[Trotsky 80 años] León Trotsky no tiene ninguna obra dedicada, específicamente, al análisis de la histórica opresión patriarcal. Entonces, ¿por qué hay tantas ediciones –desde hace más de cinco décadas– que compilan discursos, breves artículos o capítulos de sus obras en los que aborda la cuestión de las mujeres?
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La primera compilación que aparece con el nombre de Women and the Family [La mujer y la familia], de Pathfinder Press, es de 1970. Con una introducción de Caroline Lund [1], la edición incluye: “De la vieja a la nueva familia”, que es el capítulo VI de Problemas de la vida cotidiana (1923); “Carta a una asamblea de mujeres obreras en Moscú” (1923); “La protección de la maternidad y la lucha por la cultura” y “Construir el socialismo significa emancipar a las mujeres y proteger a las madres” (1925), ambas intervenciones dirigidas a la III Conferencia sobre protección de la maternidad y la infancia que tuvo lugar en la Unión Soviética [2]; “Las relaciones familiares bajo los soviets” (1932), que son las respuestas a catorce preguntas formuladas por el semanario Liberty de Estados Unidos y “El termidor en el hogar” (1936), que es uno de los apartados del capítulo VII de La revolución traicionada [3]. Luego hubo otras reimpresiones.
En 1974, aparece en castellano, en México, como el tomo 20 de las Obras de León Trotsky publicadas por Juan Pablos Editor. Bajo el título La Mujer y la Familia, se compilan los mismos textos pero con traducciones del ruso que habían sido realizadas por Andreu Nin [4] en vida de Trotsky y, ahora, cotejadas por una jovencísima Verónica Volkow [5]. En 1977, se publica en la colección Cuadernos de Anagrama, de Barcelona, bajo el título Escritos sobre la cuestión femenina. Esta edición incluye, además, el extenso artículo “La revolución socialista y la lucha por la liberación de la mujer” de 1973, de Mary Alice Waters [6]. A ambas publicaciones les sucedieron otras de diferentes editoriales; incluso, versiones mimeografiadas por grupos políticos trotskistas, en distintos idiomas.
No es casual que estos textos, compilados en un mismo volumen, circularan cuando se desarrollaba la segunda oleada feminista en los países centrales. En el marco de las movilizaciones juveniles contra la guerra de Vietnam, los procesos de liberación nacional en África, las huelgas de masas en los países centrales y el cuestionamiento a los regímenes burócraticos de Europa del Este, surge una “nueva izquierda” preocupada por los temas de la opresión social y la cultura, que mostró mayor interés por aquellos discursos y artículos. No sólo porque Trotsky había sido, en el pasado, el gran dirigente de la oposición de izquierda al ala encabezada por Stalin en el Partido Bolchevique y al curso de degeneración del estado obrero; sino también porque tenía –desde varias décadas previas– una lectura sobre la cuestión de las mujeres que se oponía por el vértice al discurso oficial de los Partidos Comunistas que, aún en los ‘70, sostenían un marxismo dogmático tergiversado a su medida y una visión embellecedora de los llamados “socialismos reales”, en confrontación con el emergente feminismo radical.
Es probable que con la derrota de las masas y el avance de la restauración capitalista a nivel mundial, en las décadas siguientes, estos concisos pero agudos artículos y discursos de León Trotsky perdieran interés para un movimiento de mujeres que –por distintas vías– se alejó hacia posiciones diametralmente opuestas a las de un feminismo socialista revolucionario. Nos atrevemos a afirmar –casi sin temor a equivocarnos– que, en los años ‘90, apenas un puñado de marxistas nos aferramos a ellos, buscando algunos fundamentos que nos permitieran separarnos radicalmente de la versión ramplona en la que, el estalinismo, había transformado las posiciones del marxismo sobre la cuestión de las mujeres, para justificar su política conservadora, dando argumentos al liberalismo para atacar a la izquierda.
Por las más olvidadas y oprimidas de la clase obrera
El primer texto conocido sobre la cuestión femenina, que no suele aparecer en las compilaciones, es el discurso pronunciado ante la II Conferencia Mundial de Mujeres Comunistas (1921), que sesionó simultáneamente al III Congreso de la Internacional Comunista, el que pasó a la historia como una “escuela de estrategia revolucionaria” [7].
