Como señalamos en la presentación de este dossier, los días 16, 17 y 18 de diciembre, se llevará a cabo en París el congreso fundacional de una nueva organización revolucionaria en Francia. A continuación presentamos la traducción de uno de los documentos del congreso, el cual describe las diferentes batallas políticas y en la lucha de clases que fueron forjando la nueva organización. Frente a la profunda crisis que atraviesa la extrema izquierda en Francia, desarrolla por qué es una necesidad de primer orden poner la conformación de una nueva izquierda con un programa y una estrategia revolucionaria.
Crecen las tensiones geopolíticas, vuelven las guerras entre grandes potencias, crisis económica, pandemia, destrucción del planeta: estas últimas décadas, el panorama de las múltiples crisis que amenazan a la humanidad no había sido antes tan sombrío. Esta observación es cada vez más compartida más allá de los círculos marxistas, plantea de manera clara la urgencia de una revolución que destruya el podrido sistema capitalista.
Sin embargo, a pesar de que en los últimos años se han dado levantamientos populares en múltiples países, en los cinco continentes, no han conseguido poner en jaque las bases de la explotación capitalista. Por un motivo: la transformación de la revuelta en revolución no es un proceso mecánico, menos aún tras cuarenta años de ofensiva neoliberal y ausencia de revoluciones, algo que ha provocado estragos en la conciencia de nuestra clase.
Vemos las limitaciones de las concepciones de lo que Daniel Bensäid llamó “la ilusión de lo social”, esa idea de que los movimientos sociales podrían por sí solos, y sin intervención de un operador estratégico, triunfar sobre un sistema poderoso y altamente organizado como es el capitalismo. Esto va de la mano con un rechazo legítimo a numerosas organizaciones de izquierda que han sido traidoras. Este tipo de concepciones espontaneístas estuvo muy de moda en Francia a principios de la oleada de luchas abierta en 2016 y alimentó un reforzamiento de la corriente autonomista, especialmente en la juventud.
En un contexto de reflujo de dicha corriente y de marginalidad de las principales organizaciones de la extrema izquierda, plantear en la actualidad la necesidad de una refundación de la izquierda revolucionaria es decisivo para ofrecer a las nuevas generaciones de militantes que se politizan y radicalizan un marco político y organizativo, y para afrontar un reforzamiento sustantivo de los revolucionarios y de su capacidad de influir en los próximos acontecimientos.
Sin esta recomposición, en Francia, como en el resto del mundo, existe un gran riesgo de que la crisis económica y política, e incluso los fenómenos embrionarios de radicalización política que se dan en el seno del proletariado, puedan conducir a la desmoralización de nuestra clase y sean capitalizados por variantes reaccionarias de la extrema derecha. La nueva organización, que será fundada en el transcurso del próximo congreso, tendrá en este sentido como objetivo ser un vector de este proceso de recomposición y el de contribuir a la construcción de un partido revolucionario de los trabajadores capaz de transformar las revueltas en revolución y abrir el camino a un futuro para las próximas generaciones frente a la barbarie capitalista que amenaza con destruir la humanidad y el planeta.
De la expulsión del NPA a la fundación de una nueva organización
La urgencia por refundar una izquierda revolucionaria a la altura de los desafíos actuales ha estado siempre en el centro de la política de la corriente que una parte de nosotros hemos construido durante más de 12 años en el seno del Nuevo Partido Anticapitalista (NPA), la Corriente Comunista Revolucionaria (CCR). Y es debido a que nuestro proyecto de refundar el NPA para transformarlo en una herramienta para la construcción de un partido revolucionario de los trabajadores, que tuviese la lucha de clases como el centro de gravedad, era diametralmente opuesto a la perspectiva de confluencia con la izquierda neo-reformista, incluso socioliberal, lo que hizo que la dirección del NPA decidiera expulsarnos en la víspera de la conferencia nacional que debía elegir el candidato a las elecciones presidenciales.
Habiéndonos convertido en la corriente de oposición más fuerte, con un periódico online, (Révolution Permanente), que era mucho más leído que la web del partido, y con figuras surgidas de la lucha de clases como Anasse Kazib, quien fue propuesto como pre-candidato a la conferencia nacional, había que expulsarnos como fuese. La posterior evolución de la política del NPA en su adaptación completa a la NUPES (Nueva Unión Popular Ecológica y Social liderada por Jean-Luc Mélenchon) nos ha dado la razón sobre el hecho de que una tercera candidatura Poutou se hacía en nombre de un proyecto distinto al que tenía el NPA. Con todos sus defectos, este mantenía al menos una cierta independencia política respecto a la izquierda institucional, algo que está en proceso de ser liquidado.
Tras nuestra salida del NPA en junio de 2021, tomamos la decisión de mantener la candidatura de Anasse Kazib a las presidenciales y tratar de obtener las 500 firmas de cargos electos necesarias [1]. Más allá del previsible fracaso en la obtención de las firmas, la campaña de Anasse 2022 jugó un rol decisivo en la aparición de Révolution Permanente como una nueva fuerza en el seno de la extrema izquierda. Ha sido también un vector para el compromiso político, especialmente de un cierto número de jóvenes, muchos de los cuales forman parte actualmente del proceso de la fundación de la nueva organización, mientras que otros lo siguen con simpatía.
