A propósito de Leituras gramscianas: história, política e classes sociais, de Leandro Galastri.
Leandro Galastri es profesor de Ciencia Política en la Unesp de Marília, editor del blog marxismo21 y de la revista Praxis y Hegemonía Popular, publicada por la International Gramsci Society-Brasil (IGS-B). Fue secretario general de la IGS-B (2017-2019) y miembro de su Consejo Nacional (2019-2022). También es autor de Gramsci, marxismo y revisionismo (Autores Associados, 2015). Leituras gramscianas: história, política e classes sociais, acaba de ser publicado este año por la editorial Lutas Anticapital.
Este libro aborda diversas problemáticas relacionadas con el pensamiento de Gramsci, a partir de un conjunto de artículos publicados previamente en distintas revistas y reordenados, y trabajados como parte de un solo texto unitario, cuyo objetivo es pensar el legado teórico de Gramsci en función de desarrollar una perspectiva de lucha política extrainstitucional.
El prólogo de Marcos Del Roio destaca la perspectiva planteada por el autor y la actualidad de temáticas gramscianas como las de hegemonía, bloque histórico y relaciones de fuerzas, así como la cuestión del americanismo y su continuidad bajo la ofensiva neoliberal a través de la ideología del consumo.
El libro cuenta con ocho capítulos y un último apartado de conclusiones generales. En este artículo realizaremos una breve reseña, para comentar al final algunas cuestiones que quedan planteadas para la discusión, a partir de esta intervención de Galastri, que –como intentaremos mostrar– resulta más que oportuna en un momento como el actual.
Gramsci y la cuestión político-militar
El primer capítulo se titula “Materialismo histórico, Gramsci y violencia política”. Además de que las cuestiones planteadas en él son muy importantes, resulta una buena estrategia para captar la atención de quien lee, porque presenta –a mi modo de ver– una de las principales aportaciones del libro, al mismo tiempo que evidencia la intención polémica del autor respecto de las lecturas que asocian a Gramsci exclusivamente con una construcción gradual de hegemonía cultural.
Galastri retoma la cuestión de la violencia y su relación con el Estado en la tradición marxista, poniendo en discusión los aportes de Engels, Lenin y Rosa Luxemburgo. Destaca que, en relación con Gramsci, el olvido de su tratamiento sobre la cuestión de la violencia, más o menos sistemático en la academia, resulta un importante obstáculo para la compresión de la teoría gramsciana de conjunto y en especial en relación a los temas del Estado y la hegemonía (p. 39).
Apelando a los trabajos de Eros Fracescangeli y otros autores, junto con los escritos gramscianos del período, Galastri reconstruye simultáneamente la historia de la conformación de los Arditi del Popolo y los posicionamientos de Gramsci sobre su acción y sobre cómo responder a la violencia fascista. En esos escritos, Gramsci señalaba la afinidad entre la práctica de los Arditi del Popolo y el programa de establecer una milicia obrera, y resaltaba la importancia de la resistencia armada al avance del fascismo.
Hay distintas miradas sobre la posición de Gramsci hacia los Arditi del Popolo. Galastri recoge las expresiones de Gramsci en las que manifestó afinidad con la organización, pero Fracescangeli plantea –destacando el posicionamiento de Gramsci y L’Ordine Nuovo como sustancialmente positivo respecto de los Arditi del Popolo– que Gramsci nunca enfrentó abiertamente la política sectaria que el comité ejecutivo del PCd’I asumió frente a ellos, bajo la dirección de Bordiga [1].
