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El Talón de Hierro. La Fotografía de Daniel Barraco: "En un mundo dominado por el afán de rentabilizarlo todo, creo en la riqueza de la obra misma"

Hoy el Talón de Hierro recibe a un hombre que retrató como nadie los rostros de nuestra clase obrera. Fotógrafo, escritor, editor y dibujante, con nosotros Daniel Barraco.

Martes 27 de agosto 20:00

-Bienvenido Daniel, ¿cómo estás?

- Muy bien, muchas gracias por las cosas que dijiste. Estoy muy contento estar acá.

-Bueno nosotros realmente estamos muy agradecidos de tu presencia.

Daniel Barraco comenzó a dedicarse a la fotografía en 1980 tras decubrir en un encuentro casual a quien sería su gran compañera por años, la cámara fotográfica. Dio sus primero pasos en la fotografía con Cayetano Arcidiacono y creó en 1981 el Grupo Fotográfico Imagen. En 1985 se fue a vivir a Francia, donde trabajó como copista (en blanco y negro) en el reconocido Laboratorio “Pictorial Service” de París, realizó fotografías para el Diario “Liberation”, fue retratista de “Le Monde”, sus fotografías se han expuesto en reconocidos encuentros y galerías de arte internacionales. En su amplio trabajo se han destacado las serie de retratos “Artes y Oficios”, “Noche de Circo” y “El truco de perder la infancia”. Además, ha dictado cursos en la Pontificia Universidad Católica de Santiago de Chile y talleres en el Instituto Arcos de esa ciudad. Vivió en Chile de 2004 a 2010. Actualmente vive y trabaja en Mendoza donde es responsable de Ediciones de El Amante Universal desde donde ha publicado 28 libros relacionados, principalmente, con el arte de la fotografía.

Foto: Daniela Higa
Foto: Daniela Higa

-Bueno Daniel, antes de descubrir la fotografía, fuiste un chico más de aquí, de Mendoza, trabajando en tu oficio familiar, y te tocó atravesar la juventud en una época muy importante…

- Claro, pero un chico más en aquellos años. Yo soy del 56, el país y el mundo eran muy diferentes. Los años 60 eran una cosa que hoy nos costaría mucho imaginar, los años 60 y también los 70, pero particularmente los 60. Yo era por supuesto un niño, pero quedaba todo ese impulso y estaba en el aire. En esa época, lo raro era no interesarse en la política. Eras un ave rara si no te interesabas en la política. Así es que, a los 11 años creo, fui a la unidad básica de mi barrio en la calle Vicente Gill a ver cómo podía colaborar. Ya un tiempo antes tenía mi simpatía por el peronismo. Bueno, a mí me marcó mucho una situación familiar, yo vengo de una familia conflictiva, una situación complicada en la familia, con mi viejo particularmente.

Entonces, cada tanto, yo me iba de la casa, me escapaba e iba a la casa de una pareja que tenían la casa en frente de (ahora) MDZ, en Arístides Villanueva, cuando eso no era lo que es ahora. Bueno, y eran dos intelectuales, en la casa pasaban y yo conocía ahí, a Mercedes Sosa, Tejada Gómez, al Negro Suarez, Iverna Codina, a la gente de la izquierda de los 60 y de los 70. Y fue a través de este hombre, que se llamaba Arnaldo Cócola, que yo escuché y me fui dando cuenta que si tenías una atracción, una inclinación por la cosa social, no podía estar fuera del peronismo. Y fue él quien me mencionó: “hay unos curas en la calle Catamarca, que son muy bien y que hay que ir a verlos”, entonces yo fui a verlos. Entre ellos estaba Rolando Concatti, que era como la figura de proa ahí. Había otros muchachos otros más. Y ahí entonces comenzó, mi acercamiento más fuerte al peronismo. Pero, ya te digo, era algo solamente normal militar.

-Era normal militar, pero tenía una historia muy particular la historia de los Sacerdotes de la Opción por el Tercer Mundo…

- Claro, los famosos 27, la gente que se reveló contra la curia, que se reveló contra un tipo de práctica, de la religión, del cristianismo, del catolicismo que era y que es todavía en muchos aspectos todavía retrograda, infame, totalmente contraria a lo que indica, a lo que fue Cristo.

Bueno, ellos son como hijos del Concilio Vaticano Segundo, y toda esa gente dijo, hay que hacer algo y se reveló contra los capos acá, y eso fue provocando cada vez enfrentamientos más complicados hasta que los echaron. Como quien dice, los excomulgaron, a un grupo, y se tuvieron que ir varios. Previo a algunos que después, años más tarde, en la época de las tres A, ya empezaron a irse del país por otra razón.

