La cuestión del lugar que ocupa China en el orden internacional es central para caracterizar a dónde se dirige el sistema mundial capitalista. Este artículo es parte de un proceso de elaboración y discusión en curso en la FT-CI sobre el tema, que aún no ha concluido y del que venimos publicando en IdZ diversos aportes, por lo que expresa la posición personal del autor.
A diferencia del grueso de los países semicoloniales y coloniales de la periferia del sistema mundial capitalista, China ha logrado despegar en las últimas décadas logrando un desarrollo que ha sorprendido a más de uno, incluido al que escribe. Éste logro, aunque no es inédito si tomamos en cuenta escasas excepciones como Corea de Sur o Taiwán a los que China ha tratado de emular, jamás se había dado en un enorme país, el más poblado de la tierra, con enormes consecuencias económicas, sociales y geopolíticas a escala planetaria. Pero llegado a este punto en su desarrollo, la mantención y equilibrio del mismo se transforma en un objetivo desde un punto de vista más complejo y difícil de alcanzar que la proeza lograda en las últimas décadas. Esta difícil transición que aún está en sus inicios será la que determinará si China se transforma en un país imperialista, es decir, si logra consolidar o no sus avances. En el presente trabajo intentaremos plantear los límites u obstáculos que China aún debe atravesar para lograr este objetivo.
LA FRAGILIDAD TECNOLÓGICA DE LA SUPERPOTENCIA
Los fundamentos tecnológicos de China aún son frágiles, como puso de manifiesto la guerra comercial. Es cierto que China es el único país, aparte de los EEUU, que ha sido capaz de desarrollar gigantes de internet, que pueden considerar de alguna manera a sus homólogos de Silicon Valley como iguales. A su vez, algunas empresas chinas han logrado posiciones creíbles en ciertas tecnologías industriales que incluyen la generación de energía solar, el equipo de infraestructura de los celulares y el ferrocarril de alta velocidad. También están haciendo buenos progresos en la electrónica de consumo, desde smartphones a drones .Y las empresas chinas tienen una oportunidad plausible de liderar en tecnologías emergentes como la inteligencia artificial y la computación cuántica. Pero extender de forma simplista el éxito de un conjunto limitado de los líderes (frontrunners) tecnológicos al tejido empresarial chino sería un error: para la inmensa mayoría de los 30 millones de pequeñas compañías que conforman el tejido empresarial, su capacidad innovadora es muy limitada, y su realidad está alejada de las firmas nacidas en los hubs tecnológicos de Shenzhen y Pekín.
Por su parte, es difícil ver a la internet de consumo como la forma más alta de tecnología. Aplicaciones como WeChat, Facebook, Tencent u otras que ofrecen diversión es dudoso que aporten mucho a la productividad del trabajo a la vez que distraen recursos humanos de campos más fructíferos en Investigación y Desarrollo como la ciencia de los materiales o la fabricación de semiconductores, en vez de la optimización de la publicidad o el desarrollo de juegos. Dicho de otra manera, debemos distinguir la innovación de los modelos de negocio y en el aprovechamiento de los efectos de la red de un salto cualitativo en la I+D y la creación de nuevas patentes. Específicamente sobre China, tampoco es seguro que el alto consumo y dependencia de la población de la red haga a este país tecnológicamente más avanzado. O dicho de otra manera, es claro que Alibaba y Tencent son técnicamente impresionantes en el desarrollo de software, pero su éxito empresarial depende sobre todo del tamaño del mercado y del entorno social y reglamentario. La omnipresencia de los pagos por teléfono móvil es el resultado no solo de la innovación tecnológica (por muy sustancial que ésta sea), sino también del régimen de reglamentación financiera y de la ausencia de tarjetas de crédito. El comercio electrónico funciona muy bien porque China ha construido una infraestructura de primera categoría y porque hay muchos trabajadores migrantes disponibles para entregar bienes en las zonas urbanas densamente pobladas. Éstas son buenas empresas, pero difícilmente puedan presentarse como logros científicos e industriales.
Más en general, a pesar de la ubicación central de China en la fabricación global de bienes industriales, solo unas pocas empresas autóctonas ocupan posiciones de liderazgo en industrias que incluyen el acero, la generación de energía solar y el equipo de telecomunicaciones. El grueso de las ramas aún tiene un largo camino por recorrer antes de que puedan ser considerados realmente como los pares de los gigantes alemanes, japoneses, coreanos y norteamericanos. De conjunto, las empresas chinas tienen bajo rendimiento. Pocas empresas nacionales se han convertido en marcas exitosas a nivel mundial, y las empresas chinas todavía están muy por detrás de industrias más sofisticadas tecnológicamente como la aviación y los semiconductores. Como regla general, a pesar de ser el segundo mercado más grande del mundo es más difícil nombrar marcas chinas globales que marcas japonesas y coreanas, incluso cuando se acercaban al nivel actual del PBI per cápita de China. Si tomamos su posición en relación a las tecnologías establecidas, como es el caso en los semiconductores, las máquinas herramientas y la aviación comercial (cuya eficiencia se miden con puntos de referencia técnicos y comerciales más claros) que son considerablemente más difíciles que la fabricación de acero y de paneles solares, las empresas chinas tienen un pobre historial de incursión en estas industrias. Así, los Estados Unidos se aprovechan de tener muchas décadas de experiencia en el diseño y la fabricación de semiconductores, desarrollando un ecosistema virtuoso que le permite mantener su liderazgo en una tecnología de importancia crítica. Por su parte cuando se trata de sistemas de automatización de fábricas, herramientas mecánicas, brazos robóticos y otros tipos de maquinaria de producción de fuerte complejidad tecnológica, los proveedores más avanzados están en Japón, Alemania y Suiza (EEUU paga el precio de su desindustrialización en este dominio ligado íntimamente al proceso industrial). Tomado globalmente, persiste una amplia brecha en innovación y tecnología entre China y países como EEUU, Alemania, Japón y en cierta medida Corea del Sur, economías avanzadas cuya productividad y prosperidad descansan sobre una economía formada por miles de firmas competitivas e innovadoras.
Esta ponderación es mucho más realista que el énfasis que a menudo se pone en la cuantificación de los insumos. Varios trabajos sobre el avance de China y sus avances tecnológicos se centran en el crecimiento de los registros de patentes, el gasto en I+D, las publicaciones en revistas y otros tipos de insumos. Se pueden encontrar datos sobre estas mediciones, por lo que las medidas de "innovación" se construyen a menudo en torno a ellas. Pero estos insumos son irrelevantes si no dan resultados [1], y no está claro que a menudo lo hagan, ni en China ni en ningún otro lugar del mundo. Los maravillosos gráficos sobre los registros de patentes y el gasto en I+D en China sugieren que las empresas chinas podrían invadir el resto del mundo en cualquier momento. Sin embargo, hasta ahora los resultados comerciales no son tan impresionantes.
Los semiconductores: el talón de Aquiles de las ambiciones chinas en Inteligencia Artificial
¿Qué hay de las tecnologías emergentes como la IA, la computación cuántica, la biotecnología, la hipersensibilidad y otras áreas de moda? Sobre este punto, no hay consenso científico sobre la posición de China en ninguna de estas tecnologías, pero consideremos al menos una afirmación plausible de que las empresas chinas podrían ser líderes en alguna de ellas. Nos basamos en esta suposición en la opción optimista del China Forecast 2025, informe de Macro Polo, el think tank interno del Instituto Paulson en Chicago. En el mismo se señala que:
El ecosistema tecnológico de China en los próximos cinco años habrá madurado y tendrá mucho éxito en la ejecución de una transición de la Internet de consumo a la Internet industrial. Concretamente, el Partido Comunista Chino (PCC) y la industria privada tratarán de utilizar las poderosas tecnologías emergentes como la inteligencia artificial (IA) y la 5G para renovar y mejorar las ciudades y las industrias tradicionales chinas, como la manufactura, la agricultura, la energía y el transporte [2].
Como dice el mismo sitio:
Este enfoque marcará un cambio notable con respecto a la última década de tecnologías de consumo centradas en aplicaciones como WeChat, Alipay y TikTok. En cambio, el panorama tecnológico chino probablemente entrará en una fase más intensiva en capital, ya que se dirige a aplicaciones industriales como las redes inteligentes (smart grids), las fábricas oscuras (dark factories) y los vehículos autónomos (AV).
El resultado, repitamos siguiendo la versión optimista, sería que: “Para 2025, China será probablemente un líder mundial en aplicaciones de tecnología industrial, pero ese liderazgo seguirá dependiendo del acceso a semiconductores avanzados fabricados fuera de la China continental”.
El nodo central que resalta es que el acceso a los semiconductores de punta (cutting-edge semiconductors) sigue siendo un obstáculo potencialmente grave para la trayectoria tecnológica de China a mediano plazo. Como dice este estudio:
Aquí China se enfrenta a dos retos externos: 1) las restricciones a la exportación de chips avanzados a ciertas empresas chinas como Huawei; y 2) las restricciones a la exportación de equipo de fabricación de semiconductores (SME) - las herramientas cruciales necesarias para fabricar chips a nivel nacional.
Profundicemos un poco para que se vea la distancia que aun hoy existe en este dominio:
Las generaciones sucesivas de semiconductores se clasifican por su ‘nodo’ (también llamado ‘proceso’), y los nodos inferiores representan los chips más avanzados. Durante gran parte de los últimos 20 años, las plantas chinas de fabricación de semiconductores (‘fabs’) se han quedado a 2 o 3 nodos de distancia de las principales fabs del mundo. A partir de 2020, la fábrica de semiconductores más avanzada del mundo (TSMC en Taiwán) ha comenzado a producir chips en el nodo de 5 nm. El principal fabricante de semiconductores de China, SMIC, se encuentra actualmente tres nodos por detrás, fabricando en el nodo de 14 nm, aunque en bajo volumen y con altas tasas de error de fabricación. SMIC planea comenzar la producción limitada en el nodo de 7 nm en 2021. Avanzar al siguiente nodo es un inmenso desafío que a menudo requiere la compra de nuevas SME. Las cadenas de suministro de las SME son globales, y la gran mayoría de los fabricantes utilizan algunos componentes de EEUU en su proceso de producción. Limitar el acceso de China a las SME cruciales da al gobierno de los EEUU una influencia que puede ejercer ya sea restringiendo estrechamente las exportaciones directas de los EEUU a los laboratorios chinos (utilizando la Entity List) o mediante controles internacionales más amplios que impiden a las empresas internacionales de SME que utilizan componentes de los EE.UU. vender a China (utilizando el Foreign Direct Product y las minimis rules).
