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Red Internacional
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Análisis Político. La apuesta del capital: Vidal y la continuidad del “experimento” Cambiemos

La política (burguesa) en fragmentos. Derrotas en el Congreso y tensiones en el oficialismo. Buenos Aires, madre de todas las batallas. Las calles, el Frente de Izquierda y Atlanta.

Domingo 30 de octubre de 2016 00:00

“…de pronto a Azul se le ocurre que ya no puede depender de los viejos procedimientos. Pistas, trabajo de piernas, investigación de rutina, nada de eso le servirá ya. Pero entonces, cuando trata de imaginar que sustituirá a estas cosas, no llega a ninguna parte. En este punto, Azul solo puede conjeturar lo que el caso no es. Decir lo que es, sin embargo, le resulta completamente imposible”. Paul Auster. Fantasmas.

La semana que termina puso en evidencia el conjunto de tensiones que recorren a ese “experimento” –según definiera Carlos Pagni- que constituye Cambiemos.

Por un lado, quedó en evidencia una cierta crisis del oficialismo en el Congreso Nacional, con la imposibilidad de aprobar una serie de proyectos afines a sus intereses. Por otro, se hizo aún más explícita la apuesta de gran parte del bloque social y político dominante por la figura de María Eugenia Vidal.

Empecemos por aquí. La gobernadora de Buenos Aires parece concentrar las expectativas de un conjunto de sectores del régimen que, oteando el futuro, ven en ella la opción promisoria para dar continuidad a esa derecha “moderna” –tan neoliberal como lo permite la relación de fuerzas- que encarna el macrismo en el poder.

En última instancia, la apuesta es a estabilizar un régimen de partidos que se ha reconstituido limitadamente desde la crisis y el levantamiento popular del 2001. Esa crisis de la partidocracia se expresa hoy con una relativa fragmentación del campo político burgués. Fragmentación visible al interior de la coalición Cambiemos pero, también, en la trabajosa labor del peronismo en su condición de oposición.

Buenos Aires, ahora y siempre, madre de todas las batallas

Es en el distrito más importante del país, donde se juega gran parte de ese objetivo. Como ocurre en la política argentina -casi desde la conformación del Estado-Nación mismo- la “provincia” concentra las claves del futuro.

La semana que pasó terminó de hacer emerger el evidente consenso burgués alrededor de la figura de Vidal. Un consenso que se extiende desde el Papa –al que el catolicismo expreso de “Maru” parece agradar más que el limitado laicismo de Macri- hasta la gran corporación mediática.

Hace días nomás, la nota de color la dio el apoyo unánime de la casta judicial a la gobernadora. “Sus señorías” decidieron movilizar en pleno hasta La Plata, con el solo objetivo de escuchar a Vidal en la apertura de la VII Conferencia Anual de jueces. La foto unió a la mandataria –vestida de blanco inmaculado- con Lorenzetti, Bonadio y Casanello, un arco iris que pinta ese consenso.

Allí también hay que inscribir la reunión “secreta” entre Massa y Vidal, cónclave destinado a hacerse público por todos los medios, como forma de mostrar el apoyo a la gobernabilidad del “hada buena”.

Pero el aval que viene desde la cúpula del poder se ve enredado por la misma fragmentación política que intenta superar. El sistema de gobierno de la provincia de Buenos Aires sufrió un estallido con la derrota peronista del 2015. La magnitud de ese terremoto político se palpa en los intentos de Vidal por construir algo similar a un acuerdo político variopinto, que hoy permita garantizar continuidad de gestión y mañana un triunfo electoral. Se trataría de una suerte de retorno de la trasveralidad, en los marcos provinciales, pero de la mano del “diálogo” y la “pluralidad”.

Ese intento puede tener sus avances -la incorporación del renovador De la Torre está ahí para mostrarlo- pero está condicionado, en un marco más general, por la dinámica de la economía y por el propio calendario electoral.

Gobernanza bajo fuego

La semana fue, también, la de un segundo tiempo de golpes para el oficialismo en el Congreso Nacional. En un lapso muy breve, Cambiemos sufrió una derrota por goleada en el intento de sanción de proyectos centrales para su esquema de gobernanza. Quedó en evidencia -admitido por propios y extraños- que se gobierna “en minoría”. Es decir, se gobierna cuando es permitido.

Lo peor para el oficialismo es que esta sangría podría no haber acabado. La semana que inicia amenaza con deparar otro traspié. Esta vez en el Senado, donde un acuerdo entre el FpV y FR podría impugnar parte de la reforma electoral votada en Diputados. El pan-peronismo -que hasta ayer nomás garantizaba gobernabilidad en ese recinto- ahora impone límites. Si París bien vale una misa, las elecciones de 2017 valen una votación en contra.

La fragmentación del espacio político, como ya señalamos, hizo su re-aparición con las tensiones al interior de Cambiemos. El lanzamiento formal de una Mesa política nacional fue una señal evidente de que ese espacio sigue siendo una amalgama, cuyo origen y argamasa hay que rastrear en la pura oposición al kirchnerismo. Los rostros de Carrió, Sanz y Macri, en las imágenes que trascendieron desde esa reunión semi-clandestina, no podían ser más ilustrativos.

Una “década perdida” para los partidos

Las tensiones al interior de Cambiemos no son la excepción a esa fragmentación del espacio político-partidario. El rol de outsider de Carrió, desde ese “grupo de propaganda” que es la Coalición Cívica, solo puede ser explicado en el marco de continuidad de la crisis de la partidocracia burguesa, que cruza la Argentina desde inicios de este siglo. Crisis devenida de esa doble determinación que implicó el hundimiento social que dejó el ciclo neoliberal y su estallido en la crisis del 2001, por la rebelión popular.