El congreso, que tendrá lugar en diciembre, representa la culminación de un proceso que, a través de la lucha política que dimos en el seno del NPA, de la campaña de Anasse, la conferencia nacional del mes de junio, la universidad de verano y la creación de comités de la nueva organización, ha permitido la fusión entre antiguos militantes de CCR, nuevos militantes y militantes de otras tradiciones políticas. Representa al mismo tiempo un punto de partida en la construcción de una nueva organización revolucionaria en Francia, cuyos fundamentos principales trataremos de definir en este texto.
Para ello, partiremos de las lecciones estratégicas de la lucha de clases de estos últimos años, así como de un balance del rol que han jugado y juegan los distintos elementos del movimiento revolucionario.
Un largo proceso de radicalización por parte de los trabajadores y la juventud
Desde 2016, un nuevo ciclo de lucha de clases se ha abierto en Francia. Hemos podido observar cómo se han encadenado movilizaciones de prácticamente casi todos los sectores de trabajadores, pero de forma dispersa y desincronizada: Los grandes bastiones del sector privado y la juventud en 2016; los ferroviarios y el sector público en 2018; los sectores pauperizados de la Francia periférica/semiurbana con los Chalecos Amarillos; los trabajadores de transportes en 2019 por las pensiones; numerosas empresas del sector privado en el marco de las luchas contra los despidos y por los salarios a partir del final del primer confinamiento en 2020. Movilizaciones obreras a las que hay que añadir las acciones de la juventud, secundaria y universitaria, movilizada en sus centros de estudio y en las calles por el clima, contra las violencias sexistas, por los derechos LGTB o contra el racismo y las violencias policiales.
2016 marcó un salto en la crisis orgánica en Francia, con el encadenamiento por parte del gobierno Hollande-Valls de una ofensiva liberticida sin precedentes tras los atentados de 2015, y de una reforma pro patronal de la ley laboral que provocó un poderoso movimiento intersindical. Este dio lugar a un proceso de ruptura de las masas con el Partido Socialista, que había constituido desde hace décadas la “pata izquierda” del régimen, y, a una escala de vanguardia, la expresión de una cierta conciencia anticapitalista, con aspiraciones a formas de democracia directa y radicales, en especial en torno a fenómenos como el movimiento Nuit Debout y sus cortejos de cabecera en las marchas contra la reforma laboral. Permitieron también a una nueva generación militante hacer la experiencia de la burocracia sindical como obstáculo de la generalización de la huelga.
Mientras que, en la superestructura política, el derrumbe del Partido Socialista (junto al affaire Fillon y el voto anti-Le Pen) ha permitido la elección de Macron, sostenido por el bloque burgués, en el terreno de la lucha de clases la crisis de las medicaciones políticas y sindicales, combinado con la política ofensiva del nuevo gobierno, abrió el camino a nuevas formas cada vez más explosivas, descontroladas y confusas, menos “químicamente puras”, de la lucha de clases. El movimiento espontaneo de los Chalecos Amarillos constituyó una especie de síntesis de las contradicciones del periodo, que mezclaba la crisis social, la tendencia a la radicalización y el debilitamiento de “los cuerpos intermedios” [2]. Como explicaba Juan Chingo en su libro sobre dicho movimiento, este marcó una suerte de “retorno del espectro de la revolución”. La burguesía se aterrorizó por la entrada en la escena política de un sector de las masas, que retomó a su manera un imaginario revolucionario.
Si bien el movimiento estaba marcado por una débil conciencia de clase y la ausencia de una confrontación con la patronal, favorecida por el boicot de las direcciones sindicales, este salto en el proceso de radicalización no tardó en impactar en el movimiento obrero organizado. Comenzando por una serie de huelgas salvajes en los sectores más explotados de la SNCF (ferroviarios) , como es el caso de los centros técnicos, después en la RATP (transportes región parisina), cuyos trabajadores, tras diez años de paz social en la empresa, impusieron a las burocracias sindicales un llamado a la huelga indefinida a partir del 5 de diciembre de 2019 y de esta forma fueron el punto de partida de un poderoso movimiento contra la reforma de las pensiones. En el contexto inicial de la pandemia, este movimiento obligó al gobierno a retirar su proyecto. Movilizando a sectores estratégicos del proletariado, este movimiento tenía un discurso no corporativista alrededor de “la lucha por las generaciones futuras”, y tejió lazos con otros sectores como profesores y trabajadores de la cultura y buscó, con cierto éxito, desbordar el marco impuesto por las direcciones sindicales, especialmente cuando estas trataron de imponer una tregua durante las vacaciones de Navidad.
