En la semana que pasó, mientras Xi Jinping despejaba los últimos impedimentos para prolongar su presidencia de manera indefinida, Evergrande escapó por tercera vez, en tiempo de descuento, a una cesación de pago de sus deudas. Pero las dificultades económicas, en el sector inmobiliario y más allá de él, se multiplican, y proyectan una sombra sobre las perspectivas para los próximos años.
En la última semana, mientras el Comité Central del Partido Comunista de China (PCCh) despejaba los últimos obstáculos que existían para la continuidad indefinida de Xi Jinping al frente de la República Popular, el gigante inmobiliario Evergrande que hace dos meses quedó al filo del default, volvía a escapar al mismo en tiempo de descuento. En el último minuto del miércoles, y cuando algunas agencias como la consultora alemana DMSA anunciaban que solicitarían la bancarrota del gigante inmobiliario Chino, la empresa pagó el vencimiento de USD 148 millones en cupones de bonos distribuidos en los mercados financieros internacionales. Para afrontar el vencimiento, la empresa vendió parte de sus acciones en otras empresas tecnológicas y de medios de comunicación. Es notable la dificultad para reunir una suma tan pequeña en comparación con los USD 30.000 millones de deuda total (de los cuales USD 19.000 millones están en los mercados internacionales como bonos). El 28 de diciembre la empresa deberá pagar otros USD 255 millones, en lo que se convertirá en otro test crítico.
Como ha ido quedando en evidencia, Evergrande, cuyos activos antes del desplome en curso equivalían a la friolera del 2 % del PBI de China, no es un caso aislado sino el eslabón más débil de las dificultades financieras que aquejan a los más grandes desarrolladores inmobiliarios de China. Ahora las miradas están puestas en Kaisa Group, que también tiene deudas significativas en bonos en el extranjero de corto plazo y ya advirtió de dificultades para afrontarlas.
En la semana que pasó la Reserva Federal de EE. UU. advirtió que el sector inmobiliario chino podría plantear riesgos globales, reclamando más intervención de Pekín. Si bien este último realizó en los últimos meses algunas operaciones para descomprimir en parte la situación como comprar otros activos de Evergrande a través de bancos estatales e inyectar liquidez, no anunció por el momento ningún salvataje más a fondo de Evergrande. En casos previos de firmas al borde de la quiebra, como el de HNA, la política de Pekín fue intervenir el directorio, asistir financieramente e impulsar la división de la empresa en distintas unidades de negocios, dirigidas por la burocracia del Estado. Es decir, se salva a la empresa pero no a su dirección. Respecto de Evergrande, en igual sentido de castigar a la dirección, el gobierno ha dicho que el dueño de la empresa, Xu Jiayin, debe responder con sus propios activos por las deudas a fin de evitar el default. Pero este no es un camino para evitar la cesación de pagos, sino solo para ganar tiempo, por el tamaño gigantesco de la deuda en discusión.
Hay varias razones que disuaden a Pekín de una acción de salvataje más a fondo de Evergrande. En primer lugar, el hecho de que la precariedad financiera de este y otros desarrolladores inmobiliarios fue agravada por la decisión de imponer en agosto del año pasado “tres líneas rojas” para poner coto al crecimiento descontrolado del apalancamiento financiero [1] que las empresas utilizaban para mantener un frenesí de la construcción (hasta entonces entusiastamente empujado por el gobierno central de China para mostrar las altas cifras de crecimiento económico). Estas líneas fueron: (1) mantener una relación de deuda sobre activos (excluidas las preventas) de menos del 70 %, (2) un apalancamiento financiero de menos del 100 %, y (3) una relación de liquidez [2] sobre deuda a corto plazo de más de 1 (para que la empresa pueda afrontar los vencimientos de deuda más cercanos con tesorería). Poco después de que se aplicasen estas normas, el crédito de bancos chinos a constructoras y promotoras comenzó a caer en picada y esto forzó un desapalancamiento de las empresas. La forma de buscar este desapalancamiento fue vender activos (entre otras cosas viviendas) en gran escala para pagar deudas. Sin suficientes compradores, en una economía que aunque se recuperó más rápido que otras también sufrió los lastres del covid, y con un mercado inmobiliario que hace años que produce en exceso, muchas firmas empezaron a “sincerar” las dificultades económicas y financieras que el endeudamiento permitía patear hacia adelante, mientras que el desarrollo de nuevos proyectos no hacía más que agravarlas.
Otra razón por la cual Pekín no apura una intervención más abierta, es su empeño en enviar el mensaje de que ninguna firma es “demasiado grande para caer”. Si esto no resulta creíble, todas las señales que viene enviando para enfriar el endeudamiento de las empresas pueden debilitarse. Tampoco Xi desea ser visto, a poco de lanzada la “prosperidad común”, como un líder demasiado dispuesto a salvar a las empresas en apuros de manera incondicional.
