La contención del Coronavirus en Italia, obtenida a un costo de más de 30.000 muertes y tres meses de cuarentena nacional, había hecho posible que a finales de la primavera se relajaran las medidas de emergencia y se disfrutara de un "verano a la italiana". Sin embargo, al no haber tomado medidas estructurales, esta segunda ola marcó una recuperación del contagio mayor que la de la primera. La sanidad se dirige una vez más hacia la saturación, y las medidas de cuarentena se multiplican.
Martes 10 de noviembre de 2020 18:06
Una masacre social multiplicada por la falta de respuesta estructural al Coronavirus
La propagación del Coronavirus en todo el mundo, nunca es tarde para recordarlo, es plena responsabilidad de los gobiernos y las grandes empresas farmacéuticas que nunca se han preparado seriamente para la propagación de virus que, como ya habían predicho los expertos, caracterizarían al siglo XXI incluso en sus primeras décadas.
El caso de Italia, durante mucho tiempo el país con el mejor sistema de salud pública del mundo (a pesar de décadas de recortes y privatizaciones), es emblemático: fue uno de los países más afectados por el virus, especialmente en el territorio entre Lombardía y el Valle del Po en el norte del país, zona con gran concentración de población, contaminación y actividades económicas e industriales.
El gobierno nacional comenzó a tomar medidas cuando el virus ya se estaba propagando de manera irrefrenable en Lombardía y, hasta ese momento, en el centro-norte del país. Esto provocó más de 30.000 muertes en la primera oleada, concentradas en la población de edad avanzada que permaneció en su mayoría sin la debida asistencia médica, a menudo abandonada y aislada en sus hogares u hospicios.
En el mismo sentido, la política insuficiente y dispersa de test hace que el número oficial de personas infectadas, que llegará a un millón en uno o dos días, sea mucho mayor en realidad. Incluso el número de muertes en la primera oleada es significativamente mayor, contando que muchas fueron enterradas con causas de muerte compatibles con el contagio, pero sin diagnosticar. Cifras aterradoras para un país de 61 millones de habitantes, y considerando que la primera ola tocó el sur del país en mucho menor medida.
En Italia, como en otros lugares, se impuso el derecho capitalista a la ganancia contra el derecho a la salud. Por eso se priorizó la máxima continuidad posible de las actividades económicas, con cierres que en realidad fueron más largos en los pequeños comercios y no en las grandes actividades económicas ni las concentraciones de mano de obra. El resultado fue una gran exposición al virus, en los medios de transporte, en fábricas y almacenes, para millones de trabajadores en las semanas de máxima difusión del virus. Los trabajadores y la población pobre recibieron las migajas de los fondos de emergencia, absorbidas mucho más por las clases medias altas y las empresas, que llegaron a organizar falsos cierres para recaudar los fondos estatales del "fondo de despido".
El gobierno de Conte, apoyado por el Partido Democrático y por los populistas de derecha del Movimiento 5 estrellas, ha aprovechado la ocasión, como muchos otros gobiernos, para reforzar las medidas represivas y militarizadoras que vuelcan la responsabilidad social del contagio sobre los individuos, los ciudadanos de a pie, eximiendo de toda responsabilidad a los capitalistas, a los complejos farmacéuticos lanzados a la carrera por el beneficio, así como a las instituciones estatales, a pesar de las políticas aberrantes de algunas de ellas, especialmente en Lombardía.
Las vacaciones de verano al estilo italiano y la segunda ola
Para frenar una marea de cólera social que iba adquiriendo cada vez más fuerza, y todavía no había sido capitalizada por la derecha, el gobierno aprovechó la caída del contagio para "reabrirlo todo" y garantizar, en primer lugar a los propietarios del sector de la restauración y del turismo (más del 10% del PIB italiano antes de la crisis) un "verano italiano".
Esto produjo un éxodo de la población del norte hacia las playas italianas, siendo más difíciles e inseguras las vacaciones en el extranjero. La disminución de la carga viral y la propagación del virus sobre todo entre los jóvenes, que muy a menudo mostraban pocos síntomas, permitieron que la bomba Covid-19 no explotara inmediatamente por segunda vez.
Sin embargo, entre tanto no adoptaron medidas estructurales para mejorar la seguridad en el lugar de trabajo, proporcionar más transporte público, garantizar la máxima seguridad en las escuelas y fortalecer la salud pública. Y así, con el comienzo del año laboral y escolar, desde septiembre el contagio ha retomado su curso, comenzando a afectar nuevamente a la población de edad avanzada y recreando enormes y concentrados brotes en una serie de ciudades y regiones, esta vez también en el sur. Campania, que antes estaba poco afectada, es ahora la tercera región de contagio total, con una concentración muy preocupante en el área metropolitana de Nápoles.
El gobierno ha respondido cerrando una vez más una serie de actividades que en realidad no son críticas para la propagación del virus, tales como teatros, cines y bibliotecas, ha elaborado una serie de reglas complejas e irracionales, revisadas varias veces, concentradas en actividades pequeñas, y ha dejado el campo abierto a las grandes empresas.