Ellos se fueron porque no lo dejaban trabajar. Rolando y otros más se fueron a París, en el año 66, estuvieron dos años. Rolando yo sé que estuvo en el mayo del 68. Como te he contado, ha sido uno de los grandes encuentros de mi vida, conocer a ese hombre, junto con otros en otras cosas. Que son poquitos, pero a ellos, bueno… Les dieron una patada y que se fueran, que salieran. Había gente de todo el país ahí, estaba Ramondetti, estaba el cura Mujica, grandes figuras del pensamiento, Dri. A esa gente, me acerqué yo como otros muchachos. Y ellos estaban cerca del Peronismo de Base, una de las tantas agrupaciones que había ahí, una agrupación que no empujaba la lucha armada, no estaba en eso. Puede que en un primer comienzo haya tenido que ver algo con la FAP, con las Fuerzas Armadas Peronistas, pero no. Entonces se armó lo que después se llamó la Coordinadora Peronista. Tengo que decir que yo era como el benjamín, un poco, de ese grupo.

- ¿Cuántos años tenías ahí?

- Era muy pibe, en el 72, yo soy del 56, 14 años, 15 y 16. Ellos eran mayores, gente de 15, 20 años más grandes que yo, nos separaba eso. Yo era el más pibe de todos y además era quizá uno de los pocos en ese grupo que no había estudiado. No había estudiado, llegué solamente a primer año de secundario, por aquello que te cuento de la situación familiar que era muy complicada, que sería muy largo de explicar. Entonces nos separaban varias cosas y nos acercaban otras muchas también, la política por supuesto. Pero la mayoría eran profesionales, doctores, ingenieros, en ese sentido yo no tenía nada que ver con eso.

Foto: Daniel Barraco
Foto: Daniel Barraco

-Estas experiencias marcaron tu vida, pero llega un momento donde empezás a buscar otros caminos, a viajar, a conocer y de alguna forma terminaste abrazando la fotografía como el oficio de tu vida, ¿no?

- Sí, tengo que decirte que, aunque a mí siempre me ha gustado conocer, no me fui a Francia a lo que por ahí algunos me dicen: “ah, te fuiste para perfeccionarte en la fotografía”. No, yo fui porque quería conocer un poco el mundo, salir de Mendoza. Tal vez si uno fuese porteño ya tendría una visión o una sensación más cosmopolita, pero ¿acá en Mendoza? Entonces yo fui por eso.

Mi salida, ese viaje de que vamos a hablar ahora, a los 21 años, que hice por Sudamérica. Es un viaje que en esa época se hacía mucho. Yo me fui a San Martín, me subí arriba de un camión y me fui a Tucumán y de ahí con otro camión me fui a hasta Yacuíba y crucé, y seguí, seguí… Se hacía mucho. No, no es como ahora que por un lado es muy peligroso y por otro lado puede que esté medio a la moda, tal vez, no sé cómo es viajar ahora, no lo sé.

No es que empecé a buscar otra cosa, pasa que se vino en una época muy complicada. Nosotros nos dimos cuenta que ya no era como en la época anterior al golpe del 24 de marzo, que si se detenían te llevaban a moler a palos pero que no te iban a matar. Ahora lo posible era que te mataran. Entonces hubo un gran repliegue, un gran volver a meterse ahí en el agujero a ver qué pasa. Y yo, además, en los últimos tiempos me había alejado de esta tendencia del peronismo, de la Coordinadora Peronista y me había acercado a la Juventud Peronista que estaba estrechamente ligada a los Montoneros. No sé si estrechamente ligada, pero estaba en el ala de los Montoneros, y mucha gente sabe que los Montoneros, no me acuerdo en qué fecha, en un gesto de absoluta irresponsabilidad (como después se ha visto que han hecho muchísimo, pero eran otros años y muchas cosas que hoy nos suenan tremendas en esos años pasaban) llamaron a la clandestinidad. Solo que ellos tenían la práctica de la clandestinidad y la inmensa mayoría de los peregiles, que éramos nosotros, no sabíamos donde meternos.

Anoche hablábamos por teléfono con mi hermano, largamente, y decíamos: vos y yo somos dos sobrevivientes, perfectamente nos podrían haber secuestrado. Nos tirotearon la casa. Vivíamos en la casa familiar, frente a la Tecnológica. Y fíjate que yo, de muy pibe, solía cruzarme la Tecnológica cuando había tomas y hablar, subirme a un cajoncito y decir: yo no soy estudiante, ni siquiera he hecho primer año, pero vengo a decirle estoy con ustedes, y la gente estaba enardecida. Bueno, habrá llegado a esos grupos de derecha que había ahí, por supuesto, de ultra derecha, nos tirotearon la casa. Por bastante menos de lo que nosotros hicimos, que era muy poco después de todo, hay gente desaparecida. Pasa, que nos tocó un sector del país… vos viste que esto se lo dividieron los milicos, los generales. Entonces si hubiéramos estado en Córdoba capaz que nos levantaban, pero inmediatamente. Pese a que yo creo que este sector estaba bajo el comando de Menendez, el carnicero ese. Pero acá la cosa era más atemperada dentro de todos, a pesar de que hay una buena cantidad de desaparecidos, pero si vos lo comparás con lo que pasó en La Plata o en Córdoba, bueno, fue mucho menos en Mendoza. Entonces ahí nos llamamos un poco a silencio y como que ahí vendría la otra vertiente.

