Los contubernios dentro y fuera del parlamento. Sueños capitalistas de verano. Milei contra el "socialismo". La CGT y el paro nacional. ¿Cómo enfrentar el plan de guerra que pretenden imponer?
Algo extraño estaba sucediendo. El Plenario de Comisiones del Congreso Nacional debatía la Ley Ómnibus -un proyecto de enorme importancia y extraordinariamente abarcativo-, pero la sala estaba semivacía. Expositores y expositoras hablaban casi sin recibir atención. Fue entonces cuando Nicolás del Caño tomó la palabra y reclamó: “Me pregunto para qué invitamos a tantos representantes de la sociedad, era para escucharlos y tener en cuenta sus planteos”. Su compañera Myriam Bregman completó la denuncia: "Estamos viendo reuniones en el edificio de enfrente, donde discuten un plan del dictamen con la oposición amiga, y a Caputo y Posse reunidos con el FMI para rendir cuentas, algo que acá tampoco se discute".
En este enero atípico, el Congreso Nacional transita una verdadera hiperactividad. Se discute la blitzkrieg -ofensiva relámpago- del nuevo Gobierno que busca cambiar el país con un shock de medidas a favor de sectores del gran poder económico y en contra de las grandes mayorías. Pero mientras en las reuniones parlamentarias se discuten argumentos, la verdadera rosca está en otro lado, sea en el céntrico Hotel Savoy o en los despachos legislativos. Se hace, como siempre, a espaldas de la inmensa mayoría de la población.
Estos contubernios tomaron velocidad en los últimos días. Acelerando negociaciones, los bloques de la llamada “oposición dialoguista” (PRO, UCR y Hacemos Coalición Federal) acercaron posiciones con el Gobierno para intentar llevar una versión reformada de la Ley Ómnibus a las sesiones en Diputados y el Senado.
Sin embargo, nada es seguro y el presunto acuerdo no solo aún no está cerrado, sino que parece estar encontrando dificultades. Durante este fin de semana se desarrollan negociaciones febriles, cuyos detalles no son oficiales. Apenas trascendidos periodísticos. La extensión de las sesiones extraordinarias hasta el 15 de febrero -conocida el viernes por la noche- da cuenta de que el plan del Gobierno de cerrar todo en enero y votarlo en las dos cámaras era forzado. No se pueden descartar idas, vueltas y nuevas crisis. Un comunicado emitido este viernes por la Convención Nacional de la UCR -que responde a una de las facciones de este partido– en rechazo al proyecto de ley arrojó más dudas en las últimas horas.
En esta rosca intensa, distintas bancadas buscan una diagonal entre el proyecto faraónico de La Libertad Avanza y los límites que quieren ponerle otros bloques, sea por su defensa de intereses burgueses afectados (desde los empresarios pesqueros a los productores agrarios, pasando por la caja de los gobernadores); para no quedar mal frente a su propia base electoral; o por la preocupación respecto de la “gobernabilidad” que semejante ataque en shock pone en cuestión. Aunque los bloques colaboracionistas tienen acuerdo en mucho de lo central del ataque de Milei a los trabajadores y con la entrega nacional de la Ley Ómnibus y el DNU, discuten por los alcances de tales ataques y por qué sectores capitalistas serán más beneficiados.
En el terreno del discurso, algunos de los colaboracionistas presentan esas negociaciones como un “freno” a Milei. O, en su versión más de derecha, dicen que es la forma realista de darle “herramientas para gobernar”, pero estableciendo límites razonables. Son fakes. Las “concesiones” que haría el Poder Ejecutivo -y que aún resta ver si son suficientes para cerrar el acuerdo o tienen que hacer más en los próximos días dada su debilidad parlamentaria- afectarían solo una parte del programa liberfacho, dejando intactas porciones significativas del mismo que -si finalmente prosperan en su trámite parlamentario- afectarán a las y los trabajadores, los jubilados, la educación, la salud o la cultura. Asimismo, al mega DNU lo dejarían pasar, quedando el tema en manos del reaccionario Poder Judicial. Recordemos que el Congreso Nacional tiene la potestad de voltear el decreto si lo rechaza en ambas cámaras, pero no existe la voluntad política para hacerlo. Además, la “oposición” colaboracionista discute si le garantizaría al presidente algún tipo de facultades delegadas, convirtiéndolo casi en monarca por todo un período. DNU, “Caputazo” y Ley Ómnibus constituyen el tridente de ataque con el que se despliega el plan de guerra contra la población trabajadora y las clases medias.