Si estos controles internacionales expansivos se llevasen al extremo, podrían paralizar temporalmente a los laboratorios chinos como SMIC, cortándoles el suministro o el servicio de componentes cruciales para las SME. En este caso, los Estados Unidos probablemente limitarán selectivamente el acceso de los chinos a las SME, evitando que los laboratorios chinos progresen más allá del nodo de los 7 nm. Sin embargo, evitará la ‘opción nuclear’ de cortar completamente a las fábricas chinas las exportaciones de las SME extranjeras […]. El objetivo de limitar el progreso de China a 7 nm podría alcanzarse trabajando con aliados como los Países Bajos para formalizar controles estrictos sobre la exportación de las máquinas de fotolitografía EUV más avanzadas, que se necesitan para fabricar chips de 5 nm o menos. Estas restricciones más selectivas -que bloquean las ventas de chips a Huawei y restringen, pero no bloquean totalmente, las exportaciones de las SME a China- no supondrán una grave amenaza para la tecnología china en los próximos cinco años. La mayoría de las compañías chinas todavía podrán obtener chips de nodos líderes en el extranjero, y la fábrica líder de China continuará haciendo progresos incrementales hacia la fabricación de 7 nm. Pero a medida que las fábricas líderes mundiales como TSMC y Samsung progresen de 5 nm a 3 nm y más allá, la incapacidad de China para avanzar más allá de 7 nm presentará una gran vulnerabilidad para su ecosistema tecnológico. Esa vulnerabilidad dará a los Estados Unidos, Europa, Japón y Corea del Sur una ventaja duradera para hacer frente a los avances tecnológicos de China [3].
La fuerte dependencia de las importaciones en productos tecnológicos
Esta debilidad global del aparato productivo chino se grafica en la fuerte dependencia de las importaciones en productos tecnológicos. China ha aplicado durante decenios políticas industriales para limitar su dependencia de las tecnologías extranjeras, con un éxito desigual en el mejor de los casos. Como dijimos más arriba, ha logrado avances considerables en algunas ocasiones, pero las importaciones de China de las tecnologías más complejas han aumentado de manera inequívoca (véase el gráfico que figura a continuación). China ha construido los cimientos básicos de una industria nacional de semiconductores, aunque sus empresas llevan años o décadas de retraso con respecto a los líderes mundiales en casi todas las esferas. Sin embargo, los semiconductores, posiblemente la tecnología más compleja del mundo, son ahora la mayor importación de China. Más en general, en las industrias que utilizan tecnologías intensivas en I+D, como la automotriz, los ya nombrados semiconductores y la aviación, las empresas chinas tienen una posición débil incluso en el mercado nacional.
La industria china, en particular en los sectores orientados a la exportación, exhiben niveles extremadamente altos de inversión y propiedad extranjera
Contra toda visión hoy ya anticuada o contra aquella caricatura de que China es solo una gran ensambladora o nada más una copiadora de los productos extranjeros, la realidad es que está haciendo importantes incursiones en sectores de mayor valor agregado y aumentando constantemente la intensidad tecnológica y el contenido nacional de sus exportaciones. Tomemos un ejemplo muy citado como es el caso de la producción del iPhone. Hace un decenio, China contribuía marginalmente a la producción de smartphones medidos por su valor. Un famoso estudio de 2011 del académico Xing Yuqing estableció que, si bien el iPhone se presenta como una exportación china, la parte real del valor añadido generado en el país era de alrededor del 4% de los costos totales, principalmente de mano de obra en el ensamblado. Los componentes en sí fueron importados de Japón, Corea del Sur, EEUU y Alemania. En una actualización de 2019 [4], Xing encuentra que el porcentaje chino de valor agregado en un iPhone alcanzó un 25%. En valores absolutos, China pasó de aportar 6 dólares al costo de un iPhone 3G de 2009, a aportar 104 dólares al valor de un iPhone X de 2018.En el caso de Huawei, cuya unidad de HiSilicon diseña los procesadores del teléfono, alrededor del 40% del valor de la producción de su teléfono 2019 es doméstico.
Es casi seguro que China seguirá aumentando su participación en el valor agregado de las exportaciones mundiales de productos manufacturados. Pero los progresos son graduales, y la producción china de mayor valor sigue dependiendo en grado extraordinario de los componentes importados, la propiedad intelectual y la gestión extranjeras. Sigamos con el ejemplo de los smartphones, donde la estrategia de innovación china ha nutrido con éxito algunas marcas propias, a saber, Huawei, OPPO y Xiaomi. De conjunto estas empresas representaron más de la mitad de los embarques de teléfonos procedentes de China en 2019; fuera del mercado interno, los fabricantes de teléfonos chinos representan alrededor de una cuarta parte del resto de las ventas de teléfonos del mundo. Pero como dice el mismo Xing:
A pesar de su impresionante éxito en los mercados nacionales e internacionales, los teléfonos móviles de marca china siguen dependiendo en gran medida de las tecnologías extranjeras. Los datos de desmontaje (teardown data) de Xiaomi MIX 2 y OPPO muestran que las empresas extranjeras suministraron todos los componentes básicos de los teléfonos, que representan el 83,3% y el 84,6% de sus costes totales de fabricación, respectivamente. Sobre la base de los precios de venta al público de estos teléfonos, el valor añadido nacional de los OPPO R11 y Xiaomi MIX 2 aumenta al 40,3% y al 41,7% respectivamente, lo que indica un aumento del valor añadido nacional chino [5].
Las empresas chinas acapararon las partes relativamente más simples del teléfono que incluyen el marco, los componentes acústicos y las partes mecánicas. Sin embargo, siguen estando ausentes en las partes de mayor valor como los chips y las pantallas de visualización. Posiblemente, esa ausencia se irá llenando poco a poco a medida que las empresas chinas desarrollen la capacidad de fabricar estos componentes más sofisticados. China tiene un buen historial de ponerse al día a niveles competitivos a nivel mundial más rápido de lo que los expertos predicen, en particular en las ramas donde existe una demanda interna dinámica como por ejemplo en la fundición de metales, por nombrar a un sector de la vieja economía o como ya venimos señalando en Internet, y pagos móviles, ejemplos de la nueva economía.
Pero pese a los éxitos conseguidos, esta oleada innovadora parece restringida a ciertas empresas y territorios y en general sigue estando tecnológicamente muy por detrás de las naciones más avanzadas, principalmente los EEUU, Alemania y Japón. Por ende, a pesar de los avances en el terreno de las exportaciones, siguen siendo las empresas extranjeras las que dominan dos tercios de las exportaciones de alta tecnología de China. En el mismo sentido, la falta de éxito contundente en la creación de marcas globales demuestra que las empresas chinas (y no las empresas extranjeras que producen en China) son en realidad exportadores pobres. En fin, los datos comerciales muestran que China es un importante centro de producción tecnológica, pero que este proceso de producción está controlado en gran medida por empresas extranjeras y depende en gran parte de componentes de alto valor producidos en otros lugares.
Otra piedra de toque: el pago en regalías (royalties) y patentes
Más revelador aun del desempeño de China es el comercio mundial de propiedad intelectual. En general, los países con industrias tecnológicas fuertes obtienen grandes flujos de ingresos cuando su tecnología es licenciada a empresas de otros países. Por ejemplo, en 2016, los Estados Unidos generaron un enorme superávit en las transacciones internacionales de propiedad intelectual, ganando 125.000 millones de dólares y pagando solo 44.000 millones de dólares. La Unión Europea generó aproximadamente la misma cantidad en ingresos por derechos de propiedad intelectual, aunque tiene un déficit debido a la posición neta más fuerte de las empresas estadounidenses. En cambio, los ingresos internacionales de China en materia de derechos de propiedad intelectual son insignificantes: apenas superaron los 1000 millones de dólares. Y, a pesar de su cuestionada reputación como defensora de los derechos de propiedad intelectual, en 2016 pagó 24.000 millones de dólares en concepto de estos derechos, la mitad que los Estados Unidos y casi tanto como Alemania y el Japón juntos. China gana solo un centavo por cada dólar que paga en regalías de derechos de propiedad intelectual, una sexagésima parte de los EEUU. En este aspecto, China no parece un país que esté cerrando rápidamente la brecha tecnológica con las economías más avanzadas. Por el contrario, sigue siendo mucho más dependiente de la concesión de licencias del resto de la tecnología mundial que a la inversa.
¿Cuál es la fortaleza tecnológica china?
Llegado hasta aquí no debemos olvidar que, gracias a su gran mercado interno, la principal ventaja comparativa de China radica en la difusión de la tecnología. Este país sobresale en la adopción de las tecnologías establecidas, mejorándolas un poco y reduciendo su costo en gran medida, con lo que las convierte en productos básicos. Dos ejemplos destacados recientes son las turbinas eólicas y los paneles solares, en los que las empresas chinas se han establecido como los productores de volumen dominante, pero con márgenes muy bajos. Se trata de un logro significativo, pero por definición implica que el liderazgo tecnológico se encuentra en otra parte.
Profundicemos un poco este aspecto poco ponderado de la difusión en la búsqueda desenfrenada por la innovación, en la feroz carrera tecnológica que caracteriza al capitalismo del siglo XXI. Dos investigadores Dan Breznitz y Michael Murphree, en su volumen titulado Run of the Red Queen (Carrera de la Reina Roja), explican de manera convincente los orígenes de esta fortaleza. Según ellos:
A medida que China se ha convertido en el centro mundial de muchas etapas de producción diferentes, también ha desarrollado una formidable capacidad competitiva para innovar en diferentes segmentos de la investigación, el desarrollo y la cadena de producción que son tan críticos para el crecimiento económico como muchas innovaciones de productos novedosos. El logro de China ha sido dominar el arte de prosperar en la innovación de segunda generación -incluida la mezcla de tecnologías y productos establecidos para llegar a nuevas soluciones- y la ciencia de la innovación organizacional, incremental y de procesos (the science of organizational, incremental, and process innovation). Así pues, las capacidades de innovación de China no se limitan a la innovación de procesos (o incremental), sino que se extienden a la organización de la producción, las técnicas y tecnologías de fabricación, la entrega, el diseño y la innovación de segunda generación. Esas capacidades le permiten pasar rápidamente a nuevos nichos una vez que el innovador original ha demostrado su rentabilidad. Hoy en día, en un mundo de producción fragmentada, las empresas chinas de tecnología de la información que han tenido éxito han adquirido importancia mundial al especializarse en etapas concretas de la producción y en un enfoque industrial más estricto, y China no necesita dominar la innovación de productos novedosos para lograr un crecimiento económico e industrial sostenido. Un ejemplo de esa innovación de segunda generación es Baidu, el motor de búsqueda dominante en China, fundado en 2000. La página web de Baidu tiene un innegable parecido con la de Google, pero el parecido no termina con la representación visual: el modelo de negocio y la interfaz de Baidu son un reflejo de los de Google, pero aprovecha el espacio de mercado definido y el camino en China que ha marcado desde finales de los años 90. Además, Baidu no es un mero imitador, sino que tiene su propia capacidad de innovación y sus propios puntos fuertes en materia de diseño. Baidu ha construido su propio software de búsqueda en chino y ha aprovechado al máximo la apertura del mercado local [6].
Este elemento de la nueva división mundial del trabajo que se ha instalado desde la década de 1970 es a su vez condicionado por dos factores internos. Así:
Esta dinámica, en la que cada región desarrolla un conjunto único de capacidades, permite a China dominar en muchas etapas de la fragmentada economía mundial, pero impide que las empresas y los investigadores técnicos se dediquen al desarrollo de tecnologías y productos novedosos de vanguardia y muy arriesgados... El tercer componente de la explicación de Breznitz y Murphree es la incertidumbre estructural del sistema político-económico de China [7].
