Los múltiples desastres ecológicos en distintas escalas que observamos cotidianamente, algunos de los cuales se encaminan a sobrepasar niveles de peligrosidad elevados como el calentamiento global, tienen causas que están inscriptas en la lógica de funcionamiento del modo de producción capitalista. Este se caracteriza por la búsqueda de someter todas las esferas de lo social y lo natural a los requisitos el aumento permanente de la ganancia.
Si seguimos el hilo del razonamiento a través del cual Karl Marx se propone en El capital la reconstrucción conceptual del modo de producción capitalista, podemos ir viendo las distintas dimensiones antiecológicas que distinguen al metabolismo socionatural capitalista. En estas páginas vamos a presentar las coordenadas de este recorrido que mayor relevancia adquieren para la crítica ecológica desde una mirada materialista histórica.
La mercancía, valor de uso, valor de cambio, y valor
En primer lugar, el capitalismo es un orden social que se distingue de todos los que lo precedieron por estar basado en el intercambio generalizado de mercancías. Lo novedoso no es el intercambio mercantil, que tiene una existencia antiquísima, sino que este no sea anecdótico, reducido a lo superfluo o a canalizar excedentes. Se produce con miras al intercambio y solo a través del intercambio se satisfacen el conjunto de las necesidades sociales. Por eso, Marx va a identificar a la mercancía como la “célula básica” de este modo de producción. El dominio de la mercancía proyecta las categorías que le son propias, como las de valor y su expresión, el valor de cambio, a todo el conjunto de los ámbitos de la vida social. La relación de la sociedad capitalista con la naturaleza se encuentra permeada por estas relaciones de valor que le son propias. Cuantitativamente, el capitalismo solo atribuye valor a la naturaleza en la medida en que su apropiación requiere trabajo productor de mercancías, aunque la contribución de la naturaleza a la producción (y a la vida humana en general) no es materialmente reducible a este trabajo de apropiación. Aquellos atributos de la naturaleza que sirven a los procesos de producción pero son aprovechados sin que medie ningún trabajo “socialmente necesario” –que en las relaciones sociales imperantes significa trabajo objetivado en una mercancía–, no entran en esta contabilidad. La forma valor “hace abstracción cualitativa y cuantitativa de las características útiles y dadoras de vida de la naturaleza, aun cuando el valor es una forma social particular de riqueza, una objetivación social particular tanto de la naturaleza como del trabajo” [1]. Esta contradicción ayuda a explicar la tendencia del capitalismo a despojar su entorno natural. El capitalismo, con su reductiva lógica del valor, ignora descaradamente el papel de las condiciones naturales en la producción. Muchas veces se le critica a Marx esta falta de reconocimiento, por el solo hecho de poner en evidencia cómo en las categorías de la economía política capitalista no hay otro lugar para la naturaleza que el de ser objeto de apropiación.
la naturaleza se convierte puramente en objeto para el hombre, en cosa puramente útil; cesa de reconocérsele como poder para sí; incluso el reconocimiento teórico de sus leyes autónomas aparece solo como artimaña para someterla a las necesidades humanas, sea como objeto del consumo, sea como medio de la producción [2].
David Harvey observa que la naturaleza “es necesariamente considerada por el capital […] solo como una gran reserva de valores de uso potenciales –de procesos y objetos–, que pueden ser utilizados directa o indirectamente mediante la tecnología para la producción y realización de los valores de las mercancías” [3]. Los valores de uso naturales “son monetarizados, capitalizados, comercializados e intercambiados como mercancías. Solo entonces puede la racionalidad económica del capital imponerse en el mundo” [4]. La naturaleza “es dividida y repartida en forma de derechos de propiedad garantizados por el Estado” [5]. Esta disociación va de la mano de un proceso equivalente en la relación entre sociedad y naturaleza, que es también de objetivación y abstracción. Esta idea de abstracción de la naturaleza tiene dos dimensiones, que ambas van de la mano: la conversión de lo natural en “recursos” a servir como insumos para la producción, y la reducción a unidades homogéneas y cuantificables. Observa Paul Burkett que el capitalismo tiene un antagonismo específico hacia la naturaleza “que se manifiesta en un tipo particular de subvaloración de las condiciones naturales, y esta subvaloración es una forma básica de la contradicción entre valor de uso y valor de cambio” [6].
Hay una crítica que hace ya tiempo se ha planteado desde sectores del ecologismo crítico al análisis del valor realizado por Marx, y es que supuestamente no reconocería el aporte de valor económico de la naturaleza. No alcanza con destacar que no hay producción sin un sustrato material que proviene de la naturaleza, es decir, que todo elaboración de mercancías –en las que se cristaliza el valor creado por el trabajo– constituye un metabolismo entre lo social –en sí una parte de la naturaleza aunque diferenciada– y el resto de la naturaleza. Es necesario, sostienen estas críticas, traducir este reconocimiento en una contabilización del valor económico que los procesos metabólicos naturales agregan a las mercancías. Estas objeciones vienen de hace tiempo [7]. En la actualidad, autores como Zehra Taşdemir Yaşın, Dinesh Wadiwel, Giorgos Kallis y Erik Swyngedouw plantean que no solo los seres humanos sino también la naturaleza/los animales/la energía producen valor económico bajo el capitalismo [8]. Jason Moore también plantea la necesidad de reconceptualizar la teoría de valor introduciendo más ampliamente el rol del “trabajo-energía” de la naturaleza como condición fundamental para que pueda existir el excedente que se apropia el capital [9]. Por otro camino, también llega a la demanda de introducir la participación de la naturaleza en el valor económico.