Más allá de esta cuestión puntual, aparece con claridad en la reconstrucción de Galastri la importancia asignada por Gramsci a la cuestión de la violencia revolucionaria. Esto se puede constatar también por el testimonio de Athos Lisa a propósito de las conversaciones con Gramsci en la cárcel, en las que este informaba a la dirección del partido:
Respecto al "problema militar y el partido" [Gramsci] fijaba los siguientes conceptos: la conquista violenta del poder exige del partido del proletariado la creación de una organización de tipo militar, que a pesar de su forma molecular, se difunda en todas las ramificaciones de la organización estatal burguesa y sea capaz de vulnerarla y de asestarle fuertes golpes en el momento decisivo de la lucha. Pero el problema de la organización militar debe entenderse como parte de una acción más amplia del partido, en el sentido de que esta particular actividad presupone una estrecha interdependencia con toda la acción del partido mismo y con el desarrollo ideológico de este. Esta forma particular de actividad no debe ser considerada como una parte puramente técnica, siendo el factor político el elemento fundamental que determina su grado de eficiencia y su capacidad. De los elementos encargados de dirigir esta actividad se requieren siempre cualidades poco comunes que, en cierto sentido, están en relación con el nivel ideológico del partido. La revolución proletaria –decía– implica, en definitiva, el desplazamiento de las relaciones de fuerza militares en favor de la clase trabajadora. Pero por relaciones de fuerza militares no se debe entender exclusivamente el hecho de la posesión de las armas o de los contingentes militares, sino la posibilidad para el partido de paralizar los resortes principales del aparato estatal. Por ejemplo: una huelga general desplaza en favor de la clase trabajadora las relaciones de fuerza militares. Como condición indispensable para la guerra civil consideraba necesario tener un exacto conocimiento de las fuerzas enemigas. Respecto de las fuerzas militares italianas, examinadas globalmente, enumeraba las siguientes: el contingente militar y los cuerpos especiales, tales como los carabineros, la milicia, la PS y los oficiales retirados. A estos últimos cuerpos les atribuía un gran valor como fuerza militar y política. Catalogaba a los trenes blindados como uno de los más importantes medios técnicos ofensivos del adversario, teniendo en cuenta la conformación geográfica de Italia. Un tren blindado –decía– que recorre el litoral adriático o jónico inmoviliza y puede sembrar el terror en poblaciones enteras, donde el partido no haya creado una organización militar, capaz de oponer a estos poderosos instrumentos de la burguesía, toda una acción que paralice en parte su eficiencia.
Galastri retoma luego las elaboraciones carcerlarias de Gramsci sobre la cuestión militar y la del arditismo y muestra que la crítica del arditismo como método opuesto al de una política de masas no significa un abandono de la acción directa. Sin entrar en demasiado detalle, se puede afirmar que, en los Cuadernos de la cárcel, Gramsci cuestiona el arditismo como una estrategia que pretenda reemplazar el rol de las masas, pero lo encuentra más adecuado si los arditi "forman parte de un organismo complejo y regular" (C8 §244), sea partido o movimiento de masas. Esto está ligado a su vez a las reflexiones sobre la necesidad de articular guerra de posición y de maniobra y los tres niveles de relaciones de fuerzas, en los que lo militar es más político-militar que técnico militar. En cualquier caso, las críticas de Gramsci al arditismo, como bien señala Galastri, no son una crítica del accionar político-militar, sino de su falta de vinculación con una estrategia en la que las protagonistas sean las masas.
En síntesis, el aporte de este primer capítulo resulta fundamental para reponer la importancia que la violencia y la cuestión militar tienen en la concepción gramsciana de la política.
