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Red Internacional
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Recomendación. “La URSS en guerra” y una breve reseña

Tras otro aniversario del inicio de la Segunda Guerra Mundial, dejamos aquí el texto de Trotsky “La URSS en guerra” de 1939. Una reflexión no sólo del carácter de la segunda guerra mundial sino también del carácter de la Unión Soviética y la legitimidad de su defensa frente a un ataque de la Alemania nazi.

Jueves 2 de septiembre de 2021 23:39

El 1° de septiembre de 1939 se da inicio a la Segunda Guerra Mundial, uno de las mayores crímenes sociales de la historia de la humanidad, causando alrededor de 60 millones de muertes y exponiendo todas las peores miserias del sistema capitalista, dejándonos escenas de genocidio nunca antes vistas como el Holocausto o el horror de las explosiones atómicas de Nagasaki e Hiroshima por parte de los Estados Unidos. Sin embargo, distintas caracterizaciones aún existen sobre esta, ya sean aquellas concepciones que embellecen el rol de las potencias capitalistas occidentales o aquellas que glorifican el rol del Estalinismo. Aquí deseamos exponer una posición alternativa, la de los revolucionarios de la IV Internacional encabezados por el propio León Trotsky. Por eso queremos compartir “la URSS en guerra”, escrito el 25 de septiembre de 1939.

Sobre las causas y consecuencias podemos encontrar un análisis detallado en esta nota, sin embargo tomaremos algunos hechos relevantes que nos ayudan a contextualizar el momento en el que escribió Trotsky. La invasión de Polonia por parte de la Alemania nazi se encontraba en sus etapas finales: la capital, Varsovia, se encontraba bajo asedio y la mayor parte del país había caído en manos del régimen fascista de Hitler en un periodo de tiempo tan corto que sorprendió a propios y extraños. Pero más sorpresivo tal vez, fue la invasión soviética de la parte este de Polonia y los países bálticos (Lituania, Letonia y Estonia) producto de una cláusula secreta establecida en el pacto Molotov - Ribbentrop de no agresión germano-soviético firmado en agosto de ese año, que dividía Polonia entre ambos. Varias voces dentro de la izquierda revolucionaria se levantaron contra estos sucesos (el propio Trotsky incluido, valga la obvia aclaración) pero varios se apoyaron en esta traición para directamente abandonar cualquier defensa de la URSS, renegando de su caracterización como estado obrero y elaborando teorías como las del “colectivismo burocrático”, donde se iguala en los hechos el estalinismo decadente con el fascismo reaccionario para así justificar su accionar.

La postura de la IV Internacional, sin embargo, se mantenía inconmovible. Consideraba aún a la URSS como un Estado obrero y levantaba su defensa frente a cualquier agresión imperialista pero siempre marcando una clara independencia política del estalinismo. Obviamente no fueron pocas las críticas, ya sean por parte de los estalinistas o de los ultraizquierdistas.

Por eso, en el texto que traemos a colación, “La URSS en guerra” Trotsky se centra en tres ejes: En primer lugar, se propone discutir con las distintas posiciones ultraizquierdistas (particularmente algunos sectores del SWP estadounidense) que consideraban que la URSS ya no podía ser definida como un Estado obrero, ende anulando cualquier posibilidad de apoyo a esta frente a un ataque de la Alemania fascista o de las potencias occidentales capitalistas que amenazaban sus conquistas. En segundo lugar, realiza una crítica extensiva y filosa a la política llevada adelante por la burocracia soviética liderada por Stalin, responsable de importantes derrotas de las masas revolucionarias como en Alemania en 1933 o en España durante la guerra civil entre 1936 y 1938 que resultaron funcionales para el fortalecimiento del fascismo y el estallido de la guerra. En último lugar (como si todo lo anterior fuera poco) también se refiere al carácter imperialista de este conflicto bélico y detalla las tareas que deben cumplir aquellos que integraban las filas de la IV internacional no solo en los territorios ocupados por la URSS sino a lo largo del mundo.

El análisis que realiza en estos pasajes sorprende por su claridad pero también porque fue capaz de prever algunos de los sucesos que se dieron posterior a su muerte: La invasión de la unión soviética por los nazis después de que estos aseguran el frente occidental, la expropiación de los capitalistas y los terratenientes en los territorios ocupados por la URSS a través de los métodos de la burocracia se destacan como los más prominentes.

Pero lo principal a destacar, es la defensa al carácter obrero del Estado en la URSS, sin dejar de denunciar y combatir a su dirección política burocratizada y contrarrevolucionaria. En esta lucha implacable contra el estalinismo y su política reaccionaria, así como su profunda convicción de que la única salida posible para la humanidad de esta catástrofe era la revolución proletaria mundial y la denuncia de la guerra como imperialista y la defensa del “derrotismo revolucionario”, retoma la vieja (pero no obsoleta) fórmula que Lenin utilizó para definir la postura de los revolucionarios en la primera guerra mundial: Ningún apoyo a ninguna de las potencias capitalistas y la transformación de esta guerra imperialista en una guerra civil, a través de una permanente confrontación frente a los sentimientos chauvinistas y a la guerra misma. El razonamiento para esto es que el principal enemigo del proletariado es la propia burguesía que la oprime dentro de su propio país. Una victoria de esta sería contraria (y sumamente perjudicial) a los intereses históricos de la clase trabajadora.

Trotsky defiende y aplica el mismo principio con la segunda guerra mundial, sumando la defensa de la URSS como un nuevo elemento principal: La caída de esta a manos del fascismo o de los capitalistas occidentales no traerá nada bueno para los trabajadores del mundo, más allá de su degeneración burocrática. Pero como se mencionó más arriba, esta postura no implica una sumisión a la política traidora de la burocracia de Moscú, sino justamente una tarea necesaria para la preparación de la revolución mundial y la regeneración de la URSS.