El resultado es un sistema actual de innovación sostenible en el tiempo. Los autores citados llaman a este curso de desarrollo de China:
La ‘carrera de la Reina Roja’, una referencia al mundo de la Reina Roja de Lewis Carroll en ‘Alicia en el país de las Maravillas’ quien, para permanecer en el mismo lugar, tenía que correr lo más rápido posible (Carroll 2010 [1872]). China brilla por mantener sus industrias de producción industrial y de servicios en perfecto tándem con su frontera tecnológica. Al igual que la Reina Roja, China corre lo más rápido posible para mantenerse en la cúspide de la frontera tecnológica mundial sin hacer avanzar la propia frontera. China desarrolló su modelo de Reina Roja por ‘accidente’, en parte como resultado de la experimentación local y la descentralización administrativa/fiscal; y el resultado del desarrollo parece bastante diferente del objetivo declarado del gobierno central (que, en cambio, apuntaba a innovaciones de productos novedosos y avances tecnológicos). El milagro económico de China no es la historia de un Estado desarrollista que orquesta cuidadosamente su modernización industrial. Es más bien una historia de experimentación económica de ensayo y error dirigida por entidades subnacionales, pero moldeada por las disputas políticas entre conservadores y reformistas del centro, entre grupos de interés con influencia y el Partido Comunista Chino, y entre el centro y las provincias. El modelo chino de la Carrera de la Reina Roja es, en esencia, una historia de cómo un nuevo modo fragmentado de producción mundial en el siglo XXI, un sistema de innovación dualista (nacional y local) y la incertidumbre estructural interactúan entre sí para inducir la innovación de segunda generación (incluida la innovación en materia de organización y procesos) sin innovaciones de productos novedosos y avances tecnológicos.
Dicho esto, la posibilidad que China pegue saltos tecnológicos de punta teóricamente no está descartada. Primeramente, las recientes tandas de sanciones norteamericanas han producido un hecho inédito. Aunque la falta de acceso a los consumidores más ricos y exigentes de los Estados Unidos y crecientemente de otros países centrales va a dificultar la elaboración de los mejores productos del mundo, estas acciones imperialistas han desencadenado una oleada de interés en el dominio de la tecnología como no se veía tal vez en ningún gran país desde el auge industrial del Japón en los años 50. Toda una generación de científicos e ingenieros debe examinar problemas fundamentales como la construcción de herramientas de vanguardia o crear los mejores materiales, contado como nunca con el fuerte espaldarazo del estado. Por su parte, las sanciones de los Estados Unidos (a las que difícilmente hayan escapado casi ninguna de las mayores empresas tecnológicas de China) han alineado los intereses de las principales empresas tecnológicas de ese país con el interés del Estado en la autosuficiencia y la grandeza tecnológica. Así:
Huawei ya ha tomado participaciones en 20 empresas relacionadas con los semiconductores durante el último año y medio... Esas inversiones abarcan los sectores de fabricación de chips que actualmente están dominados por empresas de los Estados Unidos, Japón, Corea del Sur y Taiwán, como las herramientas de diseño de chips, los materiales semiconductores, los semiconductores compuestos y los equipos de producción y ensayo de chips. La aceleración de las inversiones y la gama de objetivos subrayan el afán de la empresa por liberarse de las restricciones de los Estados Unidos y mantener su desarrollo tecnológico. El campeón tecnológico nacional chino también está construyendo silenciosamente una línea de producción de chips a pequeña escala con fines de investigación en Shenzhen, donde tiene su sede [8].
Por su parte, el principal fabricante de chips de memoria de China planea duplicar la producción en 2021 [9].
Más en general, a favor de China va el hecho que hoy en día los trabajadores chinos producen la mayoría de los bienes del mundo (sigue siendo responsable de alrededor de una quinta parte del total de las exportaciones mundiales de manufacturas dado que todavía pocas multinacionales han trasladado la producción de ese país), lo que significa que participan más que nadie en el proceso de aprendizaje tecnológico. Aunque, como ya dijimos, pocas empresas chinas son marcas líderes globales, los trabajadores e ingenieros en China están usando las últimas herramientas para fabricar muchos de los productos más sofisticados del mundo. Por ejemplo, los trabajadores chinos podrían reproducir los equipos de capital mayormente extranjeros que utilizan actualmente, fabricar más de su propia propiedad intelectual y construir productos finales competitivos a nivel mundial. Éste ya ha sido el caso en tecnologías como ferrocarriles de alta velocidad, construcción naval y equipos de telecomunicaciones. Y a su vez, del lado de la demanda, cuentan con un mercado interno enorme y dinámico. Pero este resultado positivo no está totalmente asegurado de antemano. Descontando las dificultades técnicas mismas, hay que tomar en cuenta que la fuerte intervención estatal restringe las presiones competitivas, lo que puede ser un obstáculo a las “destrucciones creativas” que caracterizaron por ejemplo al modelo norteamericano desde mediados del siglo XIX. En la última década, ya el crecimiento de la productividad se ha ralentizado. Y más fundamental, tal vez las condiciones del mercado no sean aún las adecuadas para dedicarse a la alta tecnología: es difícil ver la razón para invertir en el desarrollo de los mejores programas informáticos y sistemas de robótica del mundo cuando la mano de obra china sigue siendo mucho más barata aún que los países desarrollados.
Ninguna ruptura tecnológica
Pero, como venimos viendo, la principal ventaja de China sigue siendo su impresionante capacidad para desplegar y modificar la tecnología existente, no el liderazgo tecnológico. Por eso, mientras hay mucha discusión en Occidente sombre el impacto de su emergencia:
Un área importante en la que China apenas registra influencia es en las prácticas y el pensamiento administrativo de la industria occidental. De hecho, cuando se compara con Japón, la influencia de China es notablemente débil en el ámbito corporativo. El auge de ‘Japan Inc.’ ( 1950-1980) fue acompañado por uno de los conceptos de gestión más influyentes de la era posterior a la Segunda Guerra Mundial: el Sistema de Producción Toyota, o comúnmente conocido como producción ajustada. No era simplemente una idea, sino un principio organizativo con prácticas concretas que llevó a una transformación del modelo de producción en masa que prevalecía en la industria automotriz occidental. En contraste, el surgimiento de "China Inc." ( 1990-2020) no ha visto ninguna filosofía o práctica de gestión equivalente que se haya acercado a la influencia que ha ejercido la producción ajustada de Japón. Esto es importante porque las empresas, y su relativo éxito, son tanto una extensión como un indicador crucial de la influencia de un país. Esto no es simplemente un derivado del vago y amplio ‘poder blando’. Los arcos dorados de McDonald’s pueden simbolizar a los estadounidenses en todo el mundo, pero es el modelo pionero de estandarización y franquicia de la empresa lo que hace que el Big Mac tenga el mismo sabor desde Beijing hasta Berlín, remodelando la industria alimentaria en el proceso. Ese es el tipo de influencia definitiva y extensa que generó la producción ajustada de Japón. Se ha enseñado universalmente en las escuelas de negocios de todo EEUU y ha sido implementado por ejecutivos de varias industrias, extendiéndose mucho más allá de los automóviles [10].
Las características tanto internacionales como nacionales que dieron origen al sistema productivo y tecnológico chino son las razones profundas y estructurales que han impedido hasta ahora cualquier innovación de productos novedosos o cualquier avance tecnológico radical. Como explicamos en el apartado anterior, esto no significa que las empresas chinas no tengan nada que ofrecer o estén desprovistas de prácticas de gestión novedosas; fundamentalmente la velocidad, la escala y la flexibilidad son sus principales ventajas, que responden al objetivo de maximizar el crecimiento rápidamente para defenderse de lo que inevitablemente será la entrada de muchos participantes en el mercado dentro de unos meses. Pero como dice el trabajo recién citado:
Estas fortalezas son esencialmente tácticas de supervivencia necesarias en un entorno en el que el escenario por defecto es una escasez de oportunidades que se corresponde con un exceso de oferta de empresarios que persiguen las mismas oportunidades. Para muchas empresas privadas, parece haber muy poco pensamiento en el desarrollo de modelos sistemáticos dirigidos a la transformación de las industrias. Incluso Pony Ma, el fundador de Tencent, ha bromeado que ‘Las ideas no son importantes en China - la ejecución sí lo es’ (…) Perfeccionar un sistema requiere paciencia, y Toyota podría permitirse esa paciencia. Eso se debe a que el gobierno japonés protegió a la industria automotriz de la competencia extranjera y el fabricante de automóviles no tuvo que enfrentarse a 50 competidores nacionales. El concepto mismo de kaizen requiere una paciencia diligente para mejorar el sistema, día a día. Pero si la ‘mejora continua’ define la cultura corporativa japonesa, entonces el ‘cambio continuo’ y las constantes adaptaciones en respuesta, pueden ser un principio adecuado que se aplica al modus operandi de las empresas chinas.
Un ejemplo elocuente de esta deficiencia estructural es la paradoja del año 2020 de la industria aeroespacial china en el cual su última misión lunar fue un éxito total, mientras sus programas de aviones más cercanos a la Tierra se enfrentan a dificultades [11]. Un investigador francés lo resume de forma risueña y gráfica, pero no por eso menos cierta cuando afirma que es “más fácil alcanzar la Luna que Shanghái” [12]. ¿La explicación? Como dice en su título “Un tributo a un largo esfuerzo”. Y ejemplifica:
La paradoja de esa situación es un tributo a la enorme complejidad de la construcción de aviones de pasajeros. Pero también es el resultado de factores históricos. El programa espacial de China es heredero del programa de misiles balísticos del país. Y este último, junto con el armamento nuclear, es el único programa industrial que ha pasado por todas las turbulencias de los primeros años de la República Popular China.
Es decir que en un entorno siempre cambiante de extrema incertidumbre, con altos riesgos y grandes ganancias, ha tenido un efecto de gran alcance en el comportamiento de los actores económicos. Esto es, los actores racionales han optado por centrarse en asegurar ganancias a corto plazo mientras tratan de minimizar el riesgo. Dado que la I+D de alta tecnología, especialmente la innovación de productos novedosos, es tanto de largo plazo como de alto riesgo, las particularidades de la reforma china han impedido que los actores se involucren en ella.
Por último, otra muestra cualitativa de lo que estamos diciendo es que:
A pesar del aumento del gasto bruto en I+D, que alcanzó el 2,1 por ciento del PIB de China en 2016, de la mayor cantidad de investigadores mejor formados y de los equipos más sofisticados, los científicos chinos aún no han producido avances de vanguardia dignos de un Premio Nobel de la ciencia. Pocos resultados de investigación se han convertido en tecnología y productos innovadores y competitivos [13].
LOS FUERTES OBSTÁCULOS GEOPOLÍTICOS QUE SE INTERPONEN AL ASCENSO DE CHINA
El control decisivo de las rutas marítimas por los EEUU
Después de los fracasos de las intervenciones en Afganistán y sobre todo en Irak y más en general a causa de una fatiga imperial de su población después del fin de la “Guerra Fría”, al menos desde Obama, pero incluso más decididamente con Trump, los EEUU se niegan a jugar el rol de gendarme global. Pero este giro a una política de mayor de equilibrio de poderes en los distintos escenarios regionales y continentales después del sobreactivismo intervencionista de la época de los neocon no puede hacernos olvidar el rol decisivo que juegan los Estados Unidos como policía de los mares.
