La huelga del sindicato automotriz (UAW), es una de las luchas sindicales más ambiciosas y combativas de las últimas décadas, refleja el creciente poder de la clase trabajadora estadounidense en un periodo donde aumenta la crisis política.
Martes 3 de octubre de 2023 16:41
La huelga de los trabajadores del automóvil es la más importante de este tipo en décadas. La huelga de The Big Three (“las Tres Grandes Automotrices”, en alusión a General Motors, Ford y Stellantis) es histórica en sí misma, pero va más allá. La huelga se define por cómo ha puesto a la clase obrera en el centro de la escena, con importantes implicancias para el régimen bipartidista y la lucha de clases en el próximo periodo. Para comprender plenamente esta huelga, debemos entender su contexto político.
Una crisis del régimen estadounidense
Como hemos comentado en otro lugar, Estados Unidos se enfrenta a una "crisis orgánica", una crisis que está ligada al crack económico de 2008. Para Gramsci, una crisis orgánica puede surgir del fracaso de una iniciativa política significativa de la clase dominante. La crisis de 2008 significó una crisis mayor del propio neoliberalismo. Para salir de la Gran Recesión, el gobierno de Obama rescató a las grandes corporaciones y a los bancos; mientras tanto, la clase trabajadora perdió sus casas y se vio obligada a pagar la crisis. La administración Obama atacó a los sindicatos, privatizó entidades públicas y dio dádivas a las grandes corporaciones. Aunque la economía no cayó en una depresión, se sentaron las bases para una crisis de hegemonía, así como para nuevas crisis económicas.
Diferentes sectores de la población respondieron a la crisis de diferentes maneras y con diferentes ritmos. El movimiento birther, Occupy Wall Street y el Tea Party formaron parte de las primeras respuestas a esa crisis. En 2014, en respuesta al brutal asesinato de Michael Brown, miles de manifestantes tomaron las calles de Ferguson (Misuri) para exigir justicia para Brown. La ira masiva expresada en el levantamiento de Ferguson dejó claro que la política de la administración Obama no satisfacía sus aspiraciones.
Las elecciones primarias para la presidencia de 2016 abrieron un intenso periodo en la política estadounidense. Trump arrasó en las primarias del Partido Republicano, destrozando a sus oponentes y superando las escasas expectativas de su campaña. La popularidad de Trump era y sigue siendo una expresión de la crisis a la que se enfrenta el sistema del neoliberalismo; interpela directamente al enojo producido por el empeoramiento de las condiciones de vida de las clases medias y trabajadoras, culpando tanto a los inmigrantes como al establishment político.
Al mismo tiempo, Bernie Sanders desató el entusiasmo al denunciar a la "clase multimillonaria" y defender el acceso a un sistema de salud para todos, además de prometer medidas para acabar con la deuda estudiantil y hacer gratuitas las universidades públicas. El entusiasmo en torno a su campaña fue muy intenso y extendido.
Cuando Sanders bajó su candidatura para apoyar a la neoliberal Hillary Clinton, fue tal la frustración de sus seguidores, que el Partido Demócrata tuvo que mover su gran maquinaria para garantizar la victoria de Clinton en las primarias.
Clinton perdió frente a Trump por un estrecho margen en los estados del Rust Belt (también conocido como Manufacturing Belt o cinturón manufacturero, es una región del Nordeste y Medio Oeste de Estados Unidos que ha sufrido un marcado proceso de decadencia industrial y económica a partir de los años 1970). Michigan, el corazón de esta huelga de la UAW, estaba entre ellos. Aunque parecía surrealista un par de años antes de las elecciones, Trump se convirtió en presidente. Trump puso patas arriba al Partido Republicano apelando directamente a aquellos que estaban frustrados con varias décadas de neoliberalismo y la desindustrialización que se produjo como resultado. El trumpismo utilizó los prejuicios de sectores de la clase obrera, la clase media y la burguesía para culpar a los sectores oprimidos de la crisis del neoliberalismo, defendiendo al capital financiero y formando una estrecha relación con las milicias de derecha. Todos estos procesos revelaron, de una u otra manera, los profundos desafíos que el imperialismo estadounidense y el régimen bipartidista enfrentan desde el crack de 2008.
