En su Congreso recién concluido, el Partido Obrero propone como tarea central construir “un movimiento popular con banderas socialistas”. Aclara que su creación “ya está en marcha”, pues “lo vemos en la lucha incansable del movimiento piquetero”, el cual “se eleva como un organizador de nuestro pueblo” [1].
En este artículo queremos debatir con las y los compañeros por qué ven la necesidad de impulsar un “movimiento popular” sin referencia al rol de la clase obrera si justamente la base del movimiento piquetero está constituida en gran medida por integrantes de la nueva clase trabajadora precarizada por el neoliberalismo, sea por los trabajadores informales, las amas de casa de las familias obreras o los desocupados que buscan trabajo. A la vez, buscamos problematizar la estrategia por detrás de la atribución de “banderas socialistas” a un movimiento social compuesto por organizaciones de masas que luchan separadas por demandas reivindicativas distintas.
En un momento en que el movimiento piquetero toma protagonismo en las calles y es atacado por la burguesía, los medios de comunicación de masas e incluso Cristina Kirchner, se hace aún más necesario debatir las vías para potenciarlos como parte de construción de un sujeto político revolucionario.
¿Por qué diluir a la clase trabajadora en el “pueblo”?
El Partido Obrero no explicita con claridad los fundamentos teóricos de su política en ningún lugar. Su método es ir cediendo a las presiones de la realidad haciendo un menjunje que se va adaptando a las necesidades de cada momento, mezclando fundamentos revolucionarios con rémoras de tradiciones socialdemócratas y populistas penetrando por todos los poros. Para comprender esta mezcolanza, aclaremos las diferencias que separan el marxismo de sus detractores.
El concepto de “movimiento popular” fue creado para diluir el rol de la clase trabajadora como sujeto revolucionario. Cuando la clase trabajadora todavía era minoritaria incluso en los países de capitalismo más desarrollado de Europa, Marx ya tuvo que combatir el carácter anticientífico de concepciones socialistas utópicas que buscaban una alternativa a las miserias del capitalismo en la construcción de salidas que huyeran del duro trabajo de la lucha de clases. Se trataba del combate a ideologías que veían en la pequeña burguesía urbana, pequeños comerciantes y terratenientes de “buen corazón” el camino para otras formas de organización social. Con el desarrollo del movimiento obrero, el concepto de “pueblo” se asocia a la política de conciliación de clases de sus direcciones reformistas. Su función es licuar la especificidad de la clase trabajadora como creadora de riqueza social, motivo por el cual se constituye como el sujeto social que tienen el potencial de planificar la economía al servicio de la emancipación humana.
Los detractores del marxismo confunden el corporativismo de la aristocracia obrera con la propia clase para licuar su potencial revolucionario. Transforman su mayor “poder de fuego”, debido a su ubicación en los puntos neurálgicos de funcionamiento del capitalismo, en su contrario. Naturalizan el resultado de la política burguesa de cooptar y corromper las capas más altas del proletariado para dividirlo, borrando la responsabilidad de las direcciones reformistas que se adaptan a mejorar o conservar privilegios relativos dentro de los marcos de la democracia capitalista. El populismo, con sus consignas de “movimiento popular”, “frentes populares” o “poder popular”, se basa en esa operación ideológica para justificar la política de conciliación de clases.
La Revolución rusa de 1917 se construyó en base a la hegemonía de la clase trabajadora sobre los campesinos pobres. A pesar de que el campesinado constituía el 85% de la población rusa y había protagonizado heroicos levantamientos, Lenin y Trotsky nunca propusieron diluir la clase obrera detrás de un “movimiento popular”. Porque la heterogeneidad de la clase campesina (desde sectores medios y altos a los campesinos sin tierra), su dispersión geográfica y su aspiración a la propiedad privada como medio de subsistencia, la dejaba vulnerable a la influencia de las clases terratenientes y la burguesía liberal.
Los compañeros del PO proponen construir un “movimiento popular” cuando, a diferencia de los campesinos rusos, en el caso del movimiento piquetero ni siquiera se trata de una clase social exterior al proletariado. Incluso muchos cuentapropistas y cooperativistas que son parte de esos movimientos no son trabajadores asalariados porque perdieron la esperanza de encontrar un empleo que les de una vida digna. ¿Por qué los compañeros necesitan definir como “pueblo” y no como clase trabajadora a los desocupados, los informales, las amas de casa de las familias obreras? ¿Qué clase social exterior al proletariado quieren incorporar en su “movimiento popular”? ¿Dónde quedaría la identidad clasista de la que el PO siempre hace gala? Aunque su objetivo sea construir la unidad de la clase trabajadora con los pobres urbanos que no se sienten parte de la misma, el recurso de la dilución de la clase trabajadora por detrás de un “movimiento popular’’ va en contra de que esta articulación se dé en términos revolucionarios.
