Putin declaró en estos días que la existencia de Ucrania es producto de los bolcheviques y su política hacia las nacionalidades. Especialmente Lenin habría sido el "arquitecto" de Ucrania. El decreto de los bolcheviques del 15 de noviembre de 1917, firmado por Lenin proclamó: 1. La igualdad y soberanía para los pueblos de Rusia; 2. El derecho a libre autodeterminación, incluyendo la secesión y formación de un Estado separado; 3. La abolición de todos los privilegios y restricciones nacionales y religiosas; 4. El libre desarrollo de las minorías nacionales y los grupos etnográficos que pueblan el territorio de Rusia.
La creación de la República Soviética de Ucrania fue resultado de este proceso en 1922. Pero cuando avanzó en el poder la burocracia stalinista la Federación de las Repúblicas Soviéticas se convirtió en una "cárcel de los pueblos" dominados por los gran rusos como en la época del zarismo, y Ucrania fue una de las repúblicas más castigadas por la hambruna, los juicios de Moscú y luego la Segunda Guerra Mundial. Trotsky, continuó defendiendo la política bolchevique hasta su muerte, frente a todas las cuestiones nacionales.
La Segunda Guerra comenzó poco después del artículo que presentamos. En este caso el 1 de septiembre de 1939 tanto Alemania de Hitler como la URSS de Stalin ocupan Polonia. Hitler ya venía mostrando su interés por llegar a Ucrania. Dice Trotsky: "El reciente agravamiento de la cuestión ucraniana se relaciona íntimamente con la degeneración de la Unión Soviética y de la Comintern, los éxitos del fascismo y la inminencia de una nueva guerra imperialista".
El artículo de Trotsky sobre la "cuestión" ucraniana fue publicado en Socialist Appeal del 9 de mayo de 1939. Luego responderá a una crítica norteamericana a este artículo en “La independencia de Ucrania y el confusionismo sectario” (Socialist Appeal, 15 y 18 de septiembre de 1939 (el Socialist Appeal era el periódico semanal del SWP, que luego cambió su nombre por The Militant), y está incluido en la edición digital de los Escritos de León Trotsky (1929-1940) del CEIP León Trotsky.
Hoy ya no existe la URSS y Rusia (y el resto de las repúblicas ex soviéticas) fueron restauradas por el capitalismo. La OTAN se creó como escudo imperialista para responder a la relación de fuerzas a fines de la Segunda Guerra, donde las grandes potencias eran EE. UU. (con una Europa subordinada) y la URSS dirigida por el stalinismo, que amplió su defensa a Europa del Este con el Pacto de Varsovia. Hoy la OTAN amplió su zona hacia Europa del Este llegando a las fronteras de Rusia disputando Ucrania. En el artículo que reproducimos a continuación Trotsky plantea:
El Partido Bolchevique, no sin dificultad y solo gradualmente bajo la constante presión de Lenin, pudo adquirir un enfoque correcto de la cuestión ucraniana. El derecho a la autodeterminación, es decir a la separación, fue extendido igualmente por Lenin tanto para los polacos como para los ucranianos. [...] Todo intento de evadir o posponer el problema de una nacionalidad oprimida lo consideraba expresión del chovinismo gran ruso. [...]
Después de la toma del poder, tuvo lugar en el partido una seria lucha por la solución de los numerosos problemas nacionales heredados de la vieja Rusia zarista. En su carácter de comisario del pueblo para las nacionalidades, Stalin representó invariablemente la tendencia más burocrática y centralista. [...] En la concepción del viejo Partido Bolchevique, la Ucrania Soviética estaba destinada a convertirse en el poderoso eje en torno al cual se unirían las otras secciones del pueblo ucraniano. Durante el primer período de su existencia, es indiscutible que la Ucrania Soviética fue una poderosa fuerza de atracción en relación a las nacionalidades, así como estimuló la lucha de los obreros, los campesinos y la intelectualidad revolucionaria de la Ucrania Occidental esclavizada por Polonia. [...] La burocracia también estranguló y saqueó al pueblo de la Gran Rusia. Pero en las cuestiones ucranianas las cosas se complicaron aun más por la masacre de las esperanzas nacionales. [...] Hace falta una consigna clara y definida que corresponda a la nueva situación: Por una Ucrania Soviética de obreros y campesinos, unida, libre e independiente.