Se trataba de un difícil congreso de la Internacional, en el que Lenin y Trotsky, al inicio, se encontraban en minoría frente a una tendencia ultraizquierdista encabezada por los delegados de la sección alemana. Los ultraizquierdistas sostenían que la crisis económica del capitalismo determinaba un ascenso sin reflujos de la movilización de las masas que plantearía, permanentemente, la posibilidad de la toma del poder. De esta evaluación, se desprendía que la estrategia de los partidos comunistas debía consistir en una “ofensiva permanente”. Una caracterización que era contradictoria con la situación de reflujo de la lucha de clases y una política que conducía, peligrosamente, al aislamiento de los Partidos Comunistas y los sectores más avanzados del movimiento obrero, respecto de las masas [8].
Esta tendencia también se expresó en la II Conferencia Mundial de Mujeres Comunistas, cuestionando el borrador de las “Tesis para la propaganda entre las mujeres” que luego sería aprobado, en primer lugar por las delegadas y, unos días después, en el Congreso de la Internacional. En su debate, las delegadas de la tendencia ultraizquierdista minimizaron la importancia de luchar por el derecho al voto y consideraron que la participación de los comunistas en los parlamentos era, en sí misma, una desviación reformista.
La dirigente más respetada de las mujeres comunistas era la alemana Clara Zetkin. Cercana a las posiciones políticas de Lenin, fue objeto de ataques por parte de la delegación del Partido Comunista alemán, antes y durante el mismo Congreso. Además, la tendencia ultraizquierdista, también aprovechó el prestigio ganado por la revolucionaria rusa Alexandra Kollontai –que era cercana a sus posiciones políticas– para intentar que se desplazara a Zetkin de la dirección del movimiento de mujeres comunistas, algo que fue advertido por Lenin. Que Clara Zetkin escribiera el borrador de las Tesis, había sido idea de él, tal como ella misma lo rememora, afectuosamente, en sus Recuerdos sobre Lenin [9]. Allí, en consonancia con la posición defendida por Lenin y Trotsky contra el ala ultraizquierdista, se plantea la necesidad de fortalecer el trabajo político de los Partidos Comunistas entre las trabajadoras, siguiendo el lineamiento trazado por Inessa Armand el año anterior sobre la importancia de movilizar a las “capas más atrasadas, más olvidadas y oprimidas y más humilladas de la clase obrera y los trabajadores pobres” [10].
En su discurso frente a las delegadas de la II Conferencia Mundial de Mujeres Comunistas, Trotsky plantea, en la misma sintonía, que “en el progreso del movimiento obrero mundial, las mujeres proletarias desempeñan un rol colosal. Lo digo, no porque me esté dirigiendo a una conferencia femenina, sino porque bastan los números para demostrar qué papel importante ejercen las obreras en el mecanismo del mundo capitalista [...]. Y, hablando en términos generales, en el movimiento obrero mundial la obrera está al nivel, precisamente, del sector del proletariado [...] más atrasado, más oprimido, el más humilde de los humildes. Y justamente por eso, en los años de la colosal revolución mundial, este sector del proletariado puede y debe convertirse en la parte más activa, más revolucionaria y de mayor iniciativa de la clase obrera. Naturalmente, la sola energía, la sola disposición al ataque, no bastan. Pero al mismo tiempo la historia está llena de hechos como este que señalamos, que durante una etapa más o menos prolongada previa a la revolución, en el sector masculino de la clase obrera, especialmente entre sus capas más privilegiadas, se acumula excesiva cautela, excesivo conservadurismo, mucho oportunismo y demasiada adaptabilidad. Y la forma en que reaccionan las mujeres contra su propio atraso y degradación, esa reacción, repito, puede desempeñar un papel colosal en el movimiento revolucionario en su conjunto” [11].
Este debate crucial en la historia de la Internacional Comunista se ve reflejado en el discurso de Trotsky a la II Conferencia Mundial de Mujeres Comunistas y también quedó plasmado en la síntesis a la que se arribó con las “Tesis para la propaganda entre las mujeres” [12], redactada por Clara Zetkin en consonancia con la posición de Lenin y Trotsky, pero enmendada por otras dirigentes comunistas más cercanas a la corriente ultraizquierdista, como Alexandra Kollontai.
