El cruce entre opresión racial y explotación de clase, constitutivo de los Estados Unidos como potencia imperialista, tuvo en las diversas guerras emprendidas por la burguesía norteamericana una de sus manifestaciones históricas específicas. Desde su propio nacimiento como Estado-nación moderno con la guerra de independencia, pasando por las guerras por la conquista del Oeste y por la hegemonía americana, la Guerra de Secesión, y luego las guerras mundiales, la de Corea y Vietnam, en todas se expresó de manera específica la “cuestión negra”. Si históricamente Estados Unidos se sirvió de la población negra para sus fines imperialistas mientras la condenó en el terreno interno a la esclavitud primero y a una ciudadanía de segunda después, el movimiento negro desplegó frente a esto múltiples formas de resistencia y fortaleció su organización.
A continuación, analizaremos este proceso desde la guerra de independencia hasta la guerra de Secesión, dejando para una próxima entrega el proceso que va de la primera guerra mundial a la guerra de Vietnam.
Independencia sin emancipación
Si no hay país en la historia mundial en el que el racismo haya tenido un papel tan importante y duradero como en los Estados Unidos, esta cuestión está presente desde antes de su existencia como tal. Es sabido que la esclavitud fue un factor gravitante no solo en el ascenso económico de las llamadas “Trece Colonias americanas” sino también en su proceso de independencia del dominio colonial inglés. Fue gracias a la hiperexplotación del trabajo esclavo de millones de negros que las colonias experimentaron el gran ascenso de la producción tabacalera y algodonera que generó una clase de ricos hacendados sureños que presionaban por la expansión territorial.
Tanto la extensión de las plantaciones esclavistas del Sur como el desarrollo de la naciente burguesía agraria norteamericana tendieron a chocar cada vez más con los límites comerciales e impositivos que imponía la metrópoli inglesa, generando las condiciones para la lucha por la independencia. En esa disputa las clases dominantes nativas lograron canalizar el malestar preexistente por las condiciones de vida de negros, trabajadores blancos y pequeños campesinos hacia la lucha contra el dominio colonial. Pero, como ha señalado Pablo Pozzi, el problema más serio con el que se enfrentaron al inicio las elites independentistas es que no contaban con mucho apoyo popular fuera de los sectores urbanos [1]. Esto era clave, ya que para enfrentar al Ejército inglés las colonias dependían del alistamiento de voluntarios (de hecho hasta la Primera Guerra Mundial Estados Unidos contó con un ejército permanente muy pequeño, recurriendo al alistamiento de voluntarios en primera instancia en caso de conflicto bélico). Buscando explicar el fundamento social de este escaso entusiasmo, el historiador Gerald Horne analiza que los colonos norteamericanos sostenían un proyecto y un modelo de desarrollo que era incompatible con el armamento de los esclavos, por lo que al comienzo en las milicias independentistas no se aceptaba a indios ni a negros, que constituían las escalas inferiores de la estructura social colonial americana [2]. Por oposición, el reclutamiento de negros por parte de las tropas británicas fue muy superior gracias a la dinámica que se abrió a partir de la llamada Proclama Dunmore –gobernador británico de Virginia–, quien en 1775 se comprometió a darles la libertad a los negros que pelearan en el bando británico. Trece mil indios pelearon del bando de la Corona inglesa a cambio de protección contra la expansión de los colonos sobre sus tierras, y según el historiador Peter Kolchin, se calcula que unos 50 mil esclavos se fugaron de las plantaciones sureñas de Carolina del Sur y Virginia [3] para apoyar al Imperio Británico que les prometió la libertad, poniendo en crisis el sistema esclavista (una dinámica social que volvería a repetirse luego en la Guerra de Secesión en detrimento del bando sureño).
Propagandistas como Thomas Paine, que pertenecía al ala radical de los revolucionarios y abogaba por la emancipación de los esclavos, fueron claves para consolidar apoyo popular para la guerra. Señala Autora Bosch que pasados los primeros momentos de entusiasmo, quienes mantuvieron el Ejército continental y lucharon en él de forma permanente no fueron los blancos propietarios, sino los blancos pobres –trabajadores itinerantes, inmigrantes alemanes e irlandeses, sirvientes contratados, presidiarios–, nativos americanos y esclavos negros, atraídos por la recompensa económica, la posibilidad de acceder a la propiedad, la concesión de la ciudadanía o la promesa de libertad [4]. Como las elites veían el peligro que representaba una guerra popular para el futuro orden post-colonial, nombraron a George Washington –quien luego sería el primer presidente del Estados Unidos independiente– al frente de los ejércitos independentistas. Washington era sureño, un acaudalado miembro de la clase dominante de Virginia, dueño de miles de hectáreas y cientos de esclavos.
