A continuación presentamos la transcripción de una exposición de Ernest Mandel en un curso de formación política sobre la cuestión de la huelga general y su lugar dentro de la dinámica de la revolución socialista. Partiendo de la pregunta sobre qué es una huelga general y las diferencias cuando esta es “activa” o “pasiva”, aborda la relación de la huelga general con la autoorganización (comités de huelga, consejos obreros) y el control obrero de producción, así como el papel las burocracias en estos procesos. También se introduce en una serie de cuestiones sobre la huelga general vinculadas a la centralización del movimiento, el problema político de la toma del poder, la cuestión del armamento obrero y la autodefensa.
Mandel (1923-1995) fue uno de los principales dirigentes trotskistas en la segunda posguerra y un influyente teórico marxista. Para una aproximación a su biografía y su obra recomendamos el artículo de Christian Castillo “A propósito de los 100 años del nacimiento de Ernest Mandel” que publicamos en un número anterior de Ideas de Izquierda.
Acercamos a lxs lectorxs de IdZ esta conferencia de Mandel por su amplio abordaje del problema de la huelga general que, más allá de los debates que pueden suscitar muchas de las cuestiones planteadas, representa un importante texto para la discusión sobre tema en el marxismo. La versión que presentamos del texto de la conferencia (cuya fecha es desconocida) se basada en la traducción castellana aparecida en la publicación Viento Sur cotejada con la versión francesa disponible en la página “ernestmandel.org”.
Si hablamos de huelga general es porque creemos que la huelga general es el modelo más probable de revolución socialista en los países imperialistas. Evidentemente, no es el único modelo posible y, de partida, presupone la confirmación de una serie de hipótesis; a saber: la ausencia de una guerra mundial en los próximos años, la ausencia de una victoria del fascismo o de una dictadura militar-semifascista en los países imperialistas y el mantenimiento de aproximadamente las mismas relaciones de fuerzas que se establecen actualmente entre las y los asalariados y el capital en estos países. Estas relaciones de fuerzas son abrumadoramente favorables a la clase obrera como nunca lo han sido en el pasado, es decir, entre el 80 y el 85%, y en algunos países el 90%, de la población es asalariada.
Evidentemente, estos supuestos de partida no están garantizados de una vez por todas. Los camaradas saben lo que nuestro movimiento dijo y aprobó en el X Congreso Mundial (de la IV internacional), pero mientras nos mantengamos dentro de un plazo razonable, los próximos años para los que nos estamos preparando, creemos que, probablemente, estos supuestos de partida se mantendrán.
En la adopción de estas hipótesis de partida no hay una especulación sino un razonamiento, una lógica interna: estamos convencidos de que un cambio cualitativo en los tres ámbitos que he indicado anteriormente sólo es posible si previamente se ha producido una derrota muy fuerte de la clase obrera.
Por tanto, nuestro razonamiento es que esta derrota presupone que el actual ascenso hacia la huelga general termine negativamente. Así pues, está perfectamente justificado analizar cuáles son las posibilidades de que este ascenso obrero, que conduce a una huelga general termine en victoria; es decir, de evitar la derrota. También está perfectamente justificado analizar las modificaciones de las condiciones que permiten transformar una huelga general en victoria de revoluciones socialistas.
Origen de la huelga general como modelo de la revolución socialista
No es la primera vez en la historia del movimiento obrero que la problemática de la huelga general se sitúa en el centro del debate sobre el modelo de la revolución socialista. El primer debate sobre este tema tuvo lugar a finales del siglo XIX y fue introducido por las tendencias anarquistas, especialmente anarcosindicalistas (sindicalistas-revolucionarias), en oposición firme a la táctica socialdemócrata adoptada entonces por la mayoría de los marxistas, que era la lucha electoral y parlamentaria.
En aquel momento, los marxistas hicieron una crítica de las tesis anarcosindicalistas que, en gran parte, mantiene son correctas y que no estamos dispuestos a abandonar. La parte esencial, lo correcto de la crítica marxista a esta tesis de la huelga general sindicalista-revolucionaria es que subestima el problema del poder político y cree que basta con que la clase obrera deje de trabajar en el plano económico y asuma la dirección de las empresas bajo su propia dirección en la actividad económica para que la sociedad burguesa se derrumbe. Hay una subestimación grave, incluso catastrófica, del problema del Estado, del problema del gobierno, del problema del armamento y de la necesaria transformación de la huelga general en insurrección. Toda esta parte de la crítica marxista a la vieja tesis de la huelga general sigue siendo evidentemente correcta: una huelga general no basta para derrocar el sistema capitalista.
Pero una huelga general puede ser el comienzo de la revolución socialista. En lo que respecta a esta parte de la tesis sindicalista-revolucionaria, la historia del siglo XX en los países imperialistas ha dado un veredicto que es absolutamente concluyente: la huelga general en un país industrializado puede ser, y probablemente será, el comienzo de una revolución socialista. Y lo que los marxistas, sobre todo los futuros reformistas, decían al respecto a finales del siglo XIX, y que se resumía en la famosa fórmula de los sindicatos socialdemócratas alemanes: "La huelga general es una idiotez general", es decir, que la tesis de que la huelga general es imposible en un régimen capitalista, se ha revelado totalmente falsa. Toda esta parte del razonamiento clásico de los socialdemócratas ha demostrado ser absolutamente incorrecta en el curso de la historia del movimiento obrero del siglo XX.
¿Cuál era el razonamiento, si es que había algún razonamiento y no sólo la mala fe de gente ya integrada en el régimen capitalista? ¿Cuál era el razonamiento de este argumento socialdemócrata?
Era una visión absolutamente mecanicista de la supuesta simultaneidad de toda una serie de procesos: decían que para que una huelga general tuviera éxito, todos los trabajadores tenían que estar organizados, tenían que ser socialistas, y que, si todos los trabajadores eran socialistas y estaban organizados, no necesitaban una huelga general, porque tendrán la mayoría en el parlamento y el poder en el Estado. Tal era el razonamiento. Evidentemente, esta supuesta simultaneidad en los tres procesos de capacidad de lucha, organización y conciencia es totalmente falsa: una clase obrera todavía minoritariamente organizada y minoritariamente socialista se ha mostrado históricamente capaz de hacer una huelga general. No hay ninguna coincidencia necesaria entre estos tres fenómenos.
El error metodológico que subyace a esta concepción mecanicista es la subestimación extremadamente decisiva de la acción como fuente de conciencia. Es la idea de que primero hay que convencer individualmente a los trabajadores y trabajadoras sobre la base de la propaganda para que sean capaces de alcanzar un determinado nivel de conciencia, mientras que la experiencia ha demostrado que es precisamente a través de las grandes huelgas políticas de masas, de las huelgas generales, como toda una fracción de la clase obrera, que no puede acceder a la conciencia de clase por la vía individual de la educación y la propaganda, despierta o es despertada a esta conciencia de clase, la alcanza y se vuelve extremadamente combativa.
El resultado de este error ha sido una constante en el debate entre la izquierda y la derecha del movimiento obrero en Europa desde principios de siglo. Un debate en el que Rosa Luxemburg desempeñó un papel decisivo, incluso antes que Lenin o Trotsky: ella comprendió que la división de la clase obrera en una vanguardia organizada y una retaguardia no organizada representa una visión muy simplista y estrecha de la realidad. Es cierto que hay una vanguardia organizada y que hay obreras y obreros no organizados, pero, al menos, es necesario introducir un tercer elemento en este análisis para comprender la realidad: existe esa parte de obreras y obreros no organizados que, en la lucha de masas, puede superar a toda una fracción de la clase obrera organizada que, dada la burocratización de las organizaciones obreras, tendrá tendencia a seguir en la lucha las consignas de la burocracia y dejará de estar en la vanguardia en la lucha.
Esta tesis de Rosa Luxemburgo ha sido malinterpretada como una tesis espontaneísta, lo cual no es del todo cierto; hay un elemento de espontaneísmo, pero sólo un elemento, es decir, la comprensión de que “organizado” no es necesariamente lo mismo que “avanzado”, lo cual es obvio incluso hoy en día, nadie lo discutirá. Rosa Luxemburgo no era en absoluto hostil a la organización. Estaba muy a favor de la organización, de la organización revolucionaria. Simplemente entendía que no hay identidad entre organización y vanguardia necesariamente en todo momento y especialmente en el momento de una huelga general.
Lenin tardó unos años en entender esto, pero lo entendió a partir de 1914. Y es significativo que algunos socialdemócratas le atacaran después de esa fecha diciendo: “Pero vosotros destruís la organización, es una revisión de todo lo que habéis defendido durante 20 años” y él contestó en uno de sus artículos polémicos contra la socialdemocracia internacional: “a partir de un cierto estadio de degeneración, algunas formas de organizaciones burocratizadas pueden ser obstáculos reales, y los trabajadores no organizados pueden conocer un nivel de conciencia más elevado que las personas que permanecen prisioneras de organizaciones burocratizadas. Entonces, hay que construir una nueva organización. La Segunda Internacional ha muerto, hay que construir la Tercera Internacional”. Y Trotsky, tras la victoria de Hitler, después de decidir que los partidos de la III Internacional se habían vuelto irreformables encontró argumentos casi idénticos a los que utilizó Lenin después de 1914 y a los que ya había utilizado Rosa Luxemburg en los años 1905-1914 en Alemania para defender la misma tesis.
Pasemos a la problemática de la huelga general tal como se plantea hoy. Y abordémosla primero de manera analítica, no histórica. Trataremos de analizar el mecanismo de una huelga general y veremos una docena de elementos que nos permiten proyectar idealmente su progresión incluso hasta la victoria de la revolución socialista. En la última parte de la presentación, retomaré algunos ejemplos históricos importantes, especialmente del movimiento obrero belga, y señalaré en cada ocasión los factores que faltaron para que se produjera este transcrecimiento.