Romper el silencio que rodea a los problemas de la vida cotidiana
Los textos más conocidos de 1923 son, en su mayoría, capítulos de Problemas de la vida cotidiana. Según el mismo Trotsky relata en la introducción a ese libro, le había parecido que “en la biblioteca del partido faltaba un pequeño folleto que, en forma sumamente popular, mostrase al obrero y al campesino medios el vínculo que une algunos hechos y ciertos fenómenos de nuestra época de transición y que, al indicar una perspectiva adecuada, serviría como arma para la educación comunista”. Para intercambiar sobre ello, organizó una asamblea de propagandistas del partido en Moscú, repartió un cuestionario y abrió debates. Así advirtió que “los problemas relativos a la familia y al modo de vida apasionaron a todos los participantes”. Sobre esta base surge el folleto que, finalmente, no considera que sirviera como lectura de divulgación; pero en cambio propone destinarlo “en primer lugar a los miembros del partido, a los dirigentes de los sindicatos, de las cooperativas y de los organismos culturales” [13].
En apenas dos meses, escribe un prefacio a la segunda edición donde da cuenta de las críticas recibidas por un sector del partido: “Algunas mentes privilegiadas intentaron oponer, por lo que sé, las tareas relativas a la cultura del modo de vida con las tareas revolucionarias. Semejante enfoque no puede ser definido más que como un grosero error político y teórico” [14]. No es difícil advertir de dónde provenían esas críticas, de marcado contenido mecanicista.
En 1923, con Lenin fuera de escena por su grave situación de salud, el proceso de burocratización del partido y del estado obrero, se acelera [15]. Stalin, Zinoviev y Kamenev llaman a seguir un “Nuevo Curso”, frente al descontento que se propagaba en el partido y desataron una campaña de calumnias contra Trotsky y otros dirigentes opositores [16]. Los artículos publicados en Pravda por Trotsky contra este “nuevo curso”, serán compilados más tarde en esa obra que analiza el burocratismo y anticipa los peligros políticos que genera la relación del partido con el aparato del estado obrero. Pero previo a ello, Trotsky anticipa su batalla contra el burocratismo en Problemas de la vida cotidiana que, habitualmente, se suele publicar junto con los artículos compilados bajo el título de El Nuevo Curso.
Su preocupación se centra en combatir el atraso social y cultural en el que están sumidas las masas obreras y campesinas, porque de ello dependerá, además, su capacidad para enfrentar a la burocracia. Vencer la ignorancia y las embrutecedoras costumbres ancestrales se convierte en un factor decisivo para elevar el nivel cultural de las masas y romper con el atavismo y la sumisión a los poderes establecidos, para construir el socialismo conscientemente. El investigador ruso Aleksandr Reznik señala en “León Trotsky, la política y la cultura en los años ‘20” que “el debate sobre Problemas de la vida cotidiana fue una forma de debate político indirecto sobre las formas de construir el socialismo en condiciones de paz, durante el cual se reveló la ‘opinión pública’ y la actividad de las ‘bases’ que podrían reformar el ‘régimen interno’ que gravitaba hacia la burocracia”.
Del régimen zarista, Rusia había heredado casi un 90 % de mujeres analfabetas. La guerra mundial y la guerra civil las habían empujado al trabajo en las fábricas; pero la revolución debía trabajar intensamente por eliminar esta diferencia brutal con los trabajadores masculinos. Para Trotsky, como para otras y otros dirigentes bolcheviques, las leyes no eran suficientes si no se liberaba a la mujer de la “esclavitud doméstica”. Y sin embargo, sólo teniendo en cuenta el status jurídico de las mujeres en la revolución, puede constatarse que sus derechos civiles, sociales y políticos son ampliamente superiores a los de las masas femeninas en las democracias capitalistas más avanzadas de Europa. Derecho a votar y ser votadas, al divorcio, al aborto, derecho a tener un documento y a trabajar a cambio de un salario sin pedir permiso al padre o al esposo. La revolución descriminalizó la homosexualidad y alfabetizó a gran escala. Sin embargo, Trotsky pensaba que solo con la incorporación creciente de las mujeres en la vida social –y no solo en la producción– podía combatirse, aceleradamente, contra los siglos de atraso y oscurantismo impuestos por el orden patriarcal bajo la influencia de la iglesia ortodoxa.
