política y social contra el Estado capitalista que sostiene la reproducción y reposición de las clases explotadas mediante un trabajo de reproducción social gratuito que recae, mayoritariamente sobre las mujeres. Porque, como planteamos en un debate con distintas corrientes feministas, el pasado mes de abril,
… el Estado capitalista puede redistribuir la riqueza en términos más o menos favorables para las clases mayoritarias en función de las relaciones de fuerza establecidas por la lucha de clases. También puede avanzar en medidas parciales que alivianen o reduzcan el trabajo gratuito de cuidados, como por ejemplo, lo hizo en condiciones excepcionales, en la segunda posguerra (que no son precisamente las actuales para el capitalismo mundial). En función de la radicalidad de la lucha de clases o la amenaza de procesos revolucionarios que intentará frenar o desviar, las clases dominantes pueden conceder una mayor participación de la clase trabajadora en la renta nacional, avanzar en la legislación de más derechos democráticos, etc. Lo que no puede hacer el Estado capitalista sin atentar contra su propio carácter de institución de dominio de una clase sobre otra, es liquidar la propiedad privada de los medios de producción que se basa en la explotación del trabajo asalariado y eliminar radicalmente la privacidad del trabajo gratuito de reproducción de la fuerza de trabajo que realizan las mujeres en el ámbito doméstico [6].
Y no se trata de un enunciado teórico. Como señala Nancy Fraser, el capitalismo "consume parasitariamente" una carga de trabajo descomunal que forma al sujeto humano, pero sin embargo, no le asigna un valor monetario. Más aún, la sed de ganancias intrínseca al desarrollo del capital genera la contradicción acuciante de "canibalizar las actividades sociorreproductivas sobre las cuales se funda" [7]. Por eso, la feminista norteamericana utiliza la figura del uróboro para referirse al capitalismo, esa serpiente mítica que se come su propia cola; en este caso, que en su afán de lucro, liquida las precondiciones que garantizan la reproducción de la fuerza de trabajo a la que necesita extraerle plusvalía en el proceso productivo. Una contradicción que es inherente al sistema capitalista pero que, en la actualidad, adopta una forma especialmente aguda.
El capitalismo ha intentado resolver esa contradicción a su manera en distintos momentos históricos. La misma Fraser señala que entre las cenizas de la IIº Guerra Mundial se buscó que el Estado asumiera en gran medida las cargas de la reproducción social mediante lo que se dio en llamar el "bienestar social". Lo que a su vez, tenía el propósito de salvar al sistema capitalista "del espectro de la revolución en una era de movilización masiva" [8]. Ese modelo idealizado por el inefable Guillermo Moreno –un peronista de derecha que hoy es promovido como un rockstar en los canales de streaming del kirchnerismo– se construyó alrededor de un hombre jefe de familia que es el proveedor, cuyo salario permite a su esposa ocuparse del trabajo de cuidados no remunerado. Es decir, el Estado establece y regula la existencia de una "asignación familiar" que sería como una especie de asalarización devaluada de ese trabajo impago, pero solo a condición de que las mujeres establezcan una relación de dependencia con los varones mediante el matrimonio. De ahí que en el feminismo se refiera a esto como "el patriarcado del salario" y se reclamara por la universalidad y desvinculación de los beneficios sociales respecto del modelo heteronormativo de familia. La inversión en Salud y Educación públicas, la legislación respecto de jubilaciones, pensiones, salario familiar, etc., son parte de ese "Estado de bienestar" que, en las condiciones actuales de la crisis capitalista global, es irreproducible si no se cuestiona y atenta contra las bases estructurales del sistema.
Porque la crisis capitalista prolongada ha parido un régimen que
… promueve la desinversión pública y privada en bienestar social, al tiempo que recluta masivamente a las mujeres en la fuera de trabajo remunerada, externalizando a las familias y comunidades el cuidado, mientras disminuye la capacidad de esas entidades para desempeñarlo" [9]. El mecanismo es fácilmente visibilizado: "Además de disminuir la provisión pública y reclutar a las mujeres para el trabajo asalariado, el capitalismo financierizado redujo los salarios reales, con lo cual elevó la cantidad de horas de trabajo remunerado que se necesitan en cada hogar para mantener una familia y dio inicio a una batalla desesperada por transferir las labores de cuidados a otros. Para llenar el vacío de cuidados, el régimen importa a trabajadores migrantes de países pobres a países más ricos. Lo típico es que sean mujeres racializadas (…), quienes a su vez deben hacer lo propio y, así sucesivamente en cadenas de cuidados globales cada vez más extensas" [10].
Por eso, las nuevas derechas ultraneoliberales, como la de Milei, exhiben una ideología conservadora respecto del orden de género que, aparentemente, resulta contradictoria con sus banderas de un individualismo liberal a ultranza. Es que el desfinanciamiento de las políticas públicas y la liquidación de todos los derechos conquistados por luchas anteriores, la desregulación extrema de las relaciones laborales y otras contrarreformas que socavan el bienestar social requieren que la familia asuma, en el ámbito privado, esa responsabilidad por la reproducción social de la que se repliega el Estado capitalista en medio de la crisis [11].
