Este artículo de Ariane Anemoyannis, estudiante de La Sorbona y militante de Révolution Permanente, fue publicado originalmente en francés el 16 de mayo en el diario digital Révolution Permanente, parte de la red internacional de La Izquierda Diario. Al instalar el problema de los convenios de las universidades con cualquier empresa o institución cómplice del genocidio de Gaza, los jóvenes estudiantes muestran su rechazo a participar en la perpetuación de la opresión del pueblo palestino al mismo tiempo que atacan intereses estratégicos de Francia. Esto ha provocado una fuerte represión. La movilización de masas es una cuestión clave para enfrentarla.
El rechazo a los convenios con Israel como síntoma de la emergencia de un sentimiento antiimperialista extendido entre los jóvenes estudiantes franceses
Al dirigirse el jueves 2 de mayo a una reunión de rectores de universidades, la ministra de Enseñanza Superior, Sylvie Retailleau, criticó que “las reivindicaciones se expresan de forma cada vez más radical en nuestros campus, haciendo imposible el diálogo”, en alusión al movimiento estudiantil que desde finales de abril abarca a una veintena de campus y amenaza con extenderse a otros sectores de la población.
Desde finales de abril, los estudiantes se han movilizado, planteando como una de sus reivindicaciones centrales acabar con la complicidad de sus instituciones con cualquier escuela o empresa implicada en el mantenimiento del apartheid o la colonización en Palestina. El lunes 6 de mayo, una asamblea general a la que asistieron 300 estudiantes de diversos comités por Palestina de la región parisina votó, como base común del movimiento, poner fin a los convenios universitarios y a los programas de investigación con Israel, así como a las asociaciones con empresas que financian el genocidio. Al día siguiente, los comités por Palestina de la Sorbona plantearon que ocupaban un anfiteatro porque “no se había dado ninguna respuesta” a las reiteradas peticiones de los representantes sindicales de “información sobre los convenios con universidades israelíes”. En Sciences Po París, la movilización se intensificó después de que la administración se negara a investigar seriamente los convenios de la escuela con las universidades de Tel Aviv, Jerusalén y Beer-Sheva.
Haciendo foco en reivindicaciones locales relacionadas con la financiación y los cursos de su propia escuela, los estudiantes no solo se sienten más capaces de desempeñar un papel en influir en la relación de fuerzas mundial a pesar de la distancia geográfica que los separa de Gaza, sino que también están planteando la cuestión del papel de Francia y sus instituciones en la perpetuación de la opresión del pueblo palestino, mucho más allá de la guerra que se está librando desde octubre.
Aunque existen muchas analogías con el movimiento contra la guerra de Vietnam, este radicalismo también recuerda a la lucha de los estudiantes contra el Apartheid en Sudáfrica en los años setenta y ochenta. En aquella época, jóvenes de universidades de todo el mundo lucharon durante varios años contra el papel de las potencias occidentales en el mantenimiento de un régimen de segregación racial. Al conseguir que en varias facultades se pusiera fin a la colaboración con empresas radicadas en Sudáfrica, contribuyeron activamente a la liberación de la población negra de la región, sometida desde el final de la Segunda Guerra Mundial.
Esto alcanzó para sembrar el pánico en el gobierno, que ve cómo la solidaridad humanista de los últimos meses se transforma en un movimiento de tintes antiimperialistas bajo la influencia de Estados Unidos y la cólera estudiantil contra Genocide Joe, lo que bien podría contribuir a debilitar al imperialismo francés, que ya atraviesa grandes dificultades.
Contra la puesta del saber al servicio de la colonización: los nuevos “refuzniks” de las universidades francesas
“Es particularmente absurdo querer boicotear las universidades israelíes, que son el principal foro de protesta contra Netanyahu”. Frente a Sciences Po París, el 2 de mayo, en su nuevo papel de columnista del canal de noticias BFMTV, el artista Joann Sfar repitió una retórica tan antigua como el Estado de Israel: la del supuesto progresismo de sus centros de enseñanza superior, que haría injusta cualquier crítica a las universidades y centros educativos israelíes.