El surgimiento repentino de la pandemia tuvo efectos contradictorios sobre este proceso. Por un lado supuso un freno inmediato, en un contexto donde las condiciones materiales para movilizarse se habían vuelto complejas y el miedo al virus, al paro y a la pobreza dieron un golpe a los trabajadores. Por otro lado, la pandemia ha expuesto a millones de trabajadores el verdadero rostro del sistema capitalista y de la sociedad de clases, el rol central de la clase obrera, y ha planteado de forma embrionaria la cuestión del control obrero de la producción y la dirección de la sociedad. Los derechos al desistimiento y a parar la producción en numerosas fábricas durante la pandemia y posteriormente las huelgas de trabajadores esenciales luego del primer confinamiento, han expuesto elementos de recomposición subjetiva de amplios sectores de la clase que no habían tomado hasta ahora necesariamente parte de los movimientos huelguísticos.
La vuelta de las vacaciones ha estado marcada por la huelga de las refinerías y su impacto (ver documento sobre la situación nacional [disponible en este número de IdZ, NdT]), mostrando que la oleada iniciada en 2016 no se ha cerrado por la pandemia. Al contrario, esta última ha sido un elemento muy importante para una toma de conciencia que ha sido la raíz de la rabia de los refineros. Ya que, como numerosos trabajadores en lucha por sus salarios durante los últimos meses, los obreros petroquímicos han formado parte de los esenciales que han trabajado en el punto álgido de la pandemia con miedo al virus, mientras que los gerentes se escondían en sus casas de verano y los accionistas amasaban ganancias record. La pandemia ha generado un debate sobre “el mundo que sigue”, el funcionamiento de la sociedad capitalista y su carácter irracional.
A esto hay que sumarle fenómenos profundos en la juventud. El gran crecimiento de un movimiento antirracista y contra las violencias policiales independiente del Estado, en el que juegan un rol central los colectivos de familias de las víctimas, que ha sido un vector de politización muy importante en los barrios populares y entre los jóvenes racializados que han sido apodados la “generación Adama”. Las importantes movilizaciones de junio de 2020 luego del llamado de los compañeros del Comité Adama tras el primer confinamiento, fueron una demostración de este fenómeno y han preocupado a los sectores más reaccionarios de la burguesía. De la mima forma, la politización en el terreno feminista y LGTB ha venido acompañado del surgimiento de sectores radicales “anticapitalistas”, críticos con los programas centrados en interpelar al Estado, y que logran movilizar a miles de personas en sus manifestaciones, y que cuestionan a las direcciones de dicho movimiento más integradas al Estado o a la izquierda institucional. Finalmente, sobre el movimiento ecologista, sectores de la juventud movilizada desde 2018 han hecho la experiencia de la vía muerta de las soluciones institucionales y de las COP, pero a pesar de que esta experiencia ha dado pie a tendencias a la radicalización en los modos de acción, su contenido permanece centrado en la interpelación al Estado.
El conjunto de estos movimientos genera ciertas condiciones favorables a la acción de los revolucionarios. Las recomposiciones que permite la crisis de las mediaciones políticas y sindicales no son, sin embargo, unilaterales y los elementos de “radicalización” mencionados pueden dar lugar a “nuevas formas de pensar”, por utilizar términos gramscianos, tanto a la izquierda como a la derecha. En este sentido, el reflujo en términos de conciencia de amplios sectores que han participado en las luchas de 2019-2020, afectados por la influencia del conspiracionismo y el confusionismo, después tentados a un voto “anti-Macron” a Le Pen en la segunda vuelta de las presidenciales, expresa la necesidad de dirigir la cólera y la radicalidad hacia el terreno de la lucha de clases y la revolución, y anclarlo allí. Frente al callejón sin salida que representa el neorreformismo, las organizaciones que se reivindican revolucionarias tienen un importante papel que desempeñar en este contexto. Sin embargo, está claro que durante todo el periodo abierto en 2016 en Francia, por desgracia, lo que ha prevalecido es la pasividad y el escepticismo.
La extrema izquierda no estuvo a la altura
Realizar un balance sobre la intervención de la extrema izquierda sobre el último ciclo de la lucha de clases es una necesidad, no para señalar buenos y malos, sino porque una organización revolucionaria gana su legitimidad según las respuestas que aporta a las situaciones políticas nuevas y complejas y de sus aportes a la clase trabajadora y a su lucha. En este momento, en el que estamos creando una nueva organización, es indispensable señalar los límites de la extrema izquierda que buscamos desbordar.
