En plena pandemia, cuando el mundo se preguntaba si alguna vez volveríamos a la “normalidad”, un grupo de estudiantes de secundaria en North Andover se propuso conseguir la exoneración de la última “bruja” de los Juicios de Salem, la única que nunca fue absuelta.
Elizabeth Johnson Jr. tenía 22 años cuando la condenaron por brujería, vivía en Andover (hoy North Andover, Massachusetts, en la costa Este de Estados Unidos). No fue la única, otras 150 personas (la mayoría mujeres) fueron acusadas durante los juicios de Salem entre 1692 y 1693. Tuvo algo más de fortuna. Fue condenada a la horca pero se salvó por una orden del gobernador.
Quienes sobrevivieron a las persecuciones y las familias de quienes murieron pelearon por reparaciones legales, que obligaron al Estado a reconocer su responsabilidad. En Massachusetts existe una ley de 1957, ampliada en 2001, que eliminó las condenas por brujería de todos los expedientes. Pero nadie reclamó por Elizabeth, que murió a los 77 años soltera, sin hijos y con el estigma de bruja intacto. Hasta 2020, cuando este grupo de estudiantes terminó su clase de Educación Cívica y pensó que no era justo que el Estado mantuviera la acusación contra Johnson.
¿Quiénes eran las brujas?
Las condenadas por brujería eran en su mayoría a mujeres, aunque no cualquiera. Eran mujeres pobres, muchas mendigaban en las calles de las ciudades nacientes, otras peleaban por un pedacito de tierra para sobrevivir, algunas se vestían de forma demasiado “llamativa”. Casi ninguna cumplía las normas sociales obligatorias para las mujeres: el matrimonio y la maternidad. “Los juicios por brujería de Salem apuntaron contra los más vulnerables de la sociedad colonial, obligaron a las mujeres a pagar el precio más alto posible por no cumplir las normas”, esto lo dice la historiadora Connie Hassett-Walker.
Como Johnson, otras mujeres fueron condenadas por no cumplir las reglas. Bridget Bishop sí murió en la horca, en la primera ejecución de Salem de 1692. De las veinte personas ahorcadas, trece eran mujeres, acusadas de “adorar al diablo”, muchas señaladas como “revoltosas”. En el caso de Bishop, su desobediencia fue contar con tres matrimonios, vestirse de forma exótica (para las normas puritanas) y beber alcohol en lugares públicos.
“Presentarlas como brujas”, dice Hassett-Walker, “(o, en términos actuales, como criminales, presas, delincuentes) y descartarlas (por ejemplo, en la cárcel) demoniza a las mujeres y minimiza las circunstancias que las rodean”. En ese sentido, varios análisis de los procesos en Salem subrayan elementos como la xenofobia, dificultades económicas y problemas políticos, además de las supersticiones y las normas de los colonos puritanos. Y, sostiene Hasset-Walker, “el legado de Salem” sigue vivo. ¿Cómo? Apuntando contra las mismas mujeres: “hoy, el sistema penal sigue castigando a las mujeres vulnerables. La mayoría de las que terminan bajo supervisión del sistema correccional de Estados Unidos, ya sea mediante probation, prisión o libertad condicional, provienen de sectores pobres”.
La primera bruja
Entre los primeros procesos legales registrados, está el de Chiara Signorini en 1519. Chiara era una campesina acusada de lanzar un maleficio contra la dueña de las tierras que la expulsó de la granja donde trabajaba. El hallazgo fue del historiador italiano Carlo Ginzburg que, en su exploración de la cultura campesina, encuentra una temprana confirmación a la hipótesis (“algo tosca”, dice él), de que la brujería documentaba un nivel elemental de la lucha de clases.
Después de un largo proceso, y la “declaración” –mediante tortura– de que Chiara había convocado al diablo, fue condenada por brujería. Se salvó de la hoguera, pero fue encerrada de por vida en el hospital para pobres de Modena (Italia). Este caso puso en evidencia la ambivalencia con respecto a la brujería, a la que muchas veces se recurría para curar personas o para asegurar el éxito de las cosechas (como describe el propio Ginzburg en su trabajo sobre los “benandanti”, brujas y brujos del bien según algunos cultos agrarios). Para la Iglesia católica, la persecución de la brujería buscaba también eliminar la popularidad de esas creencias.