Mientras Estados Unidos luchaba por mantener su hegemonía en el orden mundial, surgían nuevos desafíos. La crisis del neoliberalismo destinó a China al lugar de “la principal amenaza para el imperialismo estadounidense”. China tuvo un crecimiento extraordinario durante décadas antes de 2008, pero el crack mostró una fotografía de un Occidente inestable: importantes bancos se hundieron en el corazón del capitalismo mientras el PIB chino seguía creciendo al 7-8 por ciento cada año. China no se vio gravemente afectada por el crack de 2008, lo que le permitió desarrollar políticas más ambiciosas hacia países africanos y latinoamericanos y establecer ventajas competitivas en industrias importantes, como la fabricación de microchips y baterías de litio, un componente vital de los vehículos eléctricos.
En los años transcurridos desde la crisis de 2008, se ha desarrollado un consenso bipartidista sobre la cuestión de la competencia estratégica con China y un enfoque más duro de la política exterior hacia este país. La administración Biden, sin embargo, está a la vanguardia de la transición ecológica y la reindustrialización en Estados Unidos como parte de esta competencia estratégica con China. Trump, por su parte, está centrando su campaña en la expansión de los combustibles fósiles, culpando a la energía verde de las malas condiciones laborales de los trabajadores de las Tres Grandes.
Esta huelga tiene lugar en una desafiante transición industrial hacia la llamada energía verde, que plantea una encrucijada para la clase obrera: puede adaptarse a las prácticas de gente como Elon Musk, que justifica unas condiciones de trabajo brutales como un desafío a China; también puede luchar por un lugar en el tablero de esta transición, negociando mejores condiciones con una estrategia defensiva permanente. Pero también hay una tercera vía posible: la clase obrera puede tomar los medios de producción en sus propias manos y orquestar una transición a la energía verde que realmente beneficie al planeta, a la clase obrera y a todos los explotados y oprimidos.
El 6 de enero reveló la debilidad del régimen bipartidista. Tras la invasión del Capitolio, 147 congresistas republicanos no certificaron a Biden como presidente. Un sondeo de opinión de Reuters/Ipsos publicado seis días después de las elecciones reveló que cerca de la mitad de los votantes republicanos creían que Biden había robado las elecciones. Al mismo tiempo, la respuesta del régimen bipartidista, desde los sectores progresistas de Partido Demócrata como Alexandria Ocasio Cortéz, hasta Mike Pence, fue cerrar filas en "defensa de la democracia". El Partido Demócrata y el régimen bipartidista lograron estabilizar la política nacional durante unos meses, pero a costa de profundizar nuevas crisis a mediano plazo. La "bonapartización" del poder judicial es un claro ejemplo. El poder judicial, siempre una institución de la burguesía, tiene ahora un papel mucho más explícitamente partidista, poniéndose del lado de los demócratas o de los republicanos. Incluso tantea la posibilidad de situarse por encima de cualquiera de los dos partidos, abriéndose un espacio para su propia iniciativa en el régimen bipartidista.
Lucha de clases en un régimen en crisis
El momento más extendido e intenso de lucha de clases después de 2008 fue el Movimiento Black Lives Matter de 2020, en el que millones de personas salieron a la calle para luchar contra el racismo y exigir la abolición de la policía, entre otras muchas reivindicaciones. Pequeños pero importantes sectores de la clase trabajadora se organizaron en sus lugares de trabajo para las reivindicaciones del movimiento, como los estibadores que pararon el trabajo en solidaridad con las protestas. Naturalmente, la gran mayoría de los que salieron a la calle en 2020 eran trabajadores. Su fuerza, sin embargo, no se sintió como tal. El lugar de la lucha era la calle, y no había una conexión clara con el lugar de trabajo y la fuerza que surge de organizar las filas de la clase trabajadora. La lucha contra la opresión liderada por los negros ayudó a revitalizar la lucha del movimiento obrero, combinado con un cambio de conciencia como resultado de la pandemia, ha creado el movimiento obrero más fuerte que Estados Unidos ha visto en décadas.