Podríamos seguir describiendo las cualidades del texto en cuestión pero nos extenderíamos demasiado. Así que dejamos una cita directa del texto que, creemos, sigue tan vigente hoy en día como en aquellos años de catástrofe: “Tal y como están las cosas, somos una minoría revolucionaria. Nuestro trabajo debe consistir en hacer ver las cosas correctamente a los trabajadores sobre los que tenemos influencia, en enseñarles a no dejarse engañar, y en preparar un sentimiento general de clase, para que en su día sea capaz de enfrentarse revolucionariamente a la tarea que le corresponde”

Quienes quieran profundizar en estos aspectos, recomendamos la lectura de La Segunda Guerra Mundial y La Revolución (Trotsky, León, 2015, Ediciones IPS)

La URSS en la guerra

El pacto germano-soviético y la naturaleza de la URSS

¿Es posible, una vez concluido el acuerdo germano-soviético, seguir considerando a la URSS como un estado obrero? El futuro del estado soviético ha suscitado, una y otra vez, discusiones entre nosotros. Tenemos ante nosotros el primer caso histórico de estado obrero. Nadie ha podido analizar antes este fenómeno. En el problema del carácter social de la URSS, los errores suelen proceder, como ya habíamos previsto, de reemplazar el hecho histórico por la norma programática. El hecho concreto se deriva de la norma. Esto no significa, sin embargo, que la rompa: por el contrario, la reafirma, en su aspecto negativo. La degeneración del primer estado obrero, prevista y explicada por nosotros, ha demostrado gráficamente lo que puede y debe ser un estado obrero bajo determinadas condiciones históricas. La contradicción entre la norma y el hecho concreto no nos obliga a rechazar la norma, sino, al contrario, a luchar para construir un camino verdaderamente revolucionario. El programa para abordar el problema de la revolución en la URSS está determinado, por un lado, por el hecho histórico objetivo de la existencia de la URSS y, por otro, por la norma del estado obrero. No decimos: "Todo se ha perdido, debemos empezar de cero otra vez", sino que indicamos claramente los elementos del estado obrero que, en el momento actual, pueden salvarse, preservarse e incluso desarrollarse.

Los que hoy afirman que el pacto germano-soviético debe cambiar nuestra posición respecto al estado soviético se basan en la postura del Comintern -o mejor dicho, de la antigua postura del Comintern-. De acuerdo con esta lógica, la misión histórica del estado obrero es la lucha a favor de la democracia imperialista. La "traición" de las democracias a favor del fascismo despoja a la URSS de su condición de estado obrero. De hecho, el tratado con Hitler no es sino un dato más del grado de degeneración de la burocracia soviética, y de su desprecio por la clase trabajadora internacional, incluido el Comintern, pero no la base para una revaluación de nuestra concepción sociológica de la URSS.

¿Se trata de un crecimiento canceroso o de un nuevo órgano?

Nuestros críticos han argüido más de una vez que la burocracia soviética actual se parece muy poco a las burocracias burguesas’ o sindicales en las sociedades capitalistas: que representan una nueva formación social, en mucha mayor medida que el fascismo Esto es casi verdad y nunca nos hemos negado a reconocerlo. Pero si consideramos a la burocracia soviética como una "clase", debemos reconocer inmediatamente que no se parece a ninguna de las clases basadas en la propiedad que hemos conocido en el pasado. Frecuentemente llamamos "casta" a la burocracia soviética, tratando de simbolizar así su carácter cerrado, su gestión arbitraria y la altanería de su estrato dirigente, que considera que sus progenitores proceden de los divinos labios de Brahma, mientras que las clases populares han nacido de sus partes más groseras. Pero esta definición no es estrictamente científica. Su relativa superioridad se basa únicamente en que el sentido general del término es claro para todo el mundo, sin que a nadie se le ocurra identificar la oligarquía de Moscú con la casta hindú de Brahma. La vieja terminología sociológica no posee un término adecuado para un nuevo acontecimiento social que está en evolución (degeneración) y que no ha tomado todavía formas estables. Para nosotros, sin embargo, la burocracia soviética puede seguir llamándose así, burocracia, sin privarla de sus peculiaridades históricas. En nuestra opinión, esto es suficiente por el momento.

Científica y políticamente -y no sólo terminológicamente-, la cuestión central es: ¿es la burocracia un crecimiento temporal en un organismo social o se ha transformado ya en un órgano históricamente indispensable? Las excrecencias sociales pueden ser el producto de un conjunto "accidental" (por tanto, temporal y extraordinario) de circunstancias históricas. Un órgano social (y esto son las clases, incluidas las clases dominantes) sólo puede comprenderse como el resultado necesario del desarrollo de las necesidades de la producción. Si no respondemos a esta pregunta, la discusión se convertirá en un mero juego de palabras.