El dominio de los mares es esencial para los Estados Unidos tanto para asegurar sus intereses estratégicos como para mantener la estabilidad del sistema de comercio internacional [14]. Según la Conferencia de las Naciones Unidas sobre Comercio y Desarrollo (UNCTAD, por sus siglas en inglés): “Alrededor del 80% del volumen del comercio internacional de mercancías se transporta por mar, y el porcentaje es aún mayor en la mayoría de los países en desarrollo” [15]. Para China, las rutas marítimas son una cuestión vital. Es por eso que, más allá de nuestra valoración de la magnífica Iniciativa del Cinturón y Ruta de la Seda, es bueno tener en cuenta que desde el punto de vista estratégico sus dos facetas no tienen la misma importancia. Como señala el experto geopolítico australiano Rory Medcalf:
Sea lo que sea, magnificencia o locura, la ola de préstamos e infraestructura del Cinturón y la Ruta de China se ha convertido en un juego de poder geoeconómico, una estrategia de preeminencia. La ‘Ruta’ es el Indo-Pacífico con características chinas, un intento de extender la influencia en el Océano Índico y el Pacífico Sur. El ‘Cinturón’ de conectividad terrestre a través de Eurasia es de importancia secundaria, dado que el transporte de mercancías a granel y de energía por mar seguirá siendo más barato y posiblemente no más arriesgado -aunque más lento- que por tierra. Como señaló Cuiping Zhu, uno de los principales expertos de China en el Océano Índico, China necesita transporte marítimo para el 90% o más de su petróleo, mineral de hierro, cobre y carbón importado.
Sintiendo una redoblada presión de los Estados Unidos sobre sus costas a fines del siglo XX, poco a poco la burocracia del PCC fue adoptando una estrategia marítima [16]. Para Pekín es una cuestión clave, ya que la China continental no tiene acceso directo ni al Océano Pacífico ni al Índico. Entre el continente y el primero está Taiwán, mientras que para navegar en el segundo los barcos chinos deben pasar por el Estrecho de Malaca. Desde ese momento, está fuera de cuestión que la República Popular ha ampliado su alcance marítimo. En términos materiales, la transformación es impresionante. Lejos de concentrarse únicamente en los programas más representativos y espectaculares, como los misiles balísticos antibuque o los portaaviones, Pekín ha optado por invertir en todas las plataformas y sistemas de armas de su flota: aviones teledirigidos, minas, misiles de crucero, aviones, submarinos, destructores, fragatas, corbetas, buques patrulleros, unidades anfibias, unidades logísticas, buques hospitales y sistemas de apoyo C4ISR [17]. De 2000 a 2017, la construcción de buques destinados a constituir la columna vertebral de la flota en el crucial teatro de operaciones de los mares cercanos (destructores, fragatas, corbetas y submarinos) alcanzó y superó la capacidad de producción agregada de las tres principales armadas regionales del Indo Pacífico (Japón, Corea del Sur y la India), cuyos programas de expansión naval siguieron siendo, no obstante, considerables. En el trienio 2015-17, gracias a la contribución agregada de las más de 150 mil toneladas del portaaviones Shandong, la primera unidad de una nueva serie de buques auxiliares y tres reabastecedores de combustible, la producción naval china superó incluso a la de los Estados Unidos. En términos de buques individuales, sin embargo, hasta la fecha la mayoría de las unidades que salen de los astilleros chinos siguen siendo las pequeñas corbetas Jiangdao de clase I/II de 1.300 toneladas, es decir corbetas destinadas a operar en masa en el Mar de China, cuestión que confirma que, por el momento y en el futuro previsible, los principales intereses marítimos de Pekín serán de carácter netamente regional. O dicho de otra manera, por el momento éste incremento de las capacidades navales no llega al punto de poner en cuestión el hecho geopolítico dominante que es el control decisivo de las rutas marítimas por los Estados Unidos. Un punto clave a tomar en cuenta es que a pesar de la impresionante producción numérica y las altísimas tasas de entrada de las nuevas unidades, transformar esta masa de buques en una temible armada requerirá tiempo, esfuerzo y paciencia. Más que el simple recuento numérico de los barcos, lo que realmente tendrá un impacto es la capacidad china de combinar todos los recursos disponibles para lograr ventajas tácticas y operativas cruciales en el mar. La Armada china todavía está rezagada en términos de operaciones entre fuerzas, la guerra antisubmarina sigue siendo un talón de Aquiles y la experiencia de guerra está casi ausente.
A su vez, hay que tener en cuenta que en el Indo-Pacífico, China está rodeada por potencias navales además de los Estados Unidos, como Japón e India. A corto plazo la marina china no podrá reducir la diferencia de experiencia con sus rivales, que podrán entonces limitar su alcance a la región de Asia/Pacífico. Estos límites geopolíticos pueden verse en África. Esto es lo que subraya el experto italiano Francesco Sisci, cuando afirma que:
La presencia china en África está atrayendo la atención hacia nuevos actores. Japón e India están uniendo sus manos para entrar en África. Japón tiene una fuerza económica y tecnológica que puede ser útil para los países africanos. La India tiene un enorme mercado potencial y tiene una experiencia histórica compartida porque la burocracia india fue utilizada para dirigir el imperio británico en el continente. Turquía está incursionando nuevamente en el continente, aprovechando la antigua herencia musulmana. Los europeos y los americanos también están prestando más atención después de décadas de ausencia. Esta nueva atención, de jugadores que quieren competir con China, está ayudando a África. Esta competencia también crea nuevas dificultades para China. Además, estratégicamente, África está peligrosamente lejos para ella. Si el comercio y la inversión aumentan en ese continente, también aumentan las responsabilidades para la potencia asiática. Los buques chinos no están protegidos por la marina de su país, que tiene poca o ninguna capacidad de proyección, y podrían ser fácilmente dañados o cortados por cualquier número de jugadores en el continente o fuera de él. En otras palabras, la estrategia africana de China en retrospectiva era demasiado simple. China pensaba en sus empresas en el extranjero solo en términos de dinero, sin tener en cuenta la cultura, la antropología, el elemento de seguridad en general. Es decir: dio por sentado la buena voluntad que los EEUU le estaba proporcionando en todo el mundo. Cuando la buena voluntad de EEUU desaparezca y China no la reemplace creando una buena voluntad alternativa global, todo el ejercicio se desmorona [18].
Más aun, si su capacidad de proyección naval es aún limitada, esto se contrapone con una fuerte presencia de EEUU sobre sus costas. Este último país domina el paso sobre el estrecho de Malaca e impide a China recuperar Taiwán [19], a la vez que incrementa las llamadas Operaciones de Libertad de Navegación (FONOP por su sigla en inglés [20]) en el Mar del Sur de China. En 2019, la Marina norteamericana realizó nueve operaciones, el mayor número anual desde que empezaron en 2015 este tipo de operativos que buscan desafiar más agresivamente los reclamos de China en el Mar de la China Meridional, componiendo así un formidable cerco contra el enemigo.
El creciente cerco geopolítico que se opone a una hegemonía china en Asia
Para los dirigentes chinos, el control del sudeste asiático está relacionado con la seguridad de las fronteras marítimas del país, lo que a su vez es una condición necesaria, aunque no suficiente, para aspirar al papel de superpotencia. Las tácticas de Pekín en esta región son multifacéticas. Van desde la interacción con la diáspora, gestionada directamente desde 2018 por el mismo Partido Comunista Chino; combina actividades culturales, de medios de comunicación y de turismo para difundir el relato del auge pacífico de China; y aprovecha el comercio, los préstamos y las inversiones en infraestructura (incluidas las de la red 5G) para catalizar el consenso de los gobiernos y empresarios extranjeros. La diplomacia -bilateral y multilateral- sirve para aplacar el persistente descontento de los países ribereños por la firmeza de la República Popular en el Mar de China Meridional. Esta política externa de soft power se combina con la coerción político-geopolítica que se esconde detrás de la llamada “trampa de la deuda” [21].
Sin embargo, a pesar de sus avances en la región, el sudeste asiático aún no es el patio trasero de Pekín. Por el contrario, la presión naval y militar de los EEUU es acompañada de un creciente cerco geopolítico en esta región y en el Indo-Pacifico. El año pasado, EEUU obtuvo el apoyo abierto de India y Australia al campo anti-chino, alineamiento que no se había producido ni siquiera en la “Guerra Fría”. Es así que después de los enfrentamientos con los soldados chinos en el Himalaya en junio pasado, Delhi abandonó su enfoque de no alineamiento para participar en la contención de su rival a través del cuadrilátero de seguridad (Quad). Australia, dependiente del comercio con la República Popular, tomó el mismo rumbo, convirtiéndose en la vanguardia de la ofensiva norteamericana en la cuestión instrumental de los derechos humanos, independientemente de las inevitables consecuencias económicas. Los dos se suman a Japón en su cruzada estratégica por impedir toda veleidad hegemónica de China en la región que considera su propia zona de influencia. Es importante recordar que cuando hablamos de Japón estamos hablando de una de las economías más avanzadas tecnológicamente del mundo. A la vez, hay que saber, como recuerda el orientalista australiano especialista en Asia del Este Gavan McCormack, que:
Con el tiempo, el Japón, constitucionalmente pacifista, se convirtió en el número 8 del mundo en la escala de poder militar, gastando alrededor de 50.000 millones de dólares anuales en armas y sistemas de armas. Su ejército de 247.000 soldados es más grande que los del Reino Unido, Alemania o Francia. También subvenciona al Pentágono con casi 7.000 millones de dólares anuales (a partir de 2016), proporcionando un generoso apoyo financiero para una importante presencia militar mundial de los Estados Unidos (más de cien bases), desde las que, desde ese entonces, se han podido enviar tropas estadounidenses a voluntad a los frentes de batalla de Corea y Vietnam en los años 50 y 60, y al Oriente Medio y África del Norte. Actualmente posee aviones de combate, acorazados y submarinos, incluso dos portaaviones (tímidamente descritos como ‘portahelicópteros’ con ‘solo’ 248 metros de longitud). Y coopera con EEUU no solo en programas militares ‘convencionales’ sino también en aquellos diseñados para establecer un control hegemónico sobre el espacio y el ciberespacio (el Ministerio de Defensa presupuesta una unidad cibernética de 540 personas y una unidad espacial de 70 personas a partir de 2021). En el último decenio, especialmente durante el segundo gobierno de Abe Shinzo (2012-2020), se multiplicaron las compras de armamento de Estados Unidos, se suavizó la prohibición de las exportaciones de armas y el límite de gastos autoimpuesto del 1% del PIB (en marzo de 2017). La fuerza aérea y la marina del Japón ya son insuperables (exceptuando a la del propio EEUU) en el Pacífico occidental. Esa superioridad regional se ha ido erosionando lentamente. A pesar de que Japón aumentó constantemente su gasto militar bajo el gobierno de Abe, en 2020 ascendía a solo 5.688 billones de yenes, o alrededor de una cuarta parte del equivalente a 20.288 billones de yenes de China. El Partido Liberal-Demócrata, en el poder en Japón, pide ahora al gobierno que duplique el gasto de defensa para alcanzar el nivel (nominal) de la OTAN del 2% del PIB. No puede haber un buen resultado si las dos grandes potencias de Asia Oriental siguen buscando una ventaja militar [22].