Foto: Daniel Barraco
Foto: Daniel Barraco

A mí siempre me gustó dibujar, yo no soy un buen dibujante, simplemente me gustó dibujar. Me gustaría decirlo eso, porque no vaya a ser que aparezca yo como un gran dibujante. Yo lo único que he hecho bien es mi vida, en términos artísticos, ha sido la fotografía. Que hoy considero que no era una gran actividad, pero quiero decir: la fotografía, en todo caso, la hice bien. Lo que se puede hacer con la fotografía, desde mi punto de vista, lo hice bien. Yo dibujaba y me gustaba mucho escribir y quería ser poeta. Y leía mucho, leía a distintos poetas, pero leía particularmente a Ernesto Cardenal, el poeta nicaragüense. Siempre me gustó mucho el exteriorismo en la poesía, la corriente que viene de Ezra Pound y de aquellos poetas de comienzo en el siglo XX.

Así que me dije, con una compañera que yo tenía en ese momento, vayamos a verlo a Ernesto Cardenal, y por eso ese viaje. Solo que cuando llegué a Colombia, yo llevaba una radiecita donde escuchaba las noticias, lo que iba pasando. No me acuerdo en qué mes del año 77, para los que tengan mi edad o lo hayan leído, hubo el famoso copamiento del Palacio Presidencial de Managua por Edén Pastora, que era un comandante de la guerrilla. Entonces este hombre retuvo a una gran cantidad de gente, mil personas dentro del Palacio de Managua. Y en represalia la Guardia Nacional desde afuera entró a cazar gente de izquierda y, entre ellos, a Cardenal. Lo fueron a buscar. Él vivía en Solentiname, un archipiélago o que está dentro del lago de Nicaragua. Nicaragua tiene una gran boca que da al Pacífico y allá dentro hay, entre otras islas, el archipiélago de Solentiname, donde él tenía una comunidad religiosa, social, una cosa muy linda que él hacía. Que fue lo que le recomendó que hiciera Thomas Merton, cuando él estudió para sacerdote, que hiciera una comunidad. De tal manera que estando yo en Colombia, en una pensión muy pobrecita que era como un barracón dividido con telas, escuché la noticia de que Cardenal había tenido que escaparse, y ahí pegué la vuelta. Duró siete meses, el viaje, una cosa así.

Yo fui tres años a la Academia Provincial de Bellas Artes y fueron un desastre, eso, no pasaba nada, los profesores eran... Son conocidos, pero en ese momento no se servían para nada, realmente no enseñaban nada, no sé, habría que ponerse a conversar, ¿por qué ocurría eso? Pero era un lugar oscuro, donde no aprendías nada. En todo caso, sentía una cercanía con lo artístico y me daba cuenta que a través de la fotografía se podría hacer algo, y poco a poco me fui metiendo en la fotografía. Esto que estoy contando es una historia muy común, en muchos fotógrafos, es decir, hay muy pocos fotógrafos que hayan empezado desde chicos a hacer fotografía. La mayoría ha empezado a esa edad mía de tantos años e incluso más. Por una cosa totalmente fortuita, y por qué te da a la fotografía un medio de vida rápido.

Ahora todo el mundo puede sacar fotos y demás, en esa época la fotografía estaba relacionada con la impresión de la foto, no existían la computación, las cosas digitales. Entonces, el que sacaba foto tenía que revelarlas. Mientras que ahora la gente se saca fotos y las guarda en la computadora y no las ve más. Todo eso te da un medio de vida y eso era fundamental, y para mí era doblemente fundamental porque no tenía oficio. Y pasé unos años, desde que volví del viaje por Sudamérica hasta que empecé la fotografía, bastante angustiantes porque no sabía que iba a hacer de mi vida. Por un lado, en la familia, yo tengo dos hermanos que sí han estudiado y apuntaban a lo profesional, a carreras profesionales, mientras que yo era el que no tenía nada. Así que estaba complicada la cosa.

