La paradoja de la sublevación de los Gilets Jaunes es que a pesar de que ha resurgido, como dice Le Monde Diplomatique, la “lucha de clases en Francia”, la recomposición del campo político no lo refleja en lo más mínimo, al menos si tomamos en cuenta las últimas encuestas. Este resultado es un reflejo de las dificultades de la formación de un nuevo bloque dominante, a la vez de las dificultades estructurales de la izquierda a expresar la cólera obrera y popular.
Un presidente minoritario, pero una oposición parlamentaria fragmentada
Ya no alcanza con decir que la cuota de popularidad de Macron, incluso si recientemente sube un poco, se encuentra al mismo nivel de la de Francois Hollande al mismo momento de su mandato. La realidad es que el residente del Eliseo es el presidente más odiado desde Pétain. Pero, enorme paradoja, podría ser el vencedor por default en las elecciones europeas de mayo de 2019. Es que mientras el bloque burgués que gobierna es minoritario, su fortaleza proviene de las dificultades y de la enorme fragmentación de la oposición. Como explica el politólogo Pascal Perrineau:
Tradicionalmente, bajo la V República, cuando el poder gobernante cayó en la impopularidad, la oposición recuperó fuerzas y se convirtió en una alternativa creíble. Este fue el caso de la izquierda bajo Valéry Giscard d’Estaing, de la derecha bajo François Mitterrand y una vez más, de la izquierda bajo Nicolas Sarkozy. La alternativa a veces se pudo construir a partir de desertores más o menos críticos de las mayorías en el poder (Nicolas Sarkozy bajo Chirac, Emmanuel Macron bajo Hollande). La gran noticia de hoy es que no parece surgir ninguna alternativa de la oposición o desde los márgenes de la mayoría. Un poder profundamente debilitado puede entonces obtener fuerza de esta incapacidad de la oposición para establecerse como una alternativa creíble. La fuerza de un campo no se debe entonces a sus propios talentos, sino a la debilidad de sus oponentes. Este parece ser el caso en este comienzo de 2019 cuando, sin embargo, el poder ha sido sometido a asaltos severos por parte de la calle y la opinión pública.
Así, mientras las coaliciones históricas de izquierda y de derecha del bipartidismo de la V República continúan en profunda crisis, los nuevos “emergentes”, Marine Le Pen y Jean Luc Mélenchon, son fuertes en sus votantes cautivos, en especial la primera, como veremos más tarde en relación a la situación de la Francia Insumisa, pero encuentran fuertes dificultades en lograr alianzas sociales suficientemente amplias para poder constituirse en alternativas creíbles al macronismo. Así, como recuerda Perrineau:
Frente a Valéry Giscard d’Estaing, las fuerzas de izquierda se juntaron en una “Unión de la Izquierda” que se convirtió en la mayoría en 1981. Ante François Mitterrand, los partidos de derecha y centro se unieron para formar una fuerza alternativa mayoritaria en 1993 y 1995. Frente a Nicolas Sarkozy, el PS, la izquierda radical y los ecologistas reunieron sus fuerzas, permitiendo la victoria de François Hollande en 2012. En 2019, la oposición está completamente dividida y no existe un polo en posición de actuar como el elemento unificador de una coalición que pueda aspirar a una mayoría. Muchos franceses pueden ponerse de acuerdo sobre lo que rechazan, pero no tienen por el momento la capacidad de apoyar una dinámica de aproximación entre las oposiciones
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Las dificultades de la formación de un nuevo bloque hegemónico y las brechas que abre
Esta situación inédita del Régimen de la V República es la base profunda de la enorme vuelta de la lucha de clases en Francia. Es que sin oposiciones fuertes y sin cuerpos intermediarios reconocidos, el poder se encuentra muy a menudo sometido a la presión de la calle y el rechazo de la población.
