La decisión se tomará en los próximos días, pero la mayoría de la dirección del Nuevo Partido Anticapitalista (NPA) parece dispuesta a sacrificar la independencia política y programática por la unidad electoral y posibles bancas parlamentarias.
Desde el final de la primera vuelta de las elecciones presidenciales, las elecciones legislativas están en el centro de los debates de la izquierda institucional. Con el 22 % de los votos y el hundimiento de sus rivales, La France Insoumise (el partido de Mélenchon) pretende aprovechar su posición hegemónica para ampliar su coalición de campaña, la Unión Popular (UP), a todas las fuerzas de la "izquierda tradicional" bajo su liderazgo. Si ya en 2017 la organización de Jean-Luc Mélenchon presentó las elecciones legislativas como una "tercera vuelta", en 2022 esta idea encuentra un eco mucho más amplio, con la promesa de casi anular el resultado de las elecciones presidenciales "eligiendo" a Jean-Luc Mélenchon como primer ministro.
En una carta dirigida inicialmente a Europe Écologie Les Verts (EELV), al Partido Comunista Francés (PCF) y al Nuevo Partido Anticapitalista (NPA), UP propuso el 14 de abril "construir una nueva mayoría gubernamental, es decir, una mayoría política en la Asamblea Nacional" sobre la base de un "programa compartido" en las próximas elecciones legislativas.
¿Una nueva Izquierda Plural que vaya desde el PS hasta el NPA?
Esta perspectiva podría parecer, a priori, como algo poco natural para una organización que se proclama anticapitalista. De hecho, la idea es obtener una mayoría gubernamental en cohabitación con Macron en el marco del sistema capitalista y en el seno de una potencia imperialista como Francia. El NPA, sin embargo, se apresuró a aprovechar la oportunidad.
En una primera carta del 19 de abril, la organización que llevó como candidato presidencial a Philippe Poutou respondió "favorablemente a la solicitud de una reunión para discutir las candidaturas comunes a las elecciones legislativas". Esta voluntad sin precedentes de abrir debates se justifica por "tener en cuenta la correlación de fuerzas global" y por "la urgencia de una respuesta unitaria frente a la clase dominante", lo que llevaría a "plantear de otra manera la cuestión de las elecciones legislativas". Sin embargo, el NPA formuló dos condiciones para llegar a un acuerdo: "la independencia política de cada organización (libertad para que cada organización se exprese y defienda su programa)" y que "la campaña debe realizarse con total independencia de las organizaciones de la izquierda social-liberal, en particular del Partido Socialista".
A partir de ese momento, esta actitud de apertura a una alianza con la izquierda institucional se ha mantenido, aunque haya llevado a un retroceso en todas las condiciones (mínimas) formuladas al principio. En una carta fechada el 23 de abril, la demanda de independencia política fue abandonada cuatro días después de formulada. El NPA explica ahora que comparte "la idea de que, teniendo en cuenta el éxito de su campaña presidencial, es la Unión Popular la que tiene las principales cartas: el Futuro en común [el programa de la campaña presidencial de Mélenchon] es el punto de referencia en este sentido y será la base del ’programa compartido’". Aunque inicialmente condicionaron la posibilidad de un acuerdo, los "matices o desacuerdos programáticos" no serán "líneas rojas" y el programa anticapitalista queda liquidado. Ahora parece que basta con expresar "una ruptura positiva con los años de la ’izquierda plural’ bajo el dominio del Partido Socialista”. La Izquierda Plural fue el nombre de la coalición que sostuvo al socialista Lionel Jospin como primer ministro entre 1997 y 2002 (con el derechista Jacques Chirac como presidente). Estaba formada por el Partido Comunista Francés, el Partido Socialista, el Partido Radical de Izquierda, el Movimiento Ciudadano y los Verdes.