Cuando apareció la fotografía me agarre de eso como un medio de vida. A mí me parece que hay que darles mucha importancia a las cuestiones azarosas en la vida, muchas de las cosas que luego se convierten en algo fundamental, han ocurrido al principio de manera muy fortuita, podrían haber sido como no. Yo trabajaba en la fábrica de helados, la familia ha tenido durante más de 60 años una fábrica de helados. Trabajaba ahí y por razones familiares tuve que irme de ahí, y con el dinero que me dieron como una especie de indemnización, por haberme ido de la familia, de ese negocio, me asocié con otros compañeros de la época de la militancia, entre ellos el Jorge Vives que ha muerto hace un poco tiempo.

Foto: Daniel Barraco
Foto: Daniel Barraco

Y pusimos un café en el centro que se llamaba El Café, era muy bonito, en 9 de Julio y Espejo, un café que realmente parecía de los más bonitos de Buenos Aires, y fue un éxito muy grande. Entonces, a los seis meses mi hermano y yo, que éramos una parte de una sociedad de ocho personas, vendimos nuestra parte. Y con ese dinero yo pude comprar todo lo que hacía falta para el laboratorio de fotografía, entonces ahí se cerró el círculo. No solamente tomaba la foto, sino que podía empezar a aprender a copiarlas.

Había conocido en la Academia Provincial de Bellas Artes, creo que era profesor, a Cayetano Arcidiacono. Antes, tuve un pequeño paso por un vecino mío que es Roberto Tristán, pero nada significativo. Luego fui a verlo a Arcidiacono, que muy generosamente me recibía una vez por semana, a un barrio, uno de esos monoblocks que hay en Godoy Cruz. Yo le mostraba las copiecitas que hacía y él me las iba corrigiendo. Entonces, si bien con los años yo aprendí mucho más que eso, después. Pero él me dio una base sólida y sana, sin los vicios. Porque la fotografía técnicamente es muy generosa, vos podés cometer muchos errores y, sin embargo, la fotografía sale. Como dice un amigo mío, el Coco Yañez, el material es noble. Siempre sale la fotografía, tenés que realmente hacer un esfuerzo para que no salga. Pero él me enseñó cosas, Cayetano, que me sirvieron como estructura, como esqueleto, para que yo fuera progresando.

Era muy importante tener el laboratorio porque sino no podés trabajar. Acá no es como en Europa que podrías alquilar un laboratorio, además yo no habría tenido los medios para alquilarlo. Esa circunstancia del café hizo que yo pudiera comprar todos los elementos del laboratorio y ahí empecé a trabajar mucho, mucho, mucho, mucho. Como no tenía trabajo yo, como en la casa las cosas estaban muy complicadas familiarmente, me había como metido ahí adentro. No salía del laboratorio. Durante muchos años, pero esto lo digo como que esta mesa es negra, no conocí a nadie que hubiera trabajado tantas, tantas horas como yo en el laboratorio. Y a mí me gusta hacer un chiste y decir: Dios, en su infinita sabiduría, te ha puesto en tu cabecita las herramientas para que si vos algo lo hacés a conciencia, durante mucho tiempo, lo aprendés y lo controlás y lo dominás. Bueno, yo no soy creyente, pero quiero decir: no es una cosa de éste tiene el don, no.

- ¿Por esa combinación entre el oficio de sacar la foto, trabajar mucho en tu laboratorio y también por esta combinación de las casualidades que aparecen, terminás yéndote a París?

- Claro, porque yo quería irme a Nueva York. Ya me había dado cuenta, habíamos formado el grupo Imagen (no fuimos muy creativos con el nombre), éramos varios, estaba Arcidiacono, y nos habíamos suscripto a una revista, US Camera, y nos habíamos dado cuenta que la cosa estaba en Nueva York. Después descubrí que también era en Berlín, era en Londres también. Pero en ese momento, era Nueva York. Tenía la fantasía de irme a Nueva York y ser asistente de algún gran fotógrafo. Como me gustaba mucho en esa época, me sigue gustando, menos ahora, un fotógrafo que se llamaba Irving Penn, que para la anécdota era el tío de Sean Penn, el actor, y de Arthur Penn, que era el gran director de cine. Quise ir, entonces, en el Hotel que estaba en frente de la Plaza Independencia, venía una vez por mes el Cónsul norteamericano. Y te hacía una serie de preguntas absurdas. Te preguntaban, por ejemplo, piensa usted colocar una bomba a los Estados Unidos, bueno, cosas ridículas. No me dieron la Visa. Por supuesto que dije que no iba a poner ninguna bomba. Sino que evidentemente los tipos sabían que uno había estado militando, todo el mundo estaba fichado acá, todo el mundo tenía su ficha. No me dieron la Visa, así que no pude ir. Eso debe haber sido a comienzos del 85.

