"Democracia sí, dictadura no, ¡LIBERTAD!" Con esta consigna la oligarquía terrateniente junto a los militares buscaron generar el clima para recuperar el control del Estado argentino. Crónica de un golpe planificado y anunciado.
Domingo 6 de septiembre de 2020 00:30
Comenzaba a golpear la crisis de 1929 en las tierras pampeanas y, con ella, la intolerancia de la burguesía argentina con el segundo mandato presidencial del radical Hipólito Yrigoyen. Pero ni la intolerancia hecha golpe militar surgió de la noche a la mañana, ni la Unión Cívica Radical (UCR) opuso mucha resistencia.
Como planteó Milcíades Peña “en enero de 1930 el precio mundial de los cereales había descendido 5% respecto de 1926. En agosto la disminución alcanzaba el 13%, y los precios de cueros, lanas y otras exportaciones argentinas descendían igualmente. Tocaba a su fin la prosperidad, y el capital nacional y extranjero advertían la necesidad de un gobierno desligado de compromisos con las masas populares y sin veleidades obreristas, un gobierno fuerte capaz de salvar la cuota de ganancia a expensas del nivel de vida de las masas trabajadoras y gobernar en íntimo contacto con los altos círculos capitalistas. Evidentemente, el gobierno de Yrigoyen no era apto para esta función.” (1)
La UCR era, por aquellos años, el partido burgués más popular con una base social y electoral muy heterogénea (trabajadores, pequeños productores urbanos y rurales, comerciantes, profesionales y estudiantes); pero era un claro representante de los sectores de la clase dominante: la oligarquía terrateniente y la incipiente burguesía industrial.
Este partido se pudo mantener cerca de 15 años en el gobierno, al cual accedió gracias a la Ley Sáenz Peña de 1912 que amplió el sufragio a todos los hombres mayores de 18 años. Esto quedó grabado en la memoria de la oligarquía tradicional como algo imperdonable ya que gracias al “populacho” (sectores obreros principalmente) le fue arrebatado el control directo del Estado. Aun así, la UCR protegió la gran propiedad agraria y se dedicó a arbitrar en los conflictos obreros.
Pero el segundo gobierno de Yrigoyen no fue apto, sentenció Milcíades Peña. Y no, no fue apto desde el punto de vista oligarca-burgués porque este sector quería más de lo que supo dar el doctor Hipólito Yrigoyen. La combativa clase obrera argentina sufrió duros reveses y derrotas bajo los gobiernos radicales, sobretodo, en la primera presidencia de Yrigoyen de 1916 a 1922. Por un lado, los combates obrero-barriales de laSemana Trágica de 1919 ferozmente reprimidos y, por otro lado, la valiente resistencia y luego triste e impune matanza de los peones rurales de la Patagonia de los años 1920-1922; dos páginas inspiradoras de la tradición de la clase obrera. Pero también son parte de otra tradición clasista: la de los oligarcas y los grandes patrones-empresarios que pusieron en movimiento grandes represiones y ejecuciones contra la organización de los trabajadores.
Cómo reflejaran las palabras de Peña, la crisis del 29 comenzó a sentirse en el país con unos meses de delay, afectando principalmente al precio de las materias primas argentinas. Ante esa pérdida de ganancias, la temerosa oligarquía tradicional observó que el presidente Yrigoyen y su doble estrategia estaban caducos. Ésta doble estrategia consistió en la concesión de algunas reivindicaciones para el movimiento obrero y cuando esto no fuera posible, el austero Yrigoyen (como le decían por su vida ultra reservada) enviaba a la Policía y al Ejército a perseguir a cuánto activista pudo. Sin embargo, en este doble plan de acción, el radicalismo también dio vía libre a los niños bien del Jockey Club. La actuación de la Liga Patriótica en la Semana Trágica es un claro ejemplo de ello. Aunque como veremos aquí, otros grupos de choque y organizaciones de extrema derecha inspirados en el fascismo de Benito Mussolini fueron parte de la preparación del golpe.