En su libro Torres de marfil y acero: cómo las universidades israelíes niegan la libertad a los palestinos, Maya Wind describe el papel preponderante desempeñado por las universidades en la colonización de la Palestina histórica, en particular el Instituto Technion, la Universidad Hebrea de Jerusalén y el Instituto Weizmann, fundados entre 1912 y 1935:
En el periodo previo a la guerra de 1948, estas tres instituciones de enseñanza superior fueron movilizadas directamente al servicio de la violenta desposesión necesaria para la expansión territorial sionista. La principal milicia sionista, la Haganá, creó un cuerpo científico que abrió bases en los tres campus para llevar a cabo investigaciones y perfeccionar las capacidades militares. Durante la guerra de 1948, las universidades contribuyeron a apoyar la expulsión masiva de palestinos para crear el Estado de Israel. Profesores y estudiantes desarrollaron y fabricaron armas, mientras que sus campus, equipos y conocimientos se pusieron al servicio de las milicias sionistas que expulsaban a los palestinos de su tierra.
Se trata de tres universidades con las que instituciones francesas mantienen vínculos especiales, que incluyen intercambios académicos en los que estudiantes que han completado su formación principal en Francia participan en determinados programas de investigación. La Universidad de Tel Aviv, que tiene acuerdos de intercambio e investigación con centros como Sciences Po París, Paris-Dauphine y Sorbonne-Université, se ha convertido también en un símbolo de la complicidad de los centros de enseñanza superior con los horrores de la colonización y la ocupación. Con razón, esta institución, “de primera línea para mantener las ventajas militares y tecnológicas de Israel”, es la piedra angular del diseño israelí de armas y herramientas de inteligencia, con 55 proyectos tecnológicos realizados conjuntamente con el ejército en 2008, además de la participación de sus estudiantes en los esfuerzos militares durante cada ofensiva contra el pueblo palestino.
En total, una treintena de universidades y escuelas superiores francesas han firmado convenios de intercambio universitario, entre ellas la Escuela Normal Superior (ENS), París 1, París 4, Sciences Po, Paris-Dauphine y Aix-Marseille. Todas ellas son universidades en las que la movilización por Palestina es fuerte, expresando el rechazo de los estudiantes a poner sus competencias académicas al servicio de la colonización de Palestina. Una especie de “refuznik” académico por parte de los estudiantes –reflejo de los valientes estudiantes israelíes que se niegan a ir al ejército, al frente, a pesar del riesgo de encarcelamiento– que se inscribe en un cuestionamiento más general de los tipos de conocimientos que se enseñan y de su papel en la reproducción de una sociedad basada en la explotación, la dominación y la destrucción de los recursos naturales.
Esta preocupación se refleja también en las críticas a los convenios de universidades con empresas que contribuyen a armar a Israel o a desarrollar asentamientos en los territorios palestinos. A diferencia de Estados Unidos, donde la movilización se centra en la financiación de las escuelas por su carácter privado, en Francia el problema radica más en la injerencia de estas empresas en la formación y las salidas profesionales, y ello en un momento en que la ambición del gobierno es reestructurar la enseñanza superior para dar más cabida a los intereses de la patronal en este ámbito. En Sorbonne-Université, el personal ha presentado varias mociones al Consejo de Administración exigiendo la exclusión de los grupos armamentísticos Thalès y Safran de la oferta de cursos. Esta exigencia no ha sido atendida desde octubre, a pesar de que en 2003 el Consejo de Administración de Sorbonne-Jussieu (una de las dos universidades anteriores a la fusión) ya había votado no renovar los acuerdos de cooperación entre la Unión Europea y las universidades israelíes. Pero esto nunca se llevó a la práctica.
Este “inmovilismo” de la mayoría de los consejos centrales sobre el tema de Palestina ilustra la distancia cada vez mayor que media entre, por un lado, la aspiración creciente de los estudiantes y del personal a cortar lazos con instituciones cómplices de genocidio y, por el otro, la negativa categórica del Ministerio de Enseñanza Superior a dar marcha atrás ni en la más mínima asociación. De manera más general, pone de manifiesto el carácter profundamente ilusorio de la democracia universitaria, planteando el problema de quiénes son los actores responsables de decidir la oferta de cursos, la financiación y los programas de investigación en el seno de las universidades.
