En el siguiente artículo explicamos la relación de la lucha por una asamblea constituyente libre y soberana, la lucha por imponerla mediante la movilización y la huelga general como necesario método de la lucha de clases en el contexto del actual debate constitucional en Chile. Lo hacemos intentando actualizar algunas discusiones estratégicas y teóricas del marxismo, como parte de la tarea de construcción de un partido revolucionario que se proponga como tarea conquistar un gobierno de trabajadores basado en organismos de autoorganización.
Sábado 22 de febrero de 2020 09:00
Poder constituido y asamblea constituyente
Antonio Negri, en El poder constituyente, se preguntaba cómo puede “un hecho normativo hacer justicia a la innovación”:
¿Cómo puede una “clase política preconstituida ser el garante de una nueva Constitución? Ya el esfuerzo de cerrar el poder constituyente en una jaula de limitaciones espacio-temporales resulta insostenible –pero el intento de bloquearlo dentro de una prefiguración institucionalista llega a ser insostenible: en efecto, se puede tratar de limitar el alcance del acontecimiento, pero seguramente no es posible definir por anticipado su singularidad innovadora (citado en Albamonte y Castillo, 2017).
La pregunta de Negri resulta bastante pertinente para el proceso constituyente en Chile: ¿pueden ser este régimen y estos partidos quienes otorguen a las masas populares la posibilidad de definir su destino sin límites prefigurados? ¿Pueden otorgar la posibilidad de que se expresen sin límites las aspiraciones populares en una asamblea que sea realmente soberana? La respuesta la está dando la realidad misma: no. Estas instituciones y partidos del “poder constituido” –instrumentos de los capitalistas-, luchan contra la voluntad expresada en las calles por millones que quieren imponer su voluntad para transformar el país. Según escribe Jaime Bassa Mercado, la norma constitucional es “el resultado –teóricamente- de un pacto político en el seno del poder constituyente, la fuente de su legitimidad radica, precisamente, en el pueblo como su titular” (La Constitución Chilena, una revisión crítica a su práctica política, 2020, p. 15). Si para Bassa el pueblo, teóricamente, es la “fuente de legitimidad” de las constituciones, ahora que se debate una nueva Constitución ¿cómo hacer que el órgano constituyente efectivamente exprese la voluntad popular? Una pregunta compleja, pues lo que aconteció el 18 de octubre y los días posteriores en las calles es una impugnación a toda la obra económica y social de la dictadura y la “transición”, que hace que un grupo de empresarios obtenga ganancias estratosféricas financiando a su casta de políticos millonarios.
La actual Constitución de Chile define que la “soberanía” reside esencialmente en la "nación” . Esto refleja jurídicamente un problema más de fondo: en una sociedad dominada por los monopolios y los grandes grupos económicos, quienes toman las decisiones son siempre “unos pocos” (que hablan en nombre de "la nación" mientras se llenan los bolsillos). La burguesía actual es enemiga de las formas más radicales del republicanismo que sus propios “antepasados” implementaron en revoluciones como la inglesa (s. XVII) o la francesa (s. XVIII), llevando hasta sus últimas consecuencias formas de gobierno basadas en el sufragio universal, la deliberación pública y el ejercicio de la democracia más amplia por parte de las masas. Eso implicó la aplicación de métodos revolucionarios. La democracia burguesa actual, realmente existente, no permite el poder constituyente del pueblo, porque “[tiene] por objetivo principal la separación de las masas del gobierno del Estado mediante diversos mecanismos (reconocimiento puramente formal de las libertades políticas, división de poderes legislativo y ejecutivo, imposibilidad de revocar mandatos, no elección del Poder Judicial, privilegios de los funcionarios, etc.)” (Estrategia socialista y arte militar; Albamonte, Maiello, 2017).