Esta fragmentación y falta de credibilidad de las oposiciones parlamentarias (y a la vez la crisis histórica del sindicalismo, de la que ya hemos hablado) deja espacio a la expresión de formas radicales, como alerta el politólogo Jérôme Sainte-Marie, quien afirma:
Por su parte, las oposiciones parlamentarias aún no han encontrado una fórmula para unirse, a juzgar por lo que dicen los franceses en los estudios de opinión, en una alternativa creíble al poder actual. Entonces, los chalecos amarillos formaron lo que se llamó en la década de 1970, especialmente en Italia o la República Federal Alemana, la oposición extraparlamentaria. Su territorio privilegiado es la calle, a la que se suman de forma original rotondas y peajes.
Esta situación de crisis hegemónica burguesa, es decir, de un período largo donde las fuerzas del gran capital aún no han encontrado una combinación que daría al poder del Estado un consenso mayoritario –más allá de contar con un poder en plaza más homogéneo a sus intereses en relación a las coaliciones del pasado, como es el caso de La República En Marcha, el partido de Macron– deja brechas a ser aprovechadas por el movimiento de masas. Pero estas brechas deben ser utilizada de forma consciente por las fuerzas de izquierda para, en base a la experiencia de las masas en movimiento, hacerlas progresar y evolucionar superando los enormes obstáculos que se le presentan no solo a su movilización sino fundamentalmente a su transformación en fuerzas contrahegemónicas. Es por eso que rechazamos abiertamente la posición abiertamente abstencionista o contraria a los Gilets Jaunes de organizaciones que se reclaman revolucionarias, y que basándose en las contradicciones reales o supuestas se opusieron o negaron a intervenir en este fenómeno vivo de la lucha de clases.
La crisis de la izquierda institucional: las dificultades de la Francia Insumisa de Mélenchon
Partiendo de la crisis histórica de la socialdemocracia o la centroizquierda que se pasó en la últimas décadas con armas y bagajes en la mayoría de los países europeos al campo del “progresismo” burgués, compartiendo con la derecha tradicional la aplicación de las reformas neoliberales, un espacio se abrió a izquierda. El resultado presidencial de la Francia Insumisa (FI), donde logró el mejor resultado para una formación a la izquierda de la izquierda desde la elección del PCF en 1969, parecía confirmarlo. Asumido Macron, una situación ideal se le abría a Mélenchon: la crisis de Marine Le Pen después de su estrepitoso fracaso en el debate presidencial del segundo turno, y con Macron ocupando todo el espacio a derecha, lo que quitaba todo espacio a la derecha tradicional mientras el PS seguía aún moribundo, le dejaba un amplio espacio.
Así, expresando este enorme espacio político a izquierda del macronismo, la FI era la primera oposición a Macron para 42 % del electorado, contra 22 % de Rassemblement National (RN). Hoy, 35 % cita al partido de Le Pen y 30 % al de Mélenchon [1]. A nivel electoral es probable que los Verdes tomen una buena parte de su electorado de clase media.
En el medio de la sublevación de los Gilets Jaunes, la FI retrocede, aunque su caída y sus contradicciones vienen de antes de este episodio agudo de la lucha de clases. Es que, como dice Stefano Palombarini, la FI
… es una tentativa de reconstruir la izquierda, pero encuentra grandes dificultades objetivas. Debido a que la construcción de Europa es un profundo factor de división en la izquierda, no es una casualidad que la posición de FI sobre este tema se preste a lecturas contradictorias. Los nombres eliminados de la lista de la FI en las elecciones europeas atestiguan la tensión entre, por un lado, un populismo que apunta a superar la división izquierda-derecha y, por otro lado, la reconstitución de una perspectiva de izquierda. Hay una perspectiva populista para el FI, en el sentido de una base social renovada, que ya no sería la tradicional de la izquierda. ¿Quién, en particular, renunciaría al apoyo de los pro-europeos, es decir, la parte más educada de la izquierda, vinculada al sector público, a las profesiones intelectuales, etc.? Jean-Luc Mélenchon intenta buscar votantes de las clases populares, no solo entre los que se abstienen, sino también entre los que votan a la derecha. Excepto que, para hablar con clases populares que no están relacionadas culturalmente con la izquierda, o incluso que son hostiles a ella, no es suficiente decirles que "la izquierda ha terminado": se les debe dar garantías por ejemplo sobre el tema de la migración.