La negociación en curso, sin embargo, pone en evidencia a su vez una de las contradicciones de la gestión Milei. Despejando los números artificiales del balotaje, el 30 % obtenido en las elecciones de octubre lo convirtió en un Gobierno de minoría parlamentaria. En esa debilidad de origen radican tanto el intento acuerdista con la oposición colaboracionista -teniendo que dejar parte del articulado de la Ley Ómnibus en el camino- como el intento bonapartista de gobernar todo lo que pueda pasando por encima del Congreso y reprimiendo la protesta social. Ese intento hoy se condensa en el pedido de facultades delegadas, en el mega DNU, en el Protocolo represivo de Bullrich y en la amenaza de seguir emitiendo más decretos en caso de que las leyes que pide no sean aprobadas, teniendo como trasfondo un intento de dar salida a la larga crisis argentina formateando el país aún más en interés del gran empresariado.
Para los de abajo, hay una buena noticia, sobre la que volveremos más adelante: las fricciones relativas entre los de arriba y las dificultades para terminar de cerrar el acuerdo abonan a un clima político de “final abierto” que muestra las debilidades del Gobierno y mejora las oportunidades para proponerse voltear estos planes reaccionarios mediante los métodos de la lucha de clases.
En estos días se revelará también en ese sentido un dato importante de esta conjura de los necios: si todos los parlamentarios de origen radical que se llenaron la boca durante años hablando de republicanismo terminan de enterrar sus banderas. ¿El viejo partido de Leandro N. Alem se entrega, se dobla, se rompe?
No solo eso: en los días que restan para el tratamiento de esta ley clave en el Congreso Nacional será importante observar si el estruendoso silencio de Cristina Kirchner y Sergio Massa continúa. En el peronismo, de momento hay referentes que dicen que “hay que esperar”. El tema es que mientras tanto avanzan planes brutales de empobrecimiento. Volveremos sobre este tema más abajo.
Sueños (capitalistas) de verano
A veces la distancia invita a pensar con más calma, lejos del vértigo cotidiano y de las novedades que transcurren minuto a minuto. En Argentina la realidad ya iba a mil por hora, pero él desde más lejos encontró un ambiente amigable para la reflexión que daba vueltas en su cabeza. Estaba en un lujoso hotel de cinco estrellas con Casino, restaurantes y centros de convenciones. Enfrente, tras los grandes ventanales, veía la playa de Punta del Este, a donde a pesar de la crisis profunda del país vecino, la temporada premium seguía su curso. En ese marco, Cristiano Rattazzi se acomodó en su sillón e hizo el balance del primer mes de gobierno de Javier Milei:
Cuando los sindicatos crean un problema, lo que le dije al equipo de Milei es que alguna batalla habrá que ganarla, como cuando Margaret Thatcher les ganó a los sindicatos mineros, que duró casi un año la pelea; o como cuando Ronald Reagan le ganó la pulseada a los controladores aéreos.
El ex CEO de Fiat aún mastica bronca por el sinsabor que le dejó el gobierno de Mauricio Macri. Admirador de Carlos Menem y Domingo Cavallo, cree que el fundador del PRO se quedó enredado en las telarañas del gradualismo y no hizo lo que tenía que hacer. Ahora es uno de los grandes exponentes del poder económico que se entusiasma con Javier Milei y lo alienta a utilizar la popularidad de origen que tiene su gobierno para ir a fondo. La partida, lo sabe, se dirime en la lucha de clases. No hay margen para globos amarillos ni revolución de la alegría. La crisis, además, es ahora mucho más grave.
Rattazzi da voz al deseo de las grandes patronales. Habían pasado pocos días de la asunción formal de Milei cuando la Asociación Empresaria Argentina (AEA) publicó un comunicado definiendo al nuevo gobierno como “una oportunidad histórica”. Al pie del texto figuraban los nombres del poder económico más concentrado: Techint, Clarín, Arcor, entre otros. Esto, en parte, es lo que explica el “consenso” que buscan ofrecer los bloques colaboracionistas en el Congreso. Más allá de las palabras, la política capitalista se ordena en función de los intereses centrales del gran empresariado.
