Este 4 de octubre se cumplen 90 años del inicio de la Comuna de Asturias, la insurrección minera que se constituyó como un auténtico ensayo general de la revolución social de 1936. Le preguntamos a Santiago Lupe, historiador y dirigente de la Corriente Revolucionaria de los Trabajadores y Trabajadoras del Estado español, qué cita o textos recomendaría a partir de este nuevo aniversario, y esto nos decía.
Jueves 3 de octubre 21:32
Enfoque Rojo.
“Lo que el movimiento obrero español debe a esos bravos mineros, que supieron adueñarse de la comarca rápidamente, atacando a la guardia civil con unas cuantas armas y barriles de dinamita, no será nunca suficientemente ponderado. Gracias a ellos, el baldón que sobre la clase trabajadora arrojaba la deserción socialista, fue lanzado de rebote sobre la propia dirección socialista; gracias a ellos, al eco de su gesta magnífica, en los meses posteriores la reacción fue trabada en su camino, el proletariado pudo nuevamente alzar la cabeza, recuperar energías y contraatacar; gracias a ellos, la reacción pudo ser finalmente rechazada, aunque a más costoso precio; gracias a ellos el proletariado y los campesinos de toda la nación tuvieron ocasión de escribir, durante la guerra civil, una de las páginas más brillantes y conmovedoras de la historia revolucionaria mundial. Las clases revolucionarias recordarán por siempre la Asturias roja de 1934, con un sentimiento de admiración y con el propósito de seguir su ejemplo hasta el triunfo.”
Cuando los y las camaradas de La Izquierda Diario Historia me pidieron que recomendara un texto o cita a propósito del 90 aniversario de la Comuna de Asturias, me vino a la cabeza la obra de Grandizo Munis, “Jalones de derrota, promesas de victoria”. Siempre lo he considerado uno de los mejores textos para conocer en profundidad la revolución española de los años ‘30. Combina una descripción detallada, tanto de los acontecimientos históricos como de la “interna” de las corrientes políticas, y, página a página, va desgranando las principales lecciones del proceso revolucionario.
El autor fue uno de sus protagonistas, por lo que estaría entre el ensayo y las memorias, ya que terminó de redactarlo en 1948. Munis se crió en Llerena, un pequeño pueblo extremeño de jornaleros, donde la Izquierda Comunista de España y después el Partido Obrero de Unificación Marxista (POUM) tuvieron uno de sus principales núcleos. En 1934, Munis residía en Madrid y fue, hasta la huelga general de abril, el representante de la Izquierda Comunista Española (ICE) en la Alianza Obrera [1], y de nuevo durante las jornadas de octubre. Rompió con la ICE a partir de la formación del POUM, y durante la guerra civil, fundó la Sección Bolchevique Leninista de España, participó de la insurrección de mayo del ‘37 en Barcelona y fue detenido, torturado y encarcelado por agentes estalinistas de la NKVD, (la antecesora de la KGB) hasta la caída de Barcelona en enero de 1939.
La cita escogida le sirve a Munis a su vez como presentación y síntesis de la insurrección de octubre del ‘34 en Asturias. En pocas líneas recoge lo esencial de algunos de esos jalones que constituyeron el valioso acervo de experiencia revolucionaria que dejó el levantamiento minero para no partir de cero en siguientes revoluciones.
En primer lugar, rinde tributo al heroísmo de los mineros y sus comunidades. La revolución del ‘34 logró imponerse y resistir durante dos semanas a costa de una abnegación en el combate sin precedentes.
Por un lado, la experiencia del ascenso nazi en Alemania, le daba a la lucha un elemento de supervivencia. O se ponía freno al ascenso de la derecha fascistizante de la Confederación Española de Derechas Autónomas (CEDA) o el movimiento obrero español podía correr la misma suerte. Por el otro, la revolución social puesta en marcha en apenas horas, con la colectivización de tierras, talleres y minas, el establecimiento de gobiernos obreros locales y tribunales revolucionarios y una milicia que llegó a contar con 30 mil combatientes, vislumbraba un mundo nuevo por el que merecía la pena luchar hasta el final.
Munis recoge en sus páginas dedicadas a la Comuna Asturiana algunos de los detalles de aquellas dos semanas. Para ampliarlos casi al microscopio, como si pudieras verla por un agujerito de la historia, recomiendo también “La Insurección de Asturias” de Manuel Grossi, por entonces dirigente del Bloque Obrero y Campesino (BOC). Un casi diario de aquellos combates, escrito solo unas semanas después, mientras estaba encarcelado y a la espera del Consejo de Guerra en el que se le pedirá la pena de muerte.
Grossi explica con un lenguaje directo y sin revestimientos literarios la crudeza de la falta de municiones, y a la vez como la enorme creatividad obrera permitió suplirla con el manejo de la dinamita, el diseño de máquinas lanza-bombas, la fabricación de blindados en la industria metalúrgica o la conformación de un cuerpo de milicianos dedicados a recoger los casquillos disparados por sus compañeros para poder volverlos a recargar de pólvora.