Las concesiones en este último plano de la FI y su silencio sobre la cuestión espinosa de la acogida de migrantes, a pesar de los titubeos, y sin que puedan confundirse sus posiciones con la xenofobia del RN de Le Pen, refuerzan en última instancia al hermano de derecha del populismo y no a su versión izquierdista. Más fundamentalmente, el hecho de que Mélenchon sea un antiguo ministro de Lionel Jospin (en un gobierno de cohabitación de la V República) y senador durante 20 años, pone límites claros a su enfrentamiento con el régimen burgués, como se ha mostrado a lo largo de la sublevación de los Gilests Jaunes más allá de como dice Laurence Rossignol (senadora socialista y ex secretaria de Estado, militante de la Liga Comunista Revolucionaria hasta 1981): "Jean-Luc Mélenchon se niega a ceder una pulgada del campo de "chalecos amarillos" a la extrema derecha y lucha para despertar la conciencia de los que han dejado de votar". Pero como dice ella misma:
... dos elementos impiden que el líder tome la iniciativa. Lo que sea que haga, él es parte de un sistema rechazado. Puede poner carbón en el motor antiparlamentario, antimedios y antioligarquía, nunca podrá ir lo suficientemente lejos como para conducir la máquina, ya que sigue siendo un republicano.
En fin, en el momento en que las papas queman, el populismo de izquierda de la FI sigue siendo una reedición de la vieja estrategia reformista.
¿Estrategia populista o una alianza estratégica de la clase obrera con los sectores explotados y oprimidos?
Por su origen, dirección y dinámica de la movilización, el movimiento de los Gilets Jaunes no es idéntico al que precedió al Movimiento Cinco Estrellas (M5S) italiano. Sin embargo, muchos analistas, tomando las contradicciones del movimiento, le auguran como único destino una traducción política populista de derecha, como la que caracterizó al movimiento de Beppe Grillo, actualmente en el gobierno de Italia junto con la extrema derecha de Matteo Salvini.
¿Qué significa en concreto y en términos de alianzas una política populista de derecha? Veamos lo que dice Palombarini:
Tomemos el Movimiento 5 Estrellas en Italia. Su base es exactamente lo opuesto al bloque burgués, contiene tanto las clases populares de izquierda como las clases populares de derecha. Sobre el tema de las relaciones laborales, por lo tanto, hay clases que tienen expectativas opuestas. Por un lado, los empleados no calificados, quienes obviamente demandan salarios más altos, protecciones más fuertes contra el despido y contratos más estables. Por otro lado, el movimiento también incluye artesanos, empresarios muy pequeños, comerciantes, que también son categorías populares pero vinculadas a la derecha. Si le dices a un artesano con aprendices que debe ponerlos en blanco, hacer un contrato estable o pagar más, su respuesta será "absolutamente no". Este tipo de clase popular tiene intereses que se oponen objetivamente a los del trabajo dependiente no calificado. Si deseas mantenerlos juntos en el mismo movimiento, no puedes hablar sobre los tipos de contrato de trabajo, las normas de despido, el artículo 18 en Italia, la compensación en caso de despido, los salarios. Los 5 Estrellas hablaron en un momento del Artículo 18, pero si se proponen introducirlo hoy que tienen el 32 %, harían feliz a una parte de su base pero perderían otra parte de inmediato.