Contra toda visión economicista que pone apresuradamente a China en el centro del Asia-Pacifico, lo sorprendente del sudeste asiático es cómo el vínculo económico creciente con China no extingue la animosidad estratégica contra Pekín. En otras palabras, mientras China les garantiza su bienestar, estos países se dirigen a Washington para preservar su propia seguridad. Así, el Primer Ministro vietnamita Nguyen Xuan Phuc amenaza a Pekín con graves repercusiones si avanza en la construcción de la presa hidroeléctrica Sambor en Camboya que afectaría a la cuenca baja del río Mekong del que depende la agricultura nacional [23]. Por eso en marzo del año pasado recibió al portaviones nuclear USS Carl Vinson en una visita histórica de cinco días en el primer desembarco militar de EEUU en el país desde la caída de Saigón. Posteriormente, en octubre Japón firmó un estratégico acuerdo militar con Vietnam. Y, al mismo tiempo, se asegura equipamiento y entrenamiento de Rusia y la India. Por su parte, Filipinas, aunque está interesada en las inversiones chinas, también se ha alejado de la República Popular. En 2016, el Tribunal Permanente de La Haya falló contra los reclamos de Pekín en las islas del Mar de la China Meridional. Esta acalorada disputa se vio exacerbada en febrero del año pasado por la colisión en el mismo mar entre una corbeta filipina y un buque de guerra chino. Por eso, a finales de mayo, el presidente Rodrigo Duterte pidió al Pentágono que mantuviera un contingente de 250 militares de EEUU en el terreno, dando marcha atrás con la orden de evacuación emitida anteriormente. El rico Singapur renovó por tercera vez, en 2019, el memorando de entendimiento que permite a Estados Unidos utilizar las bases navales y aéreas de Changi y Paya Lebar. Compró a su vez unos 40 cazas F-35 producidos por Lockheed Martin, diseñados para reemplazar otros tantos F-16, señalando su afiliación estratégica, más allá de una política exterior aparentemente neutral. Igual comportamiento tiene Malasia. A mediados de abril, el enfrentamiento entre un buque de investigación chino y uno malayo operado por la empresa petrolera estatal Petronas hizo que buques de guerra estadounidenses y australianos entraran en aguas controladas por Kuala Lumpur. Por su parte, Indonesia ha utilizado el fallo de La Haya a favor de Filipinas para pedir al Secretario General de las Naciones Unidas una condena pública de las ambiciones marítimas de Pekín. Durante muchos meses, Yakarta ha rechazado la intrusión de buques chinos cerca de las Islas Natuna, amenazando a la República Popular con tomar represalias si extiende su Zona Económica Exclusiva al borde de sus aguas.
Contra toda visión bipolar del enfrentamiento entre China y Estados Unidos, un calco solo geopolítico a la vez que mecánico y equivocado del conflicto entre la ex URSS y Estados Unidos durante la Guerra Fría, hay que considerar que las ambiciones hegemónicas de Pekín en Asia-Pacifico no solo se enfrentarán con la difícil geografía de la región sino que también estarán especialmente condicionadas por las fuertes rivalidades regionales [24]. Como dice el geopolítico australiano ya citado:
Por supuesto, las elecciones binarias simples son una forma tentadora de dar sentido a algunas de las estadísticas de titulares más entumecedoras sobre el tamaño de las economías china y americana. Aisladamente, estos datos cuentan una historia convincente: que China ya ha superado a Estados Unidos como la mayor economía del mundo, o pronto lo hará, y no importa mucho más. Pero es esclarecedor jugar con algunos otros números - estadísticas que incorporan a las dos principales potencias en un sistema de muchas naciones sustanciales, la región que ahora llamamos el Indo-Pacífico. Esta compleja realidad incluye muchos ‘jugadores medios’: países importantes que no son ni China ni Estados Unidos. Es un argumento central de este libro que, trabajando juntos, los actores intermedios de la región pueden afectar el equilibrio de poder, incluso asumiendo un papel menor para Estados Unidos. Tengamos en cuenta, por ejemplo, la posibilidad de un cuadrilátero diferente: Japón, India, Indonesia y Australia. Los cuatro tienen serias diferencias con China y convergen razonablemente (y en general cada vez más) entre sí en lo que respecta a su seguridad nacional. Sucede que son campeones de una emergente visión del mundo indo-pacífico. Y no son naciones pasivas o de peso liviano. En 2018, las cuatro tenían una población combinada de 1750 millones de habitantes, un producto interno bruto combinado, o PIB (medido en términos de paridad de poder adquisitivo, o PPA), de 21 billones de dólares, y un gasto combinado en defensa de 147.000 millones de dólares. En cambio, Estados Unidos tienen una población de 327,4 millones de habitantes, un PIB de 20,49 billones de dólares y un gasto en defensa de 649.000 millones de dólares. Por su parte, la población de China es de 1.390 millones de habitantes, su economía de 25 billones de dólares y su presupuesto de defensa de 250.000 millones de dólares (esto supone, desde ya, que las estadísticas oficiales chinas sobre el crecimiento económico y el tamaño de la población no estén infladas, de lo cual hay motivos para albergar la duda). Si proyectamos las cifras hacia adelante una generación, hasta la mitad del siglo, la imagen de los jugadores intermedios como potentes equilibristas se vuelve aún más descarnada. En 2050, se espera que los cuatro jugadores intermedios tengan una población combinada de 2.108 millones de habitantes y un PIB combinado (PPA) de unos asombrosos 63,97 billones de dólares. Para entonces, se estima que EEUU tendrá 379 millones de personas y un PIB (PPP) de 34 billones de dólares. China tendrá 1402 millones de personas y un PIB de 58,45 billones de dólares. Incluso solo los tres grandes socios del Indo-Pacífico - India, Japón e Indonesia - eclipsarían juntos a China en población y la superarían económicamente. Para entonces, sus presupuestos de defensa combinados también podrían ser mayores que los del poderoso Ejército Popular de Liberación (EPL). Si se incluyen una o más potencias regionales en ascenso con sus propias fricciones en China, como Vietnam, que puede tener unos 120 millones de habitantes y una economía entre las veinte primeras del mundo, las cifras son aún más fuertes. Incluso la combinación de solo dos o tres de estos países le daría a China una pausa. Y todo esto, por el momento, excluye cualquier papel estratégico para los Estados Unidos al oeste de Hawai” [25].
Es importante tener en cuenta estos datos del potencial de un frente anti-chino si éste se solidifica. La profundización de la estrategia coercitiva de Pekín entrañaría innumerables riesgos que podrían socavar innecesariamente los objetivos estratégicos a largo plazo de China. Esta última necesita amigos, y todavía no es lo suficientemente poderosa como para ganar aliados simplemente dictando condiciones, en particular en una región en la que otras muchas potencias ejercen una influencia considerable. Las presiones que China ejerce sobre las naciones más débiles se chocan con las esferas tradicionales de influencia de otras potencias, al mismo tiempo que no es lo suficientemente poderosa como para hacerlo sin estimular a los Estados rivales a actuar. Así, la India no dejará que China use la Iniciativa del Cinturón y la Ruta para apropiarse sin luchar de Sri Lanka, las Maldivas, Bangladesh y otros países. Lo mismo ocurre con Australia y las naciones insulares del Pacífico Sur y con Japón y las Filipinas, Tailandia y Malasia, o más en general el sudeste asiático que considera cosa suya. En otros términos, la China no es la Gran Bretaña del siglo XIX.
EL TEMOR SIEMPRE PRESENTE A LA LUCHA DE CLASES Y A LA INICIATIVA DESDE ABAJO
La orientación liberalizadora o neoliberal del Estado chino desde el inicio de la restauración capitalista es clara. También es un punto conocido el aumento de la acción de la clase obrera y de los sectores populares, la multiplicación de los llamados oficialmente “incidentes de grupos masivos”. Recientemente el China Labour Bulletin pronosticó que
Si los trabajadores continúan sufriendo recortes salariales y condiciones de trabajo opresivas mientras que las ganancias de los dueños de negocios aumentan el próximo año, es posible, e incluso probable, que China vea una nueva ola de huelgas y protestas similares a la que siguió a la huelga de Honda en Guangdong en el verano de 2010 [26].
La realidad estructural es que las reformas, al tiempo que modernizaron de forma desigual y combinada a la China continental transformándola en una gran potencia económica, han creado un nuevo proletariado aglomerado en gigantescas concentraciones obreras como jamás en la historia de la humanidad. Este enorme fortalecimiento de la clase obrera es un elemento siempre presente de la relación de fuerzas. Este elemento fundamental ha condicionado sin impedir el avance de la restauración capitalista. Este carácter estructural de “la economía política del ascenso chino” ha llevado a algunos autores a definirlo como “State Neoliberalism” (“neoliberalismo de Estado”), una contradicción en sus términos, pero con el objetivo de “describir la trayectoria de desarrollo postsocialista de China y distinguirla de los Estados desarrollistas de Asia oriental, del Estado neoliberal tal como se practica en las sociedades capitalistas occidentales y del Estado postsocialista de Europa oriental” [27]. Aunque hubo una primera pausa en la neoliberalización después de Tiananmen, es la creciente conflictividad social posterior al avance de las reformas la que lleva a la consolidación del “neoliberalismo de Estado” en 2003/2012 [28]. Como dicen los dos autores:
En respuesta a la creciente resistencia social y conflictos de clase de China, y tal vez reflejando un cambio de orientación ideológica en el Estado, el nuevo régimen comenzó a instituir el ‘neoliberalismo estatal’. Mientras que las reformas de mercado continuaran, el estado también jugaría un papel más activo en la moderación de los impactos negativos de la comercialización.