Y sin embargo, la vida es hermosa
A ese modelo ultraliberal hasta la crueldad en lo económico, al que le corresponde una ideología ultrarreaccionaria respecto del orden de género, ¿cómo se lo va a poder combatir desde un neoliberalismo progresista que promete una ligera redistribución de la miseria generalizada, ya sea sobre la base heteronormativa de la institución familiar en los cada vez más escasos trabajos regulares (lo que es cada vez más utópico) o sobre la ampliación de planes asistenciales que garantizan apenas la supervivencia biológica para los que se exige la contraprestación de un trabajo de cuidados que reproduce las normativas de género y por el cual se debe rendir cuentas al Estado? Más allá de su "antifeminismo", las condiciones de posibilidad de ese capitalismo "con rostro humano" se encuentran cada vez más agotadas. Y su reciente fracaso, dejando al desnudo las contradicciones entre el discurso y los hechos, más bien le abrió las puertas a esta derecha desquiciada. Por eso, insistimos en que "socializar los medios de producción y el trabajo de reproducción, desplegar aquella creatividad infinita de las masas aprisionada hoy por el capital, politizar las moradas invisibles y mistificadas de la producción y la reproducción social son las premisas y no el punto de llegada, si aspiramos a democratizar radicalmente la vida" [12].
Porque sacar gran parte de la carga del trabajo de cuidados de la privacidad del hogar y la responsabilidad individual, convirtiéndolo en servicios públicos de calidad, no puede ni siquiera imaginarse atando nuestro destino y el de varias generaciones a los dictados del FMI, sino solo empezando por reducir y repartir las horas de trabajo asalariado, para eliminar la desocupación en un extremo y las jornadas laborales interminables, en el otro. De esa manera, el tiempo liberado de las tensiones de la explotación laboral, las jornadas de infinito desgaste, la carestía y las obligaciones impuestas por la necesidad puede convertirse en un tiempo gratificante para el autocuidado, la crianza y el cuidado de los vínculos. La socialización del trabajo de cuidados puede permitir que la reproducción no esté sujeta al "patriarcado del salario", ni a las transferencias de recursos que hace el Estado a discreción y bajo condicionamientos con los planes sociales. Para ello, habrá que avanzar en la eliminación de la propiedad privada de las grandes corporaciones y las grandes extensiones de tierra concentradas en pocas manos y construir los cimientos de una sociedad en la que, democráticamente, quienes producen todo decidan qué y cómo hacerlo, en función de las necesidades sociales y no de las ganancias de un puñado de parásitos. Contra el malestar social que nos atraviesa en estos tiempos de crisis y de soluciones reaccionarias para perpetuar el poder de los capitalistas sobre nuestras vidas, donde la lucha cotidiana por la subsistencia cada vez deja menos margen para atender nuestras propias vidas y vínculos personales, para construir comunidad y redes políticas y de solidaridad, es necesario redoblar la apuesta por una transformación radical. La única salida realista a la barbarie cuya amenaza pende sobre nuestra existencia humana y planetaria. "Tendríamos tiempo para imaginar nuevas ocupaciones creativas, placenteras, comunitarias y políticas, incluso para autoorganizarnos colectivamente. Podríamos expandir y explorar nuevas formas de sensibilidad y afecto en el cuidado de las otras y los otros, liberados del agotamiento personal y la carga económica en las que hoy el capitalismo atrapa todos los vínculos" [13].
Por eso, contra estos reaccionarios libertarios que dicen que el capitalismo es un paraíso de la libertad de mercado, el feminismo socialista lucha por todos los derechos que nos merecemos y por una vida que no tiene precio. Lo hacemos desmontando también toda su ideología basura del "sálvese quien pueda", planteando que es necesario terminar con la brutal desigualdad que impone un puñado de individuos que son propietarios de los grandes medios de producción, las tierras y los bancos, que parasitan el trabajo asalariado de millones de seres humanos, que se benefician del trabajo impago de las mujeres para la reproducción cotidiana de la vida, que expolian los territorios y explotan los bienes comunes causando la depredación sin límites del planeta que habitamos. Sabemos que no hay verdadera libertad para la inmensa mayoría de la humanidad, bajo la dictadura del capital, porque como decía Karl Marx, "el reino de la libertad solo empieza allí donde termina el trabajo impuesto por la necesidad".
El capital, en Argentina, ha forjado una nueva fuerza política a su servicio, como es La Libertad Avanza, con el propósito de doblegar la resistencia de las grandes mayorías populares y establecer una nueva relación de fuerzas a favor de los explotadores. Por eso está a la orden del día la construcción de una gran fuerza política de la clase trabajadora que apueste a la movilización y organización independiente del movimiento masas para pulsear a favor de las grandes mayorías. Pan y Rosas, con su lucha y la construcción de una fuerte corriente feminista socialista, alienta también todos los pasos que la clase trabajadora dé en ese sentido. Es también, nuestra tarea. ¿De qué inimaginables colores serán las futuras definiciones del amor y de la vida, liberados del sacrificio silencioso, las obligaciones impuestas por el Estado y la sangre, el cansancio del trabajo alienado y el agotamiento del trabajo invisible?
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