Marcela Brizuela declaró en el juicio por la desaparición de Alberto Ledo 1976. Graciela Ledo rebatió las versiones de César Milani y Esteban Sanguinetti , los únicos imputados.
Maximiliano Olivera @maxiolivera77
Viernes 11 de octubre de 2019 22:00
Durante más de una hora y media, Marcela Brizuela de Ledo declaró en el juicio por la desaparición de su hijo Alberto, durante la última dictadura militar. La fundadora de la filial rioja de Madres de Plaza de Mayo repasó los hechos referidos a la desaparició cuando cumplía el servicio militar, por los cuales están imputados César Milani (falsedad ideológica de instrumento público) y Esteban Sanguinetti (privación ilegítima de la libertad y en el homicidio calificado de Ledo).
Ante el Tribunal integrado por los camaristas Gabriel Casas (presidente), Carlos Enrique Jiménez Montilla y Enrique Lilljedhal, también declaró Graciela Ledo, hermana de Alberto. Con claridad y contundencia, prestó un testimonio que contrarió las versiones de Milani y Sanguinetti.
“Lo busco al soldado Ledo”
El 4 de junio de 1976 era domingo y Marcela Brizuela aprovechó su franco para viajar hasta Monteros, Tucumán, para visitar a su hijo dos días después de su cumpleaños. Alberto Ledo tenía 21 años y desde enero de 1976 cumplía con el servicio militar obligatorio el Batallón 141 de Construcciones de La Rioja. Atrás habían quedado los estudios del segundo año de la licenciatura en Historia en la universidad de Tucumán, los amigos de las guitarreadas y hasta un amor tucumano llamado Silvia.
A fines de mayo Ledo y una compañía partieron hacia Monteros, asentándose en el predio donde está la actual Escuela de Comercio, en ese momento en construcción. Su tarea era realizar tareas de construcción, de mantenimientos, como parte del plan desplegado por el Ejército desde el Operativo Independencia. La labor se intensificó hacia la zafra. La compañía, agregada a la V Brigada que operaba en la zona, tenía a Sanguinetti como capitán y a Milani como uno de los suboficiales.
— ¿Qué necesita señora?
— Lo busco al soldado Ledo.
Cuando Marcela contestó a los dos soldados apostados en la entrada del predio recibió la noticia más dolorosa de su vida. En la madrugada del 17 de junio, Sanguinetti le ordenó a Ledo que lo acompañe en una recorrida de rutina. Fueron, volvieron. Fueron, volvieron. Y en la tercera vez, Sanguinetti apareció solo. Los colimbas transmitieron la versión oficial de la deserción que su madre se niega a aceptar hasta el día de hoy.
Un soldado riojano, Orlando Orihuela, se acercó al portón y le dio a Marcela los anteojos que su hijo, miope, usaba de manera permanente. “Sin documentos, sin plata, sin anteojos, mi hijo nunca se podría haber fugado”, afirmó Marcela. Esos anteojos y unas tres cartas que envió son lo único que quedó de los últimos días de Alberto. Su hermana, Graciela, los ofreció al tribunal cuando fue su turno de declarar.
Conmocionada por la noticia, la madre de Ledo buscó cobijo en una Iglesia. Luego regresó a La Rioja, presentándose en el Batallón 141 para entrevistarse con los coronales Héctor Pérez Battaglia y Jorge Malagamba. Pérez Battaglia juró que no sabía nada de su hijo. Luego viajó hasta Buenos Aires a buscar a su hija. Cuando Graciela la recibió en la estación de Constitución vio en su madre “una cara de tristeza que nunca en la vida me voy a olvidar, esa tristeza quedó en mi alma para siempre”. En la Capital comenzaron a recorrer los organismos de derechos humanos que existían y con los familiares que comenzaban a agruparse.
Marcela luego emprendió “el viaje más triste de su vida”, en tren hasta Tucumán. Allí hizo averiguaciones en la V Brigada y en la Policía. No se sabía nada del soldado Ledo, ni tampoco había un pedido de captura por su supuesta deserción.
“Nunca dejé de buscar a mi hijo”, cuenta Marcela a los 88 años. Luego de desacreditar la versión de Milani, que se plantea como un perseguido político, sostuvo: “En todos estos años no recibí ni una moneda. La vida vale solo vida. Y si no está, que paguen con prisión los responsables de su desaparición”. “A pesar del dolor que siento, todo eso me da fuerza. Todos los días de mi vida espero que hijo me golpee la puerta”, cuenta emocionada. Y exige. “Quiero que los responsables de la desaparición de mi hijo sean condenados, que mi sufrimiento y lucha no hayan sido en vano”. Sobre el final, demanda a Milani para que diga, ya que él afirma que no tuvo que ver, quién es el responsable.