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LA CUESTIÓN UCRANIANA [1]
La cuestión ucraniana, que muchos gobiernos y tantos “socialistas” e incluso “comunistas” han tratado de olvidar o relegar a las profundidades de la historia, se halla nuevamente a la orden del día, esta vez con fuerza redoblada. El reciente agravamiento de la cuestión ucraniana se relaciona íntimamente con la degeneración de la Unión Soviética y de la Comintern, los éxitos del fascismo y la inminencia de una nueva guerra imperialista. Crucificada por cuatro Estados, Ucrania ocupa ahora en el destino de Europa la misma posición que una vez ocupó Polonia, con la diferencia de que las relaciones mundiales son actualmente mucho más tensas y los ritmos del proceso mucho más acelerados. En el futuro inmediato, la cuestión ucraniana está destinada a jugar un importante papel en la vida europea. Por algo Hitler planteó tan ruidosamente la creación de una “Gran Ucrania”; y fue también por algo que dejó de lado esta cuestión con tan cauta rapidez.
La Segunda Internacional, expresando los intereses de la burocracia y la aristocracia obrera de los Estados imperialistas, ignoró completamente la cuestión ucraniana. Incluso su ala izquierda no le prestó la necesaria atención. Basta recordar que Rosa Luxemburgo, a pesar de su brillante intelecto y su espíritu genuinamente revolucionario, consideró admisible afirmar que la cuestión ucraniana era la invención de un puñado de intelectuales. Esta posición dejó una profunda huella hasta en el propio Partido Comunista Polaco. Los dirigentes oficiales de la sección polaca de la Comintern vieron la cuestión ucraniana más como un obstáculo que como un problema revolucionario. De ahí los constantes intentos oportunistas de desviar esta cuestión, suprimirla, pasarla silenciosamente por alto o posponerla para un futuro indefinido.
El Partido Bolchevique, no sin dificultad y solo gradualmente bajo la constante presión de Lenin, pudo adquirir un enfoque correcto de la cuestión ucraniana. El derecho a la autodeterminación, es decir a la separación, fue extendido igualmente por Lenin tanto para los polacos como para los ucranianos. El no reconocía naciones aristocráticas. Todo intento de evadir o posponer el problema de una nacionalidad oprimida lo consideraba expresión del chovinismo gran ruso.
Después de la toma del poder, tuvo lugar en el partido una seria lucha por la solución de los numerosos problemas nacionales heredados de la vieja Rusia zarista. En su carácter de comisario del pueblo para las nacionalidades, Stalin representó invariablemente la tendencia más burocrática y centralista. Esto se evidenció especialmente en la cuestión de Georgia y en la de Ucrania [2]. Hasta la fecha, la correspondencia sobre estas cuestiones no ha sido publicada. Esperamos poder editar la pequeña parte de que disponemos. Cada línea de las cartas y propuestas de Lenin vibra con la urgencia de conformar en la medida de lo posible a aquellas nacionalidades que habían sido oprimidas en el pasado. En cambio, en las propuestas y declaraciones de Stalin, se destacaba invariablemente la tendencia al centralismo burocrático. Con el fin de garantizar “necesidades administrativas”, es decir los intereses de la burocracia, los más legítimos reclamos de las nacionalidades oprimidas fueron declarados manifestaciones de nacionalismo pequeñoburgués. Estos síntomas ya podían percibirse tempranamente en 1922-1923. Desde esa época, han tenido un monstruoso crecimiento, llevando a una completa asfixia a cualquier tipo de desarrollo nacional independiente de los pueblos de la URSS.