A mí siempre me ha gustado relacionarme con la gente e ir hacia la gente, no esperar que la gente venga hacia uno, sino ir hacia la gente. Había visto que había unos fascículos editados por Siglo XXI o el Centro Editor de Americana Latina, sobre fotógrafos argentinos. Entonces vi y dije, bueno, a ver cómo se hace para conocer estos tipos y fui a verlos. Y me hice conocido de Sara Facio, que ha muerto hace poco, Juan Travnik, Oscar Pintor y otros más que formaban una cosa, que tenía un nombre un poco pomposo, Congreso Argentino de Fotografía. Entonces, ellos, habiendo tomado mis datos, me mandaron una carta diciéndome que iba a venir a Buenos Aires una gran galerista francesa a traer una exposición, llamada 100 obras maestras de la fotografía francesa, Agathe Gaillard, se llama ella, una señora muy grande ahora.

Yo no entendí bien, y creí que me estaban invitando a mí a ir especialmente. Así que, con un amigo, Sergio Breitman, dijimos ¿cómo hacemos? Éramos tan pobres, como se dice. Entonces Sergio dijo: mirá, mi mamá trabaja con famosos Tupperware, viene todas las semanas un rastrojero, una camioneta que trae las cajas con Tupperware y se vuelve vacía a Buenos Aires. Así que nos fuimos en la caja de ese rastrojero, a los saltos, a la intemperie, hasta Buenos Aires, muriéndonos de frío. Y fuimos a la exposición de esta mujer. Y ahí ocurrió una cosa clave en mi vida, que no es azaroso.

Foto: Daniel Barraco
Foto: Daniel Barraco

Esta mujer, entre las actividades… Siempre pasa cuando alguien es famoso va a otro lugar, quiere conocer a la gente de lugar, a ver qué es lo que hacen, en este caso los fotógrafos. Ella quería saber sobre los fotógrafos de Argentina, había una cola de dos cuadras, con gente que llevaba los cuadros, las fotografías enmarcadas en vidrio, cualquier cosa había. Yo llevaba un sobrecito de papel, por supuesto sin papel fotográfico, y ahí llevaba mis fotos adentro. Y ahí ocurrió una cosa muy interesante. Muchos años después, vino un hombre de Toulouse y me hizo una entrevista, yo lo conté ahí, y él fue después a París, entrevistó a esta mujer y ella lo corroboró y lo contó. Ella vio las fotos y le gustaron mucho, le gustaron mucho. Había una mujer, María Cristina Oribes, que hacía de traductora, del francés al español, y ella dijo, ¿quién es este muchacho? Me gustan las fotos. Fue una escena digna de recordar, porque estaban todos estos capitostes de la fotografía de Buenos Aires y llega a un provinciano, y resulta que esta mujer, que venía con la aureola de haber abierto la primera galería privada, en París, y la que sobrevivía, y haber expuesto a los grandes. Dijo a mi me gustan las fotos que hace este muchacho ¿quién es? ¿Y de a dónde viene? Ah, de Mendoza. Yo más o menos me daba cuenta que por ahí venía la cosa. Esto provocó un tole tole, como dicen en Francia, entre los que escuchaban, que no lo podían creer ¿cómo puede ser? ¿cómo esta mujer va a estar hablando así? ¿por qué es así con Buenos Aires? A mí me gusta hacer la broma, de que en Buenos Aires todavía están viendo si existe vida fuera de la General Paz.

-Un saludo a toda la gente de Buenos Aires, que queremos mucho desde este Podcast, sigan escuchando El Talón de Hierro. Amamos Buenos Aires.

- A mí me gusta mucho Buenos Aires. A mí me hubiera gustado vivir, es más, a mi me hubiera gustado ser porteño, en serio te digo. Pero hay que decir eso, los tipos se le llenaron de bronca. Pero la mujer dijo, me gusta mucho, y después, en un aparte me dijo: mire, si un día va a París, yo le voy a dar una mano.

Finalmente, habiendo sido rechazado para ir a los Estados Unidos… Dos amigos que yo tenía acá (uno de ellos un ex preso político que se había ido después de 8 años de preso, se había ido con la opción, se llamaba la opción: te sacaban de la cárcel si te ibas del país, él había entrado en la época de Isabel) estaban en París, los había recibido el ACNUR en ese momento, me recibieron muy generosamente. Y yo dije, bueno, tengo más o menos armado la logística, me voy para allá, esta mujer me ha dicho que me va a dar una mano. Y así fui, con el pasaje de ida nada más. Vendí todo lo que tenía de lo que me había quedado del café, me había quedado un Fiat 1500 que lo vendí, y con todo eso junté para el pasaje de ida, vendí papeles de fotografía, todo, todo lo que encontré que lo pude vender, lo hice plata y me compré el pasaje de ida. Y llegué a París. Llegué a Madrid y ahí fui al corte inglés. Compré un pasaje en un tren normal y llegué la Gare de Austerlitz, y ahí me estaba esperando esta chica amiga, la Kelly Hermida, Marcela Hermida, y estuve viviendo seis meses en la casa.