Relaciones de fuerzas y revolución pasiva
El segundo capítulo, titulado “Estrutura, superestrutura e a análise política da história”, retoma las reflexiones gramscianas sobre la cuestión de la relación entre estructura y superestructura y la construcción de un modelo alternativo por parte de Gramsci con el análisis de situaciones y relaciones de fuerzas. Galastri explica, tomando la referencia de Ludovico Silva, cómo el hecho de transformar una metáfora arquitectónica como la de estructura y superestructura en una “teoría científica” incidió en las interpertaciones economicistas del marxismo. Al revés de esas interpretaciones, Gramsci toma la imagen de la estructura y la superestructura como una metáfora y define las claves de lectura del famoso “Prólogo” a la Contribución a la crítica de la economía política en nuevos términos. Por un lado, señala que es en la superestructura que los seres humanos toman consciencia de los conflictos existentes en la estructura, de modo tal que la ideología deja de ser exclusivamente falsa consciencia y constituye un elemento necesario de un movimento histórico revolucionario. Por otro, Gramsci avanza en un modelo de análisis que subsume los niveles de estructura y superestructura pero liberándolos de la interpertación literal de la sociedad como un edificio, a través de la problemática de las relaciones de fuerzas. Retomando aportaciones de Burgio y Frosini, Galastri reflexiona sobre cómo la reelaboración de la problemática de estructura y superestructura está asociada a la cuestión de la traducibilidad de los lenguajes y la propia traducibilidad entre teoría y praxis, de modo tal que el análisis de la realidad económico-social se vuelve parte de un pensamiento político práctico, vinculado con la lucha por la hegemonía y, por lo tanto, con el análisis de las relaciones de fuerzas y sobre todo con las iniciativas tendientes a modificarlas.
De la relectura del “Prólogo” de 1859 deriva Gramsci también la conceptualización de la cuestión de la revolución pasiva (cuyo ejemplo histórico primario es el Risorgimiento). Con este tema se inicia el capítulo 3, que lleva por título “História, Revolução passiva e jacobinismo”. Galastri repone los análisis de Kanoussi y Mena sobre la cuestión de la revolución pasiva, arribando a una definición general que permite comprender este fenómeno, especialmente durante el siglo XX (en la estela del americanismo-fordismo):
La revolución pasiva es principalmente, en su profundidad material, un mecanismo de reacción de las clases dominantes a la contradicción permanente de la relación entre el desarrollo de las fuerzas productivas y las relaciones de producción que las encierran en una determinada formación social capitalista. Esta contradicción se manifiesta, en su forma más concreta, en el crecimiento de la producción frente a la restricción permanente del consumo. Así, la presencia del Estado es inevitable en un proceso de mediación que necesita conferir a las masas trabajadoras, o al menos a una parte de ellas, un poder adquisitivo que sostenga la producción capitalista, pero que al mismo tiempo cree prácticas de consumo y de vida que permanezcan en el horizonte de la concepción burguesa del mundo.
El autor asocia esta categoría con una tentativa de estabilización del bloque dominante, un proceso de modernización sin revolución que busca disgregar a las clases subalternas y que a su vez implica que la guerra de posiciones surge no de una decisión de la clase trabajadora de luchar de ese modo sino de una situación de equilibrio entre las clases. Retomando las propias reflexiones gramscianas, entre ellas las de C15 §11, y las de Nicola Badaloni, Galastri nos recuerda (p. 112) que:
... la guerra de posición no es una táctica elegida libremente por las clases subalternas, sino que surge en una situación de equilibrio de fuerzas que estas clases no pueden evitar. Este equilibrio, a su vez, tampoco es deseado por las clases dominantes, sino que les es impuesto por el desarrollo de la escisión de las clases subalternas en relación con la concepción dominante del mundo. La escisión se establece y desarrolla cuando la nueva clase fundamental se organiza conscientemente, dirigiendo a otras clases aliadas para tomar el control político de las fuerzas productivas y elaborar una nueva concepción de la sociedad. El desarrollo de una situación de equilibrio de fuerzas en tal momento histórico es una posibilidad concreta, en la que las viejas clases dominantes se valen del proceso de revolución pasiva para imponer o intentar la desintegración de las clases subalternas en su conjunto, para forzarlas al repliegue político y a la fragmentación de su unidad estratégica. Es una amenaza dinámica y permanente que, cuando tiene éxito, hace que se pierdan progresivamente las posiciones alcanzadas y duramente mantenidas por el bloque de clases subalternas y se desmantele su cohesión, mediante la desarticulación del equilibrio a favor de las antiguas clases dominantes, llevado a cabo por la táctica de la revolución pasiva.