En la concepción del viejo Partido Bolchevique, la Ucrania Soviética estaba destinada a convertirse en el poderoso eje en torno al cual se unirían las otras secciones del pueblo ucraniano. Durante el primer período de su existencia, es indiscutible que la Ucrania Soviética fue una poderosa fuerza de atracción en relación a las nacionalidades, así como estimuló la lucha de los obreros, los campesinos y la intelectualidad revolucionaria de la Ucrania Occidental esclavizada por Polonia. Pero, durante los años de reacción termidoriana, la posición de la Ucrania Soviética y, con ella, el planteo de la cuestión ucraniana en su conjunto, cambió bruscamente. Cuanto más profundas fueron las esperanzas despertadas, más tremendas fueron las desilusiones.
La burocracia también estranguló y saqueó al pueblo de la Gran Rusia. Pero en las cuestiones ucranianas las cosas se complicaron aun más por la masacre de las esperanzas nacionales. En ninguna otra parte las restricciones, purgas, represiones y, en general, todas las formas de truhanería burocrática asumieron dimensiones tan asesinas como en Ucrania, al intentar aplastar poderosos anhelos de mayor libertad e independencia profundamente arraigados en las masas. Para la burocracia totalitaria, la Ucrania Soviética se convirtió en una división administrativa de una unidad económica y de una base militar de la URSS. Que no quede duda: la burocracia de Stalin erige estatuas a la memoria de Shevchenko pero lo hace solo con el fin de aplastar más minuciosamente al pueblo ucraniano bajo su peso y obligarlo a cantarle himnos a la camarilla violadora del Kremlin en el idioma del Kobzar [3].
Respecto a las partes de Ucrania que hoy están fuera de sus fronteras, la actitud actual del Kremlin es la misma que hacia todas las nacionalidades oprimidas, las colonias y semicolonias; son moneditas de cambio en sus combinaciones internacionales con los gobiernos imperialistas. En el reciente Decimoctavo Congreso del “Partido Comunista”, Manuilski, uno de los más repugnantes renegados del comunismo ucraniano, explicó con bastante franqueza que no solo la URSS sino también la Comintern (la “falsa-unión” según la formulación de Stalin) se negaban a solicitar la emancipación de los pueblos oprimidos cuando sus opresores no eran enemigos de la camarilla moscovita en el poder. Stalin, Dimitrov y Manuilski defienden actualmente a la India contra Japón, pero no contra Inglaterra. Los burócratas del Kremlin están dispuestos a ceder definitivamente Ucrania Occidental a Polonia a cambio de un acuerdo diplomático que les parezca provechoso. Estamos lejos de los días en que no se atrevían más que a episódicas combinaciones.
No queda ni rastro de la anterior confianza y simpatía de las masas ucranianas hacia el Kremlin. Desde la última “purga” asesina en Ucrania, nadie quiere en el Oeste pasar a formar parte de la satrapía del Kremlin que continúa llevando el nombre de Ucrania Soviética. Las masas obreras y campesinas de la Ucrania Occidental, de Bukovina, de los Cárpatos ucranianos están confundidas: ¿a quién recurrir? ¿qué pedir? Esta situación desvía naturalmente el liderazgo hacia las camarillas ucranianas más reaccionarias, que expresan su “nacionalismo” tratando de vender el pueblo ucraniano a uno u otro imperialismo en pago de una promesa de independencia ficticia. Sobre esta trágica confusión, basa Hitler su política en la cuestión ucraniana. Dijimos en una oportunidad: si no fuera por Stalin (por ejemplo, la fatal política de la Comintern en Alemania), no habría Hitler. A eso puede agregarse ahora: si no fuera por la violación de la Ucrania Soviética por parte de la burocracia stalinista, no habría política hitlerista en Ucrania.
