Vino desde Canadá. Junto a Gustavo Calotti pidieron declarar de forma presencial en el juicio que investiga los crímenes cometidos en las brigadas de Quilmes, Banfield y Lanús. La memoria precisa de cada compañero y compañera de cautiverio, el dolor que aún permanece en el exilio y la permanente exigencia de juicio y castigo a los culpables del genocidio.
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Valeria Jasper @ValeriaMachluk
Sábado 12 de marzo de 2022 14:24
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José María Novielo, Juicio Brigadas. Imagen: captura Youtube
José María Novielo vive en Canadá desde hace 40 años. Un exilio forzado lo abrazó al país del norte que le dio asilo como refugiado político. Él quiso declarar de forma presencial en el juicio que lleva adelante el Tribunal Oral Federal N°1 de La Plata por los crímenes cometidos en los Pozos de Quilmes, Banfield y Lanús, donde se juzgan a 17 represores.
Su testimonio, junto al de Gustavo Calotti, fueron los primeros en realizarse de forma presencial, en lo que va de este juicio.
El dolor del exilio
José María Novielo llegó a La Plata con una beca de estudio del Gobierno de Tierra de Fuego; comenzó las carreras de Agronomía y Antropología. Cuando la beca fue interrumpida por los cambios políticos de aquellos años, consiguió trabajo en la mítica librería Libraco, propiedad de Emilio Pernas.
A la par de su estudio, comenzó su militancia política en la Juventud Guevarista, brazo juvenil del PRT, donde sus tareas se limitaban a pintadas o lecturas de libros. El 9 de octubre de 1976 su vida cambió por completo. Con su voz pausada relató el calvario que comenzó ese día: "Llega una patota a la librería, algunos con pasamontañas, otros a cara descubierta, y toman la librería. Cortan la calle 6 y ahí dijeron ‘no queremos a los clientes, solamente nos llevamos a la gente que trabaja en la librería’. A partir de ese momento me ponen una capucha. Años después me entero de que había estado en el Destacamento de Arana. No voy a relatar lo que pasó en Arana porque ya está en otros testimonios. El horror y la tortura siguen conmigo", sostuvo.
De su paso por Arana recordó a Horacio Matoso, a Marlene Kruger a quien mencionó con profundo dolor: "A ella la veo porque me sacan la capucha para que me reconociera y ella negó conocerme. A ella la siguieron torturando y a mí me preguntaban si yo la conocía. Fue una cosa bastante difícil sobrevivir todos esos horrores, las torturas. Todavía no puedo dejar de recordar lo que significó Marlene en esos momentos. Escuchaba sus gritos en la tortura".
A los veinte días fue trasladado a la Brigada de Banfield, donde compartió celda con Pablo Díaz. En la celda contigua se encontraban Alicia Carminatti y su padre Víctor. Hacia el otro lado, Graciela Pernas y su esposo. Ella era hija de Emilio, dueño de Libraco y por quien Novielo tuvo unas emotivas palabras: "Lo más importante para mí es recordar a Graciela Pernas, que era la hija del dueño de la librería donde yo trabajaba. Era como mi hermana, pudimos charlar en la puerta del baño y me preguntó por su papá. Fue la última vez que la vi", afirmó con la voz quebrada.
Si bien no quiso explayarse sobre las condiciones de cautiverio en Banfield, sostuvo que "por cualquier cosa te pegaban. Las necesidades las teníamos que hacer en el mismo lugar. Después venía la otra guardia que nos decía sucios. Si ganaba Boca te daban algo de comer. La idea era que te tenían que mantener vivo, pero lo suficientemente débil. El grado de sadismo dependía de los que llegaban ahí", precisó y se refirió a lo que llamó "guardia dura" como "un pequeño infierno".
Junto con Pablo Díaz, lo trasladaron a la Brigada de Quilmes, donde se encontró con Gustavo Calotti y Walter Docters. Recordó el sadismo de los guardias quienes en una navidad los bañaron con acaroína como celebración.
En enero de 1977, ya a disposición del Poder Ejecutino Nacional, lo trasladaron a la Comisaría 3ª de Valentín Alsina y al día siguiente a la Unidad 9 de La Plata. Recuperó la libertad en 1981. Si bien su intención era quedarse en el país, no tardaron en llegar las amenazas. Emilio Pernas lo ayudó a salir del país, siendo recibido en Canadá como refugiado político, donde reside hasta hoy.
Visiblemente conmovido cerró su declaración dando cuenta del dolor que aún persiste en él: "Para mí es muy difícil venir acá. Hace 40 años que vivo en un país que e aceptó y me dio tranquilidad para poder seguir viviendo, pero mi país es este. Esta es mi cultura. Recuerdo a la gente, a mis compañeros, y solamente pido justicia para ellos porque yo nunca la tuve", afirmó.
"Esperé mucho el juicio"
Gustavo Calotti había comenzado su militancia en el Colegio Nacional de La Plata, dentro de la Unión de Estudiantes Secundarios. Trabajaba como correo en la Jefatura Central de Policía cuando el 8 de septiembre de 1976 fue detenido y llevado a Arana, lugar que reconoció por el ruido de los aviones (allí cerca funcionaba el aeropuerto); lugar al que describió como "exclusivo para torturar".
“Eran sesiones de torturas muy largas”, recordó. En Arana Calotti permaneció alrededor de quince días, donde compartió cautiverio con las víctimas de la Noche de los Lápices, entre ellos mencionó a Emilce Moler, Claudia Falcone y Pablo Diaz. Para el 23 de septiembre fue trasladado a la Brigada de Quilmes: “Quilmes era como un depósito donde traían mucha gente. Los hombres estábamos en un segundo piso, las mujeres en el primer piso y en la planta baja había detenidos comunes”, recordó.
Allí también estuvo con Moler, Patricia Miranda, Santiago Servin, Víctor Treviño, Néstor Busso, Miguel Galván, Osvaldo Busseto y su compañera Ángela López Martin, Juan Carlos Fund, Manuel Colley Robles. Mencionó a Ana Diego, Nora Ungaro y Marta Enriquez. No quiso olvidarse de nadie.
En enero de 1977 fue trasladado a la Unidad 9 de La Plata hasta ser liberado el 26 de junio de 1979. Luego de su liberación tuvo que enfrentar miedos, persecuciones y el exilio en Francia. Allí pudo estudiar y dar clases. Recién en 1992 regresó al país con su esposa e hijos. En 2011 pudo tener su diploma de secundario, hecho que recordó con mucha emoción.
“Yo estuve esperando este juicio hace mucho tiempo. No quise declarar de manera virtual porque tenía la impresión de que algo iba a quedar inconcluso, agradezco el esfuerzo para que esto se haya hecho de manera presencial”, dijo al finalizar su testimonio.
Al concluir la audiencia número 57 del juicio y a pesar del puñado de presentes en la sala, volvieron los aplausos.