[Desde París] Después de la masiva jornada de huelgas y manifestaciones del 7 de marzo, la burocracia sindical busca reacomodarse. El correo dirigido a Macron por parte de la Intersindical muestra todas las contradicciones de la situación.
La jornada de huelgas y manifestaciones del 7 de marzo fue histórica en su masividad, superando el récord previo del 31 de enero, tanto si seguimos los números de la CGT como de la policía. Que después de seis jornadas interprofesionales y casi dos meses de movilización se mantenga esa masividad, tanto en las grandes ciudades como en las ciudades medianas y pequeñas, muestra una vez más la profundidad del movimiento en curso. Al mismo tiempo, la jornada del 7 no abrió una nueva dimensión de la lucha, es decir una huelga que se vaya generalizando en la perspectiva de la huelga de masas. La responsabilidad central de este impasse recae en la Intersindical (integrada por las direcciones de las principales centrales sindicales del país) y su negativa a incorporar toda una serie de reivindicaciones que cambiaría el aquí y ahora de millones de explotados, en especial los más precarios, a la vez que demostrar una determinación cien veces superior a la clase capitalista. Esa es la única manera de dar una perspectiva más amplia a la lucha y permitir la irrupción de las masas explotadas en una lucha decisiva para revertir la inequidad de orden social y político dejado por décadas de políticas neoliberales sustentadas por las clases dominantes.
Todo lo anterior no significa que la tensión haya descendido ni que la lucha esté terminada. Lejos de eso. Por un lado, porque mismo si la Intersindical se ve obligada a proponer dos nuevas jornadas de acción antes de la votación en el parlamento, lo nuevo es que por primera vez desde el 19/01 varios sectores estratégicos están en huelga reconducible [1], así como otros sectores, lo que deja latente la perspectiva de un salto si no se deshilachan estas luchas, debido a la falta de apoyo y fortalecimiento efectivo de todas las alas de la Intersindical. Por el otro, porque el gobierno está cada vez menos seguro, a pesar de todas las concesiones hechas a los republicanos, de contar con una mayoría suficiente para hacer adoptar la ley y podría verse obligado utilizar el artículo 49.3 de la particularmente antidemocrática Constitución de la V° República, que permitiría la adopción en bloque del texto, forzando a los parlamentarios de derecha, que formalmente no pertenecen a la mayoría de Macron, a votar la ley para que no caiga el gobierno y que se abra, por ende, una grave crisis. Si el gobierno, que buscó por todos los medios evitarlo, utiliza esta arma antidemocrática puede empujar a un salto en la movilización y/o la radicalización del movimiento o una franja del mismo. La próxima semana dirá.
Carta a Macron: la bancarrota política del sindicalismo reformista
El día 9, la Intersindical dio a conocer el correo enviado a Macron. Recordando las “poderosas manifestaciones” organizadas en seis ocasiones desde el 19 de enero, los autores de la carta subrayan que “estas movilizaciones masivas, en toda Francia y en todas las categorías de trabajadores del sector privado y del público, han recibido el apoyo constante de la población francesa. Y, sin embargo, usted y su gobierno guardan silencio ante la expresión de este poderoso movimiento social. Para nuestras organizaciones, esta falta de respuesta constituye un grave problema democrático, y conducirá inevitablemente a una situación que podría llegar a ser explosiva”, escriben en su comunicado de prensa.
Este comunicado pinta de cuerpo entero la bancarrota política de la estrategia de conciliación de clases de la Intersindical. La carta a Emmanuel Macron es la búsqueda de un compromiso con el poder, que se transforma de más en más en imposible frente a la radicalización de la burguesía y a los avances estructurales de la ofensiva neoliberal. Es que como dice Frédéric Lordon en relación a la socialdemocracia, pero es extensible a todas las variantes de reformismo que componen la Intersindical:
Lo que la socialdemocracia hizo una hipótesis implícita de la buena voluntad del capital -buena voluntad del capital a entrar en un proceso de transacción para obtener compromisos. Pero, el capital ha conquistado (¡con la ayuda de la socialdemocracia! [2]) los medios estructurales para no transigir más, para no hacer transacciones, de no llegar a ningún compromiso y de imponer sus normas con la última unilateralidad, luego a desplazar las normas indefinidamente. Para retomar los términos, el “ángulo” hacia el cual estaban inclinados los partidos obreros está en vía de desaparición tendencial [3].