La pronta degeneración de la burocracia

La justificación histórica de toda clase dominante consiste en afirmar que el sistema de explotación que capitanea lleva el desarrollo de las fuerzas productivas a un nuevo nivel. Fuera de toda duda, el régimen soviético ha dado un gran impulso a la economía. Pero la fuente de este impulso fue la nacionalización de los medios de producción y la planificación económica, y no el hecho de que la burocracia usurpara el mando de la economía. Por el contrario, el burocratismo, como sistema, ha sido el peor enemigo del desarrollo técnico y cultural del país. Durante algún tiempo, esto estuvo oculto por el hecho de que la economía soviética tuvo que dedicar dos décadas a asimilar la tecnología y la organización de la producción de los países capitalistas avanzados. Este período de imitación y trasplante se ha podido cubrir, para bien o para mal, con el automatismo burocrático. La aguda y constante contradicción entre ambos elementos conduce a constantes convulsiones políticas y a la eliminación sistemática de los elementos más creativos en todas las esferas de actividad. De este modo, antes de que la burocracia haya conseguido producir una "clase dominante", ha entrado en contradicción irreconciliable con las exigencias del desarrollo. La explicación de esto debe basarse precisamente en el hecho de que la burocracia no es el portador de un nuevo sistema económico peculiar e imposible sin ella, sino un parásito que crece en un estado obrero.

Las condiciones para la omnipotencia y caída de la burocracia.

La oligarquía soviética posee todos los vicios de las antiguas clases dominantes, pero carece de su misión histórica. En la degeneración burocrática del estado soviético no se expresan las leyes generales de transición de la sociedad moderna del capitalismo al socialismo, sino una refracción especial excepcional y temporal de dichas leyes bajo las condiciones de un país atrasado y revolucionario en un contexto capitalista. La escasez de bienes de consumo y la lucha generalizada por conseguirlos da lugar a un policía que se arroga la función de la distribución. La hostilidad exterior confiere al policía el papel de "defensor" del país, le dota de autoridad nacional y le permite saquear el país por partida doble.

Las dos condiciones de la omnipotencia de la burocracia -el atraso del país y el entorno imperialista- tienen, sin embargo, un carácter temporal y transitorio y deben desaparecer con el triunfo de la revolución mundial. Incluso los economistas burgueses han calculado que, con una economía planificada, los EE.UU. alcanzarían rápidamente un producto nacional de 200 billones de dólares, que sería suficiente para asegurar a la población, no sólo la cobertura de sus necesidades primarias, sino un elevado nivel de confort. De otra parte, la revolución mundial suprimiría la amenaza exterior, que es otra de las causas de la burocratización. La eliminación de la necesidad de gastar una parte enorme del producto nacional en armamento elevaría aún más el nivel cultural y de vida de las masas. En estas condiciones, la necesidad de un policía distribuidor caería por sí misma. Una administración similar a una cooperativa gigante suplantaría rápidamente el poder del Estado. No habría lugar para una nueva clase dominante o para un nuevo régimen explotador, situado entre el capitalismo y el socialismo.

¿Y qué pasará si no tiene lugar la revolución socialista?

La desintegración del capitalismo y de la vieja clase dominante ha alcanzado límites extremos. La supervivencia de este sistema es imposible. Las fuerzas productivas deben organizarse de acuerdo con un plan. Pero, ¿quién cumplirá esta tarea, el proletariado o una nueva clase dominante de "comisarios", políticos, administradores y tecnócratas? En opinión de algunos racionalistas, la experiencia histórica demuestra que no se debe depositar ninguna confianza en el proletariado. El proletariado se demostró incapaz de impedir la última guerra mundial, aunque las precondiciones materiales para una revolución socialista ya existían en aquel momento. Los éxitos del fascismo tras la guerra serían una nueva muestra de la "incapacidad" del proletariado para sacar a la sociedad capitalista de su callejón sin salida. La burocratización de la URSS sería una nueva prueba de la "incapacidad" del proletariado para organizar la sociedad por medios democráticos. La revolución española ha sido estrangulada por las burocracias fascistas y stalinista ante los mismísimos ojos del proletariado mundial. El último eslabón de esta cadena es la nueva guerra imperialista, que se prepara abiertamente, ante la impotencia del proletariado internacional. Si se adopta esta concepción, esto es, si se reconoce que el proletariado no tiene fuerza suficiente para llevar a cabo la revolución socialista, la urgente tarea de la estatalización de las fuerzas productivas deberá realizarse por otros. ¿Por quién? Por una nueva burocracia, que reemplazará a la decaída burguesía como clase dominante a escala mundial. Así están empezando a plantear el problema algunos "izquierdistas" que no se contentan con discutir sobre terminología.

La guerra actual y el destino de la sociedad moderna

Dada la marcha de los acontecimientos, este problema se plantea ahora muy concretamente. La segunda guerra mundial ha comenzado. Esto confirma incontrovertiblemente el hecho de que la sociedad no puede subsistir más tiempo sobre bases capitalistas. Además, somete al proletariado a una prueba nueva y quizá decisiva.

Si esta guerra provoca, como creemos firmemente, una revolución proletaria, se producirá la ruptura de la burocracia de la URSS y la regeneración de la democracia soviética sobre bases económicas y culturales más firmes que en 1918. En este caso, la cuestión de si la burocracia stalinista es una "clase" o un cáncer del estado obrero se resolverá automáticamente. Quedará claro que la burocracia soviética era sólo un episodio en el proceso de desarrollo de la revolución mundial.

Podemos suponer, sin embargo, que la presente guerra no va a provocar la revolución, sino la decadencia del proletariado. Queda, en ese caso, su progresiva fusión con el estado y la suplantación de la democracia, allí donde todavía existe, por un régimen totalitario. La incapacidad del proletariado para tomar en sus manos la dirección de la sociedad podría conducirnos, en las actuales condiciones, al crecimiento de una nueva clase dominante, de la burocracia fascista bonapartista. Sería, según todos los indicios, un régimen de decadencia, destinado al eclipse de la civilización.

