Los metalúrgicos se enfrentaron en las calles y en las fábricas a la dictadura militar y participaron masivamente de las organizaciones de base. ¿Qué lecciones nos dejó esta lucha histórica?
Claudia Ferri @clau.ferriok
Lunes 16 de noviembre de 2020
El régimen de la “libertadora” se impuso en 1955 con el firme objetivo de disciplinar a los trabajadores y aumentar los ritmos laborales para engordar las tasas de ganancias del empresariado y así atraer inversiones norteamericanas. Para ello intervinieron los sindicatos y la CGT, proscribieron al peronismo y encarcelaron a sus principales dirigentes. Los trabajadores respondieron con huelgas muy combativas, sabotajes y reuniones clandestinas que erosionaron la legitimidad del gobierno gorila.
La huelga que llevaron adelante los metalúrgicos entre noviembre y diciembre del 56 fue un símbolo de la “Resistencia”, convirtiéndose en un “caso testigo”.
Los orígenes
En los 50, los trabajadores metalúrgicos eran la vanguardia indiscutida del movimiento obrero. Habían desplazado del centro del poder sindical a los ferroviarios y ocupaban a 1 de cada 3 obreros llegando a tener 315.000 afiliados a la UOM para 1955 (1). La mayoría se identificaban con el peronismo como sucedía en otros sectores de la clase obrera (más allá del importante peso que tuvo el PC). Eso no impidió que lancen una huelga en 1954 al que consideraban “su gobierno” reclamando aumentos salariales (45%) y por la defensa de las condiciones de trabajo vigentes. Perón la declaró ilegal y pactó un mísero aumento de un 15 %. Las bases furiosas desconocieron el acuerdo y convocaron una asamblea de 30.000 metalúrgicos en las puertas de los legendarios Talleres Vasena, protagonistas de la Semana Trágica. Si bien consiguieron la mitad del aumento pedido, lograron frenar la avanzada de la patronal que quería imponer cláusulas de productividad. Las organizaciones de base como las comisiones internas (CI) y los cuerpos de delegados tuvieron un rol destacado frente a la desgastada dirigencia sindical.
Con la dictadura del 55, los empresarios retomaron las discusiones sobre productividad y salarios. Amparándose en el decreto 2739/56 (aumento salarial de emergencia del 10%, acuerdos individuales por productividad, etc), la Federación de Industrias Metalúrgicas pretendía modificar en junio del 56 el convenio colectivo de trabajo para reglamentar las CI, y que se transformen “de organismos de perturbación en verdaderos representantes obreros” (2); brindarles mayores poderes a los supervisores y empleados de vigilancia para que actúen sin necesidad de que interfiera el sindicato; establecer normas para terminar con el ausentismo y quitarles los fueros a los delegados.
En ese mismo momento las bases se encontraban eligiendo a sus delegados paritarios, quienes rechazaron inmediatamente el proyecto patronal. También se renovaron las CI y los cuerpos delegados por establecimiento consolidando una nueva camada de dirigentes jóvenes combativos, con posturas más intransigentes, que aprendieron a moverse en la clandestinidad (el gobierno ya había sido bautizado por la clase obrera como la revolución "fusiladora") y a cuestionar a la dirigencia conciliadora.
El coronel Laplacette –interventor de la UOM- le pidió al Estado que solucione el conflicto para evitar el paro. La Comisión Paritaria de la seccional Capital convocó a un Congreso de delegados que llamó a una huelga de dos hs para el 4/9. Un mes después llamaron a un “Plenario Nacional de Delegados Metalúrgicos” en el que participaron delegados peronistas, libres (minoría oficialista), independientes y trotkistas. Estos últimos jugaron un rol destacado en las seccionales de Avellaneda –donde llegaron a codirigir- y Capital; y en menor medida en La Matanza, Bahía Blanca y Zona Norte. El Plenario Nacional exigió discutir el convenio colectivo íntegramente (no sólo el salario) y llamaron a organizar congresos de delegados por seccionales para informar la situación y debatir como intervenir en ella, convocando un paro de 24 hs contra el decreto 2739 para el 12/11. El gobierno no podía ceder ante las demandas porque se transformaría en un “caso testigo” para futuros conflictos en otros gremios que se sumarían a los que ya estaban en lucha: la construcción, el calzado, gráficos, textiles, obreros de la carne y de la construcción naval.
Esta intransigencia llevó a que los metalúrgicos se embarquen en una histórica huelga que duraría seis semanas.
Los 40 días de huelga y el rol de los trotskistas
El 15/11, Laplacette convocó a un Congreso Nacional Extraordinario de delegados con el fin de tratar el convenio y designar una dirección provisoria en la UOM. Participaron dirigentes metalúrgicos de todas las tendencias ya que no tenían una dirección homogénea. Estaba el sector el dirigido por el burócrata Abdalá Abaluch quien ocupaba la secretaría general de la UOM antes de la intervención y quería recuperar el poder perdido. Por otro lado estaba el grupo dirigido por “el lobo” Augusto T. Vandor que comenzó su carrera sindical como delegado combativo influenciando en Capital, particularmente en la gigante Phillips. Pero lo más novedoso y dinámico lo expresó el sector formado por trabajadores peronistas de base y militantes de izquierda que cobró peso real cuestionando las negociaciones por arriba. Dentro de esta tendencia estaban los trotskistas del grupo morenista POR (Partido Obrero revolucionario), quienes desplegarían la táctica del entrismo en el peronismo en los años siguientes (3).