La reflexión sobre la revolución pasiva y su carácter conservador es consustancial con la revalorización del jacobinismo practicada por Gramsci en los Cuadernos de la cárcel, que Galastri retoma marcando afinidades y diferencias con la mirada de Sorel y recuperando la vinculación entre jacobinismo, revolución y hegemonía. Cierra el capítulo una exposición de la problemática del bloque histórico en Sorel y en Gramsci, señalando la diferencia de la perspectiva gramsciana con el sindicalismo revolucionario, pero también la importancia otorgada por Gramsci a la auto-educación de la clase obrera a través de la lucha de clases y la experiencia de la producción, retomando la “moral de los productores”. Más en general, Galastri señala la importancia del diálogo con Sorel para pensar los problemas elaborados por Gramsci.
Viaje a la segunda posguerra
El capítulo 4, “Gramsci, Althusser e as formas de um diálogo possível”, vuelve sobre la relación entre Althusser y Gramsci, proponiendo algunos ejes para repensarla (no excluyentes en relación a otros posibles). Toma en cuenta los aspectos más evidentes, vale decir, aquellos vinculados a las afinidades entre la reflexión gramsciana sobre los aparatos hegemónicos y las elaboraciones de Althusser sobre los Aparatos Ideológicos del Estado (AIE), así como sendas reflexiones sobre Maquiavelo para pensar la práctica y la concepción marxista de la política.
Más llamativa es la exploración que realiza Galastri entre la concepción historicista de Gramsci aplicada al propio devenir del marxismo y la intervención de Althusser sobre el marxismo como “teoría finita”:
Otro tema a través del cual es posible vislumbrar una aproximación entre las reflexiones de Gramsci y Althusser es la aproximación al marxismo que lo toma como históricamente determinado, es decir, como un pensamiento propio de su tiempo y sin predestinación histórica. Se trata de la lectura del marxismo como una concepción plenamente sujeta a la superación histórica, una vez superadas las condiciones materiales y simbólicas que le dieron origen. Para Althusser, esta tesis se define por la idea del marxismo como “teoría finita”. Para él, esta expresión significa decir, esencialmente, que la teoría marxista es completamente distinta, diferente de cualquier filosofía de la historia que pretenda abarcar toda la evolución de la humanidad pensándola efectivamente, y que se proponga definir, por adelantado y de manera positiva, un objeto como el comunismo. La teoría marxista, según el autor francés, debe dejar de lado la tentación de convertirse en una filosofía de la historia (tendencia que dominó, por ejemplo, la Segunda Internacional). El marxismo se inscribe en la fase actual existente, se limita a esa fase. Es sobre la base de la "sociedad actual que se puede pensar en la transición (dictadura del proletariado, a condición de que esta expresión no se distorsione instrumentalmente) y en la extinción del Estado”.
Galastri vincula esta reflexión con los planteos gramscianos sobre la historicidad de la filosofía de la praxis. Este planteo es muy interesante porque es una manera de resaltar, además de la búsqueda de afinidades como tal, que en el propio Althusser había un componente de historicismo, por más que él mismo hubiese mantenido la crítica del historicismo a lo largo de todas las etapas de sus reflexiones sobre Gramsci. Que el marxismo sea una “teoría finita” sugiere una afinidad fundamental con la idea gramsciana de que el marxismo mismo está sujeto al proceso de caducidad de todas las filosofías e ideologías, en este caso particular en relación directa con la lucha por el comunismo y la superación de la sociedad de clases y el Estado. Esto, a su vez, introduce una interferencia en la concepción althusseriana de la historia como historia conceptual.