Se produciría un resultado similar si el proletariado de los países capitalistas avanzados, una vez conquistado el poder, se muestra incapaz de retenerlo y lo entrega, como en la URSS, a una burocracia privilegiada. En ese caso, nos veríamos obligados a reconocer que las causas del burocratismo no son el atraso del país ni el imperialismo circundante, sino una incapacidad congénita del proletariado para llegar a ser la clase dominante. Entonces tendríamos que reconsiderar los rasgos característicos que hacen de la URSS la precursora de un nuevo régimen de explotación a escala mundial.

Nos hemos alejado mucho de la controversia inicial sobre cómo denominar al Estado soviético. Pero no nos critiquéis; sólo de una perspectiva histórica adecuada se puede uno proveer de elementos de juicio suficientes para decidir sobre una cuestión como la sucesión de un régimen social por otro. La alternativa histórica, llevada al límite, es la siguiente: ¿es el estado stalinista un desgraciado incidente en el proceso de transformación de una sociedad del capitalismo al socialismo, o es el primer paso hacia un nuevo tipo de sociedad basada en la explotación? Si la segunda afirmación es cierta, la burocracia se convertirá en una nueva clase explotadora. Si el proletariado del mundo se muestra incapaz de cumplir la misión que le ha asignado el curso del desarrollo histórico, no nos quedará más remedio que reconocer que el programa socialista, basado en las contradicciones internas de la sociedad capitalista, es una utopía. Sería necesario, en ese caso elaborar un nuevo programa "mínimo", para la defensa de los intereses de los esclavos de la sociedad burocrática totalitaria.

¿Nos obligarán los datos objetivos a renunciar ya al proyecto de la revolución socialista? Este es el problema que se nos plantea.

La teoría del "colectivismo burocrático"

Poco después de la toma del poder por Hitler, un comunista de izquierda alemán, Hugo Urbahns, llegó a la conclusión de que el capitalismo iba a ser reemplazado por un nuevo, "capitalismo de estado". Los primeros ejemplos eran Alemania, la URSS e Italia. Urbahns, sin embargo, no elaboró las conclusiones políticas de esta teoría. Recientemente, un comunista de izquierda italiano, que formalmente adhiere a la IV Internacional, Bruno R., ha llegado a la conclusión de que el "colectivismo burocrático" reemplazará al capitalismo (Bruno R.: La Bureaucratisation du Monde, París, 1939, 350 págs.). La nueva burocracia es una clase, su relación con los trabajadores es la explotación colectiva, los proletarios se han transformado en los esclavos de los explotadores totalitarios.

Bruno R. da igual trato a la economía planificada de la URSS, el fascismo, el Nacional Socialismo y el New Deal de Roosevelt. Todos estos regímenes poseen, indudablemente, rasgos comunes, que se basan, en último análisis, en las tendencias colectivistas de la economía moderna. Lenin, antes de la Revolución de Octubre, formuló así las características más importantes del capitalismo imperialista; concentración gigantesca de las fuerzas productivas, fusión progresiva del capital monopolista con el estado, tendencia orgánica a la dictadura descarada como resultado de esta fusión. La centralización y la colectivización determinan tanto la política revolucionaria como la contrarrevolucionaria; pero esto no significa que el termidor, el fascismo o el reformismo americano sean equivalentes a la revolución. Bruno queda atrapado por el hecho de que, a causa de la postración política de la clase trabajadora, las tendencias a la colectivización hayan tomado la forma de "colectivismo burocrático". El fenómeno en sí es irrefutable, pero, ¿cuáles son sus límites y su peso histórico? Lo que nosotros consideramos una malformación en un período de transición, el resultado del desarrollo desigual de los múltiples factores que intervienen en un proceso social, es para Bruno una formación social independiente en la que la burocracia es la clase dominante. Bruno tiene el mérito de llevar el asunto desde el círculo reducido de los ejercicios terminológicos al terreno de las generalizaciones históricas. Esto nos hace más fácil la tarea de divulgar su error.

Como muchos ultraizquierdistas, Bruno R. identifica esencialmente el stalinismo y fascismo. Por un lado, la burocracia soviética ha adoptado los métodos políticos del fascismo; por el otro, la burocracia fascista, que de momento se contenta con una intervención "parcial" de la economía, está evolucionando rápidamente hacia la total estatificación de la economía. La primera afirmación es absolutamente correcta. Pero la creencia de Bruno de que el "anticapitalismo" fascista será capaz de expropiar por completo a la burguesía es errónea. La intervención "parcial" del estado difiere de la economía planificada en la misma medida en que "reforma" difiere de "revolución". Mussolini y Hitler están "coordinando" los intereses de los propietarios privados y "regulando" la economía capitalista y, además, principalmente por razones de guerra. La oligarquía del Kremlin es algo más: tiene la oportunidad de dirigir la economía como un cuerpo, porque la clase trabajadora de Rusia fue capaz de dar el mayor vuelco a las relaciones de propiedad conocido en la historia. Es una diferencia que no podemos olvidar.

Pero aunque aceptemos que el stalinismo y el fascismo, desde polos opuestos, llegarán algún día a ser el mismo tipo de sociedad ("colectivismo burocrático", según la terminología de Bruno R.), la Humanidad continuará ante un callejón sin salida. La crisis del sistema capitalista es tanto el resultado del papel reaccionario de la propiedad privada como del no menos reaccionario del estado nacional. Aunque los distintos gobiernos fascistas triunfasen en su empeño de construir una economía planificada en sus países respectivos, al margen de los inevitables movimientos revolucionarios del proletariado imprevisibles para todo plan, la lucha de los estados totalitarios por el dominio del mundo continuará e incluso se recrudecerá. Las guerras devorarán los frutos de las economías planificadas y destruirán la civilización. Bertrand Russell cree, es cierto, que algún estado victorioso puede, como resultado de la guerra, unificar el mundo bajo un régimen totalitario. Pero incluso si esta hipótesis se realizara, lo que es muy dudoso, la "unificación militar" no sería más estable que el Tratado de Versalles. Los levantamientos nacionales llevarían a una nueva guerra mundial, que sería la tumba de la civilización. Los hechos objetivos, y no nuestros deseos subjetivos, nos muestran que la única posibilidad de salvación de la Humanidad es la revolución socialista mundial. La alternativa es la vuelta a la barbarie.

