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Red Internacional
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Racismo. La masacre de Charleston y los usos de la supremacía blanca

El asesinato a sangre fría de nueve mujeres y un hombre negros en una iglesia de Charleston, perpetrado por el supremacista blanco Dylan Roof fue uno de los actos más horribles de la violencia racista durante el último siglo en Estados Unidos.

Sábado 27 de junio de 2015

Junto con los recientes asesinatos de Freddie Gray, Michael Brown, Eric Garner, Akai Gurley, Walter Scott, Rekia Boyd y muchos otros a manos de la Policía, es claro que la amenaza de la violencia racista, ya sea perpetrada por la policía o por los supremacistas blancos sigue siendo algo cotidiano en las vidas de las personas negras a lo largo de Estados Unidos. De acuerdo con el diario inglés The Guardian, los asesinatos de hombres y mujeres afroamericanos a manos de policías están por superar los 300 anuales.

Aunque el horrible ataque en la Iglesia Africana Metodista Episcopal Emanuel (AME, por sus siglas en inglés) fue condenado oficialmente por demócratas y republicanos, son las políticas y las acciones de ambos partidos los que aprueban tácitamente la supremacía blanca y ataques racistas contra los negros. Cada vez que una mujer o un hombre negro son asesinados con impunidad por la Policía, cada vez que un vigilante racista como George Zimmerman es absuelto, el mensaje es que las vidas de los negros no importan. De hecho, Dylan Roof afirmó en su manifiesto de odio que había sentido una “llamada” después de que George Zimmerman asesinara a al adolescente de 17 años Trayvon Martin, cuyo único crimen fue caminar solo y ser negro.

La elección de esa iglesia en particular para los brutales asesinatos tiene una significación histórica y particularmente trágica. La iglesia fue fundada por el esclavo liberado Denmark Vesey en 1822, quien utilizó el edificio original para movilizar a los negros y organizar un levantamiento de esclavos. Pero el plan fue descubierto por los esclavistas antes de poder llevarse a cabo, y arrestaron a Vesey junto a otros 10 esclavos el 18 de junio -193 años y un día antes de la masacre del 17 de junio de 2015-. Vesey fue ahorcado con cinco de sus compañeros y su iglesia fue destruida.

La última masacre llega menos de tres meses después de que el policía blanco Michael Slager fuera filmado mientras disparaba y asesinaba a Walter Scott, un hombre negro que fue detenido en Charleston porque una de las luces traseras de su automóvil estaba rota. Slager fue acusado de asesinato, pero las posibilidades de que sea condenado son improbables. En los últimos veinte años, menos de dos docenas de policías fueron acusados de asesinato por matar ciudadanos. Ninguno de ellos fue condenado por asesinato y la mayoría no fueron condenados por ningún crimen. De acuerdo con las propias estadísticas del FBI, hubo varios miles de asesinatos a manos de la Policía durante ese período, asesinatos que fueron declarados “justificados”.

Los asesinatos de Charleston pusieron el foco de la atención sobre la omnipresencia de los símbolos de la esclavitud y la ideología de la supremacía blanca que existe en Carolina del Sur y el Sur en general, el más notable de ellos la bandera confederada, que flamea en lo alto del edificio de la legislatura estatal.

La bandera confederada es la bandera de la muerte y el terror. Su única “tradición” es la de la esclavitud y los linchamientos de los negros, de los incendios y atentados contra las iglesias y las escuelas negras. Es la bandera del Ku Klux Klan. Representa el asesinato de los negros, blancos y judíos que se atrevieron a organizarse juntos. Pero no son solamente estos símbolos los que sirven como recordatorio del racismo en Estados Unidos. Los continuos asesinatos a manos de policías en todo el país son un equivalente de los linchamientos legales, cuya enorme mayoría quedará impune. El encarcelamiento masivo de negros y latinos ha creado una enorme fuerza de trabajo carcelaria, una forma literal de esclavitud que nunca fue abolida bajo la XIII Enmienda. El legado de Jim Crow* se mantiene a través del desempleo y el racismo en los lugares de trabajo, no solo en el Sur, sino en todo Estados Unidos. Un estudio mostró que en la década que precedió a 2013, 65 mil niños y niñas de Baltimore mostraban altos niveles de plomo en sangre, cuya mayoría vivían en barrios pobres como Sandtown-Winchester, donde fue asesinado Freddy Gray.