En este sentido, como subraya Paul Morao en un artículo para RP Dimanche:
Echar un vistazo a las políticas llevadas a cabo por las dos principales organizaciones de la extrema izquierda en Francia en los últimos episodios de la lucha de clases implica, paradójicamente, hablar de un trabajo ampliamente “vacío/ausente”, o “esporádico/irregular” ya que es difícil recordar intervenciones y movilizaciones importantes, huelgas dirigidas por estas organizaciones, políticas audaces impulsadas en los movimientos desde 2016. [...] Esto no significa que estas organizaciones hayan dejado de intervenir en la lucha de clases, pero sí que han abandonado, en gran medida, una parte de las tareas de las que se dotaban tradicionalmente las organizaciones revolucionarias en estas peleas. Entre ellas: la batalla por la auto-organización desde un inicio, para permitir a los trabajadores dirigir ellos mismos su movimiento; la pelea por ampliar el movimiento y por la unidad de la clase obrera , así como un trabajo de alianzas con el conjunto de los sectores oprimidos; finalmente, el hecho de apoyarse sobre experiencias de la lucha de clases para generar un puente hacia la necesidad de la revolución, convenciendo a los sectores de vanguardia de comprometerse, más allá de un combate, en la construcción de organizaciones revolucionarias.
El abandono de estas tareas especificas que incumben a los revolucionarios explica la paradoja de que tras siete años de lucha de clases intensa y de un proceso de radicalización de sectores de la clase obrera, a los que hay que añadir un amplio proceso de ideologización sobre bases anticapitalistas en la juventud, la extrema izquierda es más débil y marginal que nunca. Una observación que tiene mucho que ver con las estrategias de las dos organizaciones históricas del trotskismo francés, marcadas por la pasividad y el derrotismo en cuanto al rol especifico que los revolucionarios deben jugar en la lucha de clases.
Del fracaso del proyecto fundacional a la debacle oportunista de la dirección
La crisis y relativa parálisis del NPA no es un hecho novedoso. La dinámica expansiva del proyecto inicial que soñaba con ocupar el espacio a la izquierda del Partido Socialista, gracias a la popularidad de Besancenot y la crisis de los viejos aparatos que habían participado en el gobierno de la izquierda plural, chocó rápidamente con la recomposición de un bloque reformista alrededor del Frente de Izquierda constituido entre Mélenchon, que provenía del Partido Socialista, y el Partido Comunista Francés. Este golpe de realidad generó rápidamente una crisis que ha puesto sobre la mesa las ambigüedades del proyecto fundacional del NPA en tanto que “partido amplio”.
Este proyecto se basaba en la idea de que la frontera entre reforma y revolución se había vuelto más difusa, que no tenía sentido dicha delimitación, y que era necesario hacer tabla rasa con los debates del movimiento revolucionario del siglo XX para inventar “una nueva estrategia”. Sin embargo, esto ha resultado un patente fracaso. Más que permitir ganarles terreno a los reformistas, esta ambigüedad estratégica no ha parado de producir en el seno del NPA de sectores derechistas liquidacionistas de cualquier proyecto de organización revolucionaria independiente; dichos sectores han terminado por irse del NPA llevándose cientos de militantes para sumarse a las filas de Mélenchon.
La idea de que para crecer es necesario una corriente menos militante y menos ligada a la implantación e intervención en la lucha de clases ha forjado una organización cuya práctica se resume, como sintetiza uno de sus dirigentes, en que: “militantes provenientes de clases medias o altas de la sociedad intervienen, desde el exterior y dando lecciones que ni ellxs mismxs practican en la lucha de clases, ya sea en empresas o en los barrios populares”. Un partido donde coexisten proyectos estratégicos distintos, contradictorios entre sí, mantenidos juntos artificialmente gracias a las campañas presidenciales y a la popularidad de su portavoz, así como por el miedo, por parte de las corrientes opositoras, a verse aisladas en caso de implosión o escisión.
La crisis del NPA parece llegar a una encrucijada: actualmente el conjunto de la tendencia mayoritaria del NPA considera, como se indica en su texto para el congreso del partido que tendrá lugar en diciembre, que: “al contrario del periodo de fundación (…) este partido deberá construirse no solamente en el marco de experiencias de masas en las cuales las clarificaciones tendrán lugar, sino también en interacciones o confrontaciones con otras corrientes de la izquierda. Nosotros deseamos actualmente representar el ala más combativa y subversiva en el marco de una unidad del proletariado, y el partido será el fruto de decantaciones, reagrupamientos desde la base sobre problemas políticos que se darán en la acción”.
Detrás de formulaciones rebuscadas sobre “el marco de la unidad del proletariado” se encuentra la idea de que el NPA debe representar “el ala más combativa y la más subversiva” de la NUPES de Mélenchon. Una idea sobre la que viene elaborando públicamente la dirección mayoritaria del NPA en los últimos meses, teorizando que el voto a NUPES “contribuye a la reconstrucción de la consciencia de clase” y viendo en la popularidad de Phillipe Poutou un signo de “la voluntad de una parte de los votantes de que los revolucionarios se sitúen en el interior de la unidad”. De donde concluyen que el futuro del NPA se jugará según su capacidad de convertirse en parte de un frente electoral y parlamentario de colaboración de clases incluyendo organizaciones burguesas como el Partido Socialista.