Cuando Ratazzi pronunció aquellas palabras en Punta del Este, ya había sido desafiado el protocolo de Bullrich el 20 de diciembre, habían surgido cacerolazos y comenzaban a extenderse las asambleas barriales. También, comenzaba a correr el tiempo de descuento para el paro nacional activo convocado por la CGT y las CTA para este 24 de enero. La situación está lejos, aún, de ser equiparable a la gran pelea de los mineros ingleses o a la lucha de los controladores aéreos norteamericanos. Pero la analogía -como siempre con sus límites- sirve. Indica que habrá resistencia si de verdad quieren dar vuelta todo a favor de los más poderosos. Pero sobre todo sirve para ver que hay sectores del gran capital dispuestos a una guerra a fondo y que, si ellos se preparan para eso, nosotros debemos hacer lo propio.
La comparación con las batallas de lucha de clases fundacionales del neoliberalismo en el Reino Unido y Estados Unidos no es caprichosa. El presidente de La Libertad Avanza suele hacer gala de sus éxitos en la batalla cultural por las ideas de la libertad, pero lo cierto es que el mundo está poblado de sobra en los últimos años de ejemplos que muestran que lo que sirve para ganar elecciones no necesariamente sirve para gobernar. Más aún cuando se trata de relatos de tipo populista, que articulan electoralmente intereses que después se revelan contradictorios a la hora de la verdad. En el lenguaje cotidiano de la calle eso empieza a tener una traducción más sencilla ante las primeras medidas del Gobierno: “Al final la casta éramos nosotros”. Aunque la experiencia aún es inicial (van apenas cuarenta días desde su asunción), la tendencia general de la situación es hacia un choque entre las expectativas de millones y el plan de Milei de rediseñar el país mediante un shock de ajuste y reformas estructurales.
En un libro muy interesante, Chavs. La demonización de la clase obrera, Owen Jones estudió -hace algo más de una década- cómo en el Reino Unido solo un gran triunfo capitalista en la lucha de clases contra los mineros pudo hacer nacer no solo una economía neoliberal -que fue un signo de los tiempos durante décadas a nivel mundial-, sino también habilitar el terreno y entrelazarse con su correlato ideológico y cultural plagado de individualismo, aspiraciones consumistas y pérdida de valores de solidaridad. El experimento “libertario” de Milei -admirador de Thatcher y Reagan- no solo tiene la dificultad de que se da en la época de crisis del neoliberalismo, sino también que aún sus principales batallas para consolidar su proyecto las tiene por delante. También el menemismo -asimismo admirado por el actual presidente- solo pudo terminar de nacer sobre la base de la derrota de las grandes luchas obreras contra las privatizaciones a principios de los 90. Rattazzi tiene razón. Milei aún no ha ganado nada, más que una elección. Que no es poco. Pero el final está abierto y la historia se escribe en presente.
De Punta del Este a Davos
A Milei se lo notó algo nervioso este miércoles. Pero al cabo de 23 minutos, en los cuales casi no levantó la mirada (leía palabra por palabra), se fue con la satisfacción de haber dicho lo que quería decir. Casi de inmediato empezaron a llegar elogios, como el del mega multimillonario Elon Musk. También lo autocelebraron los propios en X (ex Twitter), como Manuel Adorni o Alberto Benegas Lynch (h).
Es cierto: a no pocos sectores del poder económico les gustó lo que escucharon de su boca en el Foro de Davos (Suiza), donde se reúnen cada año la élite económica mundial y líderes políticos influyentes a escala global. Sin embargo, también hubo otras opiniones, bastante extendidas. “Estupor y asombro”, “delirio absoluto”, “bizarro” o “abronca a los líderes” fueron algunos de los titulares que se pudieron leer en muchísimos diarios del mundo.
Las expectativas y curiosidad que había por Milei mutaron en sorpresa al oír definiciones -dirigidas contra muchos de los presentes- tales como que “Occidente está en peligro porque aquellos que supuestamente deben defender los valores de Occidente se encuentran cooptados por una visión del mundo que inexorablemente conduce al socialismo”. La afirmación, absurda, se choca con la realidad: es bajo el capitalismo actual que los 5 hombres más ricos del mundo duplicaron su patrimonio en 3 años, mientras 5.000 millones de personas se empobrecieron.