Esta imploración desesperada de los dirigentes sindicales de todas las Confederaciones al Ejecutivo es una muestra de la bancarrota estratégica del sindicalismo que se siente huérfano del poder. Pero frente a la negativa del presidente a la menor concesión, ni siquiera a recibirlos, las direcciones sindicales temen más a la movilización desafiante y no institucionalizada del movimiento de masas que a ser completamente ignorados como cuerpos intermediarios en la V República. Que la situación se transforme en explosiva es lo que les inquieta, no comprendiendo que, en la época del capitalismo en putrefacción, solo mediante una explosión revolucionaria es que la burguesía se ve obligada a ceder algunas reformas para no perder todo. Esta lógica es ajena a las direcciones sindicales como cuerpos intermediarios, en crisis, de la V República imperialista francesa.
La falta determinación para vencer
Estrechamente ligado a la búsqueda de un compromiso imposible con el poder, surge la falta de determinación para vencer que transpira por todos los poros la acción de los dirigentes sindicales, mismo cuando son obligados por la intransigencia del poder y la presión de las bases a ir más allá de lo que querían como el llamado a paralizar Francia. Así, en la mañana del 7, antes de que toda la fuerza de la clase trabajadora se desplegara en esa jornada histórica, Laurent Berger se dedicó con énfasis a separarse tajantemente de la consigna empleada por un dirigente de la Federación petroquímica de “poner la economía de rodillas”, buscando desacreditar toda tendencia a la huelga reconducible. Cuando le preguntaron el 7 de marzo en el canal LCI a propósito de esa consigna de “poner la economía de rodillas”, Laurent Berger fue mordaz: “la economía de rodillas, eso significa nuestros puestos de trabajo”, replicó, antes de precisar: “está fuera de cuestión hacerlo desde la CFDT, eso siempre ha estado muy claro”. Una declaración en consonancia con la posición del gobierno expresada en la víspera del 7. del gobierno: “Poner de rodillas a la economía es, en realidad, poner de rodillas a los trabajadores. Es poner en dificultades aún mayores a los que ya las tienen”, declaró el lunes Olivier Dussopt, Ministro de Trabajo, en la emisora France Info. Añadió que la próxima movilización “no cambia el carácter necesario de la reforma”, reafirmando la determinación del gobierno de imponer su reforma. Por su parte, Philipe Martinez, secretario general de la CGT, que antes se pavoneaba sobre la necesidad de generalizar huelgas reconducibles donde fuera posible, después de esa jornada no fue a uno solo de los piquetes y sectores en huelga para fortalecer esa dinámica, optando en los hechos por no hacer nada que ponga en riesgo la unidad de la Intersindical.
Esta actitud de los dos principales dirigentes sindicales del actual movimiento hace recordar la actitud de todas las burocracias sindicales cuando se ven obligadas a ir más allá de sus deseos. León Trotsky recordaba esto en un prólogo a la edición en francés de su libro ¿A dónde va Inglaterra?, al momento que esta entraba en 1926 en una huelga general y un enfrentamiento abierto entre las clases como había previsto su libro. Decía el revolucionario ruso a propósito de la burocracia sindical británica de la época:
El poder del Estado no es una idea, sino un aparato material. Si se paraliza este aparato de administración y de opresión, el poder del Estado queda igualmente paralizado. No se puede dominar en la sociedad moderna sin tener entre las manos los ferrocarriles, la navegación marítima, el correo y el telégrafo, las centrales de energía eléctrica, el carbón, etc. El hecho de que Macdonald [líder del Partido Laborista, entonces en la oposición] y Thomas [dirigente laboral y sindicalista], rechacen todo fin político los caracteriza a sí mismos, pero de ninguna manera caracteriza la naturaleza de la huelga general, que llevada hasta el fin tiene inevitablemente que colocar a la clase revolucionaria frente a la necesidad de la organización de un nuevo poder de Estado. Pero justamente se oponen a ello con todas sus fuerzas aquellos que han sido colocados por los acontecimientos a la cabeza de la huelga general. Y en esto consiste el peligro principal. Unos hombres que no quieren la huelga general, que niegan su carácter político, que nada temen tanto como las consecuencias de una huelga victoriosa, inevitablemente se esforzarán por todos los medios en mantenerla dentro del cuadro de una semi-huelga semi-política, es decir, realmente en privarla de sus fuerzas. Es necesario ver los hechos tales como son. Los principales esfuerzos de los jefes oficiales del partido laborista y de un considerable número de líderes sindicales no tendrán por fin la paralización del Estado burgués mediante la huelga, sino, por el contrario, paralizar la huelga general por medio del Estado burgués.
