Un 24 de octubre de 1929 el mundo miraba atónito los sucesos de Norteamérica. La economía capitalista de la principal potencia imperialista se paralizaba repentinamente.
Martes 24 de octubre de 2017
La riqueza que miles de capitalistas creían tener a través de acciones y títulos se les esfumaba como el agua entre las manos. A partir de ese momento el mundo conocería la crisis económica más grande jamás vista. La clase obrera mundial iba a pagar con millones de desocupados los malos negocios hechos por los empresarios.
Antecedentes
La reconfiguración de la economía norteamericana y el cambio en la posición relativa de Estados Unidos en el mundo, constituyen una parte fundamental de los antecedentes de la gran crisis que comenzó en el año 1929. El ascenso de Estados Unidos como potencia durante las primeras dos décadas del S. XX, se encuentra en íntima relación con la decadencia de Gran Bretaña que se pone de manifiesto a los inicios de la primera guerra mundial. Kindleberger señala que “El sistema económico y monetario internacional necesita (…) un liderazgo, un país que esté preparado conciente o inconcientemente, bajo algún sistema de reglas que ha incorporado, a imponer pautas de conducta a otros países, y a buscar que los otros le sigan, a asumir una parte de las cargas del sistema más allá de lo equitativo y, en particular, a sostenerlo en situación de adversidad, aceptando sus mercancías excedentes, manteniendo un flujo de capital de inversión y descontando el papel comercial. Gran Bretaña desempeñó ese papel durante el pasado siglo y hasta 1913” (Kindleberger, C. P., 2009). Si bien la posición de Kindleberger naturaliza, es decir, convierte en necesarias en todo momento y circunstancia histórica, las condiciones del capitalismo imperialista, su formulación no deja de resultar pertinente bajo dichas condiciones. La impronta de esta ausencia de hegemonía estuvo claramente presente durante los años ‘20.
La crisis de 1929 y el emerger norteamericano del economista Isaac Johsua (ver en Ediciones IPS), donde el autor explica la gran depresión, en última instancia, por las condiciones de ese emerger. EE.UU. pasó en poco tiempo de una situación con muchos “empresarios individuales” (con bastante producción agrícola) con una posición estable, a un mundo de asalariados y capitalistas. Entonces, las viejas formas conocidas en Norteamérica para pasivizar los vaivenes de las fluctuaciones económicas, desaparecieron al calor de estas transformaciones. La pequeña producción jugaba un rol “estabilizador” del sistema.
A su vez y en el contexto de dicha crisis hegemónica debe tenerse en cuenta el rol profundamente convulsivo y amenazante respecto del capitalismo mundial, que representó el triunfo de la revolución rusa en el año 1917 que desató simultáneamente un proceso de ascenso obrero en toda Europa. Por otra parte, la derrota de la revolución alemana, el Tratado de Versalles y la rápida derrota de la revolución húngara de 1919, van a constituir algunos de los elementos que contribuyeron a la estabilización de la economía de los principales centros capitalistas en los primeros años de posguerra.
Otro hecho importante, favorable a la estabilización, se produce en 1925 con el retorno de la libra esterlina al patrón oro bajo presión norteamericana y contra la posición de Keynes. Así es como a partir de 1925/26 se produce un proceso de boom económico que no obstante fue desigual por países.
En Estados Unidos el boom tuvo como punto de partida al sector automotriz en sentido amplio. Kindlerberger sostiene que “…Aunque impresionante, no era un boom frenético, a excepción quizás de la especulación en la bolsa…” (Kindleberger, C. P., 2009). No obstante, la producción industrial en 1929 en Estados Unidos había alcanzado un nivel del 75% por encima de aquella de 1913.
El crac de la bolsa de Nueva York
Durante la segunda parte de los años 20 se dio una orgía financiera sin igual. A partir de 1927, los precios de las acciones crecieron sin parar. Se empezó a engendrar un proceso especulativo desopilante. Para colmo de males, la dinámica bursátil se asentaba sobre un mecanismo crediticio que afectaba al sistema financiero mundial. Cada nuevo comprador de un titulo o una acción, elevaba el precio de la misma. Cada vez que se incrementaba el valor de cualquier papel bursátil, automáticamente la prensa lo difundía como un símbolo del crecimiento real de la economía, o de la empresa en cuestión. Cuando se leía que las acciones de determinada empresa subían, se generaba crecimiento de la demanda de las mismas, y por ende de su precio. Un círculo vicioso continuo. Sin prisa pero sin pausa, mes tras mes, el valor ficticio de la bolsa se iba desprendiendo del valor real de la economía. Obviamente, lo que un papel dice que la economía vale no necesariamente es lo que la economía vale. Y como toda burbuja, en cualquier momento y por cualquier motivo, se pincha. Y se pinchó…
El 24 de octubre comienza la debacle con una oferta de venta de acciones impresionante en un solo día. Se produce el pánico y las cotizaciones de las acciones varían cada diez minutos. La información de los valores bursátiles llega con retraso. La caída de los valores conduce a los prestatarios a pedir la cancelación de los préstamos, multiplicando la velocidad de la caída. El día 29 el acumulado de pérdidas en el precio de las acciones llega al 40% y a partir de ese momento la caída fue sistemática hasta fines de 1932. El famoso “jueves Negro” afectó directamente las acciones de 3 millones de personas (2,5% de la población); esto desencadenó “pánico de liquidez” al conjunto, haciendo que muchos Inversores se retiren de la bolsa. Se habla de algunos accionistas suicidándose tirándose por la ventana de los rascacielos. Por su parte, los presidentes de County Trust Co. y Rochester Gas and Electric se suicidaron ambos, el primero con un arma de fuego y el segundo con gas. Todo el dinero que miles de capitalistas pensaron tener (mientras se endeudaban y arrancaban proyectos de inversión) de golpe, desapareció…
Solo en 1931, 2.294 bancos se habían paralizado. A principios de 1933, cuando Roosevelt asumió, casi la mitad de los bancos había quebrado, y de los que permanecían abiertos, muchos no tenían dinero.