El problema con estos planteos es entender que aquello que no es señalado como productor de valor para el capital, resulta degradado desde la perspectiva del orden social capitalista, sino desde el punto de vista de quien teoriza críticamente al respecto. Se confunde la noción de valor mercantil con una idea de valor intrínseco, entendido como el valor que atribuimos a las cosas en sí mismas y para nuestras relaciones. Marx no busca establecer en abstracto qué es el valor, o qué tiene o debería tener valor en este último sentido, sino que le preocupa cómo funciona la categoría de valor en el capitalismo. Todo el propósito de su empresa crítica, es mostrar cómo las categorías de la economía política soslayan todo un conjunto de dimensiones sin las cuáles no resulta posible la reproducción de las relaciones capitalistas. En primer lugar, la explotación del trabajo, que Marx muestra cómo aparece velada, oculta, en las categorías de precios y salarios. Lo mismo vale para la expoliación de la naturaleza. Pero para hacer esto, no se gana mucho reconceptualizando las categorías de valor de modo diferente a como operan en el capitalismo. No se eleva la importancia de la naturaleza de esta manera, ni esto actúa como freno a su expoliación. De hecho, todas las nociones de “capital natural” y de “servicios ecosistémicos” se dedican a “dar valor” a la naturaleza, traducirla a números, pero para profundizar todavía más el dominio de las relaciones mercantiles sobre todas las esferas. Son la culminación de la conversión de la naturaleza en “recursos” que sirven como insumos para la producción y la reducción a unidades homogéneas y cuantificables. Los bonos de carbono también “dan valor” a la naturaleza, y se han convertido en un jugoso negocio financiero para grandes corporaciones. Por eso, estas críticas a las categorías de valor desarrolladas por Marx equivocan el blanco de ataque que debería plantearse el proyecto ecológico crítico. Como observan bien John Bellamy Foster y Paul Burkett,
Los intentos ahistóricos e idealistas de imaginar la internalización e integración de los costos sociales y ambientales dentro del sistema de mercado, o de ver la naturaleza como la verdadera fuente de valor, solo restan importancia a las contradicciones sociales (incluidas las clases y otras formas de opresión) y ecológicas del sistema capitalista [10].
No es en el plano del “reconocimiento” del aporte de la naturaleza en términos de los conceptos de valor donde se juega la cuestión de fondo, sino en cómo transformamos las bases sociales que son las que llevan al dominio de estas relaciones de valor en todas las esferas.
Trabajo concreto-abstracto, privado-social
Una segunda característica específica del capitalismo es el aspecto bifacético del trabajo: es un trabajo social, cada vez más complejo e interdependiente por la especialización y división del trabajo, pero se lleva a cabo en las esferas privadas de una infinidad de empresas. En este metabolismo social, que en opinión de Marx solo resultó históricamente posible sobre la base de una división del trabajo social ya muy desarrollada, el aspecto social del trabajo solo se pone en evidencia cuando la labor ha terminado, y se ha materializado en un producto que se busca vender. El éxito en vender la mercancía al precio esperado, valida socialmente el trabajo incorporado en ella; el valor de la mercancía solo se vuelve efectivo en este acto de intercambio. Si se vende por debajo del precio esperado, el trabajo ha sido validado socialmente en parte. Por esta mediación del trabajo social a través del intercambio mercantil, es que Marx va a afirmar que se conforman relaciones propias de cosas entre las personas y relaciones sociales entre las cosas, que es lo que él llamará el fetichismo de la mercancía. Entre muchas consecuencias, esta separación de esferas produce una manera muy acotada de considerar los impactos que tiene cada proceso de trabajo “privado”. Lo que ocurre por fuera de la esfera inmediata de la producción, aunque sea resultado de la misma (como la contaminación del aire o las aguas) es tratado por las firmas capitalistas como una “externalidad” no incorporada en su ecuación “económica”. Esta noción de esferas separadas, se traslada al nivel de la sociedad en su conjunto, donde la “economía” (pensada como productos, precios, acciones, créditos, cifras de empleo, etc.) aparece como una esfera distintiva y acotada. A pesar de la clara relevancia y centralidad que tiene en los problemas ambientales, muchas veces por los enfoques fragmentarios no se visualizan hasta el final los aspectos sistémicos que producen muchos problemas ambientales, tratados como algo “externo”, algo así como un efecto secundario de la actividad de las empresas. Cierto ambientalismo mainstream, o los abordajes de economía ecológica basados en el pensamiento económico neoclásico, continúan pensando que “la destrucción ecológica es un ‘efecto externo’ no esencial de las relaciones sociales dominantes del capitalismo” [11], con lo cual se pueden encarar soluciones a la misma sobre las bases de estas mismas relaciones.
La separación entre quienes producen y los medios de trabajo
En tercer lugar, en el capitalismo el proceso de trabajo, o, lo que es lo mismo, la mediación metabólica entre la totalidad material natural y la esfera social, se caracteriza por el hecho de que la fuerza de trabajo y los medios para que este pueda desarrollarse solo se reúnen cuando los dueños de la riqueza social, la clase capitalista, los adquieren y ponen a funcionar bajo su mando. La fuerza de trabajo se encuentra convertida en una mercancía más, y solo llega a reunirse con los medios y objeto de trabajo si antes logra ser vendida exitosamente a cambio de un salario. Esto expone en un nuevo nivel la cosificación y el fetichismo a los que ya nos referimos. Los capitalistas son quienes tienen la propiedad de los medios de producción, y por eso pueden decidir qué, cómo, cuánto y cuándo se produce. Todo el proceso laboral se ejecuta bajo sus órdenes y tiene como finalidad básica obtener un plusvalor, del cual surge la ganancia. La producción, de medio para satisfacer necesidades, se convierte en medio para generar lucro. Al final del circuito de producción los capitalistas deben tener en sus manos un valor mayor que el desembolsado en salarios, medios de producción e insumos. Este plusvalor, muestra Marx, solo puede generarse en la explotación de la fuerza de trabajo, porque el valor no es otra cosa que la expresión del trabajo requerido para producir las mercancías incluyendo el no solo el trabajo directamente gastado, sino el que requirieron antes todos los insumos utilizados. Como toda mercancía, la fuerza de trabajo tiene un valor (expresado en el salario) y un valor de uso. Este valor de uso es para los capitalistas uno fundamental: producir un valor superior al que estos han pagado por ella. El trabajador reproduce el valor equivalente a lo que desembolsó el capitalista como salario en una fracción de su jornada; el valor que continúa produciendo más allá de ese tiempo, se lo quedan los capitalistas. El trabajo que se extiende por encima del tiempo necesario para producir el equivalente a lo que gastaron los capitalistas como salario, Marx lo denomina plustrabajo, y en él se genera el plusvalor del que surge toda la ganancia en el capitalismo [12]. Vemos entonces el rol fundamental que tiene la enajenación de la fuerza de trabajo.
