[Desde Francia] Ya es oficial: la Nueva Unión Popular Ecológica y Social (NUPES) ya no existe. El propio Mélenchon lo reconoció. La aprobación de la moción para rechazar el proyecto de ley de inmigración puede haber revivido el acrónimo en los comentarios de los periodistas, pero la alianza impulsada por Mélenchon parece verdaderamente muerta. Por el momento, en cualquier caso, mientras no esté en el orden del día la disolución de la coalición. ¿De quién es la culpa?
Para sus detractores, serían las posiciones propalestinas del líder rebelde las que habrían hecho añicos la hermosa alianza entre la izquierda y los ecologistas, que prometía un futuro radiante y, algún día, dejar atrás el macronismo. Mélenchon, por su parte, culpa a sus antiguos socios. Más allá de las responsabilidades personales, esta ruptura y este naufragio ponen de relieve la quiebra de un proyecto político y estratégico del que Mélenchon fue el primer artífice y que él sigue reivindicando. ¿Qué pensar, desde el punto de vista de quienes, en el mundo del trabajo y de la juventud, a pesar de los avances de Macron en materia de pensiones, no hemos sido derrotados?
Una cosa es segura: desde el 7 de octubre y el inicio de la agresión israelí contra Gaza, Mélenchon se enfrenta a una ofensiva en regla. Proviene tanto del sector gubernamental, de sus aliados y de los medios de comunicación que transmiten su “buena nueva”, como también de sus antiguos socios de los ex NUPES, e incluso se retoma en el seno de su propia formación, La Francia Insumisa (LFI). Estos ataques no son nuevos, Mélenchon lo sabe muy bien y –volveremos sobre esto– sabe cómo aprovecharlos. Pero si ya habían aumentado tras el levantamiento en los barrios, tras el asesinato de Nahel, se han vuelto cotidianos y masivos desde hace dos meses.
Esta campaña unánime llevada a cabo en nombre de la defensa de los valores republicanos esconde otra, contra todos aquellos que podrían expresar, de una forma u otra, incluso una tenue crítica al consenso burgués tal como existe en este país. Un ataque dirigido, por tanto, al movimiento obrero y popular, contra quienes denuncian la violencia policial, cuestionan el racismo sistémico y, más particularmente, cualquier forma de estigmatización de los árabe-musulmanes o de quienes están adscritos a esta identidad, y contra cualquier cuestionamiento del apoyo a la política militar genocida del Estado de Israel.
No hace falta decir que, independientemente de todos los desacuerdos que podamos tener con Mélenchon y los mélenchonistas, estamos junto con quienes se oponen a la violencia policial, a la islamofobia y a la agresión contra Gaza y Palestina, sin conceder nada al antisemitismo. Sin embargo, el hecho de que Mélenchon esté pagando el precio de una campaña tan reaccionaria no puede impedirnos discutir las posiciones del LFI y analizar las razones y los contornos del colapso del NUPES, desde el punto de vista de los intereses de nuestra clase.
En los orígenes estaba NUPES, promesas y novedades
Después de las elecciones presidenciales de 2022, Mélenchon y su equipo hicieron todo lo posible para alejar el espectro de 2017. En aquel momento, tras los 7 millones de votos en la primera vuelta (19,6 %), su partido alcanzó un máximo de 880.000 votos en la segunda vuelta de las elecciones legislativas (4,86 %) y sólo obtuvo 17 parlamentarios. En 2022, después de sus 7,7 millones de votos (casi el 22 %) durante la primera vuelta de las elecciones presidenciales, el lanzamiento del NUPES permitió a Mélenchon liderar una alianza electoral de izquierda que obtuvo 6,55 millones de votos (31,6 %) en la segunda vuelta de las elecciones parlamentarias, es decir, 151diputados, de los cuales 75 eran de LFI.
Recordemos: era la época en la que, aunque no todo era posible, Adrien Quatennens podía hacer creer que Mélenchon podía acceder al cargo de Primer Ministro de “cohabitación” y se suponía que la “nueva unión de izquierda” facilitaría la puesta en pie de la resistencia. Fue Borne quien finalmente ocupó Matignon y, desde entonces, sabemos que el bloque parlamentario de NUPES no ha hecho retroceder al gobierno en modo alguno. Ni siquiera durante la gran batalla de las pensiones del invierno pasado: su estrategia de guerrilla parlamentaria no permitió corregir la de la Intersyndicale que se negó a construir una huelga general. Por el contrario, el movimiento estuvo fragmentado y, en última instancia, agotado, durante más de una docena de días consecutivos, sin que NUPES buscara resolver esta cuestión estratégica para el movimiento.