Pero la relativa inacción del gobierno encuentra dos límites. El primero es la magnitud del problema. Como ya dijimos, Evergrande no es un caso aislado sino parte de un problema generalizado que alcanza a casi 30 % del PBI del país (y que acumula deudas por USD 5 billones, 36 % del PBI). El segundo, ligado a lo anterior, es que el problema de la deuda en China, que estas medidas sobre el sector inmobiliario aplicadas en 2020 buscaban contener, no es uno que esté exclusivamente focalizado en ese sector. Se encuentra, por el contrario, generalizado, y ha sido parte del “combustible” con el que se fogoneó el crecimiento durante la última década. Como observamos en otra oportunidad, para todo el sector corporativo de China, la deuda permitió sostener su expansión económica sin verse limitados por sus “fundamentos económicos”, que en muchos casos mostraban rendimientos (en términos de rentabilidad sobre activos) peores que los de firmas similares en otros países o, en el caso de las empresas chinas de participación estatal, inferiores de los de las firmas de capital 100 % privado que actúan en el país. Si bien era tentador concluir, como han hecho varios marxistas, que esto es una muestra de que la ley del valor no opera o lo hace solo de forma muy limitada en China, es decir, como una muestra de los limitados avances del capitalismo en esta formación social, no nos parece que esta sea la conclusión correcta. Por el contrario, la necesidad de crear una masa de deudas gigantesca para limitar el peso de los “imperativos económicos” (rentabilidad y “eficiencia” del capital) como restricciones sobre la expansión, es un indicador del punto hasta el cual la ley del valor pesa sobre la economía.
Como observan Benn Steil y Benjamin Della Rocca en un artículo reciente de Foreing Affairs, Pekín ha venido mostrando respecto del problema de la deuda una política que, parafraseando un término aplicado en la Argentina a los ciclos dictados por la balanza de pagos, podríamos llamar de “pare siga”. El crédito en China “es, en última instancia, esclavo del objetivo de crecimiento del PIB del gobierno, que es del 6 % para este año. Cuando parece que el crecimiento va a estar por debajo de ese objetivo, Pekín impulsa el endeudamiento y los préstamos para impulsar las cifras”. Cuando la cosa parece estar a punto de salirse de control el gobierno aprieta el freno como medidas como las “tres líneas rojas” que, más allá de acelerar la crisis de algunos desarrolladores, el gobierno afirma que permitió avanzar en el objetivo de reducir el apalancamiento. El problema es lo que esto significa en términos de crecimiento. En el tercer trimestre de este año, para darnos una idea, la economía de China creció 4,9 %, un dato que para los gobernantes de cualquier otro país capitalista podría resultar envidiable pero que en el caso de China resulta tres puntos menos que en el trimestre previo. Las proyecciones para 2022 se están revisando todas a la baja. Eso podría ser una señal para pisar de vuelta el acelerador del endeudamiento. Continúan Steil y Della Roca:
En principio, el gobierno querría controlar el exceso de inversión alimentado por la deuda en los sectores de la vivienda y corporativo. Sin embargo, una recesión en cualquiera de los dos sectores asusta a Pekín. Por eso, cuando el gobierno frena la especulación inmobiliaria, simultáneamente aprieta el acelerador del endeudamiento empresarial para atemperar el golpe al crecimiento. Luego, ante la amenaza de impago de las empresas, el gobierno hace lo contrario. Los niveles de deuda siguen aumentando.
¿Será esta vez diferente? ¿Son las líneas rojas del año pasado, seguidas por el llamado a la “prosperidad común” este año, y la presión sobre algunos empresarios del sector tecnológico un indicador de que no se abrirá por otro lado el grifo de la deuda, generando otra fuga hacia adelante? Es algo que está por verse, y las señales del gobierno así como los indicadores de deuda del conjunto de la economía china de los próximos meses irán despejando la incógnita. Pero podemos arriesgar una respuesta. En pleno proceso para asegurar su continuidad en la presidencia de China por más de 10 años, siendo el primer presidente después de Deng Xiaoping que pone fin a la duración limitada a 2 mandatos de 5 años con la cual la burocracia del PCCh buscó asegurar la estabilidad gubernamental y moderar los conflictos para enfrentar cualquier amenaza a la continuidad del PCCh en el poder, no resulta lo más creíble que vaya a seguir pisando el freno. Como aventuran los autores del citado artículo de Foreing Affairs, el “crecimiento debe tener prioridad”. Si esto es así, el crédito que se restringe en el sector inmobiliario –más allá de que al mismo tiempo pueda ensayarse un salvataje que confirme que al contrario de las señales de los últimos días algunos desarrolladores son “demasiado grandes para caer”– el crédito barato será canalizado a las empresas estatales. “La producción global aumentará, muchos proclamarán el genio económico de Xi, y el Partido lo volverá a nombrar, tras lo cual renovará sus ataques retóricos contra la especulación y el apalancamiento”, concluyen Steil y Della Roca. China seguirá canalizando créditos baratos a empresas que no pueden devolver sus préstamos, con la consecuencia de que “estas tendencias significan una mayor probabilidad de una gran crisis financiera y un estancamiento económico a largo plazo” en un futuro no demasiado lejano.