1. ¿Qué es una huelga general?
El primer rasgo característico de una huelga general y quizá el más difícil de definir de forma totalmente precisa: ¿qué distingue una huelga general de una simple huelga muy amplia? Es difícil porque, de forma puramente cuantitativa, no podemos responder a la pregunta. Evidentemente, una huelga general no es una huelga en la que participan todas las y los trabajadores; ¡nunca ha existido y nunca existirá! Y esperar a que el último trabajador o trabajadora participe en la huelga para llamarla huelga general es absurdo. Hablamos de la huelga general en Bélgica en 1960, y con razón: digamos que hubo un millón de huelguistas, esa es la cifra que barajamos aunque creo que es algo exagerada. Evidentemente en Bélgica hay más de un millón de trabajadores, hay dos millones y medio, pero el término estaba perfectamente justificado.
¿En qué se diferencia una huelga general de una simple huelga muy extendida?
Algunas de sus principales características son:
1. Que es ampliamente interprofesional, no sólo en la participación, sino también en los objetivos.
2. Que va mucho más allá del sector privado, incluyendo elementos decisivos de todos los trabajadores y trabajadoras de los servicios públicos, de modo que paraliza no sólo las fábricas, sino también toda una serie de instituciones estatales: ferrocarriles, gas, electricidad, agua, etc.
3. Y que la atmósfera –cuestión difusa pero tal vez la más importante– que se crea en el país es una atmósfera de enfrentamiento global entre las clases, es decir que no es un enfrentamiento entre un sector de la patronal y un sector de la clase obrera, sino que todas las clases de la sociedad tienen la impresión de que es un enfrentamiento entre la burguesía en su conjunto y la clase obrera en su conjunto, aunque la participación de los trabajadores en esta huelga no sea del 100% o del 90%.
Se habrán dado cuenta de que no he añadido otra característica que muy a menudo añaden tanto las y los militantes como las y los teóricos marxistas que se ocupan de esta cuestión. No he dicho que una huelga sólo es general si plantea reivindicaciones políticas. ¿Por qué? Una huelga general es objetivamente política, porque implica un enfrentamiento con la burguesía en su conjunto y con el Estado burgués, pero no es necesario que sea consciente de ello desde el principio. Hay un gran ejemplo histórico en Europa, quizás el mayor antes de mayo del 68, que lo confirma, que es el ejemplo de junio del 36 [1], donde no se plantearon reivindicaciones políticas, donde las y los obreros ocuparon las fábricas y plantearon, aparentemente sólo, reivindicaciones de tipo económico (reducción de jornada, vacaciones pagadas, etc.); pero el propio Trotsky y todos quienes, con un poco de honestidad, examinaron este movimiento, eran muy conscientes de que, en el fondo, aquellos obreros y obreras reivindicaban infinitamente más de lo que eran capaces de articular. Y sería un gravísimo error juzgar la naturaleza de una huelga en función de la capacidad de expresión consciente de quienes la llevan a cabo en un momento dado.
Creer que una huelga sólo es general si plantea reivindicaciones políticas es como decir “una huelga sólo es general si quienes la dirigen y expresan sus reivindicaciones son conscientes de todo lo que implica”. Esto restringe de forma muy peligrosa la aplicación del concepto de huelga general. La conclusión que se desprende es que la vanguardia revolucionaria intenta desde el principio del movimiento expresar su naturaleza política, los objetivos que van más allá de los objetivos económicos o los específicos de cada sector, y que su esfuerzo de politización debe ser común.
La huelga general pasiva
Hay algunos ejemplos de huelga general pasiva en la historia, e incluso algunos muy brillantes: la mayor huelga general que jamás hemos conocido en Europa occidental, la más eficaz, fue la huelga general de la clase obrera alemana contra el putsch del general Kapp en 1920 [2], que, en su resultado, fue absolutamente eficaz; paró toda la vida económica y pública, pero fue pasiva: las y los obreros no ocuparon las fábricas, se fueron a casa, salvo en algunas regiones y algunos casos excepcionales.
Hay que distinguir una huelga general en gran parte pasiva, en la que se deja de trabajar, de una huelga general con ocupación de fábricas que, evidentemente, es un enorme paso adelante (dejaré de lado los aspectos económicos, volveré sobre ellos después) porque permite reunir la fuerza de la clase. Una huelga general pasiva es una huelga que dispersa la fuerza de la clase: cada obrero se va a su casa. No podemos tocarlo ni hablar con él.
Una huelga general con ocupación significa cientos de miles o, según el tamaño del país, millones de obreras y obreros reunidos en las fábricas, con quienes se puede hablar todo el tiempo, que tienen una fuerza y una cohesión de clase cualitativamente superiores, evidentemente, a las de una huelga general en la que cada uno se queda en su casa.
La conclusión aquí es práctica: propagamos de forma sistemática, solo basta leer nuestra prensa, la idea de ocupación; y el modelo de huelga general del que intentamos convencer a la vanguardia es una huelga general con ocupación de fábricas. Volveré más adelante sobre algunos aspectos organizativos extremadamente importantes que se derivan de la ocupación y que son elementos decisivos para transformar una huelga general con ocupación en una plataforma de partida para una verdadera revolución.
La huelga general activa
La idea de la huelga general activa es también una idea de origen anarcosindicalista –hay que reconocer el mérito a quien lo merece–, pero puede decirse que los sindicalistas-revolucionarios han llevado a la práctica muy pocas experiencias, muy pocas aplicaciones a esta idea, salvo, claro está, en España durante la revolución de 1936.
¿Qué significa esta idea? Los obreros no sólo ocupan la fábrica haciendo una fiesta, como se hizo en Francia en junio del 36 o más ampliamente en mayo del 68, es decir, no sólo tienen debates, o van al cine o juegan a las cartas ; eso es lo que vimos cuando llegamos a Cockerill, ocupada por las los asalariados (por primera vez en la historia de Bélgica, hubo una huelga con ocupación en diciembre 71-enero 72): recibieron a una delegación oficial de la LRT (sección belga de la IV Internacional); cuando les vimos jugando a las cartas, nos quedamos un poco decepcionados. Está bien ocupar, pero evidentemente se trata del nivel más elemental de ocupación.
Por tanto, ¿qué significa huelga activa? Significa que los propios trabajadores y trabajadoras organizan la producción bajo su propia dirección. En el pasado, aparte de la experiencia de la revolución española de 1936, que no fue sólo una huelga general, sino una verdadera revolución, hay muy pocos ejemplos. Ahora hay un punto de inflexión importantísimo en la clase obrera de Europa occidental, [fábricas como]: Lip en Francia, Clyde en Inglaterra y Glaverbel en Bélgica muestran que sectores de vanguardia de la clase obrera empiezan a abrirse a la idea de que cuando ocupas una fábrica puedes hacer algo más que la animación cultural o jugar a las cartas, que puedes organizar tú mismo la dirección de la empresa, es un paso enorme.
Nosotros damos tanta importancia a estos ejemplos, no porque creamos en la posibilidad de construir el socialismo en una sola fábrica, sino porque creemos que estos ejemplos, que aún son aislados, pueden ampliarse y generalizarse en caso de huelga general. Y una huelga general en la que las y los obreros de todas las fábricas hagan lo que hicieron en Lip o en Glaverbel, ¡eso es algo totalmente diferente! Es un nivel histórico cualitativamente superior a todo lo que hemos conocido en el pasado como huelga general. Sin embargo, hay que desconfiar de cualquier razonamiento mecanicista y darse cuenta de que el paso a la huelga activa parte de puntos de motivación o de conciencia muy diferentes. El mejor caso es aquel que expresa la voluntad más o menos consciente de los trabajadores y trabajadoras de apropiarse de los medios de producción, es decir, de destruir el capitalismo. Si ocurre eso, obviamente nos alegramos mucho.
Pero hay otras variantes posibles. Me gustaría exponer dos de ellas:
A. El paso a la huelga activa puede ser el resultado de lo que podríamos llamar la lógica interna de la huelga general, es decir, la simple voluntad de que la huelga general tenga más éxito. La huelga activa puede llegar a ser necesaria a través de una motivación derivada del método de lucha, de querer hacer la lucha más eficaz, independientemente de sus objetivos a más largo plazo. Cito algunos ejemplos que surgen a menudo cuando se expone el tema y que están relacionados con la experiencia de Mayo del 68 en Francia:
1. Es evidente que en una ciudad muy grande, una huelga general de transportes, que es una huelga pasiva, se convierte en un factor de desorganización de la huelga a partir de un determinado momento: si los metros, los autobuses, los ferrocarriles de cercanías dejan de funcionar en una ciudad como Londres, París o Roma, significa que la clase obrera ya no puede reunirse, que es imposible que la gente recorra 20, 30 o 50 kilómetros para reunirse en una manifestación. Entonces puede surgir la idea, y debe ser defendida por las y los revolucionarios, de que la huelga general de transportes se mantiene para desorganizar y paralizar la vida económica burguesa, pero que cuando la clase obrera convoca una manifestación central en la ciudad, el transporte funciona para llevar a los trabajadores y trabajadoras a la manifestación, y sólo con este fin, bajo el control del comité de huelga que garantiza que el transporte funcione sólo con este fin.
