Publicamos a continuación un artículo de Jean-Philippe Divés, miembro del Nuevo Partido Anticapitalista (NPA) y firmante de la “Plataforma Z” (ver, “Francia: por un Nuevo Partido Anticapitalista obrero y revolucionario””), publicado originalmente en el dossier sobre las elecciones europeas de Révolution Permanente Dimanche.
[DESDE FRANCIA] El rechazo de las clases populares a los políticos de la Unión Europea (UE) no es una novedad, aun cuando el 26 de mayo la expresión de este rechazo podría atravesar un nuevo umbral, según la medida de la tasa de abstención. Lo que verdaderamente se ha agravado de manera espectacular desde hace cinco años es la crisis "por arriba", que se traduce en una multiplicidad de choques y fricciones entre gobiernos, de tal amplitud que hoy la Europa de los capitalistas parece haber perdido todo empuje. Examinemos, en orden cronológico, las principales manifestaciones de esta crisis que sacude a la Unión Europea en la actualidad.
Los conflictos con el grupo de Visegrad
Una de las confrontaciones es aquella que opone al núcleo central de la UE al "grupo de Visegrad", de orígenes históricos lejanos (1335) [1] y que se ha reformado en 1991 entre Hungría, Polonia, República Checa y Eslovaquia. El primer gran conflicto surgió en el pico de la denominada "crisis de los migrantes", en 2015-2016, cuando los gobiernos de esos cuatro países hicieron fracasar el plan de reparto de los refugiados en la UE según cupos por países, negándose a recibirlos y cerrando sus fronteras. Mostrándose junto a Trump y Netanyahu, multiplicando las medidas de disciplinamiento y de control de los medios, de las ONG, de la educación y de la justicia, estos "iliberales" desafían abiertamente la doxa liberal burguesa que supuestamente rige a los Estados miembros.
Las instituciones europeas iniciaron varias acciones contra Polonia y Hungría, pero una sola ha triunfado hasta hoy, cuando el gobierno polaco retiró una disposición referida a la nominación de los jueces de su Corte Suprema. Sin embargo, muchos otros componentes cuestionados de la reforma de la justicia polaca, que la someten más directamente al poder político, todavía siguen vigentes. Los procedimientos son lentos y muchos de los Estados miembros no quieren importunar demasiado a países en los que sus grupos capitalistas tienen intereses sustanciales, sobre todo en las fábricas en las que emplean a bajo costo una mano de obra calificada.
Pero lo más grave es que a partir de ahora los enfrentamientos, cada vez menos tranquilos, hacen luchar entre ellos a los cuatro países principales (los tres cuando esté consumado el Brexit) en términos de PIB como de población: Alemania, Francia, Reino Unido e Italia.
El Brexit y sus consecuencias
Sea cual fuera la relación futura que podrá establecerse con el Reino Unido, y más allá de las numerosas exenciones del derecho europeo de las que este último se beneficia, el Brexit (decidido en el referéndum británico del 23 de junio de 2016) significa un debilitamiento cualitativo de la Unión Europea. Y una fuente de dificultades crecientes si, como parece cada vez más probable, la salida británica se hace en el marco de un no deal (falta de acuerdo) que crearía una serie de obstáculos a los intercambios comerciales y pesaría sobre las tasas de crecimiento, tanto en la UE como en el Reino Unido. Sin contar el problema político –y los peligros subsiguientes– que plantearía el restablecimiento de una frontera "dura" entre las dos partes de Irlanda.
En el plano político interno, el Brexit y su interminable telenovela terminaron por tragarse al gobierno de Theresa May, provocando una grave crisis dentro del Partido conservador, principal representación política de la burguesía británica. El acróbata de feria Nigel Farage, con su nuevo "Partido del Brexit", está anunciado como gran vencedor del escrutinio europeo (las encuestas, sin embargo, no le dan más que 2 % de los votos en las elecciones generales…). En cuanto a los laboristas, que parecen salir mejor de apuros, tampoco ellos se han salvado de las turbulencias. No está descartado que a semejanza de lo que se produjo en otros lugares, el tradicional bipartidismo pronto se encuentre amenazado, también en el país que se jacta de ser la más antigua y estable de las "democracias liberales".
El nuevo dato económico y político además va a implicar una exacerbación de la competencia intercapitalista, que agravará la presión sobre las condiciones de vida y de trabajo de las clases populares, aun cuando su situación se ha degradado mucho durante los nueve últimos años de gestión conservadora. Los Brexiters del Partido Tory, por otra parte, habían mostrado con sinceridad su ambición de transformar al Reino Unido en un "nuevo Singapur a las puertas de Europa"…
Con el impulso que ha dado al racismo y a la xenofobia, con los anuncios de cierre y traslado a la UE de fábricas y de servicios, así como los de anulación de proyectos de nuevas instalaciones, el Brexit demuestra ya que una "ruptura con la UE" sosteniendo el marco capitalista e imperialista no puede aportar nada positivo. Otra cosa sería un proceso de movilización revolucionaria de los trabajadores, en uno o varios países y más ampliamente en Europa, que se enfrentara a esta construcción intrínsecamente neoliberal (y necesariamente, en un momento u otro, "rompiera" con ella) en una perspectiva emancipadora.