El corporativismo sindicalista y populismo
El PO considera que las posibilidades del “movimiento” en discusión están en marcha “en el movimiento sindical, con el surgimiento de luchadores clasistas que han conquistado sindicatos”. El ejemplo serían “los compañeros del neumático con el Sutna, que están a la cabeza de una gran lucha salarial”. Pero también “los docentes de AGD-UBA, Ademys, Aten Neuquén, los Sutebas combativos, la Unión Ferroviaria Oeste o en seccionales y fábricas” (desconociendo, dicho se de paso, la política del PTS en esos mismos sectores de trabajadores).
Veamos cómo Lenin plantea la relación entre la actividad sindical y la lucha socialista:
… el ideal del socialdemócrata no debe ser el secretario de sindicato, sino el tribuno popular que sabe reaccionar ante toda manifestación de arbitrariedad de opresión, dondequiera que se produzca y cualquiera que sea el sector o la clase social a que afecte; que sabe sintetizar todas estas manifestaciones en un cuadro único de la brutalidad policíaca y de la explotación capitalista; que sabe aprovechar el hecho más pequeño para exponer ante todos sus convicciones socialistas y sus reivindicaciones democráticas, para explicar a todos y cada uno la importancia histórica universal de la lucha emancipadora del proletariado (¿Qué hacer?, 1902).
O sea, para Lenin, las luchas parciales por demandas corporativas, por más importantes que sean, están lejos de definir por sí mismas una conciencia socialista. ¿Por qué entonces el PO hace esa asociación?
Belliboni ayuda a responder esa pregunta cuando, debatiendo con Grabois las reivindicaciones del movimiento piquetero, dice que “estamos dispuestos a luchar por cualquier reivindicación transitoria”, a la vez que aclara que “arrancamos a veces algunas reivindicaciones muy transitorias” [2]. ¿Cuáles serían las reivindicaciones transitorias que el movimiento piquetero o el sindicalismo combativo ha arrancado además de las conquistas de más asistencia social y mejores salarios? Sin embargo, para Trotsky, el carácter transitorio de una consigna se determina por su potencial de generar una experiencia de lucha que vislumbre la necesidad de organizar la sociedad sobre bases socialistas para responder verdaderamente a los problemas más sentidos de las masas que el capitalismo no puede resolver. Esas serían, por ejemplo, el reparto de las horas de trabajo entre ocupados y desocupados con un sueldo mínimo igual a la canasta básica para terminar con el desempleo y tener una vida digna. Cosa que el capitalismo no puede hacer porque depende estructuralmente de la desocupación para rebajar el precio de la fuerza de trabajo. Las consignas mínimas que tienen fuerza vital por su capacidad de movilizar sectores de masas pueden adquirir un rol transicional en la medida que se combinen con un sistema de reivindicaciones que incluya también consignas transitorias. En sí mismas y tomadas de forma aislada, pierden este potencial.
Gabriel Solano también ayuda a entender cómo el PO articula las demandas mínimas y democráticas con las transitorias cuando dice que Lenin "tenía un programa agrario (y) antes de tomar el poder lo cambió” porque “estaba equivocado”. Este cambio referiría a la concesión programática realizada por los bolcheviques del reparto de tierras a los campesinos pobres que la demandaban para ganar su apoyo para la revolución. Solano aclara que este cambio “tenía riesgos” porque el reparto de tierras “creaba una clase propietaria” [3]. Sin embargo, lo que Solano no dice es que tal concesión estaba subordinada a la conquista del poder por los soviets y nunca estuvo escindida de la implementación de grandes haciendas basadas en el trabajo colectivo como parte de la planificación de todas las ramas de la economía y como vía de convencimiento práctico para los campesinos de la superioridad de esa forma de producción. O sea que para los bolcheviques, el reparto de tierras nunca constituyó por sí mismo una consigna transitoria hacia el socialismo.