La clase trabajadora ha sido un actor con una presencia cada vez mayor en la política nacional. En los últimos años, hemos visto un repunte en las huelgas, desde la revuelta de Red State en 2018, la huelga de UAW en 2019, hasta Striketober, la nueva generación de trabajadores y trabajadoras, la lucha por sindicalizar a los trabajadores de Amazon, la lucha de Starbucks por sindicalizar su lugar de trabajo. Este año hubo en el verano estadounidense, importantes y extendidas luchas, que parecen continuar en un otoño con fuertes vientos de lucha de clases. Los actores y actrices de Hollywood siguen en huelga, y la huelga de guionistas de Hollywood duró 148 días hasta que se llegó a un acuerdo temporario que incluye aumentos salariales, un aumento del 26 por ciento en la base residual (con aumento de sueldo si la serie se convierte en un éxito) y, muy importante, se prohibirá sustituir a los guionistas. Mientras tanto, los trabajadores de UPS (la mayor empresa de logística) se movilizaron contra las malas condiciones de trabajo, por mejores salarios y contra los escalafones, entre otras reivindicaciones. Aunque el acuerdo temporario de los Teamsters (camineros) de UPS tenía problemas significativos y no cuestionaba la profunda división entre los trabajadores de los depósitos y los conductores, era un contrato mucho mejor que el anterior, y surgió como resultado de la presión de los trabajadores de UPS.
Mayores aspiraciones de la clase trabajadora
Shawn Fain, miembro y uno de los líderes del UAWD (Sindicato de los trabajadores del automóvil), fue votado para ocupar la presidencia de la UAW como resultado de las mayores expectativas de los trabajadores automotrices y del enojo por los dirigentes de años anteriores. Los trabajadores se cansaron de los años de concesiones otorgadas a las empresas bajo el viejo liderazgo. Los trabajadores automotrices lucharon para que el liderazgo se decidiera sobre la base de una persona, un voto (mucho más democrático que el modo en que se eligen los presidentes en EE.UU. a través del Colegio Electoral), y querían un liderazgo que luchara contra las malas condiciones laborales y la existencia de varios escalafones que dividen sus filas, trabajadores temporales que nunca son admitidos plenamente en las empresas. Fain respondió a esta presión de las bases, posicionando a la UAWD como líder claro de los trabajadores del automóvil, como ejemplo para los trabajadores avanzados de todo el país y como líder potencial de otros sectores de la clase obrera.
Las reivindicaciones son muy progresistas. Incluyen un aumento salarial del 40 por ciento a lo largo del contrato (la misma cantidad que ha aumentado el salario de la patronal en los últimos años), el fin de los escalafones, la incorporación de los trabajadores temporales como trabajadores a tiempo completo, una semana laboral de 32 horas con un salario de 40 horas y el derecho a la huelga en caso de que se vaya a cerrar una planta. El aumento salarial del 40% era un punto de partida, y la reivindicación de una semana laboral de 32 horas con un salario de 40 horas, quizá la más ambiciosa, expresa las elevadas aspiraciones de los trabajadores y ha puesto el "equilibrio entre vida laboral y familiar" en el mapa para otros millones de trabajadores.
Además, sus reivindicaciones y esta huelga demuestran que los trabajadores ven y sienten que la transición a los vehículos eléctricos no les depara nada, salvo más ataques. El llamado "presidente más pro-sindical de la historia" ha estado dando enormes dádivas a la industria automovilística para construir plantas de vehículos eléctricos no sindicalizadas y con bajos salarios. Y lo que es aún más significativo, los trabajadores del automóvil no tienen ninguna garantía de que vayan a conservar sus puestos de trabajo si las plantas cierran. En ese sentido, esta huelga es la primera batalla de lo que será una lucha por las condiciones laborales de la fabricación de automóviles.