En el capítulo 5, “Gramsci, Poulantzas e a transição socialista”, Galastri realiza una operación de lectura audaz: establece un diálogo entre Gramsci y Poulantzas que reconoce las afinidades entre los análisis del autor greco-francés y el comunista sardo a propósito de la temática del Estado integral, pero sin defender la perspectiva eurocomunista de Poulantzas. Quizás por fuerza de la costumbre, por ser utilizados generalmente como una justificación uno del otro, Poulantzas y el eurocomunismo o las variantes de cambio del Estado burgués desde dentro, parece una lectura poco usual. Pero a lo largo de su argumentación, Galastri marca bien los límites del propio Poulantzas y las vías posibles de un diálogo crítico con sus elaboraciones, sin adoptar las posiciones eurocomunistas.
El capítulo 6, que se titula “Fordismo, proibicionismo e dessublimação repressiva: a questão sexual no capitalismo do século XX em Gramsci e Marcuse”, ofrece una interesante comparación entre las lecturas de Gramsci y Marcuse a propósito de la regimentación de la vida cotidiana y especialmente de las costumbres en el terreno de la sexualidad por parte del capitalismo, comparando las posiciones de Gramsci sobre el americanismo y la política de regimentación de la vida privada de los obreros y la lectura de Marcuse sobre la misma cuestión como parte de las tendencias a la integración de los sujetos en el capitalismo de posguerra (y por extensión, del capitalismo actual). Al final del capítulo plantea una mirada sobre la situación del movimiento obrero en Europa, que diferencia de las revueltas latinoamericanas luego de las cuales surgieron gobiernos “posneoliberales”:
Aunque la capacidad de consumo y la estructura social del bienestar se ven cada vez más amenazadas por la progresiva aplicación de medidas político-económicas neoliberales tras la caída del Muro de Berlín y la disolución de la Unión Soviética, la percepción de la profundidad política de estos cambios no parece haber llegado aún a la clase trabajadora, o bien no ha creado en ella nuevos deseos de libertad. Quedaría la posibilidad, sugerida por Marcuse, de verificar el potencial revolucionario de otras clases y fracciones de clase que no sean estrictamente los obreros de las fábricas, opción que espera iniciativas político-teóricas de nuevo tipo por parte del pensamiento marxista.
Esta conclusión me parece poco fundamentada (sin perjuicio de que la clase obrera actual no puede reducirse al proletariado industrial). Por un lado, porque las luchas del movimiento obrero en Europa (Francia, 1995) marcaron un punto fundamental de resistencia la ofensiva neoliberal y han resurgido periódicamente, cuestionando las precarización de la vida, en los últimos años, tanto en Francia, como en Italia, con nuevos movimientos obreros de composición multiétnica así como más recientemente en Inglaterra, incluso con métodos radicalizados como la reciente huelga de las refinerías en Francia. Pero la intervención del movimiento obrero no se reduce a Europa, como se puede ver en el proceso de la “Generación U” en Estados Unidos, en Irán y otros países. Cierto es que estos procesos no tienen un programa revolucionario explícito, pero tampoco lo tuvieron las revueltas latinoamericanas de fines de los ‘90 ni las recientes revueltas que recorrieron el mundo antes de la pandemia (en las que el movimiento obrero tradicional actuó diluido en la multitud). Cabe recordar que la propia tesis de Marcuse se vio fuertemente cuestionada por el proceso de los ‘68, en que el movimiento obrero jugó un rol fundamental, tanto en los centros imperialistas como en la periferia.
Clases sociales y grupos subalternos
En el capítulo 7, “Classes sociais e grupos subalternos: distinção teórica e aplicação política”, Galastri aborda la cuestión de las clases sociales y los grupos subalternos, retomando las intervenciones de Guido Liguori y otros autores, para señalar que la categoría de grupos subalternos implica un enriquecimiento de la cuestión de clase. Tomando y comparando diversas perspectivas, entre ellas las de Marx, Thompson, Bensaïd y Poulantzas, plantea una discusión sobre la formación de la clase.
