[Desde París]
Un comienzo de despertar de los batallones centrales de la clase obrera
Nadie de la Francia oficial lo había visto venir. Sin embargo, el movimiento había sido anticipado por el enorme paro en la RATP (transportes urbanos de la región parisina) el pasado 13 de septiembre contra la contra-reforma de las jubilaciones. Ese día, una enorme mayoría de huelguistas habían obligado al cierre de 10 líneas de metro en París, además de la suspensión de varios trenes suburbanos y líneas de colectivos. Un nivel de huelga que no se veía desde 2007, generada por la irrupción y bronca de la base que utilizó el llamado a la huelga de todos los sindicatos del sector para imponer su impronta. Sin embargo, los medios dominantes y el gobierno vieron solo un movimiento corporativo, preocupados más por la cólera de los abogados y otras profesionales liberales contra la reforma jubilatoria.
Pero en octubre la preocupación por la lucha de clases, a días del primer aniversario de la sublevación de los Gilets Jaunes [Chalecos Amarillos] que comenzó el 17/11/2018, está de nuevo presente. Es que contra toda previsión del oficialismo y de la dirección de la empresa, que habían declarado liquidados a los trabajadores ferroviarios luego de la derrota de la “batalla del rail” en el primer semestre del año pasado, una enorme efervescencia ha reganado la SNCF (empresa nacional de ferrocarriles). Así que, a medida que la dirección intenta adaptar de forma brutal la empresa ferroviaria al nuevo cuadro legal surgido de la privatización del sistema ferroviario francés, la apertura del mercado a la concurrencia privada y extranjera y la eliminación del estatus de empleado público de los trabajadores ferroviarios, de forma cada vez más recurrente se producen choques incontrolables entre los laburantes y los deseos de la jerarquía patronal.
En primer lugar, el paro intempestivo nacional de trenes del 18 de octubre. Luego de un accidente de un TER (tren regional) en un paso a nivel en Ardennes, los conductores en toda Francia hicieron valer su derecho de retiro (cláusula que les permite no trabajar si está en peligro su seguridad). Jamás esta cláusula había generado un movimiento de alcance nacional que dejó sin trenes a gran parte de la población en el momento del comienzo de un período vacacional. Rápidamente el gobierno y la dirección de la empresa amenazaron con sanciones judiciales sin lograr evitar que el movimiento se extendiera rápidamente como la pólvora. Todo el mundo veía una inédita huelga salvaje que no decía su nombre y que se prolongó desde el viernes a todo el fin de semana.
Fresco aún este “traumatismo”, desde el 21/10 el tecno-centro de Châtillon (Hauts-de-Seine) se lanza en una huelga sorpresiva en ese centro de mantenimiento de las importantes líneas del TGV Atlantique (Bretagne, Ouest, Sud-Ouest). Pero esta vez, de forma explícita, los más de 200 asalariados del centro que participan se lanzaron en huelga sin previo aviso, mismo “sin acordarla o estar encuadrados con los sindicatos”, como dicen los mismos huelguistas en un comunicado. La explosión de cólera es en reacción al proyecto de la dirección de modificar y degradar aún más las duras condiciones de trabajo de este centro que funciona al 3x8, proponiendo suprimir 12 días francos suplementarios para compensar el trabajo nocturno y los fines de semana. El jueves 31 el movimiento se ha extendido a otros dos tecno-centros en la región parisina encargados del mantenimiento TGV del norte, del este y del sur de Francia, así como de los Eurostar y los Thalys, e incluso amenaza extenderse a nivel nacional.
Todos demandan una mejora en sus condiciones de trabajo, poner fin a la falta de personal, los cambios constantes en los horarios y las guardias obligadas para compensar las carencias así como la falta de recursos que arriesgan “…la seguridad o incluso el confort de los viajeros por las cuestiones de flexibilidad o rentabilidad”, como escriben los huelguistas del centro de Châtillon.
