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La píldora y la ilusión del cuerpo propio

Celeste Murillo

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Fotomontaje: Juan Atacho

La píldora y la ilusión del cuerpo propio

Celeste Murillo

Ideas de Izquierda

En agosto de 1960 comenzó a comercializarse la píldora anticonceptiva. Por primera vez en la historia, las mujeres controlaban su ciclo reproductivo. Pasó más de medio siglo, pero sigue siendo resistida por las Iglesia y los sectores conservadores, los mismos que vimos bramar cual dinosaurios contra el derecho al aborto legal.

En un barrio pobre de Nueva York, una enfermera recibió a Sadie Sachs, una mujer de 28 años, madre de tres hijos, que se había realizado un aborto casero. Cuando se recuperó, Sadie le transmitió la preocupación que le quitaba el sueño: ¿cómo evitar otro embarazo? “Otro bebé me va a matar”, le dijo al médico. “Decile a tu esposo que duerma en el techo”, fue la única respuesta que recibió. Unos meses después, Sadie murió luego de realizarse un nuevo aborto casero. La vida y la muerte de Sadie era la de las mujeres cuando el siglo XX apenas rozaba la primera década.

Cuando Gregory Pincus conoció a esa enfermera muchos años después, en 1950, la universidad de Harvard ya lo había puesto de patitas en la calle, había tenido que improvisar un laboratorio en su garaje y pensar nuevos destinos. Margaret Sanger había escuchado de sus investigaciones y sus conocimientos en reproducción de mamíferos y le propuso crear una pastilla anticonceptiva. ¿Una pastilla que no cura nada? ¿Un medicamento para una persona que no está enferma?

Sanger estaba acostumbrada a que le digan que no. No funcionaría. Y si funcionaba, ningún laboratorio la fabricaría, ningún médico la recetaría. ¿Una pastilla que les diera a las mujeres el control sobre su cuerpo? Cuando Pincus escuchó la idea, en Estados Unidos 30 de sus 51 estados tenían leyes que prohibían la anticoncepción. A esto se sumaba que en la década de 1950 la tasa de fertilidad era alta y considerada un acto de patriotismo en el país, que se recuperaba con fuerza de la Segunda Guerra Mundial. En 1957, el promedio de hijos por mujer era 3,7 (por algo lo llamaban baby boom). Así y todo, a Pincus le pareció una idea magnífica y, sobre todo, no tenía nada que perder. Dijo que sí.

El día llegaría el 18 de agosto de 1960, cuando el “malestar sin nombre”, como lo bautizó una de las pioneras de la segunda ola feminista Betty Friedan, ya encendía el movimiento de liberación femenina.

La píldora

El 11 de mayo de 1960, el organismo que autoriza drogas y medicamentos en Estados Unidos, FDA (por sus siglas en inglés), aprobó la comercialización del primer anticonceptivo oral, llamado Envoid. El 18 de agosto salió a la venta la píldora anticonceptiva.

Por primera vez en la historia, las mujeres podían planificar un embarazo, y podían hacerlo de forma independiente (no necesitaban el sí del novio o el marido como sucedía –y sucede– con el preservativo) y cómoda (hasta ese momento, solo se utilizaba la esponja o el diafragma, que requerían preparación). Este cambio fue un terremoto en la vida de millones de mujeres: podían planificar, y no solo la cantidad de hijos; podían pensar en estudiar, en trabajar.

En un número especial de la revista estadounidense Newsweek dedicado a los inventos más revolucionarios de los últimos dos mil años, 80 científicos colocaron a la pastilla anticonceptiva en el podio junto a la imprenta, la computadora y la energía nuclear. En sus páginas se leyó: “Cambió para siempre el rol social de la mujer y la conformación tradicional de la familia”.
La llegada de la pastilla anticonceptiva fue un desarrollo de la ciencia pero no fue solo eso. En Estados Unidos y los principales países de Europa, las mujeres se movilizaban en lo que se conocería más tarde como la segunda ola feminista (la primera había sido el sufragismo, que conquistó el derecho al voto). Junto a la demanda de igualdad económica, la sexualidad y a decidir sobre el cuerpo ocuparon un lugar importante en el movimiento de liberación femenina.

Mujeres preparando distintas pancartas, década de 1960.

La larga marcha de la libertad

Controlar la fertilidad fue una preocupación de las mujeres a lo largo de la historia. Como recorre Silvia Federici en Calibán y la bruja, ya durante la transición violenta hacia el capitalismo, la caza y quema de brujas había intentando destruir el control que las mujeres habían ejercido sobre su función reproductiva. Para regular la procreación, se intensificó la persecución de las “brujas”, se demonizó cualquier forma de control de natalidad y de sexualidad no procreativa. La política de control sobre el cuerpo de las mujeres se tradujo en la negativa de un derecho democrático elemental: decidir si querían ser madres, cómo y cuándo, es decir, disponer de su cuerpo.

La negativa a ese derecho está naturalizada ya que la opresión de la mitad de las personas, por su género, juega un rol funcional en una sociedad basada en la explotación de una clase (minoritaria) del trabajo de la otra (mayoritaria). A lo largo de la historia, patriarcado y capitalismo han sabido trabajar en conjunto, aggiornado y concediendo lo necesario para mantener lo esencial. El derecho a decidir sobre el cuerpo solo existe en aquellos lugares donde las mujeres han desafiado esa naturalización, exigiendo ese derecho democrático elemental.