Esas particulares interpretaciones que los dirigentes del PO hacen de la articulación entre demandas mínimas y democráticas con las transitorias echa luz sobre la asociación que hacen entre “movimiento popular” y “banderas socialistas”. La lucha salarial, aunque muy importante porque hace a la disputa por el reparto del fruto del trabajo, no es capaz por sí misma de sacar al trabajador del rol de defensor de la distribución de la riqueza en los marcos de la sociedad capitalista y elevarlo a la condición de defensor de la planificación socialista. La lucha por la asistencia social estatal, aunque esencial para responder a las necesidades urgentes de las personas que no tienen trabajo o trabajan en la completa informalidad, si se mantiene como único objetivo, mantiene al desocupado recibiendo solo un paliativo en los marcos de la estructura económica capitalista, ya que ni siquiera significa la lucha por un trabajo con derechos y un salario que permita una vida digna. A su vez, el reparto de tierras, aunque pueda ser la base de un programa de alianza con campesinos pobres, escindido de la planificación económica conducida por los soviets se mantiene en los marcos de la acumulación privada.
Con esas definiciones teóricas con que Belliboni y Solano fundamentan su política nos enteramos de que el Partido Obrero toma como propia la interpretación del Programa de Transición de Nahuel Moreno, quien sostenía que: “por encima del esquema clasificatorio, cualquier consigna puede adquirir un carácter ‘transitorio’ en el sentido de ser el puente hacia la revolución socialista, si se transforma en bandera de la movilización revolucionaria” [4]. Una teorización que fundamenta el rechazo a cualquier consigna realmente transitoria como el reparto de las horas de trabajo entre ocupados y desocupados.
Tal concepción del PO se hace cristalina cuando Juan García, en un artículo de polémica con el Congreso del PTS, expresa su desprecio por nuestra pelea para que sectores avanzados de las masas tomen para sí una popularización del reparto de las horas de trabajo disponibles entre ocupados y desocupados creando empleo para todos. Una batalla que venimos dando en la agitación especialmente desde 2017 y en la última campaña electoral logró instalarse como nunca antes en el país, con las “6 horas” siendo levantadas incluso por aliados del PO en la Unidad Piquetera. Sin embargo, García (después que el PO la aceptó como consigna de agitación en la última campaña electoral del FITU y en numerosos programas de convocatoria a actos de lucha, como las marchas contra el FMI o el del 1 de mayo) define a la lucha por las “6 horas” como “pura propaganda”. Y no lo dice porque sea una lucha difícil que plantea la necesidad de desplegar la movilización revolucionaria de la clase trabajadora. El fundamento que dan es que Argentina es un país “atrasado”, “sin industria desarrollada y con una pauperización laboral elevada”. Por eso, el reparto de las horas de trabajo entre todas las manos disponibles no sería una “salida concreta a la crisis planteada de hambre y desocupación” [5]. Esta fundamentación es por demás extraña si recordamos que los bolcheviques levantaban con todas sus fuerzas la lucha por la jornada de 8 horas en la atrasada Rusia a la par de los movimientos obreros de los países capitalistas más avanzados.
Si una de las principales políticas capaces de unir ocupados y desocupados en una lucha común es descalificada como “pura propaganda”, eso significa que el “movimiento popular con banderas socialistas” en la práctica se propone movilizarse solamente por las reivindicaciones mínimas y corporativas de cada sector que lo integre.
El populismo estalinista
Con la derrota de la Revolución alemana de 1923 y el aislamiento y la burocratización de la URSS, el estalinismo recreó nuevas formas de “populismo”, ahora revestidos por la autoridad de las banderas socialistas de la primera revolución proletaria de la historia. Internamente a la Unión Soviética, alienta el enriquecimiento de los campesinos como fuente de recursos para la planificación económica, en oposición a la política de Trotsky de fortalecer a la industria para abaratar el costo de los productos que podrían reforzar la hegemonía del proletariado sobre los campesinos pobres. Frente a la Revolución china de 1925-27, apuesta al Kuomintang como “movimiento popular” de base campesina y dirección nacionalista burguesa al cual el PC debería subordinar sus “banderas socialistas”, en oposición a la política de Trotsky que proponía el desarrollo de los soviets cómo órganos que permitirían a las masas proletarias unirse con las campesinas de forma independiente de la burguesía. Entre los 5º y 6º Congresos de la Internacional Comunista, el estalinismo generaliza a todos los países atrasados la teoría de que la clase trabajadora debería seguir la dirección de la burguesía para una supuesta “revolución democrática” que desarrollara las fuerzas productivas capitalistas; en oposición a la teoría de la revolución permanente, que definía la necesidad de la hegemonía de la clase trabajadora sobre los campesinos pobres en lucha contra la burguesía liberal para conquistar la realización íntegra y efectiva de cualquier demanda democrática en los países atrasados.