El escenario político e ideológico de esta huelga es casi un espejo invertido de los años neoliberales. El 15 de septiembre, primer día de huelga, todas las cadenas de noticias cubrieron el discurso de Fain. Marcó el tono del ciclo informativo; en lo que ahora circula ampliamente por Internet, un entrevistador de la CNN preguntó al director general de General Motors si la oferta de la empresa era justa, dado que la misma había tenido un aumento del 40% de sus ganancias. El CEO no tenía nada que decir y sólo pudo desviar y hacer pivotar la conversación. Fain ha estado diciendo que el sindicato no está perturbando la economía, sino que está perturbando la economía de la "clase multimillonaria".
Otra forma de ver este nuevo momento del movimiento obrero es entender que el periodo de luchar sólo por mejores salarios se ha acabado. La huelga de profesores de Chicago en 2012 fue un claro precursor de un movimiento obrero con horizontes más amplios que emerge de la crisis del neoliberalismo. Hay un giro cada vez mayor que explora el potencial hegemónico de la clase trabajadora, como luchar contra la división en categorías en varias huelgas de los últimos años, la lucha por "el bien común" librada por los profesores en Chicago en 2012, y en West Virginia y Oklahoma en 2018. En el apogeo del neoliberalismo, las negociaciones y las huelgas se limitaron en su mayoría a la mejora de los salarios y a la administración de concesiones para mantener los puestos de trabajo, precisamente lo que ocurrió con los trabajadores del automóvil.
La dinámica de la huelga hasta el momento
La huelga comenzó el 15 de septiembre, la primera vez en la historia que las tres plantas se declaraban en huelga al mismo tiempo. El sindicato inició la huelga en estas tres grandes empresas, parando una planta de cada empresa. Esto puso al sindicato en control de los ritmos de la huelga; fueron ganando el apoyo popular a la huelga, y esta táctica pone de relieve que las empresas son las irracionales que están "imponiendo" la huelga. También garantiza que la huelga permanezca semana a semana en las noticias nacionales, con la patronal, los trabajadores y la población en general sintonizando para ver si la huelga se extiende y dónde.
Una semana después del inicio de la huelga, el sindicato amplió la huelga a otras 38 plantas y centros de distribución de General Motors y Stellantis, con un total de 18.000 trabajadores en huelga. En ese momento, las negociaciones habían avanzado con Ford. Luego intentaron avanzar con General Motors (GM) y Stellantis; finalment el viernes pasado, la huelga se amplió en Ford y GM, sumando 7.000 trabajadores a la huelga. Stellantis, accedió a avanzar en las negociaciones, según la retransmisión en directo de Fain.
Uno de los aspectos más astutos de la estrategia del sindicato es la combinación de reivindicaciones fuertes y progresistas, críticas agudas a las The Big Three y a sus beneficios mediante una posición defensiva, al tiempo que se subraya que las empresas han obtenido beneficios récord y los trabajadores han hecho grandes sacrificios en los últimos 15 y 20 años. Sin embargo, si el sindicato hubiera mantenido esta posición defensiva en medio de un estancamiento de las negociaciones, la huelga se habría debilitado.
La estrategia tiene importantes desafíos. La patronal ha tomado represalias desde el primer día, despidiendo a miles de trabajadores e intensificando el acoso en los talleres. Aunque la moral sigue siendo alta, especialmente tras la ampliación de la huelga, la naturaleza verticalista de la huelga deja un espacio abierto a la desmoralización. Al principio de la huelga, por ejemplo, los trabajadores expresaron su frustración por no saber qué plantas iban a hacer huelga y por qué. La extensión de la huelga impone nuevos desafíos, principalmente debido a las represalias de las empresas y a la extensión geográfica de la huelga. Coordinar una huelga de esta magnitud requiere un gran esfuerzo político para unir a las distintas filas de trabajadores del automóvil, así como organizar un amplio apoyo popular y nacional. Cuanto más larga sea la huelga, más difícil será.