El proletariado y sus dirigentes

Dedicaremos muy pronto un artículo entero a la cuestión de la clase y su dirección. Nos limitamos aquí a decir lo más indispensable. Sólo los "marxistas vulgares", que interpretan la política como un simple y directo "reflejo" de la economía, pueden pensar que la dirección refleja directa y simplemente a la clase. En realidad, la dirección, que se ha alzado sobre la clase oprimida, sucumbe inevitablemente a la presión de la clase dominante. La dirección de los sindicatos americanos, por ejemplo, refleja tanto al proletariado como a la burguesía. La selección y educación de una dirección verdaderamente revolucionaria, capaz de soportar la presión de la burguesía, es una tarea extraordinariamente difícil. La dialéctica del proceso histórico nos ha mostrado claramente como el proletariado del país más atrasado del mundo, Rusia, ha sido capaz de engendrar la dirección más clarividente y valerosa que hayamos conocido. Por el contrario, el proletariado del país con un capitalismo más antiguo, Inglaterra, tiene, hasta el momento, la dirección más servil y lerda.

La crisis de la sociedad capitalista, que tomó un carácter manifiesto en julio de 1914, produjo, desde el primer día de guerra, una profunda crisis en la dirección del proletariado. Esto viene durante 25 años; el proletariado de los países avanzados todavía no ha sido capaz de producir una dirección a la altura de las tareas históricas de nuestro tiempo. El ejemplo de Rusia nos revela, sin embargo, que es posible (lo que no significa que haya sido inmune a la degeneración). Por lo tanto, la pregunta a la que ahora hemos de responder es la siguiente: ¿se engendrará, en el proceso de esta guerra y de las profundas convulsiones que se van a producir, una dirección auténticamente revolucionaria, capaz de dirigir al proletariado en la conquista del poder?

La IV Internacional ha respondido afirmativamente a esta pregunta no sólo a través de su programa, sino, y sobre todo, a través del hecho de su existencia. Los desilusionados y aterrorizados pseudo-marxistas de todo tipo responden, por el contrario, que la bancarrota de la dirección "refleja" simplemente la incapacidad del proletariado para cumplir su misión histórica. No todos nuestros oponentes expresan con claridad su pensamiento, pero todos ellos -ultraizquierdistas, centristas, anarquistas, por no hablar de los estalinistas y los socialdemócratas- cargan el peso de sus propios errores sobre las espaldas del proletariado. Ninguno de ellos expresan claramente bajo qué condiciones será capaz el proletariado de llevar a cabo la revolución socialista.

Si aceptamos como válido que la causa de los errores es consustancial a las cualidades sociales del proletariado como tal, hemos de reconocer que el futuro de la sociedad moderna se nos presenta sin esperanza. Bajo las condiciones del capitalismo en decadencia, el proletariado no crece ni numérica ni culturalmente. No hay razones, por tanto, para creer que alcance algún día la altura de su misión revolucionaria. Hemos clarificado el profundo antagonismo entre la necesidad orgánica, insoslayable y creciente de las masas trabajadoras de escapar del caos sangriento del capitalismo y el carácter conservador, patriótico y totalmente burgués de las direcciones sindicales existentes. Debemos elegir entre una de estas dos alternativas irreconciliables

Las dictaduras totalitarias, consecuencia de una crisis aguda, no regímenes estables

La Revolución de Octubre no fue un accidente. Fue un anticipo del futuro. Los acontecimientos confirmaron su carácter de pronóstico, y su degeneración no lo desmintió, porque los marxistas no creyeron nunca que un estado obrero aislado pudiera mantenerse indefinidamente en Rusia. A decir verdad, esperábamos la caída del Estado soviético, no su degeneración; más exactamente, no habíamos hecho diferencias entre estas dos posibilidades. Pero no son contradictorias. La degeneración ha de acabar necesariamente en caída al llegar a un determinado punto.

Un régimen totalitario, sea del tipo stalinista o fascista, puede ser, esencialmente, un régimen temporal y transitorio. La dictadura descarada ha sido, a lo largo de la historia, el producto y el síntoma de una crisis social especialmente severa, nunca un régimen estable. Las crisis profundas no pueden ser una condición permanente de la sociedad. Un régimen totalitario es capaz de suprimir las contradicciones sociales durante cierto tiempo, pero es incapaz de autoperpetuarse. Las monstruosas purgas de la URSS son el mejor testimonio de que la sociedad soviética rechaza orgánicamente la burocracia.

Es asombroso que Bruno R. vea en estas purgas la prueba de que la burocracia soviética se ha convertido en clase dominante, pues, en su opinión, sólo una clase dominante es capaz de medidas a tal escala **. Olvida, sin embargo, que el zarismo, que no era de "clase", también realizó grandes purgas, y precisamente cuando estaba cerca de su fin. Stalin testifica mejor que nadie, con sus monstruosas purgas, síntoma inequívoco de su agonía, la incapacidad de la burocracia para convertirse en una clase estable. ¿No hubiésemos quedado en ridículo si hubiésemos dicho que la oligarquía bonapartista era una clase pocos años, o incluso pocos meses, antes de su vergonzosa caída? Con esta pregunta quisiéramos advertir a los camaradas entregados a experimentos terminológicos, y generalizaciones apresuradas.