Para conseguir esa participación de las mujeres en la vida política, social y cultural, era necesario avanzar denodadamente en la socialización del trabajo doméstico y de cuidados. “Uno de los problemas, el más simple, fue el de instituir en el estado soviético la igualdad política de hombres y mujeres. [...]. Pero lograr una verdadera igualdad entre hombres y mujeres en el seno de la familia es un problema infinitamente más arduo. [...]. Hasta tanto la mujer esté atada a los trabajos de la casa, el cuidado de la familia, la cocina y la costura, permanecerán cerradas totalmente todas sus posibilidades de participación en la vida política y social” [17].
Inscribiéndose en la tradición que se remonta a los socialistas utópicos franceses del siglo XIX –al igual que Marx, Engels, Lenin y otros clásicos del socialismo revolucionario– Trotsky compartía también aquella máxima de Charles Fourier acerca de que "el grado de emancipación de la mujer en una sociedad es la medida de la emancipación general" [18]. De allí que considerara que la revolución socialista no merecía llamarse tal en tanto las mujeres siguieran sometidas a la “esclavitud doméstica” del trabajo del hogar. “Salta a la vista que hasta que no haya una igualdad real entre marido y mujer en el seno de la familia, no podemos hablar seriamente de su igualdad en el trabajo social o en la política” [19].
En medio de una situación económica y política difícil para el estado obrero, en pleno curso de burocratización, Trotsky llama a las mujeres a luchar por concretar la mayor socialización del trabajo doméstico que fuera posible. Apela, en primer lugar a las mujeres, a combatir, conscientemente, contra la inercia y los hábitos ciegos, y como escribe en su “Carta a una asamblea de mujeres obreras en Moscú” las invita a “presionar con la opinión pública de todas las mujeres, para que todo lo que se pueda hacer dados nuestros recursos actuales se lleve a cabo” [20]. Porque está convencido de que “la primera tarea, la más profunda y urgente, es la de romper el silencio que rodea a los problemas de la vida cotidiana” [21].
Al frente de la lucha por lo nuevo, quienes más sufrieron con lo viejo
Lejos de la visión caricaturesca que brindó al mundo el llamado “socialismo real”, donde el estado se convertía en un proveedor de servicios y derechos para las masas convertidas en meras receptoras “pasivas” de las bondadosas concesiones del líder, Trotsky propone avanzar mediante un amplio y dialéctico proceso democrático, donde la iniciativa de las masas cobra un valor fundamental y el estado obrero debe asesorar y asistir para que sus propósitos lleguen a buen término: “Para la transformación de la vida cotidiana se abren dos vías: la de arriba y la de abajo. La vía ‘de abajo’ es la que une los recursos y esfuerzos de las familias individuales. Es el camino para crear unidades familiares amplias, con cocinas compartidas, lavanderías, etc. La vía ‘de arriba’ es la vía de la iniciativa estatal o de los soviets locales para la construcción de viviendas obreras agrupadas y restaurantes, lavanderías y guarderías comunales. En un estado obrero y campesino no puede haber contradicción entre estas dos vías; una debe complementar a la otra. Los esfuerzos del estado no irían a ninguna parte sin la lucha independiente de las familias obreras por una nueva forma de vida. Pero sin el asesoramiento y la asistencia de los soviets locales y las autoridades estatales, ni siquiera las iniciativas más enérgicas de las familias obreras individuales podrían dar lugar a un éxito significativo” [22].
Opuesto por el vértice a la actitud de la burocracia que repele la participación activa de las masas en la administración del estado obrero y su autogobierno: “El camino hacia la nueva familia es doble: a) la elevación del nivel de cultura y educación de la clase trabajadora y de los individuos que la componen; b) un mejoramiento de las condiciones materiales de dicha clase organizado y llevado a cabo por el estado. Ambos procesos se hallan íntimamente conectados uno al otro” [23] Y también escribe Trotsky: “no debe existir ningún tipo de compulsiones que venga de arriba, sea por ejemplo, la burocratización de los nuevos modos de vida. Sólo mediante la creatividad de las grandes masas del pueblo, asistidas por la iniciativa artística y la imaginación creadora, podremos en el curso de años y tal vez de décadas, descubrirnos en camino para el logro de formas de vida más nobles y elevadas” [24].