Marx apela a la noción de subsunción formal para dar cuenta de esta primera instancia de subordinación por parte del capital que reduce a la fuerza de trabajo a una condición objetiva más de la producción orientada a la valorización, tanto como lo son las materias primas y medios de producción también compradas por los capitalistas. Todas las sociedades de clase que precedieron al capitalismo, basaban la explotación de un sector de la sociedad por otro en formas de trabajo en las que no se observaba esta separación entre productores y medios de producción. “Lo que necesita explicación, o es resultado de un proceso histórico”, observa Marx, “no es la unidad del hombre viviente y actuante, [por un lado,] con las condiciones inorgánicas, naturales, de su metabolismo con la naturaleza, [por el otro,]” sino “la separación entre estas condiciones inorgánicas de la existencia humana y esta existencia activa, una separación que por primera vez es puesta plenamente en la relación entre trabajo asalariado y capital” [13]. Marx desarrolla esta explicación a través de la “acumulación originaria”, un proceso de expropiación en gran escala –y en todos los rincones del planeta– sin el cual el capital como relación social dominante no habría sido posible.
La subsunción de la fuerza de trabajo como mercancía –que tiene un primer momento formal, que es cuando los procesos mismos de producción todavía no han sido enteramente reconfigurados por el capital– y la instrumentalización de la naturaleza, han marchado en paralelo desde el origen del capitalismo. Un presupuesto de esta fuerza de trabajo “liberada” fue que las tierras que trabajaban pasaron a ser propiedad privada (los famosos “cercamientos” que Marx analiza en el capítulo XXIV de El capital). Desde los inicios de la acumulación originaria capitalista hasta hoy, la mercantilización de la naturaleza, acompañada en general de la lisa y llana apropiación directa de lo que históricamente era comunitario, fueron vitales para la expansión del capital. La consolidación del capitalismo a nivel mundial significó la repetición de estos procesos de acumulación “originaria” –o por desposesión, como prefiere llamarlas David Harvey para acentuar que éstas no ocurrieron solo en el origen histórico de este modo de producción–.
John Bellamy Foster observa que a medida “que el trabajo se volvió más homogéneo, también lo hizo gran parte de la naturaleza, que pasó por un proceso similar de degradación” [14]. La homogeneización o producción de una naturaleza “abstracta” [15] convertida en un objeto para el uso del capital, resulta inseparable de la generalización de la relación trabajo asalariado-capital.
La separación entre fuerza de trabajo y medios de trabajo es fundamental para desembarazarse de los límites impuestos por los tipos de vínculos entre la fuerza de trabajo y las condiciones naturales que caracterizan a las sociedades precapitalistas. “Los requisitos de valor de uso material de la producción capitalista, en particular, no están comprometidos por los vínculos sociales previos de los productores con la naturaleza” [16].
Al subsumir el metabolismo socionatural de la producción a los fines de la valorización, emergen tensiones evidentes en la relación capital-naturaleza. Por un lado, “el capital requiere fuerza de trabajo viva y físicamente funcional y condiciones materiales conducentes a la encarnación del trabajo en productos que satisfagan las necesidades” [17]. Esto significa que, como todas las formas que se dieron las sociedades humanas para satisfacer las necesidades, la producción capitalista depende de la contribución de la naturaleza al valor de uso. Por otro lado, el capital requiere la naturaleza solo en forma de condiciones materiales “separadas” para su apropiación del valor de uso de la fuerza de trabajo, “no en forma de una unidad social y material orgánica entre los productores y sus condiciones naturales de existencia [18]. Las condiciones naturales necesarias para la producción aparecen como un factor objetivo separado de la fuerza laboral, porque así lo determina la relación de clase fundamental del capitalismo.
En resumen, la clasificación del capital en cuanto a los valores de uso requeridos, con la fuerza de trabajo explotable en primer lugar, representa (1) una abstracción específicamente capitalista de la necesaria unidad de la naturaleza humana y extrahumana; y (2) una degradación social de la naturaleza y de los productores humanos, del valor de uso mismo, al estatus de meras condiciones para hacer dinero [19].
Otra consecuencia antiecológica que se deriva de la separación entre la fuerza de trabajo y los medios de producción, es que la primera pierde poder de decisión sobre todo lo vinculado a los materiales utilizados y manejo de los residuos que genera toda producción. Los dueños de los medios de producción toman esas decisiones, siempre con el criterio fundamental de minimizar los costos. Por eso, durante mucho tiempo han contaminado ríos y lagos conscientemente y sin ningún cuidado porque no había ninguna sanción para ello. En la medida en que se han ido imponiendo regulaciones ambientales, no abandonan esas prácticas, sino que realizan una ecuación de costo-beneficio. Se regula la contaminación. Lo mismo lo vemos en la emisión de gases de efecto invernadero. Si la fuerza de trabajo tuviera alguna injerencia en la producción, serían puestas en debate todas estas cuestiones que hoy el capital impone y que degradan las condiciones de vida en las ciudades que habitamos.