2. Otro ejemplo, superior en la medida en que toca lo más sagrado de la sociedad capitalista: una huelga general en los bancos, cajas de ahorro, etc. Es un instrumento vital para paralizar la vida económica burguesa, pero si la huelga se prolonga, esa huelga pasiva se vuelve contra los obreros y obreras. En efecto, un gran número de trabajadores y trabajadoras tienen sus pequeños ahorros en un fondo, en las cajas de ahorro de las organizaciones obreras (mutualidades, cooperativas) o en la cuenta de cheques, y si no pueden tocar este dinero, su capacidad de resistencia financiera se reduce. En una huelga general activa, las y los empleados de las organizaciones financieras abren las ventanillas a determinadas horas bajo el control de su comité de huelga y entregan una determinada cantidad de dinero a las y los huelguistas previa presentación de un papel que acredite que son huelguistas. Y esto es muy importante: significa que las y los asalariados empiezan a administrar el sistema bancario y financiero.
B. Otra motivación para la huelga activa en el marco de la huelga general, proviene de lo que podríamos llamar la lógica económica de la huelga general. Esta lógica paraliza toda la vida económica. Pero toda vida económica paralizada durante mucho tiempo (unos días no es nada), plantea problemas vitales, inmediatos, a las y los propios huelguistas. Tomemos el ejemplo más estúpido que se cita siempre: una huelga general absolutamente total que dure una semana significa que ya no hay pan, que la gente no tiene nada que comer. Evidentemente, esto se vuelve completamente “contraproducente” [dicho así en el original en francés, NdT], como se dice en italiano. A partir de un determinado momento tienen que empezar a funcionar mecanismos que admitan, bajo la dirección de los trabajadores, un mínimo de funcionamiento para que sea posible la supervivencia física de la clase obrera. Ya se han aplicado ejemplos marginales que son bien conocidos y muy importantes: en Bélgica, las y los trabajadores de [la empresa] Gazelco (gas, electricidad) aplican desde hace mucho tiempo la norma de que en caso de huelga, ellos mismos controlan la distribución de electricidad y cortan la corriente a empresas, administraciones públicas, bancos, etc. y evitan que se corte la corriente a los hogares, está bajo su responsabilidad, porque se corre el riesgo de dividir a la clase obrera, ya que la huelga sería impopular en algunos sectores de la clase obrera. En cambio, si se mantiene la producción, pero controlada por las y los huelguistas, que velan por que se mantenga el efecto de paralización de la vida económica sin que se perturbe indebidamente el interés de la masa de consumidores, la eficacia de la huelga aumenta considerablemente.
El mismo razonamiento se aplicó durante mayo del 68 a pequeña escala, sobre todo en la ciudad de Nantes –no hay que subestimar la importancia de estos pequeños ejemplos– cuando comités de huelga, grupos de obreros de vanguardia quisieron organizar el abastecimiento de las y los huelguistas asegurando un intercambio de productos con los campesinos y campesinas, lo que implicaba la reanudación o el mantenimiento de la producción y la liquidación de las existencias (todo tipo de actividades económicas), bajo la dirección de los huelguistas, para tener suficiente para comer.
Todavía podemos mencionar un caso marginal que si bien no es importante para el desarrollo de las grandes luchas obreras, en el futuro, dada la tendencia general de la evolución económica, puede llegar a ser cada vez más importante, y es lo que ocurre hoy en Inglaterra con la huelga de enfermeras. Es una huelga muy delicada porque es una huelga asistencial y las y los pacientes podrían ser maltratados o morir: esto sería radicalmente impopular entre la amplísima opinión pública y sería utilizado por la burguesía en su campaña contra el derecho de huelga, los sindicatos y la militancia obrera. Así que las enfermeras tuvieron que buscar formas de huelga que evitaran perjudicar a las y los pacientes y, al mismo tiempo, mostraran su capacidad de golpear a la administración del Ministerio de Sanidad. Una de las soluciones aplicadas (ya ha habido otros casos del mismo tipo) fue hacer huelga de pago, es decir, atender a todo el mundo, pero no registrar nada, ni llevar la contabilidad, ni hacer pagar a nadie. ¡Esto es extremadamente popular! ¡Con la eficiencia financiera y la desorganización administrativa requeridas! Otro aspecto, aún más avanzado es que, en algunas ciudades inglesas, grupos de trabajadoras y trabajadores, entre otros metalúrgicos y transportistas, han apoyado esta huelga y han propuesto ir a la huelga por la causa de las enfermeras. ¡Es un paso adelante muy importante en la solidaridad de clase!
¿Qué importancia tiene esto? ¿Por qué he sacado a colación estas anécdotas? No por su importancia, no creemos en la irrupción de la conciencia comunista en un hospital, en la organización del socialismo en una sola fábrica, sino porque creemos que la multiplicación de estos ejemplos y su popularización crean las condiciones que preparan su generalización en una huelga general.
Y hay que decir que todavía no hemos visto una sola huelga general en Europa en la que esos ejemplos se generalicen efectivamente y que suponga un cambio total: hay que hacer un esfuerzo de imaginación para visualizar lo que sería una huelga general más o menos total como la de mayo del 68 [en Francia], en la que la mayoría de los sectores de la clase obrera, en el sentido más amplio del término, aplicaran todas esas técnicas: sería el principio de una revolución social. Y por eso pongo todos estos ejemplos, más bien anecdóticos y fragmentarios. Lo importante no está en la fragmentación y la anécdota, sino en la popularización del ejemplo para cambiar un poco la mentalidad. Cada vez que más sectores de la clase trabajadora entiendan esta cuestión, puede nacer algo totalmente nuevo y para eso es para lo que estamos en ello.
4. Huelga general autodirigida o dirigida por las organizaciones obreras tradicionales
Nueva problemática: ¿es necesaria una huelga general dirigida de forma más o menos burocrática por las organizaciones obreras tradicionales o una huelga general autogestionada, es decir que libere la autonomía obrera mediante la aparición de organizaciones de base que dirijan la huelga? No insisto porque los camaradas conocen esta problemática y no dejamos de desarrollarla en nuestra propaganda e incluso en nuestra agitación cotidiana. Pero hay que insistir en un hecho: no estamos desarrollando una posición sectaria. Si actuamos a favor de la huelga general (y, en general, de cualquier huelga) gestionada por los propios trabajadores, no es porque no nos gusten los dirigentes de la FGTB o de la CSC [sindicatos belgas]. Incluso si la dirección de la CSC o de la FGTB estuviera compuesta exclusivamente por miembros de la IV Internacional, seguiríamos estando a favor de formas autogestionadas de huelga porque creemos que sólo creando comités de huelga elegidos en las empresas, sólo implicando a un máximo de trabajadores en la gestión de la huelga, puede tener éxito una huelga general.
La idea de una huelga general dirigida por un pequeño aparato, un pequeño grupo de gente en la cúpula que dirige a golpe de silbato, aunque esté compuesto por las mejores personas del mundo desde el punto de vista político, no es sólo una idea utópica, es también una idea profundamente errónea desde el punto de vista político y desde el punto de vista social: no se corresponde con una comprensión de lo que es la clase obrera y la sociedad burguesa; básicamente, presupone la misma confusión mecanicista de los socialdemócratas de 1900 que he mencionado antes, una simultaneidad de todo tipo de procesos que no corresponde a la realidad.
Para que una huelga de 10 millones de trabajadores y trabajadoras en Francia tenga realmente éxito, no basta con que haya un plantel de 15 o 20 dirigentes brillantes en la cúpula, es necesario también que haya una asociación máxima del mayor número de la gente que lucha en la dirección de esta huelga, a todos los niveles; así es como vemos surgir organismos de dualidad de poder y también la posibilidad de una victoria de la revolución socialista: rompiendo la división del trabajo de la sociedad burguesa que la burocracia ha introducido en el movimiento obrero entre las y los dirigentes y las masas, y retomando la idea de la organización soviética –base del pensamiento de Lenin en “El Estado y la Revolución” sobre la organización soviética–, es decir, una organización en la que el máximo número de trabajadores y trabajadoras, de gente común, se asocie de forma inmediata, directa, sin división del trabajo, en la gestión diaria de sus asuntos.
Ustedes ya conocen el modelo ideal que proponemos:
1. Elección de un comité de huelga por la asamblea general de huelguistas.
2. Reunión periódica de esta asamblea general que tiene el derecho y la posibilidad de destituir a cada miembro del comité de huelga.
3. Elección de toda una serie de comisiones por el comité de huelga, más amplias que sus miembros, para asociar a un mayor número de militantes que acudan a la asamblea general para todo tipo de funciones: propaganda, abastecimiento, finanzas, información, animación cultural, etc. Son cosas de las que ya se ha hablado largo y tendido.
Sin embargo, hay que desconfiar del “esquema ultimatista”: este modelo ideal probablemente no logrará realizarse en todas partes a la vez: presupone la presencia de militantes revolucionarios, un nivel de conciencia suficientemente elevado para que el modelo pueda aplicarse de esta manera ideal. Ya nos alegraríamos mucho si, en un gran número de empresas, hubiera elecciones para el comité de huelga. Eso sería un avance cualitativo.
Lo hemos dicho muchas veces: si en mayo del 68 sólo hubiera habido elección de comités de huelga –y su federación– en todas las empresas, se habría producido el comienzo de la revolución, se habría producido un cambio cualitativo en la situación. Si empujamos hacia el modelo ideal, es porque las ventajas de este modelo son bastante evidentes: representa las condiciones óptimas para la organización, la autoorganización y la asociación de un máximo de trabajadores y trabajadoras a la dirección de la huelga y para la emergencia de una situación revolucionaria en las mejores condiciones para la clase obrera.