Desde el comienzo el objetivo de Washington fue formar un ‘ejército respetable’. [...] La ruda, y a menudo sucia, democracia de los meses iniciales cedió ante una brutal disciplina. Washington y sus ideas sobre la disciplina simbolizaron perfectamente las esperanzas de muchos de los miembros del Congreso para una América independiente. La partida de los británicos, cuando ocurriese, llevaría a una sociedad ordenada y bajo el control de una elite americana [5]
Esa dirección política y social de la guerra y del proceso de independencia de conjunto hizo que quedara excluida la cuestión de la abolición de la esclavitud. Si bien esta comenzó a flexibilizarse en los estados del norte donde era escasa, (de hecho las tropas independentistas comenzaron a reclutar negros libres en Nueva Inglaterra y la Costa Este), se sostuvo en los estados sureños, donde se consolidó y cobró una vertiginosa expansión luego de la independencia conquistada finalmente en 1783. Así, la “primera democracia moderna” que esgrimió los postulados de la igualdad natural de las personas y el reconocimiento del derecho a la vida, la libertad y la felicidad como derechos individuales inalienables, nació negando esos derechos a millones de negros. Sería una independencia sin emancipación, la que solo se logró formalmente luego de la cruenta guerra civil.
“Cuarenta acres y una mula”
Como se sabe, la esclavitud fue abolida luego de la guerra más sangrienta que libró Estados Unidos en su propio territorio, la Guerra de Secesión transcurrida entre los años 1861-1865. Allí, los estados de la Unión (el Norte), con un modelo productivo industrial basado en el trabajo asalariado libre, se enfrentaron con los secesionados estados confederados (el Sur), con su modelo de desarrollo agrario basado en la extensión de las plantaciones como unidad productiva y el trabajo esclavo. Esta guerra tuvo una dimensión social y una espectacularidad que llevó a Marx a destacar:
Desde cualquier ángulo que se la mire, la Guerra Civil americana ofrece un espectáculo sin parangón en los anales de la historia militar. La inmensa extensión del territorio en disputa; la amplitud de las líneas de operación y del frente, la potencia numérica de los ejércitos rivales, la creación de los cuales no ha podido verse apoyada prácticamente en ninguna base organizativa anterior; el coste fabuloso de estos ejércitos; sus modalidades de mando y los principios generales de táctica y estrategia que rigen esta guerra: todo es nuevo para el observador europeo [6].
En su carácter, la de Secesión no fue una guerra contra la esclavitud sino una guerra entre fracciones de las clases dominantes que impulsaban modelos de desarrollo cuyas bases socio-productivas eran mutuamente excluyentes entre sí. Lincoln de hecho tenía una visión moderada en relación a la esclavitud, como sostuvo en su discurso inaugural de Marzo de 1861 “... No tengo el propósito de interferir directa o indirectamente, en la institución de la esclavitud en los estados donde existen. Creo que no tengo ningún derecho legal a hacerlo, y no tengo ninguna intención de hacerlo” [7]. Fue la dinámica del conflicto la que llevó a darle al problema esclavo una gravitación cada vez mayor. Como señala Robin Blackburn,
Lincoln había hecho todo lo que estaba a en su mano por promover la alianza más amplia posible en defensa de la Unión, acomodando a los moderados y haciendo concesiones a los propietarios de esclavos en los estados fronterizos. Pero para el verano de 1862, la falta de progreso, las numerosas bajas y la cautelosa y defensiva dirección de la guerra inspiraban crecientes críticas y una mayor disposición a escuchar a los abolicionistas y a los republicanos radicales, que abogaban por una estrategia más audaz tanto militar como políticamente [8].
El punto de inflexión de la política del bando unionista, así como de su estrategia para la guerra, fue la Proclama Provisional de Emancipación de Lincoln de 1862, que entró en vigencia al año siguiente, y por la cual estaban en condiciones de ser liberados unos 3,1 millones de esclavos, contra el moderantismo de los estados aliados fronterizos y del ala más conservadora de los republicanos que, abogando por una vía pactista con los confederados, se negaban a apoyar la perspectiva abolicionista. Esta política fue precedida por dos medidas previas fundamentales para el curso de la guerra: la aprobación por parte del congreso de la Segunda Ley de Confiscación, que permitía liberar a los esclavos propiedad de los rebeldes confederados, y la sanción de la nueva Ley de Milicia que eliminaba la estipulación, vigente desde 1792, según la cual solo podían alistarse los hombres blancos. Ambas medidas legalizaban una práctica que en los hechos se venía extendiendo: la llegada a los campos de batalla de miles de fugitivos que huían de las plantaciones sureñas, formando los llamados “contrabandos” que en muchos casos protagonizaron auténticas revueltas antiesclavistas. Irrumpió así de lleno en la guerra la “cuestión esclava”, su verdadero factor moral: 180.000 negros fueron alistados en los ejércitos de la Unión y unos 20 mil en su Marina. Señala Aurora Bosch que alistarse en el Ejército se convirtió para los negros no solo en un medio para la lucha por la consecución de su libertad, sino también en un vehículo de ascenso social, cuestión que se sostuvo a lo largo de la historia norteamericana. Muchos negros se alfabetizaron en el Ejército, y de allí surgieron los primeros líderes de la lucha por los derechos políticos en el período de la Reconstrucción [9]. Adicionalmente, esta huida de esclavos dañó la maquinaria bélica de los Confederados, a quienes les resultaba cada vez más dificultoso sostener la producción para la guerra. Pero los regimientos negros que se crearon, los llamados United States Colored Troops, popularmente conocidos como Buffalo Soldiers, no solo estaban segregados (eran exclusivamente de negros), sino que estaban invariablemente al mando de oficiales blancos, una constante en la historia de las Fuerzas Armadas norteamericanas.