Lo que el NUPES, por el contrario, “logró”, desde el punto de vista de sus alianzas políticas, fue mantener, en la forma, un discurso que pretendía ser radical o, al menos, antimacroniano. Esto se hizo volviéndose fundamentalmente de derecha, en particular mediante la integración de dos fuerzas burguesas de izquierda, en este caso EELV y el PS, apenas cinco años después de los apaleamientos y reveses que representó el quinquenio de Hollande. La operación no era obvia, a priori, pero los mélenchonistas ven hoy las consecuencias. Gracias a una retórica que se presentaba como muy de izquierda, Mélenchon resucitó partidos y corrientes muy debilitados o en peligro de desaparecer electoralmente (recordemos el 4,6 % de Yannick Jadot, el 2,3 % de Fabien Roussel y el 1,7 % de Anne Hidalgo en la primera vuelta de las elecciones presidenciales). Al mismo tiempo, el programa “insumiso” se desplazó hacia la derecha en numerosos puntos para permitir la creación de una coalición y complacer a unos aliados que, a priori, no estaban en condiciones de imponer nada o, en cualquier caso, mucho menos de lo que podían obtener (pensaremos, por ejemplo, en los reveses en las perspectivas institucionales, en los salarios o incluso en la ecología).
Desde el punto de vista de la simple lógica contable –por tanto, considerando el tamaño del grupo parlamentario– la apuesta parecía exitosa. En realidad, se trata de un cálculo a corto plazo que obedece a una lógica parlamentaria e institucional de Mélenchon que hoy muestra sus límites, al tiempo que ha servido de trampolín para las carreras de algunas personas y de salvavidas para comunistas y socialistas que habrían tenido grave dificultades para formar un bloque sin LFI. Por otro lado, la maniobra de los mélenchonistas –cuyo círculo íntimo fue amputado de sus antiguos lugartenientes o muy cercanos como Corbière, Garrido, Autain e incluso Coquerel– acabó volviéndose contra el LFI. Como señala Philippe Marlière, “LFI es el partido más ruidoso en los medios, pero tiene sólo una débil ancla en el panorama político fuera de las elecciones presidenciales y su grupo parlamentario”. Y esto no se debe solo a las opciones organizativas y políticas del melenchonismo en forma de partido/movimiento que ya hemos discutido.
La mala apuesta miterrandista
La cuestión también radica en tres niveles adicionales.
Por un lado, la socialdemocracia europea, cuya transformación burguesa se completó, según los países, hace varias décadas, se orienta sistemáticamente hacia su derecha y acaba destruyendo cualquier proyecto de izquierda neorreformista. Esto es lo que ocurrió en Portugal, donde el viejo PS logró utilizar el Bloque de Izquierda y la Coalición Democrática (ecologistas y comunistas) para regresar al poder en 2015, para mayor beneficio de la burguesía y de Bruselas. Esto es también lo que podemos aprender de la experiencia en el Estado español, del regreso de la “izquierda” al poder, donde los socialdemócratas del PSOE literalmente asimilaron a PODEMOS. Éstas son nuevamente las lecciones de las diversas coaliciones regionales o municipales en Alemania, donde Die Linke ha pagado el precio de todas sus alianzas con los social-liberales del SPD, abriendo paso, al final, a un ascenso de la extrema derecha. En Francia, la diferencia es que la socialdemocracia y los ecologistas parecían ser los socios satélites de una fuerza central, LFI, que afirmaba estar realmente anclada en la izquierda. Pero incluso en estas condiciones, a pesar de la pérdida de peso específico de socialistas y ecologistas, la centroizquierda buscó jugar el mismo papel que en las otras experiencias europeas: sopesar y condicionar decisivamente la hoja de ruta política de la NUPES, aunque los neo-reformistas parecían dictar el ritmo y los temas.