También se comprenderá la íntima relación entre el impulso a la huelga activa y la autoorganización de la huelga. Es evidente que una huelga activa ya no puede ser dirigida por una secretaría sindical o una persona rentada: una o dos personas no pueden ni saben organizar la producción, los suministros, el vínculo con las empresas proveedoras de materias primas, etc. en una fábrica. Es imposible: en cuanto pasas a la huelga activa estás obligado a implicar a un gran número de personas en la dirección de la huelga y en toda una serie de decisiones de autoridad. La huelga activa es en sí misma un estimulante muy poderoso para la autoorganización de la huelga, como demuestran los ejemplos de [empresas como] Lip, Glaverbel-Gilly y muchos otros en los últimos meses.
5. De los comités de huelga a los consejos obreros
El comité de huelga –incluso el comité central de huelga, volveré sobre esto porque fue la polémica con los camaradas lambertistas [3] en Francia en mayo del 68– todavía no va más allá del dominio de una huelga, es decir de un enfrentamiento potencial y todavía no real con el poder político (estatal) de la burguesía.
¿Cómo pasar de los comités de huelga a los consejos obreros? ¿Cuál es la diferencia cualitativa entre ellos, aún cuando el consejo obrero nazca el 99% de veces de un comité de huelga, como el primer soviet de Petrogrado? Hay dos elementos que, sobre la base de la experiencia histórica –y hay que tener cuidado porque la experiencia del futuro puede ser más rica que la del pasado–, hasta ahora parecen determinantes en esta transformación:
1. La federación, es decir, la ruptura del fraccionamiento del germen del poder obrero que nace a nivel de fábrica: [El control de la empresa] Lip no supone la puesta en cuestión de la economía burguesa ni del Estado burgués en su conjunto. Pero 50 ejemplos como Lip que se federan, que van más allá de dos o tres ramas industriales, ¡eso es cualitativamente diferente! Sobre todo, si se abarca en cierto modo al sistema bancario, al sector de la electricidad, del transporte público, etc. La federación horizontal o vertical, es decir en una ciudad o en una rama industrial –la ciudad es más importante que la rama porque tiende a acentuar el carácter contestatario–, implica por su lógica una transformación de estos comités de huelga en órganos de doble poder si esta federación supera determinado nivel.
2. El segundo elemento, que figura simplemente como posibilidad en la federación pero que aún no se ha realizado, es también indispensable: estos órganos federados de comité de huelga asumen poderes que van más allá de los poderes de gestión de la huelga.
Un comité de huelga central que se limite a organizar la huelga, a distribuir dinero o víveres a las personas huelguistas y a editar un periódico para la agitación de la huelga puede, en el mejor de los casos, seguir siendo compatible con un poder indiviso de la burguesía. Es difícil, es un caso límite, pero lo podemos imaginar. Pero un comité de huelga central que asume poderes más allá de la mera organización de la huelga, que empieza a organizar la producción, a organizar la distribución de créditos o finanzas de los bancos, a organizar el transporte público, la distribución de electricidad, que, en una palabra, asume poderes de facto, tal comité de huelga ya no es un comité de huelga, sino que se ha convertido en un consejo obrero, un órgano de poder que empieza a funcionar.
El nacimiento de un organismo de doble poder se manifiesta por el hecho de que los poderes que en la sociedad burguesa son normalmente ejercidos o bien por la burguesía y sus instrumentos, como el sistema bancario, o bien por el Estado burgués, empiezan a ser asumidos por estos órganos. Esto puede ser mínimo; todo el mundo conoce la anécdota que he intentado difundir en Europa, si no en el mundo, y por la que los camaradas de Lieja están muy enfadados: la dirección de Lieja de la FGTB, que en las dos huelgas generales de 1950 y 1960 organizó el tráfico en la ciudad de Lieja y prohibió la circulación de coches y camiones sin un sello de la FGTB, estaba asumiendo de hecho el poder público. Los camioneros reconocieron así un poder público de origen obrero totalmente distinto del poder estatal burgués. Esto es extremadamente embrionario, pero real.
Una vez más, la anécdota no importa, lo importante es transmitir tales ejemplos en la memoria colectiva y en el imaginario de la clase obrera, modificar la estructura mental porque este tipo de ejemplos pueden multiplicarse, generalizarse, en la próxima huelga general y tendrán una importancia práctica colosal para hacer nacer realmente los consejos obreros, órganos de poder de la clase obrera opuestos a los órganos de poder burgués.
6. Dualidad del poder económico y dualidad del poder político
Tradicionalmente, el concepto de dualidad del poder se ha considerado –y la escuela zinovievista-estalinista ejerció una influencia muy grande sobre esto en el movimiento obrero– exclusivamente como un concepto político. Los camaradas maoístas son hoy la caricatura de esto. Tienen un esquema simplista y absolutamente transparente: “los trotskistas no han comprendido que los soviets sólo existen en una situación revolucionaria y que son órganos del poder revolucionario. Hoy no hay situación revolucionaria, por lo que hablar hoy de control obrero, de dualidad de poderes, es hablar en el vacío, o peor, es ser reformista”, etc.
Entendemos bien lo que hay de obsoleto en este razonamiento: ignora totalmente la situación más característica de una lucha obrera que se extiende y generaliza, a saber, una situación revolucionaria, y la forma en que las y los revolucionarios pueden y deben intervenir en una situación prerrevolucionaria. Detrás del concepto maoísta se esconde en realidad la vieja tradición fatalista, mecanicista, kautskiana y antileninista de una situación revolucionaria que cae del cielo, que está determinada por condiciones objetivas sobre las que la acción de la vanguardia obrera no puede tener ningún efecto.
Por el contrario, nosotros afirmamos que al impulsar experiencias de control obrero, al generalizar el control obrero, al generalizar la transformación de los comités de huelga en consejos obreros, con esta intervención transformamos una situación prerrevolucionaria en revolucionaria, servimos de factor cristalizador, de catalizador para el nacimiento de una situación revolucionaria. Trotsky, a propósito de Alemania al comienzo de la gran crisis económica, tenía un pensamiento más audaz y renovador: “Hay que evitar identificar la dualidad del poder y los órganos de la dualidad del poder con los soviets de tipo clásico surgidos de la revolución de 1917. No se excluye que, en la situación concreta de la Alemania de 1930, los comités de empresa (órganos legales bajo la constitución burguesa de Weimar- E.M.) dominados por los sindicatos, pudieran convertirse objetivamente en un órgano de dualidad de poder”.
Por el momento, debemos ser bastante abiertos al respecto. Ciertamente, la identificación de la dualidad de poder con órganos soviéticos exactamente del mismo tipo que los de las revoluciones rusa o alemana sería un error que no habría que cometer. Hay al menos un ejemplo histórico a gran escala: los comités de milicias en España en julio del 36, que eran órganos absolutamente obvios de dualidad de poder de origen y posición diferentes a los soviets. Y, tomando el ejemplo más probable, no se puede excluir que, en Gran Bretaña, dada la particularidad de la estructura del movimiento obrero inglés, órganos de un tipo bastante diferente del soviet clásico puedan desempeñar el papel de órganos de dualidad de poder.
Nuestros camaradas ingleses se apoyan en lo que hoy se está convirtiendo en una constante, al menos a nivel local, en Inglaterra: cada vez que hay una situación de lucha muy tensa a nivel local, nacen organismos de frente único ad hoc que reúnen a las personas delegadas de fábrica más combativas, no necesariamente a todas, que reúnen a las secciones sindicales más combativas del lugar, no necesariamente a todas, que reúnen a veces a las secciones locales del Partido Laborista, no necesariamente a todas, y que reúnen a representantes de organizaciones revolucionarias localmente establecidas e influyentes.
La prueba del pudin, como se dice en Inglaterra, se realiza cuando se come. Si este órgano es capaz de movilizar a toda la clase obrera del lugar, es lo mismo que un soviet local. Si sólo es un órgano que reúne a la vanguardia y moviliza al 10 o 15% de la clase obrera, es un frente único de izquierdas (anticapitalista como diríamos en Bélgica). No hay que excluir la aparición de organismos de este tipo en los países donde la inmensa mayoría de la clase obrera sigue, de una manera u otra, organizada en las organizaciones tradicionales; evidentemente, ésta es la condición para que un tipo de reunión de este tipo pueda desempeñar el mismo papel que una estructura soviética.
Me gustaría subrayar que he dicho organizada, que este caso es muy excepcional en Europa. Creo que aparte de Inglaterra –quizás en Suecia, que no conozco bien– no hay ninguna; en Francia desde luego no es el caso. Si juntáramos todo lo que acabo de mencionar, en la mayoría de las ciudades francesas sería un tercio o un cuarto de la clase trabajadora. Lo mismo ocurre en Italia y Bélgica. Esto presupone un nivel de organización y de liderazgo de la clase obrera –no el hecho de votar, sino el hecho de estar organizada y seguir los llamamientos de...– que es bastante excepcional en Inglaterra: en la mayoría de los grandes centros industriales, prácticamente se puede decir que toda la clase obrera, de una forma u otra, está organizada en los sindicatos y en el Partido Laborista, en la medida en que los sindicatos están en ese partido. Y, por lo que respecta a Inglaterra, si me remito al fondo de la cuestión, incluso soy más bien de la opinión de que en presencia de una huelga general surgirían comités de huelga electos en lugar de organismos de este tipo. Pero no hay que excluir totalmente una posibilidad de este tipo, porque entra dentro de una cierta lógica del movimiento obrero inglés.