El desarrollo de la crisis
La desocupación no paraba de crecer; para 1933 los datos oficiales hablaban de más de 25% en USA, 14% en Gran Bretaña, 15% en Alemania. La situación del comercio internacional también era dramática, ya que las economías nacionales cerraron sus fronteras; el comercio exterior se redujo a un tercio. Los aranceles europeos para mercancías terminadas, por ejemplo, subieron cerca de un 50% respecto de los valores de preguerra. Aquellos países que habían empezado a industrializarse, lo hacían a través de las actividades tradicionales (carbón, hierro, productos textiles), con lo cual rápidamente se fue generando una situación de sobreproducción, que contribuyó a explicar la enorme caída de los precios; mientras que las producciones “nuevas” de la segunda oleada de revolución industrial (petróleo, aluminio, fibras sintéticas), si bien mostraban márgenes de ganancia mejores que las tradicionales, al poco tiempo también comenzaron a tener problemas. En fin, una situación inédita de caída de la inversión, del consumo, los precios; un crecimiento galopante de la desocupación. La tasa de ganancia de la economía caía en picada, al calor de la sobreacumulación de capitales y de la sobreproducción de mercancías.
Algunas conclusiones
La crisis de los años ’30, indudablemente será una de esas manchas que no se borran nunca más, esas que aunque pasen los años nunca se van a olvidar. El conflicto entre la libra y el dólar era un capítulo mas entre Gran Bretaña que peleaba por no morir y los EE.UU. que pujaban por nacer como principal potencia imperialista, quedando en evidencia profundos problemas asociados a las relaciones entre las monedas y la división internacional del trabajo. Esta cuestión a su vez se va a presentar como una crisis del sistema monetario internacional regido por el patrón oro.
Paralelamente, en la nueva fase imperialista, los asuntos de la política estaban muy emparentados a los de la economía. Costaba distinguir la línea demarcatoria entre ambos. Esto expresaba la necesidad de una intervención en gran escala del Estado sobre la economía. Desde la teoría económica de la clase dominante, John Maynard Keynes fue el que mejor entendió los problemas de la época. El giro de la administración Roosevelt y la implementación del New Deal en Estados Unidos aún sin responder directamente, al menos en sus inicios, a las políticas keynesianas, va a ser parte del desplazamiento de las estrategias de la clase dominante respecto de cómo administrar la política y la economía en las nuevas condiciones de la época que quedaban expresadas en las circunstancias de la gran depresión.
Los renovados aires que el Keynesianismo le aportaba a la ciencia económica podrían engañar con la posibilidad de un capitalismo humanizable. Quien no estaba nada confundido acerca del equipo para el que jugaba era Keynes quien decía en 1925 que “…Yo puedo estar influido por lo que estimo que es justicia y buen sentido, pero la lucha de clases me encontrará del lado de la burguesía educada". (John Maynard Keynes. De su conferencia “¿Soy un liberal?”). Lamentablemente para algún keynesiano ingenuo, la crisis del 29 no la solucionó el New Deal. El resultado final estuvo lejos del objetivo perseguido, mas allá del consenso generalizado de que El New Deal evitó que la crisis sea más catastrófica aun de lo que fue. La realidad es que la desocupación existente para el año 1938 era del 19% en EE.UU., un año antes de que el "war deal" (la política de rearme) sea quien definitivamente saque del pozo a la economía yanqui, generando cerca de 20 millones de puestos de trabajo. Lo que el "progresista" New Deal no consiguió en 5 años, la deshumanizada política de preparación para la guerra (y la guerra misma) lo hizo en meses. No se puede humanizar el capitalismo, ni se le pueden poner curitas. Crisis como las del 29 nos recuerdan eso a cada momento.