Más aún, la visión de Trotsky nada tiene que ver con la tosca posición economicista según la cual, la revolución debía atravesar un período de desarrollo económico y tecnológico sin poner en el centro las necesidades de las mujeres, para arribar, más tarde y automáticamente, a la emancipación femenina.
El dirigente revolucionario penetra en la psicología de las masas, agotada por los esfuerzos de la insurrección, la guerra civil, las hambrunas y enfermedades. Analiza las profundas contradicciones de un período creativo y transformador que choca, permanentemente, contra las fuerzas contrarias del pasado, las costumbres arraigadas y los límites materiales. Examina que esos cambios no serán auténticos, si no parten del deseo de las masas de elevar su nivel cultural para abandonar las embrutecedoras costumbres del pasado, que el incipiente curso de burocratización reproduce, en su intento de acallar las iniciativas más audaces de las masas.
Consideraba que una reforma radical de todo el orden de la vida familiar “necesita de un gran esfuerzo consciente de toda la masa del proletariado y presupone la existencia, en la clase misma, de una poderosa fuerza molecular de deseo de cultura y progreso” [25]. Sin esta participación consciente de las masas en la edificación de su propio destino, sin que exista este “deseo de cultura y progreso”, es imposible imaginar la transformación radical de las costumbres ancestrales, de la institución familiar y de la situación de las mujeres. El socialismo es un proyecto que se construye conscientemente y no deviene, por sí solo, de ningún automatismo económico, ni tampoco culmina en la toma del poder por parte de la clase obrera. Allí recién comienza la gigantesca tarea de transformación que atañe, principalmente, a la liquidación de los viejos vínculos e instituciones que someten a las mujeres a la degradación y a la subordinación respecto de los hombres.
No exime a todos los militantes conscientes de trabajar para la transformación de la vida familiar; pero también espera que las mujeres revolucionarias encabecen esta batalla. Escribe que “desafortunadamente, la inercia y las costumbres son fuerzas poderosas. Las costumbres ciegas y estúpidas son más fuertes en la oscura y oculta vida interior de la familia que en ninguna otra parte. ¿Y quién es la primera en ser llamada contra la bárbara situación de la familia si no es la mujer revolucionaria?” [26]. Lo mismo que señala en el último capítulo de Problemas de la vida cotidiana:“Así como tenemos nuestros agitadores de las masas, nuestros agitadores de los industriales, nuestros propagandistas antirreligiosos, debemos formar a nuestros propagandistas y agitadores en cuestiones de costumbres. Como las mujeres son las más desposeídas debido a sus presentes limitaciones, y la costumbre gravita con más peso sobre sus hombros, podemos presuponer que en este aspecto los mejores agitadores saldrán de sus filas” [27]. Y en su carta a la asamblea de obreras de Moscú, explicita que “quienes luchan más enérgica y constantemente por lo nuevo son quienes más sufren a causa de lo viejo” [28].
Mirar la vida a través de los ojos de las mujeres
El particular enfoque de la cuestión de la mujer que hace Trotsky, está profundamente vinculado con su pensamiento -alejado de todo dogmatismo y economicismo-, sobre el carácter permanentista de la revolución. Una reflexión que inicia en 1906, pero que se expresa cabalmente en la generalización que hace en 1928, en su Teoría de la Revolución Permanente [29]. Así formula, Trotsky, el segundo aspecto permanentista de la revolución: “La sociedad sufre un proceso de metamorfosis. Y en este proceso de transformación cada nueva etapa es consecuencia directa de la anterior. Este proceso conserva forzosamente un carácter político, o lo que es lo mismo, se desenvuelve a través del choque de los distintos grupos de la sociedad en transformación. A las explosiones de la guerra civil y de las guerras exteriores suceden los períodos de reformas ‘pacíficas’. Las revoluciones de la economía, de la técnica, de la ciencia, de la familia, de las costumbres, se desenvuelven en una compleja acción recíproca que no permite a la sociedad alcanzar el equilibrio” [30].
Una buena síntesis de la intensa actividad de transformación, en todos los ámbitos, que se vivió durante los primeros años de la revolución de 1917; un proceso que rápidamente fue bloqueado y, luego, sufrió una profunda reversión durante la burocratización estalinista. Desde esa perspectiva, se entiende su planteo acerca de que sentar las bases materiales para una auténtica emancipación femenina, era una tarea de primer orden de la Revolución Rusa de 1917.