La mayoría de la dirección del NPA todavía está, además, tratando de explicar -viendo otras partes del texto pensadas para cubrirse de criticas por izquierda- que la independencia política y organizativa de la que se dotó el NPA durante su fundación en 2009 no está a la orden del día actualmente. En este marco, como anticipamos antes de ser expulsados, la mayoría de esta organización coloca a las corrientes opositoras ante un ultimátum. Pueden aceptar renunciar a cualquier funcionamiento y expresión como fracción, o el congreso concluirá con una “separación”. En ambos casos, será probablemente el final del NPA en su configuración actual.
Antes de nuestra expulsión, buscamos sistemáticamente hacer frente común con otras corrientes de la izquierda del partido (L´Étincelle, Anticapitalisme et Révolution y Démocratie Révolutionnaire) contra la orientación liquidacionista encarnada por la mayoría del “Secretariado Unificado de la Cuarta Internacional”. Durante nuestras discusiones nos basamos ampliamente en la experiencia del FIT-U (Frente de Izquierda y de los Trabajadores-Unidad), que reagrupa desde hace más de diez años en Argentina lo más importante de la izquierda que se dice revolucionaria en un frente político y electoral común.
Nuestras propuestas no tuvieron buen recibimiento en aquel momento ya que una parte de estas corrientes ensayaban aún formas de conciliación con la dirección, lo que las llevó, desgraciadamente, a no oponerse firmemente a nuestra expulsión. Según se resuelva la cuestión dentro del congreso del NPA y las conclusiones a las que lleguen, esta discusión podría reabrirse con los camaradas.
De forma más general, ofrecer una perspectiva organizativa a militantes revolucionarios sinceros, aquellos huérfanos de partido o que se encuentren aún hoy en el NPA, es una razón extra para el lanzamiento de la nueva organización.
La actitud expectante y derrotista de Lutte Ouvrière no puede ser la única alternativa en la extrema izquierda
En el muy probable escenario de un giro político del NPA como el que describíamos, la extrema izquierda actualmente se reduciría a la opción representada por Lutte Ouvrière. No obstante, a pesar de su implantación y de ciertas cualidades organizativas, su organización no constituye, lamentablemente, una alternativa a la deriva oportunista de la dirección del NPA.
Lutte Ouvrière está impregnada por el escepticismo y considera que, más allá de elementos de movilizaciones coyunturales, estamos en un periodo de retroceso desde hace décadas. Sobre este aspecto, su balance del último quinquenato realizado en el documento nacional de su 51º congreso es explícito:
La burguesía está satisfecha con el quinquenato de Macron. Con su mayoría parlamentaria ha llevado adelante la política que había prometido y ha pasado la prueba de fuego. La movilización muy popular de los Chalecos Amarillos no ha creado una crisis política importante y no ha amenazado el orden burgués. Macron ha aprovechado incluso para reforzar el arsenal autoritario del Estado. Ha manejado igualmente la crisis sanitaria y los confinamientos sucesivos sin que los grandes capitalistas hayan pagado los platos rotos.
Esta afirmación minimiza enormemente los elementos de la crisis política por arriba y la cólera social por abajo. A partir de esto, Lutte Ouvrière considera que el rol de los revolucionarios se reduce a tareas de tipo “trade-unionistas” en las empresas a las que se puede añadir hacer propaganda comunista relativamente abstracta, buscando básicamente conservar las banderas esperando que soplen vientos mejores. Mientras Lutte Ouvrière dispone de fuerzas ampliamente superiores a las del NPA y una implantación en importantes bastiones del movimiento obrero, esta lógica lleva a sus militantes a negarse a llevar a cabo políticas de cara a coordinar sectores de vanguardia, combatir a las burocracias sindicales, y tomar la ofensiva de cara a influir en la forma y contenido de los movimientos en los que la organización interviene.
Al mismo tiempo, esta corriente considera que defender la centralidad de la clase obrera implica que todas las cuestiones que no están conectadas directamente con la explotación capitalista son secundarias, incluso serían o podrían convertirse en motivos de distracción o división del proletariado. Una lógica obrerista con la que LO justifica no intervenir en cuestiones feministas, LGTBI, ecologistas o antirracistas, y no participar activamente en las luchas de aquellas y aquellos que combaten contra estas opresiones, incluso desde sus implantaciones obreras.
Más grave aún, esta corriente forma parte de cierta tradición laicista de la izquierda francesa que, bajo la excusa de combatir los prejuicios religiosos, termina legitimando mecanismos de estigmatización y discriminación de trabajadores y jóvenes creyentes. Esto se vio claramente durante la adopción de la ley sobre llevar velo en las escuelas en 2004, apoyada por Lutte Ouvriére (así como por la LCR), o más recientemente en su rechazo a pronunciarse en contra de la prohibición del burkini o el apoyar el combate de Les Hijabeuses (colectivo francés que defiende los derechos de las mujeres musulmanas) contra la discriminación de las jóvenes jugadoras de fútbol que llevaban el velo.