La hora del golpe de la espada
En la mañana del 6 de septiembre de 1930 el General José Félix Uriburu se hizo con el timón del gobierno despojando a Yrigoyen. Éste último en realidad había huido a la ciudad de La Plata, dejando al vicepresidente Enrique Santamarina al mando, que finalmente renunció horas después. La conspiración militar luego marchó por el centro porteño hasta la Casa Rosada: el General Uriburu, 600 cadetes y 900 soldados. Un “gran paseo” según Roberto Arlt en sus “Aguafuertes porteñas”. Pero aquel paseo militar que se apoderó del sillón presidencial fue fríamente calculado y planificado con antelación. Uriburu fue su cara visible o en palabras del joven capitán Juan Domingo Perón “un perfecto caballero y hombre de bien, hasta conspirando…un hombre puro y bien inspirado” (2). Mas no fue el único hombre puro y bien inspirado.
La oligarquía terrateniente, sectores del movimiento estudiantil y organizaciones fascistas generaron el ambiente para el golpe en las calles al grito de “Democracia si, dictadura no, ¡LIBERTAD!”. La libertad que pedían era el golpe. Pero no solo estos actores mencionados reclamaban “libertad”, también se sumó el grito del capital estadounidense, más precisamente la Standard Oil quién fuera la gran perjudicada por la política petrolera del depuesto Yrigoyen. ¿Qué buscaba la Standard Oil? Reemplazar al imperialismo inglés en sus relaciones comerciales con Argentina. Por esto se dice que fue un “golpe con olor a petróleo”, y esta afirmación adquiere más fuerza si tenemos en cuenta que uno de los ministros de Uriburu, Horacio Beccar Varela era abogado de las compañías petroleras norteamericanas.
Otros hombres puros y de bien que colaboraron en la preparación y se organizaron como bandas de choque fascistas fueron los de la Liga Republicana. Surgidos a fines del año 1929 y de marcado carácter anticomunista y antiobrero, la vida e ideas de esta organización estuvieron enfocadas a socavar al gobierno de Yrigoyen. La Liga Patriótica Argentina también reapareció en la escena. Y además se plegaron intelectuales como el conocido poeta nacionalista Leopoldo Lugones, quien fuera un gran propagandista del golpe de 1930. Previamente Lugones (en el año 1924), sin tapujos, pronunció un discurso ante el centenario de la batalla de Ayacucho que pasó a la historia como “La hora de la espada”, las siguientes líneas de aquel son ilustrativas de sus pensamientos: “Ha sonado otra vez, para el bien del mundo, la hora de la espada. Así como ésta hizo lo único enteramente logrado que tenemos hasta ahora, y es la independencia, hará el orden necesario, implantara la jerarquía indispensable que la democracia a malogrado hasta hoy, fatalmente derivada, porque esa es su consecuencia natural, hacia la demagogia o el socialismo.”
“La hora de la espada” preanunciada por Lugones llegó y con ella los fusilamientos, las torturas, los primeros desaparecidos y las deportaciones cuyas víctimas fueron militantes obreros. Y si bien este era el plan de los golpistas, no había acuerdo con establecer un sistema corporativo como opinaba Uriburu, es decir reemplazar el sistema democrático y de partidos, lo que implicaba excluir a las masas de la posibilidad de sufragar.
El imperialismo británico contraataca
Uriburu finalmente fue removido mediante elecciones totalmente fraudulentas y por esta cínica peculiaridad, estos años son conocidos como “década infame”. Por los constantes y alevosos fraudes bajo ley marcial y con la UCR proscripta. El elegido para la silla de Rivadavia fue el general Agustín Pedro Justo, que fue ministro de Guerra bajo la presidencia del radical Marcelo T. de Alvear (1922- 1928) y no acordaba con la visión de Uriburu respecto de una reforma institucional.
Justo fue el indicado ya que era muy cercano a los círculos oligárquicos conservadores y amigo del capital inglés, tenía todos los números para ser el ganador. Lo correcto sería llamar al interregno justista como el gobierno de los estancieros y del imperialismo inglés porque fue en estos años cuando ocurrieron dos grandes entregas: el Tratado de Ottawa y el Pacto Roca-Runciman.