Como se viene planteando desde Left Voice, esta huelga debe organizarse desde abajo. Los trabajadores de base saben mejor que nadie cómo ganarse a la comunidad y comprometerla con la huelga, así como la relación de fuerzas dentro de una planta (quién apoya y quién no apoya la huelga), hasta dónde están dispuestos a llegar los trabajadores, cuáles son las deficiencias de la huelga, etc. Para hacer frente a la ofensiva de la patronal, el sindicato debe poner toda su energía en organizar comités de huelga locales y de planta, con la participación de los trabajadores despedidos, donde las y los trabajadores puedan debatir la huelga y los próximos pasos. Estos comités de huelga pueden trazar el camino a seguir para ampliar la huelga a otras plantas, así como organizar una lucha contra los despidos, utilizando la creatividad y el profundo conocimiento de la producción automovilística que tienen estos trabajadores, muchos de ellos tras más de una década ensamblando piezas para The Big Three. Estos comités pueden elegir representantes en los comités regionales para expresar sus posiciones y seguir coordinando la huelga, en un esfuerzo por formar un comité de huelga nacional con vínculos estrechos y dinámicos con las bases, donde se escuchen sus voces y se decida la política en democracia obrera "desde abajo."
Un nuevo fenómeno en el movimiento obrero: Una burocracia sindical combativa y reformista
Impulsada por aspiraciones más elevadas de la clase trabajadora, junto con el desafío al que se enfrenta la burocracia sindical tradicional para responder y adaptarse, está surgiendo una nueva burocracia sindical reformista. Esto incluye a figuras como Sara Nelson y Sean O’Brien, que organizaron una campaña de "listos para la huelga" en UPS. UAWD, por ahora, es su expresión más aguda, encarnada por Shawn Fain. Se trata de un liderazgo combativo, con reivindicaciones progresistas y tácticas hábiles, que cuenta con el apoyo de la clase trabajadora. Esto está muy lejos del sindicalismo empresarial que caracterizó la era neoliberal; mientras que el sindicalismo empresarial se basa en la conciliación de clases, Fain a menudo resalta la línea de clase. En lugar de negociar estrechando la mano de los directores generales, Fain estrechaba la mano de los trabajadores. En lugar de hablar de la necesidad de que los trabajadores actúen con responsabilidad y tengan en cuenta los efectos sobre la economía, dice que no es "nuestra" economía, sino la de los multimillonarios.
Sin embargo, sigue siendo una burocracia. Esta huelga, desde los preparativos hasta los asuntos cotidianos, la decisión de escalar o no, dónde y cuándo, se organizan y deciden desde arriba sin una participación significativa de los trabajadores. Aunque Fain, como O’Brien, ha estado informando a los trabajadores, eso no es lo mismo que la participación y el aporte de las bases. Esto último se traduciría en asambleas de base, debates y toma de decisiones. No se trata de una mera cuestión organizativa; está relacionada con una estrategia más amplia: ganar todo lo posible dentro de los límites del régimen bipartidista, manteniendo el horizonte político de los trabajadores inmerso en él.
Esta burocracia sindical está enviando un mensaje claro al Partido Demócrata: o entregan más a la clase trabajadora y aprenden de 2016, o sus problemas no harán sino aumentar. Fain no ha respaldado a Biden hasta ahora, pero ha alabado su aparición en el piquete la semana pasada, en contraste con las fuertes críticas a los comentarios de Trump sobre la huelga y su visita a una fábrica no sindicalizada el miércoles pasado. Es probable que el sindicato respalde a Biden, pero en otra marcada diferencia con otras elecciones, pretenden hacerlo en sus propios términos.
La huelga y el realineamiento
El régimen bipartidista se vio obligado a actuar directamente en la lucha de clases en el pasado reciente. En diciembre, el Congreso obligó a los trabajadores ferroviarios a aceptar el Acuerdo Temporario; a su vez, el gobierno de Biden participó directamente en las negociaciones de UPS, pero Biden mantuvo las distancias en la medida de lo posible. Eso fue imposible en esta huelga. La administración se vio obligada a dirigirse a la nación; Biden dijo que los trabajadores "merecen su parte justa" y que Th Big Three "tienen que hacerlo mejor". Se envió a personal de alto rango del gobierno a implicarse directamente en la huelga para encontrar una salida lo antes posible. No fue suficiente. Trump decidió saltarse otro debate de primarias y dirigirse a los trabajadores en Detroit el miércoles, y Biden tuvo que responder uniéndose a un piquete el martes. Si tuviéramos que hacer una fotografía de la crisis orgánica en este momento, sería un montaje de Trump dirigiéndose a los trabajadores, Biden frente a un piquete, con citas de ambos candidatos, y los trabajadores con el puño en alto apoyando la huelga. Como bien saben todos los actores, las elecciones de 2024 se deciden en gran parte ahora. Quien salga vencedor estará en mejores condiciones para ganar estados decisivos el próximo noviembre. Esta es otra forma en la que la clase obrera se encuentra en el centro de la política nacional.