Durante años, el kirchnerismo logró oscurecer parcialmente esta crisis de las representaciones políticas. El “que se vayan todos” fue canalizado por medio de la reconstitución de la autoridad del Estado y de las instituciones políticas. El “modelo nacional y popular” terminó encumbrando al poder casi las mismas corporaciones que habían sido cuestionadas en las calles en aquel diciembre de hace década y media.

El kirchnerismo en el poder funcionó como una sutura parcial a esa crisis de representación. Lo hizo constituyendo una alianza política que englobaba la representación de amplias capas sociales -incluidos sectores de las clases medias en su mejor momento- y el aval del gran capital.

La oposición burguesa, en los momentos de crisis del kirchnerismo, encontró expresión parlamentaria en el llamado “Grupo A”. Pero eso no logró cuajar en una alianza política hasta el momento en que se fundó Cambiemos.

Esta fuerza apareció entonces como la coalición que unificaba el sentimiento anti-kirchnerista, expresando una unidad de diversos que incluía a sectores patronales de la ciudad y el llamado campo; capas de la clase trabajadora que sufrían los límites del “modelo”; así como también sectores del interior “postergados” u “hostigados” por el Gobierno de CFK. El amplio triunfo de Macri en Córdoba no puede leerse por fuera de esas tensiones.

Debe decirse que el Gobierno de CFK apostó a una mayor normalidad de ese esquema político, por medio de la instrumentación de las PASO, con sus mecanismos restrictivos.

En esas condiciones al kirchnerismo le faltó sustancia para construir un nuevo movimiento político. Le faltaron conquistas para forjar un vínculo duradero con sectores de masas que pudieran darle continuidad fuera del poder del Estado y convertirlo en una suerte de nuevo partido estable. La sangría que siguió al 10 de diciembre es la mejor ilustración.

Precisamente por ello, su retorno político –en el marco de un mar de causas judiciales- tiene el rostro de la construcción de una “nueva mayoría” que llegue hasta Massa. Se trata, nada más y nada menos, que del viejo peronismo que nunca dejó de ser “pejotismo”. El aparente enojo de Máximo Kirchner con el tigrense debe verse como parte de esa negociación, ese tire y afloje por construir una oposición hacia las elecciones de 2017.

Aquí también, a pesar de 12 años de “modelo nacional y popular”, la “corpo” peronista mantiene plena vigencia.

El “eterno” poder de las corporaciones

La gobernabilidad de Cambiemos se erige en torno a una política de pactos que tiene como interlocutores al conjunto del arco político burgués y a las tan vapuleadas “corporaciones”. Desde la casta de la burocracia sindical, que juega el rol de contener el reclamo social, hasta el llamado Partido Judicial.

La primera actúa además como contralor de los movimientos sociales o de desocupados, otorgando una solidaridad fantasmal con sus reclamos que no tiene otra finalidad que evitar alguna posibilidad de accionar parcialmente independiente. Señalemos que, en esa unidad, también trasunta el interés por la recuperación política peronista.

La casta judicial tiene un papel más que relevante como garante de la política de demonización hacia el kirchnerismo, junto a la prosecución de la criminalización de la protesta social. La construcción de una dualidad entre “políticos corruptos” y la actual CEOcracia -que no resiste el chequeo de los datos duros- parece ser el único relato verdaderamente duradero del actual oficialismo.

Es aquí, en esta labor, donde hay que medir también el rol esencial de los medios de comunicación masivos, como constructores de un relato afín a la gobernabilidad macrista.

Las calles, el FIT y Atlanta

El consenso para que Macri llegue a 2017 no anula el desarrollo de diversas tendencias a la acción en las calles. Respuestas que no pueden ser unificadas bajo causas unívocas.

Como ya se señaló, hay una Argentina que pacta y otra que lucha. Las masivas expresiones que significaron las movilizaciones por Ni Una Menos y el rechazo al Operativo Aprender2016 pusieron de manifiesto que los pactos políticos por arriba pueden limitar, pero no obturar de conjunto el desarrollo de tendencias a la acción directa, en sus diversas modalidades.

A partir de las mismas es posible prefigurar el desarrollo de una política ligada a la transformación revolucionaria del orden social. Se ha escrito que el extendido reclamo por Ni Una Menos no puede ser canalizado en profundidad por ninguno de los partidos o fracciones de partidos del campo burgués. Precisamente porque hace a un cuestionamiento radical a la estructura misma del patriarcado.

Es allí, en las calles, en las luchas de sectores de trabajadores que persisten a pesar de la tregua generalizada de la burocracia sindical, donde hay que buscar los gérmenes de una nueva política, construida desde abajo; una nueva política que permita dar pasos en construir un fuerte partido de la clase trabajadora, el pueblo pobre, las mujeres y la juventud; un partido con una perspectiva de transformación revolucionaria del orden existente; una perspectiva opuesta por el vértice a los intentos de perpetuar a Cambiemos o reemplazarlo por el (eternamente burgués) peronismo.

El PTS y el Frente de Izquierda se proponen hacer pesar esa perspectiva en el acto que convocan a Atlanta para el próximo 19 de noviembre.


Eduardo Castilla

Nació en Alta Gracia, Córdoba, en 1976. Veinte años después se sumó a las filas del Partido de Trabajadores Socialistas, donde sigue acumulando millas desde ese entonces. Es periodista y desde 2015 reside en la Ciudad de Buenos Aires, donde hace las veces de editor general de La Izquierda Diario.

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