Por otro lado, el error también reside en la construcción política reivindicada por Mélenchon. Se basa en el modelo de la antigua Unión de la Izquierda de Mitterrand: Mitterrand representa, para el líder de LFI, el primer presidente “de izquierda” de la Quinta República y un modelo a seguir. Recordemos que cuando Mitterrand llevó a cabo su doble “oferta pública de adquisición”, primero refundando el PS en Épinay en 1971 y, sobre todo, lanzando la Unión de Izquierda al año siguiente, lo hizo hacia “su izquierda”, mientras o Mélenchon lo hizo hacia “su derecha”. El PCF, principal socio de Mitterrand en su conquista del poder, era entonces un partido obrero-burgués que se benefició del auge del 68 –después de haber desperdiciado su potencial– y el desafío para Mitterrand era, en cualquier caso, canalizarlo [1]. En el caso de NUPES, dos de los tres principales socios de Mélenchon –EELV y, sobre todo, el PS– son corrientes burguesas, completamente integradas en el régimen de crisis de la Quinta República. Han servido abiertamente, con eficacia y dedicación, a los intereses de la patronal durante los últimos 25 años y sus representantes más derechistas también fueron absorbidos por Macron en 2017.
Además, a pesar del resurgimiento de la lucha de clases en Francia desde 2016, la burguesía francesa no necesita una fórmula tipo “frente popular” para frenar, controlar y canalizar una oleada obrera y popular que amenaza con abrumar el juego institucional clásico, como pudo haberlo hecho, en la década de 1930 o, aunque de forma diferente, durante 1968. Puede contar con otras palancas, como hemos visto en los últimos meses con la batalla de las pensiones: las burocracias sindicales y su papel de freno, apostando a que el peso de las derrotas pasadas y el nivel de conciencia impedirán que los sectores más decididos del mundo trabajo y juventud para ir más allá de los marcos establecidos en la mayoría. La burguesía, por otra parte, es muy consciente del avanzado estado de crisis que vive la Quinta República. Para evitar que esto último se profundice “desde la izquierda”, incluso en un terreno puramente institucional, la burguesía prefiere jugar la carta de un lepenismo demonizado, una especie de variación francesa y no gubernamental del partido de Giorgia Meloni. De ahí, a la inversa, la excesiva demonización de Mélenchon y del melenchonismo.
Los límites que Mélenchon y sus seguidores no pueden cruzar
Desde este punto de vista, probablemente no deberíamos tomar al pie de la letra las vociferaciones del poder y sus guardianes contra LFI ni las fórmulas y chistes a menudo bien elaborados de Mélenchon destinados a cultivar su radicalismo... al menos verbalmente. El programa de LFI, sin mencionar siquiera el de NUPES, es infinitamente más moderado que el de la Unión de Izquierda de 1981, que ni siquiera supuso un freno a la inversión rigorista de Mitterrand, iniciada en 1983 por el gobierno de Mauroy III, con ministros comunistas en su seno, y continuó y se amplificó bajo el gobierno de Fabius, que pudo contar con el apoyo del PCF en la Asamblea. Acostumbrados a una izquierda reformista totalmente domesticada y plenamente integrada en el sistema, las salidas de Mélenchon provocan un escándalo en los medios de comunicación burgueses, pero no deberían hacernos olvidar el fondo de su programa.
El centro de gravedad de la estrategia de Mélenchon, reiterado en su último libro ¡Hazlo mejor! retomando, con algunos ajustes, los argumentos ya esgrimidos en La era del pueblo (2014) y en ¡Que se vayan todos! ¡Rápido, la revolución ciudadana! (2010), sigue siendo el de un cambio de régimen desde dentro de las instituciones existentes, a través de la constitución de una mayoría de izquierda, junto con una “revolución ciudadana” que tiene más que ver con la presión institucional que con un desbordamiento incluso mínimo, del marco establecido. Lo demuestra la intervención de la dirección de LFI en los últimos episodios de la lucha de clases, en los que no pudo ni quiso representar realmente una alternativa que permita superar los obstáculos o los límites impuestos por la dirección del movimiento sindical. Al mismo tiempo, sin embargo, cualquier renovación de la lucha de clases o de la movilización, como la revuelta de los barrios populares a principios del verano, despierta las fisuras dentro de los NUPES, con los componentes más derechistas e integrados al régimen que se niegan a aceptar las declaraciones más radicales de Mélenchon, aunque estas no sean correlativas con una capacidad o real deseo de producir un desborde.