En 1932 se firmó el tratado de Ottawa que, en resumen, garantizó que el 99% de la exportación argentina de carne enfriada fuera para Inglaterra, reforzando los lazos de dependencia y colonialismo. No conformes con esto, los estancieros y sus representantes políticos fueron por más en 1933 con la firma del tristemente célebre Tratado Roca-Runciman que estipulaba para la Argentina conservar todo el mercado británico y en contraprestación se entregaba el monopolio del transporte en la ciudad de Buenos Aires a compañías inglesas, además de concesiones aduaneras y el libre ingreso de mercaderías también de aquellas tierras.
Las organizaciones obreras y la izquierda
La clase obrera llegó mal preparada para enfrentar el golpe militar lo que facilitó que la oligarquía ganadera-terrateniente y la burguesía puedan imponer su orden mediante la represión, en el marco de la crisis económica y la recesión abierta en 1929 a nivel mundial. Haciendo un repaso rápido podemos decir que el movimiento obrero estaba organizado e influenciado por cuatro corrientes principales: socialistas, anarquistas, sindicalistas y comunistas. Dichas corrientes mantuvieron la pasividad frente al golpe e incluso el año anterior a que se establezca la dictadura, la clase obrera atravesó una gran fragmentación en sus filas que se expresó en la existencia de tres centrales sindicales de diferentes orientaciones ideológicas: la Confederación Obrera Argentina (COA), socialista; la Unión Sindical Argentina (USA), sindicalista; y la Federación Obrera Regional Argentina (FORA), anarquista; y se debe contemplar también como una virtual cuarta central obrera al Comité Nacional de Unidad Sindical Clasista (CUSC) orientado por los comunistas.
Por otro lado el 27 de septiembre de 1930 se unificaron la COA y la USA en la Confederación General del Trabajo(CGT). Sin embargo, esta unidad no produjo una orientación para enfrentar el golpe, más bien desaconsejaron huelgas y llamaron a confiar en el nuevo gobierno. Además, las condiciones de vida de los trabajadores se vieron gravemente afectadas. Se redujeron salarios de empleados públicos, aumentó drásticamente la desocupación y la explotación de los obreros ocupados mediante largas y penosas jornadas de trabajo.
No se puede dejar de lado tampoco el peso histórico de la corriente sindicalista, con gran influencia ideológica entre los trabajadores, para comprender la pasividad de las filas obreras. Particularmente por uno de sus principios más arraigados: “la prescindencia política” que postulaba que “la política” no era de la incumbencia de los trabajadores.
El Partido Comunista (PC), por su parte, que tuvo influencia desde mediados de los 20 en las incipientes industrias y su poderoso proletariado con su política sectaria. Como parte de su orientación ultraizquierdista en este período, se negó a todo frente único con las demás organizaciones obreras para enfrentar el golpe. Por un lado, el PC subestimó las perspectivas del golpe militar y, por el otro, concebía que el régimen capitalista llegaría próximamente a su fin. Por lo tanto la tarea que se habían dado era combatir a los socialistas y sindicalistas para liberar a los trabajadores del reformismo socialfascista. Solo un pequeño sector del anarquismo y los trotskistas, como grupo incipiente, propusieron enfrentar el golpe de Uriburu.
De conjunto, el reflujo -producto de las derrotas sufridas en la primera presidencia de Yrigoyen- y la fragmentación de la clase obrera, tuvieron como consecuencia el disciplinamiento de los trabajadores. Esto pudo ser posible como vimos, gracias a la política desplegada por la UCR en sus gobiernos y la estrategia conciliadora de las direcciones hegemónicas del movimiento obrero. La década del 30 y en los años siguientes, las direcciones obreras nuevamente se pondrían a prueba.
1. Milcíades Peña en Historia del pueblo argentino, pág. 452.
2. Robert A. Potash, El Ejército y la política en la Argentina 1928- 1945, Pág. 72.