Fui a verla entonces a Agathe Gaillard. ¿Se acuerda quién soy yo, el muchacho…? Y ella hizo algo muy bien, me hizo exponer con un tipo muy famoso de la fotografía, que está muy viejito ahora, pero que vive, que se llama Ralph Gibson, un norteamericano. Le tou París, la crema de la crema artística, vino a verlo a Ralph Gibson y yo ligué ese público que también vio mis fotos. Y expuse fotografías de un chico de mi barrio, Rodolfo Slukich, hermano de Patricia Slukich. Yo había hecho una serie de fotos de él, un flaco muy expresivo, que recuerda mucho al personaje de Muerte en Venecia, aquel Tadzio.

Foto: Daniel Barraco
Foto: Daniel Barraco

En ese encuentro, fue a ver a Ralph Gibson otro de los grandes encuentros que tuve (recién hablábamos de Concatti, en la época de los curas) que murió hace un par de años, Jean Claude Lemagny. Lemagny fue el primer director, durante 25 años del gabinete de fotografías de la biblioteca de Francia, una biblioteca fabulosa de millones de documentos. Él lo creó, no existía. Los franceses que se arrogan, que hablan de ellos como un gran centro cultural, recién en el año 69 crearon un departamento de fotografía que en Estados Unidos existía desde el año 36. Bueno, lo mandaron a él a Estados Unidos, para que aprendiera un poco y lo pusieron al frente. Era un hombre extraordinario. Era un hombre de un calibre intelectual excepcional y un tipo muy bien. Y ese fue mi gran sostén en esos 10 años que tuve allá. Por un lado, de manera prosaica, porque me compró muchas fotografías y compraba bien. Y luego, porque era muy lindo conversar con él, todo lo que nos aprendía con esa persona. Es muy afable, un hombre encendido, apasionado en las cosas que decía. Eso a mi me gusta mucho la gente. Y nos hicimos amigos, solía ir a cenar a la casa.

Tal vez al pasar, te debiera contar que yo llegué en junio del 85 y en febrero del 86 conocí a una piba Valérie Bisson, con la que yo viví siete años allá, una francesa. Luego, en febrero, al conocerla ella que trabajaba en el Centro Cultural Pompidou, se dio también la coincidencia de que entré a trabajar en Pictorial. ¿Qué es Pictorial? ¿Qué es lo que era? Esto, todavía. Ahora está totalmente pasado a la fotografía digital. Pictorial era uno de los dos o tres más grandes laboratorios y más importantes que había en el mundo. También por una circunstancia particular, porque el dueño, monsieur Gassmann, había sido compañero de trabajo de Cartier-Bresson. Cartier-Bresson es como el Picasso digamos. No sé si como el Picasso, pero una figura central de la historia de la fotografía. Entonces, ellos tenían todo guardado a ir a lo de Cartier-Bresson, se le copiaban las fotos, entonces iba mucha gente, muy importante.

Entre los fotógrafos que iban ahí, el que más me impresionó a mí, es otro que debe ser considerado en la historia de la fotografía entre los diez más importante, que se llama (ya está muy muy grande) Josef Koudelka. Koudelka iba, con mucha frecuencia, varias veces a la semana. Entonces, nosotros íbamos a almorzar con él y a mí me gustaba mucho verlo trabajar porque en ese viaje (íbamos una pizzería) me impresionaba mucho como trabajaba.

Foto: Daniel Barraco
Foto: Daniel Barraco

A mí siempre me han impresionado de las personas que han hecho o que hacen las cosas. Ahora estoy (ya vamos hablar ahora de la cuestión de la escritura) muy impresionado con Ricardo Piglia, cuando lees la historia (ayer terminé un libro, Piglia a la Intemperie) ves que solamente entregándote casi de manera monacal a una actividad es que podés profundizar. En ese caso, en ese sentido, este hombre era un verdadero monje de la fotografía. Un tipo que no hacía otra cosa que pensar y trabajar en fotografía. Y así ha hecho una gran, gran, gran obra en fotografía.

Luego, Jean Claude Lemagny. Y poco tiempo antes, poco tiempo después de llegar, como a los dos meses, coincidimos en la galería de Agathe Gaillard, con un soviético, un hombre de Uzbekistan, (estamos hablando del 85, todavía existía la Unión Soviética). Y ese, para mí, es un fotógrafo excepcional. A veces yo digo: un ángel con una cámara en las manos, de otra dimensión como fotografiaba ese hombre, con él aprendí mucho.