Las declaraciones y la brutal oposición de Berger a toda huelga reconducible y la actitud seguidista de Martinez, la carta del conjunto de la Intersindical a Macron exigiendo un compromiso imposible y la continuidad como forma de lucha de las jornadas de acción, mismo sin huelga, logran que, pesar de las enormes dificultades del gobierno que jamás estuvo tan a la defensiva en la aplicación de una contrarreforma, nos encontremos en el “cuadro de una semi-huelga semi-política” que planteaba Trotsky, sin que siquiera la Francia de 2023 haya entrado en una huelga general como fue el caso de Inglaterra en 1926. La responsabilidad entera corresponde a los dirigentes sindicales.
Y, sin embargo, las potencialidades para ganar existen
Esta semana el diario Le Monde publica una tribuna del colectivo de investigadores Quantité critique, en la que se exponen los resultados de una encuesta sobre la opinión -mayoritariamente negativa- de los trabajadores sobre la reforma de las jubilaciones, pero también sobre su participación en el movimiento social. La misma muestra todas las potencialidades del movimiento actual que venimos definiendo desde que comenzó el actual movimiento.
“Un rechazo masivo en todas las categorías de trabajadores alimenta la movilización [4] [...] este rechazo masivo se refiere en primer lugar a un hecho documentado desde hace años: el deterioro del empleo y de las condiciones de trabajo”. Yendo a ver los sectores que ya se han movilizado, los autores dicen
Si la oposición a la reforma de las jubilaciones es masiva en todos los sectores de la actividad laboral, todos los individuos no están igualmente en posición de movilizarse. Los individuos que hasta ahora se han movilizado en huelgas o manifestaciones (el 15% de la población activa) corresponden a una fracción específica de opositores, caracterizada ante todo por su proximidad a un sindicato. Más que la sindicación, lo que parece determinante es el vínculo con los sindicatos y el hecho de mantener relaciones de solidaridad en el trabajo. El aislamiento en el trabajo desempeña así un papel ambivalente: al tiempo que alimenta la oposición a la reforma, es, al mismo tiempo, un freno a la acción.
Pero lo más interesante de este original estudio, consiste en la definición que dan del “ejército de reserva” que aun existe para alimentar la movilización:
En el sector privado, por el contrario, fueron sobre todo los trabajadores cualificados, seguidos de los supervisores y empleados, los más movilizados. Un elemento inédito fue que los empleados de la subcontratación mostraron un nivel de movilización igual al del resto de la mano de obra (15%) y un fuerte potencial de movilización, con una elevada proporción de personas que creían que podían pasar a la acción (20%).
Y en el mismo sentido concluyen de forma significativa:
Además, un 15% de la población activa aún no ha participado en la movilización pero se declara “dispuesta a hacerlo”. Se trata sobre todo de jóvenes (19% de los jóvenes de 18 a 24 años), pero también de los que sufren las peores condiciones de trabajo y las mayores dificultades económicas (16% entre los que las experimentan todos los meses).