Italia, fuente de inquietudes y de fricciones
En Italia, el ascenso al gobierno de la coalición "populista" del Movimiento 5 Estrellas (M5S) y de la Liga no tardó en provocar choques con las instituciones europeas. El 23 de octubre de 2018, la Comisión Europea se negó a validar el proyecto de presupuesto 2019 del Estado transalpino por irrealista y peligroso, habida cuenta del débil crecimiento y del muy alto nivel de la deuda pública (132 % del PIB, solo Grecia presenta en la UE un ratio superior). La Comisión apuntaba en particular a los 16 mil millones de euros que debían ser afectados al financiamiento de dos compromisos electorales de los nuevos partidos de gobierno: la creación de un "ingreso ciudadano" pagado a los más desvalidos (por el M5S) y una revisión del sistema de jubilaciones que permitiera aumentar algunas pensiones (por la Liga).
Luego de esta orden, el gobierno italiano aceptó reducir tanto sus previsiones de ingresos como sus objetivos de gastos (6 mil millones para las dos medidas citadas precedentemente), y se concluyó un acuerdo a fines de diciembre, previendo un déficit presupuestario de 2,04 % en lugar de 2,40 % previsto inicialmente. Pero Italia acaba de entrar en recesión y la Comisión multiplica de nuevo las advertencias…
Digamos al pasar que si el déficit público italiano permaneciera en 2019 en el apogeo de los estándares de Maastricht, lo que no es seguro, el único país en superarlos sería entonces… Francia, por otra parte, detentadora del récord europeo de deuda pública en números absolutos. Pero Macron pudo hacer valer ante sus pares un argumento de peso, ya que el déficit presupuestario previsto este año en 3,1 % resulta… un nuevo y magnífico regalo hecho a los patrones. En efecto, las modalidades elegidas para la transformación del CICE [2] en baja permanente de las cotizaciones sociales patronales duplicaron la factura para el año 2019: a los 20 mil millones de crédito de impuestos pagados en 2018 se agregaron otros 20 mil millones de la baja de las "cargas sociales", puesta en marcha a partir de este año. En vista de esta fortuna de 40 mil millones, las "concesiones" hechas al movimiento de los Gilets jaunes (por un monto de cerca de 10 mil millones) finalmente parecen poca cosa.
El desacuerdo (cada vez menos) cordial de la "dupla franco-alemana"
Sin duda mucho más problemático es que: el supuesto "motor" de la Unión Europa y de la zona euro también entró en reparación. Desde hace meses, las divergencias entre el gobierno francés y el alemán, en efecto, no han dejado de profundizarse.
¿Un presupuesto de la zona euro para desarrollar inversiones útiles y aprovechables para todos, como reclamaba Macron? Sí, Merkel terminó por concederlo de mala gana, pero será una miseria. ¿El objetivo de una neutralización del carbón en la UE en 2050? No, luego sí, pero sin medidas restrictivas y teniendo en cuenta la situación particular de cada país, en especial, la de Alemania cuyo territorio está cubierto de centrales a carbón. ¿El nuevo plazo sustancial –de un año– solicitado por Theresa May para la fecha del Brexit, luego de sus sucesivos fracasos ante la Cámara de los Comunes? La respuesta a esto es no para Macron pero sí para Merkel; el Consejo Europeo (compuesto por jefes de Estado o de gobierno) finalmente resolvió a favor de siete meses, es decir, hasta el 30 de octubre –lo que los británicos llaman el "Brexit-Halloween"–.
Otros desacuerdos opusieron y oponen a los dirigentes alemanes y franceses. Por ejemplo, sobre la oportunidad de entablar negociaciones comerciales con la administración Trump. No, de ningún modo mientras no retroceda a su rechazo del acuerdo de París sobre el calentamiento climático, afirmaba el presidente francés. Por supuesto que sí, le respondió la canciller alemana, no sea cuestión que nuestra industria automotriz de alta gama, líder en su segmento de mercado, sufra restricciones aduaneras en su primer mercado mundial. El Consejo Europeo adoptó la propuesta alemana por 25 votos sobre 27.
