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Red Internacional
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Años neoliberales. Hiperinflación y convertibilidad: las marcas de origen del menemismo

Continuamos con la serie “Años neoliberales”. En esta entrega repasamos la transición entre el final del gobierno de Raúl Alfonsín y la asunción anticipada de Carlos Menem en 1989.

Daniel Lencina

Daniel Lencina @dani.lenci

Viernes 10 de mayo 00:10

Fotomontaje: @dani.lenci

Fotomontaje: @dani.lenci

Si los años neoliberales necesitaban algo a nivel mundial para mostrar el triunfo del “mercado”, la “libertad” y el “individualismo”, instaurado como sentido común opuesto a la salida colectiva a la crisis, fue la caída del muro de Berlín (1989) y de la ex URSS (1991). Si en el mundo existía una idea muy difusa acerca del “comunismo” o del mal llamado “socialismo real”, como sistema opuesto al capitalismo, esa idea o identificación con el bloque soviético había terminado. Allí sobreviviría Cuba, amenazada eternamente por un bloqueo económico impuesto por el amo yanqui y la China “comunista” no era lo que es hoy, una potencia capaz de disputar la hegemonía del imperialismo norteamericano. Todo esto dio por muerto al horizonte de una sociedad libre de explotación y opresión y más aún si tenemos en cuenta la derrota de Malvinas de 1982, dieron en la Argentina un clima de época a tono con los aires neoliberales.

Así, aún con el polvillo flotando tras el derrumbe del muro de Berlín, se erigió una reacción ideológica que incluso llevó al intelectual Francis Fukuyama a hablar del “fin de la historia”. Más allá de lo precoz de la afirmación, por no decir ridículo, vale recordar que Marx y Engels en el Manifiesto Comunista (1848) decían que “la locomotora de la historia es la lucha de clases”. Y esa locomotora todavía tenía -y tiene- muchas estaciones por recorrer.

Aquí presentamos la segunda entrega de la serie “Años neoliberales”. Si te perdiste la primera entrega podés leerla acá: “Tras las huellas del neoliberalismo en la Argentina (1989-2001)”. Como decíamos en esa nota, usaremos como fuente a la prensa del Partido de Trabajadores por el Socialismo (PTS) por interés de la investigación historiográfica con el objetivo de reconstruir los sucesos más importantes de la historia política y la lucha de clases del país, desde el punto de vista de la política marxista.

Hiperinflación, saqueos y 13 paros generales: la caída de Alfonsín

El gobierno de Raúl Alfonsín (1983-1989) tuvo que afrontar distintos desafíos para cumplir con las expectativas del regreso de “la democracia”, luego de la última dictadura. Así, al enfrentar varios planos de la política, la economía y los Derechos Humanos tuvo vaivenes que empujaron a una espiral descendente de su gobierno.

En el libro “Reestructuración neoliberal y después… 1983 - 2008: 25 años de economía argentina” de Karina Forcinito y Gaspar Tolón Estarelles, los autores plantean el siguiente balance del naufragio histórico de la era Alfonsín: “La caída del PBI fue notable entre 1980 y 1989: casi un 10%. El poder de compra del salario promedio de 1989 era un 56,5% del de 1980, y las tasas de desocupación y subocupación de la fuerza de trabajo se incrementaron respectivamente un 184% y un 48% para el mismo lapso. Para octubre de 1989, un 38,2% de los hogares del país se encontraban bajo la línea de pobreza y un 11,6% bajo la de indigencia, en lo que constituían cifras inéditas hasta entonces. El endeudamiento externo se incrementó de 35,7 en 1981 a 63,3 miles de millones de dólares en 1989 (lo cual implica un crecimiento del 6,3% acumulativo anual), fundamentalmente como consecuencia de la expansión de la deuda externa estatal ya que la privada descendió al haber sido en gran medida transferida al erario público”.