En fin, esta estrategia populista solo puede llevar a disminuir los intereses de los sectores fundamentales del proletariado, lo que termina siendo funcional no solo a la colaboración de clases sino también a la continuidad del neoliberalismo “autoritario y compasivo” (Palombarini), como es el caso del actual gobierno imperialista italiano. Esta política solo puede conducir a la resignación (a falta de un consentimiento) de los trabajadores del neoliberalismo iliberal en boga, como puede ser el caso de Trump o de Hungría (contestado en las últimas semanas contra las medidas esclavistas de Orban).
Esta política de colaboración de clases se expresa a su manera en el actual movimiento de los Gilets Jaunes, que no tiene al conjunto del empresariado como blanco (solo son enfocados determinados sectores, por ejemplo aquellos que no pagan impuestos, en especial las GAFA, o algunos sectores específicos como los bancos, la gran distribución, las sociedades de autopistas, las multinacionales extranjeras) sino a los ricos. Como señala un chaleco amarillo en Montceau-les-Mines (Saône-et-Loire), ex-delegado sindical de la CFDT, reflejando a su manera la línea “reformista” de la central sindical a la que antes pertenecía: “Si criticamos a los líderes de las empresas, mezclamos todo: las TPE [empresas de 10 empleados, N. de R.], las PyMES, las que cotizan en la Bolsa o las multinacionales. No tenemos intención de molestar a las empresas que pagan sus impuestos en Francia”.
El proletariado no puede darle la espalda a la pequeño-burguesía arruinada, a riesgo de que esta, en su desesperación, caiga en manos de demagogos de extrema derecha. Pero tampoco debe callar sus reivindicaciones de clase para mantener la unidad del movimiento, a riesgo de que sea llevado al callejón sin salida del populismo de derecha. Levantando a la vez un programa específico de reivindicaciones como impuestos a las grandes fortunas, liquidación de todos los impuestos indirectos, que responda especialmente a los intereses de las clases populares además de las ansias democráticas de las mismas, etc., debe demostrar que su programa de transformaciones radicales que respondan a las ansias de reformas en profundidad [2] de la mayoría de los que apoyan a los Gilets Jaunes, no tocaría los intereses de los pequeños propietarios, por el contrario iría en socorro de ellos. Como decía Trotsky en el Programa de acción para Francia en 1934, cuando planteaba la nacionalización de los bancos, de las industrias claves, las compañías de seguros y los medios de transporte o el monopolio del comercio exterior:
Esta nacionalización no debe contemplar indemnización alguna para los grandes capitalistas que se enriquecieron mediante el expediente de desangrar a los proletarios durante años y años y solo fueron capaces de ofrecer miseria y anarquía económica.
La nacionalización de los grandes medios de producción e intercambio no significa en modo alguno la liquidación de las pequeñas empresas agrarias, comerciales y artesanales. Por lo contrario, son los grandes monopolios privilegiados los que estrangulan a las pequeñas empresas.
Las pequeñas empresas deben quedar en libertad, y los trabajadores, una vez nacionalizadas las grandes, podrán ir en ayuda de aquellas. La economía planificada, con base en las inmensas riquezas acumuladas por los bancos, los monopolios, los trusts, etcétera, permitiría el establecimiento de un plan de producción y distribución capaz de ofrecer a los pequeños productores compras directas del Estado, materias primas y créditos en condiciones enteramente favorables. De este modo el campesinado recibiría maquinaria agrícola y fertilizantes a bajo precio.
Adaptado al siglo XXI, donde el peso de los problemas periurbanos y de las banlieues ocupa un terreno más importante que el del campo a comienzos del siglo pasado, sin negar a su vez el enorme sufrimiento de los pequeños productores agrícolas expoliados por los gigantes de la alimentación y la gran distribución, el proletariado debe avanzar un programa que permita soldar una alianza con los sectores explotados y oprimidos de toda Francia.