El otro elemento de heroísmo no es militar sino político. Aquí la obra de Munis destaca sobre otros relatos de aquellas jornadas. Cuando dice que el baldón (afrenta) de la deserción de la dirección socialista le fue devuelta a ésta por la determinación de los mineros, se refiere a que la insurrección y su triunfo inicial se produjo no gracias, sino muy a pesar de las direcciones del PSOE y la UGT. Los obreros enseñaron a sus dirigentes cómo se podía ganar.
El octubre del ‘34, en Asturias y el resto del Estado español, estuvo atravesado por un fenómeno político clave los meses anteriores: la radicalización de miles de jóvenes y trabajadores militantes de las organizaciones socialdemócratas. La experiencia realizada con el gobierno del bienio progresista, con la participación de sus dirigentes como ministros, y la propia experiencia alemana, convenció a muchos de que la vía de la reforma no tenía salida. Era la hora de la revolución proletaria y para ello urgía construir la unidad de las filas obreras.
Si esta corriente de radicalización era sincera y real, y se expresó en forma de huelgas políticas, de solidaridad o la gran huelga campesina del verano del ‘34, no podemos decir lo mismo de la radicalización de los dirigentes socialistas, incluida su ala izquierda. Largo Caballero o Santiago Carrillo, por entonces al frente de las Juventudes Socialistas, hablaban de revolución o amenazaban con la insurrección en caso de que el presidente de la República diera asiento en el gobierno a la CEDA. Pero esta efervescencia verbal no pasó nunca del terreno de la maniobra.
Por un lado se contenía y encuadraba la radicalización que venía desde abajo, alentando a no desarrollar ninguna lucha parcial en pos de una acumulación de fuerzas en abstracto, ni tampoco permitir que el incipiente frente único de las Alianzas Obreras, se desarrollara y extendiera a todo el Estado. Por el otro, se pretendía utilizar para presionar a Alcalá Zamora, por entonces presidente de la República, en favor de una repetición electoral o que, al menos, mantuviera a la CEDA sin acceso al gobierno.
Producida la temida entrada de la CEDA al gobierno, se proclamó la huelga general. No hacerlo hubiera desprestigiado sin solución a la dirección socialista. Pero las cúpulas del PSOE y la UGT la contuvieron en meras demostraciones pacíficas y rehuyeron todos los intentos de su base para transformarlo en una insurrección.
La obra de Munis describe minuciosamente cómo se da este proceso en Madrid, donde fue testigo de cómo los obreros buscaban sin resultado a los dirigentes que les habían prometido las primeras partidas de armas. O en Bilbao, donde los destacamentos que marchaban hacia la capital eran enviados a casa por la dirigencia socialista. También en Barcelona, aunque en este último caso no por la responsabilidad socialista – con mucho menos peso – sino por el abstencionismo sectario de la dirección de la Confederación Nacional del Trabajo (CNT) que no se sumó al movimiento y la política de subordinación a los representantes políticos de la pequeño-burguesía catalanista, el govern de la Generalitat, por parte del BOC y la sección catalana de la ICE.
Asturias, sin embargo, marcó un camino totalmente opuesto. El frente único que representaba la Alianza Obrera había conseguido agrupar, no sin contradicciones, tanto a las organizaciones socialistas como a la CNT regional (la única de todo el Estado). Participaba también el BOC y la ICE, y en el último momento se sumó el PCE que, hasta la fecha, se había mantenido en su política sectaria de rechazo a todo frente único.
Aunque en las dos capitales, Gijón y Oviedo, el peso del aparato socialista hizo que en las primeras horas se reprodujeran dinámicas muy similares a las de Madrid, la iniciativa de las cuencas mineras -donde los aparatos tenían mucho menos peso y se hizo notar el de los dirigentes medios y trabajadores de base- logró hacerse con el control de la región, las dos capitales y las principales fábricas de armas.
La clase obrera asturiana dio una lección a la del resto del Estado: no conviene esperar a la (in)decisión de las direcciones conciliadoras, a riesgo de perder la batalla antes de comenzarla. Lo vivido en Asturias será después algo generalizado en el siguiente gran embate reaccionario, el golpe militar fascista de julio de 1936. Cuando las direcciones socialistas, junto al resto de fuerzas del Frente Popular, llamen a la calma, y la clase trabajadora de las grandes ciudades desobedezca, organice la resistencia y derrote a los golpistas en la mayor parte del territorio.
A pesar de la heroicidad de la iniciativa y la resistencia, la Comuna de Asturias quedó lamentablemente aislada y, literalmente, sin munición. Vista la imposibilidad de victoria, una vez sofocadas las huelgas en el resto del Estado, el comité provincial y numerosos comités locales – que nunca llegaron a ser electos, sino que se conformaron con las delegaciones nombrados por las direcciones de sindicatos y partidos – decidieron una capitulación y retirada desordenada.