¿Según la Constitución cómo se realiza la soberanía? Citemos el texto: “su ejercicio se realiza por el pueblo a través del plebiscito y de elecciones periódicas y, también, por las autoridades que esta Constitución establece Art. 5°). Este pasaje confirma lo que decimos, pues en un plebiscito reconocido formalmente a nivel nacional como el actual, donde de manera antidemocrática se debe optar entre “apruebo” y “rechazo” y dos formas de convención excluyéndose la opción de asamblea constituyente; o en las elecciones periódicas (municipales, parlamentarias, presidenciales, etc.); la acción de cada cual se limita a acudir a votar individualmente, para delegar el poder en instituciones arcaicas, con representes con poderes cuasi monárquicos y oligárquicos, esperando años para volver a hacer lo mismo. No hay verdadero ejercicio de soberanía para las masas populares. Pero todos sabemos que las autoridades establecidas de las que habla el texto constitucional -partiendo por el presidente de la república-, toman decisiones todos los días y a todas horas, en connivencia con los capitalistas (de la misma forma que los capitalistas, pasando encima de las propias autoridades, de sus representantes, van más allá y toman decisiones todos los días en base a su poderío económico, influyendo sobre la vida de millones). Es decir, la Constitución, limita las decisiones soberanas de los sectores populares y las masas trabajadoras en beneficio de los poderes constituidos. Esto es un mero reflejo de que la sociedad capitalista -que es una sociedad que a la burguesía le otorga la propiedad de los medios de producción, riquezas y privilegios, y a la clase trabajadora la empuja a vender su fuerza de trabajo para sobrevivir- hace que cualquier declaración de igualdad jurídica sea puramente formal y sin efectividad práctica.
Liquidar estas barreras antidemocráticas significa eliminar los límites para que las masas trabajadoras y populares puedan “hacer y deshacer” por encima de cualquier institucionalidad consagrada por el poder constituido, incluyendo las limitaciones impuestas por el acuerdo por la paz social. Por eso, una asamblea realmente constituyente es incompatible con la existencia de la presidencia de la república, el Tribunal Constitucional o el sistema judicial actual. Fusionar los poderes legislativo y ejecutivo; implementar la electividad de los jueces y la revocabilidad de los cargos públicos; tomar la medida de que ningún funcionario gane más que una profesora para eliminar la casta política que gobierna para los capitalistas; otorgar derecho a voto para los mayores de 14 años y el derecho a presentarse a elecciones a cualquier colectivo de personas; esto, entre otras cuestiones, serían aspectos de una asamblea constituyente libre y soberana. Lejos del espíritu del "acuerdo por la paz", nadie deberá asombrarse cuando la opción “asamblea constituyente libre y soberana” no aparezca en la papeleta del plebiscito de abril. Los poderes actuales, repudiados por millones, siguen en pie. De ahí que pelear por estas medidas democráticas, implica derrotar al presidente del 6% y al Congreso del 3%, que pugnan por preservar toda esta institucionalidad al servicio funcional a los grandes grupos económicos.
Que la constituyente sea soberana implica no respetar, por ejemplo, la jerarquía actual de la propiedad privada en el ordenamiento constitucional que “ha llevado a afirmar a algunas personas públicamente que “la propiedad privada es sagrada” en nuestro derecho, encontrando en la Constitución el fundamento de dicha sacralidad” (Ferrada, Juan Carlos; La Constitución chilena, 2020, p. 161). Una asamblea realmente constituyente tendría la facultad de dilapidar ese principio, si la mayoría así lo estima. Por ejemplo, votando terminar con las AFP, nacionalizar el cobre y los principales recursos del país y otras medidas.
En este punto es ineludible una pregunta ¿es posible superar los límites que se están imponiendo al proceso constitucional actual teniendo en cuenta que siempre la clase capitalista busca proteger sus propiedades, su poder y sus privilegios? ¿Cómo avanzar a una verdadera asamblea constituyente libre y soberana?