La orientación hacia la Revolución Mundial y la regeneración de la URSS

Un cuarto de siglo es muy poco tiempo para el rearme de la vanguardia proletaria mundial, y demasiado para mantener intacto el sistema soviético en un país aislado y atrasado. La Humanidad está pagando esto con una nueva guerra imperialista; pero la misión fundamental de nuestra época no ha cambiado, por la sencilla razón de que no se ha realizado. La gran ventaja que tenemos ahora, y la gran promesa para el futuro, es que un destacamento del proletariado nos ha mostrado ya cómo llevar a la práctica esa misión.

La segunda guerra imperialista concede a esta tarea por cumplir un rango histórico muy elevado. Pone de nuevo a prueba no sólo la estabilidad de los regímenes existentes, sino la capacidad del proletariado para reemplazarlos. Los resultados de esta prueba tendrán una importancia decisiva a la hora de considerar la época moderna como la época de la revolución proletaria. Si, contra todo pronóstico, la Revolución de Octubre encuentra algún continuador en los países desarrollados durante la guerra o tras ella: o si, por el contrario, el proletariado es derrotado en todos los frentes, tendremos que replantearnos nuestra concepción de la época actual y sus fuerzas motoras. No se trataría sólo de un ejercicio literario sobre la denominación de la URSS y de la banda de Stalin, sino la revolución de la perspectiva histórica del mundo en las próximas décadas, quizá en los próximos siglos; ¿hemos entrado en la época de la revolución social y la sociedad socialista o, por el contrario, en la de la decadencia de la sociedad y el totalitarismo burocrático?
El doble error de simplistas como Urbahns y Bruno R. consiste, en primer lugar, en considerar este último régimen (el totalitario) definitivamente instalado; en segundo término, en creer necesario un largo período de transición entre el capitalismo y el socialismo. Ahora es absolutamente evidente que, si el proletariado internacional, a pesar de la experiencia adquirida y de la guerra en curso, se muestra incapaz de llegar a ser el director de la sociedad, nos encontraríamos sin ninguna esperanza de que la revolución socialista llegase a realizarse, porque no podemos esperar condiciones mejores; en cualquier caso, nadie parece preverlas o ser capaz de especificarlas en el momento actual. Los marxistas no tienen el menor derecho (a no ser que el cansancio y la desilusión se consideren "derechos") a llegar a la conclusión de que el proletariado ha agotado todo su potencial revolucionario y debe renunciar a sus aspiraciones a conquistar la hegemonía en los próximos años.

Veinticinco años de historia, cuando se trata de profundos cambios económicos y culturales, pasan menos que una hora en la vida de un hombre. ¿Qué podemos pensar de un individuo que, por contratiempos de un día o una hora, renuncia a metas que se había propuesto en base al análisis de la experiencia de toda su vida anterior? En los años de la peor reacción rusa (1907-1917), nosotros nos apoyábamos en la idea de que el proletariado ruso había mostrado sus posibilidades revolucionarias en 1905. La IV Internacional no se denomina por casualidad "el partido mundial de la revolución socialista". Dirigimos nuestro rumbo hacia la revolución mundial y, como consecuencia, hacia la regeneración de la URSS como verdadero estado obrero.

La política exterior es la continuación de la política interna

¿Qué defendemos de la URSS? No precisamente aquello en lo que se parece a los países capitalistas, sino en lo que se diferencia. En Alemania apoyamos la ofensiva contra la burocracia dominante, pero sólo para destruir la propiedad capitalista. En la URSS, la destrucción de la burocracia es indispensable para preservar la propiedad estatal. Sólo en este sentido defendemos a la URSS.

Ninguno de nosotros duda de que los trabajadores soviéticos deban defender la propiedad estatal no sólo contra el parasitismo de la burocracia, sino también de todo tipo de tendencia hacia la propiedad privada, por ejemplo, por parte de la aristocracia de los koljoses. Pero, en definitiva, la política exterior es la continuación de la política interna. Si en política interna consideramos que la defensa de las conquistas de la Revolución de Octubre implica una lucha a muerte contra la burocracia, debemos hacer lo mismo en política exterior. Bruno R., tras asegurarnos que el "colectivismo burocrático" ha triunfado en toda la línea, nos quiere hacer creer que nadie va a atacar la propiedad estatal, porque Hitler (y hasta Chamberlain) están tan interesados en mantenerla, sabe usted, cómo Stalin. Aunque nos duela, las afirmaciones de Bruno son frívolas. Si Hitler gana la guerra, empezará por devolver a los capitalistas alemanes todo lo expropiado; luego hará lo mismo con los capitalistas ingleses, franceses o belgas, a cambio de un acuerdo con ellos a expensas de la URSS; por último, hará de Alemania el mayor cliente de las principales empresas estatales de la URSS, de acuerdo con los intereses de la maquinaria bélica alemana. Hoy Hitler es amigo y aliado de Stalin; pero en cuanto consiga una victoria en el Frente Occidental con la ayuda de Stalin, volverá sus armas contra la URSS. Y Chamberlain, en circunstancias similares, haría lo mismo que Hitler.

La defensa de la URSS y la lucha de clases

Los malentendidos en torno al asunto de la defensa de la URSS nacen frecuentemente de una comprensión incorrecta de los métodos de "defensa". La defensa de la URSS no significa aproximación a la burocracia del Kremlin, aceptación de su política o de sus aliados. En este tema, como en todos los demás, permanecemos totalmente dentro del campo de la lucha de clases internacional.