Galastri destaca que la concepción de Gramsci no supone ni que las clases son entidades empíricamente delimitables ni lugares ocupados por individuos en una estructura que los trasciende. Se propone explorar los alcances de la elaboración gramsciana sobre el tema, señalando sus múltiples niveles (pp. 196-197):
Gramsci estudia a los subalternos a través de tres tipos de enfoque: el desarrollo de una metodología de historiografía subalterna; la producción en sí misma de una historia de las clases subalternas; la elaboración de una estrategia política de transformación basada en el desarrollo histórico y la existencia de los subalternos. Mediante este triple enfoque, Gramsci crea un nexo de convergencia entre varios de sus conceptos.
Retomando las relaciones entre la noción de “grupos subalternos” que es más abstracta y más amplia que la de “clases sociales”, Galastri explora estos tres niveles de las reflexiones gramscianas, yendo de la reflexión historiográfica a la política, esfera en la cual se conforman las clases, (p. 202):
Mi hipótesis es que si las clases se forman en la lucha política, lo hacen a partir de fracciones de los grupos subalternos que toman la iniciativa consciente de cuestionar la hegemonía burguesa en alguna de sus dimensiones.
Si bien el recorrido que realiza Galastri permite repensar la cuestión de las clases subalternas, en qué medida es un concepto de clase o de grupo, en qué medida la subalternidad es una condición social o política y la diferencia entre la constitución subjetiva de la clase dominante (unificada a través del Estado) y las clases subalternas, la hipótesis de que las clases se forman en la lucha presenta diversos problemas. El problema principal de esta posición es que confunde la formación con la organización y en ese plano difumina la cuestión de las relaciones de fuerzas objetivas, tomada como válida en los capítulos 1 y 2 del libro. Esto va acompañado de la afirmación de una relación necesaria no demostrada entre el reconocimiento de la existencia objetiva de la clase trabajadora por su rol en la producción y la afirmación de que ese rol implica automáticamente una acción política consciente por parte del colectivo de trabajadores, lo cual llevaría al economicismo. La propia posición de Gramsci muestra que se puede reconocer un nivel de relaciones de fuerzas sociales objetivas sin por eso desconocer las complejidades del proceso de subjetivación política. A su vez, si la clase se forma por fracciones de distintos grupos subalternos (que podrían tener por lo tanto distintas pertenencias de clase), el concepto de clase podría terminar desligándose de la crítica marxista de la economía política hacia algún tipo de conceptualización de grupo o bloque con mayores ambivalencias que el concepto de clase. Coincidimos con Galastri en la centralidad de la lucha de clases para la propia auto-educación y auto-organización de la clase, pero la propia lucha de clases implica posiciones objetivas de clase.
Cierra el capítulo una sólida explicación de por qué los estudios subalternos terminan embelleciendo y eternizando la condición de subalternidad mediante un particularismo populista.
Contrapunto y contratiempo
El capítulo 8, “Contraponto e contratempo como contribuições metodológicas para uma historiografia dos subalternos”, pone en discusión las nociones de contrapunto (utilizada por Edward Said y Giorgio Baratta) y contratiempo (utilizada por Bensaïd) para pensar la historia de las clases subalternas y la política.
La reflexión sobre la cuestión del contrapunto como forma de comprender la coexistencia y combinación de diferentes modos de comprender los mismos procesos desde distintos contextos históricos, políticos y culturales, aparece como una contribución muy interesante en función de pensar la forma concreta en que se dan los procesos históricos y una forma igualmente concreta capaz de combinar la generalización con la atención a las particularidades:
El método del contrapunto permite comprender los fenómenos culturales, literarios y, añadiríamos aquí, políticos, todo ello en una práctica de investigación retrospectiva, a la luz de los procesos de descolonización [...] Queremos proponer aquí que el contrapunto, por tanto, puede entenderse como un método de historiografía específico de los grupos subalternos, atendiendo a lo que advierte Gramsci cuando afirma que la lista de sus criterios metodológicos para una historiografía subalterna “puede concretarse además con fases intermedias o con combinaciones de más fases [...] Se pueden construir muchos cánones de investigación histórica examinando las fuerzas innovadoras italianas que guiaron el Risorgimento nacional...” [...] Avanzamos la propuesta de que el método del contrapunto es capaz, como demuestra Saïd para los estudios de la cultura, de comprender los procesos históricos particulares de constitución de grupos subalternos de formaciones sociales territoriales específicas en sus relaciones centro-periferias / metrópolis / hegemónico-subalterno / imperial-dependiente.