La producción, de medio a fin en sí mismo
En cuarto lugar, cuando la producción deja de estar ordenada primeramente por el objetivo de satisfacción de las necesidades sociales y pasa a estar determinada por el requisito de la ganancia, ya no se trata simplemente de ganar, sino de ampliar todo lo posible la magnitud de la ganancia que se puede obtener. Este es un aspecto distintivo del orden social capitalista respecto de los que lo precedieron:
cuando en una formación económico-social no prepondera el valor de cambio sino el valor de uso del producto, el plustrabajo está limitado por un círculo de necesidades más estrecho o más amplio, pero no surge del carácter mismo de la producción una necesidad ilimitada de plustrabajo [20].
Al romper la unidad entre fuerza de trabajo y condiciones de trabajo, el capitalismo corta con las limitaciones que esta conexión ponía a la necesidad –y a la posibilidad– de ampliar continuamente el volumen de la producción. Los tipos de valores de uso producidos, es decir, los tipos de necesidades materiales y sociales que deben satisfacerse, ya no están limitados por los antiguos vínculos sociales de los trabajadores con condiciones naturales particulares. La producción no está ligada a un nivel de necesidades establecido de antemano por vínculos sociales entre el trabajador y las condiciones naturales de producción; de ahí que el nivel y la variedad existentes de necesidades no predeterminan el curso de la producción en sí. Más bien, si es posible producir y vender de manera rentable un valor de uso particular, entonces se producirá en ausencia de controles sociales forzosos sobre dicha producción. Con la separación capitalista de la fuerza de trabajo de las condiciones de producción necesarias, el valor de cambio –específicamente, la rentabilidad de apropiarse del valor de uso de la fuerza de trabajo y objetivarlo en valores de uso vendibles– determina qué necesidades (y de quién) se satisfacen. “El valor de cambio y la acumulación monetaria competitiva, no las necesidades dadas de los productores (o de cualquier otra persona), regulan ahora el crecimiento y el desarrollo de la producción humana” [21].
El aumento de la escala de la producción, una necesidad vital del capital
La separación social de los productores humanos de las condiciones naturales y la consiguiente dominación del valor de cambio sobre el valor de uso, explican así por qué, en comparación con formas anteriores de producción, el capitalismo impone la compulsión de realizar plustrabajo.
Esto significa varias cosas. Obtener la rentabilidad máxima impone ante todo hacer rendir al máximo la inversión realizada, minimizando los desperdicios.
El obrero trabaja bajo el control del capitalista, a quien pertenece el trabajo de aquél. El capitalista vela por que el trabajo se efectúe de la debida manera y los medios de producción se empleen con arreglo al fin asignado, por tanto para que no se desperdicie materia prima y se economice el instrumento de trabajo, o sea que solo se desgaste en la medida en que lo requiera su uso en el trabajo [22].
Pero asegurarse que la ganancia prevista se concrete sin despilfarro es una cuestión elemental que se da por descontada. Saciar la sed de ganancia de los capitalistas exige mucho más que cumplir estas precauciones básicas. Para esto, el imperativo es ampliar a como dé lugar el plusvalor que se embolsan los dueños de los medios de producción. El primer impulso para lograrlo fue extender las horas bajo las cuáles la fuerza de trabajo debía producir en beneficio de los capitalistas. A igual gasto en salarios, una jornada laboral más larga significa más plustrabajo embolsado por los capitalistas. Como observa Kohei Saito, “Marx describe primero la desarmonía existente en la interacción metabólica entre los humanos y la naturaleza, prestando especial atención al lado humano” [23]. Como observa Marx, “los límites físicos y sociales” para la extensión de la jornada –los primeros vinculados a la inevitable necesidad de descanso sin la cual el capital no puede seguir explotando la fuerza de trabajo, los segundos definidos por el tiempo requerido “para la satisfacción de necesidades espirituales y sociales, cuya amplitud y número dependen del nivel alcanzado en general por la civilización”– estos son de “naturaleza muy elástica y permiten la libertad de movimientos” [24]. Por eso, si dependiera de los capitalistas, la jornada laboral sería extendida e intensificada por el capital hasta el máximo tolerable en aras de su valorización, a costa de los padecimientos de la fuerza de trabajo. Esto fue lo que impusieron hasta que la resistencia obrera le puso un freno a la voracidad del capital, arrancando leyes que limitaron la duración de la jornada laboral.
La búsqueda de explotar lo más posible a cada fuerza de trabajo, va de la mano de la reinversión del plusvalor obtenido para incrementar la escala de la producción. Se incrementa el volumen del capital desembolsado para contratar más fuerza de trabajo, producir más mercancías y obtener más plusvalor.
Para extraer más plustrabajo, los capitalistas deben aumentar la disponibilidad de materias primas y medios de trabajo sin los cuales la fuerza de trabajo no puede confeccionar más valores de uso. Sin esta disponibilidad de materiales, no habría forma de objetivar el plustrabajo adicional. La necesidad de realizar un plusvalor creciente exige también para los capitalistas buscar los medios para poder vender un volumen creciente de mercancías, ya que si éstas no se venden no se realiza el plusvalor extraído. De ahí la tendencia de esta sociedad a ampliar paulatinamente la esfera de los consumos “necesarios”, incorporando en ellos una variedad cada vez más amplia de mercancías que los capitalistas necesitan vender. Pero, al mismo tiempo, es necesario combatir la durabilidad de las mercancías. Si las cosas se fabricaran para durar toda la vida, no habría manera de que los empresarios vendan suficientes autos, lavarropas, televisores o teléfonos. Por eso, la obsolescencia programada está en el ADN del modo de producción capitalista. Por todo esto, el incremento de plustrabajo implica necesariamente una huella material creciente.