En el periodiquito francés Que Faire se decía no hace mucho que los "trotskistas" eran tan derrotistas con respecto a Francia e Inglaterra como con respecto a la URSS. En otras palabras: si usted quiere defender a la URSS, debe dejar de ser derrotista respecto a sus aliados imperialistas. “Que Faire” calculaba que las "democracias" debían de ser los aliados de la URSS. No sé qué dirán hoy estos "listos". Pero es muy importante, porque significa que su método está podrido.

Renunciar al derrotismo respecto al campo imperialista con el que la URSS debe aliarse más pronto o más tarde significa empujar a los trabajadores del campo ene migo a ayudar a sus gobiernos: significa renunciar al derrotismo en general. Renunciar al derrotismo bajo las condiciones de una guerra imperialista que implica el rechazo de la revolución socialista -el rechazo de la revolución en nombre de "la defensa de la URSS"- sentenciaría a la URSS a la descomposición final y a la tumba.

El Comintern interpreta la "defensa de la URSS", como ayer interpretaba la "lucha contra el fascismo", en base a la renuncia a una política de clase independiente. El proletariado se ha transformado -por diferentes causas y bajo circunstancias diversas- en una fuerza auxiliar de un campo burgués contra otro. En contradicción con este hecho, algunos de nuestros camaradas dicen: como no queremos convertirnos en instrumento de Stalin y sus aliados, renunciamos a la defensa de la URSS. Pero con esto sólo demuestran que entienden "defensa" igual que lo hacen los oportunistas: no piensan en términos de una política independiente del proletariado. Como cuestión de principio, defendemos la URSS como defendemos las colonias, como resolvemos todos nuestros asuntos, no apoyando unos gobiernos imperialistas contra otros, sino por el método de la lucha de clases internacional, tanto en las colonias como en las metrópolis.

No somos un partido de gobierno: somos el partido de la oposición irreconciliable no sólo en los países capitalistas, sino también en la URSS. Realizaremos nuestras tareas, entre ellas "la defensa de la URSS" no a través de los gobiernos burgueses ni del Gobierno de la URSS, sino a través de la agitación y la educación de las masas, explicando a los trabajadores lo que deben defender y lo que deben destruir. Esta "defensa" no va a dar resultados milagrosos ni inmediatos. Pero no pretendemos ser milagreros. Tal y como están las cosas, somos una minoría revolucionaria. Nuestro trabajo debe consistir en hacer ver las cosas correctamente a los trabajadores sobre los que tenemos influencia, en enseñarles a no dejarse engañar, y en preparar un sentimiento general de clase, para que en su día sea capaz de enfrentarse revolucionariamente a la tarea que le corresponde.

La defensa de la URSS coincide, para nosotros, con la preparación de la revolución mundial. Sólo podemos permitirnos métodos que no están en conflicto con la revolución. La defensa de la URSS se relaciona con la revolución socialista mundial como una táctica a una estrategia. La táctica debe subordinarse siempre al fin estratégico y en ningún caso pueden llegar a ser contradictorias en el futuro.

La cuestión de los territorios ocupados

Mientras escribo estas líneas, no está clara todavía la cuestión de los territorios ocupados por el Ejército Rojo. Las noticias son contradictorias; las actuales relaciones en esa zona son, sin duda, muy inestables. Muchos de los territorios ocupados se convertirán en parte de la URSS. ¿De qué manera? ¿Cómo?
Supongamos por un momento que, de acuerdo con el tratado firmado con Hitler, el Gobierno de Moscú deja intacto el derecho de propiedad en los territorios ocupados y se autolimita a "controlarlos" según el modelo fascista. Esta concesión supondría un importante paso atrás y podría tener un carácter decisivo en la historia del régimen soviético; consecuentemente, sería un nuevo punto de partida para reelaborar nuestra concepción del Estado soviético.

Es más probable, sin embargo, que Moscú proceda a la expropiación de los grandes terratenientes y a la estatificación de los medios de producción en los territorios ocupados. Y es más probable no porque la burocracia permanezca fiel al programa socialista, sino porque no desea ni es capaz de compartir el poder con las viejas clases dominantes de los territorios ocupados. Salta a la vista una analogía histórica. El primer Bonaparte detuvo la revolución mediante una dictadura militar. Sin embargo, cuando las tropas de Napoleón entran en Polonia dicta un decreto aboliendo la servidumbre de la gleba. Napoleón no tomó esta medida por simpatía a los campesinos o por sentimientos democráticos, sino porque su dictadura se basaba sobre las relaciones de propiedad burguesas, no sobre el feudalismo. Como la dictadura stalinista se basa en la propiedad estatal y no en la privada, el resultado de la invasión de Polonia por el Ejército Rojo será la abolición de la propiedad capitalista, para poner el régimen de los territorios ocupados de acuerdo con el régimen de la URSS.

La medida, de carácter revolucionario -"la expropiación de los expropiadores"- será llevada a cabo por métodos burocrático-militares. La llamada a la actividad independiente de las masas en los nuevos territorios -y sin esta llamada, aunque se oculte con gran cuidado, es imposible construir un nuevo régimen- será sustituida por medidas políticas de rutina destinadas a asegurar la preponderancia de la burocracia sobre las desilusionadas masas revolucionarias. Esta es una cara del asunto. Pero hay otra. Para conseguir la posibilidad de ocupar militarmente Polonia mediante un acuerdo con Hitler, el Kremlin ha decepcionado una y otra vez a las masas rusas y del mundo entero, y ha conseguido la total desorganización de su propia Internacional Comunista. Nuestro criterio político primordial no es el cambio de las relaciones de propiedad en tal o cual área, por muy importante que sea, sino el cambio en la conciencia y organización del proletariado mundial, el afianzamiento de su capacidad para defender sus conquistas y proponerse otras nuevas. Desde este punto de vista, los políticos de Moscú, en conjunto, constituyen el principal obstáculo para la revolución mundial.