Una tendencia que habíamos previsto contra el escepticismo histórico de la izquierda
Si la ceguera de “la Francia de arriba” sobre la situación del movimiento obrero es totalmente comprensible por su posición de clase y su creciente autonomización de “la Francia de abajo”, la falta de previsión de la izquierda, incluidas las organizaciones de extrema izquierda como el Nuevo Partido Anticapitalista (NPA) y Lutte Ouvrière (LO), es producto de su escepticismo histórico que se reforzó luego de las elecciones europeas. Así, mientras la mayoría del NPA solo espera la traducción en el terreno político de tipo electoral de los movimientos sociales (a la usanza de la primer oleada de lucha de clases abierta con la huelga de los estatales de 1995 y los recambios gubernamentales de la centroizquierda burguesa), la dirección de LO repite de forma casi dogmática el mito del retroceso histórico de la clase obrera que los absuelve de toda responsabilidad. Ambos, de formas distintas, han dejado de observar minuciosamente lo que pasa en la lucha de clases.
Contra su incompresible ceguera despues de la enorme convulsion social que sacudió a Francia desde el año pasado, en Gilets Jaunes: Le Soulèvement, afirmábamos categóricamente que: “Los Gilets Jaunes van a modificar en profundidad las relaciones existentes en el seno del mundo del trabajo a pesar del peso y del conservadurismo de las burocracias del movimiento obrero oficial”.
Desde principios de enero, aún frescos la situación prerrevolucionaria y las jornadas revolucionarias de noviembre/diciembre de 2018, insistimos en que:
…las lecciones frescas del levantamiento de los Gilets Jaunes −ese gran movimiento espontáneo de los sectores menos contaminados por la ideología del rutinarismo sindical− pueden revigorizar hoy en día al conjunto de la clase obrera. Este levantamiento ya ha puesto en cuestión todas las formas habituales de la lucha de clases en Francia. Hizo entrar en crisis las modalidades de control de la lucha de los trabajadores, a la vez que rompió el tabú de la intervención política de los explotados, las modalidades de negociación secretas y procaces con el poder. También ha puesto en cuestión las bases del poder constituido, su legitimidad, su rol central y regulador tanto de las manifestaciones como de la representación social y política… todos los mecanismos de contención y las trampas sucesivas que se opusieron a su despliegue desde el primer acto fueron derribados no por un plan establecido, sino por la enorme espontaneidad del movimiento de masas. Los Gilets Jaunes comienzan a mostrar cómo podría ser un movimiento de masas que se transforme en sujeto de su propio destino, rompiendo la increíble dicotomía existente en décadas en el movimiento obrero francés entre la intervención política y sindical: es decir, la práctica de votar cada 7 o 5 años a nuestros propios verdugos y luego limitarse a la lucha reivindicativa y defensiva contra sus propios planes antiobreros y antipopulares con planes de acción totalmente impotentes, como vimos desde hace años en el mejor de los casos, o la mera resignación como proponen las centrales sindicales más colaboracionistas.
Y dialogando con los miles de activistas sindicales en crisis por el rol vergonzoso y traidor de las cúpulas de las confederaciones que le dieron la espalda a los Gilets Jaunes, les planteábamos:
Desde la crisis de 2008/9 la estrategia de presión de las direcciones sindicales no ha logrado la menor victoria parcial, a diferencia del levantamiento de los Gilets Jaunes, que fue el único hasta ahora que logró un retroceso parcial del macronismo, a la vez que estableció otra agenda contradictoria con la continuidad de su ofensiva neoliberal, al tiempo que se constituyó en el principal movimiento social desde 1968, de mayor duración y mayor encono anti-institucional, aunque aún no se ha generalizado a todos los sectores de la clase.
En este marco y frente a “un poder ilegítimo radicalizado”, como es hoy en día el macronismo según el título del último artículo de Bruno Amable en Libération, la gran pregunta que todo militante sindical debe formularse es: ¿qué va a hacer el movimiento obrero?