Así que, es muy importante distinguir entre los organismos –elegidos o no, eso no es lo decisivo– cuyo papel es asegurar cierto poder económico y los que pasan a disputar el poder al Estado burgués. ¿Por qué este problema es tan decisivo y tan difícil? Porque nos topamos con la distinción entre una tendencia objetiva y un cierto salto cualitativo en la conciencia. Se puede decir que debido a la fuerza de las circunstancias, casi imperceptiblemente, por la simple lógica interna del movimiento, los obreros socialdemócratas o educados por Jrushchov [4], pueden ser llevados, a su pesar, a hacer toda una serie de cosas que he descrito antes (puntos 1 a 4), incluso la huelga activa, incluso la reapertura de los bancos para pagar a los huelguistas. Pero hay un punto en el que esto se hace difícil, cuando no imposible: cuando tienes que hacer una elección deliberada y consciente de chocar con, de negar las instituciones de, la democracia burguesa. Esto es lo que ha constituido la perdición de todas las revoluciones hasta ahora en Europa Occidental.
Hay un ejemplo clásico, es el más conocido porque también es el país donde las cosas se hacen de forma más brutal: es el caso de Inglaterra. En el momento en que el movimiento obrero inglés tenía su mayor fuerza, justo después de la Primera Guerra Mundial, en 1921, cuando se produjo la famosa triple alianza entre los tres mayores sindicatos que decidieron hacer huelga juntos (siderúrgicos, mineros y del transporte), lo que habría dado lugar a una huelga general infinitamente más potente que la de 1926, en un contexto histórico totalmente diferente –en un momento en que el movimiento de “shop-stewar” (de tipo semi-soviético) estaba muy extendido en las fábricas inglesas–, Lloyd George, el dirigente más inteligente de la burguesía inglesa, llamó a su casa a los tres principales dirigentes de los sindicatos de la triple alianza y les dijo: “Sabemos que son capaces de paralizar todo el país, sabemos que son mucho más fuertes que nosotros, e incluso sabemos que no podríamos utilizar el ejército contra ustedes porque la mayoría de los soldados se negarían a marchar, pero ustedes tienen que tomar una decisión: yo represento a la mayoría de la nación, del parlamento; si están dispuestos a ir a una huelga general contra la mayoría de la nación y del parlamento, sólo pueden hacerlo si están dispuestos a ocupar su lugar y crear otro poder, otra estructura del Estado distinta de la del parlamento y el sufragio universal. ¿Están dispuestos a hacerlo? No hace falta que les grafique de lo que contestaron estos burócratas sindicales, todo el mundo lo entendió.
La traducción más trágica (en Inglaterra se puede decir que es tragicomedia porque no pasó nada, eso es lo que quería Lloyd George) de esta misma lógica es el caso de Alemania, donde había consejos obreros en prácticamente todas las fábricas y en todas las ciudades, donde hubo un colapso virtual del aparato estatal burgués (es decir, donde el poder estaba de hecho en manos de la clase obrera) y donde la mayoría socialdemócrata en estos consejos obreros decidió deliberadamente convocar elecciones generales para un parlamento burgués y transferir el poder que tenían a este parlamento burgués. No sólo fue criminal, ¡sino estúpido! Porque estaban convencidos de que tendrían mayoría en estas elecciones parlamentarias. Ni siquiera la obtuvieron (44% de los votos). Ni siquiera entregaron el poder de los consejos obreros a un gobierno socialdemócrata, sino a partidos burgueses.
Así se liquidó la revolución alemana en tres meses (18 de noviembre-19 de febrero): tras la convocatoria de la asamblea constituyente de Weimar, no hubo más soviets. Este punto de no retorno, el transformar los consejos obreros que han empezado a asumir un cierto poder económico en órganos que disputan deliberadamente el poder a las instituciones parlamentarias democrático-burguesas del Estado burgués, exige un salto cualitativo en la conciencia; no se puede llevar a la mayoría de las trabajadoras y los trabajadores a hacer la revolución socialista sin darse cuenta de ello; es una ilusión total.
Por tanto, debe producirse una transformación decisiva del nivel de conciencia de la mayoría de la clase obrera, de un nivel reformista a un nivel revolucionario o semirrevolucionario; hay una serie de condiciones que lo propician:
1. Aceleración general de la experiencia de la conciencia de los acontecimientos durante un período revolucionario, lo que no es poco. Todo el mundo conoce las fórmulas de Lenin y Trotsky: “Durante una revolución, los obreros aprenden más en un día que durante uno o cinco años de un período no revolucionario”. Aprenden más porque hay más actividad de masas; esto es obviamente lo que caracteriza a un período revolucionario.
2. El papel del partido revolucionario es bastante decisivo en estas circunstancias. Es inconcebible –y no hay precedentes de ello– que la mayoría de la clase obrera pueda adquirir una conciencia anticapitalista y revolucionaria sin el papel activo y dirigente de un partido revolucionario. Y de nuevo, en un período revolucionario, el partido revolucionario puede transformarse y crecer a un ritmo infinitamente más rápido que en un período de relativa calma.
Pero, por extraño que parezca, en todo este proceso yo seguiría otorgando el papel decisivo a un tercer factor: lo que viene de manos del enemigo.
La única situación extremadamente difícil es aquella en la que el enemigo no hace nada. Hay un ejemplo histórico: el de la burguesía italiana cuando las y los obreros del norte de Italia ocuparon todas las grandes fábricas de la región: la famosa gran huelga de noviembre de 1920. Y Giolitti, el primer ministro italiano de la época, que como Lloyd George era uno de los dirigentes más astutos de la burguesía italiana, dijo: “Los obreros han ocupado las fábricas, están armados (al menos los de Turín. E.M.); esto supone una amenaza para la supervivencia del Estado. Lo único útil que podemos hacer es no hacer nada. Es de esperar, en otras palabras, que ellos mismos no tomen las iniciativas determinantes para dar un paso decisivo”. Esto es exactamente lo que ocurrió: hubo reuniones durante 1, 2, 5 y 6 días de las direcciones sindicales, de la dirección del partido socialista –los comunistas seguían dentro del PS–, de los consejos obreros; se discutía en qué se iba a centrar la atención: control obrero o no, qué se iba a pedir a la patronal, al gobierno, etc., y el movimiento quedó agotado por las discusiones internas, por el estancamiento, por la parálisis, por la incapacidad de tomar una iniciativa decisiva para hacer la transformación que he descrito antes.
Si en ese momento la burguesía italiana hubiera cometido el error de lanzar las bandas fascistas sobre las fábricas, o de iniciar una represión militar, es casi seguro que habría habido una revolución: los trabajadores estaban armados, tenían la fuerza material para tomar el poder, para tomar represalias ante cualquier provocación que viniera del otro lado. Pero no tenían ni la conciencia ni la voluntad ni la dirección para, sin provocación, tomar ellos mismos la iniciativa, para romper con las instituciones de la democracia burguesa.
Y hay que sacar una conclusión muy importante, discutible, pero que se desprende de toda la experiencia de las huelgas generales en Europa occidental: es decisivo hacer subsistir los órganos de poder obrero nacidos de la huelga general, que haya una estructura de dualidad de poder que subsista y que haya un periodo de dualidad de poder que se abra. Porque a partir del momento en que consigamos mantenerlos, es casi inevitable que el adversario se vea obligado a atacarlos, antes o después, y que las iniciativas necesarias para la réplica puedan ser preparadas, centralizadas, de forma mucho más eficaz que si exigimos que quienes acaban de dar un salto organizativo colosal, comprendan inmediatamente todas las implicaciones políticas y revolucionarias de su decisión, cosa que es poco probable que ocurra, al menos en la mayoría de los países donde la clase obrera está bajo la influencia de reformistas o neorreformistas.
En otras palabras, la variante más probable es una dualidad real de poder; es decir, que durante un período de transición coexistirán los consejos obreros –encarnación del poder soviético– y el parlamento y las instituciones burguesas. Y se tratará de saber cuándo, de qué forma y bajo qué pretexto la mayoría de los trabajadores y trabajadoras se verá inducida a romper deliberada y conscientemente con las segundas y a apoyarse en las primeras.
Todo esto es válido si la mayoría de los trabajadores y trabajadoras están todavía bajo la influencia de la ideología reformista o neorreformista. Si la mayoría ya son comunistas, anticapitalistas, trotskistas, revolucionarios, maoístas, etc. antes de que nazca la dualidad de poder, todo esto apenas se aplica, los trabajadores transformarán abiertamente sus consejos obreros en soviets e irán a la conquista del poder. Pero esta es una eventualidad extremadamente improbable en casi todos los países de Europa, con la posible excepción de España, e incluso en ese caso, hay que tener mucho cuidado.
7. Centralización
Aquí nos encontramos con un fenómeno que tiene una importancia psicológica muy grande y que, sin duda, Lenin subestimó cuando quiso transponer un cierto número de experiencias de la revolución rusa a Europa occidental: la clase obrera de Europa occidental ha estado centralizada durante mucho tiempo en las organizaciones obreras, sindicales y políticas. Y cuando el camarada Posadas vino a Europa y dio una palmadita en la espalda a la gente diciéndole: “Saben, tienen que aprender a centralizar”, les estaba enseñando algo que ya sabían desde hacía 75 años.
Desgraciadamente, la experiencia que han tenido los trabajadores es doble y, al menos en parte, negativa: la centralización aumenta indudablemente la fuerza, pero la forma concreta de centralización también ha aumentado la burocratización; y cuanto más centralizada está hoy una organización de masas, más burocrática es, en toda Europa no hay excepción a esta regla.
Ahora hemos explicado que, en gran medida, lo que es precisamente positivo de una huelga general es que desencadenará fuerzas de autonomía obrera que pueden desafiar el control burocrático sobre la clase obrera y el movimiento obrero. Es casi inevitable que esta autonomía obrera se caracterice inicialmente por un grado significativo de descentralización. Es menos una revuelta contra la burguesía y su Estado que contra la burocracia. Pero ambas están, por necesidad, muy estrechamente ligadas.