Como respuesta al fracaso en toda la línea de esas políticas de conciliación de clases, el estalinismo da un giro ultraizquierdista que también marcó la historia del movimiento obrero como “populismo combativo”. Para defenderse de los campesinos ricos que había creado, Stalin impone la colectivización forzosa de la tierra en la URSS “desde arriba”, con una verdadera carnicería. Contra la política de Trotsky de impulsar el frente único para combinar “por abajo” las demandas democráticas, económicas y políticas en la lucha contra el fascismo, alentando la experiencia de las bases con sus direcciones reformistas al calor de la lucha, el estalinismo se niega a la unidad con otras organizaciones del movimiento obrero y busca “crear” de forma artificial organizaciones de masas que respondan directamente a las órdenes de los PC. Con el ascenso del fascismo, la degeneración burocrática y conciliadora llega a su punto más alto, impulsando “frentes populares” con “alas democráticas” de la propia burguesía imperialista que oprimía a los pueblos de todo el mundo.
Fue en el marco de todo este retroceso del movimiento de masas y de la teoría revolucionaria que Gramsci desarrolló su teoría del “bloque histórico”. Contrariamente a la interpretación reformista que muchos supieron hacer de esta categoría, esta buscaba hacer frente a la enorme sofisticación de los mecanismos con que la burguesía busca cooptar y corromper a la clase trabajadora actuando dentro de sus organizaciones de masas. Gramsci, en el mismo camino que Trotsky, busca problematizar cómo el proletariado puede crear “sentidos comunes” que compitan con los creados por la burguesía, preparando el terreno para que la articulación de fuerzas sociales que surge de las luchas reivindicativas parciales pueda plantearse como fuerza política hegemónica que responda a los problemas estructurales del país.
A pesar de todo el derrotero estalinista, por las condiciones excepcionales de guerra, crisis y actividad revolucionaria del movimiento de masas, en China, Cuba y Vietnam hubo revoluciones triunfantes que lograron expropiar a los capitalistas y planificar los medios de producción. Por haber sido dirigidas por burocracias que desde el inicio constituyeron dictaduras totalitarias, tales conquistas tuvieron un resultado contradictorio: si por un lado alentaron en todo el mundo el espíritu de la revolución, por el otro lo hicieron reforzando la deformación del programa y de la estrategia realizados por el estalinismo. En el movimiento trotskista, esa influencia se expresó por ejemplo cuando Ernest Mandel adoptó la estratégia guerrillera, o cuando Nahuel Moreno planteó que toda revolución ya era de por sí “inconscientemente socialista”, concluyendo que “no es obligatorio que sea la clase obrera y un partido marxista revolucionario el que dirija el proceso de la revolución democrática hacia la revolución socialista...” [6]. En Argentina, la influencia guerrillera fue decisiva para que entre 1969 y 1976 no se desarrollaran las coordinadoras fabriles como organismos de tipo soviético, especialmente al calor de las jornadas de junio y julio de 1975.
A lo largo de todas esas experiencias que atravesaron el siglo XX, no han sido pocos los “movimientos populares con banderas socialistas” con programa y estrategias suficientemente indefinidos para dar lugar a la conciliación de clases o a la adaptación a las burocracias reformistas en el movimiento obrero y demás movimientos sociales. Sin embargo, los compañeros del PO, compartiendo el movimiento piquetero con organizaciones que reivindican tradiciones populistas combativas, con su propuesta de “movimiento popular con banderas socialistas” no se propone dar los debates estratégicos necesarios para desarrollar el potencial revolucionario de esos sectores de masas que hoy salen a luchar.
Populismo en la era del neoliberalismo
Con la derrota de los procesos revolucionarios que pusieron en jaque la estabilidad del capitalismo mundial entre las décadas de 1960 y 1980, la caída del muro de Berlín y la consolidación de la ofensiva neoliberal, el populismo adquiere nuevas formas. Ahora, con el movimiento obrero en línea de retirada, son los movimientos sociales que asumen un rol protagónico. A la lucha de las mujeres y diversidades sexuales, al combate contra el racismo o la xenofobia y a la defensa del medioambiente, se suman movimientos sociales de pobres urbanos que asumen distintas características en cada país. Aunque constituyendo sectores mucho menores de los países por el avanzado proceso de urbanización, persisten los movimientos de campesinos pobres y gana nueva dimensión la lucha de los pueblos originarios.