Aún en esas condiciones, los mineros y sus comunidades respondieron a la altura. Se conformaron nuevos comités, se ordenó el arresto o la reposición en sus funciones – y bajo vigilancia – de los dirigentes huidos y se retomaron los combates. La derrota era segura a esas alturas, pero la clase obrera asturiana era consciente de que la forma y la magnitud de la misma sería determinante para mermar las consecuencias y dejar las mejores bases asentadas para retomar el combate más adelante.
Este fue el propósito de la semana extra de resistencia. Se enlenteció el avance de las tropas y se forzó una negociación con el Ejército ocupante, para intentar garantizar, en la medida de lo posible, que los crímenes cometidos por la Legión Extranjera y los regulares africanistas en su desembarco en Gijón y la toma de Oviedo, no se repetirían en las cuencas.
Se consiguió que aquellos mercenarios no entraran en las poblaciones mineras, aunque la Guardia Civil se propuso emular sus crímenes contra quienes les habían derrotado cuartel a cuartel. También para la reacción Asturias fue un ensayo general, los métodos fascistas contra el movimiento obrero tuvieron en la represión a los mineros los primeros compases de la macabra sinfonía que arrancó en el verano del ‘36.
La victoria y la derrota, el cómo se dio la derrota, fue también un golpe a la reacción. La CEDA permaneció en el gobierno hasta la crisis definitiva de este, a finales de 1935. Pero los planes de avanzar de la “ley a la ley” para desmantelar el régimen republicano e instaurar una dictadura policíaco-fascistizante contra el movimiento obrero no pudieron avanzar. La heroica derrota de los mineros asturianos fue un enorme activo de moral para el conjunto de la clase obrera española.
El gobierno llenó las cárceles de presos políticos, hasta 30 mil en todo el Estado, pero no pudo liquidar la resistencia obrera ni en la región asturiana, donde con más fuerza había desatado la represión y los fusilamientos. Las huelgas y movilizaciones por la amnistía siguieron desarrollándose, antes y después de la victoria del Frente Popular en 1936.
Cuando se produzca el golpe de Estado en 1936, la Comuna de Asturias sirvió de fuerza inspiradora y jalón de experiencia tanto para derrotarlo como para poner en marcha ese “mundo nuevo” que se había vislumbrado en los 15 días del octubre del ‘34. La cita de Munis se refiere como “una de las páginas más brillantes y conmovedoras de la historia revolucionaria mundial” al enunciar el proceso revolucionario que se abrirá en gran parte de la retaguardia republicana y que tendrá especial intensidad y duración en la catalana y aragonesa.
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Como en la Asturias roja, la clase obrera constituirá en apenas horas milicias que saldrán por miles a recuperar los pueblos y ciudades en manos de los golpistas. Como en la Asturias roja, los campesinos pobres se apoderarán de las tierras y comenzarán a trabajarlas colectivamente. Como en la Asturias roja, la industria, los transportes y los servicios, pasarán a manos de comités obreros, que los pondrán a tono a las necesidades de la guerra. Como en la Asturias roja, los viejos ayuntamientos dejarán paso a comités revolucionarios.
Una de las mayores revoluciones proletarias de la historia tomó cuerpo en aquel primer año de guerra. Como escribió León Trotsky en uno de sus últimos escritos, “Clase, partido y dirección” de 1940, “el camino de lucha seguido por los obreros cortaba en todo momento bajo un determinado ángulo el de las direcciones y, en los momentos más críticos, este ángulo era de 180”. La Comuna de Asturias y la política de las direcciones anarquistas y socialistas en aquel año de 1934, ya apuntaba certeramente a este ángulo de corte. Prepararse para construir una dirección alternativa, un partido revolucionario, para los nuevos combates que estaban por venir, fue una de sus grandes enseñanzas que, lamentablemente, no fue llevada adelante en los meses que siguieron. Pero profundizar en esta historia, merecería otra buena “cita”.
Acerca del autor
Santiago Lupe nació en Zaragoza, Estado español, en 1983. Es director de la edición española de La Izquierda Diario. Historiador especializado en la guerra civil española, el franquismo y la Transición. Actualmente reside en Barcelona y milita en la Corriente Revolucionaria de Trabajadores y Trabajadoras (CRT) del Estado Español. En Twitter: @SantiagoLupeBCN
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[1] La Alianza Obrera surge como acuerdos locales entre diversas organizaciones obreras con el fin de enfrentar al gobierno surgido de las elecciones de 1933. La primera fue fundada en Barcelona a iniciativa del Bloque Obrero y Campesino (BOC) de Maurín y la Izquierda Comunista de España. En otras ciudades serán hegemonizadas por el PSOE y la UGT. La CNT, a excepción de la regional asturiana, rechazará participar.