Pero contra toda visión de los nostálgicos del maoísmo que todavía ven al Estado capitalista chino como algo progresivo, estos giros, cuando la lucha de clases a aprieta, deben ser vistos como concesiones mínimas desde arriba con el objetivo de evitar la generalización y politización de las luchas locales contra la burocracia gobernante y especialmente la entrada independiente de los trabajadores y la confianza en sus propias fuerzas. Como dicen Alvin So y Yin-Wah Chu:
Como políticas de reparación, había límites obvios a las iniciativas de Hu para una sociedad armoniosa. En primer lugar, esas políticas se introdujeron en un contexto de creciente insatisfacción y condiciones sociales incendiarias. No eran en absoluto intentos de facilitar una alteración fundamental de las relaciones entre el Estado y la sociedad. En segundo lugar y relacionado con ello, a pesar de la mejora del bienestar social y la ampliación de los ‘derechos’ de los trabajadores y los campesinos, se distribuyeron sin ninguna intención de otorgar derechos a estos actores sociales subterráneos. Las políticas debían aplicarse a través de organismos gubernamentales y se adoptaron medidas para impedir el surgimiento de organizaciones laborales y campesinas autónomas. Al mismo tiempo, Hu Jintao y Wen Jiabao fueron presentados como líderes ilustrados, o incluso patriarcas, que en su genuina preocupación por los pobres y los ignorantes se habían esforzado por ayudarles. Quizás no fue accidental que se dirigieran a sí mismos como ‘Hu Yeye’ (Abuelo Hu) o ‘Wen Yeye’ (Abuelo Wen) cuando se encontraron cara a cara con los jóvenes de la nación. En tercer lugar, aunque Hu Jintao demostró su preocupación por la justicia distributiva y habló de la necesidad de desarrollar la democracia socialista, el estado de derecho y mejorar la capacidad de gobierno del partido, su inclinación estaba lejos de ser liberal en el sentido occidental. En respuesta a los problemas de corrupción y a la supuesta incapacidad del gobierno central para controlar a los funcionarios subprovinciales, en realidad pidió que se reforzara. Por último, y lo más importante, las políticas no abordaron la contradicción clave del país. Como se ha argumentado anteriormente, las políticas introducidas después de 1978 y las que siguieron a la represión de Tiananmen alentaron a los capitalistas incipientes y a los administradores estatales de nivel local a emprender actividades lucrativas, mientras que el ‘sistema de asignación de impuestos’ y el ‘sistema de responsabilidad de los cuadros’ obligaron efectivamente a los cuadros locales a abrazar el neoliberalismo, por despiadado que fuera. El Estado central podía seguir manteniendo la moral alta, conservar su autoridad y condenar a los administradores locales del Estado y a los capitalistas incipientes por la explotación de los trabajadores, el saqueo del medio ambiente y el comportamiento corrupto. Sin embargo, mientras las políticas neoliberales y la relación central-local permanezcan sin cambios, todas las iniciativas para promover una ‘sociedad armoniosa’ no podrían hacer más que contener los peores daños o abordar los síntomas superficiales del neoliberalismo [29].
Xi Jinping, más que cualquiera de sus predecesores de la época restauracionista, encarna este difícil equilibrio. Al llegar al poder, los excesos de reforma y apertura se habían convertido en una amenaza existencial para el partido, que se había vuelto esclerótico, corrupto, profundamente fraccionado y, en opinión de Xi, carente de una ideología rectora más allá del todopoderoso yuan. Mientras tanto, la creciente prosperidad de China traía consigo un aumento de las expectativas en cuanto a la calidad de vida, como el aire y el agua limpia, las redes de seguridad social y una gobernanza más transparente que el crecimiento económico por sí solo no podía arreglar. La rápida industrialización de China desde 1978 había socavado esos objetivos y el partido se había vuelto poco receptivo y mal equipado frente a esos nuevos reclamos. El problema para Xi es que debe aplicar este ya complicado equilibrio cuando la economía, a diferencia del pasado, está descendiendo, a la vez que las expectativas de la población aumentaron y son totalmente distintas de las que permitieron las primeras décadas de la reforma. Como dice el reputado economista chino Zhou Qiren:
La actual tendencia general de la economía china es a la baja, desde una posición alta. Es más fácil subir una montaña que bajar. Muchas contradicciones en la economía china se ocultaron durante los períodos de alto crecimiento. Pero durante una caída, es más difícil mantener el equilibrio. Muchos viejos problemas siguen sin resolverse y muchos más están surgiendo. Los desafíos están surgiendo uno por uno para China, obligando al país a tomar decisiones rápidas. Además, los jóvenes, que constituyen el grueso de la sociedad, tienen un marco de referencia diferente para evaluar los sistemas, las políticas y sus propios entornos, y también tienen mayores expectativas sobre cómo debería ser la sociedad. Para la generación que experimentó la gran hambruna de 1959-61, las comunas populares y la Revolución Cultural, los cambios en China desde el comienzo de la reforma y la apertura son, sin duda, mejoras masivas. Sin embargo, los nacidos en los años ochenta y noventa siempre han vivido en una China relativamente más abierta, y tienen una mejor comprensión de los acontecimientos mundiales. Tienen opiniones sobre cómo debería ser el mundo y, si no se cumplen esas expectativas, no están satisfechos. Las personas que constituyen el grueso de la sociedad actual son también los participantes más activos en la estructura industrial, el consumo y las actividades culturales de China. ¿Cuáles son sus expectativas y marcos de referencia? ¿Tienen mayores expectativas de justicia social y de una civilización moderna, y menor tolerancia de las consecuencias negativas de una reforma incompleta? La economía de China es ya la segunda más grande del mundo por su tamaño. Pero precisamente por eso, las expectativas de la gente sobre su propio país han aumentado más que en el pasado. No debemos confiar en la constante comparación del presente con la miseria del pasado para mantener la satisfacción del pueblo [30].
Este peligro a que las masas tomen sus propio curso independiente de las decisiones y el control sofocante del partido es lo que explica el cada vez más férreo curso bonapartista y represivo del presidente chino, incluso en momentos en que se vanagloria, a diferencia del resto de los líderes del mundo, de haber liquidado el Covid-19. La última muestra elocuente de esto es la condena a la periodista china Zhang Zhan, quien fue sentenciada a cuatro años de prisión por "provocar altercados y buscar problemas" luego de informar detalles en sus redes sociales sobre el primer brote del coronavirus en la ciudad de Wuhan a fines de diciembre. En el mismo sentido y sin nombrar la fuerte represión contra la minoría musulmana uigur, las capacidades de vigilancia del régimen se han ampliado significativamente. Por su parte, los niveles de control y censura se van a generalizando a niveles increíbles a la vez que surrealistas. WeChat bloquea las palabras clave sensibles, que hoy en día incluyen “desacoplamiento” y “sanciones”. Y mostrando sus exacerbadas tendencias estalinistas las autoridades cinematográficas han impedido que las películas de ciencia ficción se desarrollen de forma independiente, a la vez que han publicado este año directrices sobre la correcta dirección ideológica de las nuevas películas. Increíblemente, a pesar de la fuerte pérdida de legitimidad de Estados Unidos y el conjunto de los gobiernos imperialistas durante el 2020 frente al tratamiento de la pandemia, el régimen chino parece congénitamente incapaz de permitir que se cuenten buenas historias sobre sí mismo. Sin nombrar que en el plano interior existe un mayor riesgo de que el dinamismo general de la sociedad decaiga a causa de la reducción cada vez más del espacio al pensamiento crítico.
Todos estos ejemplos muestran que las contradicciones inherentes al “neoliberalismo de Estado” (más allá de la justeza o no del término para describir las contradicciones del modelo chino en el frente social) son cada vez menos sostenibles en los próximos años obligando al régimen a una fuerte caída a tierra y a probablemente tener que adoptar fuertes giros que a esta ahora ha tratado de evitar. En particular los signos de entrada de una nueva generación obrera que no soporta los ritmos de producción y muestra ya signos de una resistencia subterránea a los mismos pueden ser un rompecabezas para la burocracia del PCC, a la vez que un fuerte obstáculo para el modelo económico. Estos elementos de resistencia rastrera cobraron ímpetu en 2020 en medio de la pandemia de coronavirus mientras China luchaba para hacer frente a sus consecuencias económicas. Como dice una periodista del SCMP:
Los jóvenes holgazanean negándose a trabajar horas extras, a realizar trabajos de calidad media, al ir al baño con frecuencia y a permanecer allí durante mucho tiempo, al jugar con sus teléfonos móviles o a leer novelas en el trabajo. Dicen que su pereza en el trabajo es una rebelión silenciosa contra la cultura de trabajar horas extras por poca recompensa. También es un reflejo de la decepción con su salario, que creen que está lejos de ser suficiente para realizar sus sueños, como comprar una casa... En general, la Generación Z aborrece el llamado ritmo de trabajo 996 - turnos que duran desde las 9 de la mañana hasta las 9 de la noche, seis días a la semana - que los gigantes tecnológicos chinos esperan de sus empleados [31].
Esta nueva “filosofía” significa una reversión absoluta de los duros sacrificios que la generación nacida en los años 1970 y 1980 estaba dispuesta a soportar que fueron la base del milagro económico chino. Si este elemento se desarrolla, el control de la burocracia gobernante en los lugares de trabajo se puede ver en problemas. ¿Serán los signos que anuncian un otoño caliente chino parecido a la que se vivió en Europa y Estados Unidos a fines de los años 1960? Lo cierto es que si la intensidad y la larga duración de las jornadas de trabajo encuentran una especie de límite “social”, una crisis de su eficacia como técnica de dominio sobre el trabajo, toda la estructura y la superestructura en la que se basa la burocracia restauracionista pueden entrar en cuestión.
EL ESPECTRO OMINOSO DE LA DIVISIÓN DEL PAÍS
A pesar de los avances generales en la prosperidad del país y de la propaganda oficial que dice que se venció a la pobreza, la realidad de la China actual es que hay una enorme desigualdad social y una fuerte polarización entre las clases, entre la ciudad y el campo [32], entre las zonas capitalistas y las antiguas zonas industriales de propiedad estatal [33]. Pero de forma más ominosa para la difícilmente lograda unificación nacional producto de la revolución de 1949, el desarrollo desigual también afecta a diferentes regiones de China, algunas de las cuales no se benefician del crecimiento que se está desarrollando en el Este y las regiones costeras.
La división entre la costa y el interior no es solo por las grandes disparidades en la riqueza, aunque esto ciertamente cuenta. Pero junto con eso la orientación de la China costera está ligada al comercio marítimo mundial, mientras que el interior tiene muchas menos oportunidades comerciales. La tendencia de los primeros es ligarse a sus clientes, a transformarse en burguesías compradoras, mientras que el interior busca que Pekín redistribuya la riqueza de la costa para ayudar a mantener el interior pobre. Si este equilibrio se rompe, el riesgo de regionalización que acechó la historia china volverá a surgir. Junto a mantener a raya la lucha de clases, el reforzamiento del bonapartismo de la cúpula del PCC responde a este fantasma, evitando que la riqueza costera se traduzca en poder político, así como evitar que las élites costeras se opongan a su proyecto de reforma. Así al igual que su antecesor, pero de forma más resuelta, cuando en 2012 Xi Jinping asumió el cargo intentó aminorar esta fuente de tensión. Por un lado, su campaña anticorrupción tenía por objeto reforzar el control estatal de la economía y del sistema financiero con el objetivo en parte de mantener a las zonas costeras dependientes del partido y convencer al interior de que no era un peón de la región más rica, así como sus medidas enérgicas contra los conglomerados privados (muchos de cuyos líderes fueron a la cárcel), a la vez que contra la fugas de capital al extranjero. Por el otro uno de los objetivos de la masiva construcción de infraestructura de Pekín es integrar mejor los mercados costeros y los del interior, permitiendo a los fabricantes aprovechar mejor las diferencias regionales de ingresos y a los exportadores tradicionales fijar su mirada cada vez más en los mercados internos. Ligado a esto, la parte eurasiática de la Iniciativa del cinturón y Ruta de la Seda, más allá de la fanfarria geopolítica totalmente exagerada del Imperio del Centro, también responde en buena parte a este objetivo puramente nacional de enriquecer a las provincias del interior que, a pesar de las tasas de crecimiento sobrenatural del país en los tres últimos decenios, se habían empobrecido miserablemente en comparación con las regiones costeras más prósperas. Y no menos importante económicamente, encontrar salidas para descargar su excedente de producción (sin preocuparse mucho por las fuentes de demanda).