Se da otro conflicto por la elección del próximo presidente de la Comisión Europea. Con el argumento de que la elección siempre se hizo por el candidato de la formación que esté a la cabeza (lo que debería ser para el Partido Popular europeo), Merkel defiende la elección del representante de su partido (la CDU), Manfred Weber, que se afirma como guardián del orden del liberalismo. Macron tiende a impulsar la candidatura de Michel Barnier, un republicano compatible con el partido de Macron (La République En Marche!) que los círculos dirigentes de los capitalistas europeos han elogiado por su gestión del Brexit. Sin embargo, la elección final deja pocas dudas.
Le Monde indica, en su edición del 29 de abril: "’Luego de la amistad sobreactuada de los inicios entre Macron y Merkel, la realidad es que los caminos de Francia y de Alemania son cada vez más divergentes’, constata un alto responsable europeo en su puesto en Bruselas". Por otra parte, el nuevo "tratado sobre la cooperación y la integración franco-alemana", firmado el 22 de enero pasado por Merkel y Macron después de que ambos recibieran el "premio Carlomagno" por su "compromiso en favor de la unificación europea", no implica ningún objetivo preciso ni nuevo y se reduce en realidad a un efecto de ostentación.
Notemos que ese texto llano y vacío ha dado que hablar a la extrema derecha francesa, con Dupont-Aignan y Le Pen a la cabeza, afirmando que prácticamente se iban a ceder Alsacia y Lorena a Prusia y que el alemán sería el idioma obligatorio al este de Francia. Se ve bien, también en esto, hasta qué punto el ilusionismo europeísta, que no se basa en nada más que en bellos discursos, nutre la retórica chauvinista y obstinada de la extrema derecha, nunca corta de fake news.
Por si fuera necesario, Merkel se mostró criticando explícitamente a su interlocutor francés en una entrevista publicada el 15 mayo último por el Süddeutsche Zeitung y reproducida por una red de diarios europeos, entre ellos, Le Monde con fecha 17 de mayo. A una pregunta que hacía referencia a una declaración del presidente Macron, ella responde que él "no es [presidente] desde hace mucho tiempo. Él aporta todavía de algún modo una nueva mirada. Es bueno para nosotros ver Europa bajo diferentes ángulos". Luego agrega que "tenemos confrontaciones (…) Entre nosotros existen diferencias de mentalidad así como diferencias en la concepción de nuestros respectivos roles. Siempre fue así. Y Emmanuel Macron no es el primer presidente francés con el que trabajo".
Una situación de casi parálisis
Qué lejano parece el discurso de La Sorbona del 26 de septiembre de 2017, cuando el nuevo presidente "en marcha" presentaba su proyecto para "una refundación europea", "una Europa soberana, unida y democrática" con el fin de "devolver Europa a sí misma y devolverla a los ciudadanos europeos" y, que en caso contrario, se elegiría "dejar un poco más de lugar a los nacionalistas en cada elección, a aquellos que detestan Europa y, en cinco, en diez o en quince años, estarán en este lugar".
"Un presupuesto más fuerte en el centro de la zona euro" y un ministro de finanzas de la zona euro; una "fuerza común de intervención" europea, una "doctrina común" y un presupuesto militar común; una oficina europea de asilo y una policía europea de fronteras; "Una Comisión Europea [reducida] a quince miembros", con un parlamento europeo electo por mitades con listas transnacionales; "una nueva asociación" con Alemania… Ninguna de esas propuestas tuvo el menor inicio de aplicación, ni siquiera fueron retomadas de otra manera aunque sea un poco.
Una característica de todas las cumbres europeas que se hicieron luego de esta fecha (en Tallin, Bratislava, Bruselas, Sibiu…) es que solo adoptaron medidas defensivas: una posición firme frente al Reino Unido con el fin de conjurar una dinámica de estallido de la UE (pero "la unidad de los Veintisiete frente al Brexit no oculta las divisiones europeas", titulaba el 26 de abril un artículo de Le Monde); la renovación de sanciones hacia Rusia después de su anexión de Crimea y su ocupación del este de Ucrania; medidas para desarrollar la ciberseguridad; otras que apuntan a expulsar mejor a los migrantes y animar a Turquía a seguir bloqueándolos en su territorio; una reforma homeopática –porque se hace imposible no hacer nada–, a las consecuencias que serán ultralimitadas, de la directiva sobre el trabajador desplazado…
Por el contrario, nada, absolutamente nada sobre las cuestiones de fondo tales como el presupuesto de la UE o un eventual presupuesto de la zona euro, el calentamiento climático, la fiscalidad o incluso las instituciones –más allá, a veces, de declaraciones de intenciones.
En materia de fiscalidad, el Consejo Europeo rechazó la instauración de una tasa sobre las operaciones de las GAFA (Google, Amazon, Facebook, Apple y otras grandes empresas digitales) en los países de la UE, remitiendo cualquier medida ulterior a una hipotética decisión… mundial. Francia, como otros países europeos (sobre todo el Reino Unido y el Estado español), va a aplicar pronto su propia tasa, de un monto ridículamente bajo, un 3 % sobre el volumen de negocios realizado en su territorio.