La transformación capitalista de las formas de producción
Aunque parezca a primera vista contradictorio con el hecho de que la ganancia surge de explotar fuerza de trabajo y apropiarse plusvalor, la competencia empuja a los capitalistas a reducir el tiempo de trabajo requerido para la producción de sus mercancías, es decir, a reducir el valor que se llevan por cada mercancía. Los empresarios que se terminan imponiendo en la competencia son los que logran producir más barato, con técnicas más eficientes y ahorrando en tiempos muertos y todo tipo de desperdicios. Esto reduce el valor individual de cada mercancía, pero los capitalistas que sacan ventaja pueden obtener una ganancia extraordinaria mientras el resto de los empresarios continúe con mayores costos, porque su precio individual estará por debajo del que rige socialmente. Cuando los demás lo imitan, se esfuma la ganancia extraordinaria, pero si las mercancías en cuestión entran en la canasta de consumo de la clase trabajadora, el conjunto de los capitalistas se ve beneficiado porque tiene lugar una reducción del valor de la fuerza de trabajo. Esto significa que pueden pagar menos en salarios sin que se vea afectado el consumo de la clase trabajadora. Como consecuencia de eso, aumenta el tiempo de la jornada laboral durante el cual la fuerza de trabajo genera plusvalor que se apropia el capital; esto ocurre, en este caso, sin que cambie la duración de la jornada laboral, sino por un cambio en las proporciones entre el tiempo de trabajo necesario (que reproduce el equivalente al valor de la fuerza de trabajo) y tiempo excedente. Por eso Marx se refiere a un incremento del plusvalor relativo.
El resultado de la competencia por abaratar las mercancías es la tendencia a aumentar rápidamente la productividad, que significa que durante un mismo tiempo de trabajo se producen más valores de uso. Esto es lo mismo que decir que se transforman volúmenes de materiales cada vez más elevados.
Toda la producción capitalista está dirigida a extraer el máximo plusvalor absoluto y relativo posible “y este gasto unilateral de fuerza de trabajo humano no hace más que distorsionar la relación de la humanidad con la naturaleza” [25]. Dado que tanto la fuerza de trabajo como la naturaleza
son importantes para el capital solo en tanto “portadores” de valor, este actúa en forma negligente hacia los diversos aspectos de estos dos factores fundamentales de la producción, conduciéndolos por lo general al agotamiento. De hecho, Marx describe con lujo de detalles, en El capital, cómo esta negligencia de las dimensiones materiales del proceso de trabajo conduce al deterioro y destrucción de la vida humana y el ambiente [26].
Esta búsqueda de ganar competitividad abaratando las mercancías, en la que cada capitalista participa buscando imponerse sobre sus competidores, transforma completamente las formas en las que se produce. La separación entre los productores y sus medios de trabajo es apenas el primer paso de un dominio mucho más profundo por parte del capital de todas las esferas del proceso laboral. La introducción de maquinarias cada vez más complejas e integradas, crea procesos de producción continuos en los cuales la fuerza laboral y sus destrezas van quedando en un segundo plano. Si el capitalismo empieza históricamente dependiendo de los saberes de los oficios, su desarrollo convierte cada vez más a la fuerza laboral en apéndice y asistente de medios de producción que actúan de forma cada vez más autónoma. Este dominio capitalista de las formas en las que se produce, Marx lo conceptualiza como una subsunción real. El adjetivo real es utilizado para distinguir este avance de la primera instancia en la que la fuerza de trabajo se encuentra convertida en una mercancía, pero el capital todavía no transformó profundamente las formas de la producción, por lo cual la subsunción se define como formal.
La gran industria no implica simplemente mayores volúmenes de producción. En primer lugar, trastocar el modo de producción en una esfera de la industria implica trastocarlo en las demás.
Esto es válido ante todo para esos ramos industriales que están aislados por la división social del trabajo, de modo que cada uno de los mismos produce una mercancía independiente, pero entrelazados sin embargo en cuanto fases de un proceso global. [...] Pero la revolución en el modo de producción de la industria y la agricultura hizo necesaria también, sobre todo, una revolución en las condiciones generales del proceso social de producción, esto es, de los medios de comunicación y de transporte. [...] De ahí que, prescindiendo de la navegación a vela, radicalmente revolucionada, un sistema de vapores fluviales, ferrocarriles, vapores transoceánicos y telégrafos fue adaptando paulatinamente el régimen de las comunicaciones y los transportes al modo de producción de la gran industria. Pero, a su vez, las descomunales masas de hierro que ahora había que forjar, soldar, cortar, taladrar y modelar, exigían máquinas ciclópeas que la industria manufacturera de construcción de máquinas no estaba en condiciones de crear.
La gran industria, pues, se vio forzada a apoderarse de su medio de producción característico, esto es, de la máquina misma, y producir máquinas por medio de máquinas. Comenzó así por crear su base técnica adecuada y a moverse por sus propios medios. Con el desenvolvimiento de la industria maquinizada en los primeros decenios del siglo XIX, la maquinaria se apoderó gradualmente de la fabricación de máquinas-herramientas. Sin embargo, solo durante los últimos decenios la construcción de enormes ferrocarriles y la navegación transoceánica de vapor provocaron la aparición de máquinas ciclópeas empleadas para fabricar primeros motores [27].