Conquistar una constituyente soberana a través de la lucha de clases
Sin grandes procesos de la lucha de clases es imposible que los capitalistas y los políticos a su servicio, acostumbrados a mandar y enriquecerse sin que nadie les salga al frente, acepten una asamblea constituyente libre y soberana. Durante la dictadura configuraron un patrón neoliberal de acumulación profundamente reaccionario y anti-obrero. La revuelta del 18 de octubre y toda la energía desplegada posteriormente en las calles por la juventud, los sectores populares y sectores de trabajadores, hasta ahora no han doblegado la voluntad de los capitalistas y su régimen político que preservan la obra de la dictadura. De allí que sea ineludible imaginar y discutir cuáles son los caminos para que la lucha de clases se desarrolle en Chile, qué sectores podrían ingresar y con qué métodos, y qué estrategia política necesitamos prepararnos para esos embates mayores.
A nuestro modo de ver, para superar los límites impuestos por el régimen, es necesaria una lucha que supere la fuerza que se ha desplegado hasta ahora. No alcanza con las movilizaciones masivas ni con el surgimiento de sectores combativos. Es necesaria la entrada en escena de la clase obrera. La clase trabajadora, por el lugar que tiene en la sociedad, puede paralizar la economía, golpear las ganancias de los capitalistas y derrotarlos. Para ello, debe disponer de todos sus métodos de lucha, como lo es la huelga general. Es necesario preparar una huelga general que tenga como fin conquistar una asamblea constituyente libre y soberana sobre las ruinas del régimen. No hay otra manera de vencer a los poderes constituidos y a los capitalistas.
La Constitución actual es producto de una contrarrevolución del capital contra la clase trabajadora. No es posible superarla por vía consensual. Tampoco realizando “maniobras” desligadas de la lucha de clases para “mejorar” el proceso constitucional actual, votos simbólicos por “AC” que no van acompañados de un plan de lucha aprovechando la influencia sindical (PC), participando de manera acrítica en las elecciones (como RD que llama “asamblea constituyente” a la convención). Una cosa es que sea necesario y obligatorio tener tácticas para intervenir en el plebiscito y en las elecciones como medio subordinado a una estrategia centrada en el desarrollo de la lucha de clases, buscando expresar una voz contrapuesta a la de los partidos de la cocina y los capitalistas; pero otra muy distinta es hacerse parte del desvío sembrando ilusiones en la convención o en gestos simbólicos.
Lograr una asamblea constituyente que exprese las demandas populares, sólo puede ser por medio de un proceso de lucha de clases que ponga en el centro a la clase trabajadora. Ha habido marchas de millones en todo el país, la combatividad popular de norte a sur es enorme (primera línea, poblaciones y barrios periféricos como Pudahuel Sur, Puente Alto, Miramar, etc.). Pero cuando hablamos de huelga general, nos referimos a una fuerza que no ha ingresado en la escena más que esporádicamente. Sí ingresa, podría ser un factor para no supeditarnos a un proceso constitucional respetuoso de las autoridades existentes, como lo es el actual. El 12 de noviembre –con paros portuarios y mineros y lucha callejera- abrió esa perspectiva, que la dirección de la CUT (PC) y los principales sindicatos se apresuraron a cerrar, con una tregua que de hecho se sostiene hasta hoy. Que tres días más tarde del 12, se haya firmado el “Acuerdo por la Paz Social y una Nueva Constitución” para generar este plebiscito sin opción a asamblea constituyente soberana y respetando los tratados internacionales, revela una mera intención de mostrarse “abiertos al cambio” mediante el engaño. Es una expresión del terror que le tienen los capitalistas y sus partidos, incluyendo los partidos pequeñoburgueses como los del Frente Amplio, a la irrupción de la clase trabajadora.
Te puede interesar: Proceso Constituyente oficial: algunas claves para su comprensión
Te puede interesar: Proceso Constituyente oficial: algunas claves para su comprensión
No obstante, el proceso constitucional no aminora el rechazo que genera el gobierno y el odio a las instituciones y a la herencia económica y social de la dictadura. Las expectativas que genera la convención, se estrellarán contra la defensa cerrada que los capitalistas se disponen a realizar de las privatizaciones, el sistema previsional, el trabajo precario y toda la herencia social de la dictadura y la “transición”. Tampoco existen las condiciones internacionales que existieron durante la década de 1990 que le dieron aire a la transición chilena. Todo indica que nos tenemos que preparar para tiempos más convulsivos de lucha de clases.