De este modo, en octubre, la curva de contagio ha aumentado -primero superando constantemente los 10.000 y luego 20.000 infectados cada 150.000 test- y los hospitales han empezado a llenarse de nuevo. Hoy las salas hospitalarias de varias provincias se dirigen hacia la saturación y un posible segundo colapso del sistema nacional de salud. Sólo este martes se han detectado 35.098 positivos (con 217.758 hisopados) y 580 muertes, lo que supone un nuevo salto en el número de muertes en comparación con la última semana, llegando así a 42.330.
Ante una situación que ya se estaba descontrolando hace tres semanas, el gobierno abrió una comisión con las oposiciones parlamentarias y las delegaciones de los gobiernos regionales, firmando un Decreto del Primer Ministro (DPCM) que entró en vigor el 6 de noviembre. El decreto prevé, entre otras cosas, el regreso gradual a la educación a distancia en el territorio nacional, así como un toque de queda nacional entre las 22.00 a las 5.00 horas, junto con el cierre de las actividades de restauración desde las 18.00 hasta las 5.00 am. Sin embargo, la principal medida es la división de las regiones en zonas verdes, amarillas, anaranjadas y rojas según la gravedad de la propagación del contagio, técnicamente, mediante la combinación de 21 factores epidemiológicos de los que se encargará un equipo de expertos de diversos organismos médicos y estatales.
Actualmente, el contagio es tal que hay cero regiones verdes, mientras que las rojas se concentran en el norte (Lombardía, Piamonte, Valle de Aosta, Trentino-Alto Adigio, más Calabria en el sur) y las anaranjadas, sólo después de una semana, han pasado de dos a siete. Así que 12 regiones de 20 ya están en un escenario crítico por al menos 3 semanas. En el sistema de prohibiciones crecientes entre las distintas zonas, las rojas incluyen una verdadera cuarentena, con la prohibición de viajes, salvo por razones estrictas de salud o de trabajo.
Respuestas a la gestión de la pandemia
Grandes sectores de la población han visto reducida o incluso anulada sus ingresos durante estos meses de propagación del Coronavirus: alrededor de un millón de trabajadores del país perdieron su empleo, muchos de ellos sin recuperarlo tras la finalización de la cuarentena nacional. Muchas pequeñas empresas no han resistido y han cerrado, mientras que, en general, una parte importante de las clases medias y la pequeña burguesía ha tenido que recurrir a sus ahorros, erosionándolos y acercándose a la situación de millones de trabajadores, empleados o desempleados, empobrecidos por este nuevo y más grave período de crisis.
La ira social, por lo tanto, ha comenzado a expresarse a través de un nuevo ciclo de movilizaciones de diversa índole que comenzó en la última semana de octubre. Hemos sido testigos de huelgas en varios sectores: disputas parciales, huelgas en una rama de la economía o de todo un sindicato entre los sindicatos de base. Pero también huelgas que se han desatado por la negativa de la asociación patronal Federmeccanica a abrir una verdadera negociación sobre la renovación del convenio nacional de trabajo de los trabajadores del metal, una respuesta dura que obligó a las grandes burocracias sindicales a proclamar 4 horas de huelga el pasado 5 de noviembre.
También ha habido movilizaciones en las que se han concentrado pequeños sectores burgueses, en varios casos con una presencia relativamente importante de la extrema derecha extraparlamentaria (mientras que la "oposición" en el parlamento es totalmente pasiva y recibe el apoyo electoral de quienes están decepcionados con el gobierno), pero también otras movilizaciones con una presencia más fuerte, si no una gran mayoría, de trabajadores y de la población urbana pobre.
La extensión de posiciones "negacionistas" entre estos sectores no es irrelevante, pero se debe más bien a un rechazo al fortísimo consenso que muestran los partidos del régimen sobre las políticas gubernamentales y a la obsesión por la pandemia que ha caracterizado la vida política nacional en los últimos meses.
Existe una adaptación generalizada, incluso en la izquierda, a la lógica de la "inevitabilidad" de una cuarentena nacional lo más estricta posible, mientras solo se pide que esta vaya acompañada de algunas medidas mínimas de ingresos, bienestar y seguridad sanitaria.
Ello no quita que siga existiendo una posición, aunque sea por ahora minoritaria, que cuestiona desde un punto de vista clasista las políticas de los industriales, el gran capital y el gobierno. Una posición que no suscribe ni total ni parcialmente los métodos "medievales" de política sanitaria que ha adoptado el Estado, mientras evitan tocar los beneficios, empezando por los del sector sanitario y farmacéutico privado, ni se proponen invertir en medidas estructurales, sanitarias y logísticas.
Se trata, en cambio, de desarrollar la lucha sobre la base de reivindicaciones qeu den una respuesta a las necesidades de emergencia, en esta doble crisis económica y sanitaria. No debe bastarnos con limitar el daño de la pandemia con medidas parciales y de militarización. Debemos luchar para que sean los responsables de la crisis, los capitalistas, los que paguen por esta crisis.
Giacomo Turci
Nació en Cesena (Italia) en 1992. Licenciado en antropología y geografía por la Universidad de Bolonia. Es editor del periodico online italiano La Voce delle Lotte. Actualmente reside en Roma y milita en la Frazione Internazionalista Rivoluzionaria (FIR).