Los sindicalistas honestos están frente a un dilema de hierro: ¿continuar con el respeto a rajatabla de la legalidad, los métodos pacíficos de lucha, y llorar por la ausencia de “negociación” o “diálogo” o, a la inversa, radicalizar sus métodos y determinación en el sentido de los Gilets Jaunes con una estrategia para ganar? Igual dilema pero más agudo se le presenta a los sectores más combativos y críticos de la actual estrategia de las direcciones sindicales, en especial en la CGT: seguir quejándose de la política impotente de las mismas pero no sacar los pies del plato o dejar de jugar a las escondidas, y de una vez por todas ajustar cuentas con la burocracia sindical, recuperando las organizaciones sindicales para la lucha de clases y creando a la vez organizaciones amplias con los Gilets Jaunes que permitan potenciar nuestras fuerzas con los millones de trabajadores no sindicalizados pero dispuestos, si le presentamos una dirección firme y una estrategia y un programa para vencer, a entrar decididamente en el combate, como ya anticipa la sublevación de los Gilets Jaunes.
La preocupación compartida de las direcciones sindicales así como de la patronal y el gobierno
Como decíamos al principio, los trabajadores, lejos de estar desmoralizados, comienzan a sacar lecciones de la estrategia perdedora de la huelga “rotativa” planteada por la burocracia sindical en la “batalla del rail”, forma que se correspondía a la búsqueda ilusoria de un compromiso con Macron. Como comenta Mediapart:
La gran huelga de 2018, la más larga de la historia de la SNCF, ha dejado huellas en toda la empresa. “No aportó nada” constata un cuadro dirigente de la SNCF. Y este fracaso tiene efectos retardados. Sin decirlo abiertamente, muchos asalariados ponen en cuestión la estrategia adoptada por los sindicatos en la primavera de 2018. “Previamente, las obligaciones de declaración de huelga estaban reservadas a los conductores y controladores a fin de asegurar una continuidad del servicio. Pero estas obligaciones se extendieron a casi todo el personal. Esto permite a la dirección organizarse, volver los movimientos invisibles limitándo su impacto. Entonces, los trabajadores entran en huelga salvaje, prefiriendo tener una sanción antes que hacer una huelga que no sirve para nada”, reconoce Bérenger Cernon, secretario general de la CGT París, Gare de Lyon. “Y como en el movimiento de los Gilets Jaunes tenemos problemas para encontrar nuestro lugar”, agrega.
Este desgaste avanzado de la pacificación y regulación del conflicto social se corresponde con un debilitamiento de los sindicatos cuestionados por su estrategia conciliacionista que nada ha logrado por la base, así como por una pérdida de su rol mediador e incluso su poder como consecuencia del avance de las reformas neoliberales y la política deliberada de debilitar o pasar por arriba de los llamados cuerpos intermediarios. Así, para Bernard Aubin, del pequeño sindicato ferroviario FiRST, citado por el diario L’Opinion:
Estamos pagando el precio de todo lo que se ha hecho en Francia para que los sindicatos perdieran envergadura, después de las reformas de las reglas de representatividad sindical impulsadas por Nicolas Sarkozy. Hay menos representantes sobre el terreno, por lo tanto menos medios de regular los conflictos locales. En la SNCF no existe más la unidad sindical que tenía el mérito de centralizar problemas y negociaciones. Los sindicatos más contestatarios han perdido crédito. Tampoco han logrado salir con la cabeza en alto del largo conflicto social que acompañó la reforma de la empresa”.
Para el ex ferroviario, no es una buena noticia ya que no juegan más su rol de válvula de seguridad.