Por una izquierda de clase, revolucionaria e internacionalista
El estallido del bloque de izquierda hegemonizada por el PS abre un espacio político para aquellos que se proponen representar a la clase trabajadora y los sectores populares, a condición de que una política de clase e internacionalista se reafirme. Como vemos, el atajo “populista de izquierda” no es una solución al camino sin salida al que el miterrandismo y la llamada segunda izquierda de Rocard fue llevando a la izquierda, relegando al basurero de la historia los intereses de la clase obrera y de los sectores populares, sea del público o del privado. La “revolución ciudadana” melenchoniana está literalmente impregnada de ideología pequeñoburguesa y de todas las ilusiones que caracterizaban al viejo reformismo, como el reformismo sistemático, la transformación en el cuadro de la legalidad, la confianza ilimitada en las instituciones parlamentarias burguesas y el abandono de la lucha de clases, concepciones que van al choque con la misma experiencia subversiva de los Gilets Jaunes, por más que Mélenchon haga esfuerzos desmesurados por subirse al carro de estos. No es por esta vía ciudadanista que podremos responder a la profunda cólera y odio social de los Gilets Jaunes.
Frente a este impasse de los que quieren unir al pueblo bajando su identidad de izquierda, de lo que se trata por el contrario es de afirmar de forma consciente las tendencias a la unidad de la clase trabajadora que embrionariamente está mostrando el movimiento de los Gilets Jaunes, a pesar de sus límites, como única forma de hegemonizar al resto de las clases subalternas. Es esta tendencia la que indica correctamente Nicolas Duvoux, profesor de sociología de la Universidad de París-VIII y estudioso de las clases populares, quien afirma:
Este movimiento ha hecho resurgir la frontera principal entre el “ellos” de las élites y el “nosotros” del pueblo. La estigmatización de las personas que reciben subsidios estatales o de los inmigrantes ha sido poco escuchada en los cortes y bloqueos, como si se restableciera la conciencia de clase. La pregunta ahora es si las tensiones internas entre los segmentos más estables y las personas con subsidios estatales surgidas en los últimos años van a volver o se reconstruirá un bloque popular unificado contra las élites. La perspectiva de esta reunificación puede ser preocupante, y es comprensible que los políticos busquen recrear divisiones dentro del mundo popular, como lo hizo el presidente de la república al estigmatizar a “los que están jugando” en la apertura del gran debate nacional.
La jornada de acción del 5 de febrero, aunque todavía ineficaz como acción de lucha para derrotar a Macron, mostró un inicio de convergencia entre los Gilets Jaunes y el movimiento obrero organizado que, en contra del rutinarismo del sindicalismo y el obstáculo de la burocracia sindical, habría que profundizar uniendo el radicalismo y la determinación de los Gilets Jaunes con un programa de reivindicaciones del conjunto de la clase trabajadora, en especial de sus sectores más explotados que, a la vez, dé respuesta a los reclamos de todos los sectores oprimidos por el gran capital.
Para llevar estas tendencias a la unidad proletaria hasta el final, en contra de los falsos clivajes populistas, la izquierda debe mostrar abiertamente sus banderas en contra de la desocupación y de la carestía de la vida, de las condiciones de vivienda, transporte y de trabajo de la masa laboriosa, la recepción de los inmigrantes y, frente a la salida individual y traumática del Brexit, la perspectiva de una solución colectiva, como puede ser una Europa de los trabajadores, una Europa obrera y socialista para terminar con la Unión Europea y la Europa del capital. Hay que terminar definitivamente la página del social-liberalismo y apostar al renacimiento de una izquierda verdaderamente revolucionaria que con constancia y determinación se abra un camino a las masas. Solo una política de este tipo puede evitar que la energía de los trabajadores se disipe y evitar el escenario oscuro que predomina actualmente en Italia. Solo una izquierda de este tipo podrá con el tiempo ser una verdadera alternativa a, en el fondo, dos variantes de neoliberalismo: la de Macron/Merkel o la Le Pen/Salvini/Orban.
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