Si bien la burocracia del PCCh cuenta con espacio para seguir postergando un desenlace catastrófico, se pone en evidencia la pérdida de eficacia de las herramientas con las cuáles sostuvo el alto crecimiento después de que el comercio mundial y las inversiones extranjeras en China dejaran de ser el motor poderoso que fueron entre 1990 y 2008 (lo que tampoco significo que estos recursos se volvieran irrelevantes). Todo indica que nos acercamos a una “nueva normalidad” de tasas de crecimiento más bajas, lo que puede ser fuente de mayor conflictividad social.
Los interrogantes de la “transformación histórica” de Xi
Aparentemente ajeno a las tribulaciones, pero con un ojo sin duda puesto en todos los escenarios de conflictos a los que pretende enfrentar con un poder más concentrado en la cúpula, el sexto pleno del Comité Central del Partido Comunista de China aprobó el jueves de esta semana la llamada “tercera resolución histórica”, que ubica al liderazgo de Xi Jinping a una altura equivalente, o incluso superior, a las de Mao Zedong y Deng Xiaping. Dicha resolución apunta a poner fin a la regla que rige desde que Deng fue sucesido por Jiang Zemin, que estableció que cada ocupante de la presidencia de la República Popular China esté al frente de la misma por dos mandatos de 5 años. Xi Jinping removió así todos los obstáculos para continuar en el poder después de marzo de 2023, cuando vence su actual mandato, y asegurar su liderazgo al menos hasta 2028.
Esta movida corona toda una serie de movimientos de reforzamiento del poder de la burocracia y de incremento de su intervención en la economía y la sociedad, que fueron de la mano de la elevación de Xi entre los estratos dirigentes para cumplir con su ambición de consolidar un liderazgo mucho más personalista y concentrado que el de sus predecesores. Se trata de una respuesta a las emergentes dificultades que ha venido encontrando el “milagro económico” chino, así como a la agudización de las rivalidades internacionales y de los conflictos que amenazan la integridad territorial de China.
Como observa Ralf Ruckus, autor de The Comunist Road to Capitalism [La vía comunista al capitalismo], “Los problemas económicos, medioambientales y políticos han limitado la capacidad del régimen para responder a la presión desde abajo con concesiones materiales. El régimen de Xi intentó recentralizar el poder y reforzar el control del PCCh sobre la economía y la sociedad” [3].
Por su parte, Nicholas Lardy en The State Strikes Back: The End of Economic Reform in China [El Estado contraataca: el final de la reforma económica en China], señala que el reforzamiento de la presencia del PCCCh en la economía y la sociedad significó el congelamiento o ralentización de mayores avances para el capital privado en sectores muy apetecibles, lo cual, como observa Au Loog Yu, generó un amplio descontento en sectores de la burguesía china.
Sería equivocado traducir esta suerte de “bonapartización” del régimen del PCCh como una marcha atrás en la restauración capitalista y una especie de destilación de un supuesto “socialismo con características chinas”, como sugieren algunos analistas. Se trata, en cambio, de una respuesta apuntalar la estabilidad del régimen ante las múltiples amenazas en el horizonte. Como observa André Barbieri:
[...] múltiples fuerzas estructurales están operando en China, mucho más allá de la crisis de Evergrande, que no predicen aguas tranquilas para el barco de Xi Jinping. Algo similar sucedió en la China imperial de Qianlong. A fines del siglo XVIII, China dominaba más de un tercio de la población mundial, tenía la economía más grande del mundo y, por área, era uno de los imperios más grandes de todos los tiempos. Sin embargo, hacia el final de la vida de Qianlong, la economía china comenzó a declinar debido a la corrupción y el despilfarro en su corte y una sociedad civil estancada. Las medidas represivas contra las revueltas campesinas no pudieron cambiar el curso descendente de la dinastía Qing.
Los demonios desatados de la inestabilidad económica con su correlato de descontento social, las hostilidades con EE. UU. y los conflictos en Hong Kong y Taiwán (por solo señalar los más críticos), podrían poner en entredicho la autoproclamada astucia de la burocracia del PCCh para navegar las crisis y mantener su férreo control político.
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