Luego, claro, he conocido gente interesante, porque la he conocido y te podría decir yo pasé una tarde con Octavio Paz y te podrías contar anécdotas. Pero uno aprende en la medida en que uno también tiene una formación sobre aquello a lo que te acerca. Yo no lo tenía, ni siquiera lo tengo ahora.

Pero en la fotografía sí aprendía mucho junto a Gueorgui Pinkhassov, que se llama este hombre, que luego entró de la mano de Salgado, de Sebastião Salgado, entró en Magnum. Y de Jean Claude Lemagny, que era un hombre fascinante escucharlo hablar. Se hacían unos encuentros en Arlés, que es una ciudad maravillosa que hay en el sur de Francia, una ciudad romana. Él hacía unas proyecciones de diapositiva que eran multitudinarias, porque él las iba comentando y vos te quedabas boquiabierto de los comentarios que él hacía, de las interpretaciones que él hacía sobre la fotografía. Eran de una riqueza, de una creatividad que pocas veces. Yo nunca más vi a alguien así. Cuando fui a Nueva York, me pasó una cosa curiosa, me preguntaron con qué personas yo trabajaba en Paris, tuve una entrevista en el Museo de Arte Moderno, y -o no conocían o no le asignaban mayor crédito a personajes que yo había conocido en Paris, que me habían comprado fotografías- hasta el momento en que nombré a Lemagny. Y ahí me dijeron: ah bueno, si usted trabaja con Lemagny, si usted lo conoce, eso es otra cosa.

Foto: Daniel Barraco
Foto: Daniel Barraco

-Bueno, este conjunto de experiencias hace que tu retorno es la Argentina en el 95, esté ya marcado por otros intereses también. Vos seguís con el trabajo de la fotografía, pero de a poco empezás a retomar el dibujo, te volcás a la ilustración y terminás hasta teniendo un emprendimiento editorial, ¿no? ¿Cómo podrías contar esta última etapa?

- Claro, para poder contar la última etapa, muy brevemente tengo que decirte que aunque yo, te he dicho recién, que no he conocido a nadie que trabajara tanto como yo en el laboratorio, tanto, tantas horas… desde el comienzo, sentí que la fotografía tenía, según mi punto de vista, una serie de limitaciones, como si dijéramos, estructurales. Que no posibilitaban un verdadero desarrollo expresivo, una verdadera profundización en ciertas cosas. Yo me daba cuenta que es la fotografía que yo hacía, que es lo que en los americanos llaman Streit Fotografie, es decir, fotografía directa, fotografías a lo que tenías enfrente. Bueno, había una limitación original, como si te hiciera un pecado original, que es que lo que vos fotografiabas estaba ya previamente ahí.

Es cierto que, bueno, que vos podés elegir una parte de eso para fotografiar y que, de hecho, lo tenés que elegir. Pero no es algo que vos crearas, eso previamente estaba creado. Esto que estoy diciendo ahora le va a caer muy mal a los fotógrafos. Luego lo hacías con una herramienta, como es la cámara fotográfica, que te era dada, que había sido desarrollada por otro hombre y que simplemente tenías que prenderla, utilizarla. Había una cantidad de limitación desde mi punto de vista. Pero gracias a ese prestigio que yo tenía de mis años en París, poco a poco fui organizando mi vida, vos que sos un hombre… ¿puedo decir que son marxista?

- Claro que sí.

- Claro que sí, con orgullo. Vos sabes que todo pasa por lo económico, que lo económico es una cuestión central en la vida de los hombres, de las sociedades. Bueno, pude ir organizándome y diciendo, bueno, vamos a ir dejando del lado la fotografía para volver a lo que yo hacía antes de la fotografía y que durante más de 30 años lo había dejado, que es la escritura. Y ahí, eso lo pude hacer gracias al último sería gran encuentro de mi vida que fue con Luis Alfredo Villalba. Un hombre que nos hizo un prólogo para el libro que hicimos de Arcidiacono, y a mí me cayó tan bien él, me pareció que tenía una gran capacidad pedagógica, que eso es raro, no es fácil. Vos podés ser un extraordinario artista, pero no saber transmitir las cosas. Por ejemplo, Rolando -que también era escritor- es un hombre que no me enseñó nada a mí de escritura, no sabía como transmitir sus conocimientos. En cambio, con Luis yo aprendí lo que pueda saber, lo que puedas saber, estamos hablando en este momento no de los resultados, sino de la metodología de cómo se hacían las cosas. Resultados, no soy yo quien tiene que evaluarlos. Y ese ha sido el gran encuentro. Entonces ahí entre ya definitivamente y es lo que yo hago ahora. Mi interés creativo por la fotografía a cesado completamente, a mí no me interesa en absoluto tomar fotografías. Pero sí he editado varios libros con esa especie de fondo de comercio que yo tenía de esas miles y miles de fotografía que había hecho, bien hechas y con toda la seriedad. Pero siempre alimentando una secreta sospecha sobre esa herramienta.