En su edición del 26 de mayo de 1989, Avanzada Socialista plantea el siguiente diagnóstico: “boleto A 8, tarifazo del 40%, nueva escalada de precios, el dólar A 200…”. La letra “A” hace referencia a la moneda nacional en curso del momento: el “Austral”. Mientras tanto, la editorial pone en guardia al lector, alertando que nada bueno puede venir del candidato peronista que había ganado “por paliza” las elecciones y sostiene que lo que se presenta como una “transición”, no es más que un acuerdo bipartidista para garantizar el pago de la deuda externa al FMI, favoreciendo a los “capitanes de la industria”, el Grupo de los 8 y los especuladores. Ese fue el conglomerado burgués que salió beneficiado de la hiperinflación, al punto de dejar sin reservas al Banco Central, que llevó al gobierno saliente a hablar de “economía de guerra”. Y verdaderamente fue una economía de guerra contra la clase trabajadora y los sectores populares mayoritarios del país. Un testigo de la época dijo a quien escribe estas líneas que “en un momento todo mi sueldo alcanzaba para comprar un kilo de carne”.

En menos de un mes, en la edición del 12 de junio de 1989, Avanzada Socialista habla en sus páginas centrales de “La rebelión del hambre”, señalando uno de los momentos más agudos de la crisis. Las páginas centrales denuncia que el gobierno de Alfonsín dijo “cien troscos no me van a torcer el brazo” mientras se buscaba un “culpable” por los “desmanes” se persiguió y estigmatizó a “la izquierda”. Un clásico de clásicos. Así, se dio luz verde para encarcelar a militantes del Movimiento al Socialismo (MAS), del Partido Comunista (PC), llegando al colmo de allanar locales y meter presa a toda la dirección nacional del Partido Obrero (PO). En esas páginas, escritas al calor de los hechos leemos la siguiente crónica: “las mujeres y los niños iban a la cabeza, no les importaba que enfrente de ellos estuviera la policía y la gendarmería nacional (...) La represión también se hace sentir. Un niño de 9 años cayó muerto por un balazo de Itaka. Luego seguirían 13 muertos más. La prensa no se ocupa de esos verdaderos asesinatos (...) Los supermercados son vaciados en minutos. Grondona desde la TV exige que se ‘saquen los tanques a la calle para imponer el orden’”. Ahora vemos dónde y con quién hicieron escuela los periodistas más reaccionarios de la gran prensa burguesa y oligárquica de la Argentina.

Continuidad de la hiperinflación bajo el gobierno peronista

Como la crónica de una muerte anunciada, asumió anticipadamente el líder del Partido Justicialista (PJ), el peronista Carlos Saúl Menem en julio de 1989. A cambio, la UCR pactó con el peronismo que le daría apoyo político en el parlamento para –como dicen los colaboracionistas de hoy con el gobierno de Milei- “darle las herramientas necesarias” para gobernar. Tales “herramientas” no eran otra cosa que avanzar en el desmantelamiento del aparato productivo industrial, completando lo que la dictadura militar no había podido terminar, privatizar las grandes empresas del Estado y usarlas como moneda de cambio para pagar la deuda externa, continuar favoreciendo a los capitales financieros; y, en el terreno de los derechos humanos, otorgó los indultos a los genocidas de la dictadura y los insurrectos de los levantamientos carapintadas sucedidos bajo el gobierno saliente de Alfonsín y el que tuvo el primer mandato de Menem (el 3 de diciembre de 1990).

Veamos qué decía la primera edición de Avanza Socialista ni bien asumió Menem, bajo el título “El PTS y el gobierno de Menem”, leemos un artículo cuestionando la democracia burguesa y la reaccionaria Constitución Nacional que regía en el país desde 1853: “la constitución del 53 le permite instaurar el Estado de sitio apenas las propiedades de los patrones se vean amenazadas, hipotecar y entregar al país al FMI, decretar diariamente tarifazos sin que podamos hacer nada para impedirlo, solo esperar seis años para cambiarlo”. La Argentina se manejaba con una carta magna con 136 años de antigüedad y en ese sentido el artículo citado continúa y dice: “es tan antidemocrático el sistema que el presidente tiene poderes tan absolutos como el de decretar el indulto a los genocidas como se propone hacer Menem sin consultar a nadie”.

Los primeros años de gobierno de Menem fueron de continuidad con el periodo previo en cuanto a la hiperinflación fue descontrolada, la represión para “resolver” la conflictividad social siguió y los planes de “estabilización”; a pesar de dar señales a los grupos más concentrados de las distintas fracciones burguesas, poniendo a un ministro de economía del riñón directo del grupo Bunge & Born no fueron suficientes para “calmar a los mercados”. Recién hacia 1991 se saldría de la crisis a costa de un precio muy elevado: la convertibilidad.