Esto significa que la centralización de todas las iniciativas que se tomen no será tan obvia como en un discurso trotskista o en una escuela de cuadros. Tomemos el ejemplo de la revolución española (tenemos que referirnos a ella a menudo, porque es la experiencia más rica de las que hemos conocido hasta ahora en los países imperialistas): los órganos de tipo soviético creados espontáneamente por los trabajadores durante los primeros días de la revolución ni siquiera tenían el mismo nombre en las diferentes ciudades: en Catalunya, donde el movimiento estaba más avanzado, se llamaban generalmente “comité de milicias” (no en todas partes); en otras partes del país se llamaban de otra manera: “comité de producción”, “comité local”, “comité de fábrica”, “consejo obrero”, “comité de frente popular”, etc. Variaba de una ciudad a otra. Y el título no era sólo una cuestión formal, también abarcaba una función diferente, una composición diferente, una autoconciencia diferente de las personas que estaban en él, de lo que representaban. Y federar todos estos comités en 24 horas en un Congreso nacional no sólo era imposible, sino que no se hizo, ¡y no por casualidad!
Me gustaría indicar algunas vías por las que puede avanzar esta centralización:
1. Una vía muy importante es la vía económica o economicista de la que ya he hablado: en la medida en que pasamos a la huelga activa, en su lógica hay una fuerza centralizadora colosal que debemos subrayar. Es imposible empezar a producir en una empresa sin entrar en contacto con las empresas de transporte, de materias primas, de distribución y de energía. Hay una fuerza centralizadora y coordinadora que surge casi automáticamente. Este es un argumento más para indicar la importancia del paso a la huelga activa para transformar una huelga general en el inicio del proceso hacia la revolución socialista.
2. Otro factor muy importante que todavía tendemos a subestimar es la centralización de la comunicación: hoy existen centros neurálgicos en la sociedad que no son los mismos que los de hace 60 años. Ya no es la estación de ferrocarril; la idea de ocupar la estación –que era una idea lógica en 1917– no se le ocurriría a nadie hoy en muchos países. Los centros neurálgicos actuales son los centros de telecomunicaciones, radio y televisión y lo que está ligado a ellos: las imprentas (que no hay que subestimar, sobre todo aquella donde se imprime el dinero), los bancos, los centros de gestión de los cheques postales, etc.
Si vemos estos pocos elementos, vemos las fuerzas de centralización que pueden nacer en una huelga general. Desde el punto de vista de la posibilidad de una revolución socialista, el punto de inflexión de la huelga general de mayo del 68 no fue visto por casi nadie: los primeros días de la huelga, todas las empresas fueron ocupadas y controladas por los trabajadores y trabajadoras, incluidas las de telecomunicaciones; no había antena de telecomunicaciones en París que no estuviera controlada por las y los huelguistas –incluso las del Ministerio del Interior y del Ministerio de Defensa Nacional. La única intervención militar que hizo el gobierno gaullista fue desalojar una antena en París para el Ministerio del Interior: una intervención de 100 CRS [policía francesa] fue suficiente.
Si la huelga hubiera tenido otra dirección –con “si”, claro, se podían hacer muchas cosas–, si hubiera habido otra conciencia entre los obreros, si hubieran comprendido la importancia decisiva de las cosas, se habrían opuesto a la toma de esta antena y es inútil explicar lo que habría podido nacer de semejante resistencia –sin duda, vencedora–.
Hay que comprender que el grado de parálisis que una huelga general, que toma medidas centralizadoras de esta naturaleza, puede imponer al Estado burgués, es cualitativamente superior a todo lo que hemos conocido en el pasado. Aquí aparece uno de los aspectos más llamativos de la incomprensión de quienes hacen la crítica unilateral y falsa de la tecnología contemporánea y la ven sólo como una fuerza de opresión y explotación –que lo es en el régimen capitalista–, y no comprenden que ella hace a la sociedad burguesa, por ser precisamente tecnicista, infinitamente más vulnerable que en el pasado a una acción unánime y generalizada de todos los asalariados.
¿Qué era la represión burguesa hace 50 o 60 años? Eran unos cuantos miles de esbirros armados desatados sobre la población; entonces sólo había una cosa que hacer: oponer las armas a las armas. Hoy, la sociedad es mucho más vulnerable; son unidades muy móviles pero todas conectadas por radio, télex, teletipo, etc. a un número mucho menor de centros neurálgicos. Apoderarse de todas las antenas de telecomunicaciones, cortar las posibilidades de transmisión y en un cuarto de hora la centralización pasa al campo del proletariado y de la revolución, y la contrarrevolución se descentraliza totalmente.
En Francia, durante los primeros días de la huelga general de mayo del 68, llegamos a una situación en la que el ministro del Interior ya no tenía ningún medio de comunicarse con los prefectos. Y la situación se llevó al extremo de lo grotesco, porque incluso las secretarias, las mecanógrafas, los empleados de las prefecturas estaban en huelga, es decir, que la cuestión ni siquiera era que no pudiera comunicarse con las prefecturas sino que esto era inútil: era necesario comunicarse directamente con el prefecto o con uno de sus adjuntos porque de lo contrario no se transmitía.
Es muy importante comprender la importancia de estos nuevos centros neurálgicos, que son todos estos medios de telecomunicación, para pasar la centralización al campo obrero y paralizar el campo burgués y la contrarrevolución. La huelga pasiva transformada en huelga activa en estos ámbitos es una centralización automática. Imaginemos el paso a la huelga activa en una huelga general del personal de la radio y la televisión. Esto significa que la radio y la televisión se ponen al servicio de la huelga, con una fuerza centralizadora indescriptible. La contrarrevolución lo entiende perfectamente: todos los golpes contrarrevolucionarios de los últimos 15 años han tenido como objetivo principal la toma de la radio y la TV. Sabían que si la radio y la TV estaban en manos del pueblo y de las y los trabajadores, esto daría un poder colosal que nunca ha existido en el pasado para la centralización del poder obrero.
Y, sin duda, podemos sacar consecuencias para el futuro: es en torno a estos centros donde estallarán las primeras pruebas de fuerza. La gendarmería en Bélgica no se distraerá expulsando primero a los huelguistas de Cockerill o ACEC; tendrían que estar locos para hacer algo así. Tampoco se concentrarán en la estación ferroviaria de Waremme o en la estación fronteriza de Haine-Saint-Pierre, sino en los grandes centros de telecomunicaciones, en la RTB, en centros de control de los cheques postales, en los grandes bancos: estos son los centros que, si son controlados por uno u otro bando, pueden determinar el curso general de los acontecimientos durante un tiempo.
Precisamente, en torno al problema de la autodefensa de este tipo de instituciones, es posible que, por su propia naturaleza, desplacen en buena medida el poder de un campo a otro, que se encienda la conciencia de una masa mucho mayor de trabajadores y trabajadoras y que se pueda entender la necesidad de un cierto número de cosas que no se entienden cuando se plantea de una manera un tanto abstracta y general.
8. Las lealtades de la clase obrera a las organizaciones tradicionales y el problema de la toma del poder
Se trata de la articulación de todo lo que acabo de hablar hasta ahora sobre el desarrollo de la dualidad de poder derivada de la huelga general y de las lealtades políticas, digamos, tradicionales de la clase obrera que conduce a la famosa cuestión de la fórmula gubernamental transitoria. Nos encontramos ante una contradicción fundamental en su forma más pura y elevada.
Objetivamente, la cuestión de la huelga general plantea la cuestión del poder político. Objetivamente, los comités de huelga federados son órganos de doble poder. Objetivamente, los comités de huelga federados que comienzan a asumir competencias distintas de las de gestión de la huelga, comienzan a actuar como órganos de poder. Pero todo esto es, desgraciadamente, compatible con otro fenómeno, el que la mayoría de las y los trabajadores que eligen a estos comités y los apoyan, siguen apoyando al mismo tiempo a partidos reformistas que, precisamente en una situación de este tipo, manifiestan su carácter contrarrevolucionario de la manera más nefasta en el curso de la historia del movimiento obrero.
Y hay que decir que el veredicto de la historia es absolutamente claro: ha ocurrido siempre. Los obreros y obreras rusos eligieron soviets en todas partes en febrero-marzo de 1917 y eligieron en ellos a una mayoría de mencheviques y de derechistas de los socialistas revolucionarios, es decir, reformistas. En Alemania, se eligieron consejos obreros en todo el territorio en noviembre de 1918 y en ellos eligieron a una mayoría de socialdemócratas. En julio de 1936, se crearon comités en toda España, pero la gran mayoría de sus miembros eran socialdemócratas, anarquistas y miembros del PC, es decir, miembros de organizaciones que no comprendían la naturaleza de la dualidad del poder, por no decir la necesidad de la conquista del poder por estos comités. Debemos comprender esta contradicción y no podemos negarla de palabra.
No podemos decir: “Mientras las obreras y obreros no hayan roto conscientemente con el reformismo, nunca crearán soviets”. La historia ha demostrado que esto es falso. Y menos aún podemos decir: “Mientras las obreras y obreros no hayan roto con el reformismo, no deben crear soviets”, que es casi la teoría de los maoístas. Porque sólo creando soviets, estando en una situación revolucionaria, acabarán rompiendo mayoritariamente con el reformismo. Ahí reside la verdadera dificultad, la verdadera contradicción que encuentra su expresión más clara en la cuestión del poder.