Estamos convencidos que las jóvenes generaciones que se movilizan mayoritariamente en la actualidad entorno a cuestiones ligadas a las opresiones o a la crisis ecológica, así como los trabajadores que quieren luchar contra las opresiones, se merecen una alternativa. La de una organización política que, permaneciendo en todo momento revolucionaria y ligada a la conquista de posiciones en el movimiento obrero, articule el conjunto de los combates que atraviesan, entre otros, a la propia clase obrera al servicio de la toma del poder y la destrucción del capitalismo.
Una alternativa revolucionaria al neorreformismo
El riesgo es que la impotencia de la extrema izquierda deje campo libre a la reconstrucción de una mediación neorreformista y al reciclaje de la vieja izquierda. Es por esto que la tarea de construcción de una alternativa revolucionaria a la NUPES tiene actualmente un carácter estratégico. Ya que este proyecto busca principalmente reforzar las ilusiones en la posibilidad de una salida pacifica y republicana a la barbarie capitalista, desplazando el centro de gravedad de las luchas al parlamento y preparando nuevos fracasos y desilusiones.
En el momento donde la perspectiva de la guerra, de una crisis que amenaza con empujar a millones de personas a la pobreza e incluso a la hambruna y la destrucción del planeta lleva a plantear de manera más evidente la urgencia revolucionaria, contentarse con exigir que se limiten un poco las super-gancias capitalistas, agitando la esperanza de una victoria electoral en el horizonte y de un buen gobierno de izquierda, constituye simplemente un callejón sin salida. Tras los rotundos fracasos de Syriza y Podemos, tan solo tenemos que observar la situación actual en América Latina, a menudo reivindicada por los afines a Mélenchon como un “laboratorio político”, para confirmar este fracaso.
En Chile, la elección de Boric, tan aclamada por la izquierda francesa, lejos de ser el acto fundador de una llamada revolución ciudadana ha sido más bien el instrumento de desmovilización y canalización institucional de la revuelta que estalló en el país en 2019, como explicó Claude Piperno en RP Dimanche. Esta operación fue la base de la derrota que sufrió el gobierno en el referéndum sobre la Constituyente del pasado septiembre. La historia reciente contiene numerosos ejemplos de levantamientos populares desviados por este tipo de operaciones como para que podamos empeñarnos en seguir sin sacar lecciones.
Sin ir muy lejos, en Brasil, la victoria de Lula a la cabeza de una coalición que incluye miembros de la derecha neoliberal como Geraldo Alckmin no ha hecho previsiblemente desaparecer los sectores más radicalizados del bolsoniorarismo. Al contrario, estos se han movilizado para bloquear carreteras en todo el país, con la complicidad de una parte de la policía, para impugnar los resultados electorales, incluso para reclamar un putsch de los militares. En este contexto, la política conciliadora del PT proclamando “paz y amor” desarma al proletariado brasileño frente a las tendencias fascistizantes presentes en la situación brasileña.
En dicho contexto no se necesita un proyecto consensuado con una izquierda gestora del capitalismo ni una organización “gaseosa” hecha a medida para fracasos electorales, sino más bien un partido revolucionario de trabajadores, conscientes del carácter irreconciliable del capitalismo con los intereses de la clase obrera, de la juventud y de los barrios populares, y que se prepare a intervenir en eventos convulsivos donde progresivamente se confrontarán cada vez a más las perspectivas de la revolución y de una contra revolución fascistizante. Es al servicio de la construcción de un partido de este tipo que estará nuestra nueva organización.
¿Qué organización para qué estrategia?
La trayectoria de nuestra corriente política muestra, a pequeña escala, que es posible a través de una intervención audaz y dotada de perspectivas estratégicas claras de ligarse a los movimientos, de hacerles aportes y de fusionarse al calor de las experiencias comunes con los elementos más avanzados de la nueva generación obrera y militante que el ciclo actual de la lucha de clases ha generado.
Recordemos solo como ejemplo que el periódico online Révolution Permanente se convirtió en 2016, apenas un año después de su lanzamiento, en uno de los principales medios de referencia para informarse sobre el movimiento contra la Ley de Trabajo, transformándose en un verdadero organizador colectivo y proponiendo análisis y orientación a centenares de miles de lectores cada mes; que solo con dos militantes implantados en la SNCF formamos parte del impulso en 2018 de encuentros inter-estaciones que reagruparon a lo largo de la lucha contra la reforma ferroviaria a centenares de trabajadores en torno a una línea alternativa a la de la burocracia sindical; que de este colectivo surgieron los encuentros que lanzaron, junto al Comité Adama, el polo Saint-Lazare para organizar el apoyo del movimiento obrero, la juventud y los barrios populares al movimiento de los Chalecos Amarillos.
En 2019, fueron nuestros camaradas, en especial Anasse Kazib, quienes estuvieron en el centro de la construcción de la coordinación RATP-SNCF que jugó un rol clave en la lucha contra la reforma de las pensiones, en tanto expresión de la base y para frenar el intento de la burocracia sindical de poner fin al movimiento al inicio de las vacaciones. Finalmente, es también en gran parte gracias a nuestra intervención que conflictos aislados y difíciles como la huelga de Onet, de Total Grandpuits o, en menor medida, diferentes conflictos como el aeronáutico, han ganado un peso mediático regional o incluso nacional y se han convertido, a diferentes escalas, en huelgas de referencia.