Pero asimismo, ese ángulo de análisis va a ser fundamental, años más tarde, para trazar su crítica al retroceso en derechos y cultural, impuesto por Stalin a las masas femeninas y que merecerían otro extenso análisis. Los artículos, discursos, fragmentos o capítulos desperdigados en la vasta obra de Trotsky, en los que aborda la cuestión femenina, pueden reunirse según estos dos ejes: la emancipación de las mujeres como una tarea fundamental de la revolución proletaria (económica, política y cultural) y la reacción conservadora del estalinismo, en la vida cotidiana y la familia, como una demostración cabal de la degeneración del estado obrero.
Si los socialistas utópicos legaron al marxismo revolucionario aquella máxima que señalaba que el grado de emancipación femenina en una sociedad es la prueba del desarrollo de la emancipación general, Trotsky fue quien reveló –desde esta perspectiva– cuánto debía hacer la revolución proletaria para liquidar las arcaicas ataduras de las mujeres rusas que, aún en el proceso social más convulsivo vivido hasta entonces, se encontraban en desventaja respecto de los hombres.
Pero, además, con ese mismo criterio examinó, más adelante, la subordinación de las mujeres en la familia y la pérdida de sus derechos en la Unión Soviética de los años ‘30, en su documentado análisis sobre la burocratización del estado obrero bajo la dirección de Stalin [31]. También, en el análisis de otros países del mundo capitalista, estuvo atento especialmente al ánimo de las mujeres para medir la radicalidad y profundidad de situaciones y procesos revolucionarios. Ganar la adhesión de las trabajadoras al partido revolucionario y su programa, será de crucial importancia: los sectores más oprimidos de la clase obrera –como las mujeres– y quienes no cargan sobre sus hombros las derrotas del pasado –como la juventud– serán, para Trotsky, quienes podrán renovar las fuerzas del proletariado revolucionario, cuyas organizaciones, a fines de los ‘30, considera que están minadas de “burócratas y arribistas decepcionados” [32]. Esas elaboraciones de los años ‘30, hasta su vil asesinato a manos de un agente estalinista en agosto de 1940, merecerían otro extenso artículo.
Estas preocupaciones teóricas, políticas y programáticas de Trotsky son suficiente motivo para considerar que, más allá de que no haya una obra acabada sobre los orígenes y alcances de la opresión patriarcal, sus reflexiones sobre la cuestión de las mujeres trazan algunas pistas sugerentes –con casi un siglo de experiencias políticas y desarrollos teóricos mediante– para un feminismo anticapitalista, socialista y revolucionario [33]. Más aún en una época en la que las izquierdas de los regímenes intentan limitar los alcances del movimiento feminista a un horizonte de reformas; mientras desde variopintas teorías posmodernas –por desconocimiento o malintencionadamente– se busca identificar al marxismo con un economicismo reduccionista y simplificar su larga historia de combates teóricos, políticos y programáticos a la vulgata estalinista [34].
Sus palabras todavía encuentran eco en el presente donde las mujeres constituyen más del 40 % de la clase asalariada a nivel mundial, pero son la inmensa mayoría en el sector más precarizado, superexplotado y oprimido de esa clase, mientras siguen siendo objeto de inusitada violencia machista, discriminaciones y desigualdades en todos los ámbitos de la vida. Todas las personas, sin distinción de género, que reivindicamos la lucha contra la opresión desde un feminismo anticapitalista, socialista y revolucionario no podemos más que suscribir las palabras de Trotsky, de un siglo atrás: “Es bastante cierto, que en la esfera de la vida cotidiana el egoísmo de los hombres no tiene límites. Si en realidad, queremos transformar las condiciones de vida debemos aprender a mirarlas a través de los ojos de las mujeres” [35]. Se trata de construir “esa mirada” lo suficientemente radical como para no detenernos en la conquista provisoria de derechos elementales que, en gran parte del mundo –aún un siglo después de que se escribieron estos textos– siguen faltando; sino para avanzar decididamente en la liberación de todas las opresiones, al tiempo que liquidamos la irracionalidad de la explotación capitalista que, para millones de seres humanos, convirtió al planeta en una sucia prisión.
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