El mismo retroceso en los principios básicos caracteriza la actitud adoptada ante la personalización cada vez más fuerte de la campaña impulsada por la UP, encarnada en la consigna "Mélenchon primer ministro". En su primera carta, el NPA aseguraba que "no se trata de votar a un individuo y a un programa elaborado por una corriente, sino a 577 personas, con la posibilidad de encontrar [...] compromisos [...] permitiendo que nuestras diferentes posiciones políticas estén representadas". Desde entonces, la organización anticapitalista se contenta con esperar que la campaña no se base "únicamente en el objetivo de que Jean-Luc Mélenchon se convierta en primer ministro".
A la vista de estos contratiempos, es muy probable que el "independentismo" con respecto al Partido Socialista corra la misma suerte, a pesar de que el partido se integró en el proceso y se reunió con Unión Popular el 27 de abril. Es cierto que en un comunicado del 28 de abril, el NPA renovó sus críticas al PS. Pero la timidez de la redacción deja claro que la presencia de este "agente del social-liberalismo", que el NPA no "cree" que pueda "convertirse de la noche a la mañana en una fuerza de ruptura con las políticas liberales y antisociales", es en última instancia secundaria... mientras que comparte "más que nunca" con la Unión Popular "el reto de construir una campaña común entre diferentes fuerzas en torno a candidaturas de unidad". Un acuerdo en este plano sería coherente tras haber aceptado un bloque con EELV, parte integrante de la "izquierda" social-liberal del gobierno, al frente de importantes ciudades y regiones en las que el partido ha votado notablemente a favor de la apertura a la privatización del transporte público.
En este contexto, el NPA puede afirmar que "por nuestra relación con las instituciones, por nuestra concepción estratégica de ruptura con el capitalismo, no formaríamos parte de un posible gobierno resultante de esta Unión Popular ampliada si ganara estas elecciones", pero se compromete de facto con un proceso que tiene explícitamente este objetivo y garantiza esta estrategia, afirmando que serán "solidarios en la Asamblea Nacional sobre las orientaciones de nuestro programa común". Por lo tanto, si se la lleva hasta el final, la decisión de participar en esta campaña marcaría el fin del NPA como organización anticapitalista independiente y lo transformaría de hecho en un garante "anticapitalista" de la reconstrucción de una izquierda gubernamental.
¿Reforma o revolución?
Es evidente que en este momento hay cierta esperanza entre muchos trabajadores, jóvenes y personas de origen inmigrante de que el alto porcentaje obtenido en las elecciones presidenciales por Mélenchon, quedando a solo 400.000 votos de pasar a la segunda vuelta, abra el camino a una alternativa a la perspectiva de un segundo gobierno de Macron. Por ello, la política de UP para estas elecciones legislativas tiene un mayor eco que en 2017.
Solo que desplaza el centro de gravedad de la lucha contra Macron y el avance de la extrema derecha al terreno institucional y parlamentario. Desplegando una retórica que promete a los trabajadores economizar huelgas y manifestaciones, pretende convencerlos de que pongan su destino en manos de una especie de Izquierda Plural 2.0, ciertamente bajo una nueva dirección, pero que integra a gran parte de los responsables de las peores traiciones del pasado.
Con ello, Mélenchon siembra profundas ilusiones sobre la Quinta República –que La France Insoumise (LFI) ha criticado duramente en el pasado– y la posibilidad de una cohabitación pacífica con Macron y los intereses patronales que encarna. Más allá del carácter irreal del objetivo de una mayoría parlamentaria, es obvio que si esto ocurriera Mélenchon no tendría todos los poderes como la UP quiere hacer creer ahora. En cambio, sería el primer ministro de Macron, es decir, en un gobierno de compromiso con un presidente que tiene, entre otras cosas, el poder de iniciar guerras y de disolver la Asamblea Nacional. Hay que tener poca memoria para no recordar el fracaso de la última experiencia de cohabitación entre la izquierda y la derecha, la de Chirac-Jospin, durante la cual Jean-Luc Mélenchon fue ministro de Enseñanza Profesional. No es casualidad que esto haya allanado el camino para la debacle electoral de la izquierda en las elecciones presidenciales de 2002, que hizo posible que el Frente Nacional de Jean-Marie Le Pen llegara por primera vez a la segunda vuelta.