La enfermera que mencionamos al comienzo fue una de las pioneras del control de la natalidad en Estados Unidos. Margaret Sanger también defendía el derecho al aborto legal y fundó en 1921 la Liga Americana para el Control de la Natalidad, que más tarde se transformaría en la Federación Americana para la Planificación Familiar. Estaba convencida de que los embarazos no deseados colocaban a las mujeres en una posición de inferioridad para organizar su vida, por eso instaló una clínica en Nueva York en 1916, que le valió la cárcel por difundir la utilización de métodos anticonceptivos.
Conocer de cerca la vida de las mujeres pobres, que morían como moscas en los abortos clandestinos realizados en condiciones insalubres, la transformó en una defensora del aborto legal. También abogaba por la libertad sexual y el amor libre, pero sostenía que para practicarlo las mujeres debían ser las que controlen su fertilidad.

Desde comienzos del siglo se desarrollaban investigaciones para bloquear la ovulación. En 1938 Hans Inhoffen y Walter Hohlweg, dos investigadores de Schering, lograron sintetizar el primer estrógeno: etinilestradiol, que sigue siendo hasta hoy la base de las pastillas anticonceptivas. Sanger empujó estas investigaciones, consiguiendo fondos y alentando investigadores, como los que finalmente dieron con la fórmula en la mitad del siglo XX.
Fueron el biólogo estadounidense Gregory Pincus y el ingeniero químico mexicano, Luis Miramontes Cárdenas, quienes inventaron la píldora anticonceptiva. En 1951, los investigadores sintetizaron la hormona noretisterona, un agente que inhibe la ovulación, la base de la de la píldora anticonceptiva.

El equipo realizó pruebas científicas, primero en animales y luego en mujeres. Esta historia, como tantas otras, no pudo eludir el ADN racista de casi todas las empresas estadounidenses. Un texto aparte merecerían las más variadas denuncias que existen, ninguna insospechada, sobre el trato racista de las pruebas que se realizaban en mujeres negras y latinas (las primeras pruebas se realizaron en Puerto Rico), para luego aplicarlas de forma segura en las mujeres blancas. En 1955, el doctor Pincus finalmente anunció que habían descubierto la fórmula: la píldora Envoid, con 150 microgramos de mestranol y 10 miligramos de norethynodrel, que bloqueaba la ovulación.

La píldora Envoid no fue aprobada inmediatamente para control reproductivo. En 1957, solo se vendía para tratar desórdenes menstruales severos. Recién en 1960 fue autorizada como anticonceptivo. Porque el límite ya no era científico o médico, era social y político. Por eso, además del aporte fundamental de investigadores y científicos, la píldora no podría haber existido sin el movimiento que cuestionó la “condena social” que significa para las mujeres la maternidad obligada que, hasta 1960, no podían siquiera planificar.

El impacto de Envoid fue inmediato. En medio año, más de un millón de mujeres en Estados Unidos ya la tomaban, y se empezaba a producir y distribuir en países de todo el mundo. En enero de 1961 comenzó a comercializarse la primera pastilla fuera de EE. UU., Anovlar (elaborada por Schering, hoy Bayer). Primero en Australia, a través de Alemania ingresó en Europa y, a lo largo de los meses avanzó en América latina. El cambio no fue bien recibido por instituciones como la Iglesia o la derecha religiosa pero el cambio era irreversible.

A lo largo de los años, diferentes investigaciones buscan reducir las dosis hormonales para disminuir los efectos secundarios. Con 58 años, la píldora sigue alimentando debates aunque su uso se ha extendido a casi todo el mundo, en muchos países garantizado por leyes de salud reproductiva, en otros todavía a merced de las ganancias de los laboratorios, lo cual obstaculiza el acceso a una gran parte de las mujeres.

Más allá de la píldora

El riesgo de los embarazos no deseados, que interrumpían estudios y trabajos, ponía una traba evidente en la sexualidad femenina. Esta realidad no solo limitaba a las mujeres y multiplicaba las desigualdades, también abonaba prejuicios como mantenerse virgen hasta el matrimonio. La abstinencia sexual era a menudo la única forma segura de evitar embarazos.
Así lo resume la historiadora e investigadora del Conicet Karina Felitti, autora del libro La revolución de la píldora, sexualidad y política en los sesenta:
La salida al mercado de la primera píldora anticonceptiva se produjo en medio de los debates sobre la “explosión demográfica” y las transformaciones en las relaciones de género, los modelos familiares y las pautas de sexualidad. La píldora conmovió a la sociedad en su época y fue objeto de disputas entre instituciones y actores con expectativas e intereses muy diferentes.

La pequeña píldora, pionera en el control de la natalidad pero no exenta de debates, ha recorrido un largo camino. Con detractoras y defensoras, quizás destronada por el preservativo, que para todas las generaciones pos VIH es la forma más segura de mantener relaciones sexuales, la pastilla sigue siendo la variante de anticoncepción más utilizada por las mujeres. Los nuevos métodos, como los parches o implantes subdérmicos que buscan evitar los efectos secundarios que se detectaron con el uso prolongado, avanzan sobre el camino allanado por Sanger, Pincus y Miramontes, por mencionar solo a algunos de los indispensables en esta historia.

Las mujeres también han recorrido una historia demasiado larga en la conquista por sus derechos y contra los prejuicios milenarios (religiosos, políticos y culturales). La píldora fue enorme al crear posibilidades antes impensadas. Pero resultó demasiado pequeña cuando lo que está en cuestión no es solo el ciclo reproductivo sino la igualdad, que solo aparece en la ley, pero todavía es una conquista a futuro en la vida. Lo sabían las primeras que pintaron en una pancarta “Por el derecho a decidir”, lo saben las que gritaban bajo la lluvia cubiertas de glitter verde en 2018 cuando el Senado y la Iglesia les negaron el derecho al aborto legal.


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Celeste Murillo

@rompe_teclas
Columnista de cultura y géneros en el programa de radio El Círculo Rojo.