En enero de 2019, la Comisión propuso que, para las cuestiones de fiscalidad, en las que cualquier modificación solo puede hacerse con el voto unánime de los 27 Estados miembros (como también ocurre para las políticas sociales), la regla de la unanimidad sea reemplazada por la de la mayoría calificada (el 55 % de los Estados miembros, que representan el 65 % de la población de la UE). Pero para adoptar esta modificación en los términos de los tratados vigentes precisamente es necesaria… la unanimidad. Lo mismo que decir que nada cambiará.
¿La "construcción europea" capitalista alcanzó sus límites?
Todos estos acontecimientos tienen lugar en un contexto determinado: el fin del período de expansión de los años 1990 a 2000 y los efectos que se mantienen de la crisis de 2007-2009 (sin hablar de las contradicciones internas del sistema que, lejos de reducirse, se han vuelto potencialmente más explosivas); el descrédito de los partidos políticos tradicionales, de derecha y de izquierda reformista, que desde hace una década han aplicado políticas reforzadas de austeridad y de precarización; la desorientación de los trabajadores y de las clases populares, que no han encontrado nuevas herramientas políticas capaces de servir a sus intereses (aunque estas se les hayan propuesto); una profunda inestabilidad que genera efectos caóticos y, en ese marco, las consecuencias imprevistas e incluso no deseadas por el gran capital –como el Brexit o la instalación en Italia del gobierno Conte-Di Maio-Salvini–.
Los efectos de la crisis generan en las diferentes burguesías nacionales divergencias de intereses económicos cada vez más marcadas. Es mentira que los crecientes desacuerdos entre el gobierno alemán y el francés responden ante todo –como diversos comentaristas dejan entrever– a razones político-electorales internas de cada uno de los países. Desde esta óptica, Merkel adoptaría una posición prudente bajo la presión que la AfD (extrema derecha) ejerce sobre su propio partido, como en general sobre la política mundial, (y su posición cambiaría entonces si esta complicación se redujera), mientras que Macron prendería fuego todo por una necesidad de afirmación de una posición que todavía no está consolidada… Seguramente estos factores pueden jugar un rol, pero lo que actúa mucho más profundamente es el interés material inmediato de las clases dirigentes: Alemania tiene una estructura industrial y exportadora con la que Francia ni siquiera puede soñar, y que quiere defender a cualquier precio; el capitalismo francés, que posee muchos más intereses estratégicos en África que en el Este europeo, le pide a Alemania (con poco costo para él) que haga un esfuerzo de generosidad con el fin de "salvar a Europa"; etc. En las condiciones de crisis que perduran, cada uno defiende en realidad su quinta.
Otro factor a tomar en cuenta para explicar el estancamiento, incluso la parálisis de la UE, es el hecho de que su objetivo fundamental, la constitución del mercado europeo único (con la libertad de circulación de mercancías y de capitales, muy accesoriamente la de ciudadanos de la UE), ha sido alcanzado e incluso finalizado. No queda así gran cosa por hacer, salvo aquello para lo que la UE no ha sido precisamente concebida e incluso es antinómica (una Europa social, democrática y solidaria) o para lo que le incumbe a una utopía capitalista (la ilusoria capacidad de las diferentes burguesías para relativizar sus propios intereses arrojándolos al fondo común de "la integración europea").
Si el impasse actual pone algo en evidencia, es la incapacidad de los capitalistas para unificar realmente a Europa, más allá de la defensa de sus intereses comunes contra sus respectivos proletariados. Estos últimos, que no tienen nada que perder más que sus cadenas, por el contrario, tendrían la posibilidad de lograrlo si llegaran a construir sus propios partidos, liberándose de las falsas conciencias y de la influencia de las corrientes que las propagan. "Vasto programa", por cierto. Sin embargo, no hay otro viable. Para los marxistas revolucionarios, esto implica más que nunca una estrategia de construcción de organizaciones independientes, que se coordinen y se unan a escala europea e internacional, sin ceder nada a los reformismos y oportunismos de todo pelaje que permanentemente vemos reproducirse. Como hoy el Labour de Corbyn y su regreso a las viejas lunas de la vieja socialdemocracia; La Francia Insumisa y sus posiciones institucionales-burguesas, cripto-nacionalistas e incluso proimperialistas; el Bloque de izquierda y su persistente apoyo al gobierno social-liberal del PS portugués; Podemos, totalmente institucionalizado, que pide integrar el nuevo gobierno también social-liberal del PSOE, como planteó Pablo Iglesias el jueves 23 de mayo pasado en un mitin en Madrid en presencia de Eric Coquerel, representante de La Francia Insumisa… Pero esto abre evidentemente otros debates.
Traducción: Rossana Cortez
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