La teórica Silvia Federici sostiene en Calibán y la bruja que la persecución de las mujeres acusadas de brujería fue necesaria en la transición del feudalismo al capitalismo. En ese paso, se utilizaron formas múltiples de violencia, “la conquista, el sojuzgamiento, el homicidio motivado por el robo: en una palabra, la violencia” (como escribe Federici, recordando las palabras de Karl Marx sobre la acumulación originaria). Hubo desalojos y masacres; entre otros obstáculos para su desarrollo, la burguesía en ascenso tenía que eliminar la vida comunal. En ese contexto, decenas de miles de personas (se calculan hasta 100.000) fueron quemadas por brujería, el 80 % eran mujeres.
La empresa fue tan seria que contó con un “manual”. El Malleus Maleficarum fue un libro publicado en 1486 que contribuyó a justificar las persecuciones. Las perseguidas eran las que se salían de la norma: solteras por elección, igualitaristas, las que conocían métodos anticonceptivos y abortivos (y cuestionaban a dos instituciones clave como la religión y la medicina). Federici identifica en su investigación la temprana asociación entre anticoncepción, aborto y brujería: “A través de sus encantamientos, hechizos, conjuros y otras supersticiones execrables y encantos, enormidades y ofensas horrorosas, [las brujas] destruyen a los vástagos de las mujeres […] Ellas entorpecen la procreación de los hombres y la concepción de las mujeres”.
También existían los brujos pero se reconocía en las mujeres una inclinación mayor a la “adoración del demonio”. El Malleus Maleficarum la explicaba por “su ‘lujuria insaciable’, Martín Lutero y los escritores humanistas pusieron el énfasis en las debilidades morales y mentales de las mujeres como origen de esta perversión. Pero todos señalaban a las mujeres como seres diabólicos” (Calibán y la bruja).
La versión de las “debilidades morales” encajó perfectamente en la sociedad puritana establecida en la costa Este de Estados Unidos, eran pecadoras natas y más susceptibles a la “perdición”. Más tarde, encajaría también para imponer los ideales burgueses de la domesticidad y la feminidad.
Las hogueras del siglo XXI
Siempre hubo historias donde las brujas hacen justicia. Fueron resignificadas de diversas formas, especialmente en contextos en los que las mujeres se movilizan y desnaturalizan aspectos de la opresión en las sociedades capitalistas, que siguen organizadas alrededor de valores patriarcales (aunque el “patriarcado institucionalizado” esté debilitado, en palabras del sociólogo Göran Therborn).
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Algo de esa resignificación se ve en producciones audiovisuales que, incluso tamizadas por la industria cultural estadounidense, son una especie de “acuse de recibo”. Coven (Aquelarre) y Apocalipsis, dos temporadas de la saga American Horror Story, sirven de ejemplo. Ubican a las brujas del lado del bien e incluyen una lectura de muchos debates del movimiento feminista como la identidad, el antagonismo entre los géneros y entre ricos y pobres en el capitalismo.
Hay muchas versiones sobre quién fue la última bruja. Las persecuciones fueron tan extendidas que es difícil encontrar el punto de final del proceso. Sobre todo, porque los prejuicios de los que se alimentó se metamorfosearon, mezclados con mitos, supersticiones y también religiones organizadas. Quizás ya no llamen a arrojarlas a la hoguera, pero “el aquelarre” o “la bruja” como formas burlonas de referirse a las mujeres reunidas entre ellas o que cuestionan algo (por más mínimo que sea) tienen como origen esta historia.
Las mujeres del pueblo pobre, las que se organizan, las que cuestionan cualquier máxima institucional (secular o religiosa) se transforman en el enemigo a enfrentar para las clases dominantes (en cualquiera de sus variantes, las más vistosas con discursos reaccionarios, pero también las que se muestran dispuestas a aceptar algunas demandas mientras no se toquen los pilares sobre los que edifica su poder).
Mientras exista esa hoguera, alguien pintará una pancarta que diga “Somos las nietas de las brujas que no pudieron quemar”.
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