En este sentido, los límites de la línea melenchonista recuerdan los que Trotsky señaló frente al PCF y la SFIO a mediados de los años 1930, cuando el resurgimiento del conflicto empujó a la izquierda y obligó, en ese momento, a comunistas y socialistas a reubicarse:
Los partidos socialista y comunista franceses continúan su fatal tarea: empujan su oposición hasta el límite plenamente suficiente para la exasperación de la burguesía, para la movilización de las fuerzas de la reacción, para el armamento complementario de los destacamentos fascistas; pero perfectamente insuficiente para la adhesión revolucionaria del proletariado. Esto es provocar al enemigo de clase como por placer, sin dar nada a su propia clase. Es un camino seguro, y el más corto, hacia la ruina [2].
Así, la lógica del choque permite a Mélenchon permanecer en el centro del debate de ideas en el espectro político y mediático, delimitándose de los aspectos más derechistas, bonapartistas y a veces incluso autoritarios de la Quinta República en su variante macroniana. Sin embargo, esto no implica ni permite avanzar en términos de capacidad de movilización y confrontación en el terreno político y de clase, y se reduce, en el mejor de los casos, a una apuesta de futuro, cuya perspectiva sigue siendo la misma: constituir un partido electoral capaz de llevar al líder de LFI a la segunda vuelta en 2027.
Nostalgia gaullista
La ofensiva sionista contra Gaza es el último ejemplo de esto. La gran mayoría del arco político institucional, con algunas excepciones, de derecha y de centro, e incluso dentro de la izquierda clásica, se ha realineado completamente con una orientación prosionista y, en última instancia, atlantista. Esto no solo está relacionado con el “peligro” o la “amenaza” de ver la cuestión palestina importada a Francia, lo que reactivaría esa olla a presión permanente que son los barrios obreros. Es también el doble subproducto del punto de inflexión impuesto por Sarkozy y simbolizado por el retorno de Francia al mando integrado de la OTAN durante la Cumbre de Estrasburgo de abril de 2009 y, más recientemente, por la adhesión francesa a la lógica estadounidense en materia de guerra en Ucrania. La traducción de este enfoque diplomático y geopolítico en el Cercano y Medio Oriente es el apoyo inquebrantable, hasta hace poco, del gobierno de Macron al gobierno de extrema derecha de Netanyahu. Pero este apoyo también lo lleva un arco político que va desde la extrema derecha hasta buena parte del sector socialdemócrata y ecologista de NUPES, que rompe con un enfoque llamado más matizado de la cuestión palestino-israelí y “político árabe” heredado de De Gaulle y retomado por Mitterrand [3].
Pero hacer oír una voz disidente en el concierto criminal unánime que reivindica el “derecho de Israel a defenderse” no implica automáticamente que la posición defendida esté al servicio de los intereses de nuestra clase y de la construcción de una movilización contra la guerra. imperialista, contra el sionismo y su inquebrantable patrocinador estadounidense, pero también contra la política imperialista de Francia. Además de la denuncia de una ofensiva militar que viola las normas más elementales del derecho internacional y está salpicada diariamente de crímenes de guerra sistemáticos –posición que comparten muchos funcionarios de la ONU–, hay un punto común entre las posiciones de Mélenchon y el de Dominique de Villepin sobre Palestina y Gaza: su preocupación común es que, al alinearse demasiado con Washington, París está perdiendo terreno en la escena internacional y que, en lugar de restaurar el prestigio de Francia, Macron lo está socavando.
La oposición al atlantismo no implica necesariamente anti-imperialismo, y Mélenchon opta por defender el papel de Francia en un mundo supuestamente más multipolar, pero en los marcos del reclamo de un orden mundial renovado que no sería menos reaccionario. En este sentido, llama bastante la atención ver cómo quienes pretenden encarnar todo el arco político antirracista y quieren ser los exclusivos y únicos herederos legítimos de la lucha anticolonialista y antiimperialista, dar bienvenida a la formación de Mélenchon como “el honor del país”.
¿Hacer de Gaza una piedra de toque o un trampolín electoral?