Estos fracasos y traiciones recurrentes tienen su origen en una estrategia reformista, es decir, en la idea de que sería posible "reformar" el sistema, cambiar la sociedad de forma gradual y pacífica, ocupando progresivamente espacios en las instituciones, en particular mediante el sufragio universal. La realidad es que todas las grandes transformaciones sociales de la historia han sido producto de relaciones de poder construidas a través de la movilización en las calles y en las fábricas, no a través de negociaciones parlamentarias. El papel del reformismo es precisamente canalizar la ira hacia las instituciones, para que no se exprese de forma subversiva, planteando la cuestión del derrocamiento del sistema, es decir, de la revolución. Por eso, cuando los trabajadores y la juventud toman las riendas de su destino y se levantan contra el sistema capitalista, suelen encontrar al otro lado de la barricada a los diputados y políticos de "izquierda" que, a fuerza de ocupar los espacios que les da el sistema, acaban queriendo preservarlo a toda costa.
Por eso es tan grave, desde el punto de vista de los revolucionarios, que el NPA acepte que el programa de los reformistas, es decir, la materialización de esta estrategia, constituya la base de los intercambios y acuerdos con LFI. Como si lo que separa un programa y proyecto revolucionario de un proyecto reformista e institucional fuera una cuestión de grados o matices. En concreto, al aceptar "defender dicho programa [el Futuro en común] en las elecciones [legislativas]", el NPA, aunque dice lamentarlo, se subordina al programa de Mélenchon. En caso de acuerdo, los candidatos del NPA no podrán exigir, en particular, la "regularización de todos los sin papeles, el derecho a la autodeterminación de los pueblos, incluso en las colonias francesas, la expropiación de los grandes grupos capitalistas, en particular en los sectores de la energía y la banca...", por citar solo las reivindicaciones mencionadas en su último comunicado.
Peor aún, el NPA se muestra dispuesto a respaldar el programa del Futuro en común incluso en sus aspectos más reaccionarios, como en la cuestión del imperialismo y de la policía, afirmando estar dispuesto a guardar silencio sobre "desacuerdos significativos" relativos a "la política militar o el papel de la policía" que "de común acuerdo" no estarán "en el centro de esta campaña".
Un proceso que ha avanzado mucho
Como ya advertimos cuando aún formábamos parte del NPA, este partido está sometido desde hace tiempo a fuertes presiones para adaptarse a La France Insoumise (LFI), con la que ya había formado listas conjuntas sobre la base del programa de esta última en Occitania y Nueva Aquitania en las últimas elecciones regionales. Esta decisión se tomó a espaldas de la mayoría de los activistas y nos opusimos firmemente en su momento. Esta es también la razón por la que, frente a la perspectiva de una tercera candidatura de Poutou, opusimos la precandidatura de Anasse Kazib.
Dijimos en este sentido que era "evidente que el hecho de presentar a uno de los voceros de las listas conjuntas con La France Insoumise (LFI) a las elecciones presidenciales es ya en gran medida una elección de orientación y de perfil para los próximos años. Tanto más cuanto que la elección unilateral de la antigua mayoría de imponer estas listas al partido constituye una política de compromiso con la izquierda institucional que pone en tela de juicio incluso las delimitaciones, de por sí insuficientes, que el NPA ha marcado desde su fundación, a saber, una firme independencia de la llamada izquierda social-liberal, es decir, del Partido Socialista (PS) y de Europa Ecológica-Los Verdes (EELV).
También escribimos que "la antigua mayoría se ha embarcado en un importante punto de inflexión política, probablemente sin vuelta atrás" y que en este contexto "una candidatura de este tipo, que no por casualidad encarnarían algunos de los camaradas más escisionistas del NPA, sería una herramienta para construir algo distinto al NPA". Es evidente que este pronóstico se está confirmando en este mismo momento, como atestiguan las tensiones internas y los incesantes llamamientos de Poutou a la "separación" de las corrientes minoritarias opuestas a esta política.