Para encarnar una alternativa al proyecto institucional de NUPES y a la pasividad de la extrema izquierda, pensamos que la construcción de una organización política que interviene con esta lógica es decisiva. Una organización cuyo objetivo no sea, sin embargo, únicamente reforzar las luchas de nuestra clase, sino también y sobre todo aportar la perspectiva estratégica de una revolución social que derribe el Estado burgués, lo reemplace por un poder democrático de la mayoría explotada, a través de órganos de auto-organización, y que acabe con la propiedad privada de los medios de producción.
Así, pues, la nueva organización se inscribe en una tradición marxista revolucionaria y trotskista y lucha por una sociedad libre de toda forma de explotación y opresión, sin clase y sin Estado: el comunismo. Esta estrategia y este objetivo tiene numerosas implicaciones sobre la política y el tipo de organización a construir.
Alianza obrera y popular, huelga general y el rol hegemónico de la clase obrera
En el plano político, toda estrategia revolucionaria plantea el problema del sujeto de la transformación social. Al contrario de las concepciones populistas que disuelven la clase trabajadora en el pueblo, nuestra nueva organización considera que la clase obrera en un sentido amplio (nos referimos a todxs los que para vivir están obligados a vender su fuerza de trabajo a cambio de un salario y que no se encuentran en puestos de dirección ni forman parte de las fuerzas represivas) son, debido al rol central que ocupan en la producción, la única fuerza capaz de dirigir una revolución auténticamente emancipadora, es decir socialista.
Sin embargo, lejos de toda concepción obrerista, estamos convencidos que la transformación de la clase obrera en sujeto revolucionario pasa precisamente por el hecho de que no se preocupe solo por las cuestiones económicas que le afectan, sino también que tome en consideración el conjunto de problemas de la sociedad, los de las clases medias empobrecidas, sino también el combate contra el conjunto de opresiones y la defensa del medioambiente. Este hecho es la base de la necesidad de una alianza entre la clase obrera y el conjunto de sectores que tienen un interés en destruir el capitalismo.
Ya que es a través de un bloque obrero y popular, que unifique a todos los explotados y oprimidos, que será posible derrotar al bloque burgués que actualmente se encuentra reunido en torno a Macron, y en ningún caso se conseguirá con un “bloque de izquierdas”. Convirtiéndose en sujeto hegemónico la clase obrera puede desencadenar la transformación de un movimiento social en huelga general política, que paralice el funcionamiento de la economía capitalista y plantee el problema de quién debe dirigir la sociedad. Esto implica una irrupción de masas en su conjunto en la escena política, aunque sean los sectores concentrados y estratégicos del proletariado los que jueguen el rol fundamental.
En este sentido retomamos la concepción leninista del militante revolucionario como “tribuno del pueblo”, que no se contenta con ser un buen sindicalista o con intervenir únicamente en su sector, sino que al contrario: “busca actuar contra toda manifestación arbitraria y de opresión, donde se produzca, sin importar la clase o capa de clase que la sufra, tratando de generalizar todos estos hechos para construir un marco completo de las violencias policiales y la explotación capitalista, buscando aprovechar la menor oportunidad para exponer ante todos sus convicciones socialistas y sus reivindicaciones democráticas, para explicar a todos y a cada uno la importancia histórica y mundial de la lucha emancipatoria del proletariado”.
Lucha contra la burocracia, auto-organización y frente único
Esta concepción implica un combate a muerte contra las burocracias políticas y sindicales cuyo rol es precisamente explotar las divisiones entre diferentes sectores de la clase obrera para evitar que los combates parciales converjan y avancen hacia una lucha política global contra el sistema capitalista. Desde este punto de vista, como explicaba Trotsky, la burocracia constituye un agente de la patronal en el interior del movimiento obrero.
La lucha contra la burocracia, para arrancarle el control de los sindicatos y recuperar estas organizaciones en tanto que herramienta política de la lucha de clases, es un deber para toda organización revolucionaria. Su debilidad o ausencia constituye uno de los principales límites de la extrema izquierda actual.
Pero la lucha sindical no es suficiente. Los sindicatos, si bien juegan un rol importante en la organización de sectores del movimiento obrero, no estructuran más que una parte ínfima de los trabajadores, normalmente las capas menos explotadas y precarias, porque históricamente han logrado conquistar una mejor correlación de fuerzas. Es por esto, que si la nueva organización lucha decididamente por la construcción de fracciones revolucionarias y antiburocráticas en los sindicatos, deberá plantear en cada lucha, incluso parcial, el desarrollo de la auto-organización y la coordinación, reagrupando miembros de diferentes sindicatos pero también a quienes no estén afiliados sindicalmente, permitiendo a las bases ser las protagonistas de la lucha y dirigir el movimiento en vez de dejarlo en manos de la burocracia.