El nuevo giro hacia el horror en Medio Oriente y el lanzamiento de la operación criminal llevada a cabo por el Estado de Israel contra Gaza han aterrorizado a gran parte de la NUPES. Obedeciendo, casi instintivamente, al llamado al orden del régimen, fue bastante natural que viéramos a Fabien Roussel –después de algunas dudas pero luego de haber marchado con los “sindicatos” de la policía–, Marine Tondelier –sin ningún reparo– y Olivier Faure –sin más dilación– participando en la manifestación “contra el antisemitismo” llamada por Macron y la derecha, a la que también se sumaron los lepenistas. Por supuesto que Roussel, Tondelier y Faure están “a favor de la paz” y “contra la extrema derecha”. Pero en momentos de crisis, sus principios son de geometría variable [4].
Esta presión derechista alimenta, dentro de la propia LFI, la oposición de aquellos que, no menos asustados e indudablemente también interesados en ocupar la silla de Mélenchon, quieren un aggiornamento generalizado de la NUPES. Evidentemente, se trataría de mantener la alianza pero luego vaciarla de lo que le da un poco de color para no asustar a “la Francia de la gente real”, la de “los pueblos” o “las periferias” –algunas, no todas– y, así, garantizar mejores resultados entre los jubilados y en determinados territorios. El descontento no data del 7 de octubre y ya había salido a la luz en el Festival de L’Humanité, al inicio del curso escolar. El más claro es François Ruffin, que encarna en este nivel la variación LFI de Roussel: “Prohibí en mis campañas cualquier conversación sobre liberalismo, neoliberalismo, capitalismo”. Por paradójico que pueda parecer dado su discurso anterior, encontramos a su lado, en una conjunción de circunstancias, a Clémentine Autain, que ya no quiere que se ponga tanto énfasis en las llamadas cuestiones sociales: violencia, racismo, género y otras cuestiones demonizadas por los medios, la derecha y el gobierno, porque “todas estas palabras en -ismo, dijo, retomadas por L’Opinion pueden alejar a los electores. ¿Queremos mantenernos cómodos entre nosotros o buscar una mayoría?”. Por su parte, es partidaria de una izquierda “calmante” para los franceses. Pero también podríamos citar el tándem Garrido-Corbières y algunos otros.
Mélenchon y sus allegados, con Manuel Bompard al frente, hacen la apuesta contraria: centrarse en los abstencionistas de los sectores populares, sobre todo en los barrios. Según Bompard, “el 80% de los barrios populares votaron a [Mélenchon] en la primera vuelta. Pero sólo entre el 30 y el 40% viajan para votar. Si el 1% de los abstencionistas vota por nosotros, se obtiene la mayoría absoluta de escaños”. También según el lugarteniente de Mélenchon, que desea mantener la llamada línea divisoria y radical del líder del LFI, “cuando perdemos el contacto con las clases trabajadoras, lo perdemos durante veinte años (…) mientras que los intelectuales urbanos se recuperan en seis meses de campaña”. Muy recientemente, Bompard reiteró su convicción de que LFI “ganó votantes de manera perdurable, y aquellos que ha perdido los ha perdido temporalmente”.
Apuestas electorales, unidad de clase y partido
¿Qué tienen en común estos tres sectores que parecen irreconciliables en la izquierda reformista –aunque algunos se inclinan seriamente hacia la derecha–? En los tres casos, apelan a aceitados mecanismos electorales, basados en encuestas de opinión y otros estudios de sondeo, todo ello en un contexto de lógica parlamentaria, del número de escaños y funcionarios electos a cubrir, con la idea, en el caso de aquellos cerca de Mélenchon, de que en un duelo contra Le Pen, es el líder de LFI quién ganaría; un poco como en el caso de los anteriores duelos entre Chirac-Le Pen padre (2002) o Macron-Le Pen (2017 y 2022). También se basan en el supuesto de que, en cualquier caso, Faure y compañía se verán obligados a volver a la alianza electoral con Mélenchon, en caso de disolución de la Asamblea por parte de Macron. En este caso, al reiterar el escenario de 1997 que había permitido a la izquierda plural de Lionel Jospin ocupar Matignon, bajo Chirac –Mélenchon era entonces Secretario de Estado–, bien, naturalmente le correspondería a Mélenchon el honor de ser Primer Ministro de la cohabitación. Esto se puede ver, por último, en que independientemente de la hipótesis de disolución, sus allegados mantienen la presión, como lo demuestra la tribuna “unitaria” firmada por personas cercanas a Mélenchon como Paul Vannier o Aurélie Trouvé o la importancia dada a los encuentros nacionales de LFI, el sábado 16 de diciembre.