La destrucción de todos los símbolos de la Confederación racista, incluida la bandera confederada en Carolina del Sur y en todo el país debe ser apoyada. Pero el racismo contra los negros, los latinos, y otras minorías oprimidas no terminará con la eliminación de esos símbolos. El racismo es un pilar del capitalismo estadounidense. Está entrelazado con las manos llenas de sangre del trabajo esclavo. Aunque la Guerra Civil abolió la esclavitud, el racismo sigue funcionando para los capitalistas y sus defensores reaccionarios. El racismo obstaculiza la unidad de la clase obrera y justifica la superexplotación de los negros, los latinos y otros grupos oprimidos. Como señala Lee Sustar en Socialist Worker, durante las últimas dos décadas las corporaciones multinacionales llegaron en manada a Carolina del Sur, atraídos por los bajos salarios y la promesa de lugares de trabajo “libres de sindicatos”. El racismo generalizado ha sido una de las principales barreras para la sindicalización y la movilización de los trabajadores en el Sur.

No es una coincidencia que Roof haya elegido este momento para perpetrar sus asesinatos brutales contra personas negras. Durante el año pasado, la comunidad negra –la juventud y las mujeres en particular– se ha movilizado contra el terror policial y el racismo como parte del movimiento Black Lives Matter (las vidas de las personas negras importan). Los supremacistas blancos como Roof buscan aterrorizar a los negros y otras minorías cuando comienzan a exigir sus derechos. El ataque fue una trágica reminiscencia de los de 1963 en Birmingham, cuando una bomba explotó en una iglesia y mató a cuatro niñas negras, y los linchamientos de negros que tuvieron lugar en a comienzos y mediados del SXX.

El presidente Obama fue noticia esta semana por afirmar claramente que el racismo sigue siendo un problema a resolver en Estados Unidos. Este es un claro cambio retórico de la declaración ridícula de una “sociedad posracial”, asociada a su gobierno. Pero Obama no ha conseguido tomar ninguna medida decisiva contra el racismo estructural. No ha revertido de forma significativa las políticas racistas contra las drogas, que han apuntado sobre todo a las comunidades negra y latina, y que ha encarcelado a los negros, con una tasa seis veces superior a la de los blancos. Y mientras Obama y el partido Demócrata han aprovechado la oportunidad para poner el eje en el control de armas, ninguno de ellos ha desafiado los presupuestos, en constante crecimiento, para policías locales y nuevas armas de estilo militar, carros blindados, tanques, y otros instrumentos utilizados para aterrorizar a los negros y otras minorías. En los días que siguieron al asesinato de Freddie Gray en Baltimore, Obama no dudó en referirse a la juventud negra que se rebelaba como “matones”, una palabra que indudablemente sabía que tenía implicancias racistas. Una y otra vez, Obama ha demostrado que no desafiará el racismo o a los supremacistas blancos.

Es probable que bajen la bandera confederada de la legislatura estatal en Charleston, y empresas como Walmart y Amazon han anunciado que empezarán a retirar aquellos ítems que lleven esa bandera. Esto refleja las poderosas luchas de los negros durante el último año. Sin embargo, terminar con el racismo histórico requerirá la organización continua y la valentía demostrada por los trabajadores y la juventud en las calles contra el racismo.

(*) Las leyes conocidas como Jim Crow propugnaban la segregación racial en los lugares públicos, estuvieron vigentes en Estados Unidos hasta 1965.

Versión en Inglés


Robert Belano

Vive en Washington y es escritor y editor de Left Voice de EE. UU.

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