[Desde New York] Esta semana Bernie Sanders bajó su candidatura en la interna del Partido Demócrata norteamericano para las elecciones presidenciales del 2020. El ascenso político de Sanders fue un indicador de un giro hacia la izquierda en sectores de la clase trabajadora y especialmente en grandes contingentes de la juventud. Los límites del sanderismo han quedados expuestos, y sobre todo, de la estrategia de sectores de la izquierda norteamericana como el Democratic Socialists of America (DSA) −que contó con un crecimiento exponencial en adherentes durante los últimos años− que se habían alineado detrás de la candidatura de Sanders. A continuación presentamos en castellano un artículo Juan Cruz Ferre publicado originalmente en el diario Left Voice, parte de la Red Internacional La Izquierda Diario, donde aborda estos debates y la necesidad de poner en pie un partido de trabajadores con un programa socialista y revolucionario.
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La estrategia del DSA (Democratic Socialists of America) en torno a la campaña de Sanders ha sido un fracaso rotundo que sólo ha fortalecido al Partido Demócrata. En este momento de crisis, la necesidad de un partido de la clase obrera que luche por el socialismo es más importante que nunca.
Uno: “La primera como tragedia, la segunda como farsa”
Bernie Sanders comenzó su carrera por la presidencia en 2015 prometiendo una “revolución política”. Unos años después de la crisis de 2008 y del movimiento Occupy Wall Street, una nueva generación se había desencantado con los dos partidos del capital y estaba explorando nuevas vías para hacer política, organizarse y cuestionar lo que reconocían como los poderes que protegían el statu quo.
Cuando Sanders anunció su carrera por la nominación al Partido Demócrata, muchos de estos jóvenes activistas estaban listos para apoyarlo. Algunos de nosotros ya argumentabamos en ese entonces que Sanders hacía un “pastoreo de ovejas” para el Partido Demócrata, pero se lo identificó ampliamente como un outsider, un no favorito que desafiaba al establishment del partido.
Lo que vino después es bien conocido: con todo el aparato del partido en su contra, perdió la nominación y apoyó a Hillary Clinton. La otra parte de la historia también es conocida: Clinton perdió ante Donald Trump, lo que desbarató al Partido Demócrata (y nos dio a todos cuatro años de presidencia de Trump).
La presión por un tercer partido, por un partido independiente de la clase obrera, se hizo más fuerte que nunca. Pero Bernie se mantuvo en el Partido Demócrata. Esta vez con reconocimiento nacional, una vasta red de partidarios y un fuerte equipo de campaña, decidió postularse nuevamente como demócrata. Apareció en eventos de alto perfil del partido junto a Tom Pérez, propuso cambios en las reglas internas del Comité Nacional Demócrata y actuó cada vez más como un demócrata orgánico.
Sin embargo, la historia en 2020 no fue muy diferente de la de 2016. Como Sísifo haciendo rodar su proverbial roca por la colina, todo el dinero, el esfuerzo, el tiempo y la energía invertidos por varios miles de activistas en los últimos dos años se ha evaporado en una promesa de apoyar al “hombre decente” Joe Biden, cuyas políticas van en contra de las de Sanders tanto como el Partido lo permite. Bernie ha sido un político de carrera durante mucho tiempo, y estas dinámicas no son nuevas. ¿Pero no deberían los socialistas −en particular, la mayor organización socialista de EE.UU., el DSA− haber anticipado esto?
Dos: Simbiosis
Si uno se detiene a pensarlo, la campaña de Bernie funcionó bastante bien para los demócratas del establishment. Después de unas elecciones primarias desastrosas en 2016 y una catastrófica derrota contra Trump, Hillary Clinton tuvo que abandonar la política. El partido luchó por encontrar un nuevo liderazgo, y no fue hasta las primarias de Carolina del Sur que Biden emergió como el candidato ungido del establishment para unificar el voto moderado.
La maniobra del Súper Martes fue rápida y precisa, como el disparo de un francotirador. Sanders fue eliminado efectivamente en un abrir y cerrar de ojos. Pero esto vino después de registrar cientos de miles de nuevos votantes para el Partido Demócrata, y después de repetir docenas de veces en la televisión en vivo que la mayor amenaza es Donald Trump, y que apoyaría a cualquier otro candidato que se convierta en el nominado demócrata. Sanders luchó por la nominación y el establishment lo reconoció como el “enemigo interno”, un candidato que estaba dispuesto a dar a la clase obrera más concesiones que el establishment del partido y sus grandes aportantes.
Los dos bandos dieron una verdadera pelea por el liderazgo del partido, y las diferencias programáticas entre los candidatos no fueron menos reales. El acuerdo tácito estaba en otra parte: estaba en asegurar la legitimidad de la democracia americana. Esto incluye la noción de que cualquier disputa política significativa tiene que tomar la forma de una lucha entre demócratas y republicanos. Esta idea está detrás de la decisión de Bernie de postularse a la presidencia dos veces como demócrata, y efectivamente lleva a casa un mensaje: no hay nada fuera de los dos partidos.