Pues no será posible convencer a la mayoría de la gente de que estos organismos deben tomar todo el poder, si este poder se opone a los partidos a los que siguen siendo fieles. Tampoco se puede tener la ilusión de que estos partidos, bajo la presión de las y los trabajadores, acaben tomando el poder. Esta posibilidad marginal no puede excluirse de antemano, pero es extremadamente improbable; y para Europa Occidental está excluida.
Hasta ahora, el movimiento revolucionario en general ha propuesto dos soluciones a esta contradicción. Estas soluciones, que son propuestas para resolver el problema, siguen siendo las únicas válidas.
1) En el plano de la propaganda, es la famosa y clásica táctica de los bolcheviques de 1917 que dice: “Ustedes están organizados en consejos obreros, quieren que tomen el poder. Al mismo tiempo, siguen teniendo ilusiones en el partido socialdemócrata. Exíjanle a vuestro partido que tome todo el poder en el marco de los soviets”.
Así que tenemos que tener en cuenta la fórmula de la consigna gubernamental: tiene que incluir a los sindicatos en cualquier caso y, en ciertas situaciones, a las organizaciones sindicales antes que a las organizaciones políticas tradicionales. Recordemos que, en Bélgica, durante todo un periodo a partir de la huelga general de 1960, tuvimos como consigna gubernamental transitoria “gobierno obrero apoyado por los sindicatos”. Esto correspondía a una realidad de la clase obrera, del movimiento obrero en Bélgica. No debemos prejuzgar el futuro, porque esta cuestión es muy concreta y cambia con la realidad de la clase obrera, y es necesario que no salga de un esquema o de un texto escrito hace 40 años, sino que se ciña a la realidad concreta de la etapa en la que nos encontramos en cada país.
2) El otro aspecto de la solución a esta contradicción es el aspecto organizativo. Cuando hay una crisis revolucionaria muy aguda, cuando hay una huelga general que realmente paraliza todo el país y crea órganos de doble poder, se produce un reagrupamiento ultrarrápido, una recomposición ultrarrápida en la clase obrera y en el movimiento obrero. Este es el gran momento del centrismo en la historia del movimiento obrero. Hay fuerzas centristas que surgen de diversos horizontes, de diversos puntos de partida y que, en general, se encuentran bastante rápidamente con un denominador común en la lucha, lo que es positivo; no hablo aquí de centrismo en el sentido negativo, sino positivo, porque estamos hablando de fuerzas que van del reformismo a la revolución.
Así que la tarea de crear unidad de acción en torno a algunas cuestiones clave para el nacimiento del poder obrero entre revolucionarios y centristas es, en general, la tarea organizativa más importante. En la revolución española, fueron la izquierda anarquista, la izquierda socialista, el POUM y los trotskistas. En la revolución alemana fue la izquierda del partido socialista independiente, el PC y algunas fuerzas anarcosindicalistas. En la revolución rusa fue el partido bolchevique y la izquierda del partido socialista-revolucionario.
Obviamente, una vez más, la situación ideal es la situación en la que el partido revolucionario tiene, desde el principio, la hegemonía en esta convergencia; en ese caso, no hay muchos problemas y es el proceso ruso el que se puede imitar. Pero permítanme hacer un pronóstico pesimista. No creo que esto se repita a menudo en Europa Occidental. No lo digo por pesimismo congénito, sino porque esta situación excepcional en Rusia fue producto de un pasado que hay que explicar: el partido bolchevique pudo conquistar la hegemonía en la extrema izquierda rusa porque ya la tenía en toda la clase obrera diez años antes.
En vísperas de la Primera Guerra Mundial, el partido bolchevique era absolutamente hegemónico en el movimiento obrero ruso, tanto desde el punto de vista electoral como desde el punto de vista de la prensa, del sindicato y de la afiliación. Hay un famoso estudio de Emile Vandervelde, a pesar de ser enemigo acérrimo de los bolcheviques, que llegó a Rusia, en nombre de la Oficina Socialista Internacional, a principios de 1914, y que reconoce que los bolcheviques eran mayoría en todos los aspectos en la clase obrera rusa.
Lo que ocurrió en Rusia es algo totalmente distinto de lo que existe hoy en Europa occidental. La corriente revolucionaria que tenía la hegemonía en el seno de la clase obrera rusa cuando en realidad no era muy activa, perdió la hegemonía temporalmente, cuando la corriente revolucionaria se extendió a todo el pueblo, en febrero-marzo del 17, y la recuperó con bastante rapidez seis meses después. Y pudo hacerlo porque tenía cuadros obreros en todas las fábricas, y tenía una gran implantación en la clase obrera.
Esta no es, en absoluto, la situación de la vanguardia revolucionaria hoy en ningún país de Europa Occidental. Y en estas condiciones, es poco probable que incluso con la ayuda de un ascenso revolucionario, e incluso pensando que multiplicáramos nuestras fuerzas por diez o incluso por cincuenta, lo que es probable en tal ascenso, seamos más fuertes desde el principio que las corrientes centristas surgidas de las grandes corrientes de masas, que representan una fuerza infinitamente mayor. El PC alemán en 1919, 1920 hasta el Congreso de Halle, representaba de 15 a 25.000 miembros, la izquierda de los socialistas independientes representaba de 300 a 500 mil personas. Esa era la relación de fuerzas. En España, el POUM –con todas las críticas que se le pueden hacer– y los trotskistas representaban de 4 a 6 mil personas, y la izquierda socialista y anarquista de 200 a 300 mil personas. Es la misma relación de fuerzas.
Es poco probable que en el futuro haya relaciones de fuerzas radicalmente diferentes al principio de un ascenso revolucionario. Esto significa que evitar cualquier sectarismo hacia estas corrientes de izquierda es una cuestión vital para no perder la victoria de la revolución y que es necesario encontrar las formas organizativas de creación de un frente único de revolucionarios dentro del frente único de las organizaciones obreras. Cuando digo frente único de revolucionarios, quiero decir frente del partido revolucionario y de los centristas, porque, por definición, todos los que no están en el partido revolucionario son centristas.
En Francia, esto se concretó durante mayo del 68: funcionó una especie de frente de revolucionarios. Era el que tomaba todas las iniciativas de acción. Grandes manifestaciones, reuniones, etc. Nuestros camaradas desempeñaron un papel ejemplar, sin sectarismo alguno. Fue el principio de su irrupción en la extrema izquierda francesa como fuerza políticamente hegemónica. Creo que es una experiencia que hay que aplicar. En Italia, por ejemplo, esto no ocurrió. Durante el gran estallido de huelgas del 69, los diversos grupos revolucionarios y los pequeños grupos nunca consiguieron establecer un mínimo frente unido entre ellos. Lo están haciendo ahora en un periodo de retroceso y con una línea de derechas, pero eso es lo clásico. Y esto ha tenido consecuencias desastrosas en Italia.
Pondré el ejemplo más desastroso. Cuando se creó el primer consejo de delegados obreros en Fiat, a finales del 69 por iniciativa de grupos de extrema izquierda, una conferencia obrera nacional reunió a 3.000 obreros revolucionarios; nuestros camaradas, que eran una minoría muy pequeña, lucharon a muerte por una cuestión: que todas las fuerzas revolucionarias tomaran la iniciativa de imitar en otras empresas italianas lo que se había hecho en Fiat. Se podía hacer, porque las fuerzas presentes eran capaces de hacerlo. Todos los grupos maoístas y espontaneístas se opusieron con argumentos estúpidos típicos de la ultraizquierda: todos somos delegados, no necesitamos delegados, queremos emancipar a las masas, etc.
Resultado: fue la burocracia sindical, en lugar de la vanguardia revolucionaria, la que acabó extendiendo la constitución de los comités y así pudo recuperar el control de un movimiento que podría habérsele escapado por completo. Y la conclusión lógica: los mismos que gritaban en el 69 todos somos delegados apoyan hoy a la burocracia sindical en su maniobra para integrar los consejos obreros en el aparato sindical.
Este ejemplo muestra también que la lucha por el frente único de extrema izquierda en el marco de la lucha por el frente único obrero requiere la ausencia de sectarismo, pero también la ausencia de alineamiento mecánico y seguidista sobre las posiciones ultraizquierdistas y oportunistas que pueden defender las diferentes variantes que se encuentran en esta fauna.
¿Qué posibilidades ofrece esto a las y los revolucionarios? Me gustaría dar algunos ejemplos históricos. La asociación de la izquierda del Partido Socialista Independiente y del PC en 1922 permitió conquistar la mayoría del sindicato metalúrgico en Alemania, incluida la mayoría en la dirección (el mayor sindicato alemán). En septiembre-octubre de 1936, el POUM, la izquierda anarcosindicalista y la izquierda socialista tenían una mayoría indiscutible en los comités de milicias en Catalunya. Y cuando criticamos al POUM o a la dirección derechista del PC alemán en el 22-23, no es porque pasaran por estas etapas absolutamente imprescindibles para conquistar la mayoría de la clase obrera, sino porque no aprovecharon estas oportunidades para plantear y resolver la cuestión del poder. No hay otra manera de resolver esta cuestión. No se resolverá con una pequeña minoría contra la mayoría de la clase obrera de los países imperialistas.