Cuando hablamos de huelga general no hablamos de un simple paro aislado como intentan confundir siempre las burocracias sindicales que tienen la costumbre no de llamar a las cosas por su nombre. En 1935, el revolucionario León Trotsky, escribía que la “huelga general, como lo saben todos los marxistas, es uno de los medios de lucha más revolucionarios. La huelga general sólo se hace posible cuando la lucha de clases se eleva por encima de todas las exigencias particulares y corporativas, se extiende a través de todos los compartimentos de profesiones y barrios, borra las fronteras entre los sindicatos y los partidos, entre la legalidad y la ilegalidad y moviliza a la mayoría del proletariado, oponiéndolo activamente a la burguesía y al Estado” (¿Adónde va Francia?, CEIP León Trotsky, 2013, p. 97). No hay que confundir huelga general con un paro común y corriente. Aquélla es un método altamente revulsivo en cuanto tiene capacidad de desorganizar las fuerzas del Estado e interrumpir la economía. El método de la huelga general no extrae su fuerza del aire: la clase trabajadora pone en movimiento lo que el historiador Womack denomina posiciones estratégicas: “cualesquiera que les permitieran a algunos obreros detener la producción de muchos otros, ya sea dentro de una compañía o en toda una economía” (Posición estratégica y fuerza obrera, p. 50). Esa ubicación le da a la clase trabajadora un “poder de fuego” que no tienen otros sectores sociales. El 12 de noviembre, como una pequeña muestra de esa fuerza (paro en portuarios y sectores mineros), avivó espectros y temores en los empresarios y políticos a su servicio.
Luchar por el despliegue de esa enorme fuerza social va de la mano con combatir a la burocracia en los sindicatos (en la CUT, en el Colegio de Profesores, etc.) que durante la rebelión mantuvo la táctica de “paros de un día”, lo cual incluye en momentos donde son la dirección mayoritaria de la clase obrera, la exigencia a que hagan medidas que vayan en este sentido. Sólo el despliegue de una fuerza así es lo que podrá abrir paso a la perspectiva de una constituyente libre y soberana y hacer saltar por los aires los mecanismos tramposos que una y otra vez, los capitalistas imponen.
Frente único, tareas democráticas y revolución
Para avanzar en este camino, urge que los sindicatos como la CUT o el Colegio de Profesores preparen un plan de lucha y un paro nacional. Hasta ahora las direcciones burocráticas del Partido Comunista (Bárbara Figueroa) o el Partido Humanista (Mario Aguilar) a través de su peso en la Mesa de Unidad Social, han frenado la activación de la clase trabajadora, limitándose a acciones de un día (que luego abandonaron) y evitando la coordinación desde la base. Urge impulsar comités o coordinadoras que permitan tanto expresar a trabajadores sindicalizados y no sindicalizados dejando atrás las divisiones corporativas y entre trabajadores de planta, subcontratados, honorarios, etc. Esto, para desarrollar el método de la paralización y otras acciones de lucha.
Reconocer el potencial de la clase obrera y sus sectores estratégicos (también reconocida por el gobierno y su ley que prohíbe las huelgas en esos sectores), no significa “obrerismo” alguno. La clase obrera debe alzarse como dirigente del conjunto del pueblo pobre, articulándose con la población oprimida, con las pobladoras y pobladores, las y los estudiantes, el movimiento de mujeres, los mapuche.
Estas peleas implican construir una corriente militante en la clase trabajadora y un partido revolucionario, para enfrentar a la burocracia sindical, porque ésta no tomará medidas de lucha serias por gusto. Y sobre todo, implica poner como necesidad, superar la dirección y las formas que hoy tienen los sindicatos, poniendo en pie organizaciones nuevas para la lucha, más democráticas, unitarias y de coordinación.