Es notable que Marx escribió El capital cuando la gran industria apenas había atravesado la primera de una serie de oleadas de grandes transformaciones que tuvieron lugar en los últimos 150 años. Tengamos en cuenta que no vio la electrificación ni mucho menos la electrónica, la informática y todo lo que vino después hasta las disrupciones que se esperan hoy con la “internet de las cosas” y la aplicación a la producción de todas las tecnologías de frontera. Los cambios en las tecnologías fueron de la mano de toda una técnica de organización de la producción que no había dado siquiera sus primeros pasos en tiempos de Marx. Esto va desde la llamada “administración científica” de Frederick Taylor y Henri Fayol que reorganizó los procesos productivos desde finales del siglo XIX, para aprovechar las potencialidades de la técnica de manera más eficiente y explotar mejor a la fuerza de trabajo. Tampoco existía cuando salió El capital la línea de montaje popularizada sobre todo a partir de los éxitos de Henry Ford a comienzos del siglo XX. Podemos entonces darnos una idea de la prefiguración que se encierra cuando Marx habla de la integración de las maquinarias como una especie de “autómata” que subordina a la fuerza de trabajo. Cada una de estas “revoluciones industriales” profundizó cualitativamente la tendencia básica de la gran industria, que es que el “trabajo muerto”, cristalizado en maquinarias cada vez más complejas, domina sobre el trabajo vivo de la fuerza de trabajo. La conexión entre medios de producción organiza de manera cada vez más autónoma los procesos productivos, y refuerza el rol de apéndice de la fuerza laboral. En proporción, se requiere una fuerza laboral proporcionalmente menor para poner en movimiento masas de medios de producción y materias primas cada vez mayores, que se plasman en volúmenes de mercancías crecientes. Por eso, a medida que se acrecienta la fuerza productiva del trabajo, ocurre al mismo tiempo que se profundiza la subsunción real y se profundiza la demanda de la locomotora productiva de materiales naturales que puedan nutrirla.
La ciencia al servicio del aumento sistemático de la producción
La producción en masa es la que por primera vez
subyuga las fuerzas de la naturaleza en gran escala (viento, agua, vapor, electricidad) al proceso de producción directo, las convierte en agentes del trabajo social [...] su apropiación se produce solo por medio de maquinaria [...] Por lo tanto, solo son apropiadas como agentes del proceso de trabajo a través de la maquinaria y por los propietarios de la maquinaria [28].
La gran industria tiene como prerrequisito el desarrollo del conocimiento científico como factor independiente en el proceso de producción. “De la misma manera que el proceso de producción se convierte en una aplicación del conocimiento científico, así, a la inversa, la ciencia se convierte en un factor, una función, por así decirlo, del proceso de producción” [29]. Cada invención se convierte en la base de nuevas invenciones o de nuevos métodos de producción mejorados. Es el modo de producción capitalista el que primero pone las ciencias naturales al servicio del proceso de producción directo, “mientras que, a la inversa, el desarrollo de la producción proporciona los medios para el sometimiento teórico de la naturaleza” [30]. La tarea de la ciencia “se convierte en ser un medio para la producción de riqueza; un medio de enriquecimiento” [31]. Los capitalistas “y sus funcionarios científicos y tecnológicos son libres de aislar y aplicar las formas particulares de riqueza natural que son más útiles para la mecanización del trabajo y la objetivación de este trabajo en mercancías” [32]. El comportamiento instrumental hacia la naturaleza “se vuelve dominante, pues las ciencias se desarrollan desde una perspectiva de utilidad para el capital” [33]. Esto está íntimamente relacionado a un dominio en los campos científicos de lógicas reduccionistas para abordar los fenómenos, que es muy bien criticado por autores como Richard Levins, Richar Lewontin, o Hilary Rose y Steven Rose.
La aplicación de tecnología en la gran industria y la agricultura modernas
no tiene por objetivo establecer una relación sostenible con la naturaleza, sino su utilización rentable. Al igual que la fuerza de trabajo se agota y se destruye debido a la intensificación y extensión de la producción en pos de obtener un mayor plusvalor, así también las fuerzas de la naturaleza corren la misma suerte [34].
El procesamiento instrumental de la naturaleza, “impulsado por el objetivo cuantitativamente ilimitado y cualitativamente homogéneo de la acumulación monetaria”, se produce “sin ninguna preocupación fundamental por las diversidades, interconexiones y capacidades de ajuste limitadas que gobiernan la reproducción de la naturaleza humana y extrahumana” [35]. En la pretensión de someter al conjunto de la naturaleza a la lógica continua y creciente de la acumulación, el desarrollo de la ciencia se convierte en un arma más para perturbar los metabolismos naturales sin ninguna consideración por los efectos que dichas intervenciones puedan producir en el mediano o largo plazo sobre los ecosistemas afectados.
No está dicho que la ciencia solo deba servir para imponer la homogeneización y degradación de la naturaleza. El conocimiento de los diversos metabolismos naturales es una base necesaria para establecer una relación equilibrada con la misma. Pero esta solo puede lograrse si ponemos fin a las condiciones que convierten a la ciencia en una herramienta para la explotación de la fuerza de trabajo y de la expoliación de la naturaleza.
El salto de escalas espaciales y la autonomía del capital respecto a ecosistemas específicos
La transformación de la gran industria conlleva un cambio de las escalas geográficas en las que se desenvuelve el metabolismo social, porque si algo caracteriza a la gran industria “es su celeridad febril en la producción, su escala gigantesca, su constante lanzamiento de masas de capital y obreros de una a otra esfera productiva y sus flamantes conexiones con el mercado mundial” [36]. El aumento de la producción es impensable sin una ampliación de la esfera geográfica de los mercados, que a la vez solo resulta posible con un desarrollo y abaratamiento de los medios de transporte y comunicación. La diversificación y extensión también ocurre en el plano de la extracción de recursos. Obviamente, esto ya está en la prehistoria del capitalismo. La llamada acumulación originaria que dio origen a este modo de producción, como relata el capítulo XXIV de El capital ya mencionada, tuvo entre sus puntos de apoyo el saqueo de oro y plata realizado en las colonias. Pero la expansión capitalista profundiza estas exigencias.
