La noche del lunes falleció nuestra compañera Alejandra Solemena, ayudante de enfermería del Hospital Posadas y una incansable luchadora por los derechos de las mujeres y los trabajadores. Eligió la militancia socialista como forma de vida y sus compañeros las despediremos con dos homenajes este viernes.
Miércoles 5 de mayo de 2021 23:04
Alejandra Solemena, presente!
A Ale la conocí hace más de 21 años en el Posadas, éramos parte de una tanda de “ayudantes de enfermería”. Naturalmente nos empezamos a juntar por ser nuevos, que sin darnos cuenta con el correr de los años fuimos construyendo una relación personal con el trasfondo del Posadas. Iba con sus 4 hijos para todos lados, eran muy chiquitos y hablaban hasta por los codos, como ella.
Siempre se indignó ante las injusticias, desde las chiquitas a las grandes. Allá por el 2010, a pocas horas del brutal desalojo del Parque Indoamericano a sangre y fuego en una operación conjunto del gobierno nacional y el de CABA, fuimos a una asamblea a exigir que se vote el repudio y la solidaridad con las familias sin techo que peleaban por un pedazo miserable de tierra para vivir.
La burocracia, acorde a su papel policial nos provocó y, apoyándose en una ideología que nos imponen desde arriba para dividirnos como trabajadores entre nativos y extranjeros, nos empezaron a insultar amenazándonos con pegarnos. Intervenimos entre insultos con Graciela Moglia, compañera enfermera con una enorme valentía y convicción, sabiendo que teníamos razón. Sólo sacamos 3 votos, uno de ellos era de Alejandra, en la otra punta del aula magna.
Siempre nos apoyaba y nos acompañaba. Parte de lo que somos hoy se debe a esas peleas. A compañeras como Alejandra que nos ayudaron a escribir nuestra tradición en el Posadas, remándola contra la corriente.
Hace algunos años decidió dar un paso más: no le alcanzaba con acompañarnos eventualmente y decidió abrazar conscientemente las banderas de la revolución, empezó a militar en nuestro partido, el PTS. Y siempre, pero siempre fue al frente.
Y no fue en su mejor momento personal. Múltiples operaciones de columna que le significaron esfuerzos enormes para poder caminar, enfrentar una depresión profunda que la llevo a estar internada, superar valientemente una relación opresiva con el padre de sus hijos, el deterioro de su madre que en los últimos tiempos llevó a vivir con ella y tuvo que enfrentar no solo el daño cognitivo de quien amaba enormemente, sino también con todas las trabas burocráticas de PAMI, la reciente muerte de su mejor amigo, lejos en Estados Unidos, sin haberse podido despedir.
Todos golpes que, sin embargo, nunca la abatieron. Nunca perdió la sonrisa y la esperanza, incluso en los peores momentos. Tenía una fe enorme en que cada uno de nosotros cumplía un rol fundamental y cargando su cuerpo dolorido, estaba ahí, en casi cualquier lucha de los últimos años. No le tenía miedo a la represión, ni a los gases, tenía miedo de no poder estar, a que el cuerpo no le resista.
Es fácil magnificar las características de una persona cuando muere, es casi una costumbre. Pero en este caso no sería justo. Porque en el punto que muchos se hunden ella estaba de pie, a los codazos en la primera línea. Siempre consciente de sus límites, pero mucho más consciente de su pasión por no resignarse, por ella, sus hijos, nietos y todo el mundo que quería.
Allá por el 2018, ella aún trabajando en el hospital, se enteraba de mi despido. Su actitud, como siempre, fue darle para adelante, con la firme confianza que con la lucha se podía ganar.
Y cuando se puso complicado y muchos la daban por perdida, ella sin dudarlo se levantó contra este ataque. A pocos meses de jubilarse la echaron. Pero nunca tuvo una sola palabra de cuestionamiento a su decisión, porque ella se sentía parte de un colectivo de revolucionarios y la frase: si nos tocan a uno, nos tocan a todos, no era una frase más, lo sentía, lo vivía así. Sin vueltas ni reproches, sino con la firme convicción del que hace lo correcto.
En estas horas posteriores a enterarme de su partida, muchísimos compañeros y compañeras me compartieron sus anécdotas con Ale, de esas que dan fuerza, esas que llenan de moral, esas que muestran la integridad de una militante convencida para la cual la edad y sus dolores nunca fueron un impedimento para nada. También están esas que nos hacen reír a carcajadas. Hay miles y merecen ser contadas, porque Alejandra pasó y dejo su huella profunda, merece quedar en nuestra memoria, con alegría y compromiso.
Cuando despedimos a Ale en Chacarita, sus hijos se acercaron y nos agradecieron por estar cuando nos necesitó, quizás ellos no lo saben pero Ale siempre estuvo cuando la necesitábamos, firme y siempre con una sonrisa y una palabra de aliento. Por eso este viernes vamos a realizarle dos homenajes. Porque así despedimos a nuestros compañeros, con quienes asumimos un desafío gigante por el que vale la pena vivir; cambiar el mundo de raíz y convertirlo en eso por lo que Ale vivió tan intensamente. ¡Hasta el socialismo compañera Alejandra!
Compartimos la carta que escribió Alejandra en 2018 al ser despedida. Cada palabra la refleja a la perfección.
"Dejé la vida y mi salud en el Hospital Posadas. Por estar enferma me echaron, porque para los de arriba somos descartables. No lo voy a permitir"
Soy Alejandra, tengo 60 años y trabajo desde el año 2000 en el Hospital Posadas.