Pero la legitimidad de la democracia americana, tan bien custodiada por Sanders tanto como por Pelosi o Biden, va más allá: incluye alimentar el respeto al Congreso, aceptar las reglas intrapartidarias impuestas por el Comité Nacional Demócrata (o intentar cambiarlas a través de los canales establecidos), y fomentar las ilusiones en un sistema electoral que se encuentra entre los menos democráticos de los países industrializados. El resultado es una simbiosis, en la que Bernie Sanders (y lo mismo puede decirse de “la tropa”) persigue sus objetivos y no consigue hacerse con el control del partido, pero consigue cambiar la conversación en torno a una o dos cuestiones. Pone algunos temas en la agenda, y está contento con eso (de hecho, muchos autodenominados “socialistas” están contentos con eso). El Partido Demócrata, a su vez, se abre al desafío, lo alberga, derrota al retador sin matarlo y sale fortalecido.
Tres: el voto y la frontera de clase
Hay que distinguir entre la estrategia de un político burgués (progresista) experimentado y la táctica o estrategia de una organización que supuestamente lucha contra el capitalismo. Los representantes más izquierdistas del DSA justificaron la decisión de apoyar a Bernie Sanders con la idea de que dejaría a la organización en mejores condiciones, y que la campaña de Sanders hizo avanzar la conciencia de la clase obrera. Aunque ahora se le resta importancia en la prisa por justificar su fracaso, muchos en la dirección del DSA y en particular los que rodean a Jacobin estaban entusiasmados con las perspectivas de una presidencia de Sanders y dispuestos a ayudar a formar una coalición de gobierno, a ocupar puestos en el gobierno si es posible, y a tratar de influir en las políticas del Estado. Ahora que Sanders está fuera y promete “trabajar con Joe”, se sienten obligados a mantener públicamente que la “izquierda” es mucho más fuerte gracias a Bernie. Pero la verdad es más difícil de digerir.
Ya varias organizaciones del ala izquierda del Partido Demócrata intentan negociar con Joe Biden algunas concesiones programáticas y puestos en el gobierno a cambio de su apoyo. Bhaskar Sunkara argumenta en su columna de The Guardian que “nunca ha estado más claro quiénes son los enemigos del progreso”. Pero su candidato está ayudando ahora a Joe Biden a convertirse en presidente, y por lo tanto a sus partidarios a votar una vez más por los demócratas. Y no cualquier demócrata, sino que tiene un historial documentado de racismo, que ha sido acusado varias veces de abuso sexual, y que es pro austeridad, antisindicatos, anti-inmigrante, y amigo de Wall Street. Es difícil exagerar lo dañina que ha sido la orientación errónea del DSA. La organización socialista ha unido sus batallones a un ejército controlado por nuestros enemigos de clase mientras que algunos de sus portavoces lo proclamaron “nuestro partido”. Un golpe de palacio decapitó al Tío Bernie, y ahora se han quedado fuera, con el ejército y el estandarte que trabajaron para construir en manos de un demócrata de status quo.
Cuatro: “Nada es permanente, excepto el cambio”
Mientras tanto, los trabajadores están movilizándose en todo el país, y hay una creciente sensación de que se está iniciando un nuevo período de lucha obrera, precipitado por el catastrófico escenario causado por la pandemia. Esto puede convertirse en una apertura única para que los socialistas se organicen en sus lugares de trabajo, construyan corrientes militantes en los sindicatos y, lo que es más importante, politicen a los trabajadores que dirigen esas luchas. Una oportunidad para difundir entre ellos una idea poderosa: que nuestra sociedad está fracturada por intereses de clase, y que los trabajadores deben unirse bajo una sola bandera y luchar juntos por nuestros propios intereses, no sólo en nuestros lugares de trabajo, y en los sindicatos, sino también en la arena política.
El problema es que el DSA no ha hecho nada para sembrar la semilla de la independencia política de los trabajadores. De hecho, al atar la organización al Partido Demócrata, ha hecho que tal independencia sea mucho más difícil de lograr. La tragedia es que estamos entrando en una crisis económica y social sin precedentes y el mayor grupo de socialistas organizado a nivel nacional se ha negado durante más de cuatro años a construir una herramienta política independiente para la clase obrera. La farsa es que el DSA ha estado haciendo esto durante décadas y ni siquiera la afluencia masiva de jóvenes militantes desde 2016 pudo romper esta rutina. Es hora de romperla y volcar todas las energías a poner en pie un partido de trabajadores con un programa socialista y revolucionario.
Traducción: Maximiliano Olivera
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