La transformación capitalista de las formas de producción va de la mano de una producción capitalista del espacio, sobre la cual elaboraron ampliamente pensadores marxistas como Henri Lefebvre, David Harvey y Neil Smith, entre otros. El capital se invierte en infraestructuras, que permiten al mismo tiempo acelerar la circulación del capital (trenes, autopistas, puertos aeropuertos, etc., que permiten que las mercancías se transporten más rápido, cableados de telégrafo y teléfono, fibra óptica para transmitir más información a una velocidad reducida) y generar esferas de valorización para los excedentes. Con estas reconfiguraciones, el capital puede aumentar su densidad manejando con facilidad espacios geográficos cada vez más amplios.
Este salto de escala geográfica de los procesos metabólicos sociales tiene varias consecuencias. Entre ellas, significa que el capitalismo resulta mucho menos dependiente que los modos de producción previos de la preservación de ecosistemas particulares y otras condiciones naturales localizadas. La acumulación de capital está menos limitada por áreas terrestres, elementos y formas de vida extrahumanas particulares. Esto ayuda a explicar el hecho de que el saqueo y la degradación de las condiciones naturales por parte del capitalismo, sin precedentes históricos, hasta ahora no han amenazado seriamente la reproducción y expansión de este sistema económico. “El capitalismo, más que las sociedades anteriores de explotación de clases, tiene la capacidad de destruir o degradar los fenómenos naturales mientras se reproduce y expande tanto social como materialmente” [37]. “El capital pugna por obtener un acceso seguro y barato a los recursos naturales, sin reparar en problemas como la contaminación del aire y el agua, la desertificación y el agotamiento de los recursos naturales” [38], de los cuáles se desentiende dejando detrás los pasivos ambientales como un problema ajeno, buscando siempre el próximo territorio todavía sin explotar o subexplotado que le permita reiniciar el ciclo. La explotación brutal de las fuerzas gratuitas de la naturaleza va acompañada de una feroz carrera global para asegurarse el primer lugar en la obtención de los recursos naturales críticos. Imperialismo y apropiación de bienes comunes naturales estuvieron íntimamente entrelazados desde el comienzo. Lo que observamos es que la expansión de los extractivismos profundiza la amputación ecológica que estos imponen sobre las “periferias” que nutren los procesos de producción capitalista, configurados en complejas cadenas de valor globales. Incluso la transición energética, planteada como una clave para el “desarrollo sostenible”, profundiza la exigencia del saqueo de recursos, como el litio que las multinacionales están comenzando a explotar en el NOA Argentino, Chile y Bolivia.
El orden social capitalista, entonces, relaja las limitaciones que imponen las condiciones naturales a la producción gracias a la apropiación en gran escala de las capacidades de la fuerza de trabajo y de la naturaleza en toda la geografía planetaria, y de la expansión de la variedad y el alcance espacial de la producción material.
Crisis ecológicas y perturbación de la acumulación
El capital se posiciona frente a la naturaleza como si fuera una cantera inagotable, que provee recursos utilizables sin costo y otros de los que solo contabiliza los desembolsos de capital requeridos para apropiárselos. Cuando una fuente se agota –ya sea que se trata de una tierra que pierde nutrientes, de una mina que no tiene metales para ofrecer en cantidad suficiente para resultar rentables, un pozo petrolero que no se puede recuperar, o una fauna marina raleada por la pesca indiscriminada que vuelve a dicha actividad económicamente inviable, por citar algunos ejemplos– el capital va en busca de la siguiente. Cuando una fuente energética empieza a encontrar límites, se apuesta por la siguiente para continuar un ciclo que debe perpetuarse. La contaminación del entorno como resultado de la producción, es otra de las facetas que adquiere esta relación alienada entre sociedad y naturaleza que caracteriza al capitalismo.
Sin embargo, la crisis ecológica que tiene múltiples dimensiones, pueden amenazar de distintas maneras al circuito de valorización del capital. Esta crisis ecológica planetaria da lugar a fenómenos muy imprevisibles, ya que combina shocks repentinos (catástrofes) con fenómenos continuos (como son los cambios en las precipitaciones﴿. La crisis climática, que se ubica como causa principal de desastres ambientales como las temperaturas extremas y sequías, viene golpeando severamente en actividades como la agricultura. La imprevisibilidad de las cosechas afecta los precios, aumentando costos y reduciendo márgenes de ganancia y, si la merma en las cosechas es muy fuerte, puede paralizar industrias enteras.
Una de las expresiones claras en las que el capitalismo fagocita sus propias condiciones de sostenimiento es la manera en que lleva al agotamiento de recursos fundamentales. Este puede ser absoluto, como ocurrió con fertilizantes naturales como el guano, utilizado a finales del siglo XIX hasta que sus reservas se agotaron por completo. También puede ser relativo, como está ocurriendo con los hidrocarburos y con otros minerales, de los cuales las reservas resultan cada vez menos puras o de acceso más complejo. Esto se manifiesta por ejemplo en la menor Tasa de Retorno Energético de la extracción de hidrocarburos, que significa que se requiere cada vez más gastos de energía en relación a la que se extrae.