El realineamiento es, en parte, consecuencia de la experiencia de sectores más amplios de la población a la luz de uno o una serie de acontecimientos significativos. En los años 30, el Partido Demócrata unió filas con la emergente burocracia sindical industrial para mejorar la relación de fuerzas en el régimen para aprobar el New Deal y defender el capitalismo. El partido de Roosevelt era mucho más atractivo para la clase obrera, el New Deal y los preparativos para la Segunda Guerra Mundial unieron aún más a los demócratas y a la burocracia sindical. Los Dixiecratas (fue un partido político segregacionista en los Estados Unidos) permanecieron en el Partido Demócrata hasta que durante el movimiento por los derechos civiles, se unieron al Partido Republicano; todo eso fueron procesos de "realineación". Durante el neoliberalismo, el Partido Demócrata perdió terreno con los votantes de la clase trabajadora y se ha centrado cada vez más en los votos de clase media de los suburbios. Sería todo un desafío evitarlo con los intensos ataques a la vida de los trabajadores orquestados por los demócratas, incluido el rescate entregado a las propias empresas automotrices. Trump aprovechó esta alineación y posicionó al Partido Republicano en términos significativamente mejores con la clase trabajadora que sus líderes anteriores. Su victoria en 2016 está directamente relacionada con la frustración de los trabajadores en los estados disputados. En los últimos años, Jacobin y el DSA (Socialistas Democráticos de América), que ha engrosado sus filas desde 2016, han tratado de reconducir a la clase obrera hacia el Partido Demócrata, lo que en su opinión puede hacerse si el partido se centrara en las demandas básicas de "toda la clase". La aparición y el desarrollo de una burocracia sindical de izquierda refuerza significativamente esta estrategia. Permite su defensa en términos combativos, centrándose en el activismo de clase.
Probablemente asistimos a un periodo con un nuevo sector más combativo del reformismo, o "socialismo" al estilo socialdemócrata. Su objetivo estratégico general, sin embargo, es canalizar la frustración y la militancia de los trabajadores hacia el Partido Demócrata, forzando al partido a asumir reivindicaciones socialdemócratas que allanarían el camino hacia el "socialismo" (también conocido como Estado del bienestar) y, en este proceso, convertir al Partido Demócrata en un partido que represente los intereses de la clase trabajadora. El problema de esta política es su carácter utópico. Como bien saben los dirigentes del Partido Demócrata, éste es el partido del capital financiero, una piedra angular de este régimen bipartidista en putrefacción, que representa los intereses imperialistas de una gran franja de la burguesía estadounidense.
Una victoria de la UAW es una victoria de la clase obrera en su conjunto. Pero si prevalece la estrategia de los reformistas -si la huelga se utiliza para recuperar a los trabajadores que se han desviado del Partido Demócrata y mantener a los que aún no lo han abandonado- la clase obrera no estará preparada para las batallas que se avecinan. En cambio, si la huelga no deposita su fe en el régimen bipartidista y moviliza a las bases como agentes de su propio destino, sería un paso significativo hacia la independencia política y organizativa. No se gana nada con una alianza con el Partido Demócrata o el trumpismo. El futuro depende de que los trabajadores confíen en sus propias fuerzas y den rienda suelta a su creatividad política, uniéndose en la lucha de clases.
Este artículo fue originalmente publicado en Left Voice, parte de la Red Internacional del La Izquierda Diario.
Traducción y adaptación: Gloria Grinberg