9. Armamento obrero y autodefensa
Incluso cuando la extrema izquierda ha conquistado la mayoría en los consejos obreros, incluso cuando la burguesía está profundamente desmoralizada y desorganizada, incluso cuando las clases medias se ponen cada vez más del lado de la clase obrera porque creen que ganará –todas estas son características de una crisis revolucionaria que está madurando– la cuestión de la conquista del poder no se resolverá si no se resuelve la cuestión del armamento. Y la cuestión del armamento tiene dos aspectos que hay que vincular para resolverlos:
1. La cuestión del armamento de la clase obrera.
2. La cuestión de la desintegración del Ejército burgués.
Lo uno no va sin lo otro. Sin el inicio del armamento de la clase obrera, la desintegración del Ejército burgués no superará un umbral mínimo. Trotsky ya dijo todo lo que hay que decir sobre este tema, todo lo que es clásico decir sobre la fuerza de la disciplina dentro del Ejército burgués: que sólo puede romperse completamente cuando el soldado individual se encuentra enfrente con una defensa, incluso una defensa armada. Por otra parte, la autodefensa obrera no superará un cierto umbral mínimo bastante primitivo si no se produce una descomposición a gran escala del Ejército burgués.
Hay que entender que esta cuestión es esencialmente política, no técnica. Quienes tratan de plantear esta cuestión como técnica acaban tarde o temprano diciendo que la revolución es imposible. Esta es la posición de Régis Debray, sacando lecciones de la revolución chilena: “No tenemos suficientes pilotos de avión (¿quién podría haber formado pilotos de avión? - E.M.) No había suficientes en el 73, no había suficientes en el 72, no había suficientes en el 71. Y si hubiéramos empezado a armar a los trabajadores antes, los pilotos habrían atacado primero”. En definitiva, ésta es la explicación de los estalinistas en los debates que mantuvimos con los dirigentes del PC belga, es decir, “el resultado que se produjo era inevitable”. No quiero entrar en la cuestión de Chile, no viene al caso.
Hubo un debate similar, obviamente académico, sobre qué habría pasado en mayo de 1968 si las y los trabajadores hubieran empezado a plantearse la cuestión del poder. El problema esencial es un problema político, no técnico. Y es un problema muy difícil, cuya dificultad tenemos que comprender, y tenemos que entender que la mayoría de quienes proponen soluciones técnicas lo hacen en realidad porque intentan escapar de la dificultad huyendo hacia adelante.
¿Cuál es la dificultad? Es la misma que he mencionado antes con respecto al parlamento. Dada la tradición del movimiento obrero en Europa Occidental –con la posible excepción de España– los trabajadores y trabajadoras no están dispuestos a tomar las armas. Les parece una preocupación totalmente alejada de su experiencia real. Y lo es, ¡no cabe duda! Así que tenemos que encontrar las mediaciones necesarias para que lo experimenten y lo comprendan. Ahí está la importancia del problema de la autodefensa, de la lucha antifascista, de las experiencias concretas de los piquetes y de su extensión.
Porque es solo a través de estas experiencias que [el problema del armamento] se hace más concreto para una masa más amplia. Dejo de lado el problema de la preparación de los cuadros y del papel de la organización revolucionaria a este respecto, sobre el que ya se ha escrito bastante. Una vez más, la dificultad, que es muy grande, la reduce en parte el propio adversario.
Si la burguesía y el Estado se comportan de forma totalmente pasiva ante una huelga general con ocupación de fábricas, con consejos obreros y el comienzo de la organización de la producción por los propios trabajadores y trabajadoras, en ese caso, con ocupación de las telecomunicaciones, la conciencia no avanzará mucho en el camino del armamento. Pero si se concentran todas estas condiciones, esto es poco probable: es absolutamente inevitable una respuesta bastante rápida de la burguesía. Tomará la forma de una provocación armada, al principio pequeña y cada vez más grande. La cuestión del papel de la vanguardia revolucionaria es aprovechar cada una de estas experiencias para dar saltos en la conciencia y en la organización práctica en el plano de la autodefensa armada.
Así es como la huelga general con ocupación de fábricas y el nacimiento de órganos de doble poder se aproxima a la situación en la que la insurrección armada y la conquista del poder empiezan a ponerse a la orden del día. Y la preparación de los revolucionarios para ello es ante todo una preparación política, cuyo aspecto técnico no hay que descuidar, pero que es secundario.
En los últimos 50 años, todos los fracasos de las revoluciones en Europa Occidental no se han producido porque hubiera una preparación técnica insuficiente, sino porque hubo fallos en el plano político. Si la clase obrera española consiguió desarmar prácticamente todos los cuarteles de las grandes ciudades, no fue porque tuvieran mucha riqueza técnica, lo consiguieron mediante un asalto colosal. Si fracasaron en la conquista del poder, no fue porque los medios técnicos que tenían en julio les faltaran en septiembre, sino porque, evidentemente, les faltó comprensión política, una vanguardia y una dirección política al respecto.
Y quiero terminar con dos ejemplos de la revolución alemana que son los dos momentos en los que se planteó concretamente la conquista del poder. En primer lugar, la huelga general contra el putsch del general Kapp en 1920. La agitación provocada por el putsch y la enorme confianza en sí mismo nacida del hecho de que este putsch se derrumbó al cabo de tres días de huelga general, llevaron a que incluso el partido socialdemócrata y, sobre todo, los sindicatos, por primera y única vez en Alemania, plantearan la cuestión de un gobierno obrero.
Legien, secretario general del sindicato alemán, planteó la cuestión de formar un gobierno compuesto por los sindicatos, el partido socialdemócrata, el partido socialista independiente y el partido comunista. El PC cometió el enorme error de no aprovechar la oportunidad y lanzar una campaña de agitación para la aplicación inmediata de esta propuesta. Sobre todo, cuando en una parte de Alemania (Ruhr y Sajonia), las y los obreros se habían armado de nuevo para oponerse al putsch. En ese momento concreto, era posible avanzar. Así que, no fue la falta de armas y de fuerzas técnicas, sino la falta de sabiduría política lo que determinó que no se aprovechara este punto de inflexión.
El segundo ejemplo es el de septiembre-octubre de 1923. Ya he hablado mucho y no puedo realizar la descripción 1923, que es el punto de inflexión de la historia europea. En el verano de 1923, la clase obrera alemana, mediante una huelga general, derrocó al gobierno conservador del canciller Cuno. En aquel momento, el PC estaba ocupado en ganar la mayoría en los grandes sindicatos y en muchos comités de empresa. El líder del PC, Brandler, tenía un plan para ganar el poder. Era un proyecto arriesgado, pero no estúpido. Se trataba de un proyecto en tres fases. En primer lugar, el PC forma un gobierno de coalición en dos provincias, Sajonia y Turingia, con la izquierda socialista. En segundo lugar, utiliza las posiciones dentro de estos gobiernos para formar milicias obreras armadas y, en tercer lugar, se apoya en estos guardias rojos para preparar la insurrección en toda Alemania.
Obviamente no era un proyecto secreto; todo el mundo, incluso la burguesía, lo conocía: se discutía a plena luz del día en la prensa del PC. Lo que hacía vulnerable el segundo punto era, obviamente, que la burguesía iba a reaccionar en cuanto los ministros comunistas pusieran en marcha el armamento de los obreros. Esto es lo que ocurrió. En cuanto se aplicó la primera medida de formar la guardia roja, el Reichwehr entró en Sajonia y Turingia y disolvió estos dos gobiernos. Este era el aspecto técnico de la cuestión, que es discutible.
Ahora bien, ¿cuál era el aspecto político que era, con mucho, el decisivo? Sajonia y Turingia eran dos Lander gobernados por primeros ministros socialdemócratas de izquierdas. Ambos gobiernos contaban con el pleno apoyo de los sindicatos. La ofensiva militar del ejército contra estos dos gobiernos fue una afrenta, un verdadero ataque al movimiento obrero organizado en Alemania. Hubiera sido posible revertir este pequeño éxito táctico, por lo demás secundario, en los dos Länder siempre que el PC y la vanguardia obrera se hubieran preparado de forma sistemática para un enfrentamiento a nivel nacional, incluso a nivel armamentístico.
El camarada Brandler no lo hizo; se mostró vacilante en esta cuestión y especialmente en la cuestión de si la situación estaba madura para un enfrentamiento. Dio la vuelta a la dificultad de un modo clásicamente centrista: convocó un congreso de consejos obreros, de comités de fábrica, y les hizo la siguiente pregunta: “¿Estáis dispuestos a resistir a la Reichwehr con las armas?” La respuesta estaba cantada. Debo decir, porque es una prueba de la extraordinaria madurez de la situación, que hubo cerca de un 40% a favor de la resistencia armada en ese congreso.
Pero como resumió Trotsky: “Si una masa de militantes obreros vacilantes se encuentra ante un dirigente vacilante que les dice: ‘Estoy dispuesto a seguirlos; ¿qué iniciativa tomarán?, evidentemente no cabe esperar que corran a la conquista del poder”. Evidentemente, se tendría que haber dado la situación contraria: una dirección muy resuelta que tuviera que convencer a una masa aún vacilante de que sólo había una salida e indicar esta salida de manera muy clara tomando las iniciativas necesarias en esta dirección. Esto es lo que hicieron los bolcheviques en 1917.
Lo que es absolutamente decisivo es la preparación de las condiciones subjetivas necesarias para que la clase obrera en su mayoría adopte la necesidad de una prueba de fuerza decisiva con la burguesía.
Toda la lógica de esta exposición es que una huelga general, una huelga general activa, una huelga general que conduce a la elección de consejos obreros, prepara esa prueba de fuerza; que existen muchas bazas en el campo obrero. Cuanto más industrializado está un país, cuanto más avanzado es el tecnicismo de los procesos sociales, más bazas tiene el campo obrero.
Pero el factor decisivo en el análisis final es el campo que toma la iniciativa en la acción. Tomar la iniciativa en la acción, aunque sólo sea por un día, venciendo al adversario en un momento decisivo, cambia totalmente la relación de fuerzas. Aquí es donde vemos la importancia del partido revolucionario y del factor subjetivo para cambiar el curso de la historia.
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