Como venimos planteando desde que comenzó este gran movimiento social, la cuestión estratégica central es cómo hacer entrar en la acción a estos importantes sectores del movimiento de masas, más alejados de los sindicatos pero que son los que más rechazan la reforma a la vez que son los que sufren las peores condiciones de trabajo y temen perder su nivel de vida en los próximos meses, así como la juventud gran parte de ella ultra precarizada como demuestra la explosión de las bolsas alimenticias estudiantiles durante el COVID y que duran al día de hoy. La estrategia de la Intersindical de solo limitarse al retiro de la reforma y no ampliar el rango de reivindicaciones a las cuestiones súper sentidas del salario y las condiciones de trabajo impide por el momento la entrada masiva de estos sectores, buscando que la misma si llega a concretarse se de en cuadro de jornadas pacíficas planteadas por los dirigentes sindicales limitando desde el vamos el carácter político y explosivo que tendría la entrada en escena de los sectores más explotados de la clase obrera. Es esto último lo que temen los dirigentes sindicales que no logran una salida honorable al conflicto. El secretario general de la CFDT, Laurent Berger, explicó el jueves en France Bleu Loire Océan que observa en las filas de los militantes “una especie de incomprensión, malestar y bronca que comienza a aumentar”. En las empresas, “la base está muy enfadada, el Gobierno cuenta con la dimisión y la gente lo sabe”, advierte François Hommeril, presidente de la CFE-CGC, que está “muy preocupado” porque “esto puede degenerar de verdad”. “Cuando escribimos al Jefe del Estado que la situación puede volverse explosiva, no es una broma”, insiste uno de sus homólogos [5].
Pero gracias a la estrategia derrotista de Berger y de Martinez, a la que también se plegó Jean Luc Mélenchon a pesar de sus recientes teatralizaciones anti parlamentaristas, el riesgo es que el vino se transforme en vinagre. Como decía Trotsky de la acción de sus homólogos ingleses en el pasado en relación a la huelga general:
Arrebatando a la huelga su programa político, los reformistas minan la voluntad revolucionaria del proletariado, conducen el movimiento a un callejón sin salida y obligan de este modo a las diferentes categorías industriales obreras a pequeños combates aislados.
Desde Revolución Permanente, a través de la Red por la huelga General que se apresta a realizar un acto en la Bolsa de Trabajo en París con algunos de los principales sectores en huelga reconducible, nos oponemos conscientemente a esta estrategia de la Intersindical y bregamos por todos los elementos que vayan en el sentido de la autoorganización, autoactividad y coordinación de los huelguistas, buscando crear lazos y levantando un programa ofensivo para empalmar los sentimientos profundos de los sectores más precarios, creando un pequeño polo que luche por imponer a la dirección actual de la lucha otra perspectiva que la que sostienen y lleva a la derrota. Como correctamente lo dice uno de los referentes de la red en la principal refinería de Francia, según da cuenta la corresponsal en El Havre de Mediapart:
Ante el micrófono, Alexis Antonioli, secretario general de la CGT en la refinería, llama también a la continuación de la huelga. Anuncia, como a nivel nacional, más del 70% de los huelguistas. Pero la paralización total de las instalaciones –para la que hay que contar con un retraso de cinco días por “seguridad”– no figura aún en el orden del día. De momento, solo se trata de garantizar los servicios mínimos en la refinería. Y el delegado sindical abordó la estrategia de la intersindical, juzgada demasiado blanda: “Su calendario con acciones discontinuas, 24 horas cada quince días, es la estrategia de la derrota... Si nos planteamos ir a la huelga quince días, tres semanas, no es solo para que no modifiquen el actual status quo, es para ir más lejos y recuperar la jubilación a los 60 años, con 55 años para los trabajos penosos” [6].
Sin ninguna ambigüedad afirmamos que, a diferencia de lo que dice la Intersindical, está claro que para ganar tendremos que bloquear el país, y para ello tenemos que construir la huelga general para lograrlo. Pero para que esto se concretice y efectivamente podamos luchar hasta el final y no solo declamarlo en los cantos, debemos ganar a la masa detrás de los sectores más estratégicos, sobre un programa ofensivo y compartido, única forma de vencer a Macron y su plan.
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