Los sindicatos reformistas no se han beneficiado tampoco. Eligieron acompañar el movimiento de reforma, han sido desacreditados frente a una parte de la base que ya no se siente defendida por ellos. Los trabajadores de la empresa están perdidos, algunos eligen luchar solos, con todos los riesgos que eso implica, para ellos como para la empresa. Para él, lo que está pasando en la SNCF es lo mismo que pasó en la sociedad francesa con los Gilets Jaunes, movimientos espontáneos, inflamables, que él compara con elefantes en el frágil bazar de porcelana del diálogo social”.
“¿Quién no se preocuparía? Se pregunta un cuadro de la SNCF” en el mismo artículo. “Esta no es una conflictualidad clásica. Las organizaciones sindicales tienen conciencia de que hace falta siempre buscar vías de salida; este no es para nada el caso de estos movimientos sin encuadramiento”. De forma amarga, igual constatación hace Roger Dillenseger, antiguo secretario general de UNSA y actual consejero ferroviario del sindicato, quien afirma que: “Los trabajadores saben que no pueden contar demasiado con los sindicatos. En este contexto, podemos temer que se multipliquen las huelgas salvajes. Todos los motivos de protesta pueden dar lugar a una huelga y meter presión sobre las negociaciones en curso”.
En fin, lo que muestran estos elementos es que lo que ha pasado en octubre en la SNCF no es una anomalía sino que existe el riesgo de un incremento de los conflictos sin control sindical y sin previo aviso, o por decirlo con otras palabras, de prácticas conflictuales inéditas y disruptivas, perspectiva tomada cada vez más en serio por la patronal. Esto es lo que dicen de forma preocupada y resignada los liberales del diario L’Opinión, para quienes “las puertas del infierno de las huelgas salvajes, inmanejables, estarían entonces abriéndose completamente antes nosotros”. Más preocupado aún Raymond Soubie, ex consejero social de Sarkozy, alerta: “Hay una espontaneización de la cólera de la que no vemos un salida normal fuera de la violencia”.
Cara y ceca de la “giletjaunisation” de la lucha obrera
Esta “espontaneización de la cólera” permite romper la impotencia de la lucha obrera de todos estos años, que ha llevado a más de una derrota. Al igual que con la sublevación de los Gilets Jaunes en diciembre del año pasado, la burguesía y el poder tienen de nuevo miedo de la lucha de clases. Tantas décadas de pacificación del conflicto social habían transformado al movimiento obrero y sus acciones propias como la huelga en un cuchillo sin filo. A los golpes y como puede, la clase obrera está recobrando confianza en sus fuerzas y, en sus métodos y aunque partiendo de muy atrás, es indudable que ha comenzado un proceso de la organización y de reconstrucción de la subjetividad obrera después del enorme retroceso que significó la ofensiva neoliberal, período que hemos denominado de restauración burguesa.
Pero si el aspecto liberador de energías prima sobre toda otra consideración después de décadas de décadas de resignación, esto no significa no alertar desde el vamos que sin organización y una dirección preparada la mayor espontaneidad no es suficiente sola para vencer. Es que la contracara de las huelgas salvajes actuales es que ellas carecen aún de una adecuada dirección. Es necesario encontrar nuevos “oficiales” que sepan cómo organizar a los obreros y dirigirlos en la batalla. Una dirección que sepa organizar realmente a los trabajadores, inspirarles confianza, que no los lleve a acciones aisladas y que sepa contrarrestar el manejo que el gobierno y la patronal hacen de la opinión pública y de los medios con una correcta política y discurso hacia los usuarios.
Acostumbrados a años de pasividad, este despertar de la base obrera genera pánico en la cúpula de los sindicatos y en la patronal y el gobierno, pero también sorprende y confunde a los mejores activistas, incluso los que estuvieron al frente de las anteriores luchas, que no saben cómo desarrollar hacia la victoria semejantes focos volcánicos que entran en erupción, confiados y sorprendidos a sí mismos con el impulso eruptivo inicial al que ven por seguidismo o inexperiencia como suficiente para vencer y conseguir sus reivindicaciones, con el riesgo de sobrevalorar su fuerza y correr el peligro de la desmoralización y la derrota.