Los intereses estratégicos de Francia amenazados por el movimiento de boicot universitario
Hay que decir que no tiene nada de insignificante el hecho de que los estudiantes hayan cambiado los clásicos llamados a la responsabilidad de la diplomacia francesa, que hacían hacia fines del año pasado, por críticas directas al papel de las universidades en la perpetración de las masacres. Ya en 2015, el gobierno israelí calificó de “amenaza estratégica de primer orden” a la campaña BDS (Boicot, Desinversión y Sanciones) dirigida contra sus centros de enseñanza superior por su papel en la ocupación y la colonización. Pero también representa un enorme problema para el gobierno francés, para el que estos convenios son una cuestión clave.
En 2019, Sylvie Retailleau, entonces presidenta de la Universidad París-Saclay, inauguró orgullosa un acuerdo de cotutela de tesis con el Instituto de Tecnología de Haifa (el Technion). Esta escuela, sinónimo de “innovación e investigación científica para un mundo equitativo y sostenible”, ha contribuido en particular al desarrollo de drones civiles y militares y a la investigación médica sobre armas químicas durante la Guerra del Golfo en 1991. Desde 2021, en colaboración con Israel Aerospace Industries, trabaja en la creación de nanosatélites capaces de entrar en órbita a baja altitud alrededor de la Luna para recoger datos mediante instrumentos científicos. Tras un acuerdo inicial ratificado en 2013 bajo el gobierno de François Hollande, Francia se ha convertido desde entonces en el segundo socio, después de Estados Unidos, de esta institución que compite con el Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT), tanto en intercambios de estudiantes y profesores como en investigación.
En total se han firmado 65 acuerdos entre universidades francesas e israelíes desde 1975, año en que se creó el “Consejo Pasteur-Weizmann” para luchar juntos “contra las enfermedades y los padecimientos”. Al mismo tiempo, Francia es el 5.º socio mundial de Israel en términos de coediciones científicas, y los sucesivos gobiernos han hecho un esfuerzo consciente por aumentar la colaboración en educación e investigación. Además de la Escuela Politécnica, que está a la vanguardia de los convenios científicos con Israel, el Instituto Nacional de la Salud y de la Investigación Médica (Inserm) y el Consejo Nacional de la Investigación Científica (CNRS) también financian la cooperación científica y las asociaciones entre laboratorios, al igual que el Centro de Investigación Francés en Jerusalén (CRFJ), bajo la doble supervisión del Ministerio de Asuntos Exteriores y del CNRS.
Esta colaboración clave permite al gobierno francés beneficiarse de la experiencia israelí en ciberseguridad, inteligencia artificial e ingeniería. Dan cuenta de esto las success stories a la francesa publicadas en las páginas web de las grandes escuelas, que presumen de las carreras de estos grandes cerebros que se marcharon a formarse a universidades israelíes antes de incorporarse a la alta función pública, como Pauline, que se formó en el Technion de Israel durante un año y ahora es miembro del “prestigioso cuerpo de ingenieros en armamento, uno de los cuatro grandes cuerpos técnicos del Estado francés”.
En términos más generales, Israel participa en los programas de investigación europeos desde los años 90, recibiendo una financiación de casi 2.000 millones de euros. Según numerosos expertos, esta estrecha relación ha llevado a empresas como Israel Aerospace Industries –fiel colaboradora del Technion y socia de numerosas universidades francesas– a desempeñar un papel activo en la creación de la Agencia Europea de la Guardia de Fronteras y Costas (Frontex) y de los programas de vigilancia marítima de la Unión Europea, contribuyendo a la aplicación de su política criminal antimigración.
Del mismo modo, en 2014, en el marco del programa europeo de innovación e investigación Horizonte 2020, se financió el proyecto LawTrain, que permite a los países de la UE y a Israel “armonizar y compartir técnicas de interrogatorio entre los países interesados, para hacer frente a los nuevos retos de la delincuencia transnacional”, vinculando directamente a la policía israelí con centros de enseñanza superior como la Universidad Católica de Lovaina, en Bélgica. Esta colaboración no solo ha ayudado a financiar la tortura en las cárceles israelíes –la mitad de los fondos recaudados van a parar a las instituciones del Estado colonial–, sino que también ha contribuido a importar directamente a los centros imperialistas europeos estos métodos, que han sido probados y ensayados con el pueblo palestino.