En 1958 se inaugura el hospital y entra a trabajar mi mamá en lavandería. Mi mamá decidió llevarme a los 3 años a la guardería del Posadas. A los 16 años, en el ´76, mi mamá le contaba a mi papá cómo era trabajar en la dictadura, dejando el documento, iba su piso y trabaja (ya enfermera) y lo retiraba cuando se iba. Siempre trabajó en “gastro”. Su amiga Teresita, dejó de ir a trabajar y desapareció. El hospital estaba militarizado. En el Posadas hubo un centro clandestino donde desaparecieron muchos compañeros.
Años más tarde empecé a trabajar con mi mamá, que no le alcanzaba el sueldo y vendíamos quesos y salamines, después bufandas, pañuelos, etc.
Después tuve a mis hijos, cuatro, cuando ellos crecieron necesitaba trabajar y pensé en entrar en el hospital. Cuando mi hijo tenía 5 años, empecé a trabajar ad honoren, sin saber si me iba a quedar trabajando. Empecé a trabajar en la Neonatología, después pasé a Terapia Pediátrica, luego volví a la Terapia y de ahí a la guardia de pediatría. Para esta época ya estaba con tareas livianas, porque me había operado de una diverticulitis perforada, que me llevó a tener que hacerme ocho operaciones más.
Había mucho trabajo y no se respetaban las tareas livianas, había un gran equipo, usábamos camillas muy pesadas y tubos de más de 100 kilos, así pasé muchos años, empecé a sentir dolores musculares y me tuve que retirar varias veces con ART porque los dolores eran cada vez más profundos. Terminé operándome, primero de cervical, después de columna, tengo nueve reemplazos, y sufrí varias eventraciones por esfuerzos realizados que no tenía que hacer. Llegué a ponerme una malla de titanio, porque era mucho peso el que tenía que mover. Cuando llegué a ese punto, mi médico ordenó directamente no hacer más esas tareas, pasarme a un horario reducido por año para ver si podía acomodar un poco mi salud, mi cuerpo y así salí de la guardia de pediatría después de nueve años.
Empecé a trabajar en consultorios, después de haber pasado por muchísimos dolores y hernias de discos cervicales y lumbares. Terminé con un problema psicológico y el cuerpo muy deteriorado, después de haber entrado a trabajar con un “apto A”. Siempre planteé en el departamento de enfermería, que necesitaba un compañero que venga a la guardia por las tareas pesadas y siempre me contestaban que nadie quería ir. Me quedaba por mis compañeras, sabiendo que estaba haciendo mal a mi salud. Por eso les recomiendo a la chicas más jóvenes, que están en las guardias de adultos y pediatría que ahora son jóvenes que no acepten trabajar así, que te revientan la salud, llegás a llevar 40 cajas de sueros de 6 kilos cada uno. Es un esfuerzo enorme. Más los pacientes, que muchas veces los llevás sola. A veces llevaba 16 pacientes por día.
Después de muchos años de trabajar en el hospital, volví la semana pasada para certificar un parte médico, por mi mamá que la tengo a mi cargo. Encima en noviembre del año pasado me había fracturado la pelvis y había agotado los partes médicos por largo tratamiento. Me tomé las vacaciones, francos para poder cuidar a mi mamá que está convaleciente. Una vez que agoté los días que tenía, como mi mamá seguía enferma estuve con ella. No podía dejarla sola, porque soy la única persona que tiene para que la cuide, hasta que la semana pasada fui a justificar en medicina laboral la última internación que tuvo y me dicen que no estoy en el sistema hace 12 días. Llamé a personal y me informan que estoy desvinculada del hospital, después de decirme en ese mismo sector que mientras tuviera todo justificado no iba a pasar nada, y tenía todo perfecto, las 2 internaciones, las 2 epicrisis, y esta es la tercera internación. Fui a personal y me informan nuevamente que estoy despedida y si me había llegado algún telegrama, que ellos no estaban al tanto.
Dejé toda mi vida y mi salud en el Hospital Posadas, y por estar enferma me echaron, porque para los de arriba somos descartables. Toda mi vida fui también una luchadora por la salud pública y los derechos de los trabajadores, por cambiar esta sociedad de desigualdad, donde pocos se llevan todo y la mayoría no tenemos nada.
En este hospital pasé de todo y aprendí de muchos trabajadores y sus luchas, como la de los despedidos de enero, las enfermeras que no resistieron las 12 horas de trabajo, y como ellas yo también voy a pelearla. No voy a permitir que cuando quieren nos usan, y cuando quieren nos descartan. Como se lo demostré el otro día a Darío Silva, de ATE Morón, cuando lo encaré por mi despido, reafirmo una vez más que: yo no tengo miedo ni a ellos ni a este Directorio que responde al Gobierno.
Sé que estamos en un momento difícil para los trabajadores. Este gobierno está llevando adelante un verdadero saqueo y cuenta con muchos cómplices de varios colores.
También sé que lo que me pasa a mí no es sólo una historia personal. Es la realidad de un montón de trabajadoras y trabajadores que tenemos que levantar la voz, ponernos de pie, aunque nos duela el cuerpo y la vida, como me duele, porque si no lo hacemos ya, lo que viene será peor y está en juego nuestro futuro, el de mis hijos y mis nietos y también el de los tuyos.
Les pido a mis compañeros y compañeras de trabajo, a mis conocidos, amigos y familiares, a los estudiantes y las mujeres que luchan con tanta energía que me acompañen, que unamos nuestras luchas, y que me apoyen en la pelea por la reinstalación"