Pero esta política de la burocracia se choca con el carácter estructural del modelo chino caracterizado por altas tasas de inversión combinado con ingresos deprimidos de los trabajadores y los campesinos, y por ende un consumo doméstico deprimido. Como dice el marxista chino Au Loong-Yu:
Mientras que el consumo doméstico del 60-70 por ciento del PIB se considera normal a nivel internacional, en China siempre ha sido bajo, en promedio tan bajo como el 50 por ciento entre 1952 y 2019. Lo que es más alarmante es su continua caída, del 47,7% en 2000 al 34,6% en 2010; desde entonces ha vuelto a aumentar, pero solo muy ligeramente, hasta el 38,8% en 2019 [34].
Dado que la burocracia restauracionista es opuesta por el vértice a una redistribución radical de la riqueza, con un aumento significativo de la parte de la renta nacional que vaya a las masas laboriosas para que puedan comprar lo que se produce en el país, la única opción realista a esta contradicción principal del modelo chino que redunda en una estrechez del mercado doméstico en comparación con las sobrecapacidades de producción es su dependencia central de los mercados de los países industriales avanzados.
En este marco, existe siempre el peligro de que las zonas hipermodernas de la costa, comercialmente interconectadas con sus vecinos y el resto del mundo, y por lo tanto expuestas al contagio occidental, puedan considerar, bajo la presión de las cambiantes condiciones geopolíticas internacionales que dejan atrás el marco benigno en que se desarrolló hasta ahora el modelo chino, la oportunidad de gestionarse para abrirse mejor al comercio - como lo hicieron en el siglo XIX, especialmente a favor de los británicos, generando un nuevo ciclo de fragmentación y conflicto violento interno. Cortar de cuajo esta posibilidad es el mensaje al menos que Xi busca dar con la brutal defenestración de Jack Ma, el patrón de Alibaba.
Igual rudeza muestra Xi en relación a las minorías étnicas como los uigures, tibetanos y mongoles obligados a adoptar las costumbres y tradiciones de los Han (la etnia mayoritaria), como lo confirma el uso de los notorios campos de reeducación en Xinjiang. Más visible aún fue su política represiva frente a las masas movilizadas de Hong Kong que son reacias a ser parte integral de China mientras esta esté dirigida con métodos autoritarios, un mensaje para inducir a Taiwán a aceptar (no necesariamente de forma pacífica) la reunificación. Es que la burocracia considera esencial consolidar la lealtad de la población a los dictados del PCC para preservar el control de la República Popular y completar el proceso de construcción del Estado nación, cuestión sine qua non para toda afirmación imperialista. Pero esta tarea de completar la unificación nacional y cerrar el siglo del oprobio no están demostrando ser nada fáciles, como de alguna manera señala Hong Kong, a pesar de los limites estratégicos de la movilización reciente y sobre todo la cuestión taiwanesa, especialmente con la redoblada presión imperialista que está usando crecientemente a esta isla como una aguijón contra la China continental. En este marco, en el pasado año, a pesar de que el sentimiento nacionalista estaba aumentando en el continente, con llamados a que Pekín actúe en temas como las fuerzas pro-independencia en Taiwán, llamó la atención que se ventilaran en público los comentarios de Qiao Liang, un general de división de la Fuerza Aérea retirado que es visto como una voz de los halcones en China. Según SCMP, éste dijo que:
El objetivo final de China no es la reunificación de Taiwán, sino lograr el sueño de rejuvenecimiento nacional, para que los 1400 millones de chinos puedan tener una buena vida. ¿Podría lograrse tomando de nuevo Taiwán? Por supuesto que no. Entonces no deberíamos hacer de esto la prioridad principal. Si Pekín quiere recuperar Taiwán por la fuerza, tendrá que movilizar todos sus recursos y poder para hacerlo. No debería poner todos los huevos en una sola cesta, es demasiado costoso.
En todo caso, lo que está claro es que la isla es la piedra de toque de la competencia sino-norteamericana. Si para el 2049 es incorporada por la República Popular, la influencia norteamericana en Asia será derrotada. Por el contrario, si la isla se demuestra irrecuperable y Taiwán afirma su independencia, China podría entrar en otro periodo histórico de humillación.
A PESAR DE SU RELATIVA AUTONOMÍA ESTRATÉGICA, CHINA AÚN NO ES UNA POTENCIA IMPERIALISTA
Es evidente que China ha desarrollado fuertes rasgos imperialistas que han sido desarrollados en otros artículos de esta revista. En especial, la importante exportación de capitales al extranjero -a pesar de que esta es una característica nueva de ciertas economías dependientes que habla de la extensión del capital financiero a diferentes niveles y jerarquías de la economía mundial- ,su enorme acumulación de reservas, un nivel de préstamos que a veces la equiparan al Banco Mundial y como un elemento muy importante en un mundo donde el mercado mundial se viene estrechando, por la importancia de su mercado interno, ya sea para los países productores de materias primas como para los países que producen bienes de producción y/o de consumo, entre otros elementos. Todos estos factores le otorgan a China un carácter especial en la inestable jerarquía de Estados de la últimos años, cuestión reforzada aún más por el rol de contratendencia jugado por China en las primeras fases de la crisis mundial de 2008/9 y más recientemente por haber hasta ahora contenido eficazmente el virus y reanudado el crecimiento económico [35]. Esta especificidad es reforzada por el hecho de que si bien es cierto que el Estado chino se ha integrado a la economía mundial capitalista, la restauración no tiene lugar en un marco colonial, como ocurría en el pasado, sino bajo el arbitraje de un Estado surgido de una revolución que logró la unidad nacional. Esto le otorga a la burocracia de Pekín un margen de autonomía estatal incomparablemente mayor que a cualquier otro país de la periferia capitalista, desarrollo que se ha hecho esencialmente por fuera de las relaciones hegemónicas norteamericanas. Esta independencia política la transforma en un desafío estratégico a los Estados Unidos, en particular en Asia oriental, como muestra el duro choque entre ambos. Pero al mismo tiempo la fragilidad tecnológica existente, la persistencia de su atraso y su dependencia respecto de las principales potencias imperialistas a pesar de los avances que ha logrado en su catch up con respecto a muchas de ellas, las redobladas barreras geopolíticas, así como la tensión latente sobre la lucha de clases y la falla no erradicada sobre la división nacional, impiden aún calificarla como potencia imperialista. Sin hablar de su baja productividad del trabajo comparada con los principales centros imperialistas, la persistencia importante de una significativa pobreza estructural a pesar de los avances enormes en esta área o su todavía débil rol en las finanzas mundiales.
Con respecto a la primera, el “rattrapage” chino es sorprendente, una multiplicación por 15 en los últimos cuarenta años. Pero como explicó Trotsky frente al dinamismo de otra formación social como era la ex URSS en su momento, en el primer capítulo de La revolución traicionada:
Los coeficientes dinámicos de la industria soviética no tienen precedentes. Pero no bastarán para resolver el problema ni hoy ni mañana. La URSS se eleva partiendo de un nivel espantosamente bajo, mientras que los países capitalistas, por el contrario, descienden desde un nivel muy elevado. La relación de fuerzas actuales no está determinada por la dinámica del crecimiento, sino por la oposición de la potencia total de los dos adversarios, tal como se expresa con las reservas materiales, la técnica, la cultura, y ante todo con la productividad del trabajo humano. Tan pronto como abordamos el problema desde este ángulo estático, la situación cambia para gran desventaja para la URSS.
Esto no significa que China vaya a seguir el mismo destino que los regímenes de Europa del Este y la URSS, ya que incluso durante la presidencia de Xi Jinping, a diferencia del periodo maoísta, este se ha cuidado de toda política de salir del mercado mundial. Pero sirve para entender una distancia fundamental que separa a China de las potencias imperialistas a pesar de todos sus logros y fortalezas.
La reducción de la pobreza ha sido durante mucho tiempo una prioridad máxima y una fuente de legitimidad para el PCC. El alcance del progreso de China es impresionante: en los últimos cuatro decenios, más de 850 millones de chinos han salido de la pobreza, según el Banco Mundial. Casi el 90 por ciento de la población vivía en extrema pobreza en 1981, pero para 2019, menos del 1 por ciento vivirá en extrema pobreza. Este desempeño es en gran medida el resultado de décadas de rápido crecimiento económico desde la introducción de la política de apertura y reforma de Deng Xiaoping en 1978. Un reciente estudio del Center for Strategic and International Studies (CSIS) basado en Washington dice que: “Entre los 15 países en desarrollo más poblados del mundo, China ha experimentado la mayor disminución de las tasas de pobreza” [36]. Pero como resume un artículo de Les Echos de Francia:
Pero eso es solo una parte de la historia. De acuerdo con las normas internacionales establecidas por el Banco Mundial, China ha logrado eliminar la pobreza extrema (personas que viven con menos de 1,90 dólares al día), pero todavía se enfrenta a una pobreza considerable. En su último informe anual, el Banco Mundial señala que en China todavía hay 225 millones de pobres, es decir, alrededor del 16% de la población que vive con menos de 5,50 dólares diarios por persona. Según esta medida, la tasa de pobreza de China sigue siendo ‘significativamente más alta que la de algunos otros grandes países de ingresos medios’, dice el CSIS. La tasa de pobreza de China duplica la de Turquía (8,5%) y es solo ligeramente inferior a la del Brasil (19,8%). Y China sigue teniendo la mayor población de pobres del mundo, después de la India, en términos del tamaño de su población total [37].
Lo que es aún más sorprendente es los pocos medios que el Estado pone aún en esta tarea. Como lo demuestra la especialista de la cuestión de la pobreza urbana (migrantes rurales o poblaciones desamparadas de las ciudades), Dorothy Solinger:
Comparando el Dibao con los programas de reducción de la pobreza en otros países de América Latina, observa que incluso si se suma la ayuda del Dibao urbano y rural, la parte del PIB dedicada a la reducción de la pobreza en China sigue siendo muy inferior a la media observada en América Latina.
Por último, en el terreno clave de las finanzas el impulso para internacionalizar el renminbi parece haberse estancado. La inclusión de la unidad en la canasta de derechos de giro especial del FMI en 2015 parece haber sido solo una muestra temporal de alta calidad. Desde entonces, muchos indicadores del uso internacional del renminbi han retrocedido. La parte del comercio chino liquidada en renminbi ha caído; las transacciones de inversión directa liquidadas en renminbi han caído a cero; los depósitos en el extranjero en renminbi también han caído; la parte del renminbi en los pagos internacionales se ha estancado en menos del 2% y ha caído por debajo del dólar canadiense; y las tenencias institucionales extranjeras de activos en renminbi en China han caído en alrededor de un tercio desde su máximo a mediados de 2014. El renminbi representa un escaso 1% de las reservas de los bancos centrales mundiales. Estas tendencias reflejan que lejos de toda veleidad como centro financiero internacional, Pekín elige siempre la estabilidad del tipo de cambio en lugar de la plena convertibilidad, lo que impide que su moneda se transforme en una seria divisa. Mas en general, las debilidades de la arquitectura financiera china van en contra de un alejamiento de la centralidad del dólar y del sistema financiero internacional con sede en Nueva York/Londres.