La responsabilidad de la extrema izquierda frente a este nuevo fenómeno obrero
La debilidad y crisis histórica del sindicalismo francés que la sublevación de los Gilets Jaunes puso de manifiesto abiertamente, combinada desde ahora con el contagio de este espíritu subversivo, a franjas importantes y crecientes del proletariado, como demuestra el surgimiento de las huelgas salvajes, que abren un terreno más favorable para superar el enorme peso conservador que la burocracia sindical impone al movimiento obrero. Si este proceso ha comenzado a penetrar a sectores del proletariado con una fuerte posición estratégica como los ferroviarios (y generado una sorprendente recuperación de su estado de ánimo combativo después de la derrota del año pasado) y toca también, bajo otras modalidades, a las Urgencias de los hospitales en huelga desde hace meses, las Ehpad (instalaciones residenciales para personas mayores dependientes) sometidos a diferentes formas de “sabotaje” que desorganizan el trabajo, nada impide que se pueda extender a los principales concentraciones del empleo privado, donde la “souffrance au travail” (concepto francés que abarca la vulnerabilidad, penibilidad y mal estar social en el trabajo) así como los abusos que sufren los intérimaires (contratados), vienen generando una enorme acumulación de cólera que en el nuevo contexto puede explotar de forma violente e intempestiva.
Si las contradicciones, ambigüedades, elementos retardatarios de los Gilets Jaunes habían generado dudas, desconfianzas o una actitud timorata de las principales organizaciones de la extrema izquierda habituadas durante décadas o a la capitulación a las direcciones oficiales del movimiento obrero o, en el mejor de los casos, a ser actores de los nuevos movimientos sociales (Solidaires, ATTAC, movimiento altermundialista, etc.) pero en el marco de la legalidad y contornos del régimen democrático burgués, este despertar que toca a sectores de los batallones centrales de la clase obrera crea un terreno más favorable para la actividad y el desarrollo de las ideas del trotskismo, a condición que las organizaciones que se reclaman de esta herencia y programa tengan la ambición de querer pesar sobre los acontecimientos y no quedar al margen de los mismos.
Ya no hay la menor duda que "algo nuevo" está surgiendo en el movimiento de masas, en especial en el movimiento obrero. Desde el punto de vista de la guerra de clase que está entablada entre el gobierno neoliberal de Macron y el movimiento de masas, los conflictos actuales no son más que las primeras escaramuzas de la batalla de las jubilaciones para la que la base de la RATP, en su pasado paro, ha puesto como fecha de inicio el próximo 5 de diciembre, y que se anuncia como un conflicto duro. Levantar alto y fuerte el retiro liso y llano de la contra-reforma jubilatoria, evitando todo compromiso de las direcciones sindicales sobre los hombros de la lucha obrera, la extensión de la lucha al conjunto de los empleados públicos así como los privados, nivelando hacia arriba nuestra futuras jubilaciones, así como la preparación de asambleas y la búsqueda de la coordinación de los sectores combativos en la perspectiva de unos estados generales de todos los sectores en lucha que levante una alternativa frente a Macron y su política, y que pueda hacer realidad el “Macron dimisión” que los Gilets Jaunes levantaron pero no podían concretar por falta del poder de fuego de los sectores centrales del proletariado.
Pero para desarrollar estas tareas hasta el final, más que nunca es necesario que la radicalidad que viene experimentándose desde la sublevación de los Gilets Jaunes se encarne en un gran partido revolucionario. Un partido que tenga como centro de actividad la formación de nuevas camadas de dirigentes obreros que no crean en nada ni nadie sino en la política de la lucha de clases tanto a nivel local como nacional, así como a nivel internacional. Es decir, un partido que organice a los trabajadores con una estrategia de batalla para vencer.
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