Durante el Congreso, Vandor realizó una maniobra para provocar a Laplacette y las tropas militares intentaron desalojar la reunión. La bronca se generalizó y se proclamó el paro por tiempo indeterminado. Los delegados trotkistas (con presencia en Carma, Ferrum, Siat, Tamet, Phillips), no estaban de acuerdo con una huelga indefinida y aislada sin proyecciones claras ni una dirección centralizada independiente del gobierno y los empresarios. Pero ya declarada, se pusieron a la cabeza de su organización: publicaron un boletín de huelga diario -sus 100 militantes se volcaron al conflicto y pasaron unos 10.000 periódicos semanales, según sus fuente (4) -y Nahuel Moreno se convirtió en un hombre de referencia dentro del Comité Nacional de Huelga. La medida duró 40 días generando gran impacto social. El ejército y la policía reprimieron ferozmente. Las demandas de lo trabajadores se centraron cada vez más en la libertad de los presos políticos- que en diciembre eran más de 400- y la reincorporación de los despedidos.
Cuando la huelga comenzó un proceso de desgaste, el gobierno dividió el conflicto arreglando en algunas seccionales del interior mientras Vandor carneaba la huelga desde Capital. Finalmente, el 26/12 se levantó la medida de fuerza. El mismo día se votó disolver el Plenario Nacional, sin la presencia de la mayoría de sus dirigentes que estaban detenidos. La excepción se produjo en Avellaneda que correctamente mantuvo la coordinación del plenario para garantizar la vuelta al trabajo en forma organizada. Querían reconstruir sus fuerzas y mantenerse ligados a las organizaciones de masas. En esa localidad y en Berisso, cuenta el historiador del peronismo Daniel James en Resistencia e integración, la policía amenazó a los comerciantes para que no abran crédito a los huelguistas, pero aún así los apoyaron demostrando la relación solidaria que se establece casi naturalmente entre barrio y fábrica.
La ofensiva de la patronal fue durísima. Según Rodolfo Walsh, la huelga metalúrgica dejó un saldo de 12 mil despedidos y perseguidos políticos. Ninguno de ellos fue defendido ni reivindicado por Vandor, cabeza de la nueva dirección, ni por Perón desde el exilio.
Lecciones de una lucha histórica
La huelga es recordada como símbolo de la resistencia a pesar de haber sido derrotada. Se consiguió un aumento de un 38% pero lograron frenar la avanzada patronal en la organización interna de las fábricas. La lucha empezó siendo sindical, sin embargo, se convirtió en un hecho político clave de la Resistencia porque enfrentó abiertamente a la dictadura. A lo largo de 1957 los ferroviarios, empleados municipales, bancarios, alimentación, textiles, navales, telefónicos tomaron como ejemplo el caso metalúrgico y se lanzaron a la huelga erosionando a estabilidad del régimen.
Lo más destacado del proceso fue el surgimiento de una vanguardia combativa de activistas de base que se forjaron al calor de la lucha como dirigentes, entre ellos muchos peronistas que rompieron con su dirección conciliadora. Fue muy importante el surgimiento de elementos de democracia sindical en la UOM, no sólo por ser el gremio más grande y poderoso de la época sino también porque se dio un fenómeno novedoso: se generalizaron las asambleas como órganos de decisión y resolución colectiva.
Sin embargo también se expresaron sus límites: Vandor traicionó la lucha de manera escandalosa, arreglando con la patronal y con la dictadura a espalda de los metalúrgicos. El “lobo” pasó rápidamente de combatir en la Resistencia a negociar con el régimen, demostrando los límites del sindicalismo peronista. En los años siguientes, con los dirigentes combativos presos y con miles de activistas despedidos, el vandorismo se convertirá en el garante del orden social y político del gobierno de turno, con el aval de Perón, hegemonizando la UOM; y desde allí al movimiento obrero.
La experiencia del 56 nos sirve como ejercicio para reflexionar sobre la importancia de darle objetivos políticos y sindicales claros a nuestras luchas. La clave era organizar un frente de resistencia junto a los otros gremios en lucha para asestar un duro golpe a la dictadura militar, con una dirección centralizada que llevara hasta el final las reivindicaciones de los trabajadores, construyendo una alternativa clasista y revolucionaria dentro del movimiento obrero.
Como su tradición combativa lo demuestra, la UOM tuvo en sus primeros años de vida una fuerte influencia de las corrientes de izquierda que echan por tierra la falsa afirmación de que “todos los metalúrgicos siempre fueron peronistas”. Es muy importante que las nuevas generaciones de trabajadores que simpatizan con la izquierda y el trotskismo conozcan esta lucha porque es parte de la historia de la lucha de clases en Argentina.
Notas
1. Los números pertenecen a la investigación realizada por Rodolfo Walsh en ¿Quién mató a Rosendo? (1969).
2. Ver Schiavi, Marcos. “El conflicto metalúrgico de 1956: nuevas fuentes de análisis”, VI Jornadas de Sociología de la UNLP (2010).
3. La finalidad del “entrismo”, para Trotsky, era disputar las “alas izquierdas” de los partidos reformistas-en determinadas situaciones- para que se convenzan del programa marxista pero con un fin estratégico claro: construir un nuevo partido revolucionario y fundar las bases para la IV Internacional. Por el contrario, el entrismo planteado por Moreno en el peronismo -un movimiento nacionalista burgués- sobre todo a partir de 1957, tuvo el peligro de diluir la organización revolucionaria en un movimiento de conciliación de clases.
4. Ver González, Ernesto. El trotskismo obrero e internacionalista en la Argentina. Tomo II (1996).
Claudia Ferri
Historiadora, UBA. Columnista de la sección Historia de La Izquierda diario.