La realidad es que la transición de la economía china, una vez que despegó en vistas a transformarse y consolidarse como un país imperialista, es una etapa mucho más compleja que los desafíos que debió superar para despegar. Esto es lo interesante que sostiene un reconocido economista de Pekín, partidario de las reformas, quien afirma que:
El impacto de estos problemas en la economía de China después del despegue es muy grande. Aunque tenemos un tamaño considerable, todavía estamos décadas por detrás de las economías avanzadas del mundo en las tecnologías y campos más críticos. Si las relaciones internacionales siguen siendo tensas y la disponibilidad de tecnología y conocimientos avanzados disminuye, será difícil que una economía que ha despegado siga volando, por no mencionar el hecho de pasar por muchos baches violentos en el camino. El segundo gran problema es que el avión de China es diferente de todos los estudios anteriores de los economistas. Es enorme y extremadamente desequilibrado. Si se observa la diferencia de ingresos entre las diferentes clases, entre la ciudad y el campo, entre las regiones, hay enormes diferencias. La brecha de ingresos es un fenómeno en la superficie que refleja las diferencias en la tecnología, la industria y los conocimientos científicos. En la China actual, algunos temas en diferentes lugares se ven de la misma manera. Pero si se profundiza en ciertas áreas, se encontrará que algunas opiniones nacionales son mucho más diferentes que las que existen entre China y el resto del mundo. El desafío también afectará a las economías que ya han despegado, porque hay mucha tensión dentro de la cabina, mucha presión dentro. Tomemos como ejemplo el Cinturón del Óxido (Rust Belt) en Estados Unidos. También tenemos viejas áreas industriales en el noreste de China. También hay muchas cosas que se desarrollaron en el pasado pero que ahora están en declive o estancadas. Si no se manejan bien, y como ya han despegado, los desafíos serán enormes. El tercer problema es mantener el equilibrio pero también tener mucho impulso al mismo tiempo. Cuando estás en el suelo y puedes ir más despacio, puedes suavizar las cosas más fácilmente. Pero la economía que ya ha despegado se enfrentará a grandes desafíos al desacelerarse. La economía de China necesita un impulso sostenido y fuerte, de lo contrario nuestros sectores de vanguardia, que aún están rezagados con respecto a los mejores del mundo, no tendrán la fuerza y los recursos para seguir subiendo. Al mismo tiempo, es un reto difícil mantener el equilibrio entre la oferta agregada, las finanzas, las industrias y las regiones. Con la presión y el impulso en estas áreas, el despegue prometido por Rostow podría no conducir inevitablemente a la madurez y a una alta calidad de vida. Puede haber giros y vueltas en el proceso después del despegue (takeoff) [38].
Como se ve, los próximos años se presentan peligrosos y turbulentos. Los mismos decidirán la suerte del país y del Partido Comunista.
Tomando el conjunto de elementos internos y externos que hemos planteado, tal vez la definición provisora más adecuada de la China actual sea la “Estado capitalista dependiente, con rasgos imperialistas”. Esta fórmula descriptiva tiene la ventaja de mostrar mejor qué es China en la actualidad, relevando sus rasgos contradictorios, la dependencia y a la vez sus rasgos imperialistas. Pero sobre todo tiene el mérito de no dar por sentado el enorme salto que implica la transformación de China en potencia imperialista tomando en cuenta los difíciles desafíos y obstáculos tanto internos como externos que debería aún saldar a pesar de sus avances, dejando más abierta la vía a eventuales retrocesos en la dinámica ascendente de China, algo que no sería nuevo para una sociedad que ya fue el centro del comercio mundial, antes de la dinastía Qing y que pasó por el siglo de humillación entre 1840-1945.
¿A DÓNDE VA CHINA?
El salto enorme en la crisis de hegemonía norteamericana como consecuencia de su fatiga imperial que ha dado a una profunda división al interior es el principal elemento de la realidad internacional. Pero frente a este debilitamiento de la actual potencia hegemónica estamos lejos aún de la existencia de un hegemón de reemplazo. La propaganda de un siglo XXI chino es solo eso, mera propaganda. Si EE.UU. percibiera que su supremacía está en juego, Washington pensaría concretamente en renunciar a la fuerte influencia que ejerce sobre el Viejo Continente, para dividir el campo del adversario. Si estuviera al borde del abismo, aceptaría arriesgar el statu quo europeo para embarcar a los rusos en la batalla contra el Imperio del Centro. Pero desde el reset de Obama hasta los guiños de Trump hacia Putin, los factores de poder político/militares de Estados Unidos han lanzado una rusofobia histérica, alimentada a través de la OTAN y los países de la antigua Europa del Este, en función de este propósito: impedir la normalización de las relaciones entre Bruselas y Moscú y encorsetar geopolíticamente a Europa dentro de las políticas decididas en Washington. Es que una entente estratégica entre Berlín y Moscú podría lograr una complementariedad estratégica formidable, entre la tecnología y el poderío industrial alemán con la demografía residual y el arsenal nuclear de los rusos que daría origen a una nueva superpotencia que podría disputar la hegemonía a los EEUU. Washington vería desarrollarse la mayor pesadilla en términos geopolíticos.
Mientras que el apego visceral a Europa (a pesar de toda su retórica contraria) nos muestra a un Estados Unidos que considera a la República Popular bastante distante de su poderío imperial, carente de medios para arrebatarle el cetro hegemónico. A nivel continental, si bien es cierto que hay debilitamiento de Estados Unidos en Asia Oriental, el mismo no va acompañado de una crisis del dominio estadounidense: a pesar de los avances económicos, políticos e incluso militares en esa región que hagan de China un fuerte rival estratégico de los Estados Unidos en la región. El control de China sobre esa zona sigue estando, por el momento, lejos de haberse realizado. Por el contrario, la redoblada presión imperialista en los últimos años, en especial de Estados Unidos, busca derrocar el régimen del Partido Comunista y fragmentar China, devolviéndole la condición de total inconsistencia geopolítica experimentada durante el siglo de la deshonra. Viendo las grietas en su modelo y desarrollo económico, EEUU intentó explotarlas para aislar a la República Popular de las cadenas de valor internacionales y frenar su crecimiento. En particular, Washington exige que Pekín abandone su modelo dirigista o de capitalismo de Estado para reducir su capacidad de imponer su voluntad sobre los potentados económicos de la costa, que se oponen a renunciar a su riqueza acumulada. La aceptación de la liberalización económica reduciría el margen de maniobra de la burocracia en su propio territorio, sin poder cerrar las graves fallas que ya existen.
Pero en términos de fuerzas, el objetivo de neocolonizar china se contrapone al de impedir a Alemania avanzar sobre Rusia, lo que le permite a China avanzar sobre esta última (aunque sin llegar a una verdadera alianza por las suspicacias históricas entre ambos, a la vez que por la asimetría de poder ambos prefieren negociar por su cuenta con las distintas potencias imperialistas). Con Trump, EEUU buscó hacerlo de forma totalmente unilateral, pero los dos objetivos a la vez posiblemente son mayores que su actual potencia. Veremos cómo Biden logra articular la búsqueda de un frente imperialista más amplio pero bajo su dirección en busca del mismo objetivo estratégico compartido con el trumpismo.
Los países claves son Japón y Alemania. En estos días Japón se encuentra muy activo. Ha descrito a Taiwán como “línea roja” y “posible próximo objetivo” de China después de Hong Kong. Una de sus empresas energéticas ha anunciado una alianza conjunta con una compañía vietnamita para extraer hidrocarburos en el Mar de la China Meridional reclamado por Pekín. Ha invitado a Alemania a enviar buques de guerra a esas mismas aguas en disputa para entrenar con sus propios buques y los de otros países indopacíficos. Y el 40 por ciento de sus empresas con sede en China que producen tecnologías sensibles planean trasladar algunas o todas ellas fuera de la República Popular. Todos estos son signos muestran un despertar imperial de Japón. Tokio se está comportando una vez más como una potencia, pisándole los pies a Pekín, usando un lenguaje estratégico, alineando su sector de producción con sus necesidades geopolíticas. Con una conciencia aterrorizada de sus propios límites, de no ser capaz de resistir por sí sola el ascenso de los chinos. Por eso, hablando de Taiwán, casi exige que la próxima presidencia de Biden tome una posición clara en defensa de la antigua Formosa, con la esperanza de delegar en Estados Unidos la tarea de asegurar la isla de los objetivos de Pekín. Y para ello da la bienvenida a tantos países como sea posible en una naciente coalición naval: en 2021 Francia, Alemania, el Reino Unido y la India enviarán buques de guerra al este de Malaca para maniobrar con la Armada del Sol Naciente. Todo esto empuja en una dirección vagamente favorable a la estrategia anti-china de EE.UU. Pero desde el punto de vista táctico no hay una alineación completa entre EEUU y Japón. Porque este último se está moviendo no solo para contener a Pekín, sino también para calmar los apetitos más belicosos de Washington, como afirmo en mi reciente artículo “¿Va China a conquistar Asia-Pacífico con el nuevo acuerdo comercial RCEP?” en relación a este acuerdo comercial.
Por su parte la UE también viene de firmar un acuerdo comercial con Pekín. Que Bruselas se haya apurado a firmarlo antes de la llegada de Biden sube su precio frente a toda eventual alineación con EEUU, a la vez que también está señalando - por ahora a nivel simbólico - su impaciencia con el enfoque adoptado por la administración Trump en materia comercial. Tanto a nivel multilateral como bilateral (véase por ejemplo las disputas relativas al asunto Airbus-Boeing). Los países europeos no comparten el desacoplamiento (Alemania en primer lugar) que Washington está impulsando. Pero al mismo tiempo no han permanecido insensibles a las demandas de EEUU de contener la tecnología de Pekín y responder a sus provocaciones en el Mar de la China Meridional. Además, a nivel de la UE se han dotado de un instrumento para filtrar las inversiones extranjeras con mira en China. Una muestra de la imposibilidad de ignorar al aliado transatlántico y del cambio de percepción de la proyección de la República Popular.
En otras palabras, en los últimos años el clima internacional se ha enrarecido en contra de Pekín [39]. En los próximos años la suerte de esta se jugará en función de la solidez del frente imperialista que se le oponga. Pero sobre todo será la lucha de clases tanto al interior como a nivel internacional la que determinará en última instancia la suerte de Pekín. Por ejemplo, los campesinos de la India están poniendo un fuerte palo en la rueda a las ambiciones geopolíticas de Modi al oponerse a su reforma neoliberal en el campo. Y, en el plano interno, sobre todo hay que tener en cuenta que a diferencia de un país imperialista como Japón, que pasó de ser un país de alto crecimiento a uno de bajo crecimiento sin gran agitación social, China es casi seguro que no sería tan afortunada. Las brechas sociales, geográficas, que siguieron desarrollándose a pesar de los “Treinta Gloriosos chinos” podrían envenenarse si este crecimiento llega a su fin. La emergencia del proletariado chino como factor autónomo podrían cambiar los cálculos no solo de la burocracia sino del imperialismo. Serán estas batallas en la lucha de clases así como también la lucha de los trabajadores de los países centrales contra la nueva reestructuración en curso de la economía capitalista como resultado de la crisis actual la que determinará la ubicación del dragón asiático.
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