¿Qué podría ser más normal para reformistas más o menos de izquierda razonar con lógica contable y parlamentaria? Ciertamente, pero hubo un tiempo en el que esa misma izquierda reformista de la que Mélenchon se reclama, tenía al menos la preocupación de combinar sus apuestas electorales con formas de movilización extraparlamentarias, aunque no necesariamente radicales o subversivas, en los territorios y en los barrios, en los lugares de trabajo y luchas. Pero para Mélenchon el horizonte sigue siendo el de la unión de la izquierda únicamente sobre bases parlamentarias e institucionales. La NUPES, repitió a principios de octubre, “es el camino más corto hacia la victoria. Pero cada uno debe hacer su propio trabajo sobre el terreno. La centroizquierda, es decir el PS y la EELV, debe buscar las categorías sociales más privilegiadas que los aprecian. Más bien, están haciendo lo contrario al unirse al concierto en contra de nuestro estilo”. Hoy en día, si bien NUPES ya no solo está “en mal estado”, sino que se encuentra a casi dos metros bajo tierra, Mélenchon no se ha rendido por completo.
Este software político es lo contrario de lo que necesitamos. Mélenchon renuncia a la aspiración a la unidad y a la victoria, privilegiando la unión con fuerzas situadas en el terreno de la burguesía y la defensa del régimen tan pronto como este se ve amenazado (por la juventud, por “la importación del conflicto palestino-israelí”, por los barrios, etc.). Lo que se propone, como victoria, es, en el mejor de los casos, un calendario de discusiones para establecer listas de candidatos para las elecciones. Ni unidad de clase, por tanto, ni acción sobre puntos específicos en los que, más allá de sus vínculos partidistas y sindicales, el mundo del trabajo debería encontrarse, empezando por estos batallones que se movilizaron durante la batalla por las jubilaciones y quienes se enfrentan hoy a la represión. La situación, sin embargo, debería permitir estas convergencias.
La derrota del gobierno y de Darmanin esta semana ante una votación parlamentaria –mientras la lógica republicana protege, a priori, al ejecutivo contra cualquier inestabilidad de este tipo– indica la profundidad de la actual crisis del régimen. Si no es nuestro campo el que responde, sobre la base de luchas, de los combates y una propuesta política anticapitalista, otras fuerzas opuestas a nuestra clase lo harán. Ya están preparando una emboscada. Pero una vez más, no es inevitable que sea una renovada derecha dura, o incluso la extrema derecha, la que aproveche la ira y el hartazgo contra Macron y su mundo. La última secuencia social indica hasta qué punto el mundo del trabajo y los jóvenes han demostrado su capacidad de levantar la cabeza. Pero ciertamente no será siguiendo una de las opciones a corto plazo, cautelosamente derechistas o las llamadas incendiariamente radicales, que se expresan hoy en el campo de ruinas que representa a la NUPES y sus alrededores, que podremos reconectarnos con esta pelea.
Lo que muestran los debates más o menos apasionados –pero tanto más apasionantes porque indican hasta qué punto la guerra por conquistar lugares es importante entre los políticos reformistas– es que no puede haber término medio entre el intento de refundar una socialdemocracia y una Unión de la Izquierda miterrandiana por parte de Mélenchon y la defensa y construcción de una política revolucionaria dentro de nuestra clase que conduzca a un partido. Mélenchon sabe cómo irritar al máximo a la burguesía. La prensa y los medios de comunicación lo atestiguan cada día. Pero ni él ni sus socios de derecha son capaces de armar nuestro campo para las batallas venideras, que serán más duras que las que hemos conocido. El “movimiento gaseoso” o el “la forma-movimiento” de LFI no es ni un acelerador ni un camino para cumplir con este requisito. No es más que las ocurrencias y los discursos radicales que al final se quedan solo en discursos. Una política de unidad y de clase debe pasar por la construcción de una política, un programa y un partido revolucionario basado en nuestro campo social, anclado en sus métodos de lucha y capaz de dar batalla contra todas las opresiones e injusticias, una lucha del mundo del trabajo como un todo. Esto es también lo que nos dice el actual naufragio de la NUPES.
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