El tío Alberto
El testimonio de Graciela Ledo apuntaló las palabras de su madre. Su evocación de Alberto a través de objetos y testimonios sirvieron para profundizar las dimensiones del caso, funcionando también como reverso de las versiones de Milani y Sanguinetti.
Desde 1968, Alberto y Graciela se habían ligado a los grupos juveniles surgidos en torno al obispo Enrique Angelelli. “Angelelli inspiró ansias y creencias que podíamos construir una sociedad mejor”, comentó. El destino del obispo, muerto en un ‘accidente de tránsito’ que luego fue juzgado como homicidio, estuvo antecedido de cruces con sectores reaccionarios. Desde el diario El Sol, Alberto, yo y centenares más éramos llamados ‘los marxistas de Angelelli’”, contó Graciela.
“Luego cuando viaja a Tucumán se incorpora al frente estudiantil y milita en el centro de estudiantes”, cuenta su hermana. Alberto ya había sido presidente del centro de estudiantes de la escuela Normal. Hasta diciembre de 1975, relata su madre, estaba abocado al reclamo por la reapertura del comedor estudiantil. Como muchos estudiantes del interior, necesitaba de ese espacio para poder comer.
Su hermana también mencionó un organigrama confeccionado por la inteligencia militar en donde se destaca a Alberto como “responsable gremial” del Centro de Filosofía y Letras. Ese documento llegó anónimamente a Luis Duhalde, entonces secretario de Derechos Humanos, quien lo remitió al juez federal Daniel Bejas. La familia Ledo no tuvo conocimiento durante años de esto. “Esa es la verdadera causa de la desaparición”, resumió.
Fuente: Perfil
Alberto siempre fue lo que se denomina un buen alumno. Llegó a ser abanderado, escoltado por su amigo Toledo Torres, que también está desaparecido. Le dijo a su hermana que quería ser profesor como ella. Buen lector, estaba entusiasmado con su carrera, quería conocer el marxismo y profundizar las ideas de los sacerdotes tercermundistas. Su hermana no lo puede asegurar, pero cree que tenía simpatías con el PRT. Le hizo escuchar Tío Alberto de Joan Manuel Serrat. “Si alguna vez yo no estoy, hacele escuchar a tus hijos, porque acá estoy yo”, le dijo. Era 1975 y fue el último encuentro entre los hermanos. Alberto estaba haciendo la colimba en Tucumán, mientras Graciela no podía volver a La Rioja porque en su casa paterna hubo un operativo, que se replicó en su departamento de Buenos Aires.
“Milani tiene que ver”
El 2013 fue un parteaguas para la familia de Alberto Ledo. César Milani llegaba al máximo escalafón al que puede aspirar un militar. Cristina Fernández de Kirchner lo nombró jefe del Ejército. Lo hizo a pesar de que su pliego ya había sido cuestionado en 2010 y volvía a ser cuestionado en ese momento. Como le gusta remarcar a su abogado, Milani fue nombrado con el acuerdo del Congreso.
Con su cara en todos los medios, se agitan los recuerdos oscuros en torno a ese subteniente. Alfredo Olivera llamó de inmediato a Graciela Ledo para decirle que él a Milani lo había denunciado en 1979, aun cuando era un preso político. El flamante jefe del Ejército que veían por televisión había participado del secuestro de él y su padre Pedro.
Comienzan a atar cabos. “Milani tiene que ver con la desaparición del Flaco”, resuena. Aparecen algunos testimonios. Que Milani confraternizaba con sus subalternos para preguntarles por cómo veían al gobierno de Estela Martínez de Perón, por la situación en general, si tenían alguna simpatía o actividad política.
En la versión de Milani, todas estas denuncias solo existen por su nombramiento en 2013. Habla de una conspiración política, motorizada por los medios. “Durante 40 años se olvidaron de querellarme”, dijo en una entrevista a Tuny Kollman y Daniel Tognetti, que fue motivo de disputa en la audiencia. Lo cierto es que ese subteniente que inició su carrera militar entre el Operativo Independencia y la Dictadura, siguió escalando, ocultado en la oscuridad de esos días. En el ocaso de la Dictadura, cursó en la Escuela Superior de Guerra y luego hizo el curso de Inteligencia.
Ese transitar tranquilo durante décadas es igual al del resto de los genocidas, salvados por las leyes de Obediencia Debida y Punto Final de Alfonsín, por los indultos de Menem. Pero también porque ninguno de los gobiernos desde el ’83 en adelante avanzó en la apertura de los archivos. Fue la lucha de los familiares y los organismos de derechos humanos, que conquistó el juicio y castigo a los genocidas. Los emotivos testimonios de Marcela y Graciela dieron cuenta de eso.
Maximiliano Olivera
Nació en Mosconi, Salta en 1989. Militante del Partido de los Trabajadores por el Socialismo (PTS). Miembro del comité editorial del suplemento Armas de la Crítica.