Aquí no nos detendremos a analizar los motivos que impulsaron a Hitler a descartar, al menos por un tiempo, la consigna de la “Gran Ucrania”. Estos motivos deben buscarse, por un lado, en las fraudulentas combinaciones del imperialismo germano y, por el otro, en el temor de evocar un espíritu maligno al que podría ser dificil exorcizar. Hitler regaló los Cárpatos ucranianos a los carniceros húngaros. Si bien no lo hizo con la aprobación expresa de Moscú, sí al menos con la seguridad de que esta aprobación vendría en el futuro. Es como si Hitler le hubiera dicho a Stalin: “Si me estuviera preparando para atacar mañana a la Ucrania Soviética, habría mantenido los Cárpatos en mis manos”. En respuesta, Stalin, en el Decimoctavo Congreso, salió abiertamente en defensa de Hitler contra las calumnias de las “democracias occidentales”: ¿Hitler intenta atacar a Ucrania? ¡Nada de eso! ¿Pelear con Hitler? No hay la menor razón para hacerlo. Obviamente Stalin interpreta como un acto de paz el traspaso a Hungría de los Cárpatos ucranianos.
Esto significa que parte del pueblo ucraniano se ha convertido en moneda de cambio para los cálculos internacionales del Kremlin. La Cuarta Internacional debe comprender claramente la enorme importancia de la cuestión ucraniana no solo en el destino del este y sudeste europeos sino de Europa en su conjunto. Se trata de un pueblo que ha demostrado su viabilidad, numéricamente igual a la población de Francia y que ocupa un territorio excepcionalmente rico y, además, de la mayor importancia estratégica. La cuestión de la suerte de Ucrania está planteada en todo su alcance. Hace falta una consigna clara y definida, que corresponda a la nueva situación. En mi opinión hay en la actualidad una sola consigna: Por una Ucrania Soviética de obreros y campesinos, unida, libre e independiente.
Este programa está, ante todo, en irreconciliable contradicción con los intereses de las tres potencias imperialistas: Polonia, Rumania y Hungría. Solo pacifistas irrecuperablemente imbéciles son capaces de pensar que la emancipación y unificación de Ucrania puede llevarse a cabo por medio de pacíficas tratativas diplomáticas, referéndums o decisiones de la Liga de las Naciones, etcétera. Por supuesto, no son mejores las soluciones que proponen los “nacionalistas”, que consisten en ponerse al servicio de un imperialismo contra el otro. A esos aventureros, Hitler les dio una invalorable lección arrojando (¿por cuánto tiempo?) los Cárpatos a los húngaros, que inmediatamente exterminaron a no pocos ucranianos leales. Mientras la cuestión dependa del poderío militar de los estados imperialistas, la victoria de un bando u otro solo puede significar un nuevo desmembramiento y un vasallaje aun más brutal del pueblo ucraniano. El programa de independencia de Ucrania en la época del imperialismo está directa e indisolublemente ligado al programa de la revolución proletaria. Sería criminal alimentar ilusión alguna a ese respecto.
¿Pero –gritarán a coro los “amigos” del Kremlin– la independencia de Ucrania Soviética significaría su separación de la URSS? ¿Qué tiene eso de terrible?, contestamos. Nos es ajeno el culto apasionado por las fronteras estatales. No sostenemos la posición de una totalidad “unida e indivisible”. Después de todo, incluso la constitución de la URSS reconoce el derecho de sus pueblos federados a la autodeterminación, es decir a la separación. Así, ni siquiera la propia oligarquía del Kremlin se atreve a negar este principio, aunque solo tiene vigencia en el papel. El más mínimo intento de plantear abiertamente la cuestión de una Ucrania independiente significaría la inmediata ejecución bajo el cargo de traición. Pero es precisamente este despreciable equívoco, esta despiadada persecución de todo pensamiento nacional libre, lo que ha llevado a las masas trabajadoras de Ucrania, en grado mucho mayor que las de la Gran Rusia, a considerar monstruosamente opresivo el dominio del Kremlin. Ante una situación interna de esas características, es naturalmente imposible hablar de que la Ucrania Occidental se una voluntariamente a la URSS, tal como esta es actualmente. En consecuencia, la unificación de Ucrania presupone la liberación de la Ucrania Soviética de la bota stalinista. También en esta cuestión la camarilla bonapartista cosechará lo que ha sembrado.