Todo esto significa que la cuestión de la naturaleza se introduce de manera a veces dramática en la ecuación de costos del capital. Estas perturbaciones muestran que, aunque elásticos, existen límites naturales para el capital.
La cantidad de fuerza productiva del trabajo puede aumentar con el fin de obtener el mismo producto, o incluso un producto decreciente, de modo que este aumento de la fuerza productiva del trabajo solo sirve para compensar la disminución en las condiciones naturales de la productividad –e incluso esta compensación puede ser insuficiente–, como se ha visto en ciertos casos de la agricultura, la industria extractiva, etc. [39].
Si debe invertirse más, y dedicarse más trabajo, para extraerse la misma cantidad de valores de uso en actividades como la minería o la agricultura, esto significa que aumentará el valor de estos productos. El resultado es que la elaboración de todos los productos que introduzcan como insumos esos valores de uso afrontará mayores costos en insumos. Si los mayores costos de la agricultura o de otros bienes naturales repercuten en un mayor costo de vida, para el capital significa que la fuente toda su ganancia, la explotación de la fuerza de trabajo, también se ve deteriorada de manera directa, porque esto deriva en un incremento de lo que tendrá que pagar en salarios. Estos mayores costos en insumos y en salarios, repercuten negativamente sobre la rentabilidad y pueden convertirse en catalizadores de crisis económicas –las que nunca suelen estar ocasionadas por un factor excluyente–.
Confrontada por el aumento de costos por agotamiento de los recursos, “la producción capitalista intenta desesperadamente descubrir nuevas fuentes y métodos tecnológicos a escala global para contrarrestar la caída de la tasa de ganancia” [40]. El capital “no duda en explotar la naturaleza en forma cada vez más extendida e intensiva, sin calcular el impacto sobre el ecosistema” [41].
Podríamos dar cuenta de otras muchas dimensiones en las que la acumulación de capital se ve amenazada por los trastornos ecológicos. Algunos ejemplos son la crisis de los sistemas de seguros (sobre todo agrícolas y de vivienda) ante la multiplicación de los riesgos ecológicos [42]; la caída de la productividad laboral debida al aumento de la frecuencia e intensidad de las olas de calor, y sus consecuencias económicas [43]. También [el aumento de los desplazamientos poblacionales creados por catástrofes ambientales –refugiados “climáticos”– se está convirtiendo en un factor que los Estados imperialistas identifican como amenazante.
Desastres ambientales en escala ampliada
La fuga hacia adelante del capitalismo frente a los trastornos ambientales generados tiene una dinámica espacial específica, que es la de los cambios de escala. Así como la circulación de capital en todas sus facetas se ha vuelto más densa internacionalmente, creando redes cada vez más densas e integradas, iguales saltos han ocurrido en las transferencias espaciales de los peores efectos de los trastornos ambientales. Los problemas asociados a la contaminación “no solo se trasladan de un sitio a otro, también se resuelven dispersándolos y transfiriéndolos a una escala diferente” [44]. La autonomía que gana el capital respecto de entornos naturales específicos, cuya perturbación no necesariamente es una amenaza para un orden social que amplía permanentemente la escala geográfica de la acumulación y responde a cualquier amenaza que puedan generar las perturbaciones ecológicas relocalizando los procesos de producción, se choca con barreras cada vez más amenazantes en esas escalas ampliadas. Con los cambios de escala los problemas ambientales son cada vez menos locales (como la contaminación de un río o la niebla tóxica en una geografía acotada) y más regionales o directamente globales, como ocurre con el cambio climático, la destrucción de los hábitats, la extinción de especies y pérdida de biodiversidad, la degradación de los ecosistemas oceánicos, forestales y terrestres, etc. También se acelera el ritmo de los impactos, de manera también exponencial. El desigual reparto de los efectos que generan estas perturbaciones –donde los mayores costos recaen los países dependientes, especialmente en los más pobres– sigue las mismas líneas de demarcación que las relaciones de clase –y de relaciones interestatales asimétricas– que ordenan la economía mundial capitalista como una totalidad jerarquizada imperialista.
La continua reproducción a una escala constantemente creciente de las acumulación capitalista, con sus derivaciones antiecológicas, no hace más que replantear la cuestión de “los límites naturales de la producción al nivel biosférico global” [45]. Por eso, el capitalismo es la primera sociedad capaz de generar una catástrofe ambiental verdaderamente planetaria.
La crítica de la economía política de Marx revela las profundidades de la orientación antiecológica que caracteriza al imperativo de la acumulación de capital. Los capitalismos verdes y todos los planteos de “sostenibilidad” que son cada vez más considerados como de sentido común en ámbitos empresariales –aunque las extremas derechas ponen en cuestión ese consenso desde posturas negacionistas de la crisis ecológica– tienen como presupuesto que la crisis ecológica puede ser afrontada bajo el dominio de la misma clase que la provocó, y manteniendo el imperativo de someter a toda la naturaleza –incluyendo la vida humana– al imperativo de la valorización. El continuo fracaso de las cumbres climáticas pone en evidencia lo falaz de estas pretensiones.
De lo analizado no se deriva, por supuesto, ninguna tendencia al derrumbe o colapso de este modo de producción bajo el peso de las contradicciones ecológicas. El capital puede continuar reproduciéndose incluso en medio de los desastres ambientales, volviendo las condiciones para la vida humana y no humana cada vez más insoportables, incluso si se ve negativamente afectada su rentabilidad y se agravan las contradicciones sistémicas. Debemos tomar en nuestras propias manos terminar con este sistema explotador del trabajo y expoliador de la naturaleza.
Solo restableciendo la unidad entre quienes producen y los medios de producción, expropiando a los expropiadores capitalistas, será posible empezar a establecer una relación sostenible entre los humanos y la naturaleza.
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