Por su parte, Giorgio Baratta retoma a Saïd y la cuestión del contrapunto, para pensar el problema de la traducibilidad y la dialéctica en Gramsci:
La novedad metodológica introducida por Baratta, apoyado en Saïd, consiste en articular las categorías de dialéctica y traducibilidad –ya viejas conocidas del materialismo histórico y actualizadas por la lectura de Gramsci en su debate con el revisionismo– con la de “contrapunto”. La traducibilidad admite y teoriza la posibilidad de traducción recíproca entre lenguas y culturas. En el ámbito teórico, puede darse entre los lenguajes de la filosofía, la política y la economía. En el ámbito práctico, entre diferentes culturas nacionales “en o de” un mismo concepto histórico [...] La dialéctica opera en las mismas dimensiones, articulando distinciones y diferencias, contradicciones y oposiciones. En la práctica política, estas categorías informan de la complejidad de la lucha por las hegemonías en el plano social y económico. La expresión “contrapunto”, aunque no provenga de la pluma de Gramsci, ayuda a pensar la “filosofía de la praxis”, a trasladar este fértil núcleo del pensamiento de Gramsci a las relaciones políticas, internacionales y culturales del mundo contemporáneo.
Para Galastri, el contrapunto permite repensar la dialéctica de manera más fluida, combinando las “contradicciones-oposiciones” con las “oposiciones-distinciones” y de esa forma lograr una comprensión concreta, tanto de los procesos históricos como de las expresiones culturales o las construcciones teóricas, lo cual puede hacerse sabiendo que contrapunto y dialéctica no son exactamente lo mismo y que tampoco marchan siempre juntos, por lo que es necesaria “la capacidad analítica de libre pasaje, ida y venida, de una para el otro” (p. 219).
Galastri rescata asimismo la noción de contratiempo, utilizada por Daniel Bensaïd en diversos trabajos, como clave para comprender que el “tiempo no-lineal, no-contemporáneo, intermitente y discordante es quebrado por la política y la estrategia, por las luchas de clases”. El contratiempo permite pensar las contradicciones y desajustes de los procesos históricos, evitar caer en visiones objetivistas que devalúan el rol de los sujetos y trazar una lectura de la historia sin etapas preconcebidas.
Concluye el capítulo señalando que la utilización de ambas categorías, contrapunto y contratiempo, resulta útil para pensar la historia de las clases subalternas así como la crítica de la permanencia del poder colonial eurocéntrico.
A modo de conclusión
Este libro de Leandro Galastri constituye una contribución original al debate gramsciano. A lo largo de esta reseña, hemos ido planteando algunos puntos de desacuerdo con la mirada del autor, no obstante los cuales coincidimos con su planteo fundamental: su énfasis en la necesidad de pensar la política de la clase trabajadora en clave extrainstitucional, reivindicada en sus comentarios finales. Este planteo es sumamente importante en el actual contexto latinoamericano y de Brasil en particular. Ir más allá de las lecturas que postularon a Gramsci como el punto de apoyo para pensar la “transición democrática” es central; no solo como ajuste de cuentas con las apuestas de la intelectualidad latinoamericana en el pasado sino sobre todo por las graves limitaciones de la concepción históricamente sostenida por el PT de que la política comienza donde termina la lucha de clases.
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