El activismo de esos movimientos sociales de forma exterior a las organizaciones de masas de la clase trabajadora dio lugar a una concepción de articulación social como sumatoria de reivindicaciones parciales de cada sector. Desde los movimientos feministas y antirracistas, este cultivo de las resistencias parciales escindido de una estrategia de lucha por el poder da lugar, entre otras teorías, a la llamada “interseccionalidad”, que en sus versiones menos posmodernas (elitistas, corporativas, individualistas) incorpora a la clase trabajadora como un sector más, sin ningún rol especial.
Sin embargo, como había hecho anteriormente con las organizaciones de la clase trabajadora, la burguesía trata de estatizar al máximo posible los movimientos sociales, creando burocracias con una ideología reformista e intereses materiales conservadores que aliente una dinámica corporativa y lo más restrictiva posible.
En este marco histórico, los intelectuales “posmarxistas” Ernesto Laclau y Chantal Mouffe hacen planteos teóricos que luego van a sostener políticas de distintos movimientos populistas. Para ellos, el populismo se trata de una forma de hacer política. Ante tanta fragmentación, y en los marcos de un capitalismo neoliberal extremadamente limitado para responder a las demandas más sentidas del movimiento de masas, bastaría con un discurso capaz de unir todas las demandas parciales alrededor de un líder político. Sin embargo, como esa unidad se debe dar “por arriba”, desde el Estado burgués, el éxito de aquella operación depende de que las demandas parciales de cada sector se mantengan en los marcos más mínimos posibles, como condición para la construcción de mayorías electorales adaptadas a las relaciones de fuerza existentes.
Como el “movimiento” defendido por el PO se basa en la movilización de cada sector explotado y oprimido por sus reivindicaciones parciales, no se trata de un populismo como los inspirados por Laclau. Sin embargo, en la medida en que diluye el rol de la clase trabajadora en un “pueblo”, cuyo protagonismo central se encuentra en un movimiento social exterior a los sindicatos, la similitud con la lógica populista de izquierda se verifica en que la articulación de los distintos reclamos sociales se da “desde arriba”, o sea, desde la unidad de los dirigentes que de cada sector social.
El llamado a la construcción de un “movimiento popular con banderas socialistas” se asemeja al proyecto de Movimiento Al Socialismo impulsado por Nahuel Moreno en los años 80, con la diferencia de que en aquél caso se trataba de un partido y ahora parecería ser una suerte de movimiento social. La similitud se desprende por la análoga comprensión de las consignas mínimas vitales como transitorias en sí mismas y por la visión de que direcciones sindicales combativas, o que se autoperciben como socialistas, serían suficientes para definir el carácter del “movimiento”.
Autoorganización y articulación de la hegemonía proletaria
En un mundo donde la clase trabajadora es la mayoría aplastante de la población, en un país donde desocupados e informales están conectados a la clase trabajadora ocupada a través de lazos familiares, territoriales e incluso laborales por compartir muchas veces la misma cadena productiva, la construcción de una hegemonía socialista desde abajo se ve enormemente favorecida. Las mujeres, las personas que sufren racismo y xenofobia no solamente son parte de la clase trabajadora, sino que por la precarización neoliberal se encuentran muchas veces ubicadas en “posiciones estratégicas” para el capitalismo imperialista. Es lo que vemos en la emblemática creación de un sindicato de base en uno de los mayores almacenes de Amazon de los Estados Unidos, asestando una derrota parcial al segundo mayor burgués del mundo.
En este marco estratégico, la combatividad del base del movimiento piquetero podría transformarse en la palanca para una política revolucionaria que golpeara sobre las bases de los sindicatos y movimientos sociales burocratizados, creando fracciones revolucionarias en su interior. Este potencial se vería enormemente reforzado si el movimiento piquetero combativo luchase por asambleas comunes entre las organizaciones que militan en cada barrio, que gestionen los planes en forma colectiva y garanticen la libertad para que cada partido defienda su política ante a las masas, sometiéndose a las decisiones de la mayoría. Esa práctica no solo haría caer en el vacío los ataques reaccionarios que viene sufriendo el movimiento, sino que desplegaría una potencia creativa y combativa que impactaría sobre las bases peronistas. Más aún si se combinara con la lucha por el reparto del trabajo disponible entre todos los ocupados y desocupados con el mínimo igual a la canasta básica.