La desconfianza del gran capital no la generan solo los dislates de Milei contra aquello que llama “socialismo”. De fondo emergen las dudas sobre la viabilidad del proyecto de La Libertad Avanza y sus aspiraciones mesiánicas y refundacionales de la Argentina bajo las directrices de la apología del capitalismo de libre empresa y en favor de la “libertad” del mercado. Las frases demagógicas pueden andar bien para Tik Tok, pero los líderes capitalistas más conscientes saben que “es más complejo” y que el mundo actual está atravesado por múltiples crisis resultantes del fracaso de distintos proyectos, entre otros, el neoliberalismo.
De las playas de Punta del Este y los discursos en Suiza tenemos que volver a uno de los terrenos de batalla en la Argentina: las calles.
La CGT y el paro nacional
Estuvo en modo mute durante casi todo el primer mes de la gestión Milei. Ahora, ahí estaba, reunido con ellos. Reaparecía para decirles que el paro convocado para el 24 de enero era una medida “apresurada”.
La moderación de Massa no debió sorprender a Héctor Daer, Pablo Moyano o al resto de los presentes. El comentario coincide con la política que, desde el silencio, ejecuta Cristina Kirchner. La vicepresidenta eligió no criticar el ajuste feroz de Milei. Apostando al desgaste político como resultado del ajuste y la crisis, parece mirar el lejano escenario electoral de 2027. Una “estrategia” electoral de largo plazo que facilita, mientras tanto, el avance de las medidas de ajuste.
La ofensiva brutal de Milei logró el milagro de sacar a la CGT de una pasividad pasmosa. A pesar del empobrecimiento y la inflación creciente, la central sindical fue un apoyo constante a la gobernabilidad en la gestión que encabezaron Alberto Fernández y la misma Cristina. Ahora, en tiempos de Milei, rogó por un lugar en la mesa de las negociaciones. No lo consiguió. Las promesas hechas en negociaciones secretas con el ministro Guillermo Francos fueron vetadas en la cúpula del Poder Ejecutivo.
Sin embargo, la estrategia de la CGT no es opuesta 180 grados del pedido de Massa. Lo que podría ser una medida contundente contra el ajuste violento que proponen Milei y las grandes patronales está siendo limitada por las propias conducciones burocráticas. En primer lugar, por la decisión de garantizar el funcionamiento casi normal del transporte, una medida que restringe la participación de millones, tanto en el paro como en la movilización convocada al Congreso. En una situación de ese tipo, no solo no paran prácticamente los propios trabajadores del transporte, sino que tampoco pueden hacerlo los y las trabajadores sin cobertura sindical o que están en la informalidad. La estrategia de la conducción sindical es funcional a abrir una negociación pero no a una paralización total del país que muestre de forma radical el poder social de la clase trabajadora. Trabaja, para ese objetivo, junto al conjunto del peronismo. Desde esa acción apuesta a abrir canales de diálogo con el Gobierno.
Si la CGT quisiera garantizar la contundencia total del paro, debía estructurarse un esquema específico que solo garantice el transporte hacia y desde la concentración. Este planteo surgió de sectores combativos de los trabajadores del transporte y fue, también, el de dirigentes y referentes del Frente de Izquierda.
Es muy probable que, a pesar de todo, la jornada del 24 de enero sea una demostración importante del descontento obrero y popular ante los ataques. Es necesario aprovechar los días que faltan para fortalecer eso desde cada lugar de trabajo y desde cada barrio, tomándolo desde abajo en nuestras manos, sin ninguna confianza en la burocracia sindical. Sin embargo, la dureza estatal y del gran empresariado -como la que plantea Ratazzi- obligan a plantear otra perspectiva superior. A convertir el paro y la movilización del próximo miércoles en el primer paso de una lucha general que se proponga derrotar el conjunto del plan de Milei y las grandes patronales, empezando por discutir desde ahora la continuidad de la lucha, proponiendo convocar a paro y movilización hacia el Congreso Nacional, con piquetes, el día que se vote la ley en diputados.