Esto es imprescindible, porque si conquistamos una verdadera asamblea constituyente libre y soberana, que tome medidas que atenten contra la propiedad privada ¿acaso los capitalistas no harían todo lo posible para evitar que las demandas que atentan contra su poder se implementen? Ahí no terminará la lucha. Por eso, los problemas del frente único obrero y de las coordinaciones (asambleas, comités, etc.), y los métodos de lucha (paros, protestas callejeras, huelga general) se plantearán cada vez con mayor relevancia para la clase trabajadora y las masas explotadas, a la hora de defender las medidas que sean acordes a sus intereses que eventualmente puedan tomarse. Si se convoca a una asamblea constituyente libre y soberana que vote, por ejemplo, que los fondos previsionales pasen a propiedad estatal y a control de los trabajadores y jubilados a través de organismos de autoorganización, para funcionar con criterios solidarios y terminar con las pensiones de miseria; o que vote la nacionalización de los puertos; la clase trabajadora necesitará desarrollar la autoorganización y la unidad de acción (frente único obrero), para defender todas las medidas que impliquen conquistas para sus intereses.
En el desarrollo de la lucha de clases, se harán necesarias nuevas formas de autoorganización y de defensa frente a los inevitables ataques de los capitalistas. Éstos, se alzarán contra los mínimos derechos de los trabajadores y el pueblo y buscarán descargar sobre sus hombros la crisis. De las formas de defensa para garantizar el derecho democrático a ejercer la soberanía a través de una constituyente sin límites a la decisión emanada del sufragio universal, será necesario dar pasos hacia la creación de organismos de poder obrero y democracia directa. Estos podrán ser la base para conquistar una salida definitiva a la miseria capitalista, que solo podrá ser realmente efectiva con un gobierno de los trabajadores.
Así, lo explica León Trotsky, cuando afirma para el caso de China que:
las consignas de la democracia formal conquistan o son capaces de conquistar no solamente a las masas pequeñoburguesas, sino precisamente a las grandes masas obreras precisamente porque les ofrecen la posibilidad (al menos aparente) de oponer su voluntad a la de los generales, los terratenientes y los capitalistas. La vanguardia proletaria educa a las masas sirviéndose de esta experiencia y las lleva hacia adelante (…). En cualquier caso, no se llega a estos resultados oponiendo simplemente los soviets a la Asamblea Constituyente, sino arrastrando a las masas hacia los soviets, conservando siempre las consignas de la democracia formal hasta el momento de la conquista del poder e incluso después” (Stalin, el gran organizador de derrotas, CEIP León Trotsky, p. 261).
Para el desarrollo de estos organismos de autodeterminación obrera, bases para la construcción de un Estado de los trabajadores y un orden de nuevo tipo que termine con toda forma de opresión y explotación, la clase trabajadora y las masas explotadas y oprimidas no tendrán por qué empezar de cero. Existe una importante tradición de “democracia soviética” (democracia directa), que se expresa cada vez que la clase trabajadora se rebela. En Chile, tuvimos nuestra propia experiencia en la década de 1970 con los Cordones Industriales, que de forma autoorganizada llegaron a ligar a cientos de miles de obreros, controlando fábricas y ejerciendo una importante influencia territorial. Cuando se retomen las luchas revolucionarias, no empezaremos de cero. En el proceso actual ya hemos visto como se han expresado en pequeña escala estas tendencias, en experiencias como el Comité de Emergencia y Resguardo en Antofagasta o en la alianza de trabajadores del hospital Barros Luco con usuarios, y en las experiencias de las asambleas territoriales o en las brigadas de salud. Son pocos ejemplos aún pero muestran que una voluntad estratégica, que apueste por esas tendencias, no se basa en especulaciones vacías. En una próxima crisis, necesitaremos superar y aprender de estas experiencias vivas y de la experiencia histórica e internacional de la lucha de clases. Construir un proyecto político revolucionario, un partido revolucionario de trabajadores, que sea capaz de atraer a la juventud combativa y las mujeres que sufren la opresión patriarcal capitalista, que de la pelea contra las burocracias sindicales que obstaculizan el camino de la lucha más abierta contra el capital y contra las variantes reformistas y neorreformistas, es una necesidad más urgente que nunca.
Juan Valenzuela
Santiago de Chile