Convertibilidad, un plan de guerra pro imperialista

En 1991 Domingo Cavallo ya se encontraba como ministro de Economía. Entre otras perlas negras, tenía en su currículum el haber estatizado la deuda externa bajo la dictadura, redoblando las cadenas de sometimiento al imperialismo. En el número correspondiente al Plan de Convertibilidad lanzado en abril de 1991, leemos en Avanzada Socialista que el trasfondo del momento es de importantes luchas obreras, entre ellas la huelga ferroviaria contra la privatización y un estado asambleario en, por ejemplo, el Astillero Río Santiago que ya se preparaba para enfrentar los despidos de aquella empresa estatal. Veamos la explicación de la prensa que venimos citando en cuanto a los objetivos de la convertibilidad: “garantizarles a los yanquis el pago de la deuda y, por otro, alcanzar un nuevo ciclo de estabilidad que le permita al gobierno recuperar los votos de un importante sector de la clase media acomodada. ¿Y cómo pretenden conseguirlo? Pues, muy simple, la ley de convertibilidad significa que el Banco Central no podrá emitir más australes para comprar dólares para pagarle al imperialismo. De este modo, se proponen hacer bajar la inflación. Pero ¿de dónde sacarán ahora los australes para pagarle al Amo del Norte? Muy simple, lo que no recaudarán con impuestos inflacionarios a la población, lo juntarán con más superávit fiscal, es decir, aumentando los ingresos y reduciendo más aún los gastos del Estado. Lo nuevo es que esto, en el marco de una economía en franca bancarrota, sólo podrán lograrlo si le asestan un golpe decisivo a las conquistas del movimiento obrero. Por estos motivos es que decimos que el Plan Cavallo II es un intento de ir al choque contra el conjunto de los trabajadores”.

Todo este plan fue sostenido, como podemos apreciar a través de los siguientes números del mismo mes de abril y subsiguientes, por el apoyo político tanto de los radicales como de la burocracia sindical que fue cómplice del plan privatizador para incrementar los activos en el Banco Central que permitan sostener la paridad entre el peso -la nueva moneda nacional que reemplazó al Austral- con el dólar.

Conclusión

Es interesante cómo la prensa Avanzada Socialista busca alertar sobre el plan de convertibilidad, poniendo en guardia a sus lectores en el plano de la agitación política, planteando que los trabajadores sólo pueden confiar en sus propias fuerzas y pelear por unir todas las luchas en curso y coordinarlas a nivel nacional.

Como vimos, tanto la hiperinflación como la convertibilidad fueron las dos puntas de la soga para ahorcar al movimiento obrero y al pueblo pobre. Así nació el “menemismo” y fue con el aval de las cúpulas sindicales, que de poco se irían transformando en empresarios, tal como los conocemos hoy: llenos de negocios privados, lejos de sus representados. En ese sentido, el rol de la burocracia sindical de la CGT fue criminal. Si bien convocaron a 13 paros generales contra el gobierno de Alfonsín, alentaron a los trabajadores a depositar confianza en Carlos Menen, traicionando una vez más la independencia de clase y la independencia política, tan necesaria para el movimiento obrero. Pero lo criminal no termina ahí, dado que se negaron a unir los reclamos de los sectores no sindicalizados, aquellos pobladores los que protagonizaron “la rebelión del hambre” bajo Alfonsín y Menem. Al no unir a los ocupados y desocupados, se dejó a estos últimos librados a su suerte, de forma tal que en lugar de cumplir un rol revolucionario, uniendo a los sectores de la misma clase social –ocupados y desocupados- se alimentó la estrategia corporativista, es decir, solo de defensa de la “corporación” sindical.

Pero lo más criminal de todo estaría por venir en los años más duros del menemismo: las privatizaciones masivas de las grandes empresas del Estado. Todo fue privatizado, salvo el Astillero Río Santiago debido a la enorme lucha de los trabajadores. Pero todo esto, será el tema de nuestra próxima entrega de la serie “Años neoliberales”.


Daniel Lencina

Nacido en Buenos Aires en 1980, vive en la Zona Norte del GBA. Integrante del Partido de los Trabajadores Socialistas desde 1997, es coeditor de Diez días que estremecieron el mundo de John Reed (Ed. IPS, 2017) y autor de diversos artículos de historia y cultura.

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