La Asociación Internacional de Trabajadores (Primera Internacional), tomó la causa abolicionista como propia, y la vio como el preludio de la lucha revolucionaria de la clase obrera en alianza con los negros y los sectores oprimidos. De hecho, al finalizar la guerra se expresó una radicalización del proletariado norteamericano que, en el contexto del impacto de la crisis mundial de 1873 y el ascenso huelguístico en las ciudades industriales del Norte, derivó en una multiplicación de secciones de la AIT. En este contexto, una vez que la burguesía del Norte logró imponer su hegemonía político-económica sobre los esclavistas sureños gracias al enorme impulso de las masas populares, negras en buena medida, el peligro de una potencial unidad de la clase trabajadora blanca, negra e inmigrante llevó a las clases dominantes a establecer un pacto reaccionario que implicó la institucionalización del racismo con la imposición de las llamadas Leyes Jim Crow, arquitectura legal del segregacionismo sureño que quitó a los negros los derechos políticos conquistados en la inmediata post-guerra civil. Junto con esto se evitó cualquier tipo de reforma agraria que modifique la estructura concentrada de propiedad de la tierra sureña. El programa de los republicanos radicales que fue apoyado por Marx y que postulaba el reparto de 16 hectáreas (los famosos “cuarenta acres”) y una mula a los esclavos liberados, no fue llevado a cabo. Los propietarios de las plantaciones que habían huido dejando abandonadas sus grandes mansiones a medida que los Ejércitos de la Unión avanzaban sobre las regiones sureñas, retomaron sus títulos de propiedad, poniendo fin a las experiencias de reparto de la tierra. Recurriendo a distintos artilugios legales como el sistema del aprendiz, comenzaron a restablecer sistemas de trabajo casi esclavistas sobre los negros. Además, como la decimotercera enmienda establecía que “Ni en los Estados Unidos ni en ningún lugar sujeto a su jurisdicción habrá esclavitud ni trabajo forzado, excepto como castigo de un delito del que el responsable haya quedado debidamente convicto”, los hacendados restablecieron relaciones de esclavitud por la vía de la criminalización de la población negra.
En la post guerra civil, esto se combinó con una utilización de la población negra para el combate contra las tribus nativas, con el envío de los Búffalo Soldiers a las campañas militares en el sudoeste y las Grandes Llanuras para consolidar la política de expansión territorial del estado.
La burguesía buscó mostrar a las guerras como una permanente promesa de acceso a una ciudadanía plena para los negros, pero lejos de esto, estuvieron al servicio de consolidar su posición imperial y reforzar las estructuras que reproducían el racismo interno. Un racismo que fue fomentado sistemáticamente a los sectores populares para evitar cualquier confluencia potencialmente explosiva. A esto contribuyó activamente el modelo sindical que se consolidaba por entonces: la American Federation of Labour (AFL), creada en 1886, nació reivindicando su carácter de sindicato exclusivo: hombres, blancos (mayoritariamente cualificados). Contra este exclusivismo sindical nació en 1905 el sindicato Industrial Workers of the World (IWW) fundado por socialistas, anarquistas y sindicalistas radicales que se proponía organizar a la clase obrera en un sindicato único sin distinciones de raza, género ni cualificación. Pese a que se mantuvieron como una expresión organizativa minoritaria, los IWW permitieron el surgimiento de activistas y dirigentes negros que luchaban por la unidad de las filas de los trabajadores, fortaleciendo la lucha contra la opresión racial y la explotación que comenzaría su ascenso a partir de la primera y sobre todo la segunda guerra mundial, como analizamos aquí. Ya que si en Estados Unidos el racismo ha tenido un papel tan importante y duradero, lo mismo podemos sentenciar de la lucha contra él.
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