Nuestra concepción general del Kremlin y el Comintern no debe, sin embargo, modificar nuestra idea de que el hecho particular de la modificación de las relaciones de propiedad en los territorios ocupados es una medida progresiva. Debemos reconocerlo abiertamente. Cuando Hitler vuelva sus ejércitos hacia el Este para defender "la ley y el orden" en Polonia occidental, los trabajadores deberán defender contra Hitler las nuevas formas de propiedad impuestas por la burocracia bonapartista soviética.

¡No cambiamos nuestro rumbo!

La estatificación de los medios de producción es una medida progresista. Pero su progresismo es relativo: su peso depende de la suma de toda una serie de factores. Por lo tanto, debemos dejar sentado desde ahora que la extensión del territorio dominado por la burocracia autocrática y parásita, acompañada de "medidas socialistas", puede aumentar el prestigio del Kremlin, engendrar ilusiones sobre la posibilidad de sustituir la revolución por medidas burocráticas, etc. Esto contrapesaría con mucho el carácter progresivo de las medidas estalinistas en Polonia. Ya que la nacionalización de la propiedad en las zonas ocupadas, igual que en la URSS, provee las bases para un desarrollo germinalmente progresista, es decir, socialista, se hace más necesario destruir la burocracia de Moscú. Nuestro programa sigue siendo, por tanto, totalmente válido. Los acontecimientos no nos cogen desprevenidos. Sólo es preciso interpretarlos correctamente. Es necesario comprender claramente que la contradicción más profunda está en el carácter de la URSS y en su posición internacional. Es imposible librarse de esta contradicción con artilugios terminológicos (estado obrero no estado obrero). Tenemos que tomar las cosas como son. Debemos construir nuestra política sobre la base de las contradicciones y los hechos reales.

No creemos que el Kremlin tenga ninguna misión histórica. Estábamos y estamos contra la apropiación de nuevos territorios por el Kremlin. Estamos por la independencia de Ucrania Soviética y, si los bielorrusos lo desean, por una Bielorrusia Soviética independiente. Al mismo tiempo, en los sectores de Polonia ocupados por el Ejército Rojo, los partidarios de la IV Internacional están jugando un papel decisivo: expropiando a los terratenientes y a los capitalistas, repartiendo la tierra entre los campesinos, creando soviets y comités obreros, etc. Mientras tanto, deben perseverar en su independencia política, luchar en las elecciones de los soviets y comités de fábrica para que en el futuro sean independientes de la burocracia, hacer propaganda revolucionaria contra la oligarquía del Kremlin y sus agentes locales.

Pero supongamos que Hitler dirige sus armas hacia el Este y ocupa los territorios en que se encuentra ahora el Ejército Rojo. En esas condiciones, los partidarios de la IV, sin cambiar para nada su actitud hacia la oligarquía del Kremlin, serán los primeros en el frente porque considerarán que la tarea más urgente del momento es la resistencia frente a Hitler. Los trabajadores dirán: "No podemos ceder a Hitler la destrucción de Stalin: esa es misión nuestra". Durante la lucha armada contra Hitler, los trabajadores revolucionarios tratarán de establecer una camaradería lo más estrecha posible con los soldados del Ejército Rojo. Mientras luchan contra Hitler con las armas en la mano, los bolcheviques-leninistas deben hacer propaganda contra Stalin, preparando su derrota en la próxima, y quizá muy cercana batalla.

Esta clase de "defensa de la URSS" es diferente, tan diferente como el cielo de la tierra, de la defensa oficial, que se está haciendo bajo el slogan: "¡Por la Patria! ¡Por Stalin! Nuestra defensa de la URSS se lleva a cabo bajo el slogan: "¡Por el socialismo! ¡Por la Revolución Mundial! ¡Contra Stalin!". Para no confundir estos dos tipos de "defensa de la URSS" en la conciencia de las masas es preciso elaborar slogans que corresponden a la situación concreta. Pero, sobre todo, es preciso establecer claramente qué se está defendiendo, cómo y contra quién lo estamos defendiendo. Nuestros slogans crearán confusión entre las masas solo si nosotros no tenemos claras nuestras tareas.

Conclusiones

Por el momento, carecemos de razones para modificar nuestra posición de principio con respecto a la URSS.

La guerra acelera los distintos procesos políticos. Puede acelerar el proceso de regeneración revolucionaria de la URSS. Por eso es preciso que sigamos cuidadosamente y sin prejuicios las modificaciones que la guerra va introduciendo en la vida interna de la URSS y que seamos conscientes de ellas en el momento en que se produzcan.

Nuestras tareas en los territorios ocupados son básicamente las mismas que en la URSS: pero como se derivan de acontecimientos planteados en forma muy aguda, nos permiten clarificar mejor nuestras tareas respecto a la URSS.

Debemos formular nuestros slogans de forma que los trabajadores vean claramente lo que estamos defendiendo de la URSS (propiedad estatal y economía planificada) y contra quien dirigimos nuestra lucha sin cuartel (la burocracia parasitaria y el Comintern). No debemos perder de vista ni por un momento el hecho de que para nosotros la destrucción de la burocracia soviética está subordinada a la preservación de la propiedad estatal de los medios de producción en la URSS; pero que la cuestión de preservar la propiedad estatal de los medios de producción en la URSS está subordinada a la revolución proletaria mundial.

25 de septiembre de 1939.