“Socialismo desde arriba” versus “socialismo revolucionario desde abajo”
Para nosotros, la lucha por el socialismo exige una estrategia soviética. Tanto en el movimiento obrero como en el de desocupados, estudiantil o de cualquier movimiento social, la articulación de las fuerzas se debe dar uniendo las luchas parciales a través de la construcción de organismos de democracia directa que integren a los distintos sectores explotados y oprimidos en procesos de deliberación común. Justamente por ser construido “desde abajo”, los cuadros leninistas, con la ayuda de un sistema de consignas que combina demandas mínimas y democráticas vitales con demandas transitorias, contribuyen para que las experiencias en la lucha de clases conduzcan a la necesidad de la toma del poder.
En esa concepción tratamos de seguir la tradición de Lenin, que frente al surgimiento de tendencias sectarias entre los bolcheviques que negaban la importancia de los soviets, planteaba:
Creo que el camarada Radin no tiene razón cuando […] plantea el problema del siguiente modo: ¿Soviet de diputados obreros o partido? Yo pienso que no es así cómo debe plantearse, que la respuesta debe ser forzosamente: Soviet de diputados obreros y partido (Lenin, “Nuestras tareas y el Soviet de Diputados Obreros”, 1905).
Esta es la única respuesta posible a la altura del ataque que reformistas, autonomistas, populistas y postestructuralistas posmodernos y “decoloniales” de todo pelaje hacen al marxismo como una ideología que lleva necesariamente al totalitarismo. Unos dicen que al corporativismo de la aristocracia obrera de las “posiciones estratégicas” del capitalismo no hay con que darle; otros que el egoísmo es una característica inherente al ser humano o al conflicto social. Por distintos caminos se unen en la negación del poder creativo de la clase trabajadora autoorganizada y liberada de las cadenas del capital, tanto para la planificación de la economía al servicio de la emancipación de la humanidad como en la creación de nuevas formas de poder político que emerjan desde abajo y superen la escisión que el capitalismo impone entre la política y la economía.
El rechazo del PO a la estrategia soviética no contribuye a esa batalla contra los enemigos del marxismo. Al revés, ayuda a los que tratan de confundirlo con la degeneración estalinista. Las “banderas socialistas” no están garantizadas ni por el potencial movilizador de las demandas mínimas cooperativas en sí mismas ni por las figuras públicas del PO como voceros del “movimiento”. Los compañeros del PO ya deberían haber sacado esa lección de su experiencia en la dirección de la ANT y de la FUBA, que al final no garantizó ningún rumbo socialista y revolucionario, como no podría ser de otra manera dadas las alianzas “por arriba” con direcciones reformistas contrapuestas a la construcción de la autoorganización y la unidad desde las bases.
El PO parece desconocer o renegar la tradición soviética del marxismo. La principal enseñanza de la Revolución rusa triunfante de 1917 es que el soviet, como organismo de autodeterminación de las masas que fusiona sus demandas “desde abajo”, es la principal herramienta de lucha por el poder y se transforma en el organismo de ejercicio democrático del poder por parte de las masas explotadas y oprimidas después del triunfo de la insurrección. En su clásico La revolución traicionada, de 1937, Trotsky plantea la importancia del pluripartidismo soviético al elaborar el programa de la revolución política contra la burocracia estalinista.
Todas esas enseñanzas parecen haber sido olvidadas por el PO. La diferencia estratégica en debate tiene como fundamento teórico distintas concepciones sobre la relación entre partido y masas, conciencia y espontaneidad. Los compañeros del PO consideran que el rol del partido es articular “desde arriba” las luchas por reivindicativas parciales corporativas como fin en sí mismas. Desde el PTS, creemos que el rol del partido es luchar por la autoorganización y la unidad desde abajo, articulando un sistema de reivindicaciones mínimas, democráticas y transicionales en una perspectiva soviética. Esa es la perspectiva de lucha por el socialismo revolucionario desde abajo que discutimos en nuestro Congreso debatir con los miles de simpatizantes que hemos reunido en asambleas en todo el país.
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