En el camino hacia la toma del poder, estas instancias de auto-organización se volverán progresivamente una verdadera herramienta de doble poder, a imagen de lo que fueron los soviets o los comités de fábricas en los diferentes procesos revolucionarios, para transformarse en órganos de democracia directa y cimentar el poder obrero.
La lucha contra la burocracia y por la auto-organización no excluye, sin embargo, la constitución de bloques de frente único alrededor de objetivos concretos. Sin embargo, al contrario de la concepción de la dirección mayoritaria del NPA, la unidad con los reformistas se sitúa exclusivamente en un terreno táctico. El objetivo estratégico que se busca es el reforzamiento de la influencia política de los revolucionarios sobre la base de una experiencia de masas con sus direcciones, lo que implica no mezclar el programa revolucionario con el de los reformistas.
Internacionalismo y anti-imperialismo
Al ser el capitalismo en sí mismo un sistema global, una revolución, aún iniciándose en un terreno nacional, debe desarrollarse en el plano internacional hasta lograr una victoria global. Además, el internacionalismo, más que una obligación moral, es una condición sine qua non para que la revolución en un país no sea estrangulada por la unión de las burguesías de la región con el apoyo de las grandes potencias imperialistas, que siempre saben aliarse para aniquilar cualquier revolución.
Esto implica no solo no ceder a ninguna forma de soberanismo nacionalista, así como considerar que nuestros aliados son los proletariados de todos los países y jamás nuestra propia burguesía; además debemos situarnos con los pueblos oprimidos por las potencias imperialistas, y especialmente cuando se trata de combatir el imperialismo francés.
Al mismo tiempo, la construcción de una organización revolucionaria nacional no puede en ningún caso hacerse de forma disociada de la necesidad de reconstruir una Internacional revolucionaria. En este sentido, la nueva organización demanda su adhesión a la Fracción Trotskista por la IV Internacional (FT-CI), reservando a sus miembros, especialmente a aquellos que provengan de otras tradiciones políticas, el derecho a no adherirse.
Una organización militante y democrática
Para estar preparada para llevar adelante los combates e influir en los acontecimientos, una organización debe disponer de fuerzas, de posiciones desde las que desplegar su política. Es por ello que la nueva organización hará de la implantación en los principales bastiones del movimiento obrero una tarea central, siguiendo los esfuerzos en este sentido que ya han hecho hasta ahora los militantes de la exCCR.
En este sentido, estamos convencidos de que uno de los principales síntomas de buena salud de una organización que se dice revolucionaria es su capacidad de dialogar y dirigirse a las jóvenes generaciones de militantes revolucionarios. Por eso, construir Le Poing Levé como corriente estudiantil nacional en institutos y universidades, construir Pan y Rosas en el movimiento feminista, así como trabajar en una mejor implantación en los sectores de la juventud obrera y los barrios populares, será igualmente un desafío clave para la nueva organización.
Los objetivos estratégicos que definimos más arriba implican, pues, un cierto tipo de organización política. Está claro que una máquina electoral y parlamentaria no puede funcionar sobre los mismos principios que una organización que aspira a jugar un rol determinante en un proceso revolucionario. La nueva organización se define, pues, como una organización partidaria militante y de combate cuyos miembros no son afiliados pasivos ni tertulianos, sino militantes activos que intervienen en la lucha de clases como centro de gravedad de su actividad.
Combate quiere también decir combate ideológico, en contra de las ideas dominantes y para rehabilitar un marxismo revolucionario vivo que sea una verdadera guía para la acción de las futuras generaciones revolucionarias, combate político para imponer las ideas revolucionarias en el debate nacional sirviéndose para ello de las elecciones, como hicimos a pequeña escala con la campaña de Anasse a las presidenciales, así como el papel que juega el periódico online Révolution Permanente (que hará una renovación con el lanzamiento de la nueva organización) en tanto que medio de comunicación y también organizador colectivo.
Por todo esto, es evidente que una forma de centralismo es indispensable. Es por ello que la nueva organización se dotará de una dirección política, elegida por el congreso según las reglas establecidas en los estatutos.
Esta centralización sin embargo no es contradictoria con la más amplia democracia interna, con la posibilidad para cada militante de discutir la orientación propuesta por la dirección y de que trate de buscar convencer de su posición a la organización, a condición de, por supuesto, que no se obstaculice el desarrollo de la orientación una vez que esta haya sido adoptada por una mayoría de militantes.
Las condiciones para un buen funcionamiento democrático son el carácter militante de la organización (que implica los mismos derechos y deberes para todos) pero también la formación política de sus militantes, que deben poseer todas las herramientas necesarias para poder tener una mirada crítica sobre la política de la organización. Es también ver la organización como un marco de fraternidad revolucionaria, de lazos de camaradería soldados por los combates afrontados en común y que tratan en la medida de lo posible de prefigurar cómo serán las relaciones humanas liberadas de todas las cargas impuestas por la ideología capitalista con su individualismo, su pensamiento competitivo y opresivo.
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