Desde cierto punto de vista, el votante de Mélenchon en las elecciones presidenciales no se equivocaría al preguntarse: si para el NPA hacer campaña por una mayoría gubernamental dirigida por Mélenchon sobre la base del programa Futuro en común no supone un problema, ¿por qué no apoyaron al candidato de UP en las elecciones presidenciales? La realidad es que la candidatura independiente de Poutou a las elecciones presidenciales fue producto de la lucha política que condujo a la exclusión de Révolution Permanente [1], pero la actual dirección del NPA llevaba tiempo inmersa en un proceso de acercamiento a LFI y de renuncia progresiva a la independencia política y programática del NPA. Lamentamos, por supuesto, que las actuales corrientes de izquierda del NPA no hayan comprendido, a pesar de nuestras repetidas advertencias, que nuestra exclusión y la campaña electoral posterior, de la que formaron parte, solo eran un trampolín hacia la liquidación pura y dura de la organización.
Lo que se decidirá de aquí al fin de semana en el seno del NPA es, por tanto, mucho más que una táctica electoral, es el abandono de los principios fundacionales que el partido adoptó cuando fue fundado en 2009 y de la existencia del NPA como organización anticapitalista delimitada del reformismo y de la izquierda de gestión. De confirmarse esta decisión, podría relanzar la dinámica de crisis y escisiones y proyectar a la dirección del NPA por un camino similar al que tomaron sus compañeros españoles hace unos años: la disolución política en un fenómeno de tipo neorreformista, como hizo su corriente hermana allí, Anticapitalistas, dentro de Podemos, de Pablo Iglesias.
Una vez más, ¿partido revolucionario para la lucha de clases o Podemos a la francesa?
Desde el final del ciclo de luchas abierto entre 2016 y 2020, hemos luchado en el seno del NPA por una evaluación seria del hecho de que el NPA no haya desempeñado un papel particular en la lucha de clases, basando cada vez más su existencia y reclutamiento solo en la palanca de la participación electoral, y en particular en las elecciones presidenciales cada cinco años.
En una contribución titulada "El NPA en crisis: ¿construir un partido obrero y revolucionario o esperar un Podemos a la francesa?" ya defendimos la idea de que "como la política aborrece el vacío, existe el peligro de que los camaradas de la tendencia mayoritaria traten de compensar sus insuficiencias en el terreno de la intervención e implantación en la lucha de clases con la popularidad de tal o cual vocero y la esperanza de avanzar en una configuración política que ha cambiado desde lo que originalmente habían sido políticas ‘unitarias’ frente a la llamada ‘izquierda radical’, para permitir algunos éxitos electorales". Esto es precisamente lo que está ocurriendo ante nuestros ojos.
Después de haber apoyado a Tsipras y Syriza en Grecia, que canalizaron y luego traicionaron la rabia social que se expresó a través de más de veinte huelgas generales, después de haber sido coartífices, a través de sus compañeros españoles de la corriente Anticapitalistas, del proyecto de Podemos, el partido liderado por Pablo Iglesias, que acabó unos años después al frente del Gobierno del país en coalición con el PSOE, contra el que se había enfrentado inicialmente, la corriente mayoritaria del NPA parece decidida a no aprender ninguna lección de estos fracasos y a seguir el mismo camino.
Muy lejos de la caricatura de que los trotskistas se escinden cada cuatro días, que oímos mucho en el momento de nuestra exclusión, es este gran desacuerdo estratégico entre, por un lado, un proyecto de partido revolucionario con la lucha de clases como centro de gravedad y, por el otro, la adaptación a los fenómenos neorreformistas, lo que constituyó la base de la lucha política que libramos en el seno del NPA hasta nuestra exclusión. Es también sobre la base de estas lecciones que lanzaremos en las próximas semanas un llamamiento a la creación de una nueva organización, que dirigiremos fraternalmente a todos los compañeros del NPA que rechazan la liquidación de su partido, así como a los trabajadores y jóvenes que han participado en las luchas de los últimos seis años. Más que contribuir a alimentar la esperanza en las soluciones institucionales, creemos que lo urgente es discutir la necesidad de poner en marcha una organización revolucionaria realmente útil para las luchas de clases que no faltarán en el segundo quinquenio de Macron.
Traducción: Guillermo Iturbide
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