Enfrentar y derrotar el ajuste de Milei: el camino de la huelga general
Los 40 días de gobierno de Milei no solo evidenciaron un ajuste feroz. Mostraron, también, el inicio de una inicial resistencia expresada en movilizaciones, asambleas populares y acciones de distintos sectores. Una resistencia que tiene en el sector de la cultura un protagonista destacado. El paro de la CGT y las CTA, aun con sus límites, es parte de este escenario de naciente rechazo a las medidas de Milei.
La izquierda viene apostando al desarrollo de una perspectiva que permita poner toda la fuerza de la clase trabajadora, el pueblo pobre y las clases medias afectadas en movimiento. Que sea capaz de despertar la actividad de cientos de miles o millones dispuestos a pelear por la derrota total de un proyecto reaccionario y regresivo como el que encabezan Milei, el FMI y la elite económica.
Para avanzar en esa dirección es fundamental el impulso activo de la autoorganización en cada barrio, en cada lugar de trabajo, en cada lugar de estudio. Es preciso desarrollar la coordinación y la unidad entre diversos sectores, superando las divisiones corporativas que impone la realidad y -en muchos casos- también imponen las conducciones políticas y sindicales.
Un plan de ajuste tan salvaje solo puede ser enfrentado y derribado por una huelga general que continúe hasta derrotar la ofensiva. Este curso de acción implica paralizar la actividad económica del país, golpeando al poder capitalista y al propio Gobierno. Poner en escena la fuerza social de la clase trabajadora. La fuerza de los grandes sectores industriales, capaces de paralizar la producción de mercancías en distintos puntos del país. La de la clase trabajadora de servicios como la luz, el gas o el agua. La de las y los trabajadores del transporte, que pueden desarticular el conjunto de la circulación de la economía. Permitir el desarrollo de la movilización de la juventud combativa, el movimiento de mujeres y los organismos de derechos humanos.
Sin embargo, para desplegar ese enorme poder, la clase trabajadora tiene que estar organizada. Tiene que tener sus propios centros de organización que, funcionando democráticamente, garanticen la continuidad de la huelga sin que esta se vuelva en contra de la lucha. Que sea en esas organizaciones democráticas -que pueden impulsarse desde cada empresa, lugar de trabajo o barrio- donde se discuta cómo y cuánto tiene que funcionar el transporte para no perjudicar a la propia clase trabajadora. Cómo y cuánto tiene que producirse para garantizar a su vez el abastecimiento esencial y la atención médica de quienes están protagonizando la huelga.
La experiencia histórica demuestra que esa perspectiva es posible y que al realizarse no solo impugna los planes de los capitalistas sino que abre también un nuevo problema, el problema del poder político. Es por eso que la clase trabajadora, en su oposición a este plan radical para rediseñar el país en favor de los poderosos, debe desplegar su fuerza de lucha pero también un programa para un nuevo orden, distinto a la historia de sucesivos fracasos de un Gobierno tras otro, los cuales nos han traído hasta acá. Un planteo que comience por las demandas mínimas y elementales ante la crisis como la defensa de los ingresos populares y el empleo ante los ataques, entre muchas otras; que continúe con medidas fundamentales como el no pago de la deuda a los especuladores y la ruptura con el FMI, la nacionalización de la banca, del comercio exterior y de los resortes estratégicos de la economía del país bajo control obrero; y que culmine con la perspectiva de un gobierno de los trabajadores de transición al socialismo, en el que los medios de producción no sean propiedad privada para el lucro de unos pocos y pobreza y explotación de millones, sino que estén en función de un plan democráticamente discutido desde abajo para la satisfacción de las necesidades sociales, en armonía con la naturaleza.
Ante un mundo signado por la “policrisis” –inestabilidad económica, crisis climática, rivalidad y enfrentamiento entre potencias–, que da también fenómenos aberrantes como los populismos de derecha, los dislates de Milei en Davos abren la puerta para el debate necesario y urgente respecto de que el único futuro posible para la humanidad no vendrá ni del capitalismo de libre empresa, ni con más regulación estatal -ambas variantes ya fracasadas-, sino del planteo de una perspectiva de socialismo revolucionario desde abajo, para evitar la catástrofe y abrir el camino a una sociedad sin explotación ni opresión.
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