Entonces ahí fui dejando, dejando, y ahora estoy trabajando en un libro de fotografías de jazz de otro fotógrafo, pero a mí no me interesa en absoluto la fotografía hoy. Al contrario, creo que es una actividad menor y te podría decir que Henri Cartier-Bresson, después de 30 años y de haber alcanzado la cumbre de la fotografía, la dejó para dedicarse a dibujar, que es lo que él había hecho de joven. Y que un hombre que nosotros admiramos, Robert Frank, lamentó mucho no haber empezado con el cine antes, estamos hablando de Robert Frank, que en la historia de la fotografía es un antes y un después de Robert Frank y de su libro Los americanos, no haber hecho cine. Yo tengo, para mí, que esas son las grandes disciplinas, el cine, la música, el dibujo, la pintura, las fotografías están en un segundo plano, una segunda categoría, según yo veo las cosas.

Foto: Daniel Barraco
Foto: Daniel Barraco

-Bueno, quiero aprovechar para recomendar las Ediciones del Amante Universal, que tiene más de 28 títulos y que el año pasado ha publicado un libro que recomiendo especialmente, que se llama Más cerca de Marx2 con textos, algunos clásicos y otros inéditos, sobre la vida de este gran fundador de socialismo científico. Y me gustaría que te despidieras con algún mensaje que vos le quieras transmitir a la juventud que se apasiona puede ser por la fotografía, pero el arte en general, por la literatura… ¿Qué te parece que es importante que tengan en cuenta en estos tiempos?

- Me pone un poco en aprietos, es una cosa que queda un poco grande un mensaje a la juventud. Yo soy un joven, qué voy a decir yo a mis coetáneos… (risas)

- Sos un joven que tuvo más oportunidades aprender en el camino… Al que recién se inicia ¿qué le dirías?

- A mí me gusta mucho conversar, pero es una pregunta interesante y es una propuesta de decir algo, porque lo que yo tendría para decir no sé si es moneda de libre circulación actualmente ¿hay otra expresión parecida? Es decir, vos me contabas el otro día que te había gustado una frase que parece que vos la has escuchado en el documental ese en francés y es “on n’est pas venu dans ce monde pour faire des profits”, es decir, no hemos venido desde el mundo para hacer ganancias, para ganar plata. A mí me parece que el ser humano no está en el mundo para ganar plata, eso es como una ambición miserable. Yo te podría decir, trasladándolo, que mi emigración, o mi migración hacia la escritura, sean cual fuera en los resultados, ha sido también el producto, en el mejor sentido, de un deseo de hacer algo más complejo, más rico, con mayores pretensiones, en el mejor sentido de la palabra.

¿Qué le podría decir yo a la gente hoy que pudiera servir en un mundo que está absolutamente dominado por el afán de rentabilizarlo todo? Yo nunca creí eso, pero yo soy un hombre de otra generación. Y pienso que las cosas deben ser hechas, en este sentido que estamos hablando de lo artístico, por la cosa misma, por la riqueza que ellas pueden dar. Ya sean las fotografías o lo que fuera. Y si eso luego trae éxitos y dinero, bueno perfecto. Es más, yo creo que si vos hacés algo con mucha pasión, es muy posible que ganés plata porque la sociedad está compuesta por una cantidad de gente que vive en alguna vida más bien chata y el que levanta la cabeza destaca y es posible que a ese se lo señale y se le otorguen algunas prebendas y algunas cosas que no se le dan a los demás.

Ese sería mensaje, trabajar, trabajar y trabajar. Yo no creo en otra cosa que no sé el trabajo. En la famosa disputa sobre el talento y el trabajo. Yo estoy, no solo absolutamente por el trabajo, sino que creo que la idea del talento como un don es un error. El talento es una cosa que se desarrolla. Lo que luego es visto como un ¿cómo Picasso dibujaba así? Bueno, mirá como dibujaba Picasso de niño y vas a darte cuenta por qué llegó a dibujar de esta manera. La idea del talento como una cosa que cayó así del cielo y tocó a una persona, yo no creo en absoluto en eso. Pienso que es trabajo y trabajo.

Ahora, hay que disfrutarlo de ese trabajo, hay que encontrar la manera. Y hay que encontrar la manera, una cosa que es importante, de saber transitar las etapas que son bastante grises, en el sentido de que hay muchas cosas en el trabajo que hacés, en este caso artístico, donde no pasa nada, no lográs nada muy interesante. Y, cada tanto, metés es un gol. Pero tenés que ser capaz de soportar eso bien y sentirte bien hasta que llegue un momento de un logro.

-Muchísimas gracias Daniel.

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