El reto de la extensión y la masificación a la altura de las ambiciones antiimperialistas del movimiento
Todas estas son cuestiones estratégicas clave para Francia, y así se explica la política ultraautoritaria del gobierno del primer ministro Gabriel Attal hacia los estudiantes movilizados. El 6 de mayo, en la cena anual del Consejo Representativo de las Instituciones Judías de Francia (CRIF), el primer ministro se jactó de la intervención sistemática de la policía en las acampadas y ocupaciones universitarias, insistiendo en que nunca habría “derecho al bloqueo”. Al día siguiente, 86 estudiantes fueron detenidos violentamente por la policía mientras ocupaban una sala de conferencias en reacción a la ofensiva israelí sobre Rafah. Esa misma mañana, dos estudiantes de Sciences Po París también fueron detenidos tras el bloqueo de la escuela por el comité pro Palestina.
Esta efervescencia refleja la extensión del movimiento a varios países de Europa (Suiza, Países Bajos, España y Reino Unido), Asia (Japón y Bangladesh) y América (Brasil y México), y las primeras victorias obtenidas por los estudiantes. En Noruega, cuatro universidades han anunciado que cesan su colaboración con instituciones y empresas cómplices de la opresión del pueblo palestino.
Se trata de promesas que el movimiento estudiantil tendrá que seguir de cerca para asegurarse de que se cumplan con el fin de constituir puntos de apoyo hacia una nueva etapa de la movilización –sobre todo a la luz del encuentro de debate entre los estudiantes y las autoridades de Sciences Po París (el llamado townhall, siguiendo una tradición norteamericana) el pasado 2 de mayo, que no fue más que una puesta en escena por parte de la administración–. De hecho, con la excepción de Estados Unidos y del Reino Unido, el movimiento sigue confinado a una pequeña vanguardia, a pesar de que la cuestión palestina ha tenido un efecto de “concientización” en sectores mucho más amplios de la población. Precisamente, tras una primera fase de acciones simbólicas y de “patear el tablero” que volvieron a situar a Palestina en el centro de la escena política nacional e internacional, ahora se trata de masificar la bronca para construir la relación de fuerzas que hace falta frente a un régimen que se aferra a sus intereses a toda costa.
Desde este punto de vista, el apoyo prestado por cientos de funcionarios y profesores a los estudiantes movilizados en forma de pronunciamientos y de presencia en las concentraciones es un primer paso significativo, que sienta las bases de una alianza concreta entre jóvenes y trabajadores de la enseñanza superior, tal y como se expresa radicalmente en los campus estadounidenses.
Uno de los principales retos será conseguir la adhesión del movimiento obrero organizado, dado que la complicidad de Francia con Israel se extiende a la producción de armas, la logística y la distribución. Todos estos son sectores estratégicos desde los que los trabajadores podrían utilizar su fuerza para luchar contra las masacres en curso y, más ampliamente, contra el imperialismo francés, que saquea en el extranjero mientras fronteras adentro impone la austeridad y la inseguridad laboral. En este punto, la capacidad de quienes se movilizan en solidaridad con Palestina de enfrentar la represión es una cuestión fundamental, mientras que el régimen ha conseguido disciplinar al mundo del trabajo persiguiendo a sindicalistas como Anasse Kazib y Jean Paul Delescaut por “apología del terrorismo”. Por todas estas razones, la próxima jornada de acción del 18 de mayo en Francia debe planificarse y prepararse activamente no solo en los campus sino también en los lugares de trabajo, con vistas a intensificar la lucha internacional contra el genocidio y la represión de la que es víctima el movimiento pro-palestino.
Es una oportunidad para revivir las mejores tradiciones del movimiento estudiantil, cuando hace 56 años miles de manifestantes inundaron el Barrio Latino para protestar contra la guerra de Vietnam y en represalia por la detención policial de casi 500 estudiantes que habían ocupado la Sorbona unos días antes. Era el inicio de Mayo del 68.
Traducción: Guillermo Iturbide
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