¿Pero no significaría esto el debilitamiento militar de la URSS?, aullarán con horror los “amigos” del Kremlin. Respondemos que el debilitamiento de la Unión Soviética se debe a las tendencias centrifugas en permanente crecimiento que genera la dictadura bonapartista. En caso de guerra, el odio de las masas hacia la camarilla gobernante puede llevar al colapso de las conquistas de Octubre. La fuente de los sentimientos derrotistas se encuentra en el Kremlin. En cambio, una Ucrania Soviética independiente se convertiría, aunque solo fuera por interés propio, en un poderoso baluarte sudoccidental de la URSS. Cuanto más pronto sea socavada, derribada, aplastada y barrida la actual casta bonapartista, más firme se volverá la defensa de la República Soviética y más seguro estará su futuro socialista.
Naturalmente, una Ucrania independiente de obreros y campesinos podría luego unirse a la Federación Soviética; pero voluntariamente, sobre condiciones que ella misma considere aceptables, lo que a su vez presupone una regeneración revolucionaria de la URSS. La auténtica emancipación del pueblo ucraniano es inconcebible sin una revolución o una serie de revoluciones en el Oeste, que puedan conducir en última instancia a la creación de los Estados unidos soviéticos de Europa. Una Ucrania independiente podría unirse a esta federación como miembro igualitario e indudablemente lo haría. La revolución proletaria en Europa, a su vez, no dejaría en pie ni una piedra de la repugnante estructura del bonapartismo stalinista. En ese caso, sería inevitable la estrecha unión de los Estados unidos soviéticos de Europa y la regenerada URSS, y representaría infinitas ventajas para los continentes europeo y asiático, incluyendo, por supuesto, a Ucrania. Pero aquí nos estamos desviando a cuestiones de segundo o tercer orden. La cuestión de primer orden es la garantía revolucionaria de la unidad e independencia de la Ucrania de obreros y campesinos en la lucha contra el imperialismo, por un lado, y contra el bonapartismo moscovita, por el otro.
Ucrania es especialmente rica en experiencias de falsos caminos de lucha para conseguir la emancipación nacional. Allí todo ha sido probado: la Rada [gobierno] pequeñoburguesa y Skoropadski, Petlura, una “alianza” con los Hohenzollern y combinaciones con la Entente [4]. Luego de estos experimentos, solo cadáveres políticos pueden seguir depositando esperanzas en cualquier fracción de la burguesía ucraniana como líder de la lucha nacional por la emancipación. Unicamente el proletariado ucraniano es capaz no solo de realizar esta tarea –revolucionaria en esencia–, sino también de tomar la iniciativa para lograr su solución. El proletariado y solo el proletariado puede congregar en torno suyo a las masas campesinas y la intelectualidad nacional genuinamente revolucionaria.
Al comienzo de la última guerra imperialista, Melenevski (“Basok”) y Skoropis-Yeltujovski trataron de colocar al movimiento de liberación ucraniano bajo el ala de Ludendorff, general de los Hohenzollern. Para hacerlo, se disfrazaron de izquierdistas. Los marxistas revolucionarios los echaron de una patada. Esa es la forma en que deben actuar los revolucionarios en el futuro. La inminente guerra habrá de crear una atmósfera favorable a todo tipo de aventureros, cazadores de milagros y buscadores del vellocino de oro. Estos caballeros, que tienen especial preferencia por calentarse las manos al fuego de la cuestión nacional, no deben ser admitidos en las filas del movimiento obrero. ¡Ni el más mínimo compromiso con el imperialismo, sea fascista o democrático! ¡Ni la más mínima concesión a los nacionalistas ucranianos, sean clerical-reaccionarios o liberal-pacifistas! ¡No al “frente popular”! ¡Completa independencia del partido proletario como vanguardia de los trabajadores!
Esta me parece la política correcta para la cuestión ucraniana. Hablo aquí personalmente y en mi propio nombre. Hay que abrir la discusión internacional sobre el tema. El primer lugar en esta discusión corresponderá a los marxistas revolucionarios ucranianos. Los escucharemos con gran atención. ¡Pero les conviene apurarse! Queda poco tiempo para preparativos!
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